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Raptada por un amigo (1 de 2)

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Alberto se sentía satisfecho cuando cargó con Lucía sobre sus hombros sujetándola firmemente de las piernas y las muñecas. Sus escasos cincuenta kilos apenas le suponían un ligero esfuerzo para su fornida complexión en el camino hacia la cabaña. Una vez adentro, la soltó sobre la vieja cama de hierro que sólo provista con un colchón desnudo llenaba uno de los rincones del pequeño refugio de madera. Antes de que ella pudiera casi reaccionar, la ató de sus muñecas con unos cabos a los barrotes del cabecero y comenzó a desnudarla entre las protestas, pataleos e insultos constantes de ella. Le desabotonó la blusa que traía y le quitó los pantalones vaqueros, dejándola boca arriba con sólo las bragas y el sujetador y volvió al coche a recoger una bolsa con algunas cosas que traía.

La conocía desde los primeros cursos de la facultad. Habían compartido cuadrilla de amigos y siempre le habían atraído su carita de ángel y lo sensual de su proporcionado cuerpo que sabía lucir como nadie. Con su aire de chica algo pija le encantaba hacer medidas exhibiciones de las curvas de sus atractivos pechos y de su perfecto trasero, todo bien enfundado siempre en blusas y camisetas de diseño con vaqueros a la última. Y es que sabía jugar a seducir tan bien como nadie, con su mirada franca y su sonrisa ingenua de niña buena y aparentemente recatada, pero acompañándolo a veces con sus gestos de calculado morbo: haciendo oscilar, por ejemplo, suavemente sus caderas al andar para hacer de su atractivo culo el foco de todas las miradas, y dejando que asomara levemente, como una eterna adolescente, el color pastel de su braguita por encima del pantalón, o luciendo muchas veces en verano la turgencia de sus senos bajo camisetas de tirantes y sin sujetador, haciendo que se le marcara el bulto de los pezones bajo la tela. Era, en definitiva, un dulce bombón bastante calienta pollas por decirlo rápido y claro.

Sin embargo, él no podía olvidar y no le perdonaba lo frustrado que le había hecho sentir cuando se había decidido a intentar un acercamiento más allá de la amistad de cuadrilla que tenían, y ella, sistemáticamente, lo había rechazado haciéndole ver a las claras que lo tenía sólo como amigo pero que era bien poca cosa para lo que ella creía que merecía como pareja.

Y lo que son las cosas, ahora, por fin, su amigo del alma Fran, le había presentado en bandeja la ocasión de resarcirse al completo con ella y satisfacer sus más ocultos deseos.

Fran, el guapo, inteligente y siempre triunfador Fran. Como no, había sido él el que al final acabó por ligársela y liársela como novia; y tras casi un par de años de relación con ella, le había confesado al bueno de Alberto la duda que le corroía y el plan que había maquinado para conocer mejor a su chica, saber hasta donde podía llegar, y darle, de paso, una buena lección.

Por lo visto, según le confesó el otro el día Fran entre cerveza y cerveza, en un descuido de ella en su casa, le había descubierto minimizada en la pantalla del ordenador una ficha con sus datos, con foto insinuantemente vestida incluida, y todo perteneciente a una conocida web de contactos. Y la verdad es que no tenía desperdicio lo que decía que buscaba y necesitaba. Tras pensárselo unos días, decidió contar con la colaboración y discreción de Alberto para llevar a cabo el plan que había ido imaginando. Y es que antes de que decidiera ella por su cuenta hacer caso a alguno de los muchísimos babosos desconocidos que seguro que ya la estaban contactando, prefería que fuera el bueno y confidente de Alberto el que se encargara de medir el grado de perversión de Lucía.

Además, sabía muy bien, por las muchas ocasiones en que habían compartido vestuario, que su amigo Alberto, bajo su más bien vulgar físico exterior -de hecho era algo fofo por sus costumbres sedentarias y su pasión cervecera, con ya pronunciadas entradas en el pelo y un cuerpo algo velludo- escondía unos llamativos atributos sexuales de macho muy bien dotado que para él mismo los quisiera, y que les habían servido para bromear numerosas veces acerca del poco partido que solía sacarles. Y contar con las herramientas adecuadas, pensaba Fran, podía ser en este caso el factor decisivo para que la cosa resultase y Lucía sucumbiera a su inconfesable deseo y dejara que saliera a la luz su más obscena condición.

