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La bibliotecaria ninfómana (Parte 2)

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Capítulo 6.

Satisfecha, Gloria soltó mi verga, al tiempo que dejaba de frotar su entrepierna. Colocó sus manos en mis músculos abdominales y los acarició fogosamente. Sentí sus uñas clavándose en mi piel, el inevitable dolor se hizo presente, pero, nada que no pudiera tolerar. Sus ojos nuevamente se fijaron en mi rostro aún extasiado por la monumental eyaculación de segundos atrás. Esbozó una sonrisa lujuriosa y lentamente empezó a subir sus manos adheridas a mi piel hasta que llegó a mis pectorales, las deslizó hasta mi ombligo, y las subió nuevamente, repitiendo la acción varias veces.

—Tienes un semen dulce, bebé. —Me dijo desde su posición. Inmediatamente mi verga, completamente dura, se irguió instintivamente, acometiendo algunas veces hasta que volvió a su posición de descanso.

Gloria se percató de la reacción de mi miembro, y enseguida levantó su rostro hacia mí. Su hermosa cara había adquirido un gesto de ansioso deseo. Lentamente empezó a incorporarse, hasta que su rostro estaba justo frente al mío. Nuestros labios se hallaban a escasos centímetros, casi a punto de tocarse. Inhalábamos el aire que el otro exhalaba.

No pude aguantar más y la besé apasionadamente. Mordisqueé esos labios carnosos, besuqueé toscamente esa lujuriosa boca de hembra en celo, nuestras lenguas empezaron a probarse una a otra, mientras ella me acariciaba la espalda con sus manos, una vez más sentí sus uñas rayando mi piel, pero el dolor solo me incentivaba a besarla con más pasión.

De repente, sus manos se colocaron en mis pectorales y me dio un pequeño pero notorio empujón, deteniendo mis acometidas carnales. La miré con deseo pero también con algo de incertidumbre. Me sonrió, se movió a su izquierda y empezó a caminar lenta y grácilmente hasta que se detuvo justo frente al escritorio; se volvió y me miró con descaro mientras se quitaba el saco y lo dejaba caer al suelo. Inmediatamente empezó a desabotonarse lentamente la blusa al tiempo que me miraba con lujuriosa, unos segundos más y la blanca blusa cayó justo encima del saco.

Un rosado sostén cubría las hermosas y grandes tetas. Las miré ansioso por descubrirlas completamente.

— ¿Quieres verlas, bebé? —Me dijo la hermosa mujer agarrándolas con sus manos.

Solo hice un ademán afirmativo con mi cabeza.

Gloria llevó sus manos a su espalda e inmediatamente noté como la presión de la prenda sobre las tetas cedía ostensiblemente. Lenta y de manera fácil, Gloria se libró del sostén y lo dejo caer al suelo. Ante mí se mostraron dos señoras tetas que desafiaban atrevidamente la ley de la gravedad; prominentes, abombadas, adornadas con dos majestuosos y erectos pezones de un marrón oscuro, dos hermosas mamas que me invitaban a mamarlas inmediatamente.

Capítulo 7.

Gloria dirigió su atención a sus senos mientras los manoseaba lascivamente, y luego de unos segundos levantó su mirada y me miró fijamente. Entendí la invitación, y me lancé con actitud decidida, pero a punto estuve de dar con el suelo. Mis interiores y pantalón se habían acopiado en torno a mis zapatos como verdaderos grilletes que me impedían caminar libremente.

Gloria soltó unas cuantas carcajadas. La miré, me sentí un tanto tonto, pero, su rostro prendido de lujuria y sus carcajadas desvergonzadas me excitaron nuevamente, haciéndome olvidar cualquier resquicio de duda o humillación. Abruptamente me saqué los zapatos, las medias, e inmediatamente el pantalón conjuntamente con los interiores, quedando completamente desnudo. Gloria cesó de reír y me miró ansiosamente.

Me lancé sobre ella y de nuevo, besé alocadamente su boca, y mientras lo hacía sentí sus duros y protuberantes pezones espoleando suavemente la piel de mi pecho, en el frenesí de mi boca en la suya, sentí que sus manos me agarraban de los cabellos y lentamente me conducían hasta donde ella quería, pronto mi rostro estaba justamente frente a sus tetas.

— ¡Mámalas! —Me dijo con vehemencia, prácticamente ordenándome. Y eso hice.

Empecé besando y lamiendo suavemente su pezón derecho, mientras magreaba apasionadamente su teta izquierda; y unos segundos después estaba mamando generosamente de su pezón excitado.

