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Chantaje (X): Un paso a lo prohibido

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Aquellas situaciones continuaron con mayor frecuencia las exhibiciones en centros comerciales, los atuendos sexis en la calle, en el transporte público, lo más importante es que seguía calentando a los hombres, muy en especial a mi hermano Antonio que ya se había vuelto un adicto a mi cuerpo en especial a mis pompis que tanto clavaba su mirada, lo mejor de todo es que en todos estos meses el adopto la manía de grabarme en mis eventos y cuando salíamos a pasear. Dentro del ritmo de vida hubo cambio laboral en parte de mis padres, no sabía si era bueno o malo ya que mis padres tendrían que cambiar de residencia lo que los llevaría ausentarse de lunes a viernes y estar con nosotros los fines de semana, obviamente la carga del aseo era para mí y lo digo por lo de la comida.

Recuerdo que dos semanas después Antonio, en medio de la borrachera, mi propio hermano, me miró con esa misma expresión con la que me miraban todos los hombres que tanto me deseaban a diario. Mi hermano nunca jamás lo había hecho, tan sugestivamente, evidentemente no era tonto, sabía que tenía una hermana espectacular y así se lo habrían comentado sus amigos. Pero jamás me miró con demasiado deseo. En aquella ocasión, tras la cortina de alcohol que bañaba su mente y sus sentidos, me miró no como a su hermana, no como a carne de su carne, sino a carne que como hombre debía poseer, un cuerpo apetecible que se entregaría al sexo como el resto de las mujeres. Una expresión lujuriosa que me recorrió de arriba abajo mientras yo estaba allí en el sofá con mi pijama que dejaba mis muslos y mi canalillo al aire. Respiraba más profundo, no solo por el alcohol sino por el deseo de su hermana medio desnuda que le estaba agobiando.

Un fin de semana, mis padres hicieron planes. Solía ocurrir a menudo. Me quedaba la casa para mí, era estupendo. Pero esta vez se fueron por separado: mi madre se fue con una amiga a la capital porque querían ver un espectáculo de teatro y quedarse allí, y mi padre junto a Jesús y Juan Carlos se iba a ir con unos amigos a pasar el fin de semana pescando. Antonio tenía una temporada de exámenes, por lo que tampoco iba a disfrutar mucho de la casa en soledad, pero me gustaba la idea de que en ese fin de semana iba a poder cocinar lo que yo quisiera y acostarme cuando yo considerara. La noche del sábado era entonces para mí. Hacía calor, había entrado junio y no teníamos aire acondicionado ni nos lo podíamos permitir. Por la noche abrías la ventana y entraba un poco de fresquito. Allí estaba yo, en la cocina, con mi pijama de verano y un delantal, haciendo un poco de pasta mientras ponía el horno para hacer una tarta. Sin duda, a mis padres les gustaría volver y encontrarse una tarta recién preparada. Todo esto, acompañado de buena música salida de mi emisora favorita. ¿Nunca había cocinado con la radio puesta? Para mí es la vida.

Acababa de poner el horno a gratinar y estaba escurriendo los macarrones, cuando de repente llamaron a la puerta. El timbre sonó tres veces, como si no lo quisiesen soltar. Me dije para mí misma que era muy raro, yo no había invitado a nadie porque precisamente quería la noche para mí sola. Me quité el delantal y me quedé con mi pijama fresquito. Me acerqué cautelosamente a la puerta y miré por la mirilla al exterior. La sorpresa fue mayúscula al ver a mi hermano afuera. Corrí a abrir la puerta. Antonio entró tambaleante, apestaba a alcohol y se notaba en sus ojos que le faltaba conexión con la realidad. Entró y no paró de decirme que lo sentía. Cerré la puerta con llave.

Lo siento mucho, Valery, se me pasaron los tragos jejeje, no pasa nada. Estaba cocinando justo ahora, ¿quieres comer algo? Parecía que las palabras tardaban en llegarle a los oídos, es el etanol que hace el espacio más denso. Noo… tranquila, está todo bien, decía con la voz claramente afectada mientras íbamos por el pasillo, yo delante y él por detrás. Un pensamiento terrorífico se me pasó por la cabeza al ser consciente de que él iba detrás de mí y con estaba allí, con esos pantalones braguita que marcaban bien mi culo respingón. Me di la vuelta para confirmar mis temores, y es que mi hermano, como hipnotizado, me miraba el culo como si fuese lo único que le importase en mí. Otra vez estaba en su cara la expresión de aquella noche en la que me vio con este mismo pijama y con un nivel de alcohol similar. Lo peor fue que al darme la vuelta se entretuvo también en mirar el escote que marcaba la sedosa camisa rosa de mi pijama.