Así que, sabiendo muy bien que su chica encandilaba también a Alberto, de hecho entre ellos no tenían secretos en lo que a asuntos de tías se refería, había decidido maquinar la historia de un rapto, de un encuentro forzado, para conocer la respuesta de ella ante lo que era su supuesta fantasía hecha realidad. Aunque sí le inquietaba bastante lo perverso de lo que se proponía hacer, y sus propios celos jugaban en contra, le podía el morbo de saber la respuesta de Lucía, de confirmar si de verdad podía ser una putilla con cara de angel. Sólo le pidió a Alberto que le diera cumplida información con pelos y señales de todo lo que sucediera y que grabara discretamente el encuentro.

Una vez Alberto de vuelta a la cabaña, acercándose a la cabecera de la cama le dijo a ella:

"Hoy tu amiguito tiene algo nuevo que enseñarte, preciosa".

Y diciéndolo fue despojándose de toda su ropa, hasta quitarse el calzoncillo. Con ello, dejó por completo a la vista su respetable pene semierecto y el par de testículos que lo rodeaban. Claramente ella no pudo evitar, con la expresión de sus ojos bien abiertos, un gesto de sorpresa por lo que podía contemplar y de temor por lo que podía suceder. Entonces él, con suficiencia y chulería, se sopesó las pelotas con una mano haciendo oscilar al mismo tiempo el grueso badajo carnoso que le colgaba en medio. A él le encantaba tener la oportunidad de hacer ostentación de su abultado miembro de piel oscura, sabiendo muy bien, además, que lo iba a hacer gozar introduciéndolo por todos los recovecos de Lucía.

"Apuesto a que no esperabas ver algo así en el timidillo y siempre complaciente Alberto. Pues bien, mi niña, has de saber que hoy este aparatito que te enseño, quiere jugar contigo, así que espero que seas buena y le dejes hacer. De ti depende, a nada que pongas de tu parte, que el juego te guste o te resulte un tormento".

Recogiéndo el pantalón del suelo, sacó de un bolsillo un papel y le dijo:

" ¿A ver si te suena esto que te voy a leer?":

Soy una chica normal, creo que muy atractiva. Mi chico me quiere y me trata con dulzura. Su familia y la mía siempre me han mimado y no me falta de nada. Se podría decir que lo tengo todo para ser feliz. Pero siento que hay algo más que necesito, y es que tengo una fantasía secreta que me obsesiona, atormenta y necesito probar. Es un deseo obsceno de convertirme en un juguete de placer y dejar de ser al menos por una vez la muñequita de porcelana que todos miman. Deseo ser usada por un hombre para que me goce a su antojo. Necesito sentirme una putita zorra en manos de alguien dominante que me desee y me tome sin contemplaciones. El físico importa pero no tanto como su carisma y sus dotes de macho. Valoraré propuestas serias que me garanticen cumplir mi sueño con toda la discreción que necesito porque tengo mucho en juego para arriesgarlo tontamente.

Al oir aquelloLucía se transformó y comenzó a entender, todo le empezaba a cuadrar. Su ira inicial pasó a convertirse en vergüenza, no sabía a donde mirar y los colores le encendían el rostro. Apenas acertó a decir en un apagado sollozo:

"Por favor, Alberto, suéltame y déjame ir, esto no tiene gracia, ¿no tomarás en serio ese mensaje, no?, no es más que una especie de juego que hice una noche después de volver de una farra".

"Eso, guapa, lo vamos a comprobar aquí y ahora, tenemos todo el día para jugar" y comenzó a acariciarle los pechos por encima del fino sujetador semitrasparente.

"¿Qué haces?, no!, cerdo, suéltame!" Por un instante Lucía recobró en su mirada el sentimiento de rabia mezclado con la humillación.

Alberto la amordazó para dejar de oir la sarta de insultos que ella comenzó a dirigirle. El, sintiéndose totalmente dueño de la situación, le devolvió una sonrisa a la mirada furiosa de ella mientras se deleitaba gozando de la exquisita suavidad de la piel desnuda de sus redondeados senos al borde de la tela. Por fin podía acercarse y tocar sus tetas, tetas de las que ella alardeaba habitualmente con sus generosos escotes dejando claro lo orgullosa que se sentía de ellas. Y ahora, él podía disponer de ellas a capricho, podía llevar a cabo todos sus planes imaginados mezcla de castigo y placer.

