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Los pies de Valerie (J'aime vos pieds Valerie)

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Hace poco más de dos años, Valerie y yo decidimos vivir juntos, motivo por el cual yo le insistí que se trasladara a mi casa. Esto me agradaba desde todo punto de vista, pues a fin de cuentas, el lugar en donde vivo siempre me había parecido demasiado grande para mí solo. Desde que estamos juntos llevamos una vida bastante activa sexualmente: Nos gustan mucho los juegos eróticos, y hemos hecho el amor casi en cada rincón de la casa. Al mismo tiempo, nuestra vida transcurre bastante tranquila, sin mayores sobresaltos ni contratiempos. Profesionalmente, aunque nuestras carreras son diferentes, nos entendemos muy bien, y para qué negarlo, podría decirse que somos felices, o al menos lo intentamos cada día. Sin embargo, algo interesante ocurrió hace ya algunos meses:

Valerie se había quedado en la casa trabajando en un proyecto sobre decoración de un edificio, trabajo que debía entregar la semana siguiente. Aquel día —era un viernes— llegué a la casa poco antes de las cinco de la tarde. Estacioné el coche en la calle y entré sigiloso a la casa. Una vez dentro, tal como lo suponía,  me di cuenta de que ella se encontraba en la sala de la segunda planta, en donde había instalado su estudio con todos sus bártulos: ordenador, impresores, mesa de dibujo, etc. Subí las gradas sigilosamente, pensando en sorprenderla en lo que fuera que estuviese haciendo. Asomé la cabeza primero para ubicarla dónde se encontraba, y atisbando con cuidado, pude darme cuenta que estaba inclinada sobre la mesa de dibujo, sentada sobre un taburete, revisando alguno de los diseño que había elaborado.  Pero algo llamó mi atención. Después de más de dos años de estarnos relacionando, de pronto, por alguna razón inexplicable, sus pies despertaron en mí fuertes deseos eróticos. La chica estaba descalza sentada en aquel taburete, apoyando su pie izquierdo sobre uno de los travesaños metálicos de las patas del mueble; mientras el derecho colgaba al mismo tiempo que lo balanceaba dando suaves golpecitos contra la zanca derecha del mueble. Sus pies siempre me habían gustado y, de cuando en cuando, cuando me era posible, los miraba disimuladamente sin que ella se diera cuenta. Pero nunca antes habían despertado en mí tales deseos libidinosos, como los que estaba sintiendo en ese momento.

Nunca antes me había percatado de la lujuria que podían despertar en mí los pies de Valerie. Me quedé un momento inmóvil en los últimos escalones, procurando que ella no se diera cuenta de mi presencia. Observaba detenidamente aquella parte de su anatomía que ahora inquietaba poderosamente mi atención: su color trigueño más tirando a blanco, su delicadeza femenina, el arco de su pie izquierdo, los dedos que presentaban su forma natural, no deformada por el uso continuo de algún incómodo calzado.  De pronto me daba cuenta de que aquella parte de su cuerpo era merecedora, incluso, de un delicado poema. Retiré entonces por un momento mi atención de aquella parte de su cuerpo, y la aprecié a ella en su totalidad: vestía un brevísimo pantaloncillo corto, y una blusa de delgados tirantes, debajo de la cual, estaba seguro, no llevaba sostén. La visión era excitante; sin embargo, sus pies me parecieron en aquel momento, objeto de especial atención. Terminé de subir los escalones que me faltaban para alcanzar la segunda planta, y ya no me preocupé por guardar el sigilo original. Valerie volvió hacia mí su rostro cuando detectó mi presencia.

—Hola, veo que ya estás aquí.

—Sí, procuré terminar mis asuntos un poco más temprano, para poder comenzar mi fin de semana contigo.

