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Raptada por un amigo (2 de 2)

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En el silencio de la cabaña, en medio del bosque, Lucía permanecía tumbada y desnuda sobre el colchón en el que acababa de vivir en su propio cuerpo, y de forma inesperada, la caliente sensación de la pasión y el deseo desenfrenado del sexo hecho realidad. Aún permanecía aturdida como no creyéndose del todo lo que le había sucedido. Había llegado allí forzada contra su voluntad por el arrebato del que era su supuesto amigo Alberto. Este la había tratado sin contemplaciones, abusando de ella y de su indefensión para gozarla. La había desnudado y se había sentido manejada, sobada a capricho en sus partes más íntimas y sensibles, sintiendo como su culo y sus tetas eran un juguete en sus manos, un campo abierto para la exploración con su voluminoso falo; la había usado sexualmente penetrándola, y dominado obligándola a que le practicara una felación completa. Pero lo que había empezado como una pesadilla, siendo atada y amordazada para que entregara su cuerpo sin posibilidad de oponerse, había ido convirtiéndose poco a poco para ella en una experiencia enormemente placentera, porque era de hecho, su fantasía íntima más obscena cumplida al detalle.

No sabía bien cómo, pero Alberto había descubierto su secreto y oculto deseo de sentirse tratada como un objeto sexual para el placer, de ser manejada como una zorra hambrienta de sexo, y eso había hecho que su cuerpo respondiera de una forma que no había podido controlar. Al sentirse utilizada, había sido como si de repente toda su piel desnuda se le hubiera vuelto erógena, como si todos sus órganos especialmente sensibles al placer, desde sus pezones y los muslos, hasta el interior de la vagina, pasando por el culo y el clítoris, hubieran encontrado el estímulo perfecto para excitarse al extremo, y se hubieran puesto de acuerdo para liberar al unísono el ansia de placer que acumulaban. Todo ello la había llevado a un completo orgasmo, en el que las sensaciones calientes de su vientre se le habían propagado por todo el cuerpo hasta concentrarse y explotar en su mente ávida de deseos lujuriosos de entregarse sumisa a un macho que la poseyera y la dominara.

Y ahora allí, sóla por unos momentos, se encontraba totalmente confusa, medio recreándose mentalmente en las sensaciones vividas e intentando recuperarse de ellas. Pensaba también en su novio Fran y en lo que podía suponer todo aquello para su relación. No podía ni quería arriesgar nada de lo que tenía conseguido en su entorno habitual y en su vida diaria. Por ello, se había prometido a sí misma que ni Fran ni nadie se enteraría nunca de lo que en aquella cabaña perdida había pasado. Pero le preocupaba la posible actitud de Alberto, al fin y al cabo él era el que había desencadenado todo aquello, el que dominaba desde un principio la situación por completo, y no tenía nada claro si sólo lo había hecho como un desahogo personal o tenía otras intenciones ocultas guardadas. Se observó por un instante y, de momento, no quiso preocuparse más pensando en las posibles consecuencias.

Su cuerpo retenía aún los restos del placer. Todavía medio excitada se palpó la entrepierna, comprobando la humedad de sus labios vaginales aún hinchados de la excitación, se tocó los pechos y comprobó el rígido abultamiento de sus pezones, y por su cara, sus dedos al pasar, quedaron pringados con los restos de esperma que poco antes había visto manar en primer plano desde la poderosa polla de Alberto que había saboreado en su boca.

Se incorporó sentándose en el borde del camastro haciendo un esfuerzo por plantarle cara a la realidad e intentando localizar por dónde andaba su amigo el raptor, y entonces le llegó inconfundible por la ventana abierta el ruido que hacía él al orinar sobre las zarzas cercanas. Quizá por simpatía, o simple necesidad, Lucía sintió también las ganas de vaciar su vejiga, así que se encaminó hacia la puerta de la cabaña. Justo cuando iba a salir se topó con la corpulenta figura de Alberto que le cerraba el paso.

"¿A dónde se supone que vas?" le preguntó.

"Necesito orinar yo también".

Por unos momentos Alberto la miró con una sonrisa maliciosa apoyando su antebrazo en el marco en una postura que denotaba su satisfacción por saberse dueño total de la situación. Lucía no pudo aguantarle la mirada y bajó la cabeza, encontrándose entonces casi de frente con la desnudez obscena de su vigoroso miembro que aunque colgante le oscilaba desafiante entre las piernas. Alberto reaccionó tomándola de la mano y llevándola hacia fuera.

