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Mi mujer, el culo de mi suegra y el mío

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Pues, vale, te lo cuento.

En realidad, cuando Helena, mi mujer, me propuso montar un trío con su madre (exactamente con su madrasta) pensé que me estaba contando un chiste o que quería tomarme el pelo. Pero la tercera vez que repitió que “lo decía en serio”, dejé de reír y de burlarme y me sentí completamente desconcertado.

‒Desde la muerte de papá, lleva más de un año viuda, “consolándose” a base de dedos y dildos... ‒argumentó y, luego, sonriendo con cierta picardía me confesó algo chocante: ‒No pensaba contártelo, pero, después de cargarnos de gin-tónics, un par o tres de veces, yo misma he compartido sus “consolaciones”...

Y, sin dejarme asimilar su revelación, me dijo que no pensase que había cometido incesto, porque Pilar era su madrastra. Aunque ella la llamaba “mamá”, no era su madre. Por tanto, técnicamente no había incesto.

‒Pilar tampoco lo piensa ‒concluyó‒. Además, tanto nos da... Lo hemos hablado. Me explicó que, con papá, habían llevado a cabo varios tríos e intercambios.

Así, de manera directa, Helena me informaba de la capacidad y de la experiencia sexual de su madrasta, mi suegra. Y, aparentado un tono de normalidad, precisó:

‒Lo hemos hablado... Ella está de acuerdo.

Estábamos en la cama, después de un polvo fantástico. Mi libido, pues, se hallaba en plena pausa de resolución. Pero te confieso que la idea de una buena jodienda con Pilar me ponía un montón. Con todo, no lo veía muy claro.

‒¿Estás segura de lo que propones? ‒requerí.

‒Sí, claro... Después de todo, nos hemos montado tríos con amigos y amigas muy íntimos...Y con tu prima...

En efecto, con mi prima hermana, una “cincuentañera”, muy caliente y folladora. Durante un fin de semana nos montamos una orgía desenfrenada. ¡Dios, qué trío!

‒Tenemos que repetirlo ‒se me escapó.

Pero Helena seguía con lo suyo.

‒Después de todo, no está tan mal ‒aseguró‒. Y es una calentorra de mucho cuidado. Lo sé por experiencia.

No, no estaba mal Pilar, a sus años. Era una sesentona muy atractiva, con unos labios besucones, unas tetas apetecibles, y un culo espléndido. Me la imaginé desnuda y noté un amago de erección. Realmente tenía un buen polvo, Pero era la madre de Helena, era mi suegra. Pensar en los tres en cueros en una cama y disfrutando del sexo me descolocaba. Pero, incesto o no incesto, inevitablemente también me excitaba.

‒¿Seguro que ella está de acuerdo? ‒insistí.

‒Desde luego que sí... Es más, casi ha sido idea de ella... Sabes que te aprecia y, yo diría, que en todos los aspectos.

Por lo visto, la cosa ya estaba decidida. La verdad es que la idea no me disgustaba en absoluto. Mi mujer lo intuía, porque me dio un beso largo, profundo, lujurioso.

‒¿No te da morbo? ‒me dijo‒. A mí, solo imaginarte follando a mamá me pone supercaliente.

Comprendí que se trataba de un especial capricho de Helena (quizá también de Pilar). Y los caprichos sexuales, de mi mujer o míos, siempre se terminaban realizando. Así que me hice una rápida composición de lugar, que ciertamente me puso muy cachondo y acepté la propuesta con un escueto “vale”.

En realidad, Helena y Pilar, de antemano, estaban seguras de que aceptaría, porque incluso habían preconcebido un plan de encuentro. Plan que seguí estrictamente.

Acordamos que una tarde mi suegra me esperaría a tomar el té, sola en su casa. Helena llegaría después, para cenar, y luego montaríamos el trío.

Según Helena me dijo, Pilar quería estar un tiempo conmigo a solas para conversar e “ir preparando el terreno”.

Así que la tarde indicada llegué preparado a casa de mi suegra. Ella me esperaba enfundada en un chándal azul y con una sonrisa encantadora. Naturalmente, tomamos té sentados en el sofá de la sala de estar. Y en un momento dado, me preguntó qué opinaba de ella.

‒¿En qué sentido? ‒le dije para ganar tiempo mientras lo pensaba.

