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Néstor

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Continuación de “La infausta cena”.

******

Dos pensamientos corrían por mi mente esta tarde del martes. Habíamos acabado de comer; hoy todo ha sido más normal. Habíamos regresado después del baño en la piscina a casa y me tumbé en la cama para poner unos correos y unos whatsapp a mis amigos más “guasaperos”. Gaspar me había dejado en casa y siguió el camino hacia la suya en el coche y solo me dijo “te llamo o vengo”. Hemos comido temprano en casa del tío Paco, a quien hemos acompañado mi papá y yo. Tío Paco se fue a su habitual siesta, mi padre tenía que hacer unos asuntos, pero antes se interesó por mí.

—”¿Qué tal os fue ayer?, dijo con los ojos muy abiertos.

—”Bien, fue divertido, pocos chicos, muchas chicas y bastante tontas”, contesté.

—”¿Cómo es eso?”, preguntó.

—”Ya, tú sabes; son pasivas, hacen jueguitos y esperan que los chicos las distraigamos haciendo lo que ellas quieran...”

—”Pero..., me parece que tú eres difícil de domar y… de Gaspar... creo que lo mismo”, interrumpió acertadamente mi padre.

Luego me dijo que ya estaba todo casi acabado y en notaría para hacer escrituras, pero previamente a las firmas tenía que explicarme todo muy detenidamente, para que le diera mi parecer. Y por más que le dije que yo no sabía nada de todo lo que estaba haciendo, me dijo que hablaríamos juntos y luego con tío Paco y, según eso, él ya dispondría ante notario los retoques finales. La verdad es que me dejó por un momento intrigado y solo pregunté:

—”Pero..., ¿va todo bien?

—”Nunca ha ido mal, pero quiero que vaya mejor, me contestó y se fue a su habitación diciendo que tenía que revisar unas cosas antes de que se levantara de la siesta tío Paco, porque luego iban a ultimar unos detalles.

—”¿Tienes algo que hacer esta tarde?”, preguntó.

—”Esperar a Gaspar”, respondí.

—”Bien, no te pregunto cómo lo estás pasando, porque se te ve en la cara; me parece que te diviertes bastante... ¿sí o sí?”, dijo sonriendo.

Nos reímos un momento para despedirnos hasta la noche. Yo me senté en un sillón esperando que llamara o viniera Gaspar. Lo que me estaba apeteciendo es ir otra vez al río. Hacía calor y no se podía pasear por ninguna parte, lo único que valía la pena era estar en casa a la sombra o irse a bañar porque se notaba menos el calor. De momento abrí la novela que me traje para leer algo. La había dejado en el comedor para entretenerme con ella si había que esperar para algo. Pues en eso estaba. Abrí la señal y me encontré en la página 96. Le di la vuelta al libro pensando que el número se convertiría en un 69. ¡Mierda! ¿Cómo había sido tan torpe? Pero así y todo lo hice varias veces y siempre me daba 96. ¡Joder con los números! Es por eso que no le toca a todo el mundo la lotería, porque los números son juguetones. Luego me entretuve en la siguiente página y peor, porque el 97 con la página vuelta al revés no es ningún número, tanto es así que mi ordenador es incapaz de poner el 97 al revés si no es con un dibujo. Entonces me dediqué a recorrer las páginas fijándome en los números, sumando números, multiplicándolos, restando y haciendo todo tipo de combinaciones matemáticas. Con todo esto me quedé transportado a un onírico pensamiento, donde medio dormido estaba pensando en el 96, pensando que estaba muy lejos de Néstor. No podría tener nada con él porque nuestro número era el 96, es decir, estábamos de espalda uno con el otro. ¿Quién podría encararnos?, ¿quién nos juntaría?, ¿quién facilitaría un encuentro cara a cara? No podrá haber nada entre nosotros, porque yo estaba muy amarrado a los planes de mis primos que no me dejarían suelto y Néstor no se atrevería a pasar olímpicamente por la frontera que marcaban mis primos. Además vi que Néstor y Gaspar no estaban el uno por el otro ni para hacerse favores de vida o muerte. Estos pensamientos me llevaron a una modorra y caí en los brazos de Morpheus. Debió ser poco tiempo porque al rato escuché los gritos de Gaspar y desperté, me sequé con el brazo las babas que ya me habían salido y con la otra mano acomodé la erección que en el sueño y las ganas de orinar habían provocado. Aparecieron por el comedor, cuando me estaba levantando para ir al baño, Gaspar y Fernando. Me extrañó la presencia de Fernando, pero me puso contento verle. Les dije que iba un momento a orinar y que me esperaran. Me lavé la cara y atusé con un poco de agua mis cabellos. Acomodada bien mi polla en el fuelle del short tras la erección bajada, regresé al comedor, me puse delante de mis primos que se habían sentado en otros dos sillones. Me miraban.