"Vamos ven conmigo, lo vas a hacer delante mío"

"Pero..."

"Ni pero ni nada, me vas a decir que te da vergüenza ahora abrirte de piernas y descargar delante mio, después de lo que ha pasado ahí dentro. Además, no puedo dejarte sóla aquí fuera no sea que te me escapes".

"¿Y a dónde quieres que vaya así desnuda como estoy, eh?"

"¡Cuida tu tono, bonita!" le recriminó soltándole a la vez un azote en el culo.

Se situó detrás suya, y la sorprendió cuando tomándola con sus manos por la parte trasera de ambos muslos la elevó haciendo que apoyara su espalda sobre el pecho de él y dejando que su culo apuntara directamente hacia el suelo.

"Pero ¿qué haces?, suéltame!"

"Vamos, mea y calla!, eres como una niña y así te trato. Siempre me has parecido una provocativa niña encerrada en ese estupendo cuerpo de mujer que tienes".

Ella se sentía totalmente humillada en esa situación que le recordaba cuando muy pequeñita su madre o su padre la ponían a orinar en el parque. Pero a diferencia de entonces, ahora, podía sentir el aliento caliente de él en su nuca, cuando percibía claramente cómo con sus labios buscaba el contacto directo en su cuello, mientras, también, su incipiente erección chocaba ya contra sus nalgas.

"¿Vas a mear ya, o no?" le repitió agitándola con sus manos un poco arriba y abajo al tiempo que le separaba los muslos como invitándola a hacerlo.

Lucía, sin decir nada, un poco aturdida por la situación, respondió a la pregunta casi imperativa de él como si de un acto reflejo se tratara, y comenzó a liberar una larga meada. Los dos, algo hipnóticamente por lo insólito de la situación, contemplaban mirando hacia abajo el chorro que surgiendo de la vulva, sonoramente chocaba contra el suelo. Ella percibía claramente además como crecía en su trasero la dureza del pene que allí la palpaba y una sensación de morbosa voluptuosidad se fue apoderando de su mente mientras la meada le duró, sintiéndose otra vez como un juguete sumiso en las manos de Alberto que se iba excitando progresivamente al controlarla incluso en sus actos más íntimos.

Una vez que terminó, sin soltarla, la acomodó en sus brazos, y se la llevó directamente al interior de la cabaña de nuevo. Depositándola sobre el colchón, fue él mismo el que, en un gesto que la sorprendió a ella, le limpió la vulva con un kleenex, recreándose en la acción largo rato como si por un momento se hubieran intercambiado los papeles y fuera él el que estuviera al servicio de su líbido y sus necesidades, y no al revés. El verlo cómo le trataba su coñito con total esmero y dedicación la enterneció, y se dejó hacer complacida al ver cómo se le empinaba y endurecía a él del todo, mientras tanto, la impresionante verga que poseía. Lucía sentía como una suave masturbación las caricias de los dedos de Alberto separándole los labios externos para recorrerle lentamente las mucosas internas, y percibía que esos dedos iban mucho más adentro de lo necesario.

"Bien, preciosa, ahora que ya estás limpita y cómoda, vamos a seguir con lo que teníamos pendiente, ¿vale?"

Lucía, expectante, percibió un tono como más amable en sus palabras, que no sabía si era realmente sincero o sólamente irónico. En cualquier caso, ella también se mostraba de nuevo excitada por lo morboso de lo que había vivido hace nada y ansiosa por saber lo que ahora venía.

Él siguió hablándole entretanto:

"Antes me ha gustado de verdad correrme en tu boca y en tu cara, pero ha habido algo que no puede ser, y es que, ¿quién te ha dado permiso para que te tomes la libertad de tomar iniciativas?"

"¿A qué te refieres?"

"Creo que sabes muy bien de qué estoy hablando. Yo sólo te había dado permiso para que me calentaras las pelotas al hacerme eyacular, pero no para que me provocaras por el culo con tu dedo".

"Lo siento, pensé que te gustaría y que te haría correrte más y mejor".

"Si así piensas, es que a tí te gusta que te hagan eso también, y lo voy a comprobar ahora mismo usando mis herramientas. Date la vuelta y ponte a cuatro patas, perrita viciosa".