‒En todos... Pero, querido, espero que seas sincero,

‒Ya sabes cómo te aprecio... como te quiero...

‒¿Me quieres...? ‒sonrió‒ ¿Helena te ha explicado...?

‒Sí, me lo ha explicado... Eres una mujer muy sexy... ‒y decidí entrar en el asunto a fondo‒. Sinceramente, muy sexy, con esos labios, esas tetas... ¡y ese culo espléndido!

Pilar soltó una sonora carcajada,

‒¿De verdad, querido, te gusta mi culo?

‒No sabes la de veces que se me levanta cuando me fijo en tu culo... ‒me crucé de piernas para aliviar la erección, mientras farfullaba: ‒Como ahora.

‒¡Vaya, vaya, vaya! ‒exclamó, mientras se me iba aproximando en el sofá hasta prácticamente quedar pegada a mí. Entonces desplegó su sonrisa y deslizó:

‒Quiero verla, querido.

La miré y vi tal convicción en su mirada que automáticamente me bajé la cremallera de la bragueta, agarré la polla dentro del bóxer, y la saque afuera, dura y erecta en todo su esplendor.

‒¡Dios!¡ Qué alegría, querido! ‒profirió Pilar‒. Me lo había dicho Helena, tu mujer... Pero, ¡Dios mío!, qué pedazo de carne apetitosa... ‒ironizó

Durante unos segundos mantuvo su vista sobre mi polla, pero enseguida, ni corta ni perezosa, se lanzó sobre ella, se la metió en la boca y me hizo una mamada de campeonato.

Te aseguro que hacía tiempo que no tenía un ataque de goce tan rápido y profundo. La tía se había apoderado de mi polla y la chupaba y rechupaba con entusiasmo. Me hacía sentir agudos chispazos de placer que iban en aumento a cada mamada. No me daba cuenta, pero yo debía jadear fogosamente, para que Pilar detuviese su felación y, sonriendo, apuntase retóricamente:

‒Te gusta, ¿eh?

Sin esperar respuesta, se puso en pie frente a mí, me tomó de la mano y me hizo levantar del sofá.

‒Vamos a mi cuarto, querido, Estaremos más cómodos ‒indicó.

La seguí, con la polla tiesa, cimbreante y ensalivada, intentando reponerme de la brusca interrupción de la mamada. Ella, camino del dormitorio, se despojó de la chaqueta del chándal, soltando así un par de gordas tetas, algo caídas, con oscuros pezones túrgidos. La verdad es que ya las había visto en verano, en la playa. Pero ahora, con el morbo de la situación, me resultaban más voluptuosas, más excitantes.

‒¡Joder, qué tetas! ‒solté mientras intentaba magrearlas.

‒¡Espera! ¡Espera un momento! ‒me paró Pilar, escabulléndose de mi manoseo.

Al entrar al dormitorio, se quitó finalmente los pantalones del chándal y se quedó quieta, completamente desnuda, como esperando mi aprobación. La vi allí delante, sonriendo, y mi mirada pasó de golpe de las tetas a la raja de su coño depilado, comprimido por unos muslos anchos y poderosos. Se giró un momento para retirar la colcha de la cama, y exhibió su culo de nalgas grandes y mullidas, un hermoso culo de veterana.

A toda prisa, me quité camisa, pantalones, calcetines y bóxer y me quedé en pelotas, con la polla, firme y tiesa, y los cojones llenos a tope.

Pilar me aguardaba tumbada de espaldas en la cama, Yo, sin espera, me puse a sobarle las mamas y a chuparle los pezones. Ella comenzó a gimotear y, entre suspiros, me preguntó:

‒¿Te gusto?

‒¡Con locura, cariño! ¡Me gustas con locura, Pilar! ¡Y te quiero follar! ¡Y te voy a follar...!

‒¡Sí, sí...! ¡Fóllame, fóllame fuerte!

Entonces, me encaramé de un salto a la cama, la abrí de piernas y me aboqué sobre su coño maduro que estaba mojadísimo. Le metí la lengua entre sus labios menores y, lamiendo, la hundí en su vagina cuanto pude. Enseguida la saqué sin dejar de lamer y se la volví a hundir. Repetí la maniobra tres o cuatro veces. La oí gemir de gusto y pasé a hociquear en su clítoris. Lo chupé, lo lamí, lo sorbí, a veces lentamente, a veces acelerando, pero sin pausa.