Pero ahora, además, quería intentar excitarla al máximo, quería llevarla, a su pesar, al borde del delirio, porque no imaginaba mejor manera de demostrarle su dominio que hacerla gozar contra su voluntad. Cualquiera puede fácilmente hacer sufrir a otro ser, pero él sentía como un desafio verla derrotada por el placer y entregada a sus fantasías ocultas de zorra caliente.

Durante largos minutos la fue acariciando suavemente por el contorno de los pechos con una mano y todo a lo largo de sus muslos con la otra; sin prisas, retándola con la mirada, tentándola ocasionalmente con su tacto sobre las copas del sujetador y la tela de la braga. Primero dulcemente, deslizándose lentamente por toda la superficie de sus pechos, y dibujando con la yema del dedo el contorno que la goma de la braguita dibujaba, y luego, presionando más firmemente con las palmas abiertas sobre el sujetador, al tiempo que con la otra mano le palpaba descaradamente el saliente del monte de venus. Lucía emitía sin parar sonidos guturales de protesta bajo la mordaza. Entonces él, más decididamente, introdujo un dedo presionando bajo la tela y le trabajó un pezón hasta comenzar a endurecerlo. Era perceptible cómo le crecía el bulto aprisionado. Decidió liberarle los pechos tirando del borde del sostén hacia arriba. Sobre las tetas ya desnudas, se dedicó a recorrerle las sonrosadas areolas y a frotarle los oscuros pezones entre sus dedos. Ella quería perseverar en su protesta, pero, tras un par de minutos de sentir sus pezones estimulados, un frustrado sonido salía ya de su garganta, porque un hormigueo creciente proveniente de sus puntas erectas le recorriá el torso, llenándole de saliva la boca amordazada, debilitándole las cuerdas vocales y propagándosele hasta su vulva vientre abajo como un incipiente cosquilleo.

Bajando su boca al encuentro de los duros pezones, Alberto primero los lamió y golpeó con la lengua para, alternativamente, engullirlos succionándolos y mamándolos después con gusto y fruición. Cuando aprisionó uno de ellos entre sus dientes mordisqueándolo desde la base hasta la punta, ella sintió como una pequeña descarga mezcla de dolor y placer en el ultrasensibilizado botón que le hizo elevar sus caderas, sintiendo a la vez como la sacudida se dirigía directamente hacia su entrepierna como un húmedo estremecimiento placentero. De su boca ya más bien salían apagados suspiros.

Alberto se incorporó un poco y manteniéndole su sonrisa maliciosa se entretuvo contemplándola. Le satisfacía especialmente comprobar como su ira inicial estaba ya cediendo casi por completo, su mirada más que odio reflejaba sorpresa y expectación, sus pechos desnudos subían y bajaban al ritmo de la respiración, y se mostraban deliciosamente culminados en las golosas y erectas protuberancias que acababa de degustar. La verdad es que su visión semidesnuda agitándose bajo la tensión de las muñecas sujetas, con la única defensa de sus braguitas azul cielo era la imagen sublimada del erotismo, el cuerpo de mujer más tentador que podía imaginar, y que ahora se le ofrecía por completo.

Complacido, le pegó un fuerte chupetón en cada teta, dejándole las marcas visibles, marcas que atestiguaban su voluntad de dominar y poseer su cuerpo al menos por unas horas. Su pene respondía excitado a ese sentimiento, y ya bien dilatado, se le tensaba hacia arriba preparándose para el prometedor cuerpo a cuerpo que se le avecinaba.

La impulsó a ladearse un poco para que le enseñara el culo. Y nuevamente se maravilló con su saliente redondez. Le metió la mano dentro de la braga, la hizo totalmente a un lado y se dedicó a acariciarle y sobarle con gula aquel espléndido paisaje lujurioso. La dureza de las dos nalgas y la suave frescura de su piel, la limpia blancura de sus dos semilunas carnosas contrastando con la obscena grieta sombreada de la raja central, que al impulso de sus dedos podía separar para explorar el estrecho y profundo valle interior, le producían un placer exquisito, y acabaron por erguirle el pene más allá de la horizontal.

