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La vida sexual de Sara
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Tiempo de lectura: 15 minutos

Mi nombre es Sara, tengo 36 años. No he sido madre, aunque tengo un hijo y una hija de mi segundo matrimonio, a los que adoro. Soy morena, atractiva, con todo bien puesto, buenas tetas, buen culo… Soy, según dicen, una mujer de bandera.

Os voy a hablar un poquitín de mi vida sexual.

LA MASTURBACIÓN

A los 19 años me masturbé por primera vez. Fue en el aseo de una peluquería. La peluquera, una morenaza, estaba peinando a una mujer rubia, alta, de grandes tetas y culo de película, de esas que los hombres giran la cabeza al verlas pasar. Era la única clienta. Saludé y me senté. Había tenido suerte… Me tocaba después de la rubia, a la que le decía la peluquera:

-¿Por dónde iba?

-Por el semáforo.

-Era el semáforo de un paso de peatones. Yo estaba a punto de correrme. La gota que hizo rebosar mi coño fue una rubia, que estaba tan buena como tú, y que casi atropello si no freno bruscamente. Se acercó para llamarme la atención y me vio con las bragas en una pierna y la mano en el coño. A la sorpresa inicial, siguió una sonrisa. Sacó la lengua de su boca. Miró para la mano con la que me estaba dedeando, se lamió los labios, y ¡Pum! Me corrí. Tuve un orgasmo tan fuerte que me encogí y di con la cabeza contra el volante. Cuando acabé de correrme sentí los pitos de los coches que estaban detrás del mío y vi a la rubia alejándose. El semáforo ya había cambiado a verde.

-¡Quién me diera estar allí!

-Estabas, Margot, estabas.

La rubia, bromeó.

-Tienes buen gusto, Salomé.

-¿Cómo fue tú último homenaje?

-La última vez que me masturbé fue pensando en una jovencita que me mirara en un bar y que cuando miré para ella, bajó la cabeza y se puso colorada. Supe que le gustaba. Probablemente era un virguito al que su timidez no le permitía dar el siguiente paso, y yo, estando casada, sólo podía hacérselo dar con mi imaginación. Llegué a casa, me metí en el baño mediado de agua, con sus sales… Cerré los ojos y la vi desnuda, acaricié su clítoris, que se elevaba como un titán sobre su vulva, después, moví mis dedos de abajo arriba, desde mi ojete al clítoris, hice círculos con dos dedos sobre él, luego metí dos dedos en mi coño y acaricié mi punto V, ese agujerito por donde meamos, después acaricié mi punto G. Vi la cara de la jovencita. Metía su cabeza entre mis piernas y me lamía el coño. Aceleré los movimientos de mis dedos y me corrí como una loba.

La dueña de la peluquería, le dijo:

-Me acabas de poner a cien, Margot.

-Cuando acabes con la chica, si quieres cerrar…

-Cierro.

Cuando dejó de hablar sentí la humedad en mis bragas. Me fui al aseo y hice lo que decía ella que hacía. Me senté en la taza y mojé dos dedos con saliva. Busqué el clítoris que ella se tocaba y lo encontré a la primera. Deslicé dos dedos de abajo arriba… Hice círculos sobre él… Estaba empapadita… Metí un dedo en el coño y acaricié el punto Ú, que según dijera ella es el agujerito por donde meamos. Busqué el punto G y no lo encontré, o mejor dicho, no me dio tiempo a encontrarlo. A mi mente vino la cara de la rubia metiendo su lengua en mi coño. Sentí un hormigueo en todo el cuerpo. Comencé a temblar. Se me nubló la vista y un placer indescriptible recorrió mi cuerpo. Había tenido mi primer orgasmo.

Al salir del aseo, me dijo la peluquera:

-¡Vaya homenaje te has dado, bonita!

Me habían oído gemir. Bajé la cabeza y me sonrojé.

-¿Te importa volver mañana?

Sabía porque me lo decía. Me fui, pero si me llegan a pedir que me quedara a jugar con ellas, quedaría sin dudarlo una décima de segundo.