Esta vez no estaba mi madre para mandarlo a la cama, pero decidí que yo lo haría, antes de que esa expresión de lujuria pudiese llegar a más. Oye, venga, te vas a ir a la cama si no quieres cenar, duermes un rato y si quieres más tarde cenas un poco de lo que me sobre. Lo dirigí hacia la cama de su habitación y dócilmente me obedeció, avanzando lentamente y de forma algo descoordinada. Parecía que incluso intentaba bailar, la música de la radio seguía a tope. Cuando llegué a su habitación hice lo mínimo que podía hacer, que era abrir las sábanas para que se metiese dentro a descansar. Me incliné sobre la cama de matrimonio para retirar el edredón mientras él se quedaba detrás de mí, otra vez. Y entonces ocurrió el horror. Sentí como sus manos fuertes, las suyas claro, me agarraban la cintura. Pero no fueron directamente a mi culo, fueron hábiles, tremendamente hábiles para un borracho, y de un pase rápido cogieron mi pantalón junto al tanga que llevaba puesto y arrastraron mis prendas inferiores. Casi sin poder darme cuenta, de un tirón Toño me había bajado la ropa y estaba con el culo desnudo delante de su cara.

Oye, ¡¡¿¿¿pero qué???!! ¿Qué haces, Toño? Me empujó en el catre y se quedó en las manos con mis prendas, a mí solo me quedaba puesta la camiseta sin sujetador mientras yacía en la cama. Tiró la tanguita y el pantalón a un lado y se acercó a mí, con una expresión perdida, fijándose sólo en mi culo. Me lo agarró con ambas manos y comenzó a estrujarlo con fuerza, a mover mis nalgas. Con habilidad me dio la vuelta y quedé boca arriba, mirando al techo entre mi pelo desordenado, mientras abría mis fuertes muslos. Llegó a mi intimidad al descubierto, ¡a estar frente a los ojos de mi hermano! Bajé mis delicadas manos a mi sexo, a taparlo, a proteger mi virginidad. Antonio, molesto por ver que la rajita se tapaba, me miró con un cabreo importante, pero con habilidad pasmosa aprovechó para atacar a mi camiseta y me la rasgó con furia. Sí, me rompió la camiseta sedosa del pijama y fue entonces cuando quedé completamente desnuda ante él, con mis tetas descubiertas delante de su cara.

Valery, cielo, ¿cómo es posible que tengas tan hermosos pechos? Son más grandes que los de mi novia, mucho más… Odié ese comentario, odié que se deleitara con el tamaño de mis pechos, tan comentado por los hombres que me rodeaban todos los días. Y yo ya no daba abasto, no pude cubrir, como comprenderán, las partes erógenas de mi exuberante cuerpo con mis manos. Aparte de que mis manos no eran nada comparadas con la fuerza bruta de mi hermano. Para entonces, Toño casi se había quedado desnudo, y vi su pito bien erecto, era gruesa, muy gruesa. Él se encendió mucho más cuando contempló desde sus ojos el pito que cogía con la mano frente a mi cuerpo desnudo, que yo pugnaba por ocultar. Esa chica virgen, de curvas de infarto que intentaba defenderse del sexo incestuoso a toda costa, con sus pechos y sus largas piernas, no era una imagen ante la cual uno se pudiese quedar de piedra. ¡Pero era su hermana! Y mi hermano era ahora el primer hombre que me veía desnuda. Tocaba mis pechos sin compasión, mis tetas se veían retorcidas por el efecto de sus manos nerviosas que las manoseaban con ahínco. Apretaba mis carnes, retorcía mis pezones. Por más tiempo no pude resistirme, sus manos apartaron las mías y las dejaron a los lados de mi cuerpo, abrió mis piernas y mi conchita virgen le miraba. Antonio se deleitó observando mi sexo cerrado, con un vello que coronaba la entrada a mi virgen tesoro.