Cuando sus gemidos fueron más ruidosos, me arrastré por la cama para, con toda la furia de mi excitación, clavar mi polla en aquel coño empapado de fluidos y saliva.

‒¡Oh, sí, sí! ¡Fuerte, fuerte! ‒reaccionó ella‒ ¡Así, así! ¡Jódeme! ¡Fóllame!

La verdad es que nunca hubiera imaginado que mi suegra fuese tan caliente.

Parecía disfrutar a tope con cada una de mis penetraciones en su chocho jugoso. Esa actitud estimulaba mis ganas de follarla a fondo. Cada embestida de mi polla era acogida con implacable lascivia por su chumino amplio y confortable, y me hacía sentir por todo mi cuerpo una gozada irresistible que iba aumentando hacia un orgasmo inevitable.

De pronto, Pilar dejó de gemir y jadear.

‒Quiero que me llames puta y me hagas guarradas ‒me pidió.

‒Bueno, yo... ‒desconcertado, saqué la polla de su coño, sin saber que decir.

‒¡Llámame puta! ‒insistió, mientras, tumbada de espalda, levantó las piernas, sosteniéndolas con las manos en sus muslos, y se plegó un poco sobre su cintura para mostrar así no sólo su chocho, sino también el ojete de su culo.

‒¡Llámame puta y hazme guarradas! ‒volvió a pedirme‒ ¡Hala, tío, fóllame el culo!¡Me vuelve loca que me follen el culo!

Automáticamente me fijé en su ano. En la posición que me lo enseñaba, era un agujero algo amplio, de bordes limpios, lisos, y aparentemente elásticos. Sin duda era un ano muy habituado a la sodomía.

‒¡Vamos, vamos! ‒me apremiaba mi suegra.

‒¿Tienes a mano algún condón? ‒le dije.

‒¿Para qué? ¡A pelo, tío, a pelo!

Así que mojé la lengua en el fluido salobre que resbalaba de su coño y, con un par de lametones, le humedecí convenientemente el ano. Luego, escupí un par de veces sobre los bordes del agujero y, con la punta de la lengua, fui extendiendo la saliva por fuera y por dentro del ojete. A continuación, le metí un par de dedos y maniobré dentro con intención de dilatarle el ano.

‒¡Oh, sí! ¡Oh sííííí...! ‒ iba aprobando ella entretanto,

Enseguida, le metí un tercer dedo. Al comprobar la facilidad con que entraba y se movía dentro, comprendí que era un culo con mucha experiencia y decidí sustituir los dedos por mi cipote.

Primero, apoyé la punta del capullo sobre el ojete. Con precaución, lo fuí hundiendo poco a poco culo adentro hasta cerciorarme que entraba cómodamente.. Entonces, de un golpe le metí el cipote entero hasta los cojones. Pilar soltó un grito repentino y sentí el apretón de su esfínter. Me quedé inmóvil, indeciso, aunque manteniendo la enculada. Enseguida ella me sonrió, mientras relajaba su esfínter, y me exigió autoritariamente que la sodomizase.

‒¡Sí, sí! ¡Menéate, tío! ¡Embísteme a fondo! ‒me ordenó‒. ¡Fóllame! ¡Soy tu puta! ¡Machácame el culo!

La obedecí de inmediato. Me puse a bombearle el culo pausadamente. Pero al notar que mi polla penetraba sin apenas resistencia, aceleré el bombeo. Muy pronto sentí agudos trallazos de placer que iban encendiendo mi lujuria. Y comencé a adorar y a disfrutar (“¡Joder, qué culo...! ¡Qué guuusto, joder!”) de ese culo de mi suegra que me auguraba una gozada final fastuosa.

Pilar, por su parte, se estaba masturbando. Se metía los dedos en el chocho o se palmeaba y se acariciaba el clítoris. Resoplaba, gemía o soltaba grititos de placer o de dolor. Realmente estaba excitadísima. Posiblemente al borde de un orgasmo.

De pronto, me gritó con furia:

‒¡Así, así! ¡Me gusta! ¡Me gusta! ¡Así, asíííí... hijoputa!

Estimulado por el desenfreno de Pilar, reaccioné dándole sin tregua.