—”Te has dormido”, dijo de repente Fernando.

—”¿Lo dices porque me he lavado la cara?”, pregunté.

—”No; porque se te ha caído tu novela al suelo”, me dijo agitándola con la mano.

Le tomé la novela, la cerré y la puse en el lugar donde la dejo siempre, bajo el televisor; en mi casa hago lo mismo con los libros que leo.

—”¿Qué tal de interesante ha sido lo que leíste?”, preguntó Fernando.

—”Nada interesante, porque no he leído nada; se ve que apenas comenzar a leer me dormí”, respondí medio avergonzado.

—”Ya; pero..., la erección que tenías..., ¿indica que no has leído nada?”, añadió inquisitorialmente Fernando.

—”Lo juro por la vida de mi madre que no he leído nada”, dije taxativo.

—”¡Ea!..., ¡vámonos al río!”, soltó Gaspar para bajar mi tensión, y añadió de cara a Fernando: “Y tú, ojo, no molestes al primo”.

Salimos de casa y estaba el coche de Fernando esperando para que nos subiéramos y nos fuéramos al río. Fue la mejor idea. De eso hablamos en el coche, de que yo lo estaba pensando y que parecía que habíamos coincidido. Fernando, que hablaba más que Gaspar y yo juntos, decía que a estas horas o haces la siesta o te bañas en el río o en una piscina, pero que mejor era el río, refrescaba más, que el agua de la piscina, por muy depuradora que tuviera, era agua estancada, y en el río había vida. La verdad es que hay árboles a la vera del río, matorrales, plantas con flores, abejas, avispas, algún perro, y en ciertos lugares del río incluso hay peces, barbos, dicen que truchas más arriba, y otros que desconozco. Pero la verdad es que el río es vida, mucha vida.

