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La iniciación de mi sobrino
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Todo cambió en mi vida desde que a mi marido lo trasladaron a la sucursal del banco en Río Negro y yo no me pude mudar porque ninguno de los chicos se quiso cambiar de colegio. Voy algunos fines de semana largos, las vacaciones de verano e invierno y en las Fiestas, por supuesto. Tengo un día a día menos estresado porque tomo todas las decisiones, pero me ponen de muy mal humor las largas temporadas sin sexo.

Muchas veces me consuelo tocándome leyendo relatos eróticos o mirando películas porno con mi tablet. Con la masturbación casi cotidiana logro dormir un poco más relajada, pero la calentura no desaparece, al contrario, va creciendo. Más me toco por las noches, más ganas tengo de que me cojan, como deberían, por lo menos dos o tres veces por semana.

Nada me pone más de mal humor que la frase “pobre debe estar mal cogida”, primero porque me parece espantosa pero interiormente es porque me siento identificada. Mi humor se modificó, me río menos y estoy más ansiosa. Viajar a Río Negro sólo por un polvo es un incordio al margen de que no me daría el presupuesto y siempre con el riesgo de que las calenturas de mi marido no sean similares a las mías y termine más mortificada que satisfecha.

“Comprate un juguete boluda. No fallan y no te hacen ningún reclamo”, me aconsejó una de mis mejores amigas, acaso con la única que puedo hablar estos temas delicados. Tengo 43 años, una vida sexual plena a pesar de la maternidad y unas ganas de coger increíbles que van aumentando. En esos días las pajas nocturnas se multiplican en la ducha o cuando me limpio con el bidet. No son iguales los orgasmos, te calman, pero seguís caliente.

Le hice caso a mi amiga y me compré un juguete. Sufrí como pocas veces en la vida entrando a un local que estaba escondido en una galería en una de las avenidas más importantes de Buenos Aires. Por esas cosas de la educación recibida, me horrorizaba pensar que alguien me sorprendiera entrando o saliendo del local. Y desistía de ir directamente cuando me figuraba a las conchudas del grupo de madres del Whatsapp del colegio haciéndose una fiesta con “la mal cogida”.

Vivo en un departamento grande que heredé de mis padres a pocas cuadras del colegio. Voy al gimnasio a la mañana, hago Pilates por la tarde y me gusta mucho caminar. Soy morocha, delgada, mido 1,70 y Dios me concedió buenas curvas. No tengo un culo impresionante pero muchas veces me doy cuenta de que me lo miran cuando me pongo alguna calza para hacer glúteos en el gimnasio. Y mis tetas, que siguen firmes a pesar de los años, también tienen un buen tamaño. No soy exuberante, pero tengo unos pechos grandes que acapara miradas cada vez que camino por la calle o hago ejercicios en el Gym.

Siempre fui bastante calentona. “Vos sos como techo de pueblo —me dijo una vez un amigo con el cogíamos en la universidad— si no te clavan, te volás”. Y algo de cierto había. No me bancaba la vida sin sexo.

Con el juguete las cosas empeoraron aún más porque me empecé a penetrar todas las noches y tenía la vagina súper inflamada por el roce de la silicona. La inexperiencia y la desesperación hicieron que no lo acompañara con la lubricación adecuada y eso fue fulminante. Y no se a ustedes, pero a mí definitivamente me bajaba la calentura cuando intentaba emular el sexo oral. Yo quería chupar una buena pija, no ese pedazo de plástico. Quería que oliera a pija, que tuviera la temperatura de una pija y que viniera llena de leche para degustar. Necesitaba sentir el esperma en mi boca, en mis tetas, en todo mi cuerpo.

La necesidad de una pija real se fue convirtiendo en una obsesión y mucho más cuando noté que a mi marido le importaba tres carajos que yo me sintiera sola o que tuviera necesidades. Cuando le planteé mi situación y le dije que estaba necesitando sexo, directamente me ninguneó. “Dejate de joder Moni —me dijo— ya estamos grandes”, cuando le propuse que por lo menos nos masturbáramos por Skype.

