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Nuestra amiga Marisa

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Somos un matrimonio de 50 y 47 años, y llevamos 25 años de casados. Mi mujer sigue siendo atractiva pese al paso de los años, pero el tiempo y la monotonía habían enfriado nuestras relaciones íntimas, al menos en lo que a mi se refiere. Buscaba nuevas experiencias y finalmente, pese a la reticencia de ella, conseguí realizarlas casi por casualidad, consiguiendo meter en nuestra cama a dos amigas suyas con las que gozamos de un encuentro tan morboso y mágico que me es imposible recordarlo sin que se me ponga dura. Dicho encuentro fue seguido de otros, y aun hoy,muchos meses despues, seguimos viéndonos de vez en cuando en la intimidad, con el total desconocimiento de sus maridos.

Desde entonces nuestras relaciones sexuales mejoraron en todos los aspectos. Mi mujer perdió la timidez y aunque en la vida normal sigue siendo una señora, en la cama se deja manejar por sus instintos y da rienda suelta a sus fantasías, convirtiéndose en una auténtica zorra, y cada vez que hacemos el amor no paramos de hablar, comentando a quien nos gustaría tener a nuestro lado en ese momento y las cosas que haríamos con él, ella, ellos o ellas, siempre buscando gente de nuestro entorno más próximo.

Entre nuestras amistades está Marisa, una amiga suya desde los tiempos del colegio. De la misma edad que mi mujer, no es excesivamente agraciada, aunque tampoco un cardo. es menuda y más bien bajita, sin embargo está dotada de unos pechos realmente soberbios, grandes y poderosos, que a mi siempre me llamaron la atención. Está casada con José, con quien también mantenemos relación de amistad desde que éramos novios.

Sinceramente, nunca pensé en marisa como compañera de cama, pero desde hace un tiempo, mi mujer, que no tiene secretos para mí, o al menos eso creo, me explicó que Marisa tenía una cuñada, Ana, a quien también conocíamos aunque más superficialmente, que según Marisa últimamente se había despendolado y no paraba de engañar a su marido con el primero que apareciera. A veces las dos cuñadas salían juntas a tomar café, y raro era el día que Ana no encontraba a algún conocido con quien se quedaba con cualquier disculpa, dejando que su cuñada volviese sola a casa.

En cuanto supe aquello, una alarma se encendió en mi interior. Ana era una mujer bandera. Rondaba los 45 años, y tenía un cuerpo que quitaba el hipo, acompañado de una hermosa cara, en la que siempre me pareció notar una mirada de devorahombres que la hacía, si cabe, más atractiva y sexi.

De inmediato empecé a pensar en la forma de meter a Ana en mi cama, mejor dicho en la nuestra, ya que bajo ningún concepto quería hacer algo de eso sin la complicidad de mi mujer, y así se lo dije.

-Bueno, a través de Marisa puedo empezar a estrechar mis relaciones con Ana y no será difícil conseguir que nos la follemos- dijo mi mujer -aunque te digo una cosa: hoy por hoy, me da mucho más morbo meter a Marisa en nuestra cama que a su cuñada. Ya se que Ana es más atractiva, pero a mi me apetece más hacerlo con mi amiga-

Yo nunca había pensado en Marisa bajo ese punto de vista, pero en ese mismo instante,supongo que influenciado por los deseos de mi mujer, comencé a desear a Marisa con verdadera obsesión, y así se lo comenté: -creo que tienes razón, y además, el hecho de que las dificultades sean mayores, lo hace todavía más apetecible-

Mi mujer y Marisa se veían normalmente una vez a la semana, que a partir de ese momento pasaron a ser dos. Tomaban café y charlaban, conversaciones que con la excusa de las confidencias que Marisa le contaba con respecto a su cuñada pasaron a girar en torno al sexo. Así, pronto supimos -digo supimos porque mi esposa al llegar a casa me contaba con pelos y señales todos los pormenores de su conversación- todos los gustos sexuales de Marisa, que no era ni de lejos la mosquita muerta que aparentaba ser, ya que en la cama no tenía límites, eso si, hasta entonces solo lo había practicado con su marido. sus gustos iban desde el beso negro hasta el sexo anal, sintiendo especial predilección por la práctica del sexo oral. Incluso no le hacía ascos a una hipotética relacion con una mujer, aunque nunca lo había hecho.

