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Teléfono Erótico: quinta parte (final).

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Llevaban saliendo varias semanas. Ya había habido tres cenas, un almuerzo y unos cuantos cafés. Sin embargo, nada de nada. Incluso llegó a pensar que quizás Luis no se sintiera atraído por ella. Pero eso tampoco casaba con sus habituales invitaciones y por su actitud hacia Lorna.

Esa noche habían quedado en su casa para cenar, por lo que se había esmerado en que todo saliera bien: buena comida, buen vino, un ambiente acogedor, etc. Esta vez quería que no se le escapara, no podría hacerse más el esquivo.

Tras la afrodisiaca cena (hasta en eso había pensado), se sentaron en el sofá con una copa de vino en la mano. El alcohol había hecho mella en los dos y ella se sintió lo suficientemente atrevida cómo para insinuársele delicadamente.

Él sonreía pícaramente observando la sesión de sensualidad que le estaban exhibiendo, pero ni hacía ni decía nada. Ella seguía pensando excitada en cómo provocar más a ese hombre que deseaba y que no se lanzaba sobre su cuerpo. Cada vez su falda se subía más, ya podía verse parte de los ligueros negros; incluso se había bajado ligeramente la blusa dejando al aire su hombro derecho, ello producía que su escote se abriera, dejando entrever el principio de sus pechos que prometían ser duros y firmes.

Ella se quedó parada unos instantes. Ya no sabía de qué hablar y la situación comenzaba a hacerla sentir incómoda. Él aprovecha la ocasión para incorporarse y decirle que se va. Obviamente ella se asombra de esa decisión y le pregunta por qué. Su respuesta es otra pregunta: ¿tú quieres que me quede?. Ella titubea y medio avergonzada no puede menos que reconocer que sí.

- Pues entonces, tendrás que demostrarme cómo me puedo divertir contigo. ¿Qué eres capaz de hacer?.

Ella entendió que debía hacer algo "interesante" para que aquél amante que se le resistía cambiara de opinión y quisiera quedarse. No sabía si acertaría con la oferta, pero no tenía nada que perder, ese hombre no era como los demás, todas sus artimañas habían fracasado. Sólo le quedaba sacar de dentro lo salvaje que llevaba, así que llevó sus manos hasta su cinturón y se dispuso a desabrocharlo. Pero él la agarró de las manos y suavemente le susurró que se estuviera quieta. Ella intentó liberarse, aunque él no la soltó, se acercó más a su cara y le ordenó que no se moviera. Comenzó a besarle el cuello para aproximarse a su boca, y se la comió, primero con suavidad y después con vehemencia. Entonces le soltó las manos y directamente apretó sus pechos con los pezones erectos. Ella gimió de placer y él continuó acariciándole todo el cuerpo. La desnudó de forma violenta y se desabrochó el pantalón para sacársela. Ella se arrodilló a chuparla y lamió el líquido transparente que le salía.

En ese momento le dijo que tenía que obedecerle, que sería su esclava por un rato, que quería saber hasta dónde era capaz de llegar. Se sentó en el sofá y le dijo que se sentara encima. Ella se abrió de piernas sobre él y empezó a bajar lentamente, introduciéndosela toda dentro. El placer la hacía cerrar los ojos y no podía evitar montarle cada vez más rápidamente. Él notaba su excitación y placer y le ordenaba que fuera más despacio, conteniendo su propio orgasmo. Hubo un momento en que ella, cansada, dejó caer todo su peso sobre él, metiéndosela fuertemente y hasta el final, tanto que le dolía, lo cual provocaba aún mayor gozo. En esos instantes, él no podía más controlar su orgasmo y la ordenó que se moviera a la vez que también la embestía, así ... hasta que eyaculó dentro de ella. Increíblemente, al notar su orgasmo, ella también se corrió de tal forma que su vejiga se relajó hasta el punto de inundarlo todo.

Él disfrutó viendo su placer, sintiéndose todo empapado de sus líquidos. Esa mujer era impresionante, capaz de apartar todos los prejuicios y las vergüenzas para dejarse llevar por el hedonismo, por el placer del sexo duro. Inmediatamente tuvo que pensar en cómo conmover todavía más a aquella mujer, cómo hacerla sentir.

