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Libro de poesías

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Ella es muy morena: tiene la piel tostada por el sol. Se llama Susana. Es, también, más bien gordita; si la veis, podéis adivinar que bajo su camiseta de tirantes se aprietan unas tetas bien formadas, y gruesas; y que la carne de su cuerpo se ciñe contra la tela en su cintura y en su culo. Su cara es redonda; su cabello es castaño, con flequillo y recogido con un moño sobre la coronilla. Y ahora me la estoy follando.

Todo empezó esta tarde de verano en que yo andaba por el barrio distraído, hasta que entré en la tienda de ultramarinos a comprar un bolígrafo, ya que acababa de gastarlo resolviendo autodefinidos. El tendero, Germán, un hombre muy comunicativo, cuando le pedí el bolígrafo, me soltó: "¡Qué, Julián!, ¿ya has terminado el libro de poesías que estabas escribiendo?" Yo me quedé patidifuso, porque ni era escritor ni mucho menos me gustaba la poesía: entendí que bromeaba; a los pocos minutos supe la razón: al oír la palabra "poesías", una cliente había levantado la cabeza del cajón de los tomates y nos había mirado a los dos; Germán me hizo un guiño con disimulo: él sabía la etapa de sequía que yo andaba pasando en cuestión de mujeres, él conocía a sus clientes: él sabía que aquella mujer, Susana, escribía poesías, que era una apasionada del género literario lírico. En fin, yo la había visto alguna vez por la calle; incluso me había pajeado alguna vez pensando en ella, en sus formidables tetas bamboleándose mientras la follaba, en sus labios deslizándose sobre mi polla, pero jamás había intercambiado una frase con Susana.

No me había quedado muy satisfecho con la última relación que había tenido; pues, aunque ella, Silvia, era una mujer diez, su comportamiento en la cama dejaba mucho de desear: ella siempre estaba dispuesta; sin embargo, era tan poco expresiva que nunca supe si tenía orgasmos conmigo o no; eso sí, cuando me chupaba la polla siempre me decía: "No te corras en mi boca", cosa que me fastidiaba bastante.

Así que, regresamos al relato, fue salir de la tienda y, a los pocos metros, ser abordado por Susana. "Hola", me dijo al ponerse a mi lado; "Hola", respondí, y me detuve. La presencia de su cuerpo tan cerca de mí me turbó. Yo no sabía dónde mirar, si a su bonita cara de grandes ojos verdes, si a su generoso escote, si a sus hermosos hombros bronceados... "He oído que escribes", dijo; "Sí", dije; "¿Poesía?, preguntó; "S-sí", respondí; "¡Guay!", exclamó; "¡Sí, guay!", resolví; "Oye, ¿cómo te llamas?"; "Julián, ¿tú?"; "Susana, Susi"; nos besamos en las mejillas, y su sudor me refrescó la piel, y su olor resucitó mi virilidad en la entrepierna. Y quedamos citados en su casa esta misma noche.

Yo nunca había escrito nada, quiero decir con arte: sólo rellenaba pasatiempos. Pero se me ocurrió juntar algunas letras y compuse una pequeña obra para agradar a Susana; luego se la leería.

Llegué al piso de Susana a eso de las once de la noche. Toqué su timbre y ella me recibió muy contenta; iba vestida con un camisón muy ligero y andaba descalza; sin duda, hacía calor, así que me propuso quitarme la camisa para estar más cómodo. Me la quité. Luego me hizo pasar al saloncito. Observé que en una mesita de centro acristalada había folios escritos, muchos, y sobre estos, varios bolígrafos. Nos sentamos en el sofá. Hablamos: del trabajo, de las relaciones... Me contó que era divorciada; yo le confesé mi soltería: se extrañó. Después me explicó cuáles eran sus gustos literarios, y me preguntó sobre los míos: "Me gusta la sensualidad, el erotismo", dije poco convencido, con la idea de llevar la reunión hacia otros términos. Ni que decir tiene que estar a pocos centímetros de Susana oliendo su perfume a gel de ducha, observando ciertas transparencias de sus vestiduras, me estaban impacientando. Entonces, inesperadamente, tomó un papel de la mesita de centro y recitó, un soneto, creo:

"Ayer noche en mi cama te metiste;

yo sólo la combinación llevaba.

Pronto tu boca mis labios besaba;

quitándome la ropa un lío te hiciste.

Mis tetas expuestas febril mordiste;

luego mi ombligo tu lengua mojaba.

Después llenaste mi coño de baba:

sí, fueron las chupadas que me diste.

Tuve un orgasmo, quizá dos, mas, ¿sabes?,

tener dentro tu polla es lo que yo quería,

y tiré de tus hombros hacia arriba

hasta que te tuve encima: "Ya cabes."

Sentí tu penetración, creí que moría:

"Oh, amor, seré quien tu semen reciba.""

Esta recitación me pareció excelente, porque ahí era donde yo quería llegar. "Así que Susana compone tales cosas, vaya con Susi", pensé.

"¿Qué te ha parecido?", me preguntó; "Extraordinario", respondí; "¿Crees que alguien me lo publicaría, Julián?"; "Sin duda, Susi"; "Recítame algo tuyo, Julián; "Pues, mira, precisamente...", saqué el papelito con mi composición, y recité:

"Te sentaste sobre el colchón mullido,

y te quitaste el sostén con cuidado;

palpé tus tetas, tú mi falo erguido:

"Ay, cariño, que aún hoy no he merendado,

quiero jugo de tu polla, exprimido";

"¡mámala, de lujo!", exclamé extasiado.

Mientras tus voluptuosos gemidos yo oía,

eyaculé en tu boca con energía."

Me la estoy follando, sí, amigos. No se pudo resistir. Me llevó a su dormitorio en cuanto terminé de recitar. Se desnudó de pie, ante mí, a media luz, la que provenía de la lamparita de luz fría que había sobre la mesita de noche. Verla desnuda me produjo tal excitación que mi polla se empalmó de tal manera que Susana, al darse cuenta, se arrodilló, me desabrochó el pantalón y se la metió en la boca; ver sus labios recorrer mi polla era lo mejor que me sucedía en mucho tiempo; oír el ruidito del chupeteo no tenía parangón alguno. Su coronilla avanzaba y retrocedía a un ritmo lento y eficaz; no obstante, en cuanto Susana oyó que mi respiración se agitaba, imprimió más energía a sus vaivenes hasta que me vertí.

Ahora, media hora después, estamos follando. Siento sus brazos apretando mi cuerpo al suyo. "Hum, humm, Julián", susurra Susi, y yo le doy. De vez en cuando me impulso hacia arriba con las palmas de mis manos sobre el colchón y contemplo su lindo rostro contorsionado, sus tetas agitándose arriba y abajo por mis empujes, su confortable cintura de mujer, el misterio de mi polla entrando y saliendo de su coño de pelo rizado corto, ese misterio del placer. Ambos resoplamos, ambos jadeamos. Susana suelta un grito agudo, otro, otro más, "Ah, ah, ah", gime, "hum, humm"; luego yo rujo, "Ogh"; y nos corremos.

(10,00)