‒¡Córrete, hijoputa, córrete yaaaa! ¡Lléname el culo de leche! ¡Ya, tío, yaaaaa! ‒seguía gritándome ella.

Cada vez le metía la polla más deprisa, más deprisa, más deprisa... Y me puse a resollar. Y tal vez a maldecir. Y a llamarla “puta cachonda” y al mismo tiempo a asegurarle que tenía un puto culo divino. Hasta que llegué al instante que un placer irresistible y doloroso se apoderó de todo mi cuerpo y paralizó mi voluntad.

Pilar debía intuir que estaba a punto de venirme, porque me gritó:

‒¡Córrete dentro de mi culo, hijoputa! ¡Suelta la leche!

Inevitablemente me corrí enseguida. Me corrí con la polla empotrada dentro del culo de mi suegra. Me corrí eyaculando toda la leche de mis cojones en su recto. Me corrí disfrutando de un placer violento que casi me hizo perder la noción de las cosas momentáneamente.

Seguramente Pilar también se había corrido porque había dejado de masturbarse. Permanecía inmóvil, con los ojos entornados. Sentí la necesidad ineludible de besarla. Me derrumbé sobre su cuerpo y la besé. La besé apasionadamente, con mi lengua revoloteando dentro de su boca. Y ella, con la misma pasión y revuelo de lengua, me devolvió el beso.

Cuando bajé de la cama tenía la polla pringada de semen. Pilar, que se había quedado tumbada de espaldas, al verlo, sonrió y se ladeó para enseñarme su ojete.

‒Mira ‒me dijo.

Lo tenía empapado de esperma viscosa que goteaba sobre la sábana de debajo.

‒¡Joder! ‒exclamé y nos entró risa a los dos.

‒¿Te ha gustado darme por el culo? ‒me soltó con cierta sorna.

‒Ha sido de alucine... Cariño, tienes un culo de lujo.

‒Es mi punto débil... ¿No te lo ha contado Helena? Me la han metido casi más por detrás que por delante... ‒bajó de la cama sonriendo‒. ¿No te lo ha contado tu mujer? Quien me toca el culo, me folla el culo ‒por su tono de voz parecía que me estaba explicando una travesura‒. Tío, cuando veo a alguien follando un culo de una mujer, de un gay, de un trans o de lo que sea, me pongo supercachonda.... Aunque sea con un arnés, como el que yo tengo... ¿No te lo ha contado Helena?

Sacó un par de toallitas húmedas del cajón de una de las mesillas de noche. Se limpió, con una, el semen de los muslos y del trasero y me ofreció la otra para que me quitase el pringue del pene.

‒Tienes una polla muy rica, querido ‒profirió; y dándome un par de azotes en las nalgas, concluyó: ‒y un culito muy guapo... ¡Hala, vamos a la ducha!

Nos duchamos juntos enjabonándonos a la recíproca, sobándonos libidinosamente y jugueteando como un par de adolescentes. Como era de esperar con tanto retozo, a mí se me levantó la polla y Pilar se puso muy cachonda. Y hubiésemos follado allí mismo, en la ducha, de no haber aparecido Helena que acaba de llegar.

‒¡Vaya! ¡Veo que ya os habéis presentado! ‒exclamó jocosamente, mientras Pilar y yo nos envolvíamos en sendos albornoces.

Cenamos la comida japonesa que Helena había traído. Estuvimos haciendo bromas sobre la situación, durante la cena. Pero no fue hasta cuando tomábamos café y licores que la cosa se inició.

En un momento dado, mi mujer se acercó a la butaca donde yo estaba arrellanado y me besó con arrebato, mientras me desabrochaba el albornoz. Al instante, mi cipote saltó presentando armas. Nuevamente lo tenía erecto, duro, agresivo,

‒¡Dios, qué panorama más sugestivo! ‒profirió Pilar que estaba sentada enfrente, en el sofá.

Mi mujer, por su parte, me hizo unas carantoñas masturbatorias y, dirigiéndose a su madre, le preguntó: ‒¿Te lo has pasado bien ?

‒Como un putón verbenero... Nena, tu marido es un tío estupendo... con una polla estupenda.

‒Tu mamá es una calentorra de mucho cuidado ‒me sentí obligado a intervenir en plan socarrón‒. ¡Y menudo culo!

