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La sumisión de tía Viviana
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Tiempo de lectura: 11 minutos

La tarde más demencial de mi vida fue en la primavera del dos mil diez. Estaba solo en mi casa, mis padres se habían ido a unas minivacaciones a Brasil. Yo había terminado la escuela el año anterior, y todavía no había logrado conseguir trabajo, por lo que estaba muy aburrido, sin nada que hacer. Recuerdo que ese día en particular hacía un clima muy agradable, tenía las ventanas abiertas y entraba una brisa deliciosa. Afuera, el pequeño jardín de mamá florecía con un montón de colores. Era una tarde ideal para salir a pasear, pero yo prefería quedarme atrincherado en mi casa, y el motivo era muy simple: mi tía Viviana llegaría en cualquier momento, y yo quería estar ahí para recibirla.

Tía Viviana era mi obsesión desde que comencé a sentir atracción por el sexo opuesto. De chico la veía un par de veces al año, en reuniones familiares. Su presencia era un espectáculo para los ojos, en medio de tantos tíos viejos y tías gordas. Era de piel blanca, y pelo negro lacio, ojos verdes, y cuerpo de vedette, con apenas unos quilos de más. Muchas veces tuve sueños lujuriosos con ella, y me desperté con el bóxer empapado de semen.

Decir que era inalcanzable es poco. No sólo era extremadamente hermosa, sino que me llevaba doce años, y como me conocía de chico, siempre me trataba como a un bebé. Además, era una mujer prohibida, ya que era la cuñada de mamá, y aunque no teníamos lazos sanguíneos, los imperativos sociales harían que cualquier relación entre nosotros fuese vista con malos ojos. Pero esta última certeza, lejos de espantarme me producía más morbo, y hacía que mi deseo se convierta en una obsesión.

Un par de meses antes de la tarde de la que trata este relato, tía Viviana se mudó al barrio de mi familia, por lo que comencé a verla con más regularidad. Día por medio venía a cenar con Gastón, el hermano de mamá. No tengo nada en contra de mi tío, pero nunca entendí cómo un minón como Viviana fue a darle bola a un mojigato barrigón como él. Para colmo, ella siempre se mostraba muy cariñosa con su marido. A pesar de haberse casado con él a los veinte años, seguía viéndolo con una admiración y cariño que me daban celos. Por otra parte, a pesar de que yo ya contaba con dieciocho años, me seguía tratando como a un niño. Es cierto que disfrutaba mucho de sus besos sorpresivos en la mejilla, o de sus abrazos efusivos (donde aprovechaba para sentir sus tetas) cuando no me veía por tres o cuatro días, pero yo en realidad quería que esos besos apunten a mis labios y quería sentir las partes íntimas de su cuerpo con total libertad, y no de manera casual.

Esa tarde estaba tirado en la cama, viendo una película a la que no prestaba la menor atención. Mi cabeza elucubraba una idea por demás siniestra. En esos tiempos salían en los noticieros muchos casos relacionadas con una droga que llamaban “Burundanga”. Esta droga, que se podía ingerir vía oral o vía inhaladora, era capaz de anular la voluntad de quienes la consumían, ya que al hacerlo la víctima entraba en un estado de “sumisión química” donde, entre otros efectos, se convertía en un ser extremadamente manipulable que obedecía cualquier orden que se le daba, sin oponer la menor resistencia. El descubrimiento de esta droga me fascinó tanto que comencé a leer muchos artículos sobre ella en internet. Se utilizaba principalmente en robos, para que el asaltado entregue su dinero sin que se produzca ningún tipo de violencia. El delincuente solo debía ingeniárselas para que la víctima de turno tome un líquido en el que se vertió la burundanga, o que aspire algún pañuelo contaminado con dicha droga. Pero en un pequeño porcentaje se utilizaba para someter a mujeres y abusar sexualmente de ellas. No voy a detenerme en tantos detalles con respecto a las características de este fármaco, sólo agregaré que quien ingiere esta droga, en lo dosis adecuada, cae en un estado de amnesia por lo que olvida todo lo sucedido durante las dos o tres horas en que la droga surte efecto, lo que la convertía en una sustancia peligrosamente eficiente.

Así que ahí estaba, en mi cama, rememorando cada cosa que sabía sobre esa droga.

Me pregunté si mi integridad era realmente parte de mi esencia, o si sólo era buena persona porque sabía que determinados actos tenían consecuencias. Pero, ¿Y si no las tenían? ¿Si podía salir impune? En el fondo sabía que la oscuridad ya se había apoderado de mi corazón. Entonces me pregunté si sería capaz de hacer lo que fuese necesario para que mi fantasía (Mi obsesión) se concrete.

