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Lechita para canela

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Calmada la excitación, aquietado el ánimo, es momento de evaluar los últimos acontecimientos que tienen totalmente alucinado, salirme de la tormenta pasional que me tiene preso en su vorágine.

Son esas situaciones que no se pueden comentar sino con la almohada, tal vez escribirlo y recibir algún comentario podría serme de utilidad, publicarlo sería uno entre tantos nadie podría identificar a los participantes. Si eres una de las lectoras que se interesó en este testimonio, me importa que me lo hagas saber, al pie estará la dirección de correo para hacerlo, desde ya gracias por la atención dispensada y el compromiso de responderte. Vamos al relato testimonial.

Mi suegra es una mujer que nos apoya y colaboró en todo momento a sobrellevar adelante nuestro matrimonio, sobre todo en los momentos donde debo sobrellevar los duros momentos de la falta de débito conyugal por todo lo que ello implica, pero sobre todo para conservar el marido para su hija.

Somos un matrimonio joven que enfrenta la paternidad por primera vez, con todos los miedos y precauciones, mi esposa me impuso rigurosa veda de sexo, cuatro meses antes y lo que pueda quedar, según el médico se trata del síndrome post parto y suele prolongarse unos meses. La consecuencia colateral no deseada es la abstinencia forzada del sufriente marido.

Yo sufría esta situación con culpa, por algo que no cometí. La crispación de la abstinencia era paliada, muy de vez en cuando, por mi esposa, hacerme a mano, de mala gana y como acto de forzada denigración, de usar la boca ni hablar, eso es solo trabajo de una puta.

En estas líneas creo haber hecho a trazo grueso el perfil sexual de María, parca y recatada a la hora de tener sexo, ella está persuadida que el acto es algo solo propio de los esposos y como finalidad de procrear. Como habrán notado la educación religiosa está en los entresijos de su personalidad, contrariamente la madre es una mujer “agiornada”, una “opend mind” que le dicen.

Lo que me mantiene con ella es que todo lo que tiene de tacaña a la hora del sexo, lo compensa con fidelidad y lealtad, y otras cualidades personales que no hacen a este relato.

Mi suegra, nos mandó a su ahijada, Felicia (21 añitos), y alumna de su cátedra en la universidad, con una misiva: “te envío a mi ahijada, tiene una piel canela deliciosa, es de mi absoluta confianza, sobre todo discreta, sabe guardar secretos, para que “te ayude en tus necesidades” y puedas poner leche a la canela. Besos, Leo” decía la esquela que me alcanzó Feli.

La muchacha, mulata, venida de Cuba el año anterior, camina con la cadencia de un paso de baile, la gracia de una pantera al moverse y el habla peculiar que tiene los de la isla caribeña nos cautivaron. Culta, agradable, inteligente y sobre todo simpática, nos cayó muy bien y prontamente se ganó nuestro agradecimiento.

Era la primera vez que tenía oportunidad de estar en contacto con una muchacha tan especial como ella, toda esa simpatía natural que portaba la compartía con su entorno, puede decirse que durante el tiempo que estuvo con nosotros la consideramos un integrante más de la familia, actitud que correspondía con afecto y agradecimiento.

A mi mujer se le hizo imprescindible su colaboración y a mí... también su “cola-boración”.

Pasado en síndrome post parto, más un tiempo prudencial llegó el momento de reincorporarse al cargo docente, la suegra se encargaba de atender a la beba, por esa causa mi esposa comenzó a pasar más tiempo en la casa paterna. Como consecuencia, yo más tiempo en casa, preparando las clases del siguiente día, obviamente dediqué más tiempo a observarla que al trabajo. Cada momento me sentía más y más atraído por esta belleza salvaje, el color canela de su piel y sus meneos me “ratoneaba” fantaseando con tenerla en mi cama y hacerle de todo y por todos los accesos.

Desde el primer momento concentró mi atención y excitación, por más intento de evitarlo, me atraía el magnífico trasero con la tela de la calza de licra “by deep” o dicho en lenguaje masculino “come trapo”, que la tela se mete entre cachas firmes creando una figura que no se puede creer.

Desde mi lascivia todo cuanto hacía o decía venía como sobrecargado de erotismo, inclinarse una invitación al toque, caminando incita a tocárselo, agacharse dándome la espalda un desafío flagrante a sodomizarla ahí mismo y con el pantalón puesto. Obviamente no soy un acosador ni valerme de la situación de empleador para abusarme y forzar su voluntad, lejos está de mi forma de ser, pero no soy de mármol y solo dios sabe cuánto esfuerzo me costaba sobreponerme a la tentación por avanzarla.