LAS GEMELAS

Mis abuelos vivían en el pueblo. Fui a visitarlos un verano y conocí a dos pastorcillas gemelas que se llamaba Manuela y Pilar, Pilar, la pobrecilla era muda… Nos hicimos amigas. Una noche dormimos las tres en la misma cama. Al ser verano la ropa de la cama sobraba, la ropa de la cama y la nuestra. Estando desnudas, me dijo Manuela:

-¿Nos hacemos un dedo juntas?

-¿Y si vienen tus padres?

-Nunca vienen. ¿Lo hacemos?

Las gemelas tenían un cuerpo muy delgadito, con pequeñas tetas y un culo pequeñito y redondito. Manuela se dio la vuelta y metiendo un brazo por debajo de su cuerpo se acarició en clítoris. Yo, que estaba en medio de las dos, hice lo mismo que ella. Me estaba acariciando cuando sentí una lengua lamer mi culo, le dije a Manuela, en bajito:

-Tu hermana me acaba de lamer el culo.

Parecía extrañada.

-¡¿No te gustó?!

-¿Qué pretende con eso?.

-Que te des la vuelta para comerte el coño y hacer que te corras.

Me picó la curiosidad.

-¡¿Lo hiciste con tú hermana?!

-Sí, nos ordeñamos mutuamente

-¿Pero las que se ordeñaban no eran las vacas?

Manuela, no me contestó. Habló con su hermana.

-Ven Pilar. Estas de ciudad…

Me di la vuelta y vi como Pilar comenzó a lamer el culo de Manuela, que dejó de acariciarse. Se arrodilló. Puso el culo en pompa. Abrió las piernas y dejó que su hermana le lamiese el coño y el culo. Viendo aquella escena me puse como una perra en celo. Metí dos dedos y comencé a masturbarme, muy lentamente…

Pasado un tiempo, vi a Manuela con su cabeza incrustada en la almohada para silenciar los gemidos de aquella inmensa corrida que le estaba sacando su hermana.

Al acabar de correrse se puso panza arriba, y me dijo:

-Deja que Pilar te haga correr.

-¿Qué diría la gente si se enterase?

-¿Y quién lo va a predicar, Pilar?

Yo estaba deseando sentir la lengua del Pilar entre mis piernas, pero lo disimulé, y le dije:

-Sólo un poquito, y si no me gusta paras, ¿vale, Pilar?

Pilar, asintió con la cabeza.

Me arrodillé, puse el culo en pompa. Pilar, a cuatro patas, volvió a lamerme el culo. Manuela, se puso detrás de Pilar y le hizo a ella lo mismo que me estaba haciendo a mí. Tres veces estuve a punto de correrme y las tres le quité el coño del alcance de la lengua a Pilar para seguir disfrutando de las caricias de su lengua. Me sentí sucia y me importó una mierda, es más, gocé de la sensación. A la cuarta vez que le quité el coño y le di el culo, Pilar, bajó la cabeza, siguió lamiendo y ya no pude evitar que me viniera. Le dije:

-¡Ay que me corro, Pilar!

Me respondió Manuela:

-Pilar, también.

Los ojos se me nublaron, y temblando, me derretí de placer.

PEDRO

Mi hermano Pedro, que era un chicarrón, una noche fría de invierno, estando mi madre con mi padre en el hospital, (se había roto una pierna) vino a mi habitación, y me preguntó:

-¿Puedo dormir contigo, Sara? Me muero de frío.

Levanté la manta y las sábanas, y le respondí:

-Ven. Yo tampoco consigo entrar en calor.

Se puso a mi espalda en posición fetal con un brazo rodeando mi cintura. Al ratito se estiró y sentí su polla tiesa entre mis nalgas. La mano del brazo que tenía en mi cintura subió hasta mis tetas y me las magreó. No le mandé parar. Al mover su culo hacia delante y hacia atrás y su polla rozar mi ojete, me puse tan cachonda que me dieron ganas de aullar como una loba. Levanté el camisón y abrí las piernas. Mi hermano sacó la polla del calzoncillo, me apartó las bragas para un lado y la quiso meter. No le entraba. Me di la vuelta. Le cogí la polla con la mano y al sentir el contacto ya se corrió. Le di un beso, y con el coño empapado, me volví a dar la vuelta para dormir, ya que oyera decir que los hombres al correrse se les baja la polla y ya no valen para follar, pero la cosa no era así. Al ratito, la polla de mi hermano estaba otra vez tiesa y buscando mi coño. Subí encima de él. Aparté la braga para un lado. Cogí la polla y la fui metiendo. Entró tan apretada que pensé que me iba a romper. No fue así… Al rato ya la polla me daba placer. Follé a mi hermano hasta que vi que se iba a correr, en ese momento se la saqué y se corrió fuera. No podía quedar con aquel calentón. Acaricié mi clítoris para correrme. Mi hermano, al ver cómo me hacía una paja, se pajeó conmigo y nos acabamos corriendo mirándonos a los ojos.

