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Regalo de Navidad

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Eran casi las 10 de la noche, víspera de Navidad, cuando me llamó. Hacía meses que no lo hacía, de hecho, desde que terminamos abruptamente no hubo comunicación entre nosotros, como era obvio. Él, ocupado en su nueva relación y yo tratando de seguir con mi vida.

Desde que contesté el celular sentí su voz amable, signo de que algo quería, no en vano habíamos estado juntos en una relación que duró casi 3 años y era inevitable saber sus movimientos y conocer sus intenciones. Digo que juntos, aunque en realidad no tanto, de lo contrario no habríamos tenido un final tan desastroso como pareja. Ya desgastados por el paso de los años y las culpas, de ambas partes claro, pero de todos modos quien complicó todo invitando a un tercero a nuestras vidas fue él, y eso nunca lo perdoné.

Me dijo que quería verme para darme un regalo de Navidad y le dije que estaba bien, que me visitara al día siguiente temprano en mi departamento, que era la mejor hora para hacerlo, ya que después iría a casa e mi madre a pasar el día de Navidad con ella. Sin pensarlo mas quedamos de acuerdo y colgamos.

Como yo no tenía ningún regalo pensado, me apuré a ducharme y pensar en algún regalo que darle. Mientras me bañaba, aunque mi conciencia se esforzaba en alejarme de esos recuerdos, mi mente empezó a hurgar en la memoria y comencé a revivir lentamente sensaciones encontradas, de las tantas veces que nos habíamos bañado juntos, de la forma brusca en que siempre habíamos hecho el amor y de las cosas feas que pasamos tantas ocasiones, todo eso me puso muy caliente, aunque me llenó de rabia y de deseo.

Salí a buscar un regalo. Ya tenía decidido que sería una camisa o una corbata , algo que sé que le sería útil. Y fue eso lo que le compré: una camisa de vestir y una corbata que combinaba muy bien, ya que felizmente recordaba perfectamente sus gustos para vestir. Estaba seguro de que le quedaría bien. Sería sin duda una forma saludable de ver a un amigo, un viejo amor, alguien que fue importante en tu vida y que no lo es más, pero cuya presencia siempre quedará en la memoria, en la piel y en la vida.

Mientras envolvían en la tienda para regalo yo iba volviendo a sentir las mismas sensaciones que tuve en la ducha, solo que esta vez una increíble erección acompañó mis recuerdos, lo que me puso mal porque estaba en una lugar público y cualquiera se daría cuenta de lo que estaba pasando. No sólo era recordar sino que ahora estaba deseándolo, como muchas otras veces en el pasado, al punto tal que era como si volviera a sentir el olor de su piel y el sabor de sus labios, como si estuviera con él en ese mismo momento y nos preparáramos para hacer el amor.

Esa noche, en mi cama, no pude evitarlo, cerré mis ojos  y comencé a masturbarme con él, con su imagen en mi mente, casi con su piel a mi lado. Pronuncié su nombre en el silencio de mi habitación esa noche, intentando hacer más real mis sensaciones. Y lo conseguí. Daniel, Daniel, hazme el amor como siempre, como nunca.

Al día siguiente, la mañana arrancó con un sol tremendo entre las cortinas de mi habitación. Es lo usual en esta época en esta parte del continente. Y lo primero que hice fue preparar un poco las cosas para que no estuvieran desordenadas, después de todo, iba a tener una visita.

Luego de poner un poco de orden en las cosas me apuré a darme una ducha para estar fresco. Estaba empezando a emocionarme, en cualquier momento podría llegar. Cuando estaba saliendo de la ducha me llamó al móvil para decirme que ya estaba cerca. Yo me apuré a terminar y buscar el regalo para tenerlo cerca.

Sonó el timbre de la puerta del condominio y su voz estaba ahí. Le abrí. Subió. De pronto, tras la puerta, estaba él, como siempre, muy bien vestido, con la frescura de toda la vida, recién bañado, sin perfume, solamente con su olor natural, que siempre tuve presente en mi mente, a pesar de tantas y tantas cosas que nos pasaron. Me saludó con la mano y luego un abrazo cálido en la puerta. Me sentí bien de verlo.

Tenía puesto un polo muy de verano y unas bermudas nuevas, color beige, un collarcito de piedras en el cuello, muy sexy, zapatillas nuevas, medias cortas deliciosamente blancas. Estaba delgado, de hecho había estado haciendo ejercicio, tal vez con su pareja se llevaban bien en ese aspecto, el cuidado del cuerpo y esos detalles. Lo cierto es que había adelgazado y se le caía la bermuda a pesar de tener una correa muy bonita y se le veía el elástico del calzoncillo en la piel, algo muy de moda entre los más jóvenes y más delgados. Algo que sin duda me llamó la atención y puso mis ojos sobre él inmediatamente.