Esa tarde se llegó hasta mi escritorio con la bandeja, un exquisito café, preparado a la cubana, con canela lo hacía más sabroso, pero… sucedió que se le cayó (supongo intencional) una cucharita al piso y se agachó a recogerla. Me dio, regaló, la espalda con la colita bien en pompa, me mordí el labio para no hacer un desaguisado.

- Le preparé un café al estilo de mi país, con canela. – pícara sonrisa

- Qué bueno, con canela como el color de tu piel, sin ofender, solo es afectuoso.

- Claro, te comprendo. Dicen que el color canela es el color del deseo… -sonríe

- Por qué no vas por otro y me acompañas.

Dos sorbos y cuatro palabras bastaron para establecer que había buena onda, que estábamos en la misma sintonía. También ella intuía, o sabía de mi desventura por la falta de sexo, nada tonta para para buscar la forma de que le abriera mi corazón y dejara fluir mis pesares. Escucha mi situación, sin sorpresa, con sinceridad y afecto casi maternal se pone a mi lado, me acaricia la nuca.

- ¡Chico! Mira, si no tienes prurito en tirarte a esta “piel canela”

La miré sin poder dar crédito, cara de gusto pero de incredulidad, volvió a repetirlo, algo nervioso y descolocado por la situación, graciosa por cómo se llamó a sí misma, se apoyó sobre mi hombro y siguió hablando:

- Desde que me vine de la isla solo he tenido un señor, por la inflexión de su voz me pareció que al decir “señor” quería que significara algo más, ahora él se marchó al exterior, y por la forma de hablar de ustedes, bueno de ti, estimo que nos necesitamos ¿Verdad?

Lo tenía bien clarito y sin medias tintas, todo lo había simplificado en una sola palabra. No hacía falta explicar nada, solo dije ¡Sí! Feli agradeció ser mi primer contacto con una mujer de color, manejó los tiempos de mi descontrolada excitación.

Olvidamos el café y fuimos a buscar el mullido sillón próximo para comenzar de inmediato “el tratamiento” decía sonriendo de manera especial, el marfil blanquísimo de su dientes destellan sonrisas con fondo canela. El síndrome de abstinencia era el cómplice de mi torpeza para moverme en su cuerpo.

Arrodillada entre mis piernas, me desnudó de la cintura para abajo, previo halago por el un grosor, tomó entre sus manos el erecto miembro, ¡Por fin! tenía alguien que supiera cuanto necesito un tratamiento como este. Abrió bien la boca y entró cuanto le cupo, sabia en caricias bucales, sus ojazos no dejan de controlar mis reacciones y hacerme saber con mohines y gemidos como está gozando teniéndome prisionero de sus labios. Presiona la base para yugular los amagues de ir por la urgencia de la eyaculación, controla mi desbordante calentura para aumentar el goce tan ansiado varias veces estuve a punto y supo sofrenar la erupción seminal que fluía desde el refugio testicular.

Era como un juego, en cierto modo sádico o de dominación, la doncella estaba venciendo a la bestia embravecía dispuesta a perforar una pared con su verga.

Después de sofocar dos amagues, me dejó ir dentro de su boca. Ufff, qué alivio, la eyaculación fue un acto tormentoso y delicioso al mismo tiempo, sentía que la emisión superaba todo lo conocido, realmente sabía lo que hacía. Sostenía su cabeza para evitar que la fuerza del chorro la lanzara contra la pared ¿un poco mucho no? al menos esa era la sensación al liberar lo que parecía un enorme caudal de esperma. Previo a tragarse mi semen, volvió a sonreír mostrando esa dentadura reluciente.

Abundante acabada, a presión, desbordó su boca, un hilo se escurrió por la comisura, recogió con la yema del índice, fue un acto pleno de lascivia y provocación, desafía que me deje llevar, que sabe de qué modo satisfacerme, que no necesito hacer todo y de prisa.

- Lechita para canela. ¡Qué rica! - exageró el acto de lamerla.

Con las piernas aun temblando, debido a la tensión acumulada que al descargarla deviene el relax que me dejó extenuado. Terminamos de desvestirnos y me la lleve a la cama conyugal. Me importó un carajo el respeto al lugar, mi único objetivo en ese momento era ¡COGERLA! ahí mismo, nadie podía privarme de montarme a esta deliciosa morena.

