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LA TRIBU PERDIDA: La fuga por el infinito.

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El Consejo InterUniversos nos ordenaba destruir las armas, deponer nuestra actitud belicosa y pasar el control de la instrumentación de nuestras naves al comando de la flota de búsqueda y destrucción. El Consejo de los Quinientos, recibió la orden inapelable de La Suprema Autoridad del cúmulo de universos que nos regía.

 

UNA RAZA MENTAL BELICOSA

Las guerras intestinas que continuamente manteníamos, aunadas a la larga y dispendiosa que sosteníamos en aquel momento, para apoderarnos de la reserva de combustible que hallamos en una de las estrellas centrales de la Galaxia 235-M, del Cuarto Cuadrante del Universo U-31.1, habían debilitado tanto nuestras fuerzas mentales y tecnológicas que habíamos tenido que prescindir de los escudos de protección.

De ello se valió la flota de búsqueda y destrucción, la cual, al descubrirnos sin protección, nos conminó a entregarnos para ser juzgados. No teníamos opciones. Nuestra potencia mental y material estaba en el nivel más bajo de toda nuestra existencia. La guerra que no habíamos podido ganar nos había salido muy cara.

El Consejo de los Quinientos decidió acatar la orden, mientras nuestra mente estuviera debilitada no podríamos coordinar algún plan que nos sacara del problema. Necesitábamos fortalecer nuestra gran mente para volver a crear el escudo que nos protegía de las interferencias del Consejo InterUniversos y sus secuaces (su mano ejecutora) la flota de búsqueda y destrucción, siempre a la caza de conspiraciones, desobediencias y actitudes rebeldes. La libertad también era peligrosa en esas épocas y circunstancias.

Nosotros éramos libres, no teníamos ni siquiera un  planeta. El que habíamos tenido, lo habíamos explotado al máximo, se había envenenado y al final, destruido por un error durante la prueba de una gran arma de nuestra propia inspiración. Para el momento de la hecatombe, ya nos habíamos mudado casi totalmente a las nuevas naves que habíamos diseñado para albergar la población.

Eran quinientas, habían sido construidas en previsión de una situación catastrófica, por demás factible debido a nuestra naturaleza guerrera y también, porque ya casi era imposible habitar nuestro ser planeta madre.

Cada una albergaba una nación de nuestra raza. Eran autónomas en casi todo, excepto en combustible, el cual reponíamos periódicamente tomándolo de donde lo halláramos, y en esa búsqueda, íbamos de universo en universo buscando lo que necesitábamos. También a algunas de nuestras naves, les gustaba apoderarse de lo que no necesitaban, especialmente armas y esclavos, con el único fin de hacer demostraciones de poder ante las otras naves y vanagloriarse de las capacidades de la nación. La preponderancia nacional traía roces y guerras internas. La belicosidad y la guerra eran nuestra inmanente naturaleza.

Este estado de cosas molestaba al orden impuesto por el Consejo InterUniversos y desde que teníamos conocimiento éramos perseguidos por ellos. Pero nuestra máxima habilidad era el ingenio y siempre escapábamos.

Habíamos ideado un escudo mental impenetrable para las tecnologías de la flota que nos perseguía implacablemente. La utilización de este escudo coordinadamente y el mantener juntas nuestras naves, eran los únicos puntos en los que nos habíamos logrado poner de acuerdo. Nuestra más profunda sabiduría nos decía que ésa era la manera idónea de sobrevivir como especie.

El Consejo de los Quinientos era la reunión de los jefes de las naves, máxima autoridad de nuestra raza, sus decisiones (cuando se lograban) no tenían apelación y siempre eran perfectas.

Cada jefe de nave era suprema autoridad de su nación. No tenía asesores y eran la máxima expresión en capacidades mentales, sabiduría e ingenio y la población lo obedecía sin pensar. Tenían un especial sistema de reproducción y formaban la casta superior. Solo había uno a la vez. Cuando el consejo le ordenaba retirarse, al declinar sus dotes, creaba a su sucesor mediante un procedimiento que solo ellos conocían. Era el conductor de la nave y administraba todos los recursos para el bienestar de su nación. Nunca, ningún poblador había visto al jefe de la nave. Se sentía su presencia en todo, pero era incognoscible.

Por haber caído en manos de la flota a causa de nuestra propia debilidad, nos dejamos conducir dócilmente. Nos trasladaron sin permitirnos saber a dónde nos conducían. Íbamos prácticamente vendados pues nuestros instrumentos no funcionaban. Por el terror que comenzó a invadirnos a medida que nos movíamos, presentimos que nos habían llevado a un universo oscuro en donde imperaba la energía maligna.

