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Me convertí en la perrita sumisa de mi asaltante

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Eran las dos de la madrugada, la calle estaba desierta y yo me encontraba sacando dinero de un cajero. De pronto, una voz grave me ordenó:

―Pon las manos en la nuca y calladita...

Así lo hice, su mano recogió rápidamente el dinero del cajero, pero no se fue, permaneció a mi espalda observándome, comenzó a olisquear mi cuello, mi cabello, mis hombros descubiertos...

―Mmmmmm... ¡qué bien hueles zorrita...! Creo que voy a darte una propina por habérmelo puesto tan fácil...

Me agarró del brazo y me giró bruscamente para verme. Era un chico de unos 29 años, atractivo, corpulento.

―Voy a llevarte a mi casa, ni se te ocurra gritar ni hacer ninguna tontería, o lo lamentarás...

Estoy segura de que podría haber escapado, pero le seguí el juego, la verdad es que en una situación normal me habría fijado en él, habría intentado ligármelo... Además no se por qué pero no tenía miedo. Me metió en su coche, no dije ni una palabra, tampoco temblaba, eso le extrañaba pero creo que a la vez le excitaba. Mientras conducía acariciaba mis piernas, poco a poco fue introduciendo su mano debajo de mi falda, luego debajo de mi tanga, tocó mi sexo, que estaba como siempre... caliente...

―Vaya, vaya... eres una perrita sumisa que se muere de ganas porque le den su merecido... tranquila, hoy es tu día de suerte...

Entonces le miré fijamente y le dije desafiante:

―Que te jodan

Me propinó una bofetada (bastante light...) y dijo:

―Ya hemos llegado, pero antes de subir, quiero que me la chupes, ¡zorra!

Sacó su enorme pene y agarrándome del pelo me lo introdujo en la boca. Gracias a mis artimañas se corrió enseguida entre gemidos.

―¡Qué bien la mamas, putita, a ver qué más sabes hacer...!

En el ascensor me magreó todo lo que quiso, sobaba mis pechos a su antojo, mis muslos, mis nalgas... mostraba un especial interés por mi cabello, lo acariciba y lo olía cerrando los ojos, como si no quisiera olvidar su olor, olisqueaba cada rincón de mi piel como si fuese un perro y yo una perrita en celo. Una vez en casa me ordenó que me desnudase completamente. Se acercó y me besó apasionadamente... Lamía mis orejas, mi cuello, mis hombros... levantó mis brazos por encima de mi cabeza y sujetándolos por las muñecas se deleitó saboreando mis pechos, succionaba mis pezones como queriendo extraer su jugo. De pronto, me puso de cara a la pared y me ordenó abrir las piernas al máximo.

―Te voy a follar hasta que me canse puta...

Agarrándome de las caderas me hizo doblar la espalda quedando mi culito a su merced, en pompa. Fue al cuarto de baño y volvió con un bote de crema y un cepillo de pelo. Comenzó a cepillar mi cabello y mi piel como si fuese una perrita, la excitación le hacía restregar su enorme y erguida verga contra mi culo y no paraba de hablarme y decirme groserías que me estaban poniendo a mil.

―Así, muy bien... vas a ser una perrita buena verdad... si no ya sabes que tendré que castigarte... ¿vas a portarte bien?

Al ver que no le contestaba me dio un azote con el cepillo en el culo. Yo seguía sin hablar, no se por qué pero quería provocarle, me excitaba cómo me estaba tratando, y el azote más que dolerme hizo que mi coñito se mojase aún más. Continuó dándome azotes y yo gemía cada vez que recibía uno, gemía como una perrita que está siendo castigada por su amo... pensar aquello me excitó aún más... deseaba que aquel tío fuese mi amo, que me sometiese e hiciese conmigo lo que se le antojase. Quise que él intuyese lo que yo pensaba y le dije:

―Me portaré bien... amo...

Me hubiera gustado ver la cara que puso, pero lo que sí noté fue su verga contra mi culo, que se puso aún más dura y grande. Cuando fue capaz de reaccionar volvió a acariciar mi cabello y mi cuerpo con el cepillo, suavemente.