Tienes una vagina tierna y muy bonita, hermanita… e hizo lo que no pude soportar, acercó su boca a mis genitales y besó mis labios con los suyos, durante largo rato sus labios recorrieron mi vagina inexperta. No tardó en sacar su lengua y pasearla por mi pliegue, chupando hasta mi clítoris, abriendo por primera vez mi intimidad y llenándola la saliva, lubricándola. ¿Cómo iba a sentir yo placer, cómo sentir más que vergüenza ante mi padre chupándome la almeja? Tocaba con sus dedos para dilatarla más, para succionar más adentro, para clavar sus dientecitos en mi carne virgen. Mientras, mis pechos también eran objeto del acoso, eran movidos como sacos de arena para calmar el deseo lujurioso. Yo en aquél momento era toda para mi hermano. E iba a ser así, toda para él. Al poco él se cansó de chupar mi vaginita y dejándola bien húmeda, procedió al inevitable momento de penetrarme. ¡Sí, a mí! Su polla, palpitante, dura y extendida, se encontraba ya tocando la humedad de mi vagina. Con los dedos, y reprimiendo mis intentos por escaparme, abrió la abertura vaginal y su glande comenzó a entrar dentro de mí, a abrirme, ¡Antonio! ¡Oye, no podemos hacer esto! Soy tu hermana, además soy virgen, ¡no, por favor no! suplicaba, derretida entre lágrimas. Pero como dije, no podía detenerle.

Así me gusta, mi niña que te conserves virgen, que cuides tu virtud. Aquí tu hermano te va a enseñar a hacer sexo, para que puedas darlo a los demás adecuadamente. Ven, que te desvirgue. Su grueso pene se abría paso dentro de mí, me ensanchaba, los músculos de la vagina me dolían al no estar acostumbrados a dejar entrar a un sexo de hombre dentro. Me estaba desvirgando, me iba a desflorar. Y en su pesado avance dentro de mi canal intacto, llegó a mi himen, sentí como algo dentro de mí se interponía entre mi fondo de vagina intacto y aquél sexo dispuesto a todo. Sentí el tacto de la polla de mi padre en mi himen, en mi virginidad.

¡Para, paraaa! le volví a pedir. Pero imagino que aquí es difícil volverse atrás, aunque sea su hermana. Antonio no se anduvo con muchos miramientos, estaba tan cachondo por cogerme que no se detuvo. Y es más, se metió muy rápido. Con fuerza, de un empujón violento, metió su pito hasta el interior de mi vagina desgarrando violentamente mi himen. ¡NOOO! ¡AAAAHHH! ¡NOOOO! chillé de todas las formas posibles. Y ahí empezó a dolerme mucho la vagina, mi himen ya no estaba, se deshizo en sangre, sangre que apenaba, que impregnaba mi sexo y el de él. ¡AAAAAHHH! ¡Me duele la vagina! ¡Sácalo! le pedí casi ya sin voz. Pero no lo hizo, al contrario, enterró más su miembro en mi inexperta vagina, me partió en dos, avanzó hasta pegar contra la pared de mi útero y dejar su carne dura y caliente envainada dentro de mí, dentro de su hermanita. Y tampoco se detuvo ahí, el olor a sexo, mis gritos de dolor, el contacto de la sangre que ya asomaba por fuera de mi vagina rota en pedazos, la imagen de esas tetas coronando mi cara de ángel movieron a que mi Toño empezara a sacar y a meter su pito con cierto ritmo.

Mientras yo seguía sufriendo, hecha trozos, desvirgada por mi propio hermano, con mi vagina sufriendo un vaivén doloroso por culpa de un miembro duro como el acero que se clavaba una y otra vez dentro de mis carnes vírgenes. Aaaaaa Valery, hermanita, eres una putitaaaa con tu hermano, quién me iba a decir que eras tan zorra, me decía mientras me cogía. Sintiendo cómo el rebotaba sobre mí, como echaba su cuerpo contra el mío, como su experiencia se mezclaba con mi inocencia y la rompía.

Sus firmes empujones ya casi habían desplazado al hecho de que estuviera borracho, y es que se movía con tracción mecánica, sin pensar, metiéndome el rabo hasta el fondo y apoyándose en mis ricas tetas para acometer la siguiente embestida. Me cogía muy a lo bestia, pero confieso que me cogía deliciosamente bien. Y no tardó mucho, su excitación era máxima y yo presentía lo que estaba a punto de pasar, ese momento donde el hombre insemina. No se atrevería, pensé, no podría atreverse a fecundar a su tierna hermanita. Pero todo dependía de si seguía siendo su dulce hermanita o era una puta con la que sólo se podía pensar en sexo.