Lucía no se esperaba aquello.

"¿Pe..pero, qué me vas a hacer?" respondió con un sincero tono de preocupación.

"Vamos a ver cómo responde tu culo, bonita".

"Alberto, no, por favor, eso no, me da miedo. Si quieres fóllame por delante o haz que te la chupe otra vez, pero por detrás no, no tengo el trasero preparado para esas cosas y me vas a hacer daño".

"Te recuerdo que no estás en condiciones de elegir por tu cuenta, hoy eres mía a todos los efectos, y tu culo también".

Nuevamente Lucía podía comprobar que las cosas volvían a su sitio.

Ella obedeció a medias, y se tendió estirada boca abajo juntando los muslos. Aunque no era la postura pedida, le ofrecía el siempre sugerente espectáculo de sus nalgas desnudas. Curvas perfectas, montículos carnosos, toda una lujuriosa tentación. Alberto se inclinó hacia delante, hasta llegar con sus labios a la espalda de ella. Le recorrió la columna lamiéndole con la lengua hasta llegar al borde del culo. Donde se le iniciaba la profunda raja, comenzó a introducirle la lengua en el canal y a restregarla hacia abajo. Para lamerla mejor, le abrió las nalgas empujando con ambas manos hacia fuera y con la punta de la lengua remoloneó por todo el profundo valle mientras le ensalivaba el contorno y con sus manos le amasaba los golosos glúteos.

Alberto se sentía dueño de aquel tremendamente voluptuoso culo que tantas veces había deseado y ahora se le entregaba, y su erección máxima atestiguaba el gusto que sentía. Lucía, ya olvidadados los rechazos iniciales de la situación forzada a la que había sido llevada, ahora hacía esfuerzos por centrarse en las sensaciones de su propio cuerpo. Por un lado le resultaba increiblemente agradable sentirse manipulada en su sensible culito, pero le inquietaba lo que podía suceder con su delicado ano sin estrenar. No podía hacerse a la idea de ser penetrada por detrás, lo temía realmente porque sentía que tenía el orificio muy estrecho y muy poco flexible como para admitir la entrada del grueso aparato de Alberto.

"Alberto -insistió ella- tócame lo que quieras pero, por favor, no me la metas por ahí, la tienes muy gorda y no lo voy a poder soportar".

"Tranquilízate de una vez ya, Lucía. Recuerda que estás en manos de tu querido amigo Alberto, y además, creo que sabes que en realidad me gustas demasiado como para que quiera hacerte daño. Y si algo me gusta sobre todo de ti, es este increible culo que tienes y que por lo visto nadie te ha estrenado hasta hoy. Así que lo voy a intentar de todas formas, y si te relajas estoy seguro que te va a gustar esto también. Piensa sólo en lo excitante que puede ser sentir una polla caliente metiéndosete por detrás y acariciándote donde nunca nadie antes te ha acariciado. Sé que tenéis numerosas terminaciones nerviosas dentro del culo y yo te las voy a excitar con esto -le dijo poniéndole la polla sobre la raja-.Si a muchas les gusta que las follen por detrás. ¿Por qué no a tí, si tienes un culo precioso y tú lo sabes?"

Alberto quería tranquilizarla y excitarla morbosamente porque no quería hacer de aquel intento de sodomizarla un drama.

"No me hagas daño, por favor, si ves que no entra déjalo y no me fuerces". Ella quería intentarlo pero seguía sin tenerlas todas consigo.

"Mira, guapa, por última vez te digo que confíes en mí. Te voy a preparar y dilatar bien el culo antes de metértela, vale? Levanta el culo ahora, como te he dicho antes, para que todo vaya mejor".

Lucía finalmente accedió elevando las caderas y abriendo ligeramente los muslos. Todo su obsceno paisaje quedó de nuevo a la vista. El coño ya trabajado, e incluso visiblemente húmedo, mostraba la entrada de la vagina con sus mucosas retorcidas y sus pétalos abiertos.