Después de descansar unos minutos plácidamente, fue al cuarto de baño y de vuelta entró en su dormitorio. Abrió su armario y vio una gabardina colgada: se hizo una idea. La cogió y salió de la habitación para decirle que se la pusiera. Ella se levantó y procedió a recoger su ropa interior y demás, pero le ordenó que no se pusiera nada, nada absolutamente, sólo la gabardina. Él, sin embargo, se vistió de nuevo impecablemente, como había llegado. La cogió de la mano y salieron a la calle. Se subieron al coche y ella se preguntaba a dónde irían. Él condujo en silencio, centrando sobre ella, a veces, su mirada. Le sonreía, pero podía observarse en su cara un atisbo de preocupación; pero era superior su deseo, la excitación de la aventura. Lo había percibido en ella casi desde el principio, por eso su comportamiento había sido cuidadosamente misterioso, con clase y detenidamente estudiado, la inteligencia sería su mejor arma si estaba en lo cierto acerca de lo que intuía de ella, y estaba en lo cierto, los acontecimientos de ultima ahora se lo habían confirmado.

Una vez en la habitación, el cliente directamente se desabrochó la bragueta y le pidió que se la comiera. Ella estuvo haciéndolo durante mucho tiempo, le dolía la boca, y, por fin, hizo que se levantara y que se tumbara boca arriba sobre la cama. Sin contemplación alguna, sin interesarle si se encontraba excitada o no, la penetró fuertemente, la cabalgó así por varios minutos y luego decidió clavársela en el culo, tocándole a la vez su clítoris para hacerla que cada vez se abriera más. Notó su corrida, esta sí que era una puta de verdad que estaba disfrutando como una loca. Le llegaba el orgasmo, se corría, la sacó y vació todo su semen sobre ella.

Su chulo se había excitado admirando el polvo que estaba presenciando. Se acercó y le preguntó a su cliente si podía follársela; no hubo objeciones, la jodió a toda caña y terminó corriéndose en su boca.

Se bajaron del coche y comenzaron a pasear tranquilamente. Entonces le explico que esa noche iba a ganar mucho dinero con ella. Le miro sorprendida, pero no pudo decir que no, a pesar de lo preocupante de la situación, su curiosidad y su deseo la llevaban a no salir corriendo.

La empujó al filo de la carretera, para que resultara perfectamente visible, a cada 50 metros se encontraban con otras chicas, algunas solas, otras acompañadas, y otras apoyadas en los vehículos que se paraban para alquilar sus cuerpos. Las putas los miraban con asombro y se reían maliciosamente.

De pronto un coche se paró al lado de ellos, y su conductor preguntó si era el chulo de la puta que tenía al lado. Él contestó que sí y le dijo que costaba 120 Euros una hora con ella en la cama, pero que era condición que él mirara simplemente, sin participar para nada a no ser que el cliente lo quisiera. Protestó por el precio y entonces su chulo comenzó a desabrocharle el cordón de su gabardina para dejar al aire todo su cuerpo desnudo, exhibiéndole sus tetas y su sexo. Finalmente, ante el espectáculo tentador, aceptó la oferta. Subieron al coche y se dirigieron a un hotel. Ella se sentó atrás y los dos hombres intercambiaron algunas palabras sobre ella.

Una vez en la habitación, el cliente directamente se desabrochó la bragueta y le pidió que se la comiera. Ella estuvo haciéndolo durante mucho tiempo, le dolía la boca, y, por fin, hizo que se levantara y que se tumbara boca arriba sobre la cama. Sin contemplación alguna, sin interesarle si se encontraba excitada o no, la penetró fuertemente, la cabalgó así por varios minutos y luego decidió clavársela en el culo, tocándole a la vez su clítoris para hacerla que cada vez se abriera más. Notó su corrida, esta sí que era una puta de verdad que estaba disfrutando como una loca. Le llegaba el orgasmo, se corría, la sacó y vació todo su semen sobre ella.

Su chulo se había excitado admirando el polvo que estaba presenciando. Se acercó y le preguntó a su cliente si podía follársela; no hubo objeciones, la jodió a toda caña y terminó corriéndose en su boca.