Caminé hasta donde estaba ella sentada en el taburete, la abracé y le di un largo beso en la boca; lo cual me excitó, y me llevó a introducir mis manos debajo de su blusa para acariciar sus delicados y apetecibles senos. De allí en adelante nos fue imposible contenernos. Únicamente nos separamos un momento para que ella pudiera desembarazarse de su blusa, y luego de sus breves pantaloncillos, debajo de los cuales, luego me di cuenta, no llevaba bragas. Ese tiempo también lo aproveché para quitarme la ropa que llevaba puesta. Cuando nos quedamos desnudos nos encaminamos hasta un sofá grande que teníamos en aquella sala, yo le pasé el brazo sobre los hombros, y ella con su mano izquierda me tomó del pene. Una vez en el sofá nos fundimos en uno solo, en tanto la penetraba deleitándome dentro de la tibieza de su intimidad sexual. Mientras le hacía el amor me concentraba en su figura completa: su rostro, sus pechos, sus caderas, su sexo, pero… de pronto, la imagen de sus pies ocuparon mi mente, sobreponiéndose a las imágenes anteriores. La visualizaba allí sentada en el taburete, tal como la había encontrado, pero ahora desnuda, con sus pies apoyados en el travesaño de metal. Pronto mi mente creó una fantasía en la cual yo me acercaba a ella también desnudo, y poniéndome primero de rodillas luego me agachaba para besarle los pies. En la fantasía, mientras yo le besaba el pie derecho, ella colocaba el otro sobre mi hombro, se recargaba hacia atrás sobre el respaldo del taburete y comenzaba a masturbarse. Aquella fantasía, al parecer, puso más enhiesto mi pene, y ya no pude soportar más. Me derramé abundantemente dentro de Valerie, como nunca antes lo había hecho. Ella también sintió de pronto unos embates más vigorosos por mi parte y alcanzó un orgasmo pleno de satisfacción, que luego dio origen a una secuencia de ellos. Quedamos agotados, y ella se acurrucó a mi lado tratando de juntarse a mí lo más que pudo, mostrando sentirse muy complacida  con la experiencia vivida.

Después de un rato de reposo ella comenzó un breve diálogo:

—Me has dejado inmensamente satisfecha… ¿Qué fue lo que hice para que tú me penetraras de esta forma tan deliciosa? —preguntó Valerie mientras acariciaba mi pecho, y descendía luego con su mano para juguetear con los bellos de mi pubis; haciéndome sentir pulsiones previas a una nueva erección.

—Lo único que hiciste es ser tú —dije ocultando la verdad y haciendo que ella se sintiera halagada.

Momentos después, por algún desconocido y complejo proceso de mi mente, en un instante se volvió a instalar en ella la imagen de Valerie desnuda, mostrando sus pies descubiertos sentada en el taburete y, como si mi pene fuera una especie de  Jack in the box, en un par de segundos estaba de nuevo erecto, listo para disfrutar nuevamente de las cálidas delicias de su oculto manantial. Volvimos a hacer el amor; y mientras lo hacíamos, una vez más en mi pensamiento apareció la imagen de Valerie mostrando impúdicamente sus pies de manera coqueta. El resultado fue para ella tan complaciente como el primero. Pero esta vez los dos nos sentimos agotados al final, tomamos entonces un breve reposo. Más tarde decidimos ir a distraernos cenando en un buen restaurante, al fin y al cabo era viernes, el inicio del fin de semana.

El domingo nos fuimos de paseo a la playa. No nos bañamos en ella, simplemente fuimos a caminar un poco y a almorzar en uno de los varios restaurantes que allí se encuentran. Mi oculta obsesión parecía haber terminado o, al menos, por aquellos días me dejó en paz. Sin embargo, unas semanas después, una noche, mientras dormía, tuve un sueño erótico, relacionado con mi secreta obsesión. En el sueño, estábamos los dos en una piscina, yo me encontraba  parado dentro del agua, y frente a mí se encontraba Valerie sentada en el borde de la alberca. Los dos estábamos desnudos y, mientras conversábamos sobre algo, ella levantaba una de sus piernas y me acariciaba el pene con su pie. La sensación fue electrizante, a tal grado que me desperté casi inmediatamente, dándome cuenta prontamente que tenía una erección descomunal, provocada, con toda seguridad, por el sueño que había tenido. Me incorporé despacio para evitar despertar a Valerie, quien dormía profundamente a la par mía con la cara dirigida hacia la mesita de noche de su lado. Aun en la penumbra de nuestro dormitorio, pude distinguir perfectamente que sus pies aparecían descubiertos y sobresaliendo por debajo de la sábana. Por un momento, excitado con el sueño que había tenido, y teniendo ante mi vista aquella parte del cuerpo de mi chica, motivo de mis pensamientos más lúbricos, no pensé en otra cosa más que en poseerla sexualmente. Pero me contuve de hacerlo para no interrumpir su sueño. Sin embargo, mi fervor era tremendamente desesperante, imposible volver a conciliar el sueño encontrándome en tal estado.  Así que salí de la cama, me quité la remera y el short con que usualmente dormía, me coloqué frente al pie de la cama y comencé a masturbarme viendo a Valerie dormir, pero especialmente lo hice ante  la vista de sus bellos pies, para mí tan excitantes, que en aquel momento sobresalían por debajo de la sábana.

Sin embargo, Valerie no dormía; intuyó lo que estaba ocurriendo, entreabrió los ojos, y vio lo que hacía su amado; sin embargo, aparentó estar dormida.