Nos abrazamos, la mantuve un buen rato apretando colmando mis manos con los pequeños pechos, muy turgentes y los pezones tan oscuros y firmes. La muchacha seguía jugando y sobando el miembro, como si tuviera temor de que pierda la erección, cómo si me hiciera falta. La besaba en los pechos, chupaba tan intenso que hasta le dejé la marca de mis diente, el cuello tuve cuidado de no dejar rastros de chupones que no habría como explicar.

Era una delicia recorrer con mi lengua cada centímetro de piel, realmente tiene una aroma y sabor especial que me hacía recordar a la canela.

El primero fue con algo de urgencia, en cuanto separó las rodillas, flexionadas, me tiré en picada a la piscina, con el miembro en la mano a modo de lanza me mandé sin demasiados preámbulos ni cuidados, dentro de ella, bastante bruto, por suerte para ella estaba bien lubricada, entró algo ajustada podía haberla dañado.

Entré a fondo, de un solo envión, apenas alcancé a disculparme por la brusquedad, acepto con un:

- Todo bien, me gusta así, dame duro, duro.

Me vino demasiado pronto, me urgía descargar tanta leche acumulada, acto fue breve, ansioso y muy intenso.

Ahora es su tiempo, no tiene intención de darme un respiro, montaba sobre mí, podíamos vernos vibrar y sudar, besé y chupé los renegridos pezones, gruesos y duros mientras ella cabalga, regulando ritmo y profundidad. Fue al natural, sus “días” permitían la gloria de poder volver a largarme dentro de esa conchita cremosa y tan caliente.

- ¡Me corro, me corro! - se estiró y dejó caer la cabeza hacia atrás

Sostenía de la cintura, los sexos bien enchufados, la mirada perdida, viajaba por el espacio sideral de su orgasmo. Los latidos del clímax apuraron el segundo polvo, igual de fuerte que el primero, sentí dilatar el conducto, abrirse para evacuar el semen, brotar como géiser dentro del recinto vaginal.

Bajo la reparadora ducha, se arrodilló para darme una suculenta mamada.

Desde el lecho, observo como se viste, flexionada hacia adelante, exhibe con lujuria sus nalgas, gordos labios, leve sombra de vellos, asoman entre los muslos. De costado me “relojea”, como al descuido separa una nalga, el interior rosa nacarado, brasa ardiente, invitación tentadora que no puedo soportar, voy en pos de ella.

De un salto me pego a su trasero, el miembro se mete solito en la cueva, tomada de la ingle la vuelco sobre el lecho, de bruces, las piernas colgando, realmente me siento insaciable e incansable...

- Ay chico cómo metiste la metiste en mi pajarita. ¡Despacio!, no me voy a salir.

La calentura volvió con todo, bombeo acelerado, salir hasta el borde y entrar a tope, una y otra vez. La brusquedad del juego de meter y meter, hizo que se la emboque en el culito, sorprendida y dolorida por la intromisión repentina, gritó. Aproveché la indecisión y empujé otro poco, Feli demora en recriminar por la penetración imprevista e inconsulta, lo hace tarde, la tengo casi todo adentro, ni loco me salgo de este delicioso y prieto alojamiento

- Despacio, duele…

Lubrico el traca traca con sus jugos y saliva, sin sacarla, solo untando cuando me retiro un poco del ajustado estuche, regulo el ritmo para no lastimarla, me agarro con fuerza a sus ingles, empujo más todo, la calentura se transforma en vehemente y afiebrada cogida. La eyaculación no pide permiso, me vengo dentro, derramando toda la leche que me queda dentro del orto.

Sentir los estertores de la eyaculación, el semen fue bálsamo reparador de la fricción, alivio por el forzado acto de sodomía.

Con este broche de oro culminó nuestro primer encuentro sexual, se sucedieron más, muchos más, aun después que mi esposa retorno al débito conyugal, su disposición para el acto sexual no tiene ni modo de comparación con la piel canela de mis desvelados desahogos de lujuria.

Un par de polvos en la semana, a veces más, es la media rutinaria hasta que llegó el novio que venía de la isla caribeña. Nos seguimos encamando alguna, claro, más espaciado.

Estoy seguro que mi suegra estuvo informada de todo cuanto sucedía, recuerdo que una pregunta con guiño incluido

- ¿Te gusta la leche con canela?

- ¡Mucho!

- Pero... consumir con moderación...

Todo fue tal cual sucedió, aún siento el sabor de su cuerpo en mi boca.

Me gustaría conocer la opinión de alguna mujer de piel canela, si tan así como conté los sucesos con esta muchacha. Loboferoz1943@gmail te lo agradece, cuéntame…

Lobo Feroz

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