******

Dos meses después, Lorna se encontraba totalmente obsesionada con ese hombre. Todas las experiencia con él habían sido emocionantes, placenteras. Se preguntaba qué le quedaba ya por descubrir.

Carlos la llamó esa noche para decirle que tenía trabajo para ella, sin explicarle nada más. Quedaron para el fin de semana para cumplir con su misterioso trabajo. Evidentemente, podía imaginar más o menos en qué podría consistir.

A la hora en punto, él la recogió como siempre a la puerta de su casa.

Esa vez viajaron durante más de dos horas y parecían dirigirse a una ciudad cercana. Cuando llegaron, fueron a un hotel lujoso. La habitación que tenían reservada era muy amplia y disponía de sala de estar, baño con ¡yakuzi! y dormitorio.

Le dijo que tenía un cliente para ella, que pedirían la cena en la habitación y, seguidamente, llamó por teléfono con el móvil. Quedaron en una hora y media aproximadamente.

Carlos le había comprado una lencería muy especial, totalmente sensual. Era un conjunto Burdeos medio transparente, con bordados, sujetador, braguitas tanga y liguero. Encima, una blusa negra de gasa totalmente transparente.

Después de que se lo había puesto todo cuidadosamente en el baño, pegaron a la puerta. Parecía que era del servicio de habitaciones trayendo la cena.

Carlos le ordenó que abriera la puerta tal y como estaba vestida. Así lo hizo; en los ojos del camarero no podía ocultarse su admiración, por más que trataba de simular una situación normal. Proseguía haciendo su trabajo evitando mirar a la señora.

Tras dejar el carrito en su sitio, le preguntó al señor si deseaban algo más. Le contestó que no, y cuando ya se volvía, le preguntó si le gustaba su mujer. El camarero la miró obscenamente y sonrió afirmando que sí, que le gustaba mucho.

Carlos le pidió que se retirara y le dio las gracias con una buena propina. El hombre se marchó desilusionado por no haber obtenido otro tipo de propina.

La cena era exquisita, servida con un buen vino. Después de tomar el postre, unos deliciosos crepes, él se levantó y se marchó sin despedirse.

Ella se quedó aburrida y encendió el televisor. Zapeando entre un montón de canales, encontró una película porno; decidió verla para amenizar la espera. El hecho de que no supiera que iba a pasar la excitaba, a la vez que le provocaba cierto desasosiego.

Después de un rato, llamaron a la puerta. A pesar de que le daba un poco de vergüenza, decidió abrir tal y como estaba vestida, más bien medio desnuda. Tras la puerta, un hombre de unos 35 años de edad, elegantemente vestido con traje pero sin corbata, el pelo engominado y corto, muy atractivo, alto; en décimas de segundo la escudriñó de arriba abajo. Después la saludó y como ella parecía no reaccionar, le preguntó si podía pasar. Ella asintió y le permitió la entrada a la habitación.

El hombre se sentó en uno de los sofás de la sala de estar y examinó con la mirada la habitación. Se presentó, dijo llamarse Alberto y le preguntó a ella su nombre.

Se quedó mirando la televisión donde aparecía una pareja follando y ella se encendió un cigarrillo permaneciendo de pie y a la expectativa.

- Carlos me ha hablado muy bien de ti. Espero no ser decepcionado. He pagado una importante cantidad de dinero.

Ella no dijo nada. Seguía esperando, esperando órdenes por lo que parecía.

- ¿Te estabas masturbando mientras veías esta película?.

- No. Sólo la miraba.

- Prefiero que la quites y pongas música.

Después le pidió que se sentara en una silla enfrente de él. Ella situó la silla a unos tres metros de distancia y se sentó.

- Abre bien las piernas y tócate.

Ella lo hizo sin quitarle la mirada. Se tocó suavemente los senos dejándolos al descubierto; luego se levantó al braguita y le enseñó su hermoso sexo. Comenzaba a estar mojado, pero todavía le faltaba mucho para estar totalmente excitado.

Durante mucho rato el cliente se limitó a mirar y ella a masturbarse ante sus ojos. Para entonces la putita comenzaba a desear con ansia que la usaran. Además, se sentía muy atraída por ese hombre tan atractivo e imaginaba como sería sentirlo.

Alberto empezó a tocarse por encima del pantalón, y luego se desabrochó para sacar una polla tremenda. Ella se relamió admirando esa maravilla.