PAQUITA

Mi tía Paquita. Era una mujer de 40 años muy hermosa, morena y flacucha. Una tarde que estábamos haciendo entre las dos la cama de matrimonio de su casa. Recuerdo que me dijo:

-¿Ya te metió el soldadito, Braulio?

Le respondí:

-Me reservo para la noche de bodas.

-Pero te harás alguna pajita. ¿A qué sí, cochina?

Mentí.

-Yo no hago esas guarrerías.

Se acercó a mí por la espalda y me hizo cosquillas.

-Mentirosa. Las haces. ¿A qué sí?

Caí boca abajo en la cama, y sintiendo sus tetas en mi espalda, le dije:

-ja,ja,ja. Sí, sí, las hago, ja,ja,ja. ¡Para! Ja, ja, ja, ja…

Se quitó de encima. Me levantó la falda y me bajó las bragas. Me besó las dos nalgas, me las abrió, me pasó la lengua por el ojete, y me dijo:

-Así que haces pajas, guarrilla.

Volví a mentir.

-Muy raramente.

-¿Quieres qué te siga calentando?

Caliente ya estaba, por eso le dije:

-Ya que estamos…

Se quitó una zapatilla y me calentó el culo con ella. "¡Plas, plas. plas!"

-¡¿Por qué me pegaste?!

-Por mala. Date la vuelta.

Me di la vuelta y, agachándose, besó mis tobillos, el interior de mis piernas… Al llegar a mi coño peludo le sopló, y me preguntó:

-¿Quieres que te lo coma?

-Ya que estamos…

-¿Sí o no?

-Come.

-Desnúdate.

Me puse en pelota picada. Ella seguía vestida, le pregunté:

-¿Tú no te vas a desnudar, tía?

-Cada cosa a su tiempo.

Me besó con lengua, me comió las tetas, me metió dos dedos en el coño y me masturbó. Me puso caliente como una perra. Ya jadeaba y me iba a correr cuando dejó de tocarme. Se puso de pie, y me dijo:

-Desnúdame.

Me levanté de cama. Le quité el vestido, el sujetador y las bragas… Me cogió por los pelos con su mano derecha, llevó mi cabeza a su coño peludo, y me dijo:

-¡¡Come, puta!!

Lamí su coño mojado. Era mi primer cunnilingus y no tenía ni puñetera idea de lo que hacer, pero lamí, y lamí con ganas lujuriosas.

Tres o cuatro minutos más tarde, mi tía se echó boca abajo sobre la cama y me dijo:

-¡¡Cómeme el culo, guarra!!

A mí, si hay una cosa que me joda, es que me llamen por mi nombre, y era lo que decía ella, una puta y una guarra. Agarré su zapatilla negra con suela amarillo de goma que había dejado en el piso de la habitación y le di con ganas atrasadas. "¡¡¡Zaaaas, zaaaas, zaaaaaas!!!" Le dejé el culo al rojo vivo, y después le dije:

-¡Aquí putas y zorras somos las dos, coooño!

-Sí, ama.

Me di cuenta de que era un juego. ¡Un juego! Pues me iba a aprovechar.

-¡Cómeme el coño, putona!

-Sí, ama.

Lo malo fue que aquel juego me quedaba muy grande. Fue darme media docena de lametadas en el coño y ya me corrí en su boca. Luego sería mi tía la que se corrió en la mía.

EL TRÍO

Ya estaba casada con Braulio. Un día que el jefe de Braulio (un vejestorio) vino a cenar a casa se encaprichó de mí. Para poder disfrutar conmigo nombró a mi marido jefe de ventas.