Llegamos al lugar de costumbre de Gaspar y, al parecer, de Fernando y aquello parecía solitario. No se escuchaba nada más que el rumor del agua que en ese sitio, por hacer un ancho, era más silencioso. Pero, de repente, emergió del agua casi en la otra orilla un nadador, que nadaba a brazadas lentas, con la cabeza metida dentro del agua y un nadar acompasado y rítmico. Nos quedamos observando y yo descubrí que nadaba desnudo, porque veía asomar intermitentemente en el ritmo de la natación sus nalgas por encima del agua. Fernando dijo que creía saber quién era, que le parecía el hijo de Ambrosía, la viuda de la plaza de la iglesia. Gaspar, mirándome fijamente a la cara, me dijo que era Néstor, el que había venido a la fiesta. Imaginé que a aquel sitio iban los chicos del pueblo con frecuencia y serían los más atrevidos porque se desnudaban, lo que no harían si fuera excesivamente concurrido. Todo esto lo averigüé días después. En efecto, había otro lugar más cerca del pueblo y con menos profundidad donde iba la gente habitualmente. Por eso este paraje era más discreto y privado y todos decían que ahí iban los nudistas, algunos decían que era lugar para maricones. Mis primos decían que era su piscina pero que permitían que otros fueran, ya que no eran muchos. Lo que me extrañó es que no acababan de creer que allí estuviera Néstor, porque él no iba con frecuencia. Fernando decía que no lo había visto nunca allí y Gaspar que lo había visto muy pocas veces, pero que no le extrañaba, porque sabía que nosotros íbamos a ir, pues había hablado con Lorena por teléfono y ella le había dicho que iríamos al río. Saber donde iban Gaspar y Fernando no era necesario leerlo en algún libro, era sabido por todos los amigos y conocidos. Además los mellizos en el pueblo tenían buena fama porque eran alegres y serviciales y siempre ayudaban satisfactoriamente a quien les pedía algo; pero también decían que eran un poco “rarillos”. Ese modo de hablar, típico de un pueblo pequeño no era de extrañar y a mis primos les pasaba por el culo lo que pudieran decir porque eran muy liberales. Lo único que les ponía molesto es que no distinguieran entre ellos a Gaspar de Fernando, ambos eran maricones para el común de los mortales del pueblo, cosa que a la mayor parte de la gente les parecía mal y a otros les parecía normal. Pero a ellos les parecía injusto. Gaspar decía que su hermano no tenía su categoría, que los honores de ser gay eran suyos y Fernando era un perfecto heterosexual como cualquier puto hijo de vecino. Estas cosas las decía Gaspar con tal convencimiento que Fernando asentía con total confirmación con el mismo convencimiento. Es que los dos mellizos se conocían pelo por pelo uno al otro, y se habían defendido siempre uno al otro. Tanto es así que a Gaspar le parecía que los desprecios que él recibía por ser gay por parte de algunos homófobos no tenían por qué repercutir en Fernando, ya que no era gay, y Fernando decía que no era justo que una persona fuese despreciada por algunos descerebrados (usaba ese término con frecuencia) por ser gay, porque para nada les afecta a ellos. Y me decía con energía:

—”El único que podría quejarse de todo eso soy yo, porque yo lo he vivido con él y lo he visto sufrir y lo he defendido desde que tenemos uso de razón. Ni mis padres sabían ni preveían nada y yo ya lo supe, incluso antes que Gaspar. Cada uno es como es, y te puedo asegurar que Gaspar no se ha hecho así, porque ha trabajado mucho y yo le he ayudado en ello para no ser gay. Al final hemos tenido que sucumbir. Somos lo que somos y como somos hemos de estar contentos. Hemos vivido siempre juntos, nos hemos entendido, hemos peleado por muchas cosas, hemos discutido, pero nuestro género no ha sido nunca un freno para nada. Pero casi nadie quiere entender esto, porque no han vivido nunca cerca de un gay, de sus pensamientos, de sus deseos, de sus sufrimientos y de su innecesaria vergüenza sufrida; no es justo.”

Durante todo este discurso Gaspar guardaba silencio, pero se sentía con fuerza porque había sentido siempre el apoyo de su hermano. Además, su hermano le había enseñado, respetando su diversidad, a no hacer ascos de salir, jugar o divertirse e incluso de bailar con chicas. Según Gaspar, Fernando le decía: “tú has de ser un gay completo y perfecto, sentirte como los demás o mejor y tratar a los demás como personas sin distinguir sus diferencias”. Escuchaba yo a los hermanos muy gustoso, pero en eso llegaba Néstor y se paró dentro del agua cuando le cubría hasta la cintura. No se atrevía a salir por lo que pudiéramos decir. Con señas le dijo Fernando que saliera del agua. Y Néstor avanzó a la orilla. Nos saludó a los tres y preguntó si nos íbamos a bañar y si él molestaba. Me sorprendí de la respuesta de Gaspar:

—”Tú no molestas, ni puedes molestar por estar aquí. Este es un lugar de todos. Estabas solo y ahora somos cuatro; si viene alguien más, seremos cinco o seis, ¿qué más da? A divertirnos se dice...”