Él se propuso dilatarle el orificio del ano poco a poco. Se entretuvo por su vulva para que se le embadurnaran los dedos con el lubricante natural de ella mientras le pidió que llevara sus manos a las nalgas y que fuera ella misma las que las separara para trabajar él sin obstáculos. Con los dedos húmedos comenzó a trazar círculos cada vez más cerrados sobre el borde de la entrada del recto. Finalmente colocó la punta del índice sobre el orificio y empujó, fue así introduciendo la primera falange, notó la resistencia del esfínter pero consiguió introducirla mojada como estaba. Presionó un poco más, ya tenía dentro medio dedo, paró un momento, retrocedió muy despacio y vuelta para adentro. Inició un suave va y ven cada vez más profundo. Una vez que ya no le dio más de si se lo hizo oscilar suavemente en su interior, acariciándole las finas paredes e intentando expandir la cavidad interior para ir haciendo hueco suficiente para la verga que quería después introducir.

"Muy bien, voy con el segundo dedo, lo más difícil es iniciar la penetración, relaja lo suficiente la entrada, y luego ya la cosa va sola". Le hablaba para darle confianza.

"Cuesta un poquito pero ya te lo meto, ahí va, hasta dentro, ves que fácil, dos dedos ya en tu culito".

La tenía penetrada con el índice y el medio. Tras un rato para que se acostumbrara comenzó a flexionar algo los dedos. Ella se estremeció.

Se apretó contra la espalda de ella y le acercó la polla. Puso en contacto directo el deseoso glande con la entrada del ano. La tentó por fuera rozándole y presionándole el agujero, y al rato fue bajando hacia el otro orificio con la clara intención de lubricarse el pene al igual que antes había hecho con sus dedos. La penetró vaginalmente sin pensarlo e inicó el balanceo de caderas para que todo el émbolo fuera y viniera dentro de ella. Se entretuvo follándola un rato mientras la masturbaba con los dedos por la parte anterior del pubis. Lucía gemía de nuevo, y él sentía el plisti-plasta del pene en las embestidas. Sin duda estaba consiguiendo su objetivo. La sacó por completo bien recubierta del almíbar de Lucía y la llevó a su objetivo. El orificio ya entreabierto algo más de lo normal mostraba el inicio de la oscura cueva del interior.

"Relájate Lucía y verás cómo te entra". Ella podía sentir ya el intento del glande caliente y deslizante abriéndola. La entrada seguía siendo más estrecha que el diámetro de lo que le quería entrar. Él presionó y empujó, y el ano flexible fue expandiéndose bajo el efecto dilatador del grueso capullo. Lenta, muy lentamente, fue haciéndose sitio a través del agujero. De la garganta de élla salió algo mezcla de grito y gemido. Ya tenía los cinco o seis centimetros de la cabeza introducidos. Él se detuvo y se recreó con la obscena imagen que tenía bajo sus ojos, y es que, pensó, pocas imágenes más deliciosas hay para un hombre que ver su falo introducirse y perderse en el culo de la mujer que desea, ver su estaca rígida hincándose entre esos montículos carnosos de los glúteos.

"Ves como sí podía entrar! Díme qué sientes."

"Uuuff !-exclamó élla- no sé qué decir, esto es muy fuerte y creo que no me gusta, noto como si tuviera ganas de ir a..."

"A hacer de vientre no? - le ayudó él- creo que es normal, tu culo nota el intruso invadiéndote por dentro y lo quiere expulsar. Déjame hacer ahora para estimularte y que te guste". Milímetro a milímetro le fue introduciendo todo el largo de la dura estaca haciendo sucesivas paradas para irla acostumbrando a la penetrante presencia.

Por fin notó que los testículos chocaban con los labios de élla. Entonces, muy despacito la hizo incorporarse poco a poco procurando que no se le saliera el pene. En la nueva postura la medio abrazó rodeándola con un brazo por el pecho, así podía jugar con sus tiesos pezones, e introdujo su otra mano por delante, pubis abajo hacia su vulva.

Con suma lentitud comenzó a retroceder dentro de ella hasta que sólo el glande se le quedó metido, en ese momento inicio un giro de caderas como queriendo dilatarle al máximo con la cabeza perforadora, tres o cuatro giros, y de nuevo para adentro, hasta el fondo, ahí se retuvo de nuevo e hizo que le palpitara la vara dentro de su culo. Repitió toda la secuencia, retrocediendo y avanzando alternativamente, al principio muy muy suavemente y yendo muy poquito a poco aumentando el ritmo. Mientras, caricias continuas de sus manos y dedos la trabajaban por delante. Con el pulgar le frotaba el clítoris, mientras el índice y el medio la penetraban por la vagina. La otra mano no cejaba de acariciarla en sus tetas y pezones. Con la conjunción perfecta de todos sus movimientos consiguió que ella gozara también en su culo con la caricia perversa y transgresora de la polla. Gozo en el culo, gozo en las tetas, clítoris excitado y vagina chorreante. El éxtasis le era inevitable a Lucía sintiendo las nuevas sensaciones que su culo vivía al ser penetrada por detrás y a la vez, masturbada por delante.