Braulio me convenció para hacer un intercambio de parejas. Yo pensé que era con el jefe y su mujer, pero el jefe, el muy hijo de puta, era un mirón y se iba a pajear mirando cómo nos lo montábamos mi marido y yo con el jefe de ventas que tenía la compañía en una sucursal de América, un negro de casi dos metros. Su mujer era una negrita, delgadita y preciosa. Cuando la vi se me hizo la boca agua. Follaría mejor con ella que con su marido.

Después de la cena, en la habitación nupcial de un famoso hotel. Me iba a llevar una grata sorpresa. La negrita se me acercó y me besó, y el negro besó a mi marido, que era tan hijo puta y maricón como su jefe, jefe que ya se había sentado en un sillón.

Al rato estábamos desnudos ellos y yo, ya que el vejestorio sólo se había sacado la polla.

La negrita tenía unas tetazas, fina cintura, anchas caderas y su culo redondito, estaba duro como una piedra. Su piel era aterciopelada, sus labios de seda, y su sonrisa angelical.

El negro era todo músculo y tenía una verga que llenaría el coño más exigente…

Voy al grano.

Desnudas sobre la cama, la negrita, con sus gruesos labios me comió primero la boca y después las tetas, tetas que saboreó como si fueran pasteles. Bajó al pozo y su lengua hizo maravillas en él. Sabía cómo comer el culo, el clítoris, el coño y la vagina y a la cadencia justa, ni más ni menos. Cuando quiso que me corriese, me cogió de la cintura, y me dijo, en inglés:

-Come.

Comiéndomela, me corrí en su boca. La negrita se tragó mi flujo y disfrutó de cada gota.

Al acabar de correrme nos pusimos en posición horizontal e hicimos un 69. Yo, mientras le comía el coño, vi como mi marido se la clavaba al negro en el culo. Y como el viejo en el sillón, se la pelaba. El negro giraba la cabeza besaba a Braulio y se masturbaba su tronco de carne, y yo, yo ya estaba otra vez que echaba por fuera.

La negrita tardó en correrse, pero cuando se corrió soltó un chorro de flujo que hizo una charquita sobre la sábana. El segundo chorro ya no dejé que se desperdiciara…

Acabé con la cara perdida de jugo, corriéndome otra vez, y exclamando:

-¡¡All for you!!

Al acabar de corrernos, tenía unas ganas locas de follar con el negro. Necesitaba saber que se sentía con una verga de aquel calibre dentro del coño. No iba a tardar en saberlo. El negro se apartó de mi marido, me cogió en alto en peso, y despacito, me clavó aquella tremenda verga en el coño. Estaba tan llena que mi marido, después de cambiar y lubricar el condón, no era capaz a metérmela en el culo. No había espacio. Con los besos en la boca del negro, al que rodeaba por el cuello con mis brazos, y con la lengua de mi marido en mi ojete, mi coño se fue dilatando y amoldándose a la negra verga… Al final, Braulio, pudo meterla en mi culo.

La negrita se sentara en otro sillón al lado del vejestorio y se estaba metiendo dos dedos en el coño peludo.

Yo veía como se masturbaba ella. Ella miraba como la polla de su marido y la del mío entraban y salían de mi coño y de mi culo…

Transcurridos unos minutos vi cómo se le iban cerrando los ojos. Sus gemidos subieron de tono, y dijo con su dulce voz:

-I´m coming, I´m coming. I´m coming…

Comencé a correrme viendo cómo se corría la diosa de ébano. ¡Tuve un orgasmo inolvidable! Largo e intenso. Más largo que el de la diosa. Su marido y el mío no se corrieron en mi coño y en mi culo, se reservaron para correrse dentro de ella.

VICENTE

Dormía yo en mi habitación una noche de sábado que mi marido y sus hijos se fueran a Roma cuando llega mi suegro borracho, se confunde de habitación y se echa sobre mi cama. Encendí la luz, y le dije:

-¡La pillaste, buena, Vicente!

-A ver si es verdad.

-¿Lo qué?

Vicente traía ganas de guerra.

-Que te pillo buena.

-¡Anda, anda! Vete a dormir la mona!

-¿Cuánto tiempo hace que no te corres como es debido?

Me estaba acabando con la paciencia.