Lo confirmamos cuando nos devolvieron la propulsión y el control de nuestras naves. Aunque no nos habían devuelto el control total de nuestros instrumentos de análisis, mediante nuestra percepción del exterior de la nave, discernimos que estábamos encerrados en una zona obscura del espacio limitada exteriormente por una pared de energía maligna. Una cáscara o envoltura de ese ser terrorífico nos rodeaba.

La tememos. Es a lo único que tememos. Nunca habíamos podido captar mediante ninguno de nuestros casi ilimitados procesos mentales y científicos, su composición, su esencia, su procedencia…

Estábamos encerrados en una prisión espacial cuyo guardián (sus barrotes por así decirlo) estaban hechos del único ser del que su sola cercanía nos horrorizaba. A las zonas que ocupaban en el espacio las llamábamos: Agujeros Negros de Energía Maligna.

A pesar de que éramos una raza habituada toda clase de encuentros -aun a los más extraños y peligrosos- no le temíamos tanto a las consecuencias de ninguno de ellos, como a las que podrían llegar a desencadenarse debido a los encuentros con estas energías. Nos hacía temblar el solo pensar lo que podría pasarnos si nos descuidábamos.

Siempre habíamos logrado eludirlos, evadirlos, evitarlos. Aunque muchos eran invisibles, los presentíamos y nos alejábamos, pero habíamos visto las consecuencias (en naves y mundos) de las funestas consecuencias de hacer contacto físico o mental con ellos. El espacio es un sitio peligroso, pero ellos eran los máximos exponentes del terror. Nuestra máxima inquietud de viajeros incansables a través de los infinitos caminos que seguíamos en nuestros periplos espaciales era encontrarnos de repente ante estos malignos seres.

El Supremo Consejo Inter Universos, estando en conocimiento del pavor que nos producía la presencia en las cercanías de nuestras naves de estas masas de energía, decidió encerrarnos en una cárcel custodiada por nuestra más obsesionante criatura. Mientras, nos juzgaban.

Nos estaban enjuiciando. Ese proceso podría tardar eones. Al final la decisión podría ser: eliminarnos, darnos una oportunidad de redención quedando en libertad bajo vigilancia y condicionada, alterar nuestros patrones genéticos para hacernos más dóciles, o, simplemente dejarnos para siempre olvidados en la prisión actual hasta que desapareciéramos como raza de manera natural por falta de recursos energéticos de los que, con el paso del tiempo, llegaríamos a carecer completamente.

 

LA FUGA.

Ninguna de las alternativas nos gustaba. Había que escapar.

Para ello, primeramente, el Consejo de los Quinientos, decidió que se abría un periodo de paz. Utilizaríamos este periodo para poder concentrarnos en la recuperación de la energía mental.

Durante los siguientes ciclos espaciales de tiempo, el proceso mental de volver al vacío que llevaban a cabo los quinientos, retumbó en nuestras mentes como una cascada despeñándose desde lo alto de una montaña. Con el paso del tiempo, sentimos que se volvía una corriente lenta y placida. Al final, era como un grandioso y vasto espacio, un remanso donde la madre y sus hijos se fundían.

Estábamos listos.

Restauramos el escudo mental, pero había que actuar deprisa. La flota podría haber captado nuestra recuperación.

El Consejo de los Quinientos ahora en completa posesión de sus facultades y habilidades, nombró a uno de ellos,  Zen el Theron, el más ingenioso, intuitivo y observador de todos los jefes de nave, como su líder supremo para efecto de hallar una solución al máximo enigma de nuestra prisión: ¿Cómo habíamos entrado en ella? Se deducía que cómo habíamos entrado, podríamos salir. Se concentraron en el líder todas las energías mentales del resto de los jefes, y, Zen el Theron consiguió la solución.

Descubrió que la energía que nos rodeaba  tenía un pequeño portal que se abría y cerraba a la velocidad de un pulsar. Una especie de ojo que parpadeaba a velocidad fantástica. Quedaba en la superficie y se dedujo que esa era la puerta de comunicación con la libertad.  Zen el Theron determinó sus coordenadas, el intervalo entre cierre y apertura del pequeño portal, calculó la disposición precisa de la formación que era necesario mantener con las naves durante la maniobra de salida y a qué velocidad impulsaríamos a cada una.

Impartió las instrucciones, las cuales, por provenir del líder (de acuerdo a la tradición) fueron acatadas sin ni siquiera pensar, por los jefes de todas las naves.

Todas ellas, se movieron hacia sus coordenadas prefijadas y comenzó la operación.