Entonces se levantó hacia ella y le acarició los pechos, pasando después su mano por su coño totalmente mojado. Le quitó el tanga y se arrodilló para comerse ese coñito tan excitante. Era extraño y especial como lo hacía, le pasaba su lengua por todo su sexo, de abajo a arriba, hasta poco más arriba de su clítoris, una y otra vez.

- Estás pidiendo a gritos que te meta algo por el coño. Eres tan puta y tan calentona como me habían prometido.

Metió dos dedos en su coño y ella se estremeció. Sus palabras la habían excitado más. Aquello prometía.

Sacó los dedos de su coño y se los pasó por los labios para que los lamiera.

Le ordeno que se arrodillara para comerle la polla. Comenzó a hacerlo con ansia, tragándosela todo lo que podía. Él le cogió la cabeza y se la apretaba hacia sí obligándola a que se la metiera más dentro.

Cuando tuvo suficiente de buena mamada, la puso en el sofá de rodillas y le metió la polla hasta dentro, moviéndose despacio, abriéndole el coño con su enorme polla. Ella se tocaba el clítoris y gemía suavemente.

Comenzó a embestirla más fuerte y rápidamente, teniendo que parar de vez en cuando para no correrse. Finalmente no pudo más y la llenó de leche, tanto que su esperma le salía goteando y manchando el sofá. Él se corrió sintiendo los espasmos de la corrida de ella. Definitivamente era una buena puta.

Cuando llegó Carlos, ellos estaban en el yacuzzi. Alberto le dijo que tenía razón, que le había hecho disfrutar y que parecía que podría servirle adecuadamente.

Carlos les esperó en el dormitorio a que salieran de la bañera. Le contó lo que esta puta había estado haciendo con dos perros y dos hombres a la vez, y se rieron.

Alberto se vistió y a ella le dijeron que se pusiera de nuevo la lencería tan erótica que había estrenado. Se metió en el cuarto de baño y desde allí pudo oír como llegaban varias personas a la habitación. Al salir, estaban instalando focos, cámaras y demás. Parecía que le tocaba rodar una película porno.

Le pidió a Carlos hablar en privado, porque no estaba de acuerdo con aquello, podrían reconocerla quién sabe quién y eso era un riesgo que no podía correr. Carlos no le respondió nada. Simplemente sacó de un cajón una peluca negra y un antifaz del mismo color. En esas condiciones, no había nada que objetar.

Se maquilló intensamente y se colocó la peluca y el antifaz. La verdad es que era casi imposible reconocerla. Cuando salió a la sala de estar, todo estaba preparado y la esperaban. Procedieron a rodar sin más y Alberto se fue hacia ella para manosearla y exhibirla ante las cámaras que la perseguían.

Después, el que parecía ser el director, le ordeno que se tumbara en la cama y comenzara a tocarse. El hecho de que la estuvieran grabando la excitaba todavía más. El objetivo se centro en su sexo, que estaba de nuevo chorreando.

Tanto Carlos, Alberto como otro chico más la insultaban y la obligaban a chuparles las pollas o masturbarlos. Su coño se encogía de expectación, sentir como la penetraban.

Los cámaras no paraban de rodar y el director la jaleaba sobre lo bien que lo estaba haciendo. El tercer hombre la cogió violentamente de las caderas para embestirla por detrás. Empezó a moverse como un loco, y ella, tocándose el clítoris se corrió en oleadas, saliendo incluso líquido de su sexo, lo cual fue filmado pormenorizadamente.

Siguió follándosela con más fuerza, ignorando su corrida, haciéndole daño, hasta que él también se corrió derramando en sus nalgas.

Entonces Carlos le abrió su culo con el semen del otro, y le metió la polla hasta el fondo. Ella chillaba de dolor, pero luego éste se fue convirtiendo en un placer inusitado; se acariciaba el clítoris con vehemencia, disfrutando de la jodienda.

El hombre que acababa de follarla, no hacía más que repetir lo puta que era, que nunca había disfrutado de una zorra así. Ella no podía evitar sentirse halagada, en esos momentos de placer pretendía ser la más zorra de todas y estaba dispuesta a todo; que hicieran con ella lo que quisieren....

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