Escuché que alguien golpeaba la puerta. Sabía que era mi tía Viviana, ya que mamá me había advertido que vendría a lavar su ropa, porque su lavarropas se rompió. Antes de bajar a recibirla abrí el cajón de mi ropero, ahí estaba, un frasquito pequeño con el que cumpliría mis deseos. Lo guardé en el bolcillo. No importa cómo lo conseguí, baste con saberse que tengo algunos amigos que van por la vida caminando entre sombras.

Me di cuenta que estaba muy desarreglado, todo despeinado, con la remera arrugada, con una bermuda y ojotas, pero no había tiempo para esos detalles. Bajé a abrirle.

—Hola Carlitos. —Me saludó. Llevaba un vestido encantador, de color blanco con flores verdes y rojas. Cargaba una bolsa grande, donde supuse que llevaba la ropa sucia.

—Hola tía, la saludé.

—Te dijo tu mami que venía ¿No? —Preguntó, mirándome con sus radiantes ojos verdes.

—Sí tía.

—Bueno, voy al lavadero, no te voy a molestar…

—Vos no molestas para nada tía. —dije.

—Qué divino que sos. —me dijo, y me dio un sonoro beso en la cara.—Voy poniendo esto en el lavarropas y después hablamos ¿querés?

—Bueno.

Mientras se iba para el fondo noté que el vestido dejaba gran parte de la espalda desnuda, y además pude ver la tanga blanca a través de los estampados de flores del vestido. Ahí se me fueron todas las dudas. Mi tía se convertiría en mi esclava por unas horas, si luego había consecuencias, estaba dispuesto a enfrentarlas, lo que no estaba dispuesto a tolerar era a seguir soportando la terrible calentura que sentía por ella.

—Esperá tía, te llevo la bolsa. —Dije, corriendo hacia ella.

—No hace falta mi amor… —Me dijo, pero yo ya le quitaba la bolsa de la mano.

—Qué lindo está el día. —Dijo, mientras iba sacando la ropa de la bolsa. —Deberías salir a disfrutar.

—Por hoy prefiero estar en casa.

—Bueno, igual tenés toda la primavera para salir.

Estuvimos conversando en el lavadero, mientras ella iba poniendo la ropa adentro del lavarropas. Cuando presionaba los botones para programar el lavado, pareció estar muy concentrada en su tarea, así que aproveché para comérmela con la mirada. Su cintura delgada hacía que su cuerpo esté formado por curvas increíblemente sinuosas. Me detuve en ella, y recorrí la piel blanca de su espalda, llena de lunares, y me detuve especialmente en sus nalgas escandalosamentes voluptuosas, dignas de ser exhibidas en televisión.

—¿Todo bien? —Me preguntó, dándose vuelta, enganchándome con las manos en la masa.

—Sí, todo bien. —Dije, haciéndome el tonto.

Ella me siguió conversando. Si se había incomodado por mi mirada libidinosa no lo demostró. Yo estaba más callado que de costumbre, ya que por mi cabeza pasaban miles de fantasías y un montón de incertidumbres. Las fantasías consistían en imaginar todas las formas en que me hubiese gustado poseer a tía Viviana; mientras que la incertidumbre tenía que ver con la desconfianza hacia mí mismo: ¿Me animaría a darle de tomar la droga? ¿Podría hacerlo sin que ella se dé cuenta? ¿La sustancia daría resultado?

Para responder definitivamente a la primera pregunta, y así dejar al menos esa duda de lado, le ofrecí a Tía Viviana algo para tomar.

— No Carlitos, gracias. —me respondió para mi sorpresa.

¿Acaso ahí terminaban mis fantasías? ¿Se había dado cuenta de mi ansiedad y había sospechado algo? ¿O simplemente no tenía sed ni calor? ¿Acaso era una señal del destino que me instaba a retroceder en mi plan macabro?

Decidí que debía hacer un intento más. Si nuevamente se rehusaba me daría por vencido. Las cosas sucedían por algo, de eso estaba seguro.

Pero en lugar de ofrecerle de nuevo algo para beber, fui directamente a la cocina. Abrí la heladera, saqué una botella de coca fría. Serví un vaso lleno. Saqué el frasquito de mi bolcillo, y con las manos transpiradas y temblorosas, vertí el contenido en la gaseosa.

Visiblemente no había manera de percibir que la bebida estaba adulterada, pero por las dudas la revolví un poco con una cuchara. Ya estaba hecho, había jugado mi as de espadas, sólo quedaba ver si mi tía perdía en esa jugada.