Pero un día surgió la sorpresa. Mi mujer llegó a casa con una expresión entre sorprendida y satisfecha y me dijo: -tengo que contarte algo, pero es mejor que te sientes antes porque si no te puede dar un soponcio-

Francamente interesado, escuché atentamente.

-Hace dos días, Ana y Marisa salieron de compras. Después de recorrer varias tiendas, decidieron ir a tomar algo, y entraron en una cafetería. Se sentaron en una mesa y estaban charlando tranquilamete cuando el camarero se acercó para decirles que estaban invitadas por un señor. Levantaron la vista para ver quien era el autor de la invitación y vieron en la barra a un grupo de tres hombres, uno de los cuales, dirigiéndose a Ana, levantó la mano a modo de saludo, siendo correspondido por ésta con una sonrisa.

-Es un antiguo amigo mio- dijo.

No habían pasado dos minutos cuando los tres estaban sentados a la mesa con ellas. Marisa estaba bastante violenta, porque no era difícil que alguien conocido apareciera por allí e hiciese una interpretación errónea de la situación, así que se sintió aliviada en cierto modo cuando uno de sus acompañantes les propuso subir a un apartamento que poseía en las inmediaciones, propuesta que fue inmediatamente aceptada por Ana sin molestarse siquiera en mirar a su cuñada.

Así que se fueron a apartamento. Marisa estaba un poco violenta pero consideró aquello como un mal menor, y pensó que no corría peligro alguno, porque la verdad es que la apariencia de los tres hombres era de auténticos caballeros.

Al llegar a la vivienda, se acomodaron en el salón y el anfitrión sirvió unas copas. Había un sofá de tres plazas, en el que se instalaron dos de los hombres,con Ana en el medio, y dos individuales, en los que se sentaron Marisa y el otro.

Eran muy simpáticos y tenían muchas tablas, por lo que no les costó llevar la conversación al terreno del sexo, al tiempo que los que acompañaban a Ana iniciaron unos tímidos tocamientos de aproximación hacia ella que, al no percibir rechazo, pronto se fueron haciendo más atrevidos, ante la escandalizada mirada de Marisa, que no contaba con aquello, aunque su aislamiento en el sofá individual hacía que se considerase a salvo.

En un momento dado, uno de los acompañantes de Ana dejó de acariciarla, la agarró por el cuello y, acercándola, le dió un morreo de escándalo, que fue correspondido por ésta con auténtico entusiasmo mientras su cuñada miraba boquiabierta. El otro introdujo su mano dentro de la falda de Ana y empezó a subir por los muslos de ésta.

Cuando Ana separó sus labios del que la besaba, le dijo a su cuñada con todo el descaro del mundo:

-Espero que seas lo suficientemente discreta y lo que veas en esta habitación no salga de esta habitación. Ten en cuenta que esto también podría comprometerte a ti aunque no hagas nada-

Marisa se vio obligada a asentir tímidamente.

Dicho ésto, Ana bajó con habilidad la bragueta de sus dos acompañantes y sacó dos hermosas pollas, enhiestas y relucientes, que empezó a pajear con lentitud. Después, se arrodilló en el suelo, hizo que los dos hombres se juntaran, y empezó a comerse la de uno de ellos sin dejar de pajear la del otro.