El portal no era notorio ni aun con nuestros instrumentos, no se veía, no se sentía, solo se intuía. La gran fe que nuestra raza estaba acostumbrada a depositar en sus líderes era lo único que nos permitía lanzarnos con los ojos cerrados contra esa pared que temíamos más que a nada en todos los universos, con la plena confianza de que todo saldría perfectamente y escaparíamos.

Salimos.

En ese momento, nuestros sentidos y los de nuestras naves se reactivaron. Al mirar hacia atrás vimos que habíamos emergido de una estrella cuyas características superficiales semejaban a las de cualquier otra. Pero su luz no emitía calor: emitía horror. Era el otro lado del Agujero Negro de Energía Maligna.

 

LA FUGA POR EL INFINITO.

Captamos las primeras naves patrulleras de la flota de búsqueda y destrucción que nos habían avistado. De acuerdo a nuestra costumbre, ancestralmente aceptada, las naves comenzaron a huir agrupadas. No teníamos armas, solo nuestra habilidad, nuestro ingenio y nuestra gran mente intacta.

Tratamos de escondernos en el manto de invisibilidad que solíamos producir con el fin de escapar o de escondernos en nuestras antiguas actividades. No funcionó. Es presumible que la flota hubiera creado, durante nuestra estancia en la prisión y en base al estudio que hicieron de nuestras habilidades, alguna tecnología de contra medidas electrónicas para privarnos de esta protección.

Las primeras de nuestras naves cayeron destruidas. Primera vez en la historia de nuestra raza que a causa de un combate perdíamos naciones enteras.

Zen el Theron, seguía al mando. Con la fuga en grupo, nos iban a diezmar y poco a poco acabarían con todos. Determinó que lo fundamental era salvar la especie. Ya que no podíamos defendernos, nos separaríamos, huiríamos cada quien por su cuenta, dificultándoles nuestra caza: Que cada jefe, con su habilidad salve su nave y quizá algún día nos reuniremos nuevamente. ¡Adiós hermanos!

 

LA FUGA EN NUESTRA NAVE.

El jefe de nuestra nave es Zen el Thierren.

Hace ya muchos ciclos espaciales de tiempo que no sabemos nada de las otras naves. Vagamos en soledad, de universo en universo, de galaxia en galaxia, de sistema en sistema. Nuestro escudo de protección, funciona nuevamente. El jefe tiene gran poder y nos comunica sus instrucciones y nos tranquiliza. Estamos en buenas manos. Sentimos que está en busca de un lugar apropiado para sus planes. Es prioritario dejar de huir, escondernos y escapar definitivamente de la animosidad de la flota. Nuestra energía mental concentrada solo en esa tarea obsesiva de huir y huir, está mermando nuestras habilidades para otros fines. Hay que parar esto. Escondernos. Desaparecer.

Millones de lugares han sido escudriñados. Al fin, el jefe parece satisfecho con el último de nuestros hallazgos. El ser planeta nos acepta y al jefe le convienen sus características, idóneas, para poner en marcha su plan.

Permanecíamos en la nave, que ha descendido en la superficie del ser planeta. Mientras, Zen el Thierren lo sigue estudiando. No estamos habituados a las mezclas de gases que respiraremos, nos comunicó, a las bacterias para las que no tenemos defensas, al alimento que se nos proporcionará, pero hay que habituarse. Es la única manera de sobrevivir: amoldarse a los cambios. Para ello contamos con nuestra maravillosa mente y el apoyo incondicional del jefe. Pero, los cambios deben ser nacidos desde nuestro interior. Millones moriremos. Pero muchos sobreviviremos, no los más fuertes sino los más dúctiles. Eso creará una nueva raza completamente autóctona de este ser planeta. La especie no desaparecerá, se adaptará mediante mutaciones. Lo básico, lo fundamental, es escapar definitivamente a la persecución  de la flota de búsqueda y destrucción. Vivir.

Para conseguir este propósito, Zen el Thierren ha decidido que debemos borrar toda huella de nuestro pasado para no ser rastreados. Los equipos de la flota se concentran específicamente en señales electromagnéticas y en la vibración de los materiales por la interacción de sus átomos. Conocen los particulares patrones de vibración molecular de los nuestros. Conocen nuestras longitudes de onda: si las cambiamos o las eliminamos o las mimetizamos con las del ambiente, nunca nos hallarán. Nos confundiremos con el entorno, seremos una raza libre.

Íbamos a hacer desaparecer todo rastro de nuestra anterior civilización para escapar al acoso.

 

LA NUEVA VIDA.

Al estudiar minuciosamente al ser planeta que nos abrigaba, nuestro jefe determinó que la materia que sus volcanes expulsaban, tenía la particularidad de tener la misma longitud de onda que las emitidas por nuestros materiales. Esa singularidad, era la base de la estrategia de Zen el Thierren y había sido la primordial razón de la selección de este lugar.