—Así bebé, así, no pares bebé. —Alcance a escucharla en medio de los suaves gemidos que provenían de su boca, mientras cambiaba alternativamente de teta y pezón.

La posición en la que me encontraba no era precisamente la más cómoda para desarrollar mi trabajo con desenvoltura y confort pero, el deseo superaba cualquier incomodidad. Pronto empecé a magrear y chupar con más fuerza, mordisqueando suavemente sus duros y firmes pezones; por un instante, la imagen de una vaca lechera siendo vehementemente ordeñada por su ternero se coló en mi mente. Pronto los ligeros gemidos de Gloria se volvieron notorios ayes de placer.

Una vez más sentí que Gloria agarraba con fuerza de mis cabellos y me obligaba a bajar mi cabeza más aún. Se detuvo justo cuando mi rostro se hallaba en su entrepierna. Inmediatamente percibí un olor que me resultaba inconfundible, un olor difícil de comparar, el típico olor a hembra, a mujer.

Sus jeans apretados continuaban en su lugar. El botón de sujeción y el cierre se encontraban abiertos, pero el pantalón azul se mantenía adherido a las redondas nalgas y a los exuberantes muslos de Gloria. Entre los pliegues del cierre podía alcanzar a ver sus olorosas bragas.

Capítulo 8.

El olor a sexo de mujer, terminó por embriagarme de erotismo; coloqué mis pies de manera estable en el frío piso de parqué, entonces, agarré con mis manos decididamente de los extremos de la cintura de su pantalón, y de inmediato halé con fuerza hacia abajo.

— Ay —Sollozó Gloria, yo creo que del susto más que de otra cosa.

El fuerte empellón había conseguido lo que buscaba, sus bragas y jeans se hallaban cubriendo sus zapatos de tacón. Levanté mi mirada y lo primero que observé fue una abundante mata de vellos que le cubría su monte de venus y se extendía por todo el perímetro externo de su vulva.

Por un momento me sentí sorprendido, y ligeramente asustado. Las dos mujeres con las que había tenido sexo, anteriormente, ambas mujeres de mi edad, tenían sus entrepiernas perfectamente depiladas, pero Gloria, no. La imagen de la vulva peluda me intrigó por un momento. Sin embargo, nuevamente la lujuria se apoderó de mí al observar que los vellos que bordeaban los labios vaginales se hallaban completamente mojados.

— ¿Eres virgen? —Me preguntó con tono pícaro.

— No. —Le dije, levantando mi rostro.

— Y entonces, qué esperas. —Me dijo con su rostro adornado con una lascivia que invitaba al sexo desenfrenado.

No esperé una segunda incitación y dirigí mis manos a su entrepierna, mientras notaba que ella levantaba alternativamente sus piernas y se libraba de su pantalón y bragas, e inmediatamente se apoyaba en el viejo escritorio de madera, al tiempo que abría las piernas lo suficiente para dejar completamente a la vista su caverna sexual.

—La tienes muy peluda. —Le dije, mientras acariciaba con mis manos su clítoris y los labios de su vulva, abriéndome paso en medio del follaje velludo y mojado.

— ¿Y no te gusta que esté así? —Me preguntó con la misma picardía de momentos atrás.

La miré y sin vergüenza empecé a lamer la entrada de su vagina que se encontraba resplandeciente por los jugos que la bañaban mientras con mis manos acariciaba sus piernas. Era obvio que se encontraba tremendamente excitada pues exudaba abundante líquido vaginal, hasta el punto que incluso el interior de sus muslos se hallaban humedecidos por las secreciones sexuales.

Gloria empezó a emitir una nueva oleada de gemidos de placer que se iban intensificando en la medida en que mis atenciones a su clítoris y vagina se hacían más profundas y apasionadas. Besaba fervientemente sus labios vaginales como besaría su boca y de repente caí en cuenta de algo, me detuve por un momento y me concentré en la abertura de la erótica caverna; y casi inmediatamente confirmé lo que me había imaginado, la vagina instintivamente se abría y se cerraba, como ansiando algo, como si estuviese sedienta o hambrienta de algo. Y yo sabía que anhelaba.

Capítulo 9.

Me incorporé tan rápido como pude, y al hacerlo, sentí un poco de dolor en los músculos de mis muslos y piernas por la posición en la que había estado por varios minutos. Ignoré el dolor cuando me encontré con el rostro extasiado de Gloria. La besé fogosamente, mientras sentía su sensual jadeo en mi boca, pero, no por mucho tiempo.