-¡A dar por culo a otro lado, Vicente"!

-Hablando de dar por culo. ¿Qué te apuestas a que te enculo y te corres como una loba?

Me puse en las mías.

-¡Largo de aquí, viejo verde!

Mi suegro se levantó de la cama, y todo chulo, me dijo:

-Tú te lo pierdes.

-Una tripa colgando, eso es lo que me pierdo.

Vicente, se enfadó.

-De mi polla se puede decir que es delgada, que se hizo para agujeros apretados, pero que es una tripa. -levantó un dedo- ¡Jamás!

No pude evitar reírme.

-¡Ala, ala, a dormir el pedo!

Se sentó en la cama y se puso a quitarle los cordones a los zapatos.

-¡Te dije que te fueras para cama!

-Y es lo que estoy haciendo.

Me tuve que poner seria de nuevo.

-¡A tu cama, borracho!

Con los cordones en la mano se echó sobre mí. Forcejeé con él, pero pesaba más de setenta kilos. Salió con la suya. Acabé con las manos atadas a los barrotes de la cama.

-¿Qué me vas a hacer?

No me contestó. Se levantó y salió de la habitación. Por la manera de caminar supe que no estaba borracho, Deduje que no se había equivocado de habitación. Volvió con unas tijeras en la mano. Me asusté:

-¡¿Que vas a hacer con eso?!

Se arrodilló en cama. Cogió el camisón. Lo picó a la altura de mi ombligo y lo fue cortando hasta dejar mis tetas al descubierto, después lo rajó con las dos manos, y me dijo:

-Relájate y disfruta.

-¿Me vas a violar?

-No, te voy a hacer disfrutar.

-Pero yo no quiero.

-Si cuando te ponga la polla en la entrada del ojete me dices que no te la meta, te juro que no te la meteré.

Vicente me comió las tetas. El hijo puta sabía cómo hacerlo. Al poco de empezar a comérmelas tenía los pezones duros y tiesos como las astas de un toro. Luego besó mi clítoris por encima de las bragas, que ya las tenía mojadas. Creo que al verlas se vino arriba. Volvió a coger las tijeras, que había dejado encima de la mesita de noche, y las cortó por debajo y por los lados. Iba a ocurrir lo que jamás pensé que ocurriría… Al lamer unas cuantas veces desde el ojete al clítoris, mi coño se empezó a correr como un río. Al acabar de correrme, me besó con la boca mojada de mi jugo. Yo, con el calentón del momento, le chupé la lengua, después le dije:

-Desátame.

-No.

-Si paras ahora no le digo a tu hijo nada de lo que me hiciste.

Su respuesta fue volver a comerme las tetas. ¡Cómo las comía el hijo puta! No me cansaré de decirlo. Después, me puso dos cojines debajo del culo e hizo virguerías con su lengua en el coño y en el ojete. Veinte minutos más tarde, puso la punta de su larga y delgada polla en la entrada de mi ojete, y me preguntó:

-¿Quieres que te la meta en el culo?

Habrá quien no lo entienda, pero sólo yo sé cómo estaba de caliente. Eché mi culo hacia delante y con la puntita dentro, y le dije:

-Síííííí.

Me la metió hasta la mitad. Me la quitó. Me desató las manos. Se echó boca arriba en la cama, y me espetó:

-Métela tú y goza todo el tiempo que quieras.

Lo monté. Acerqué la polla al ojete y la metí hasta el fondo echando el culo hacia atrás. Me sorprendí a mí misma besando a mi suegro, dándole las tetas a mamar, follándolo con mi culo, frotando mi clítoris y haciendo retardar el orgasmo, para lo que paraba de moverme cuando sentía que me venía. Lo retardé hasta que sentí su leche en mi culo, en ese momento no aguanté más. Al correrme, mis espasmos fueron terribles. Me mareé con el placer que sentí. El orgasmo que tuve fue bestial.

EN EL CINE

Estaba en el cine mirando Habitación en Roma. A mi lado estaba una chica con el pelo corto. En un momento dado sentí que me tocaba una pierna. La mire y se la quité. Miró hacia otro lado para que no le viese bien la cara. Volvió a tocarme la pierna. Acerqué mi cabeza a la suya, y apartándole la mano, le dije:

-Te va a caer un bofetón que te voy dejar la boca al revés.