‒¡Vaya! ‒exclamó Helena, sonriente‒. Ya lo has catado, ¿no, cariño?

‒A fondo ‒le respondió Pilar que se había puesto en pie y se encaminaba hacia el dormitorio‒. ¡Hala! ¡Vamos! ‒nos invitó.

La seguimos de buena gana. En un santiamén, nos desnudamos y Pilar tomó la iniciativa azotando cariñosamente las nalgas de mi mujer, mientras le comentaba:

‒Nena, con un marido con esa polla, debes gozar de enculadas de miedo...Al menos yo, en tu lugar, tendría siempre el culo lleno de leche...

‒Mi culito también es mi punto flaco. Pero me gusta que me llenen de leche todos mis agujeros ‒explicó Helena.

Pilar soltó una gran carcajada.

‒¿Los tres a la vez? ‒inquirió.

‒En ocasiones ‒deslizó mi mujer‒. En alguna fiesta, alguna orgía... ¿Verdad, Alfred?

Hasta el momento, yo prudentemente había asistido a esos comentarios en silencio y acariciándome la polla para que no perdiese consistencia.

‒A veces... ‒susurré y, de inmediato, elevando la voz solté: ‒Yo solo sé que tenéis dos culos de vicio. Esta tarde me he tirado el de tu mamá y esta noche me tiraré el tuyo.

‒Bueno ‒concedió Helena‒, pero no ahora... Porque ahora... ‒abrazó a Pilar frotando sus tetas contra las suyas y le dijo al oído: ‒ Ahora te quiero comer ese chichi tan rico y cachondo que tienes...

‒¡Sí, sí! ‒profirió Pilar, zafándose del abrazo de Helena y subiéndose a la cama de un salto. Se tendió boca arriba con las piernas abiertas de par en par para facilitar el acceso a su chocho.

Helena gateó sobre la cama hasta alcanzar con su boca la vulva de Pilar. Comenzó lamiéndole muy despacio las ingles. Volvió a lamerla, pero casi rozando con la lengua el borde de los grandes labios del coño. A la tercera lamida, le alcanzó el clítoris con la punta de la lengua y mi suegra empezó a gemir. Entonces, le metió la lengua en la vagina y lentamente la fue sacando hasta volver alcanzar el clítoris con la punta. Repitió la maniobra tres veces más, mientras Pilar gemía, jadeaba y proclamaba que se iba a morir de gusto. Finalmente, terminó lamiéndole el coño reiteradamente, con succiones de clítoris.

Yo volvía a tener la polla tiesa y firme. El espectáculo lascivo que ofrecían madre e hija me excitaba terriblemente. Sentía unos deseos irreprimibles de intervenir activamente, pero dudaba de qué manera hacerlo. Dejé de masturbarme porque no quería correrme tan pronto. Finalmente, me decidí por magrear las mullidas mamas de mi suegra y chuparle sus gruesos y turgentes pezones.

Pilar, que se había entregado al placer que le daba Helena, apenas reaccionó. Sólo un leve estremecimiento y un ligero incremento de sus jadeos y bufidos ansiosos. Pero, de pronto, me atrapó la polla y, tirando de ella, me obligó a subir a la cama hasta que me tuvo arrodillado frente a su cara. Entonces, se engulló mi cipote y comenzó a mamarlo despacio. Acompañaba cada chupada con caricias que me hacían gozar sin tregua.

A las pocas chupadas, se me puso la polla muy tensa y muy dura y sentí por todo mi cuerpo un chisporroteo excitante. Pilar mamaba de maravilla como ya había comprobado por la tarde. Mucho más ahora, estimulada por el cunnilingus de Helena, que amorrada en el coño de su “mamá”, se lo estaba trabajando a fondo. Yo presentía los subidones de goce de mi suegra por la intensidad momentánea de sus mamadas que me hacían bramar de gusto.

En un momento dado, Pilar se incorporó hasta quedar sentada sobre la cama. Soltó mi polla, me agarró por las nalgas y me arrastró hacia ella. Durante unos instantes, se mantuvo inmóvil disfrutando de la gozada que le proporcionaba Helena, que seguía comiéndole el chocho.