La miré, y ella automáticamente interpretó mis deseos, se dio la vuelta y violentamente lanzó por los aires los documentos, papeles, libros e incluso mi carpeta que se encontraban sobre el escritorio, se puso de nuevo frente a mí, se sentó, y lentamente dejó caer su espalda en la superficie del duro mueble.

La imagen de Gloria acostada en el escritorio con sus piernas colgando del mismo, y su vagina chorreando líquido vaginal me ensimismó, la escena plena de erotismo me dejó boquiabierto. Sus dos bocas jadeaban ansiosas de pasión.

—Hazlo, hazlo bebé, hazme tuya mi amor. —Me dijo la bella mujer madura.

Su pedido que más parecía un ruego me sacó del ligero arrobamiento. Cogí su pierna derecha y la coloqué sobre mi hombro izquierdo, y su izquierda sobre mi derecho. Agarré mi verga con la mano y cuidadosamente la introduje lentamente en la misteriosa cueva erótica. Inmediatamente sentí una sensación de placer que me estremeció todo el cuerpo.

—¡Ay, sí, bebé, así, hazlo, hazlo! —Me dijo Gloria mientras alternativamente se masajeaba furiosamente las tetas y se oprimía sus erectos pezones.

Empecé lentamente el bombeo, suave pero profundo. Lento pero seguro y constante. La intensidad y sensibilidad de la fricción me recordaron que no estaba usando preservativo. “Y dónde carajos voy a conseguir un condón ahora”, me dije mentalmente. De inmediato aumenté la velocidad de los empellones, mis piernas chocaban contra las partes inferiores de las nalgas y superiores de los muslos de Gloria, haciendo un ligero sonido similar a un chasquido.

— ¡Ay, sí, sigue así, bebé, sigue así! —Me repetía Gloria a cada momento.

Una y otra vez mi verga entraba y salía de la vagina lustrosa y lubricada de la sensual mujer, mientras ésta, no cesaba de sollozar cada vez más fuerte con cada una de mis fuertes embestidas. De repente sentí, que la hembra madura soltaba un fuerte chorro de líquido blanquecino por su uretra, luego otro, y otro, y otro más, siempre acompañados por fuertes gemidos de placer emitidos por su boca.

La sorpresa del evento hizo que soltara sus piernas y sacará mi verga de la caverna para contemplar a la hembra gimiendo y sacudiéndose en ligeras convulsiones de placer. Jamás había experimentado algo semejante, “así que esto es una eyaculación femenina”, me dije mentalmente. Dejé que pasen unos segundos, y luego levanté nuevamente sus piernas que apenas momentos atrás se sacudían temblorosamente por el fuerte orgasmo que la mujer había tenido; volví a meter mi verga en su vagina y empecé a cargar con más fuerza. La mujer volvió a prorrumpir en continuos sollozos de placer, mientras lujuriosamente se frotaba con su mano derecha su enorme clítoris hinchado y con la izquierda continuaba ordeñándose las tetas sucesivamente.

A pesar del dolor que empecé a sentir por lo duro y tupido con que la estaba cogiendo, no podía parar, y yo mismo empecé a emitir leves gemidos por las fuertes y constantes arremetidas; hasta que de repente sentí una sensación intensa de placer, símbolo inequívoco de que había llegado al orgasmo. Con fuerza inusitada espoleé a la mujer como intentando que mi verga llegara hasta su mismísimo útero, descargando finalmente mi semen en lo más profundo de su excitada vagina.

Capítulo 10.

Me tumbé sobre ella, dejando que el sudor de mi cuerpo se mezclase con el suyo, pero, la posición en que se hallaba Gloria era tan incómoda y el escritorio tan pequeño que no tuve más remedio que escabullirme hacia atrás, y lentamente dejarme caer en el frío piso de parqué.

Cansado pero satisfecho, extendí mis brazos hacia los costados, y me quedé viendo hacia la lámpara que tenía sobre mí. En ese momento todo lo que había sucedido minutos atrás me pareció surreal. No sabía qué hora era. Qué tiempo había estado en ese lugar: un día, una hora, un minuto, un segundo. “¿Y si esto no es más que un sueño, y dentro de poco me despertaré, y no recordaré nada?”, me dije a mí mismo. Pero, entonces, escuché un ligero siseo, levanté mi rostro y vi que Gloria, se movía a gatas hacia mí.