Lo invité a sentarse y comenzamos a hablar de cosas sin importancia, de cómo nos había ido en el tiempo que dejamos de vernos, en cómo estaba yendo su nueva relación y cómo yo estaba intentando seguir con mi vida, que me fue difícil en un comienzo pero ya repuesto seguí adelante con lo mío, sin buscar el amor en nadie y sólo dedicándome a mí por el momento. Por su parte, me contó que le iba bien en sus estudios y mejor con su pareja, aunque ese tema era un poco difícil por lo que involucraba, de hecho no pudimos evitar la mención a que lamentaba él que todo hubiera tenido que pasar de ese modo, pero que ya todo había pasado y que ambos estábamos bien.

Seguimos un poco atentos y hablando de buena forma cuando de pronto cambió su forma de mirarme, me dijo que me extrañaba, pero yo lo pasé por alto. No quise oir esas palabras que tantas veces me habían llevado al dolor. Prefería sentir por él solo deseo, que por cierto ya había estado haciendo efecto en mí, solo de oírlo y verlo, ahí, frente a mi, solo para mi aunque sea por unas horas. Me dijo que tenía un regalo para mí, y lo sacó de una bolsa. Era un peluche, sencillo, pero con una inscripción que decía que siempre sería yo su gran amor, que estaríamos juntos algún día y que siempre sería mío. Yo, por mi parte, no muy sorprendido por el regalito, le entregué el mío para  él. Le gustó. Enseguida sacó del bolsillo otro regalito para mi, me dijo que lo había escogido muy cuidadosamente, era un collarcito de piedras para el cuello, parecido al que tenía él. Eso extrañamente me gustó más, el detalle, la sensualidad del accesorio y su manera de dármelo, su cara pícara y sus ojos brillantes. En ese momento sentí cómo me mojaba en la cabeza de mi pene, muy duro, queriendo salir y recorrer nuevamente los lugares que tantas veces lo cobijaron y acariciaron.

Me dijo que quería entrar al baño, así lo conduje y le indiqué dónde era. Entre a mi habitación y encendí la televisión, me quedé sentado en la cama. Terminó y al salir del baño asomó su cabeza hacia donde yo estaba y me dijo que ya se tenía que ir, pero le dije no, todavía, quédate un rato más. En ese momento ya todo estaba claro, en ese mismo momento algo pasaría y yo no podía dejar que pasara la oportunidad de tenerlo en mi cama una vez más, quizás la última de nuestras vidas.

Lo jalé del brazo, como jugando y le dije que viera televisión conmigo. Se dejó llevar y se quedó de pie frente a mi. En ese momento no pude más. Tenía que dar el primer paso o se iría sin siquiera haberlo tocado. Lo agarré fuerte por detrás, tocando la bermuda a la altura de sus nalgas. Fue emocionante volver a tocarlo en ese plan, como si fuera una aventura, o la primera vez que nos veíamos. Creo que esa fue su idea desde el comienzo. Incitarme y dejarse llevar. Provocarme como siempre lo había hecho en los años que nos conocíamos, después de todo, él también me conocía muy bien y sabía de mis debilidades.

No quise demorar más. Lo tomé fuerte. Bajé el cierre de sus bermudas y me encontré con su verga enorme, larga y curva, como siempre la recordé. Estaba erecto también y se veía deliciosamente dentro del calzoncillo blanco, mojándose como nunca. Me dejó seguir. En ese momento supe que sería mío una vez más. Le bajé la truza y tomé en mis manos su larga verga. La comencé a acercar a mi cara, sentí su olor, ese aroma exquisito de suavidad, de limpieza, ese olor suyo propio que tantas veces me volvió loco. Lo acerqué más, sentí cómo mi aliento lo excitaba más y cómo se seguía mojando saliendo gotas de líquido de su miembro. Comencé a chuparlo, tragándome todo ese miembro delicioso hasta el tronco, le lamí las bolas como tantas veces antes. Me excitaba más sentir su olor, recordarlo más que descubrirlo, todo era como nuevo, pero ya conocido, una sensación muy extraña. De pronto, me empujó hacia atrás y quedé echado en la cama. Me quitó las zapatillas y me bajó el short que yo llevaba, se lanzó sobre mi verga gruesa, que ya estaba a punto de reventar dentro de mi short. Como me acababa de levantar y darme una ducha no llevaba ropa interior, solo el short. ME excito muchísimo el que se tragara de esa forma mi miembro, y me dijo que lo había extrañado, que nadie tenía una verga tan gruesa como yo.

Antes de que siguiera lo aparté para empezar a quitarle la ropa. Lo hice. De pronto los dos estábamos desnudos en mi cama, tal como lo había soñado la noche anterior mientras me masturbaba. Nos confundimos en besos, abrazos, acariciándonos, sintiendo cómo nuestros cuerpos se mezclaban de nuevo, como antes. Ambos sabíamos que todo era irreal, que después de ese encuentro tal vez no nos volveríamos a ver más, pero igual quisimos dejarnos llevar. Era muy excitante sentir su piel en mi piel y tocarnos con esa desesperación.