―Así me gusta perrita... ya veo lo que quieres... no te preocupes porque lo tendrás, a partir de ahora serás mi perrita sumisa... mi esclava...

―Sí amo, gracias, muchas gracias...

―Ahora voy a estrenarte como mi perrita, a ver, ábreme bien tu culito que tengo que examinarlo...

Me apoyé con los hombros en la pared y con las manos abrí mi culito para él todo lo que pude. Se agachó para observarlo detenidamente y, como no, también olisqueó mi agujerito, lamía mis nalgas, lamía los dedos que rodeaban el ano abriéndolo al máximo y yo me moría de ganas porque introdujese su lengua allí... Empezó con pequeños toquecitos con la punta de su lengua, metía la puntita una y otra vez, hasta que poco a poco me la metió todo lo que pudo. Aquella sensación me estaba volviendo loca, deseaba que me poseyera de una vez, que llenase todos los orificios de mi cuerpo.

De pronto noté algo frío en el ano, me estaba untando crema para lubricarlo bien, me metió un dedo, luego dos... y de pronto sentí que estaba intentando introducir algo más rígido... era el mango del cepillo con el que anteriormente me había cepillado y castigado. Lo introdujo dentro de mi todo lo que pudo, casi hasta hacerme daño.

―Ponte a cuatro patas perrita y sígueme, ten cuidado de que no se te caiga la colita tan original que te he puesto...

Hice lo que me ordenó sin tener idea alguna de lo que pretendía hacer conmigo, la verdad es que me costaba bastante caminar con aquello allí metido, tenía que apretar el culo con todas mis fuerzas para que no se me cayese. Le seguí hasta la cocina, abrió la nevera y cogió una botella de agua, tras beber un largo trago me preguntó si tenía sed, asentí con la cabeza, entonces cogió un tarro ancho de plástico, lo colocó en el suelo y lo llenó de agua. Me acerqué a él y bebí como una perrita sedienta.

―Ahora vamos a descansar un poquito mientras vemos la tele.

Le seguí hasta la sala de estar, encendió la tele y se sentó en el sofá, entonces me indicó que me colocase boca a bajo en su regazo, con mucho cuidado de que no se me cayera el cepillo hice lo que me ordenó. Mientras veía la tele acariciaba mi cabeza y mi espalda con sus manos. Me sentía afortunada porque el destino hubiese cruzado a aquel hombre en mi camino. No quería perderle, así que me propuse satisfacerle al máximo, intentaría darle todo el placer posible. Deslicé mi cuerpo hasta que su verga quedó a la altura de mi boca, y suavemente comencé a lamerla, la besaba y succionaba y no tardó nada en ponerse dura como una piedra. Chupé sus testículos una y otra vez, esta vez no quería ser tan rápida, quería hacerle gozar como nunca. Recorrí mi cara con su glande, acariciaba con él mis ojos, mi nariz, mis mejillas... y comencé a dar golpecitos con él en mi rostro y en mi lengua. Aquella escena le estaba poniendo a mil, lo notaba en las contracciones de su verga. Recorrió mi cuerpo con su mirada y se percató de que aún tenía el cepillo metido en el culo, así que como símbolo de agradecimiento me lo sacó delicadamente.

―Ponte a horcajadas mirando hacia la televisión.

―Sí amo...

Una vez me coloqué como me había ordenado me agarró de los hombros y me agachó hasta que su verga se introdujo por completo en mi coñito. Me sentí totalmente llena de él y comencé a moverme suavemente, en círculos, adelante y atrás, arriba y abajo... De pronto pareció que se percató de que aquel no era exactamente mi papel, así que me empujó hacia delante y me apoyé con las manos en la mesita que había en frente del sofá. Él se puso de pie y volvió a tomar su rol dominante, me folló salvajemente, mientras me daba cachetes en ambas nalgas a la vez.

―Así perrita, te gusta eh... no hará falta que te diga que no te puedes correr si yo no te doy permiso ¿no?

La verdad es que no había pensado en aquello, me moría de ganas por correrme de una vez y sentía que me iba a resultar imposible no hacerlo.