Una vez satisfecho mi ardor nocturno entré al cuarto de baño, para salir un par de minutos después directo a la cama, colocarme el short y la remera y continuar durmiendo. Antes de acostarme pude observar, que los pies de mi compañera ya no salían por debajo de la sábana que la cubría.

A la mañana siguiente Valerie ya se encontraba en el desayunador preparándose algo ligero para comer, cuando me encontré con ella.

—Hola, buenos días — me dijo al verme—, ¿has dormido bien?

—Sí, creo que sí. ¿Por qué me lo preguntas? —respondí como sintiéndome culpable por algo, pensando que quizás se había dado cuenta de mi pecado.

—Por nada, solamente te preguntaba. Me agrada que te sientas bien por las mañanas.

Luego se acercó hasta donde me encontraba, me besó ligeramente en los labios y continuó:

—Hoy debo irme temprano, pues tengo que hacer la presentación de mi nuevo proyecto, me parece que nos veremos hasta por la tarde. Chao.

La despedida me pareció un tanto fría, o quizás sólo eran ideas mías, pero diciendo lo anterior, tomó sus utensilios de trabajo, salió de la casa, se subió al coche y, unos instantes después, se encontraba conduciendo hacia el lugar en que tenía que hacer su presentación. Yo me quedé con la duda en mi mente: ¿Me había visto hacer lo que hice en la noche anterior? Quizás no, pero la consciencia me acusaba. Mis propios pensamientos me torturaban: ¿Qué iría a pensar Valerie de mí si se llegaba a enterar de mi devoción por sus pies? Seguramente me tildaría de loco depravado. Y allí terminaría toda nuestra historia de amor y pasión. El caso es que debía concentrarme en lo que tenía que hacer aquella mañana. Yo también tenía que presentar un proyecto: el presupuesto de toda una enorme instalación hidráulica; trabajo que me daría lo suficiente como para vivir los próximos tres años de manera muy holgada. De manera que traté de sacar de mi mente cualquier posible sospecha de que Valerie se hubiese enterado de mi loca obsesión por sus pies. Me llevé mi ordenador, y una cara calculadora gráfica, en la que guardaba todos los cálculos que había efectuado para llegar a los resultados que mostraría con la ayuda de una presentación que mostraría en el momento indicado. Cuando estaba en la reunión para presentar mi proyecto, la situación por momentos se me puso difícil, pues perdía el hilo de lo que se estaba tratando, y mi mente divagaba pensando en Valerie. A pesar de todo, la situación, a fin de cuentas resultó como yo había esperado. De manera que para cerrar la negociación terminamos yendo a celebrarlo con un buen almuerzo a un lujoso restaurante.

Un par de horas después, todo había felizmente concluido. Yo me encontraba camino a casa bastante nervioso tratando de adivinar en mi mente cuál sería la reacción de la chica cuando me viera. Cuando llegué, estacioné el coche dentro de la cochera, haciendo todo de tal manera que Valerie se enterara de que yo ya estaba en casa. Una vez dentro, me dirigí a la segunda planta, seguro de que allí estaba la chica viendo televisión o revisando algo del proyecto que había presentado  por la mañana. Pero no, no estaba allí. Después de buscarla en varios sitios en los que yo suponía que pudiera haber estado, me di cuenta de que se encontraba sentada en un sofá de balancín del jardín interno de la casa, con las piernas recogidas sobre el asiento, y leyendo un libro. Aquello me preocupó más, pues estaba seguro que ella se había dado cuenta cuando entré en la casa y, además, de lo mucho que la había andado buscando. Sin embargo, al parecer, no sintió impulso alguno por salir a mi encuentro. Ahora sí estaba seguro de que algo andaba mal. Pero me equivocaba totalmente, tal como pude dar cuenta después.

Me acerqué un tanto temeroso al sofá de balancín, y como si no me enterase de nada le hablé:

—Hola cariño —dije un poco inseguro mientras me acercaba a ella y le daba un beso en la mejilla. Valerie levantó entonces la vista y me sonrió tranquila, aparentemente ajena a cualquier cosa que en el mundo estuviera ocurriendo.

—Hola mi amor —me correspondió.

—Cómo te fue en la mañana con la presentación de tus diseños.

—Me fue bien, sólo me hicieron una observación pequeña que ya he corregido. Y a ti cómo te fue.

—Pues también, muy bien. Me aprobaron el proyecto.

«Qué extraño —pensé— parece no haberse dado cuenta de nada, es decir que estuve perdiendo mi tiempo preocupándome sin razón alguna»

—Esa es una noticia estupenda, mi vida —dijo Valerie a manera de felicitación.