Gaspar se quitó el short y las zapatillas, me quité el short solamente porque había venido descalzo. Fernando se dispuso a desnudar más lentamente porque llevaba pantalones largos, slip, teléfono, llaves del coche, toalla... etc., pero no le esperamos, nos metimos al agua y detrás nuestro se lanzó Néstor. Pude ver cómo no había absolutamente nada serio entre Gaspar y Néstor y después de nadar hasta la otra orilla, esperamos allí a Fernando, sentados al borde del río, con las nalgas y piernas dentro del agua, dejando al aire nuestras pollas para que les diera el sol. Venía muy deprisa nadando Fernando. Parecía un verdadero atleta, menudas brazadas daba, le hacían adelantar el doble que a nosotros tres y sin sacar la cabeza del agua durante toda la travesía. Tenía buena capacidad pulmonar. Llegó fatigado y se sentó al lado nuestro. Estábamos, según la corriente del agua, Gaspar, yo, Néstor y Fernando. Aquello era un cuadro, nunca mejor dicho, bastante raro y simpático: dos chicos homosexuales convencidos, uno heterosexual convencido y uno que no sabía qué era ni estaba convencido de nada. Pero esto le hacía sufrir.

Comenzamos a hablar de nuestras cosas y lógicamente salió el caso de Néstor. Sobre todo lo que salió era su sufrimiento por no saber qué era, ni si sabía o sabría ser cómo se es. Él decía que algunas veces había dicho que era gay, otras veces que no lo era. Pero nunca era por esconder sino por no saber, por no poder distinguir. No sabía distinguir si los sentimientos eran un gusto personal por la transgresión y un efecto de su ser. Pero a veces se sentía gay, otras le parecía que eso era un error en él. No encontraba a nadie que le orientara, le escuchara, porque, según decía, todo el mundo habla, pero nadie escucha. Yo necesito hablar y me falta alguien que me escuche. Fernando propuso cenar esta noche los cuatro en “La Victoria”, un pequeño bar y restaurante a las afueras del pueblo y luego con la confianza de haber estado cenando juntos podríamos hablar con tranquilidad y propuso:

—”Jess, que tiene más mundo, porque es de ciudad, llevará personalmente la mano en la conversación y todos aprenderemos”.

—”Sí, personalmente, creo que es cometido de Jess”, dijo Gaspar.

—”A mí me parece que eso es lo adecuado”, añadió Néstor.

Cuando dije que eso era una tiranía en la democracia porque ellos determinaron sin decir yo mi parecer, me callaron los tres siseando con el dedo sobre los labios, no quisieron escuchar y querían dar todos la razón de la decisión.

—”Es justo que sea así, yo no soy gay dijo Fernando y podría decirle muchas cosas, pero en caso de practicar algo, yo no podría. No he podido nunca con mi hermano y a él le hubiera gustado, pues menos en estas circunstancias. Jess es el indicado”.

—”Eso que dice Fernando es lógico; yo tampoco soy el indicado, porque le podría dar mucha teórica, menos que tú se volvió Gaspar de cara mí porque tu horizonte de ciudad es más amplio, nuestra experiencia acaba en el pueblo, y si hubiera que practicar algo, ya sabéis quién es mi novio, tendría que preguntarle y no me lo permitiría, para qué, pues”, concluyó Gaspar.

—”Yo estoy en lo mismo; creo que has de ser tú, Jess, quien me diga algo, me escuche y me aconseje. Tú tienes más anchas las fronteras, además como no eres del pueblo voy a tener más confianza, y creo que ellos y abrió los brazos señalando a los mellizos lo comprenden. Estamos los tres de acuerdo.

—”Pues yo ya qué voy a decir...; esto ya se impone por su propio peso. Estoy dispuesto a lo que sea necesario”.