La bella mujer llegó hasta mi pelvis y de un solo movimiento se apoderó de mi verga. Sentí como mi miembro era agarrado y masajeado poderosamente por la mano de aquella ardiente fémina, una vez más todo mi cuerpo se estremeció.

Dejé que mi cabeza descansara en el piso y solo me limité a disfrutar del apasionado masaje, pero un nuevo estremecimiento me hizo levantarla nuevamente para ver que sucedía, de inmediato me di cuenta, al masaje Gloria había añadido una lujuriosa mamada. Segundos, minutos, horas, la noción del tiempo se había ido, solo había lujuria, carnalidad, placer indómito, y de repente un orgasmo que intentaba trascender el infinito; ayes, gemidos, pero esta vez solo míos.

Gloria se acostó sobre mí y empezó a lamer mi rostro. Yo estaba agotado, satisfecho, cansado, pero ella, ella parecía inagotable. Solo la dejé hacer.

— ¿Te gustó bebé? —Me dijo luego de besarme copiosamente.

Solo atiné a sonreírle, había tenido el mejor sexo de mi vida, hasta ese momento. Ella lo sabía, le bastaba con observar mi rostro extasiado de placer.

— ¿Cómo dijiste que te llamabas? —Me preguntó, con una sonrisa pícara.

—Pablo. —Le dije, mientras me sentía a merced de aquella monumental mujer.

— ¿Crees que esta experiencia te sirva para terminar tu investigación? —Me dijo y sonrió ampliamente.

—Supongo que sí. —Le dije, imaginando que se había dado cuenta que lo de la investigación había sido una farsa, seguramente desde el principio.

—Me gustó mucho estar contigo, eres un chico muy fuerte y rendidor. —Dijo sin dejar de verme.— Aunque te hace falta práctica, necesitas alguien con experiencia que te enseñe. —Dijo y esbozó una sonrisa pícara.

—Siempre estoy dispuesto a aprender. —Le dije; la charla me había puesto cachondo, y empecé a sentirme con nuevas fuerzas.

—Estoy segura que sí. —Dijo y me miró fijamente por unos segundos.—Ahora quiero que me prometas algo. —Dijo con cierto dejo de formalidad.

—Lo que tú digas. —Le dije obedientemente.

—Quiero que no vuelvas más por aquí.

En ese momento me quedé atónito; sin saber que responder; sin saber qué argumentar, y sin embargo, pude articular una palabra que resumía mi confusión en esos instantes.

— ¿Qué?

—No quiero que vuelvas nunca más por aquí.

—Pero, Yo te amo.

Gloria soltó una sonora carcajada que, no lo niego, cacheteó mi ego fuertemente.

—Tú no estás enamorado de mí, solamente tuviste buen sexo, eso es todo, y nada más, y tú lo sabes.

—Pero… —Intenté replicar pero fui interrumpido.

— ¿Te gustó lo que hicimos hoy?

—Claro que sí, fue maravilloso. —Le dije convencido y emocionado.

—Entonces, en honor a esa experiencia, quiero que me prometas que nunca me buscarás, y tampoco volverás a esta biblioteca, ¿entendido?

—Pero, ¿por qué? —Le pregunté, esperando una razón que calmase la desilusión que empezó a agobiarme.

—Porque yo lo quiero así. —Me dijo esta vez con seriedad.

Me quedé viéndola; esta vez no sonreía; su rostro hasta hace momentos lujurioso se había vuelto sereno pero al mismo tiempo indisputable.

—De acuerdo. Si no quieres que te busque, no lo haré.

— ¿Lo prometes?

—Sí, lo prometo. —Le dije, con mi rostro desconsolado.

Gloria, me besó la boca, pero esta vez no fue un beso lujurioso, quizá de agradecimiento.

—Vamos, levántate y vístete, debe ser muy tarde. —Me dijo con dejo amistoso, y se incorporó lentamente.

Por un momento me quedé observándola desde mi posición, tendido en el frío piso de parqué. Sus muslos flexionándose para recoger sus ropas tiradas en el suelo. Las corvas de sus pies, aún todavía sobre sus sandalias con tacos. Sus labios, los de su rostro y los de su entrepierna. Sus senos, sus pezones, su cuerpo maravilloso. Por unos extraordinarios y grandiosos momentos había disfrutado de esa exuberante hembra, pero, en un solo instante todo se había terminado.

Empecé a sentir frío, mucho frío. Me incorporé y busqué mi ropa, estaba a unos metros de donde me había acostado. Empecé por ponerme los calcetines.