Marisa no daba crédito a lo que estaba viendo, pero al mismo tiempo notó que estaba comenzando a excitarse, sensación que se vió incrementada cuando el hombre que permanecía al margen, que hasta el momento no había dado señales de vida, sin apartar para nada su vista de lo que se estaba desarrollando en el sofá grande, se bajó la bragueta y liberó de su encierro una gran polla, que se alzaba desafiante como una estaca, y sin reparar tan siquiera en Marisa, comenzó a pajearse.

Marisa, por su parte, estaba como borracha de excitación. Alternaba sus miradas entre la orgía que se comenzaba a desarrollar frente a ella y la tremenda polla que tenía al lado, casi al alcance de su mano. Inconscientemente, se desabrochó el cierre de su pantalón e introdujo su mano derecha en su intimidad. chorreaba flujo. Se introdujo dos dedos en la húmeda vagina y comenzó a acariciarse mientras metía la izquierda dentro de su camisa y su sujetador y comenzaba a pellizcarse el pezón derecho, cosa que si en circunstancias normales la excitaba en esta ocasión la encendía como una antorcha.

Mientras tanto, Ana y sus dos acompañantes seguian con su particular orgía. Ya estaban desnudos los tres, y ella los había hecho arrodillarse de espaldas en el sofá, mientras que de rodillas también en el suelo, introducía ambas manos entre las piernas de ellos y los pajeaba, al tiempo que su boca alternaba a lamerles el agujero del culo a los dos, que emitían rugidos de placer, mezclado con expresiones soeces acerca de lo puta que era Ana y el excelente trabajo que les estaba haciendo. Poco después, hizo que uno de ellos se sentara de nuevo en el sofá y ella, de rodillas frente a él, cogió su polla con una mano y se dejó caer sobre ella, introduciendosela en su chochito. El otro se puso detrás de ella y sin mucho esfuerzo se la introdujo por el culo, en una doble penetración excitante.

Marisa no aguantaba más. Por una parte existía la firme convicción de serle fiel a su marido pero por la otra, lo que allí se estaba desarrollando era demasiado fuerte y excitante como para permanecer indiferente. No sabía que hacer, y finalmente optó por una decisión salomónica. Podía disfrutar, pero sin penetración. Así, en su fuero interno no se sentiría tan culpable por poner los cuernos a su marido.

Se levantó de su asiento y se acercó al que estaba solo, masturbándose. Sin siquiera pedirle permiso, le hizo quitar la malo de su polla y tomándola con la de ella, se la metió en la boca, al tiempo que le acariciaba los testículos con la mano, y comenzó a hacerle una monumental mamada. El hombre, hablando por primera vez, le dijo: -sácate los pantalones, que te quiero comer el coño-. Ella, obediente, aunque sin sacar ni un instante aquella polla de su boca, se descalzó y sacó el pantalón y las bragas, quedando desnuda de cintura para abajo. Entonces, el se levantó de su asiento y se recostó boca arriba en el enmoquetado suelo. La atrajo hacia sí e hizo que se tendiera sobre él, con el coño a la altura de su boca y la polla al alcance de la de ella, iniciando un 69 frenético. Marisa se metió la gran polla en la boca hasta donde le entró, acariciando el tronco con movimientos circulares de su lengua, mientras notaba como la lengua de él se abría paso,con la ayuda de sus dedos, entre sus labios vaginales, hasta alcanzar las húmedas paredes de su coño, que se dedicó a acariciar hasta que a Marisa le sobrevino el primer orgasmo, que fué como el inicio de unos fuegos artificiales, porque a continuación comenzó a correrse en cascada.

Después, él se dedicó a lamer el clítoris, a tiempo que introducía la nariz dentro del coño. Era lo suficientemente larga como para profundizar bastante, lo que producía en Marisa una extraña sensación de que se la estaban follando y comiendo el coño simultáneamente, por lo que no es de extrañar que los orgasmos continuaran sucediéndose interminablemente. No sabía cuanto tiempo llevaban en aquella posición. Marisa quería que aquello no acabara nunca, cuando sucedió algo que la sacó de su ensimismamiento. De repente, notó que unas manos se posaban suavemente en sus caderas y algo empezaba a acariciar el agujero de su culo. Tenía suficiente experiencia al respecto para saber que aquello se trataba de una lengua, que tras unos suaves escarceos iniciales empezó a empujar hacia dentro, tratndo de introducirse al máximo en el estrecho recinto.