Entonces dijo Fernando, el organizador de todo:

—”Cenamos los cuatro y conversamos con toda normalidad; luego, si queremos pasear, vamos por el campo, o, mejor aún, Gaspar y yo jugamos al billar que allí tienen, que hace una eternidad que no he jugado, y vosotros vais a donde queráis y habláis. La noche es buena, hace menos calor, pero conviene venir con camiseta, porque refresca un poco”.

—”Si, papá”, dijimos todos a coro y nos reímos todos juntos.

Entonces se me ocurrió pensar que Néstor no había venido con nosotros y le pregunté en que había venido, y dijo:

—”Corriendo campo a través para hacer ejercicio; sabía que ibais a venir, me lo dijo un pajarito...”

—”Que se llama Lorena...”, dijo Fernando.

—”Eso, sí…; lo sabía porque me lo dijo Lorena y quería ver si podíais aceptarme, y os lo agradezco de verdad”, dijo Néstor.

—”Ahora te vendrás con nosotros; no vas a empezar a correr otra vez, que luego tendrás hambre y no nos dejarás cena”, dijo Gaspar con mucha gracia.

De las últimas palabras de Gaspar me alegré mucho, porque eran muy sinceras y quería la amistad de Néstor. Cruzamos a nado el río los cuatro juntos. Nos secamos, nos vestimos y nos fuimos a donde habíamos dejado el coche, no muy lejos.

Tarde espléndida. Los rayos crepusculares del sol debilitados pero, abiertos como abanico a través del horizonte montañoso, daban un tinte rojizo a todo el paisaje. Unas pocas nubes, pequeños cúmulos estriados, iban apoderándose del horizonte como deseando cubrir como una sábana al sol para que duerma arropado toda la noche. Los árboles comenzaron a ponerse de un marrón chocolate llenos de tristeza por tener que pasar la noche a la intemperie y una bandada de pájaros cruzó por encima de nosotros para desaparecer de inmediato, como si nuestra decisión de irnos hubiera sido para ellos un aviso a retirarse. Cerca de donde estaba el coche dos liebres corrían asustadas por nuestro paso y nosotros, habiéndonos bañado de este bienestar de la tarde, subíamos al coche felices de ser cuatro amigos muy diferentes uno a los otros pero sabedores de que el entendimiento entre las personas pasa por aceptar al otro tal como él es, incluso tal como no sabe ni siquiera como el otro es. Me senté en el asiento trasero junto con Néstor y noté que estaba feliz. Delante estaban los dos mellizos y noté igualmente que estaban felices de haberse granjeado un amigo en el marco de la sinceridad y la intimidad. Yo me encontraba como quien vuela a dos palmos del suelo, me envolvía la responsabilidad de orientar a Néstor y no hacerle daño con mis errores, pero muy feliz por tener la oportunidad de escuchar a una persona que había sufrido mucho en silencio sin saber a qué atenerse. Esa persona era Néstor, un nuevo amigo en mi vida. Ya era evidente que este viaje valía la pena y me iba a hacer gozar como nunca en la vida.

*****

Cenamos los cuatro juntos en “La Victoria”. Modesta cena, aunque de rica cocina tradicional de pueblo: unas carnes asadas y del mismo modo unas verduras. La jarra de cerveza se llenó tres veces. No apetecía ninguno de los postres ofrecidos y decidimos tomar los cuatro una grapa cada uno para “fortalecer el ánimo”, como decía Fernando. Se hizo el grande Fernando por querer pagar aquello y se lo agradecimos. Luego me dijo que su padre le había dado dinero para que fuéramos a cenar a algún sitio, de modo que todo estaba previsto, a excepción de la agradable presencia de Néstor. La grapa hizo su efecto rápido y comenzamos a hablar y hablar y a decir de todo hasta que nos quedamos solos en el restaurante, y comenzaron a limpiar. Antes de irnos Fernando nos invitó a otra grapa y él tomó un largo vaso de agua, porque tenía que conducir.