Al rato puso la mano sobre mi rodilla. Le di con mi mano en ella, pero no la apartó. La mano subió por el interior de mis muslos, que estaban juntos. Tocó mi coño con el canto de su mano. Se la quité de mala manera. Esta vez fue ella la que acercó su cabeza a la mía y me dijo:

-¿Quieres que me arrodille delante de ti y te la coma? El acomodador es amigo mío.

-¡No!

-Seguro que tu jugo sabe a miel.

-Quieres dejarme mirar la película.

-Que sosa eres, hija.

Dejó de hablar y de tocarme. Eché de menos su mano y su voz.

Al rato, su mano se posó de nuevo en mi rodilla y esta vez subió por la pierna arriba. Al llegar arriba la metió de canto y rozó con él mi coño. Abrí un poquitín las piernas. La palma de la mano acarició mis muslos de arriba abajo y de abajo arriba. Mi coño empezó a mojar las bragas. Abrí las piernas de par en par, las estiré y me eché hacia atrás. Su mano entró dentro de mis bragas, Sus finos dedos exploraron mi húmedo sexo. Me metió un dedo en el momento en que se besaban las dos chicas de la película. Un gemido se escapó entre mis labios. Al ratito me corría. Después de corterme, a chica me cogió la mano, me la llevó a su coño y sorpresa, no tenía coño, tenía una verga larga, gorda y dura. Estaba mojada. Masturbé la verga hasta que se corrió. Poco más tarde nos estábamos masturbando las dos. Ella, él, o lo que fuera, me masturbaba a mí, y yo masturbaba su polla… Nos volvimos a correr casi al mismo tiempo.

Al acabar la película vi como era. Era una rubia preciosa, delgadita, con un cuerpazo y que no llegaba a los 20 años. Le sonreí, me sonrió y nos fuimos cada una por su lado.

LA ORGÍA

Fue un regalo de cumpleaños de mi marido después de pillarme masturbándome viendo una orgía en una página porno.

La reunión fue en un castillo. Salí de mi habitación desnuda, luciendo mis hermosas tetas y el negro vello de mi coño. Llevaba una máscara en la cara, una corona de oropel en la cabeza y un velo de novia de unos diez metros de largo. Al salir de la habitación, cuatro macizos, que parecían hijos de Schwarzenegger en sus buenos tiempos, en pelota picada, y con grandes aparatos colgando, me escoltaron hasta la sala del trono. Los dos de delante eran rubios, los de atrás eran morenos. En sus manos llevaban antorchas encendidas.

Al entrar en la sala del trono, un moreno, anunció:

-¡Su majestad… la Reina Sara!

Vi a tres muchachas, rubias y macizas, y otros dos macizos. Se inclinaron ante mí. Mis escoltas portadores de antorchas las pusieron en su lugar en las paredes. Una de las rubias me puso una venda por encima del antifaz… Acto seguido sentí una lengua entrar en mi culo, otra lamer mi clítoris, dos bocas, una mamando una teta y otra la otra. Una lengua lamiendo mi espalda y otra lamiendo mi ombligo. Dos manos dándome cachetes en las nalgas y una boca besándome con lengua… No tardé en correrme. Poco después estaba tumbada en la alfombra de leopardos que cubría parte del piso de la sala del trono. Veinte manos recorrieron cada rincón de mi cuerpo… Diez bocas comían la mía cuando me volví a correr. Y me volví a correr con doble penetración, y comiendo dos coños al comerme el mío… Me corrí tantas veces y de maneras tan diferentes, que aquella noche me sentí reina del universo.

DIANA

Desde el primer día que entré en casa de Braulio, su hija Diana, que era dos años más joven que yo trató de enredarme para que su padre viese que no era trigo limpio. Estaba tan buena que un día que me besó casi me dejo ir. Fui más lista que ella, Al haberme besado la tenía pillada por los pelos del coño. Hicimos un trato, ella me dejaba en paz y yo no le decía a su padre lo que había hecho. Aunque me prometí a mí misma que acabaría follando a aquella rubita, alta, de ojos verdes, tetas grandes y precioso culo.