Quiso saber de quien se trataba, y se sacó un instante la polla de su boca para mirar hacia atrás. Su sorpresa fue que la autoría de aquella magistral comida de culo correspondía ni más ni menos que a su cuñada, pese a no ver su rostro, enterrado entre sus nalgas.

Una vez satisfecha su curiosidad, volvió a dedicarse a la polla, justo a tiempo de notar como empezaban las contracciones de ésta que anunciaban un inminente orgasmo. En pocos segundos grandes chorros de semen chocaban contra su garganta. No dejó escapar ni una gota, mientras a ella le sobrevenía una corrida tan fuerte que casi perdió el conocimiento.

poco después, las dos cuñadas se despidieron de sus amigos, quedando en repetir la experiencia.

Esta tarde, cuando me lo contó, me dijo que no sabía si se atrevería a volver a hacerlo, pero que en modo alguno estaba arrepentida de haberlo hecho. Reconoció que nunca había gozado tanto en su vida-

Cuando mi esposa terminó de relatarme la experiencia de su amiga, yo ya tenía mi polla, completamente empalmada, a pocos centímetros de su rostro. Me dio una mamada tremenda denotando que ella se había puesto tan caliente como yo. No tardé en correrme en su boca, para posteriormente compensarla con una buena comida de coño.

Cuando quedamos medianamente saciados, le pregunte sobre las posibilidades que teníamos de follarnos a Marisa.

-Después de lo que pasó, eso es coser cantar. Solamente hay que conseguir que venga a casa con cualquier disculpa, y si es así que se de por jodida- me respondió.

Pese a su optimismo, decidí que no estaba de más trazar un plan de ataque. Pensé que para conseguir que no se cerrara en banda llegado el momento, era conveniente que no intuyera la encerrona que le íbamos a preparar, y para eso lo mejor es que inicialmente yo estuviese ausente, dejando la fase de calentamiento en manos de la habilidad de mi mujer.

Así que pocos días después, se citaron en nuestra casa a las 5 de la tarde con la disculpa de mostrarle unos vídeos que habíamos grabado durante unas minivacaciones que habíamos pasado recientemente en Asturias.

tuve el acierto de mezclar entre los cd una película porno cuyo argumento, para no salirnos de la materia, era un trio que un matrimonio realiza con una amiga que va de visita a su casa.

Cuando Marisa llegó a casa aquella tarde yo, nervioso como un flan, esperaba en una cafetería próxima a que se produjera el momento idóneo para irrumpir inesperadamente. Para ello, convine con mi mujer que me hiciese disimuladamente una llamada de móvil y dejase el teléfono encendido en un lugar discreto, próximo a donde estabn situadas, para que se pudiese oir su conversación en todo momento. Se sentaron a ver los videos, que eran de corta duración. La conversación giró en torno al interés paisajístico de los lugares que habíamos grabado.

Tras los videos, creía que iban a ver el porno, pero mi mujer cambió de opinión y abordó directamente a Marisa.