Salimos a pasear y de inmediato nos quedamos emparejados. Los dos mellizos por una parte y Néstor conmigo. La conversación fue larga. Néstor en realidad no sabía si era gay o no y pretendía que yo se lo resolviera. En realidad, a mí me parecía que era gay, enseguida intuí que quería ser gay, que tenía unas amigas y una de ellas muy peculiar, que tenía cierto reparo a creerse de verdad homosexual y más que lo creyeran en serio y formalmente los demás y le planteé una posible solución, después de un montón de preguntas sobre asuntos de su vida, familia, amigos, luego concluí con estas:

—”¿Lo has pasado bien con nosotros?”

—”Si, verdaderamente bien, de puta madre”, respondió.

—”¿No te has sentido raro o fuera de lugar?”

—”De ninguna manera; ahora estoy contigo como si hubiera estado siempre”.

—”¿Has sentido deseos de tener sexo con un chico alguna vez?”

—”Si, pero imposible”.

—”¿Has sentido deseo de tener sexo con alguno de nosotros tres?”

—”¿Quieres que te diga la verdad?”, preguntó.

—”Quiero que me respondas a todas las preguntas, ¿has sentido deseo de tener sexo con alguno de nosotros tres?

—”Sí, toda la tarde…, waw…, como te digo esto…, he venido casi para eso…; sí, sí lo he sentido; quisiera tener algún tipo de sexo contigo para descubrir si de verdad es eso lo que siento o quiero o me va, o todo es cosa de una chiquillada…”.

—”Hombre, me lo pones fácil, estás a tiro; cualquier homosexual está más difícil que tú ahora”, le dije.

Miré atrás, por la carretera y vi muy lejos la silueta de los mellizos y un poco del resplandor de la luz del pueblo llegaba a donde nosotros; además, la noche era buena y nos veíamos muy bien uno al otro. Metí mis manos por detrás de su short y me agarré a las nalgas, acerqué mi boca a su boca y lo besé. Entreabrió los labios para que pudiera meter entre sus labios uno de los míos, luego saqué un poco la lengua para tocar sus labios y me respondió del mismo modo de manera que se tocaron las lenguas y le metí la mía dentro de su boca jugando con la suya. Noté que se había apasionado ya, porque se le había puesto una erección de espanto que yo, al apretar con mis manos sus nalgas y echarme su cuerpo más próximo al mío, notaba sobre mi ingle. Me agarró por la espalda y aproveché para sacarle la camiseta y él hizo lo mismo con la mía. Volví a meter mis manos en sus nalgas y me siguió haciendo lo mismo. Entonces comencé a calentarme y me vino igualmente la erección. Con mis manos y muy suavemente le bajé el short a la altura del muslo y levantando yo un pie, primero con la rodilla y después con el pie le bajé el short hasta los tobillos y le dije al oído:

—”Mi querido Néstor, sácate de los tobillos el short, y no seas maricón que puedes tropezar y caerte”.

Se agachó para sacárselo y yo me bajé los míos, hasta las pantorrillas, nos dimos un golpe no muy fuerte con la cabeza y se nos escapó una risotada. Eso nos calmó un poco para no ir tan rápido y para hacer todo lo que teníamos que hacer con más ilusión y ganas.

Totalmente desnudos, le propuse que nos masturbáramos, y se agarró a su polla y comenzó de inmediato a cascársela. Le tomé de la mano y se la puse en mi polla:

—”Tú a mí y yo a ti, ¿entendido?”.

—”Entendido”.

Néstor, me estaba sacudiendo con dificultad la polla, ya se veía que no había masturbado nunca a nadie. Entonces me dispuse a masturbarlo suave y delicadamente. Eché saliva sobre la palma de mi mano en cantidad generosa y rodeé con mi mano su polla para que sintiera la humedad de la saliva como yo sentía el calor de su falo. Estaba palpitando como lo hace el corazón, lo que pensé que estaba acudiendo a las venas de su pene toda la cantidad de sangre requerida para tener la polla muy dura y conseguir una fuerte erección, por eso notaba por momentos que iba agrandándose considerablemente su polla y el capullo seguro que se le iba amoratando, aunque la penumbra de la noche no dejaba ver claro. Néstor pretendió hacer lo mismo y le dije que no.