―Me voy a correr perra... aaaaaaaahhh.... aaaaaaaaaaahhh... toma... toma... agggrrrr.... agggrrr.

Yo también me corrí sin poder evitarlo, pero no hice ningún ruido para que no se diese cuenta. Cuando terminó cayó exhausto en el sofá. Yo permanecí en la misma postura, sentía cierto miedo, era imposible que se hubiese dado cuenta, pero estaba tan callado... y sentía que me estaba observando fijamente.

―Perra, ponte de rodillas, date la vuelta y mírame.

Me puse de rodillas, me giré y le miré. Permanecimos mirándonos unos segundos, sentía que su mirada se me clavaba en el corazón, no pude aguantarle la mirada y bajé la vista. Entonces me dio una bofetada que me tiró al suelo.

―Ahora estoy cansado, ve a darte una ducha fría mientras decido cuál va a ser tu castigo.

La ducha fría no significó para mi un castigo, era una noche de verano y estaba acostumbrada a refrescar y tonificar mi piel de aquella manera. Estuve un buen rato debajo del chorro, enjaboné todo mi cuerpo y tras aclararme me sequé con una toalla. Al mirarme en el espejo, desnuda y con las mejillas aún calientes debido a la excitación anterior, me sentí más sensual que nunca.

Mi amo estaría decidiendo cuál iba a ser mi castigo, y yo, más que atemorizada, volvía a sentirme excitada. De pronto, me percaté de que estaba intentando pasarme una nota por debajo de la puerta, me agaché a recogerla y leí lo que mi amo había escrito con una caligrafía tan perfecta que me sorprendió. "Ya he decidido cuál será el castigo que voy a imponerte, pero tengo que salir a comprar lo que necesito. Cuando regrese tendrás que estar aguardándome en la entrada, sentada en posición de espera como una perrita fiel...". Al momento escuché un portazo y oí cómo cerraba la puerta con llave desde el exterior. Salí del cuarto de baño totalmente desnuda en busca de mi bolso, siempre llevo en él un tarrito de mi perfume habitual y un cepillo de dientes. Perfumé mi piel, me lavé los dientes y desenredé mi cabello con el cepillo que mi amo había utilizado anteriormente para castigarme. Inmediatamente después fui a colocarme en la entrada, tal y como me había ordenado mi amo, con las nalgas apoyadas en los talones y las manos sobre mis muslos. Tardó una media hora en llegar, treinta largos minutos que mi mente empleo en recordar todo lo que había pasado, mi corazón se aceleraba y mis entrañas volvían a encenderse. Cuando oí su llave entrando en la cerradura se me aceleró tanto el corazón que parecía que se me iba a salir del pecho. Entró y me acerqué a cuatro patas hasta él, sacó un collar de perro de la bolsa que traía y se agachó para colocármelo, ató una correa a la pequeña argolla que tenía y me llevó al dormitorio.

―Vamos perra, vas a aprender a obedecer y respetar a tu amo.

Depositó la bolsa en la cama y fue sacando todo lo que había comprado, unas esposas, un consolador, una bolas chinas y... ¡una fusta!. Mi cara reflejó temor por primera vez en toda la noche.

―Si no te hubieras corrido como una puta sin mi consentimiento ahora no tendría que castigarte. Vamos, túmbate boca a bajo en la cama y junta las manos en la espalda.

Se sentó a mi lado y me colocó las esposas en las muñecas. Permaneció allí, acariciando mi cabello húmedo, lo olió e hizo lo mismo con mis hombros, mi cuello...

―Qué bien hueles zorrita... mmmmmmm... tu olor me vuelve loco... me hace desearte, deseo que seas mía, totalmente mía...

―Soy tuya amo...

―Lo se... pero aún te queda mucho por aprender y tengo que ser duro contigo, tengo que enseñarte a obedecerme y respetarme.

―Lo siento amo, me portaré bien, de verdad... no me castigues, por favor..

―Tengo que hacerlo, pero esta vez no seré todo lo duro que puedo llegar a ser.