Muy alocados y sintiendo cómo el placer aumentaba a cada segundo, nos seguimos besando y acariciando. De pronto sentimos que era momento de hacer algo más. Sin decir una sola palabra, tal vez por la locura del momento o tal vez por la magia de lo irreal, nos colocamos en posición de 69 para comernos nuestros penes sin mas respeto, alocados y sintiendo cómo nuestros corazones estaban a mil. Luego de un rato y antes de que pudiéramos terminar, nos detuvimos y yo lo volteé bruscamente, lo coloqué en cuatro en mi cama y comencé a sumergirme en su ano, meter la lengua en ese mágico lugar, con un olor a él mismo, suave, fresco, lleno de placer me metí en ese riquísimo lugar a meter mi lengua y hundir mi nariz para darle placer. Seguí así hasta que supe que ambos estábamos listos.

Todo fue tan rápido y tan fuerte. Mientras le lamía el culo lo estaba masturbando con la mano derecha, siempre me excitó mucho el saber que esa pinga torcida se ponía dura cuando yo lo tocaba y ahora estaba ahí para mí. Dura, a punto de explotar, y yo lo estaba masturbando mientras le lamía el agujero. Daniel se retorcía de placer con mis arremetidas en su hueco, además, se mecía en el mismo ritmo de mi mano que le frotaba la verga con una urgencia muy placentera. Pero antes de que se viniera me detuve. Todavía faltaba lo mejor.

Me planté. Ël volteó me miró fijamente, con ojos llenos de placer, entreabiertos, con la boca mordida de tanto que se estaba aguantando. Me tiro hacia atrás y me la chupó. Una de esas mamadas que siempre supo darme, como aquella vez que me hizo correrme en su boca y se tragó toda mi leche en un parque, tras unos arbustos, un día que estábamos muy excitados en la calle, dos años atrás. Me la chupó de esa misma forma, con todo mi tronco en su garganta. Yo sentía que se venía todo mi leche, así que lo detuve. Me incorporé sobre mis rodillas y lo volteé bruscamente, él ya sbaía lo que venía, y de pronto rompió el silencio para decirme, “métemela duro”, a lo que yo, que tenía las mismas intenciones, hice caso.

Y fue así como sin más demora, con nuestros mojados de placer, lo puse de espaldas, en cuatro sobre mi cama y con las sábanas mojadas y con el olor del sexo tan lujurioso que estábamos teniendo, lo clavé, tan duro como pude, con las ganas de arrancarle algún grito de placer y sintiendo cómo su culo me recibía. Y fue rico sentir su piel. Le empujé todo mi pene, hasta el fondo, de una sola metida. Gimió de dolor y de placer, a la vez, pero se movía como loco, estaba disfrutando aquella fuerza que tanto le gustaba, esa locura de tener sexo fuerte, con movimientos bruscos. Y a mí me excitaba verlo disfrutar así. Yo también estaba muy enloquecido, me movía con fuerza, lento, pero con fuerza, empujando hasta adentro en cada metida., colocando mi mano en su verga para darle mayor placer. Él, por debajo de mis nalgas, alargó su brazo y tocaba mis bolas para acariciarlas mientras me lo estaba clavando. Era como volver al pasado en un instante. Toda esa fuerza de nuevo en tan poco tiempo.

Cuando ya no pude aguantar más, comencé a moverme más rápidamente. Quería ya derramarle toda mi leche dentro de su culo. Y fue así. En un momento final de angustia y de placer, lancé un grito de éxtasis y me vacié dentro de él, mientras se seguía moviendo para sacarme hasta la última gota, cosa que siempre le gustó hacer cuando yo me derramaba. Pero antes de que yo pudiera disfrutar del extraordinario orgasmo que acababa de tener, me volteó y me colocó echado boca abajo en mi cama. Me mojó el agujero y me la metió de un solo empujón, parecido a lo que yo acababa de hacer, y así con fuerza y sin reparos empezó a moverse y gemir de placer, me dolió mucho por la forma en que la había metido, pero luego se convirtió en placer y comencé a disfrutar, era bueno sentir de nuevo su verga venosa, curva, larga, caliente, que se movía fuertemente dentro de mi y me daba su calor, no pasó mucho tiempo para que se vaciara y me diera toda su leche en el hueco, gritando de placer los dos.

Nos calmamos. Nos repusimos y nos miramos, pero no dijimos nada. Fue lo mejor, hubiera significado romper esa magia demente que recién había terminado. Nos fuimos a baños distintos para lavarnos. Terminé primero y lo esperé en la sala sentado. Llegó casi al minuto y me dijo que ya estaba listo. Lo acompañé a tomar su carro mientras yo aprovechaba de ir a comprar algo para el día, desayuno, almuerzo, esas cosas. De vuelta a mi departamento, caminaba pensando en lo que acababa de pasar, era extraño, como que de pronto supe que ya no lo quería más, que no era más ese amor desgarrador que tanto tiempo atrás me había devorado el alma, era en cambio una sensación de placer, de algo pasajero, casi como que alguna pasó pero nada más. Lo bueno de toda la historia fue ese episodio me ayudó a cerrar el capítulo, voltear la página con Daniel, el chico que conocí en un supermercado y que marcó mi vida en un momento dado, pero que ahora se alejaba en un bus para no volver más. Y así fue. No he vuelto a verlo ni a saber de él.

Nada en ese instante me hacía imaginarme que pocos días después conocería a Carlos, el chico que cambió mi vida..... para bien.....

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