—”Si vas haciendo lo mismo estarás más pendiente de mí que de ti y no lo vas a disfrutar. Luego me la cascas tú a mí y lo gozamos los dos. Cuando ya lo hayas hecho una vez, lo harás cada vez mejor”, le dije al oído muy despacio e íntimamente como si no quisiera que nos escuchara alguien, lo que, por demás, era imposible; todo era cuestión de poner un marco de profunda intimidad.

Como no había nadie, supo a tanta intimidad que empezó a abrazarme, acariciar mis nalgas, arrimarse para que su polla, mi mano y mi pubis se unieran. Había llegado al deseo. Entonces comencé a dar suaves apretones a su polla al compás de sus palpitaciones para que sintiera su erección en el interior de su vientre y con la otra mano le acariciaba el perineo donde sé que hay multitud de terminales nerviosas que le estaban excitando. Néstor ya tenía la boca llena de saliva que no podía contener y lo besé para probar el sabor de su boca con la saliva fresca y tan líquida. Más sabrosa que el agua era la saliva de Néstor. Le gustó y hacía lo mismo conmigo de modo que los dos probamos nuestras salivas mezcladas. Abrazados y con los suaves apretones que le daba a su pene, comenzó a delirar, estiraba su cuerpo como quien se despereza y echaba su cabeza hacia atrás como queriendo que su polla se quedara enhiesta en su delantera. Entonces haciendo un anillo con los dedos de mi mano comencé a frotarle el pene haciendo que su prepucio se desplazara con mi mano. Mis dedos hacían todo el recorrido desde la base del pene hasta el capullo, al bajar me llevaba el prepucio hasta donde podía para que le doliera algo y al subir apretaba la parte más sensible del capullo en el anillo. Muy útil fue su líquido preseminal que ayudaba a deslizar mis dedos más fácilmente y comenzaron los espasmos. Néstor ya no se podía aguantar y no podía articular palabras; estaba ya sintiendo un placer extremo y, después de henchir el pecho como para llenarse de aire, sopló fuertemente y comenzó a brotar su semen como un auténtico surtidor. Los chorrones de lefa, debido a la proximidad de nuestros cuerpos se vinieron a mi abdomen, al pecho e incluso un poco se me vino a la barbilla. Me dejó el cuerpo hecho una lástima y cayó todo el Néstor completo en mis brazos, inclinando su cabeza sobre mi hombro mientras nos besábamos. Con un dedo recogí el esperma que había en mi barbilla y lo coloqué en los labios de Néstor. Lamió su propio esperma y se lo tragó sin más protocolo. Recogí una buena cantidad de mi pecho, ya se había puesto pegajosa pues era muy espesa, y volví a hacer la misma operación. Néstor, como un perfecto goloso, se lo iba a tragar y, dándole un pequeño apretón en la nuez del cuello, le dije al oído:

—”Déjame probar”.

Abrió su boca, sobre la lengua tenía algo de su esperma, y tomé parte que saboreé mientras lo besaba. Néstor hizo lo mismo. Luego, cuando se hubo calmado y con el deseo que yo sentía porque me estaba picando la punta de mi polla, le invité a que tratara de hacer lo mismo conmigo. Me masturbó, ahora sí, con verdadera maestría. Su satisfacción le ayudó a hacerlo tan bien que me estaba haciendo delirar. Noté que se había vuelto a empalmar y me puse a masturbarlo yo también. Los dos nos vinimos al mismo tiempo. Nuestros cuerpos estaban pringados de lefa y, como quiso mezclar las dos lefas, se me abrazó restregando su abdomen contra el mío. Las dos pollas estaban húmedas y unidas. Entonces se agachó para mamarme la polla haciendo un recorrido con su lengua desde mi tetilla derecha hasta la polla y recogía cuanto semen había en todo el recorrido. Me hizo una mamada espectacular y volví a ponerme de manera que sentía como si mi esperma fuera de nuevo a brotar.