Sus acometidas fueron creciendo, sus potentes caderas metían su sexo en el mío cada vez con más rapidez y más fuerza, destrozaban mi vagina al acometer con fuerza una y otra vez, sus testículos incluso me hacían daño al rebotar. Y de repente, al coger más velocidad en la cogida, me gritó: ¡Valery, diossss! No puedo mássss, voy a hacerlo. Ahora voy a dejar mi leche en Ti hermanita ¡No me lo podía creer! ¡Toño! dije llorando ¡No, te corras dentro de mi vagina, que soy tu hermana. Estaba horrorizada, se iba a correr dentro de mí, el incesto se consumaba al máximo. ¿Y si me dejaba embarazada? Pero ya el ritmo que imprimía a mis caderas me indicó que no podía dar marcha atrás. ¡NOOO! grité yo, intentando hacer que saliese de mí, en un intento más que inútil. ¡Antonio, no te corras dentroooo! Y así, sin yo poderlo evitar, ni él quererlo impedir, ocurrió. Sus movimientos frenéticos indicaron su orgasmo, se empezó a convulsionar y gritar como un loco mientras me empujaba muy fuerte contra la cama. Y su pito, golpeando la entrada de mi útero, perforando lo más profundo de su hasta hace poco virgen hermana, comenzó a soltar su líquido. Y recuerdo para mi pesar como si fuera ayer, los cinco chorrazos de semen denso que dejó en mi interior. Uno tras otro, se sucedieron con una presión insólita, saliendo de su duro pene y fueron proyectados dentro de mi matriz, empapando mi vagina y llenando mi útero por primera vez. Un líquido lechoso, muy denso y sobre todo muy caliente que se esparcía por toda mi feminidad, que me hacía daño al chocar con fuerza contra mi intimidad virgen y cuyo calor me abrasaba el sexo. Mi hermano se estaba corriendo dentro de mí, y no era precisamente una corrida finita, sino un caudal de semen desorbitado, una humedad exagerada para un hombre normal que me llenó entera como mujer.

De manera que mi hermano bajó el ritmo cuando sintió que por fin la cascada de esperma se estaba agotando, yo no podía dar cabida a más. Lentamente sacó su pene fuera de mí, aún estaba duro, y yo observé para mi espanto como además de estar cubierto de semen también tenía mi sangre en él. Mi hermano se convertía así en el hombre que me había desflorado, qué vergüenza.

Cuando ya no sentí su pito en mi sexo sentí como un alivio, que mis paredes vaginales volvían a estrecharse sin ya tener que soportar aquél tronco que las abrió de una vez para siempre. El semen de mi padre, que aún sentía dentro, se empezó a deslizar por mi matriz porque ya no cabía en mi interior y se dirigió a la entrada de mi desvencijado coñito. Un río caudaloso de esperma salió de mi vagina y llevó con él sangre de mi desvirgación, la mezcla mojó mis labios externos y se deslizó por mis muslos y mojó las sábanas mientras seguía saliendo esperma y sangre de mi vagina.

Esa mezcla de fluidos sexuales se vertía sobre la cama de mis padres, allí había sido donde aquella noche no se acostaron papá y mamá, sino que practicaron el sexo a su hija. Antonio borracho había tomado a su hermana de tan buen ver y la había penetrado, desvirgándola y había dejado su semilla en mí. Todavía no parecía arrepentido, sino me seguía mirando deseoso. Miraba con deseo de hombre a esa mujer que encendía la pasión de los machos y no me miraba como debía de ser, como si fuese su hermano. Allí estaba yo, sollozando porque ya no me quedaban lágrimas, desnuda, con las tetas sobadas y la entrepierna rota de dolor y llena de semen. Y lo peor es que yo pensaba que la cosa se habría acabado. Pero mi hermano cogió una toalla de debajo de la cama y la pasó por mi coñito dolorido, secando los fluidos, dándome a entender que seguiría toda la noche, que limpiaba el semen para hacer sitio a más.