"Tengo que reconocer, que tienes el culo perfecto para excitar a los hombres, mira cómo me has puesto de caliente la polla" le dijo.

Y ella ladeó un poco la cara para mirar hacia atrás, no rehuyendo para nada la invitación de él a que le contemplara el sexo de nuevo. Alberto, crecido en su orgullo, le exhibió el buen aparato que la naturaleza le había dado, y gustoso se extrajo el glande retrayéndose el prepucio hacia atrás, una bien lubrificada cabeza asomó culminando el enhiesto y rugoso tronco venoso. La mirada ensimismada de ella ante lo que se le presentaba denotaba bastante a las claras su creciente excitación que luchaba por imponerse sobre su inquietud natural por la situación forzada que vivía.

Él le bajó las bragas por debajo del culo y comenzó a pasearle la punta del capullo por toda la tersa superficie de sus nalgas desnudas. Lucía, agitándose, hizo un gesto como de querer retirarse para evitar aquel perverso contacto en su trasero, pero entonces él, atrayéndola de la cintura, le acercó el culo contra su verga e hizo que el glande le presionara directamente sobre la raja y le introdujo la punta entre los mofletes carnosos para que se le quedara ahí enganchada y aprisionada.

"Ven, esto te va a gustar, no lo niegues" y le restregó la saliente cabeza por toda la comisura del culo meneándola arriba y abajo venciendo así la presión de las apretadas nalgas de ella para abrirle el surco poco a poco. Tras varias pasadas acabó por colocársela a la altura del orificio del ano. Y ahí se la dejó mientras se inclinaba hacia delante buscando con sus labios su cuello y su rostro. Ella intentaba zafarse de la doble presa que la sujetaba. A duras penas conseguía, arqueando las caderas, librarse por momentos de la obscena caricia que el glande de él le producía dentro de su culo, y más difícil aún le resultaba evitar, por mucho que agitara la cabeza, el contacto húmedo de los labios y la lengua de Alberto subiendo por su garganta.

"Estate quieta ya, guapa, hoy vas a ser mía te guste o no" mientras le hablaba al oido la sujetaba con una mano colocada cerca de su pubis, y eso le permitía inmovilizarle de cintura para abajo para poder frotarle de nuevo el pene a capricho por su culo.

"Ves que bien así, uuuhhmmm, me excita enormemente tu culito, siempre he querido hacerte esto" y según lo decía le iba dando empellones para que sintiera fuertemente su polla acoplada a su trasero.

"Ahora te voy a quitar la mordaza, pero espero que te portes bien para que puedas disfrutar de las cositas que te va a hacer tu amigo Alberto, porque si no, si te portas mal, soy capaz de violarte por el culo ahora mismo, así que tú verás". Según se lo decía le sacó las bragas por completo para no tener impedimentos.

Ella podía sentir la presión de aquella polla jugando directamente por lo más íntimo y profundo de sus queridas y delicadas nalgas. Era seguramente la primera vez en su vida que sentía un sexo de hombre tocándole la entrada del ano porque siempre se había negado a ese tipo de juego, y le asustaba tremendamente el imaginar que toda esa enorme cosa que la presionaba sobre el borde de su entrada trasera pudiera llegar a introducírsele hasta adentro. Por otra parte, aunque la humillaba enormemente el tono amenazador con que la trataba el que era su supuesto amigo, en el fondo no podía negarse a sí misma que muchas veces había fantaseado con verse utilizada, así como lo estaba siendo ahora, sintiéndose un juguete sexual para acabar siendo bien follada por un hombre lleno de deseo por ella, y que esa fantasía la había excitado siempre muchísimo; y ahora, para su sorpresa, se estaba haciendo realidad, y era el bueno y tímido de Alberto, el que se había transformado en una especie de bestia del sexo, con estupendos argumentos además para cumplir a la perfección el papel de ese personaje con el que tantas veces había soñado en secreto.