-Joder Marisa. El otro día me dejaste alucinada. Alucinada y caliente, porque no veas como violé a mi marido nada más llegar a casa-

-Te pusiste caliente? pues imagínate yo, que lo disfruté en mis carnes en vivo y en directo. Si te digo la verdad, desde ese día, cada vez que me quedo sola en casa no paro de masturbarme-

-Hay algo que quería preguntarte, pero no sé si atreverme para no pecar de indiscreta-

-No te preocupes, despues de lo que te conté, pocos secretos puedo tener ya contigo-

-Eso es cierto. Lo que quiero saber es lo que sentiste al darte cuenta de que quien te chupaba el culo era una mujer-

-¿Te digo la verdad? el placer se multiplicó por diez al saber que era ella quien me lamia-

-Confidencia por confidencia. Llevo mucho tiempo con la duda de si me gustan o no las mujeres. A veces vemos películas porno en las que se desarrollan escenas de lesbianismo sin que intervenga ningún hombre, y me excitan tanto que termino completamente mojada-

-Eso mismo me pasaba a mí, hasta que lo confirmé el otro día-

-¿piensas volver a hacerlo con ella?

-Si me lo pide, sí-

-Tengo que confesarte que esta conversación me está calentando. ¿Te molesta que ponga un video porno que tengo ahí?-

-Para nada. Al contrario, creo que se adapta perfectamente a la conversación que estamos manteniendo-

Por el sonido me dí cuenta de que había puesto la película. Durante unos minutos permanecieron en silencio, que rompió mi mujer.

-Marisa, tengo que decirte algo. Estoy tan caliente que necesito masturbarme. Te importa que lo haga aquí o prefieres que me vaya al dormitorio-

-No solo no me importa, sino que me encantaría ver como lo haces. es más, a mi también me apetece hacerlo, si a ti no te importa-

Al oir eso, creí llegado mi momento. sin cortar la llamada, me fui rápidamente hacia mi casa, con el móvil pegado a la oreja. Solo se oían jadeos, indicativos de que las dos se estaban masturbando.

Al llegar, abrí la puerta de la calle con el mayor sigilo, y recorrí silenciosamente el pasillo en dirección a la sala. La puerta estaba entreabierta, tal y como había convenido con mi mujer para permitirme observar lo que pasaba sin ser visto. Y lo que observé superaba mis mejores pronósticos.

Las dos estaban vestidas solamente con bragas y sujetador. Mi mujer estaba espatarrada en el sofá, con los ojos entrecerrados y una expresión viciosa y las piernas completamente abiertas, y Marisa, que permanecía en el suelo, de rodillas, había separado hacia un lado la braga de mi esposa y tenía la cabeza enterrada en la vulva, afanándose en comerle el chocho.

Sin apartar la vista de la tórrida escena, me desnudé completamente. Tenía la polla dura como una piedra. Entré sin hacer ruido. Mi mujer estaba tan concentrada en la comida de coño que le estaban haciendo que ni siquiera me vio. Me arrodillé tras Marisa y puse las manos en sus nalgas. Sorprendida, se volteó. Tenía la cara bañada en flujo y una expresión en el rostro muy similar a la de mi mujer.

-Sigue con lo que estabas, que lo estás haciendo muy bien- le dije. Y no hizo falta que se lo repitiera.

Le bajé las bragas y dirigí mis manos a sus parte íntimas, donde un dedo de una se dedicó a masajear el agujero de su culito y dos de la otra a introducirse tímidamente en su húmedo y resbaladizo chocho, provocando con ello un gemido de placer de su propietaria. Cuando alcancé el clítoris y empecé a acariciarlo, le sobrevino el primer orgasmo casi al instante, coincidente con el que en ese momento estaba disfrutando mi mujer, que me miraba con aquella expresión que tan caliente me ponía.

Sin darles tiempo a recuperarse, les ordené que se pusieran al revés de como estaban. Marisa se sentó y mi mujer se arrodilló bajo ella. Con los dedos, abrió los labios del coño de Marisa y comenzó a darle lametones como si de un helado se tratara. El chapoteo de la lengua en el húmedo lugar se mezclaba con los gemidos de excitación de quien los recibía.