Esa noche fui el juguete de mi hermano hasta que se le pasó el alcohol a las tres horas y se quedó dormido y cansado. Tengo que decir que sí, que la primera vez dolió, pero ya después de tanto tiempo, me tuve que rendir al placer evidente que sentía. Y eso sí que fue mucho más vergonzoso, yo gritando como loca del gusto mientras mi hermano me follaba. Lo hacía muy bien. Me cogió bien el coñito varias veces, se corrió dentro de mí más veces, también me echó esperma en las tetas y me hizo chuparle el pene como un caramelo hasta que soltó el maldito semen de nuevo y me mojó la cara y el pelo sin avisar. Y allí se quedó él, dormido con el pene por fin flácido después de tantas horas de ejercicio, mientras yo, aunque también estaba cansada, miraba el techo con los ojos muy abiertos, con el semen de mi hermano resbalándome por toda mi superficie y sintiendo cómo se extendía dentro de mi intimidad dolorida.

Me levanté, pegajosa entera y fui a la ducha, me lavé bien fuerte el cuerpo y el sexo. Y lloré, lloré desconsoladamente, porque sabía que jamás se lo podríamos contar a mis padres, que destrozaríamos la familia si lo hacíamos, que era mejor olvidar. De manera que eso hicimos, aunque olvidar tampoco es que olvidásemos. Mis padres llegaron el domingo por la noche y se nos notaba el cansancio pero disimulamos. Y es que a partir de entonces, la mirada de mi hermano al mirar mi cuerpo ya no era censurada ni por él ni por mí.

Pasaron dos meses desde aquel acontecimiento donde había perdido mi virginidad con mi hermano, en casa el ambiente era solo de cordialidad entre él y yo; recuerdo era finales de junio y con ello las vacaciones de verano comenzaban, mis padres planeaban la salida de excursión mis hermanos contentos por querer ir a vacacionar un par de semanas, lo cierto es que yo continuaba con mi servicio social por lo que no iría, además de que tenía que trabajar. Seria a mediados de julio cuando mi familia partiría a su destino vacacional en realidad se iban con la familia durante dos un mes así que estaría solo o por lo menos eso pensaba, pero vaya sorpresa porque Antonio tampoco iría por que al igual que yo estaba prestando servicio.

Al siguiente día cuando nos disponíamos ir al servicio Toño me alcanzo en la calle y me tomo de la mano y asustada pegue un grito, tranquila hermana soy yo, me asustaste Toño lo sé, es que sabes, este, ummmm quiero que hablemos, de que Antonio, pues es que desde aquel día cambio lo nuestro, sé que hicimos mal pero la verdad es que siendo sincero sé que disfrutaste de aquel momento, y aunque somos hermanos al final somos hombre y mujer y lo que nos ha pasado es la atracción mutua. Perpleja de aquella situación sabía que tenía la razón pues yo también había hecho que mi propio hermano se fijara más en mí, aunque jamás pensé que el sería el primer hombre en mi vida.

En la parada esperamos nuestros carros para las escuelas en el transcurso solo pensaba que tenía mucha razón mi hermano y que yo también había hecho todo por encender y aumentar el libido, de solo pensar en eso me comenzaba a mojar pues sabía bien en mi inconsciente que a pesar de aquella noche había disfrutado aquella penetración.

La primera semana paso desapercibido pues nos concentrábamos en hacer nuestras cosas pero aquellas imágenes rondaban en cabecita logrando mojarme con cada pasaje que en mi mente evocaba. Por fin el primer fin de semana de aquellas vacaciones había llegado, ese día ni siquiera fui a trabajar o más bien no tenía ganas así que salí a dar una vuelta estuve deambulando por unos cuantos minutos, mirando a cada rato el reloj, hasta que me detuve frente a una vidriera. En eso escucho una voz tras de mí que me saca de mis disquisiciones: Ese conjuntito negro te debe quedar excelente, recién en ese momento caí en que estaba frente a la vidriera de un local de lencería. ¿Te parece? fue lo que salió de mi boca antes de cualquier otra reacción. El tipo que me había hablado, se sorprendió tanto como yo al escucharme. Por lo menos a mí me daría gusto si te lo viera puesto, ok, gracias, asentí y entre al local.

Sin saber quién me había dicho eso me puso a mil al saber que no solo los hombres de mi familia me deseaban comprándome el mismo conjuntito negro que aquel desconocido me había recomendado, eso sí, lo compré un talle más chico para que me quede mejo. Pague con la tarjeta y salí del local con mi coqueta bolsita con la marca de la lencería. Aquel hombre seguía dando vueltas por ahí haciéndose el que esperaba el colectivo. Me acerque a él y mostrándole la bolsita le dije: ya está, compre el que me dijiste, ahora necesito que alguien me dé el visto bueno.