Un martes de carnaval, en el baile del Casino, Diana iba disfrazada de Tormenta, la de los X Man, lo sabía porque salió así disfrazada de casa. Yo entré en el salón de baile disfrazada de Jessica Rabbit. Teníamos las caras tapadas con un antifaz. Al rato la llamé a bailar. La gente no nos quitaba ojo de encina. Bailamos la canción: Bailar pegados", con una pierna metida entre las dos piernas de la otra y con nuestras tetas estrujándose. Con sus labios casi rozando los míos y mirándome a los ojos, me preguntó:

-¿Quieres venir conmigo al picadero de mi padre?

La miré, extrañada. No sabía que su padre le prestase el picadero. No le podía hablar o reconocería mi voz. Asentí con la cabeza.

-Me gusta. Hazte la muda. Yo haré de chica mala.

Nos fuimos. Minutos más tarde estábamos bebiendo dos copas de champán en el picadero, un ático de lujo.

Diana se quitó el traje blanco y los zapatos y se quedó en pelotas, besándome me fue desnudando, hasta que quedamos las dos sólo con el antifaz, luego me dijo:

-Échate boca arriba en la cama, preciosa.

¡Y una mierda! ¡¡Me la iba comer enterita!

La eché boca abajo en la cama y, arrodillada entre sus piernas, lamí su espina dorsal desde el culo al cuello, volví a bajar lamiendo, le abrí las cachas y le metí la punta de la lengua en el ojete. Abrió las piernas y lamí su coño y su culo. Un cuarto de hora más tarde, más o menos, le di la vuelta. Nos comimos las bocas, después le lamí chupé y mamé aquellas grandes y deliciosas tetas con areolas rosadas y grandes pezones. Bajé a su coño, totalmente depilado, e hice con mi lengua círculos sobre su clítoris. Ella, moviendo la pelvis, buscaba que mi lengua acariciase sus labios vaginales y que la follara, pero no se la di, fui aumentando el ritmo del remolino, hasta que sentí que me decía:

-¡¡Me corro, mamá, me corro!!

Diana sabía desde el primer minuto que bajo el disfraz de Jessicca Rabit estaba yo.

Después sería yo la que me corriese en su boca.

DAVID

David, que era un chico rubio, alto, de ojos verde, delgadito y muy tímido. En su vida se había hecho una paja. Lo supe el día que entré en el aseo y vi que para orinar cogía la polla con dos dedos y con papel higiénico.

-¡¿Qué haces, hijo?!

El susto que se llevó fue de campeonato.

-Orinar, Sara.

Le cogí la polla con la mano, y le dije:

-La polla se coge así, hijo. No hay ningún pecado en tocarse lo que es de uno.

La polla de David alcanzó una erección inmediata.

-¿Qué me estás haciendo. Sara?

Aún no le había hecho nada, pero al tener la polla tiesa en mi mano, me calenté y comencé a hacerle una paja.

-Esto no está bien, Sara.

-¿Te gusta?

-Sí, pero…

Le callé la boca con un beso. Luego, le pregunté:

-¿Quieres hacer el amor conmigo, hijo?

-No le puedo hacer eso a papá, ni a papá ni a Dios.

Me puse en cuclillas y se la mamé. El pobrecito, al ratito ya se corrió en mi boca. Me encantó su leche fresquita y calentita. Quise dejarlo mear e irme a mi habitación a hacerme una paja como un mundo, David, me echó la mano a la cintura, y me dijo:

-Quiero hacer el amor contigo, Sara. Apréndeme.

Nos fuimos a mi habitación. Le enseñé a besar, a comer tetas, el coño y a masturbar a una mujer, lo que me supuso dos deliciosos orgasmos. Cuando subí para cabalgarlo y hacerlo llegar al paraíso de nuevo, era tanta la excitación que tenía que al entrar la cabeza de su polla en mi coño me corrí inundado su polla y sus cojones con mi jugo. David, me preguntó:

-¿Tan fácil llegáis al clímax las mujeres?

Le quise contestar pero no pude, su polla entrando en mi coño me produjo otro orgasmo, y al tenerla toda dentro un tercero, un cuarto y un quinto. En menos de dos minutos me había corrido cinco veces. Jamás me había pasado ni me volvería a pasar.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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