Me senté junto a Marisa y comenzamos a besarnos. Nuestras lenguas se acariciaron y se chuparon en un beso apasionado. desabroché el cierre de su sujetador y contemplé por primera vez al desnudo aquellas soberbias tetas. tenían unos pezones rosáceos, rodeados de una gran aureola. No pude evitar disfrutarlos, chupando uno de ellos y pellizcando el otro con mis dedos. Debía tener una gran sensibilidad en ellos, porque los gemidos de placer que estaba emitiendo se hicieron mucho más intensos.

Cambiando ligeramente de posición, hice que se tendiera completamente en el sofá. mi mujer continuaba con sus lamidas, aunque también había introducido dos dedos en el coño de Marisa con los que se la estaba follando. yo, por mi parte, me arrodillé a ambos lados de la cabeza de marisa con objeto de meter mi polla entre sus tetas, al tiempo que admiraba el excelente trabajo que mi mujer estaba haciendo con su coño. Puse mi polla sobre su canalillo y utilizando ambas manos cogí las tetas y las apreté contra ella, comenzando a moverme.

Su reacción fue levantar un poco la cabeza y empezar a chuparme el culo. El placer y el morbo que sentía era inenarrable viendo como mi mujer chupaba el chocho de su mejor amiga y yo me estaba follando aquellas tetas tan admiradas, mientras su dueña me obsequiaba con un beso negro. Tanto fue así, que empecé a notar los espasmos previos a la descarga. Me corrí como pocas veces lo había hecho sobre las tetas y el estómago de Marisa. Mi mujer, al percatarse de ello, acudió a recoger con su lengua todo lo que yo había soltado, y sin tragarlo, acudió a compartirlo con su amiga en un tórrido beso.

Mi estado de excitación era tan grande que la polla no llegó a bajarse, así que casi al instante decidi que me apetecía follarme a Marisa. Les dje que era mejor continuar en el dormitorio, donde estaríamos más cómodos. Tenía ganas de complacer a las dos, así que me tendí boca arriba sobre la cama y pedí a nuestra amiga que se colocara sobre mi polla, introduciéndosela en el coño. Así lo hizo, comenzando a cabalgarme. Mi mujer no necesitó indicaciones y se sentó sobre mi cara para que le comiera el coño, quedando frente a Marisa. Aunque no podía verlo, al estar enterrado en el coño de mi mujer, adivinaba el sobeteo de tetas y los morreos que ambas se estaban dando mientras yo trabajaba sus coños. Estuvimos bastante tiempo en esa posición, y ellas tuvieron varios orgasmos. Cuando noté que se aproximaba el mío, les pedí que se separaran porque quería correrme en sus caras. Así lo hicieron, salimos de la cama y yo me quedé en pie y ellas se arrodillaron, Marisa frente a mi y mi mujer a mi espalda. Nuestra amiga comenzó una mamada fantástica, mientras la lengua de mi mujer me trabajaba el culo. No tardé ni dos minutos en correrme, previa solicitud a mi mujer de que cambiara de posición.

Las dos esperaban mi leche con las bocas abiertas, y las complací, repartiendo lo más equitativamente posible entre ellas el producto de mi orgasmo, que ambas tragaron sin pestañear.

Estábamos exhaustos los tres y además a Marisa se le hacía tarde para regresar a casa. Evidentemente, decidimos repetir tan satisfactoria experiencia pocos días después, y además, le hicimos ver a nuestra amiga lo agradable que sería que su cuñada se uniera a ella. Marisa, tal y como imaginábamos, nos dijo que no habría ningun problema para conseguirlo, y mi mujer se descolgó con una nueva petición. Quería que participara también otro hombre, porque le apetecía probar una polla nueva. Es fácil de comprender que no pude oponerme a tal petición, prometiendo buscar yo mismo a la persona adecuada.

Muchas de las personas que lean este relato creerán que se trata de una fantasía. Lamento contradecirles, pero todo lo expuesto es rigurosamente cierto salvo, claro está, los nombres de los personajes, que han sido cambiados para preservar su intimidad.

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