Aquel hombre alzó la mira y vaya sorpresa mi hermanito detrás de todo esto me miro de arriba abajo, devorándome con la mirada, y dijo: Para eso estoy yo, bueno, espero no te dé un infarto me sonreí a la vez que con un gesto le indicaba que me acompañara.

Sin hacerme esperar se salió de la fila de la gente que esperaba el colectivo y me siguió. Eso era lo que necesitaba, ni más ni menos que un pito y mejor si era el de mi hermano. Ya se sabe, una buena cogida cura todos los males, te mejora el ánimo, te levanta la autoestima, en síntesis, te lleva a la gloria, y en ese momento tan especial, un bien pito era lo único que podría tranquilizarme, bueno, en realidad no uno, sino unos cuantos.

Como estábamos de la casa pero aquella sensación tan extraña hizo que buscáramos un hotel de la zona mejor que cualquier guía especializada, fui yo la que eligió el lugar. Uno común y corriente, de esos que se encuentran escondidos y casi como en la clandestinidad, me excitaba la idea de estar con aquel desconocido en un lugar como ese, tan marginal, en el cuál, además, nunca había estado. Entramos, como todo caballero pagó el turno, mientras caminábamos por el pasillo tenuemente iluminado por una frágil luz rojiza y aromatizada con el típico aroma de todo cinco letras que se percibe, me acarició la cola y me susurró al oído: Hoy es mi día de suerte. Le devolví la caricia, palpando lo que portaba entre las piernas y al sentirlo, repliqué: ummmm el mío también.

Ni bien entramos a la habitación, le pedí que se pusiera cómodo y me fui directo al baño. Cerré la puerta para que no espiara, me desnudé por completo y me puse el conjuntito de lencería que había comprado. La verdad que parecía que en vez de un talle, eran dos talles menos, me quedaba súper ajustado, las tetas se me desbordaban por todos lados, y la tirita de la tanga se me metía bien adentro de la concha. Era un Baby Doll de tul y encaje con cinta de raso morada, la verdad un encanto, no se podía decir que mi hermano tuviera mal gusto. Cuando volví a la habitación, él ya estaba desnudo, en la cama, manipulando una erección que confirmaba mi acierto de un rato antes: ese también era mi día de suerte. ¿Y, que te parece? le pregunté dando una vueltita cual modelo de lencería erótica. Increíble, te queda espectacular- exclamó mirándome fascinado. ¿En serio? Bueno, es tu gusto, te dije Valery que te iba a quedar estupendo. Te voy a pegar una linda cogida, y de un salto vino hacia mí y me abrazó, frotándome su verga por todo el vientre. Como era más alto que yo tenía que agacharse para hacérmela sentir justo ahí. ¡Mmmm…!-suspiré al sentirlo ¿Me vas a coger mucho? Todo lo que quieras.

-Entonces sí, quiero que me cojas mucho le aseguré agarrándole la verga con una mano y mientras se la frotaba adelante y atrás, le di un beso cargado de morbo y excitación, nuevamente la lujuria se apoderaba de nosotros sin importar que éramos hermanos ni mucho menos de lo que ya habíamos pasado.

Nos besamos por un largo rato, mordiéndonos los labios, chupándonos las lenguas, sin dejar de tocarnos, disfrutando de las pasionales pulsaciones de nuestros cuerpos. Luego del beso desató la cinta de raso, y deslizó el Baby Doll por sobre mis brazos, disfrutando la radiante aparición de mis pechos. El conjuntito de lencería cayó al suelo, quedándome solo con la tanga de encaje puesta. Volvió a mirarme de arriba abajo, comiéndome, o mejor dicho, “cogiéndome” con la mirada y metiéndome tremenda mano entre las piernas comenzó a “comerme” en una forma mucho más efectiva. Empezó con mis pechos, a los que brindó una atención especial, a la vez que sus dedos eludían la tanguita y efectuaban su labor ahí abajo. Me pasaba la lengua alrededor de los pezones, me soltaba una escupidita justo sobre el botón y metiéndose buena parte del pecho dentro de la boca, me lo succionaba con frenesí.