Sin embargo, yo no estaba dispuesto a perderme el indescriptible deleite que me procuraban sus mamadas. Así que le metí la verga en la boca y la moví incitándola a que me la chupase. Pero ella permaneció pasiva y yo, decidido, comencé a follarle la boca despaciosamente. Pilar aceptó el cambio de felación a irrumación y aprovechó para acariciarme el perineo. Fue avanzando con sus caricias hasta alcanzar mi ano. Y entonces, al mismo tiempo que ceñía con los labios mi polla fuertemente, me metió un dedo en el culo.

Pasado el primer momento de sorpresa, las maniobras digitales que comenzó a practicar mi suegra en mi trasero me resultaron muy gratificantes. Enseguida, me sentí dominado por un deseo angustioso de alcanzar el orgasmo. Aceleré el vaivén follador en la boca de Pilar. Cada vez, la metía y la sacaba con más ansia y, cada vez, gozaba de arranques de placer más largos. Y Pilar, con sabiduría erótica, seguía apretando mi polla con sus labios. Aunque, a veces, se estremecía y relajaba un instante su presión, seguramente por los arreones de gusto que le daba la comida de coño de su hija.

Finalmente, con los dedos de mi suegra maniobrando dentro de mi culo y mi polla hundida en su boca, me vino esa necesidad ineludible de correrme. Y me corrí... Me corrí... Me corrí deliciosamente, eyaculando la leche dentro de la boca de mi suegra que la aceptó hasta el último chorro. Estuve vaciando mis cojones sintiendo un placer inaprensible que me mantuvo feliz y aturdido durante algunos segundos.

Al volver a la realidad, Pilar me estaba besando y llenando mi boca de mi propio semen que tenía un sabor dulzón. Cuando terminó conmigo, se fue hasta su hija, que también se había sentado sobre la cama. Le dio un profundo morreo y luego, riendo, le comentó:

‒Ya conoces el gustito: leche de tu marido.

A continuación le propuso hacer un 69 ”como los otros días”. Al instante, se tumbó en la cama, de espaldas, bien abierta de piernas, Helena se colocó encima, en posición invertida, con chocho chorreante de su madre al alcance de su boca, y el suyo, también muy mojado sobre la cara de esta. Y enseguida empezaron un cunnilingus recíproco

Era fascinante verlas lamiéndose dulcemente los clítoris, chupándose despacio los labios del coño, metiéndose las lenguas poco a poco en las vaginas, y oírlas jadear y gemir de gusto. A veces, la una o la otra alargaban sus lametones hasta terminar en el ano. Y Pilar, especialmente, iba ensalivando el ojete de su hija, quien también alcanzaba en ocasiones el de su madre.

Resultaba un espectáculo tremendamente excitante, magníficamente obsceno, maravillosamente pornográfico. Lo malos es que yo acababa de correrme y me hallaba en un profundo periodo refractario. Mentalmente estaba muy caliente, pero mi polla apenas se enteraba.

Así que decidí dar tiempo al tiempo. Me largué al cuarto de baño. Oriné. Me lavé la verga en el lavabo, Comprobé con el manoseo que había síntomas de pronta resurrección de la carne. Y, esperanzado, me fui a la sala de estar para tomarme un whisky mientras aguardaba esa resurrección.

Hasta allí se escuchaba el alboroto sonoro y las obscenidades con las que se estimulaban mi mujer y mi suegra. Desde luego, ya conocía, y me gustaba, la lujuria de Helena, pero me sorprendía, me parecía increíble, la cachondez de mi suegra. Lo más asombroso era su adicción al sexo anal, lo que nos abría posibilidades que, naturalmente, no íbamos a desaprovechar.

Sentado en una butaca, quitándome, con un buen whisky, el gustillo del semen tragado con el beso de Pilar y pensando en el pedazo de culo de mi suegra, comencé a sentirme rijoso. Recordé mi gozada de la tarde, corriéndome dentro de ese pandero y sentí que se me despertaba la libido. Me dije que sodomizar a Pilar era una fiesta que, en adelante, iba a celebrarla ciento de veces. Y me puse a acariciarme voluptuosamente la polla que ya se me estaba recuperando.

Me serví otro whisky, mientras del dormitorio me seguía llegando la algarabía que provocaban Pilar y Helena con su juerga sáfica. Gemían, gritaban, blasfemaban, se insultaban. Me las imaginé disfrutando libidinosamente de sus cuerpos. Me las figuraba besándose con pasión, sobándose las tetas, lamiéndose los coños, masturbándose los clítoris, trabajándose los culos, haciendo las tijeras, o el columpio o cualquier otra práctica excitante.