Se debatía en la terrible duda de qué actitud tomar, porque su mente le decía que aquello no podía ser, que debería de resistirse hasta el final y odiarlo por lo que le estaba haciendo, pero su cuerpo le mandaba señales en otra dirección: las sensaciones que le llegaban de sus agrandados pezones, la inquietante excitación que había sentido al ver cómo le desprendía el sujetador sin ni siquiera soltarlo para liberarle las tetas y manejárselas a capricho, el sentir que luego le bajaba las bragas y que su culo se convertía en el objeto de deseo de aquel buen pene excitado; era algo que estaba pudiendo con ella, y sentía también con claridad las sensaciones que le llegaban ya desde su vulva caliente.. Se conocía muy bien, y sabía que cuando comenzaba a sentir esa incipiente humedad entre los muslos, era porque el deseo sexual que se le despertaba ahí podía crecer hasta doblegarla por completo. Le gustaba enormemente esa sensación que la llevaba al abandono cuando estaba con su novio o cuando, a veces a solas, se dejaba llevar por sus calientes fantasías para masturbarse. Pero ahí, en esa situación forzada y en manos de Alberto, le asustaba comprobar que su obscena necesidad de sentirse tratada como una zorra era algo más que una simple fantasía, y , sobre todo, temía y le avergonzaba enormemente, que asomara delante de un conocido su lado intimo más perverso y caliente. Por eso, cuando tras quitarle la tela de la boca, sintió aquellos dedos cómo se le metían entre las piernas para tocarle y acariciarle el coño, y los llevó luego delante de sus narices para que viera el brillo de la humedad que la delataba, acabó por derrumbarse al sentirse perdida en las manos de Alberto, y, con los ojos algo llorosos, desconcertada por el sentimiento de derrota, giró su cabeza intentando ocultar su rostro avergonzada para exclamar en un último intento de evasión de lo que se le venía:

"Alberto!, no sigas, por favor!, no seas cabrón!"

También para Alberto, aquella súplica sonaba a algo próximo a una rendición, porque le indicaba que algo que él buscaba, había empezado a suceder en aquel excitante cuerpo de mujer, algo delicioso e imparable.

"Tus lagrimillas me enternecen, pero es el lacrimeo de placer de tu coño caliente lo que más me gusta, Lucía. Vamos, abre las piernas y enséñame ".

Ella se sentía dominada e indefensa, era la primera vez que lo veía a él como algo más que el buen amigo que solía, que descubría su poder de controlarla, pero, sobre todo, era la primera vez que experimentaba la vulnerabilidad de sentirse un juguete en manos del incontenible deseo sexual de un hombre abusando de ella. Y esa sensación que sólo había conocido en sus fantasías, ahora se le hacía viva y real, y para su sorpresa, se sentía totalmente incapaz de hacerle frente. Al contrario, un incontenible y caliente deseo por sentir los dedos de él manipulándola, su lengua recorriéndola y su polla tomándola sin contemplaciones se iba apoderando de todo su ser.

Él bajó sus labios por su estómago dejando un rastro húmedo todo a lo largo de su vientre hasta la parte superior de sus muslos. Ella no pudo evitar un sonoro suspiro, no podía impedir sentirse obscenamente presa del deseo. Alberto se introdujo entre sus ingles y comenzó a lamerla directamente en la vulva. Lucía soltó un audible gemido de placer cuando sintió la aspereza de su lengua invadiéndole su suave, húmedo y sensible chocho carnoso. La lengua la recorría arriba y abajo entre sus pliegues íntimos, mojándola por completo cuando, deslizante, presionaba por introducirse en su agujero íntimo. Vibrando de gusto, una íntima sacudida la impresionó cuando sintió como la lengua se desplazó hacia atrás entre el empiece de sus nalgas para buscarle la entrada del ano.

Nadie le había hecho algo parecido nunca, y se sintió enormemente húmeda de placer al descubrir una nueva y muy caliente sensación. Sus caderas practicamente levitaron cuando él meneó su lengua contra el borde de su pequeño y arrugado agujerito trasero, y todo el coño se le empapó de gusto mientras él le tentaba el agujero del culo. Entonces, él regresó hacia su abertura vaginal y le abrió la entrada para lamerla por dentro, para saborearle el interior del coño. Ella notó perfectamente cómo la invadía esa lengua juguetona, sintió cómo se le abrián los labios y cómo ese húmedo pedazo de carne ondulante la penetraba como si fuera un pequeño pene, y comenzaba a recorrerle las paredes internas de la entrada de su cueva. Un repetido estremecimiento se le propagó por toda la pelvis.