—Tomá tía, hace mucho calor. —le ofrecí.

—¡Pero que caballero! —dijo. Inmediatamente sentí que mi corazón empezaba a acelerarse.— Pero estoy a dieta, no puedo tomar eso. — agregó después, encogiéndose de hombros.

No había nada que hacer. Toda la burundanga que tenía estaba en ese vaso, y no sabía cuándo conseguiría más. Ni siquiera sabía si volvería a intentar hacer algo tan bajo. Una parte de mí se alivió mucho, después de todo, no haría nada malo, y por ende, seguía siendo una buena persona.

Fuimos al living. Y conversamos un rato más mientras la ropa se lavaba. Me indagó sobre mis supuestas novias, y me preguntó dónde me gustaría trabajar. En un momento se fue a sacar la ropa y a poner más.

Yo fui a hacer pis. Me encontré con que mi sexo, si bien estaba blando, había largado bastante presemen, por lo que el glande aparecía pegajoso, y con un vello púbico atrapado en esa viscosidad. Me limpié con el papel higiénico. Me reí de mi mismo, sin terminar de creer la locura que estuve a punto de hacer. Luego fui al lavadero, donde estaba tía Viviana.

—¿Van a venir a cenar el próximo finde? —le pregunté, sólo por dar conversación.

—Sí. —respondió ella, escueta.

—Qué bueno. —dije. Y como siguieron varios segundos de silencio agregué.— ¿Se llevan bien con el tío Gastón, no?

—No. —Contestó, tajante.

Me sorprendió su sinceridad. Los adultos no suelen confesar esas cosas a sus sobrinos de dieciocho años. Se me ocurrió que, si me había respondido, fue porque estaba dispuesta a hablar del tema, por lo que continué con mi interrogatorio.

—¿Se pelean mucho?

—Sí.

—y… ¿por qué?

—No le gusta que los hombres me miren en la calle. Dice que a veces me visto como puta. —dijo, dándome la espalda, mientras miraba girar la ropa que había puesto a lavar.

—No tenía idea de eso. Es una pena. No merecés que te traten así. Vos sólo sos una mujer bella.

—Sí. —se limitó a decir ella.

—Además… vos nunca lo engañaste ¿no?

—Varias veces. Pero él sólo se enteró de una, y nunca me perdonó.

No daba crédito a tanta sinceridad. Me quedé pensando un rato, hasta que recordé el vaso de coca.

—Tía ¿dónde dejaste el vaso de coca que te serví?

—Lo lavé y lo guardé.

—Entonces… ¿tomaste la gaseosa?

—Sí.

¡Era increíble! Cuando ya me había olvidado del asunto me vine a enterar que se había tomado la burundanga, y no sólo eso, por su extraña actitud, de sinceridad brutal, parecía indicar que la droga ya hacía su efecto.

—Tía… mirame. —dije, probando mi primera orden.

Ella tardó un par de segundos, pero volteó a mirarme. Tenía las pupilas dilatadas.

Debía pensar seriamente en lo que iba a hacer a continuación. Decidí seguir probando algunas órdenes simples como esa, hasta decidirme a hacer lo que tenía ganas de hacer con ella.

—Tía, acercate. —Ella lo hizo, parándose frente a mí.— vení, seguime. —Me siguió hasta la cocina.— Necesito que hagas algo por mí, ya que estás acá. —Tía Viviana tenía los ojos vacuos, como si estuviera en su propio mundo.— necesito que le quites el polvo a la parte de arriba de esa alacena. —dije, señalando el mueble.

Busqué el plumero y acerqué una silla frente a la alacena.

—Podés subirte acá para limpiar.

—Está bien. —dijo ella. Parecía más dormida que despierta. Su cuerpo se movía lento, como si se desplazara en la arena.

—No dejes de limpiar hasta que te diga.

—Sí.

Agarró el plumero y se subió a la silla. La dejé unos minutos a solas, y cuando volví me di cuenta de que mi orden era cumplida al pie de la letra. A pesar de que ya no salía ni un poco de polvo de la alacena, tía Viviana seguía pasando el plumero sobre ella. No pareció notar que había vuelto. A pesar de estar sobre la silla, debía ponerse de punta de pie para poder llegar hasta arriba. Sus piernas torneadas y su trasero prieto se movían con gracia mientras hacía lo que le pedí. Me acerqué, y al comprobar que toda su atención estaba puesta en su tarea de limpieza, me puse en cuclillas y miré por debajo de su vestido: La tanga blanca se ceñía a su trasero, y una parte de la tela se perdía en las profundidades de sus hendiduras. Los glúteos aparecían como dos bolas macizas, tentadoras. Cambié de posición y le miré las tetas, que se mantenían firmes a pesar del continuo movimiento.