Que mi hermano me chupe las tetas, me las mame en esa forma, me enloquece, por lo que echando la cabeza hacia atrás solté una exhalación de placer, a la vez que lo agarraba de los pelos y lo “obligaba” a seguirme mamando de esa manera. Su respuesta fue meterme los dedos más adentro todavía. Yo seguía aferrada a su verga, como si sostenerme de esa erección dependiera mi vida, por lo que de a poco fui bajando, hasta quedar frente a frente con mi objetivo, de rodillas, casi en absoluta sumisión, dispuesta a entregarle a mi hermanito la prueba de sometimiento más extrema que pueda brindarle una mujer a un hombre.

Sin soltarla, comencé a besársela por los lados, evidenciando mi entrega y redención. Debido a la dureza que ostentaba, la piel se tensaba al máximo, casi al borde del desgarro. Me encantan esas pijas que exhiben su virilidad en todo su entorno, hasta las bolas se notaban llenas, se las tocaba y las sentía duritas, entumecidas. No pasó mucho para que empezara a chupársela con suma delectación, por lo que sin demora alguna ya le estaba brindando una mamada en toda regla, como semejante obra de arte se merece. Escuchar gemir a un hombre, suspirar, estremecerse por la chupada de verga que le doy es mi mayor recompensa.

Nada me reconforta más que esos suspiros, saber que Toño está gozando por lo que yo le hago. Parecía que convulsionaba por la forma en que se estremecía. Le chupé y lamí las bolas largo rato, sintiendo en ellas la irresistible ebullición del placer. Acto seguido procedió a devolverme atenciones. Me puso de espalda contra el colchón, yo misma me saque la tanguita, preparándome para lo que de inmediato habría de venir. Me abrió de piernas y entró a chuparme la concha con el mismo entusiasmo y frenesí con que yo lo había atendido a él. Me dejo la concha a punto de caramelo, temblando de excitación, lista para metérmela, y eso fue precisamente lo que hizo.

Se puso condón, se acomodó encima de mí y apoyando la punta justo en la entrada, entre los labios, me la metió. Solté un ahogado gemido al sentirla adentro, recorriendo con su pronunciada curvatura todo mi caliente y húmedo interior. Me llenó toda con un solo movimiento, y ahí mismo, en la tradicional pose del misionero, empezó a cogerme con un ritmo por demás intenso y sostenido. Yo cerraba mis piernas en torno a su cintura, empujándolo más contra mí, ansiosa por sentir esa curva rasparme el clítoris. A la vez que me cogía, nuestras bocas mantenían su propia batalla, nos besábamos, nos chupábamos, nos lengüeteábamos, nos mordíamos, sin dejar de movernos en esa forma que nos aseguraba una penetración plena y absoluta. En cuatro también me hizo sentir esa comba en una forma que me desquiciaba. Me agarraba bien del culo y me la mandaba a guardar toda entera, con empujones firmes y certeros, haciéndomela sentir en toda su extensión. Era alucinante sentirlo entrar con esa fuerza, con ese vigor, con ese poderío, cada ensarte era un golpe al corazón, un mazazo que me repercutía hasta en el alma.

-¡Ahhhhh… sí… así… ahhhh… cogeme… ahhhh… toda… la quiero toda…! le pedía entre jadeos y espasmos, echando la cola bien para atrás, disfrutando todas y cada una de sus embestidas. Teniéndome ahí de perrita, me la dejo clavada adentro, palpitando furiosamente y arrastrándome con él me puso de costado, para seguir bombeando con más vehemencia todavía.

Me le subí encima, a caballito, poniéndole mis pechos justo frente a la cara. Me acomodé yo misma la verga en la entrada, y fui bajando de a poco, despacito, ensartándome cada pedazo como si fuera la primera vez que lo sentía. Cuando volví a tenerlo todo adentro, grueso, duro, potente, curvado, eché la cabeza hacia atrás, exhalé un profuso suspiro de placer, y empecé a moverme atrás y adelante, atrás y adelante, decidida ahora sí a hacerlo acabar. Desde abajo el me acompañaba agarrándome bien fuerte del culo y chupándome las tetas, mordiéndome los pezones, evidenciando con cada gesto, con cada suspiro, que ya se estaba aproximando al final. Me senté entonces prácticamente en él, y empecé a subir y bajar, intensificando el ritmo con cada sentada, guiándolo cual amazona salvaje hacia un polvo brutal y violentísimo, podía sentir los lechazos golpeando contra la contención del látex, llenando hasta el límite la capacidad del mismo. Nos besamos furiosamente, más que besarnos, nos comíamos las bocas, agradeciéndonos mutuamente el momento vivido… y gozado.

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