Esta característica natural de los materiales fusionados en las capas internas del planeta, podría ser usada para crear confusión en los equipos de rastreo de emisiones de la flota, los cuales, al verificar las emisiones, confundirían las nuestras con las que procedían de las actividades internas propias del ser planeta, no les prestarían atención y se irían a buscarnos en otra parte.

El problema consistía en incorporar nuestros materiales a las fosas de magma y esconderlos allí. La temperatura que nuestros materiales requerían para fundirse era mayor que la del magma, además, eran más pesados y con el tiempo irían migrando hasta el núcleo del ser planeta. Esto traería algunos cambios en su estructura interna y externa, se produciría un aumento de la actividad volcánica temporalmente, pero cuando todo el material llegara al corazón del ser planeta, contribuiría con la estabilización de  su movimientos de rotación (para ese momento muy errático) y la actividad volcánica excesiva se apaciguaría. Era cuestión de pocos ciclos espaciales. Habría muchas bajas, pero lo resistiríamos.

Se procedió a desmenuzar los materiales en partículas muy pequeñas, pero de un tamaño muy bien calculado, con la finalidad de facilitar la introducción de la inmensa masa formada por la nave, sus equipos, nuestras pertenencias y todo lo tecnológico en el fondo del ser planeta.

Todo este proceso tomó gran cantidad de ciclos espaciales y mucho trabajo, pero se realizó eficiente y perfectamente bajo la dirección de Zen el Thierren.

Finalizados los procesos primordiales, se solicitó su autorización al ser planeta para perforar grandes hoyos que comunicaran su superficie con el foso de lava en su centro. El material fue bombeado a su interior y finalmente los mismos equipos de desmenuzamiento y bombeo, también fueron agregados al depósito de magma. No hubo cataclismos más allá de lo previamente calculado, debido a la meticulosidad y la forma tan controlada con la que se realizó el proceso de inserción del material en el núcleo.

Ya no teníamos más apoyo tecnológico, todo había desaparecido en el fondo. El ser planeta respiró complacido con los nuevos respiraderos que le proporcionamos. Todo estaba en orden otra vez.

Mientras todos estos procesos se llevaban a cabo, la población que no era requerida en estos procedimientos y la que iba culminando sus labores en ellos de acuerdo al cronograma de labores de su especialidad, comenzó a trasladarse. La emigración hacia diversos puntos del ser planeta, se llevaba a efecto de acuerdo a un complejo programa de población de la vasta superficie, posible solamente gracias a la inmensa capacidad de nuestro jefe y a nuestra costumbre de obedecer las órdenes provenientes de él, sin pensar.

El plan de dispersión fue ejecutado ordenada y detalladamente de acuerdo a las características de cada sub-raza. Se les asignaron lugares apropiados a sus características físicas, mentales, laborales, resistencia natural al medio ambiente y otras peculiaridades, que solo la gran mente de Zen el Thierren era capaz de meditar y relacionar adecuadamente debido a lo complejo de los factores que entraban en la ecuación.

Durante los primeros milenios fallecieron más de la mitad de los que habíamos arribado y la reproducción no era suficiente para detener la reducción del número de moradores. Éramos victimas de pestes, bacterias, animales autóctonos, los fenómenos naturales de la superficie del ser planeta y las guerras entre sub-razas. Pero el periodo de adaptación en términos generales era exitoso, pues los sobrevivientes éramos resistentes y cada vez más fuertes y adaptados. Éramos una nueva raza, una vez cruzado el límite de la adaptación total, comenzaríamos a crecer en número.

Nuestra mente colectiva, debido a la dispersión y a los problemas cotidianos que nos imponía la supervivencia diaria, con el tiempo fue olvidando quienes éramos y de donde veníamos. Nunca le perdimos el miedo a las naves espaciales que veíamos aparecer de cuando en cuando en nuestro cielo, pero olvidamos por qué las temíamos. Sabíamos que el jefe de nuestra nave estaba allí, pero su esencia, antes tan clara, se fue difuminando, desdibujando, y finalmente, no lo sentíamos tan claramente como antes. Pero en el fondo de nuestro instinto había algo que nos decía que él seguía allí: inmutable, vigilante.

Lo cierto, es que habíamos escapado, nos sabíamos observados pero no buscados. No andaban a la caza de seres de nuestras características. Zen el Thierren había salvado a su nación.

En su honor comenzamos a llamar Thierra al ser planeta que nos guarecía, que quiere decir “El lugar que Thierren nos regaló”.

 

FIN DE “LA TRIBU PERDIDA: LA FUGA POR EL INFINITO”

By: LEROYAL.

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