—Ya lo creo que sí —afirmé bastante emocionado.

—Ven, no te quedes allí parado, siéntate aquí en el sofá —dijo al mismo tiempo que cerraba el libro que había estado leyendo, y lo colocaba en una mesita a un lado del sofá.

Acepté la invitación de Valerie, y procedí a sentarme junto a ella. Pero me detuvo antes de poder hacerlo.

—No, no aquí… por favor siéntate en el otro extremo.

Aquello me llevó a pensar que en realidad estaba conteniendo su furia, y yo, manso y obediente, procedí a hacer lo que ella me había pedido, listo para escuchar sus reclamos. Me senté en el otro extremo, ahora observándola completamente: había tomado un baño, y estaba cubierta únicamente con un albornoz blanco, el cual no había tenido el cuidado de sujetarlo por la cintura y, además, estaba descalza. Se reacomodó en el sofá, colocó uno de los cojines a manera de almohada para recostar su cabeza y extendió las piernas colocándolas de tal manera que sus pies quedaran sobre mis piernas. Y dejó que el albornoz se deslizara a ambos lados de su cuerpo, mostrándose ahora impúdicamente desnuda. No supe que hacer, qué decir, ni qué pensar. 

—¿Te gustaría acariciármelos?

Ahora mi confusión era mayúscula, no sabía si lo que me decía era algo sincero o puro sarcasmo.

—Vamos, hazlo —continuó Valerie—, ¿o tal vez quieras besármelos?

—Es que…

—Vamos, mi cielo, sé que deseas hacerlo, pues en varias ocasiones te he pillado viéndomelos con deseo, cuando tú creías que no me daba cuenta.

En ese momento me sentí descubierto, desnudado. Una erección incipiente comenzó a manifestarse en mi entrepierna; y comencé tímidamente a acariciar aquellos pies que tanto deseo me causaban.

—Vamos, tontuelo, acaríciamelos con pasión, como intuyo que realmente deseas hacerlo.  Además, yo también deseo que lo hagas. Me excito de solo pensar que lo haces. Además, creo que es el momento en que debes saber algo…

—¿Qué…? —dije ya bastante excitado.

—Aquel día en el que me viste trabajando sobre la mesa de dibujo, estaba descalza a propósito. Tú creías que yo no sabía que me estabas observando, pero da la casualidad de que escuché el sonido del coche cuando llegabas, y me descalcé para que me vieras de esa manera. No esperaba que te quedaras de pie casi extasiado viéndome los pies, pues de alguna manera sé que eso es lo que hacías, pero aquello me excitó. Además, si tenía alguna duda sobre tu curiosa pasión, anoche quedó cancelada. Pues me di cuenta de cuánto te excitan mis pies, cuando te masturbaste viéndomelos.

Mis mejillas se enrojecieron

—No tienes por qué sentirte mal. No sabes cuánto me excité  cuando lo hacías, pero no quise que te dieras cuenta en aquel momento, pues supuse, con razón, que te sentirías mal si te dabas cuenta de que yo sabía qué era lo que hacías con tu pene.

En aquel instante mi miembro se puso increíblemente rígido. Y un poco dudoso, pero ardiendo de deseo, le pregunté a Valerie:

—¿Me dejarías volver a hacer en este momento lo que hice anoche?

—No tienes que preguntármelo, bobito,… simplemente hazlo. Es más, deseo que lo hagas.

Presuroso, entonces, me levanté del sofá teniendo el cuidado de colocar las piernas de Valerie sobre él. Luego me desvestí rápidamente, coloqué un cojín en el piso para poder arrodillarme sobre él; y comencé a besar desesperadamente los pies de Valerie mientras una de mis manos satisfacía mi propio pene. La chica también se daba placer explorando su gruta de placer y acariciando sus turgentes pezones. De pronto, entre quejidos de placer, me dijo:

—No sabes cuánto deseo que te derrames sobe mis pies masturbándote… y déjame, además, verte mientras lo haces.

Como pude, coloqué mi miembro por encima de sus pies y continué masturbándome. Y mientras yo por momentos cerraba los ojos mientras me daba placer, Valerie se masturbaba sin perderse ni un segundo de lo que yo hacía. Después de un momento ella alcanzaba el orgasmo y yo derramaba mi cálida pasión sobre sus preciosos pies.

Después de esta ocasión, mis pensamientos y deseos eróticos con los bellos pies de Valerie dejaron de ser un aparente secreto; ahora, en cambio, nos proporcionan a ambos grandiosos momentos de placer sexual.

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