—Ya está bien tía, bajate. —Ella lo hizo.— dame el plumero. —me lo entregó.— Ahora necesito que hagas otra cosa por mí. Acompañame al baño.

Ella me siguió, siempre unos pasos atrás. Ya estaba seguro de que la sumisión química había hecho su efecto en Viviana, por lo que me animé a ir un poco más allá. Entramos al baño. Me desabroché la bermuda y me bajé el cierre. Apunté al inodoro y largué un corto chorro de pis en él, mientras ella miraba la pared.

—Sacudímela. —le ordené.

—¿Qué? —Inquirió ella, con vos soñolienta.

—Sacudime la pija.

Se puso a mi lado, y con una mano agarró con delicadeza mi sexo. Estaba hinchado, pero me las arreglé para que se mantenga a media asta, aunque me costaba mucho hacerlo. Tía Viviana meneó la víbora que tenía en la mano, con una ternura digna de una tía cariñosa. Sus uñas largas también apretaban, despacio, mi piel, lo que me hizo estremecer deliciosamente. Algunas gotitas de pis salieron despedidas mientras ella sacudía mi verga. Le dije que ya estaba bien, y ella retiró los dedos pegoteados.

—Ahora me vas a ayudar a bañarme.

Me quité las zapatillas y luego la bermuda y la remera. Entré a la ducha, completamente desnudo. Ella esperaba frente al inodoro con la cabeza gacha. Parecía confundida. Abrí el agua de la ducha, y retrocedí un poco para que el chorro cayera en mi sexo.

—Va a ser mejor que te quites el vestido tía, así no te mojás.

Tía Viviana se lo quitó. Su cuerpo quedó casi desnudo ante mis ojos. Realmente era una hembra digna de ser esclavizada, un juguete sexual del que nadie se aburriría de usar.

—Vení, parate justo frente a mí.

Ella entró a la ducha. El agua salpicaba su ropa interior blanca. Pero no quería que se la quite por ahora, quería disfrutar cada detalle.

—Ahí está el jabón, agarralo.

Ella se inclinó y lo agarró.

—Llenate de jabón la mano, y enjaboname acá. —dije, señalando mis genitales.

Mojó el jabón con el agua de la ducha. A pesar de estar en ese estado lograba hacer ciertas cosas por su cuenta. Luego lo frotó en sus manos, las cuales, enseguida se llenaron de la espuma blanca. Se inclinó y con ambas manos frotó mi verga, que ya estaba dura, llenándola de jabón.

Lo hacía con determinación, como si quisiera dejar mi pija impecable. Su corpiño y su tanga blanca comenzaban a empaparse mientras me frotaba como si me estuviese masturbando. Su rostro no reflejaba una expresión diferente a la que tenía cuando ponía la ropa a lavar. No era consciente de lo que estaba haciendo, sólo se limitaba a actuar en base a lo que le ordenaba.

—las bolas también. —dije, jadeando, ya que la continua estimulación me producía un placer imposible de ocultar.

Enseguida mis testículos se llenaron de espuma blanca.

—Sos muy buena tía. Sos una mujer sumisa y obediente. —la felicité, acariciando su cabello.— ahora enjuagame.

Tenía mucho vello púbico, por lo que la ayudé a enjuagarme, para que no esté tanto tiempo ahí, ya que notaba que en cualquier momento iba a estallar.

Cuando mi sexo quedó impecable, ya sin el contacto con las manos femeninas, sentí que el orgasmo era inminente, y sin la menor estimulación, mi verga escupió dos chorros de semen que impactaron en las caderas y pelvis de Viviana, ensuciando su diminuta tanga.

—Al final, no pude aguantar más. Pero no importa. Ayúdame a secarme.

Ella lo hizo, y luego yo le sequé su sinuoso cuerpo, sintiendo la firmeza y voluptuosidad de cada una de sus partes. Aun así, la dejé con la tanga húmeda, con una viscosidad invisible en parte de ella, y también con el corpiño.

—Me estoy divirtiendo mucho con vos, tía. Sé que en un par de horas no vas a recordar nada de lo que pasó, pero yo no me lo voy a olvidar nunca. Vení, ya es hora de ir a la cama.

Fuimos hasta mi pieza, que estaba tan desordenada como la de cualquier adolescente.

—Tirate en la cama, boca abajo.

Viviana extendió su cuerpo sobre el cubrecama. Se quedó ahí sin apenas moverse.