Cogió la almohada y me la puso doblada debajo de la cadera, mi culo quedo totalmente en pompa y mi cuerpo casi formaba un ángulo de noventa grados. Lamió mis nalgas como una animal lame a sus crías, aquella sensación me estaba poniendo muy caliente, pero sabía que en cualquier momento daría comienzo mi primer castigo. Cogió la fusta y la paseó por mi culo acariciándolo, de pronto, me propinó un azote que me hizo gritar de dolor.

―Cállate zorra, ni un grito, ni una palabra, ni un movimiento, no estoy empleando toda mi fuerza, así que no me provoques, ¿entendido?.

―Sí amo...

Me azotó una y otra vez, yo instintivamente apretaba el culo con cada golpe. Sentía un ardor enorme, pero cuanto más me quemaba menos sentía el dolor de los azotes. Cada fustazo retumbaba en mis oídos y en mi coño, que sin poder evitarlo estaba cada vez más mojado. De pronto, sentí el frescor de sus manos en mis nalgas, las separó y me introdujo en el ano una bola china, a ésta le siguieron las otras cuatro.

Salió de la habitación diciéndome "ahora recapacita y piensa en lo que podría llegar a hacerte la próxima vez". Me dejó allí, tirada en la cama, esposada, con el culo ardiendo y palpitando como si me fuese a estallar.

Por los sonidos que provenían de la sala de estar supuse que estaba viendo una película porno, aquellos gemidos comenzaban a excitarme, deseaba que mi amo viniese a darme placer, a perdonarme...

Habría transcurrido una hora cuando sentí su presencia en la puerta de la habitación, oí sus pasos acercarse y luego sentí sus labios en mis nalgas maltratadas, las separó suavemente y poco a poco me fue liberando de las bolas chinas. Me colocó boca arriba sin quitarme las esposas, dobló mis rodillas y separó mis piernas todo lo que pudo. Hundió su rostro en mi coño, aspiró todo su olor y paseó su lengua ansiosamente por toda mi concha, succionaba mis labios vaginales, daba golpecitos con la punta de su lengua en mi clítoris, la metía entera en mi agujero y la movía sin cesar. El roce de las sábanas en mis nalgas me escocía una barbaridad, pero sus caricias me estaban volviendo loca de excitación. Sacó su cabeza de entre mis piernas y cogió el consolador que había comprado, golpeó suavemente mi coño con él, luego más violentamente, quería que le suplicase, algo que hice encantada.

―Fóllame amo, por favor, fóllame...

―Eres una zorra, puta... suplícame mas...

―Amo, métemelo hasta el fondo, deseo que me folles...

Me metió el consolador de una estocada, lo sacaba y lo metía violentamente una y otra vez.

―Te gusta eh... perra... pues esto te va a gustar aún más...

Me metió el consolador todo lo dentro que pudo y cogiéndome de los tobillos con las dos manos me elevó las piernas por encima de la cabeza, quedando la entrada de mi ano justo en frente de su verga. Estaba tan empalmado que no tuvo problemas para metérmela, apuntó y me la fue introduciendo poco a poco. Me folló mientras me decía todas las groserías que se le ocurrían, sabía que aquello me ponía muy cachonda.

―Puta...te gusta cómo te jodo... toma... toma...

Sentía que cada vez que su polla entraba en mi culo rozaba el consolador que tenía metido en el coño, y aquella sensación me estaba llevando a las puertas del orgasmo, pero no podría soportar otro castigo, así que se me ocurrió pedirle permiso.

―Amo... Amo... puedo correrme... por favor...

―Ni lo sueñes perra... aaaaaaahhh... aaaaagrrrr... toma... perra... toma... me estoy corriendo en tu culo de puta...

Ver cómo se corría me excitó aún más, pero cerré los ojos todo lo fuerte que pude, concentrándome en no sentir nada. Cuando terminó sacó su verga y me miró satisfecho. Se acostó a mi lado y me dijo:

―Intenta descansar perrita... mañana seguiré enseñándote a ser mi perrita sumisa...

Se durmió enseguida y yo permanecía allí, a su lado, esposada y con el consolador metido en el coño. A pesar de la excitación que sentía tuve que intentar descansar.

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