— ¿Y en dónde estudias? —Me preguntó de repente Gloria.

—En la Universidad Central. —Le dije sin mucho ánimo.

— ¿En qué facultad?

— En Economía —Le dije y me volví para verla; se estaba poniendo el pantalón, pero no las bragas, que aún seguían tiradas en el piso.

— ¿En qué nivel estás?

—Segundo.

— ¿Estudias en la mañana, en la tarde, o en la noche?

— En la tarde. —Le dije, y empecé a molestarme, es decir, considerando que no deseaba volverme a ver preguntaba demasiado sobre mí, pero no quería enojarme con ella, no después de lo que habíamos hecho, de manera que supuse que solo quería hacer conversación.

Mientras me terminaba de vestir, me dije a mí mismo: “solo fue sexo”. Efectivamente solo había sido sexo para ella, nada de sentimientos, nada de compromisos, solo algo carnal. “Y por qué debería haberlos”, me dije en mi mente, es decir, apenas nos habíamos conocido. La gente no se enamora de buenas a primeras, no, eso lo pasa en las vulgares telenovelas y en la películas tontamente románticas. Y sin embargo, esa mujer despertaba en mí, sentimientos especiales, o eso me parecía ese momento. No me importaba su edad, quizá me llevaba veinte años, o quizá más, pero, eso no me importunaba, ni siquiera que hubiese tenido sexo con Juan.

—Te acompaño a la salida. —Me dijo, para entonces, estaba completamente vestida.

— ¿No deseas que te acompañe a tu casa? —Le dije buscando estar un poco más con ella.

—No. —Me dijo fríamente.

Pasé por el dintel de la puerta y me volví para despedirme. Gloria se acercó y me dio un beso en la mejilla.

—Chao, hermoso. —Me dijo y de inmediato cerró la puerta.

Suspiré un par de veces, y me di la vuelta para salir del aquella casa. Solo entonces noté que ya era de noche pues las tinieblas dominaban el lugar. De repente un foco se encendió en el pequeño pasillo. Levanté la mirada y busqué el reloj que estaba empotrado en la pared encima de la puerta de ingreso, marcaba el nueve. Enseguida me encaminé a mi casa, pensando en todo lo que me había sucedido aquella tarde y noche.

Capítulo 11.

Al día siguiente fui a clases, a pesar del estado melancólico en el que me hallaba, pero a diferencia de Juan, me abstuve de contar a mis amigos acerca de la experiencia que había tenido en la pequeña biblioteca.

Sin embargo, necesitaba conversar con Juan, deseaba saber sobre su relación con Gloria. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo le había ido? ¿Seguían viéndose? Tenía muchas preguntas que hacerle. Pero no deseaba que mis otros amigos se enterasen.

La oportunidad se dio una semana después cuando luego de clases me lo encontré solo en la salida de la facultad y lo invité a tomar una cerveza. Juan tenía dos pintorescas costumbres: ser un descarado mujeriego y un empedernido amante de la cerveza.

Luego de conversar de eso y aquello, decidí que era momento de preguntarle acerca de Gloria.

— ¿Recuerdas que nos contaste de la bibliotecaria que te habías culeado? ¿Aún la sigues viendo?

—No. —Me dijo Juan.

— ¿Y qué pasó?, ¿amor de una noche?

—No, era una mujer media rara. La fui a ver el otro día, y cuando le propuse culear de nuevo me mandó al diablo.

No pude evitar reírme. Juan despreciado por una mujer. Pero inmediatamente sentí curiosidad. En verdad que Gloria era una mujer misteriosa, o “media rara”, como bien decía Juan.

—Tal vez le dijiste algo que la ofendió. —Le planteé.

—No, no sé. Como te digo era una mujer rara. Luego que la cogí, me hizo prometer que no la buscaría, y tampoco quiso darme su dirección o su teléfono. —Dijo Juan y se tomó un sorbo de cerveza.— Pero, la volví a buscar una semana después, y esa vez ya no quiso nada.

—Pues qué raro, eh. —Le dije sonriendo.

—Pero, no importa, porque igual me la cepillé una vez. —Dijo con aire jactancioso, pero casi inmediatamente Juan asumió una actitud taciturna por varios segundos.

—Tengo que irme. —Me dijo, y se tomó de un solo trago el resto de la cerveza que le restaba.

— Yo también. —Le dije; dejé el vaso a medio tomar, y salí con mi amigo a la calle donde nos despedimos finalmente.