Alberto la notó enormemente excitada ahí adentro y le fue exprimiendo sus jugos frotándola todo lo que podía, le encantaba el concentrado sabor a sexo derretido que ella liberaba desde el interior de su vagina porque podía estar seguro de tenerla entregada y le maravillaba vivir la experiencia de poder comerle el coño y el culo a su deseada y hasta entonces inaccesible Lucía. Mientras la devoraba por dentro, con su nariz le estimulaba el excitado clítoris que ella tenía saliente bajo el pubis, y así, consiguió llevarla al borde del orgasmo. Ella cerró los muslos y se dejó ir con espasmos de placer en las ingles mientras la lengua de él le iba sorbiendo el néctar que la mojaba por completo. Entonces, reincorporándose sobre el torso de élla, Alberto situó su polla al borde de su vulva y sabiéndola ansiosa, comenzó a restregársela arriba y abajo desde el culo al pubis de ella. Ese obsceno contacto en medio de su orgasmo, la hizo gemir desacompasadmente mientras el vientre le vibraba.

La presión creciente del hinchado glande le barría los labios y le abría la raja, las paredes internas de la vagina se le contraían queriendo succionar por completo la húmeda cabeza de la polla y arrastrar con ella hacia adentro el largo tronco rugoso que la empujaba. Quiso metérsela yendo a su encuentro, y entonces él, de golpe, se la introdujo completamente sin avisar. Lucía notó como se le abría el coño cediendo al empuje penetrante del falo que la tomaba, y se sintió llena, profundamente llena de un anhelante sexo de hombre de tamaño considerablemente mayor que lo que hasta entonces había conocido. Tras la primera embestida sin contemplaciones, las posteriores fueron más reposadas, como si se recreara en la idas y venidas hasta el fondo, como si ese grosero invasor quisiera explorar milímetro a milímetro todos los rincones de su excitado vientre. Mientras era penetraba oyó cómo le decía:

"Toma zorra, quiero que te sientas bien follada, hoy te voy a llenar de semen todos tus agujeros, la boca, el coño y el culo. Quiero que me vacíes las pelotas de toda la leche que siempre he querido darte".

La estimulación que sintió fue algo nuevo para ella. Sintió su vagina contraerse atrapando el grueso miembro caliente que la penetraba, y su propia respuesta la maravilló en medio del orgasmo que vivía. Contuvo la respiración lo que pudo e hizo esfuerzos por apretar todo el duro pene de él en su vagina. Percibía claramente cómo se le ensanchaban las entrañas cuando la prominente cabeza de su polla empujaba para adentro, y como en su vuelta atrás las paredes húmedas se le contraían por el efecto de vacío que le creaba al retirarse. Para su sorpresa comenzó a sentir una voluptuosa y creciente constricción ondulante y rítmica que le recorría todo el interior del coño y una vibración en su esfinter anal, al tiempo que un estremecimiento le subía por la columna vertebral. Con la distensión posterior, tuvo la sensación de que una oleada de calor la invadía ahí adentro, calor que acompañaba a la liberación espontánea de un flujo blanquecino espeso y viscoso en el que las acometidas del pene acabaron por deslizarse de forma suave y untuosa.

Lucía fue plenamente consciente de que gozaba de un orgasmo vaginal con una intensidad que no conocía. El placer que emanaba de su coño era superior al que podía haber imaginado en sus frecuentes fantasías de entrega. Sentía vívamente la presencia ardiente de la polla de él en su interior y se sentía dulcemente entregada a sus penetraciones y deliciosamente follada.

Alberto deseaba correrse también, pero sentía la necesidad de mantenerla dominada y humillada; por eso, no quiso hacerlo dentro de su coño, que era lo que quizá ella esperaba, si no que prefirió descargar su leche sobre su cara y su boca. Extrajo la polla de entre sus piernas y se recolocó sobre ella para acercársela a su rostro. La visión cercana del pene que tuvo entonces Lucía fue la cosa más obscena que su caliente imaginación podía haber concebido. Toda la gorda vara bien tiesa aparecía húmeda de una especie de babilla blanquecina recubriéndola. Rodeando la base en el empiece del tallo, el cerrado vello negro que rodeaba el ariete de carne portaba pequeños grumos del mismo viscoso líquido que no podía ser otra cosa que restos de su propio flujo vaginal. El abultado glande que él acercaba a sus labios, se mostraba por completo desnudo, de un color más vivo que el resto del pene y con una mucosa lubrificada por alguna gotilla preseminal que escapaba de la abertura uretral en la punta del capullo.