Me quedé un rato mirándola. Era difícil decidir por dónde comenzar a devorar a semejante mujer, más cuando sabía que podía hacerle todo lo que quisiera, pero en un tiempo limitado. Calculé que me quedaban como máximo dos horas.

—Quedate así, no te muevas.

Acaricié sus piernas por primera vez. La piel estaba húmeda, y algunas gotitas reposaban sobre su blancura. Mis dedos se deslizaron lentamente, partiendo desde detrás de sus rodillas, subiendo poco a poco. Me incliné, y la besé la espalda con ternura. Luego la saboreé con la lengua, al tiempo que mis manos avanzaban hasta su entrepierna y nalgas.

Los glúteos eran tal como me los imaginaba. Firmes y tersos. Le corrí el pelo a un costado, para darle un chupón en el cuello. Ella, fiel a mi orden, sólo hacía mínimos movimientos debido a mis toqueteos. Mi sexo ya estaba endureciéndose de nuevo. Apoyé mi tronco sobre su cuerpo, mientras seguía acariciando sus nalgas.

Mis dedos agarraron el elástico de la tanga, y tironearon hacia abajo, despojándola de una de las últimas prendas que la cubrían.

—Wow, tu culo es el mejor tía, de eso no cabe duda. —le dije al oído mientras la tela blanca se deslizaba por sus piernas, hasta que se la quité por completo.

Luego desabroché su corpiño. La abracé por atrás y estrujé sus tetas. Mi sexo erecto se apoyó en sus carnosas nalgas. Hice un movimiento pélvico, y con ayuda de mi mano apunté mi verga a su sexo.

—Por fin sos mía, tía. —le dije, cuando comencé a penetrarla. —Por fin sos mía.

Su cabello olía bien, y sus tetas, aprisionadas en mis manos, me excitaban de tal manera, que a pesar de que me quedé casi inmóvil, penetrándola milímetro a milímetro, con una ternura infinita, mi verga en ningún momento dejó de estar extremadamente tiesa.

Pensé en lo mal que estaba haciendo, y en lo injusto que estaba siendo con mi querida tía, al aprovecharme de ella y ultrajarla. Pero esto, lejos de hacerme sentir culpable me hacía experimentar una sensación de omnipotencia que nunca había sentido.

Apreté con más fuerza sus tetas. Sentí que el orgasmo era inminente, pero, a pesar de que la penetraba sin preservativo, la sensación de su cuerpo húmedo junto a mi cuerpo caliente era tan linda que no tuve ganas de apartarme mientras eyaculaba.

Tía Viviana había quedado boca abajo, sin decir palabra. Le corrí el pelo a un costado y ella giró y se encontró con mi cara. Todavía estaba atontada, pero ya parecía un poco más lúcida que hace unos momentos.

—Vamos a jugar un rato más, y ya te vas a ir. —Le dije.— Date vuelta.

Ella giró sobre sí misma. Sus tetas quedaron expuestas. Chupé el pezón de una, mientras masajeaba la otra. Su cuerpo se había secado casi por completo, y ahora podía sentir la calentura brotar de su piel. La abracé. Esta vez sentí un profundo amor por esa mujer. Mi verga se puso rígida enseguida. Me dejé llevar por la lujuria de nuevo. La penetré, esta vez con más ímpetu que antes. Sus ojos drogados apenas mostraban alguna sensación cuando la embestía con potencia. Besé sus labios, a lo que ella retribuyó con apatía. Puse sus pernas en mi hombro, y ahora, totalmente abierta, tía Viviana recibía mi verga en lo más profundo de su sexo.

Estaba transpirando con tanto ajetreo, y mis piernas no aguantaban más, pero seguí penetrándola furiosamente hasta que acabé de nuevo adentro suyo.

Ya era hora de dejarla ir. Pero antes la hice caminar desnuda por toda la casa, mientras le ordenaba que me trajera alguna cosa, o que acomode alguna otra, como si fuese una mucama sin uniforme alguno. Le devolví el vestido, pero no así la tanga, ni el corpiño.

—Ya podés ir a tu casa tía, otro día nos vemos.

Ella hizo un gesto de perplejidad, y agarró la bolsa con la ropa lavada y desapareció de mi vista.

Durante varias semanas no supimos nada de Viviana y su marido. Mis padres se preguntaban por qué nos estaban evitando. Yo tenía un poco de miedo, lo reconozco, no estaba del todo seguro de si realmente se olvidaría de todo lo sucedido, pero aun así estaba feliz, porque por fin pude estar con mi tía Viviana.

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