Capítulo 12.

Tres meses después de la intensa sesión de sexo que tuve con la mujer de la biblioteca, finalmente había conseguido superar la melancolía que había tenido por su negativa de volvernos a ver. Aunque no por eso la había olvidado. Su recuerdo permanecía innato en mi mente, pero había superado la pérdida, o más bien el alejamiento. Pero entonces, sucedió algo.

Me encontraba subiendo las escalinatas que conducían al edificio de la Facultad, inmerso en varios pensamientos, hasta que finalmente llegué al inicio del amplio corredor enmarcado por una gran puerta de vidrio, fue cuando escuché una voz que me hizo reaccionar de inmediato.

—Hola Pablo.

Regresé a ver hacia el lugar de donde provenía la voz femenina que me resultaba muy familiar. Se trataba de una mujer alta, casi de mi estatura, cabello recogido en forma de cola de caballo, grandes gafas negras, labios carnosos, cuerpo esbelto y frondoso cubierto por un vestido azul oscuro, medias de nylon negras transparentes y zapatos negros con tacones medianos.

La incertidumbre se apoderó de mí. Su voz me recordaba a alguien pero, su imagen actual contrastaba con la reminiscencia que tenía.

— ¿No te acuerdas de mí?, porque yo sí me acuerdo de ti, y de lo que hicimos. —Dijo la mujer con tono picante esbozando una sonrisa lúbrica. Enseguida se quitó las gafas.

Solo entonces la reconocí, aunque, estaba diferente, era Gloria, pero en una faceta mucho más formal y elegante.

—¿Gloria? —Le dije, sorprendido.

— ¿Cómo te va? —Me dijo, acercándose a mí.— ¿Me extrañaste? —Dijo deteniéndose a unos treinta centímetros de mí.

—Hola. —Le dije inocentemente, y me quedé mirándola deslumbrado.

La mujer sonrió generosamente y me miró fijamente, sentí que de inmediato mi verga se endurecía dentro de mi pantalón. Un silencio de segundos se cernió en ese momento, incómodo para mí, mas no para ella, que seguía adoptando la misma actitud desenvuelta y segura.

— ¿Y qué haces aquí? —Le dije.

— Vine a verte. —Me dijo inmediatamente.— He estado buscándote desde hace una semana.

— ¿A mí? —Le dije con incredulidad.

—Supongo que yo tengo la culpa, debí pedirte más señas sobre dónde buscarte.

—No entiendo. Me hiciste prometer que nunca te buscaría. ¿Lo olvidaste? Me dijiste que no volviera a esa biblioteca.

—Cierto, y cumpliste, por eso estoy aquí. —Me dijo con tranquilidad.

— ¿Qué? —Le dije sin entender qué mismo pasaba.

—Nunca dije que yo no podría buscarte.

—No, pero… —Le dije, mas no pude terminar la frase porque me interrumpió.

— ¿Te parece que soy una mujer común? —Me dijo.

—No —le dije—, eres muy diferente a las demás mujeres que conozco.

—Me gustan los hombres que tienen palabra de honor. —Dijo y se remojó los labios con su lengua, y enseguida me hizo una pregunta.— ¿Sabes cuántos hombres han estado conmigo en la biblioteca?

Entre excitado y asombrado, me limité a responderle encogiéndome de hombros, señalando mi desconocimiento.

— Muchos, pero solamente tú honraste la promesa que me hiciste. —Dijo acercándose aún más.— Unos, volvieron al día siguiente, otros, al siguiente. En menos de una semana todos habían vuelto rogándome por una gota de mi sexo, todos volvieron, menos tú. Tú cumpliste tu promesa.

Prácticamente sus labios tocaban los míos.

— ¿Has estado con otra mujer, desde que estuviste conmigo?

—No. —Le dije.

Inmediatamente sentí que su mano tocaba mi entrepierna y agarraba con fuerza mi verga a través del pantalón.

—Ese semen es mío —Me dijo, y añadió.— Y tú también.

Me tomó de la mano entrecruzando nuestros dedos, se encaminó hacia las escaleras y empezó a bajarlas seguida mansamente por mí. Nadie se dio cuenta de aquella escena, nadie excepto Juan, que desde un lugar escondido, miraba absorto como Gloria y yo, nos íbamos alejando hasta que finalmente nos perdíamos detrás de una tumultuosa marea de gente, en una acalorada tarde de verano.

FIN

(9,87)