Pensando en ese probable panorama, sentí que volvía mi lujuria y que comenzaba a empinárseme el cipote. Visto lo cual, me terminé el whisky y regresé al dormitorio.

En la habitación me encontré a mi mujer tumbada de espaldas en la cama, con el pubis levantado por una almohada bajo las nalgas. Mientras ella se estaba masturbando clitorianamente, su “mamá” le iba follando el culo con un consolador que era una polla larga, gorda y negra.

‒¡Disfruta, nena! ¡Disfruta de tu culete, cariño! ‒la estimulaba Pilar, que parecía muy enardecida sodomizándola‒. ¡Mi “negrito” te va matar de gusto, putarrona!

‒¡Ooooh, sí! ¡Ooooh, sí! ¡Oooooh, síííí! ‒iba aprobando Helena, con un jadeo hondo, rítmico y creciente.

Ver a mi mujer y a su madre, en pleno jolgorio lésbico, gozando lascivamente, me excitó a tope. Se me puso la verga sólida y agresiva y sentí la necesidad ineludible de participar en esa fiesta sexual.

Así que me subí a la cama de un salto y, más o menos en posición del misionero, envainé toda mi polla dentro del coño empapado de Helena. De inmediato, comencé a follarla impetuosamente. Me puse a hundir con furia el cipote en su vagina para sacarlo enseguida y volvérselo a meter sin concesiones. Y así una y otra vez... una y otra vez... una y otra vez... Helena, que continuaba con el negro consolador metido en el culo, respondía a mis penetraciones con resuellos, gritos, y fuertes afirmaciones de goce.

Como siempre, el chocho de mi mujer era mi fiesta. Cada embestida que le dada, me provocaba espasmos de placer que aumentaban mi deseo y me hacían perder el control de mis sentidos. Me incliné hacia delante para frenéticamente morrearla, y magrearle las tetas, y chuparle los pezones.

En esa posición, mantenía mi culo un poco en pompa, cosa que aprovechó mi suegra para sobarme las nalgas. Sin embargo, yo estaba tan profundamente concentrado en joder y gozar como un íncubo que casi no presté atención a esas maniobras. Ni siquiera cuando noté que me lubricaba el ano con espray, crema o saliva. Pero, luego, sucesivamente me fue metiendo y agitando dentro del culo hasta tres dedos. Entonces recibí un subidón de placer (“¡Aaah...! ¡Joder, qué bueno! ¡Jodeeeer!”) que me puso al borde del orgasmo.

Pero, súbitamente, sentí un dolor agudo mientras algo duro me taladraba el ano y se iba metiendo culo adentro.

‒¡¡Mieeeerda!! ‒aullé azuzado tanto por el dolor como por la sorpresa. Giré la cabeza y, por un espejo en la pared, vi a mi suegra, que llevaba un arnés con un pollón que había comenzado a hincar en mi ojete.

‒¡Cabrona! ‒le grité, fastidiado porque me había frustrado el inminente orgasmo.

Y ella, de un golpe, me hundió sin piedad aquel artilugio entero en el culo. Sobresaltado y dolorido solté un fuerte aullido que enardeció a mi suegra. Lanzó un excitado bufido y se puso a follarme implacablemente con ese consolador.

‒¡Aaaah...! ¡Qué culazo, hijoputa! ¡Aaaah...!¡Qué gustazo, hijoputa! ‒clamaba.

Me sentí poseído, violado, a merced de la furia lujuriosa de Pilar. Pero, extrañamente, al mismo tiempo, lleno de una lascivia incontenible. Mientras mi suegra me daba por el culo sin contemplaciones, yo, a mi vez, jodía a mi mujer frenéticamente. A cada embestida de ese pollón de látex hasta mi recto, yo respondía con una follada a fondo del coño de Helena. Así que empecé a gozar de una bárbara mezcla de dolor y placer que apresuraba mi llegada al orgasmo.

Helena, por su parte, gemía, jadeaba, se reía.