Él notándola cada vez más entregada y excitada, la provocaba también con sus palabras:

"¡Qué bueno y caliente tienes el culo, zorra!. Así, apriétame bien la polla para hacerla gozar, todavía tengo bastante leche para darte y seguro que te gusta sentirla derramada ahí adentro".

Alberto aumentó su ritmo, incrementando su propio placer al notar su polla presionada en el estrecho ano que taladraba. Teniéndola cogida del coño, en su ir y venir, los dedos notaban perfectamente la presencia del falo al otro lado de la delicada pared que separa el ano. Ella entró de nuevo en trance, descargas de nuevas oleadas de placer, le hacián contraer el ano, atrapando intensamente el pene. Alberto aceleró sin desbocarse para no dañarla y dejó que su propio orgasmo se declarara. Dulces chorros de leche se proyectaron en el interior del trasero de Lucía, embadurnándola de esperma el final de su intestino. Y ella, ante aquella nueva sensación, se medio derrumbó de placer sintiéndo como su culo se llenaba por dentro de un caliente y viscoso fluido por primera vez en su vida.

Alberto la besó en el cuello y le mordió en la oreja, después, extrajo su pene dejando que el semen rebosara la entrada del ano para que goteara hacia la entrepierna.

Después de todo lo que sucedió aquella tarde, los dos permanecieron casi en total silencio. Estaban ambos tan ensimismados intentando digerir lo vivido que apenas tenían nada que decirse. La cabeza les bullía llena de sensaciones y de dudas. Ya sin actitudes forzadas, regresaron en el coche tras arreglarse un poco y sólo cuando tuvieron que despedirse, ella le rogó que por nada del mundo Fran llegara a saber algo. Ni siquiera quiso preguntarle nada más, no le importaba saber el porqué último de todo aquello. Simplemente había sucedido y a ella le había valido para liberar todos sus fantasmas, para sentirse como a ella le gustaba, sumisa y entregada, humillada y dejando que su cuerpo fuera utilizado como un objeto para el placer de un caliente macho, y así, saberse follada como nunca hubiera podido imaginar en la más caliente de sus fantasias. Le sorprendía el hecho, de que incluso venciendo sus temores y prejuicios, Alberto le había estrenado el culo y a ella había acabado gustándole sentirse penetrada también por el ano por un aparato considerable como el de él. Jamás lo hubiera creido posible antes de aquel día.

En los días siguientes, Alberto, puede que sólamente para no complicarse la vida, y temiendo la posible reacción de Fran que no hacía más que preguntarle por lo que había pasado, optó por ocultarle la realidad de lo sucedido. Se las arregló como pudo para convencerle de que Lucía se había resistido en todo momento y que él no se las tenía realmente de violador, y menos de amigas. Por eso, tras los escarceos iniciales, le dijo que había desistido de seguir adelante con aquello. Le mostró las imagenes iniciales que había grabado, donde Lucía, efectivamente, permanecía totalmente a la defensiva, pero no le mostró lo demás. Fran tragó y pareció sinceramente alegrarse de tener una novia "normalita".

Hoy, casi ha pasado un año desde entonces. Fran y Lucía viven la locura de los preparativos de su inmediata boda, con toda la parafernalia de una boda como dios manda. Alberto, seguramente adrede, ha enfriado su íntima relación con Fran, aunque desde luego asistirá a la boda, y firmará como testigo en la iglesia. Lucía se muestra ante todos, familia y amigos, como la novia más feliz del mundo. De hecho, espera ansiosa la llegada una tarde de estas del regalo de bodas que más desea. Un regalo del estilo del que recibió también en su último cumpleaños y que está segura que Alberto le seguirá proporcionando, allí en la soledad de la cabaña, en exclusiva para ella después de casada también.

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