—”Oye, nene, que me voy, que me voy”, dije y ya no pude hablar.

Él solo hizo un ademán de saber que yo iba a eyacular y no quiso sacar su boca de mi polla. No sé si es que con los cinco chorros que le obsequié había poco caldo o que el tío tiene buenas tragaderas. Me parece más esto último por lo que ya contaré más adelante. Lo incorporé tras succionar y limpiar mi polla y nos dimos un fuerte abrazo con picos sin cesar, saboreando nuestras lenguas que tenían impregnadas las papilas del semen de ambos. Lo disfruté. Néstor me lo hizo disfrutar. Néstor lo gozó y estaba radiante. Con unas servilletas de papel que había recogido yo del restaurante, lo limpié y luego me limpió él a mí. Nos vestimos y fuimos a juntarnos con los mellizos, mientras le dije:

—”¿Qué? ¿Te ha gustado?”

—”Ha estado super genial; jamás me imaginaba que se podía disfrutar tanto”, respondió.

—”Mañana no puedo, —le dije— pero el jueves quedamos, creo que en mi casa podemos merendar los dos y luego pasamos a la segunda lección, ¿te parece?”

—”Genial”.

Los mellizos no parecían desesperados, se habían entretenido entre ellos, pues tienen muchas habilidades. Habían entrado en un bar de la gasolinera y se habían refrescado con unas coca-colas. No hicieron ni el más mínimo comentario a lo nuestro, ni cosa alguna preguntaron.

Subimos jugueteando al coche con amena charla, dejamos a Néstor en la puerta de su casa que no dudó en darme un beso de despedida:

—”¡Hasta el jueves!”, dijo secamente.

—”Hasta el jueves, guapo”, respondí.

Luego, mientras me llevaban a casa, les comenté lo del jueves y solo Gaspar dijo:

—”¿Va en serio?”

—”Solo para enseñar y ayudar a descubrir; mi objetivo está en otra parte, pero es un absoluto secreto, que de momento no declararé ni por todo el oro del mundo.”, dije tan tranquilo y firme que no hubo más preguntas.

Frente a mi casa bajamos los tres del coche. Me abracé a los mellizos, a los dos a la vez y les di un beso a cada uno. Fui correspondido de la misma manera. Me esperé a que se fueran. Antes de entrar en casa, me brotaron unas lágrimas en los ojos. Mucho ha sufrido Néstor y necesitaba mi ayuda.

Entré a la casa y no había nadie, pero la luz de una lampara de pie estaba prendida, así que busqué a ver si había alguien, no vi a nadie y me fui a mi habitación. Sonó mi móvil. Era Gaspar:

—”Dúchate, Jess, que hueles a semen podrido”, me dijo y escuché un golpe de risa que, sin lugar a dudas, debía ser de Fernando.

Me fui a duchar. Pensaba hacerlo. Como siempre en la ducha me la casqué y me lavé bien mi polla. Al salir de la ducha, escuché un ruido en la casa. Estaba desnudo pero me asomé:

—”¿Pasa algo?”, pregunté.

—”Nada, soy yo; voy a cerrar la puerta”, era tío Paco.

—”Gracias, abuelo”, dije lo de “abuelo” intencionadamente y muy agradecido.

—”Buenas noches muchacho, y no tengas prisa en levantarte”.

—”De acuerdo; buenas noches”.

Me dormí pronto, sobre la cama, desnudo. No tuve tiempo a meterme dentro de las sábanas. En mi sueño estaba Néstor y en la sombra…, en el sombra estaba él, pero… no sabía…, no sabía…, no sabía...

Continuará con: El Castillo.

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