‒¡Así, asííí...! ¡Más fuerte, más fuerte, hijoputa! ¡No pares, no paaaares...! ‒me pedía a gritos. O azuzaba a su “mamá”: ‒¡Dale, dale...! ¡Rómpele el culo! ¡Dale, dale! ‒vociferaba.

Las acometidas de Pilar iban en aumento y me obligaba a follar salvajemente a mi mujer para compensar. Estaba tan excitado y ansioso que me costaba respirar. Resoplaba y bufaba sin parar, con el culo torturado y la polla endurecida. Hasta que, muy pronto, sentí la necesidad urgente de liberar la tensión libidinosa que dominaba todo mi cuerpo. Y nuevamente me corrí... Me corrí bramando de gusto. Me corrí eyaculando con placer y gozando de un orgasmo poderoso, que me mantuvo, durante unos instantes, por encima de todas las cosas.

Helena celebró mi corrida con un “disfruta, hijoputa; cariño, disfruta” y acelerando su masturbación clitoriana. Y mi suegra, respetando mi eyaculación, con una pausa en la sodomía, para acto seguido volver a follarme el culo con su violencia habitual.

Así que, con la polla desentumeciéndose dentro del chocho de Helena y el trasero lastimado por el dildo de Pilar, apenas pude disfrutar del placer del orgasmo. Durante un rato, que a mí me pareció un siglo, aguanté pasivamente la masturbación de mi mujer y la sodomía desmadrada de mi suegra. Por suerte, cuando había decidido sacarme de encima a Pilar y abandonar a Helena en pleno pajeo, esta se estremeció y se cerró de muslos, exprimiendo así lo que aún quedaba de mi polla fofa dentro de su coño. Entonces, soltó un “uuuuy” largo y profundo, y se corrió riéndose y proclamando “¡Oooh, Dios, qué guuuustoooo...!”

Pilar respetó también el orgasmo de su hija, deteniendo unos instantes mi sodomía. Pero enseguida me folló de nuevo, hundiéndome con fuerza el pollón de látex hasta el recto, sin compadecerse de mis quejas de dolor.

Afortunadamente, esta jodienda violenta de mi suegra duró muy poco. De pronto, profirió un grito indescriptible, mientras me enculaba otra vez a fondo, y retrocedió, liberándome totalmente del coito anal.

‒¡Qué culo, tío! ¡Qué culazo más estupendo! ‒exclamó, mientras se dejaba caer panza arriba en la cama.

También yo, soltándome de mi mujer y con la verga pringada de semen, me tumbé en la cama junto a mi suegra que seguía ataviada con el arnés. Entonces, desde más cerca, advertí que se trataba de un juguete de doble penetración. En contraposición al pollón de látex, estaba dotado con otra polla menor que Pilar tenía aún hundida en la vagina. Por eso la muy zorra disfrutaba tanto jodiéndome el culo.

‒¡Uuuf! ¡Fantástico!‒celebró Helena‒.Ha sido fantástico.

‒¡Oh, sí, nena! He disfrutado como una puta guarra ‒le aseguró Pilar, riñéndose mientras se despojaba del arnés.

Las dejé con sus comentarios y carcajadas y me fui al baño para aliviarme en el bidet el trasero que tenía dolorido y con el ano irritado. Estuve casi un cuarto de hora con el culo remojándose en agua caliente y asombrado, de nuevo, por el furor uterino de mi suegra y su afición desmedida a las sodomías.

Finalmente, me fui al comedor; tomé tres copas y la botella de cava brut nature que habíamos descorchado durante la cena, y volví a la habitación.

Encontré a Helena y a Pilar entreteniéndose con sus móviles. Acogieron alegremente la aparición del cava. Estuvimos brindando por un montón de chorradas y haciéndonos varios “selfies” pornosatíricos.

En un momento dado, no sé cómo nos convenció Pilar para hacernos una foto especial. A su solicitud nos colocamos arrodillados sobre la cama, y mostrando nuestros culos a su móvil con temporizador.

Realmente, resultó una fotografía apaisada muy sugerente, con el gran trasero de Pilar dominante en el centro, y el de Helena y el mío a cada lado. Y Pilar, a través de la red, la ha ido mandando a un grupito íntimo de amigas y amigos, a modo de proposición. Por eso, también tú la has recibido.

Por cierto, ¿qué te parecen nuestros ínclitos culos?

por Werther el Viejo

(9,81)