Ella sintió el contacto de su desafiante sexo sobre sus labios medio cerrados, y entonces él, tomándola con una mano de su nuca, la conminó a que le abriera la boca para penetrarla por ahí. Se tragó el glande y con la lengua quiso desviar hacia un lado el duro pene según le entraba, para no atragantarse.

Alberto dejó que su pene gozara del calor húmedo que la boca de ella le proporcionaba. Le encendía las caricias de su lengua, la presión de sus labios y el morbo de sentir el borde de sus dientes mordisqueándole levemente el excitado glande. Balanceaba su pelvis para agitar el miembro de lado a lado del paladar. Se sentía en la gloria y deseaba eyacular dentro de la boca de ella para hacerle tragar su caliente semen.

"Vamos, Lucía, chúpamela bien, haz que me corra, quiero que te bebas mi leche"

Alberto cogío la mano derecha de ella y la llevó a sus testículos para que se los masajeara y comenzara a impulsar con su calor el esperma hacia fuera.

Ella no podía decir nada, la polla le llenaba toda la boca. Aunque dado su estado de excitación general, para nada le desagradaba lamer la polla que le había provocado su propio orgasmo, e incluso le resultaba morboso haber saboreado sobre la piel de ese caliente miembro los sabores de su propio coño, la idea de recibir su descarga, que imaginaba abundante y poderosa, para tragársela por entero, la asustaba de verdad, pero, por lo visto, ya no tenía alternativa. Decidida a acabar cuanto antes, le masajeó los testículos lo mejor que pudo mientras se esmeraba en su boca con la cabeza del glande.

Él se dejó hacer gustoso y se abandonó a las sensaciones que le llegaban de su vientre y sobre todo se concentró en ese maravilloso cosquilleo creciente que le subía por el pene . Estaba casi seguro que el orgasmo le iba a resultar especialmente placentero por la situación, la destinataria de su leche y por todo lo que había gozado en los prolegómenos, así que cerró los ojos, procuró acomodarle el pene dentro de su boca, y liberó por completo sus deseos de correrse. Ella sintió las contracciones involuntarias que le comenzaban a Alberto en la zona del perineo, y no se le ocurrió mejor cosa que meterle un dedo por el culo para provocarle la corrida. Él sorprendido, chilló, y sintió cómo se le tensionaba el pene al máximo por efecto del flujo líquido que ya le recorría buscando la salida. Con periódicos espasmos del miembro fue soltando la leche y liberando la presión. A ella se le hizo muy difícil soportar en el fondo de su boca el chorro entrecortado que la llenaba. No le desagradaba del todo ni la textura caliente, ni el sabor especiado del semen, peró acabó por atragantarse y medió le obligo a retirarle el pene de dentro de la boca mientras aún seguía expulsando nuevos chorretones cada vez más espaciados. Tuvo que tragar, pero también acabó por escupir saliva blanquecina que le bajaba por la barbilla, mientras, las últimas gotas lechosas que salían del pene le caían directamente sobre los ojos y la nariz. Él le acarició el rostro con el glande, maquillándole con los restos de su semen las mejillas y los labios.

Tras el éxtasis de la eyaculación Alberto entró en la natural fase de relajo y recuperación. El pene, poco a poco le fue volviendo a su estado natural. Se limpió los genitales con las bragas de ella, pero no dejó que ella hiciera lo mismo, quería mantenerla humillada a lo largo de todo el día. Además le había molestado su osadía de introducirle el dedo en el ano, porque aunque actuó como un detonante para que liberara su corrida, suponía un atrevimiento que no podía dejar pasar por alto. Así que pensó que debía ponerla en su lugar mientras él recuperaba su tono, para prepararla a la siguiente prueba definitiva a la que la quería someter. Antes, no obstante, optó por dejarla reposar un poco mientras él disimuladamente, fue a retirar la cámara que había dejado grabando desde el principio. Le pareció, que por mucha confianza que tuviera con Fran, todo aquello era demasiado fuerte como para que él lo aceptara de buen gusto. Ya inventaría algo que lo dejara más o menos tranquilo y reconciliado con su chica.

(Continuará)

(9,00)