Esa noche mis hijos casi descubren el chiche, que era bastante grande. Desde que debuté siempre me gustaron los buenos pedazos, definitivamente el tamaño sí me importa.

Yo siempre me sentí una hembra apetecible, una mujer deseada. Desde que terminé el colegio me pagué los estudios haciendo promociones publicitarias en eventos de la alta sociedad.

Así conocí al que ahora es mi marido, en un evento de su banco. Hasta los 28 laburé sin parar y dejé de lado los estudios porque conocí a Carlos y las promociones me dejaban buena plata. Cuando murió mamá heredé varias propiedades que ellos tenían y con las rentas también pude darme una vida cómoda y sin apremios.

Mis hijos tienen 14, 11 y 9 años. Hace dos años que a mi marido lo enviaron como gerente a la sucursal de Río Negro, de donde era oriundo y tenía a toda su familia. Mi marido es corpulento y casi fue un amor a primera vista. Yo estaba medio borracha en un casamiento y deliberadamente me lo traté de levantar. Estaba ebria y él no bebía. Se ofreció llevarme a casa manejando mi auto y terminé haciéndole una buena mamada en la cochera. Tiene una pija grande, acorde a su 1,90. Siempre me hice la tonta con respecto a ese primer encuentro y a veces estoy convencida de que el piensa que yo no me acuerdo de lo que hice.

Nos casamos a los dos años de conocernos y enseguida quedé embarazada. Y toda la furia sexual que tuvimos en los primeros años se fue apagando con la llegada de los hijos. Mejor dicho de los embarazos.

Cuando estaba preñada de mi segundo hijo estaba más excitada que nunca, quería que me cogieran para hacerme sentir linda y no una ballena transportadora de pibes. “Me da impresión”, me decía Carlos cuando le suplicaba que me cogiera. Tampoco me la quería chupar. Entonces le pedía que me hiciera el culo, que lo tenía súper dilatado pero me respondía. “Tranquila amor, es una etapa de la vida, ya vamos a tener tiempo para cogernos como a nosotros nos gusta”.

Lejos de sentirme feliz por esa frase tan pelotuda le pedí, le supliqué: “Por lo menos déjame que te chupe bien la pija”. Y afortunadamente accedió. Fue un antes y un después en mi vida sexual con mi marido, empecé a comprender que a él solo le importaba tener hijos, la familia correcta y poco le importaba lo que yo necesitara.

Cuando todo iba en picada y estaba a punto de meterle los cuernos para saciar mis instintos recibí un llamado que alteró mis días y acomodó mejor las cosas.

—Amor, el hijo de mi hermano se muda para Buenos Aires. Terminó el colegio y quiere estudiar y probar suerte allá. Va a vivir en lo de unos amigos cerca de casa. Vos no podrías darle una mano con las mamis del colegio para ver si alguna le puede conseguir una changa.

Le dije a Carlos que no había ningún problema, que le pasara mi celular para que me llamara cuando estuviera en Buenos Aires y por cualquier cosa que necesitara. Lo recordaba como a un grandulón medio limitado y la sugerencia de ofrecerlo para “hacer changas” me terminó de convencer de que el paparulo de mi marido seguía mandándome problemas y no soluciones.

Pero me equivoqué. A los cinco días recibí un mensaje en mi celular. “Tía cómo estas. Necesitaría verte para ver si me podés dar una mano con tus contactos”. —La foto del perfil me dio intriga. Era un torso musculoso en el que se leía un tatuaje con letras diminutas que decía: “Soy yo”.

Le dije que por supuesto, que pasara por casa al día siguiente a las 11 de la mañana. A esa hora yo volvía del gimnasio y me quedaba haciendo fiaca un rato en mi casa hasta empezar con las recorridas de la tarde.

Cuando abrí la puerta se me humedeció toda la entrepierna. Sentía un hilo caliente cayendo por la cara interna de mis muslos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Mi sobrino era un tremendo pendejo de 18 años, medía 1,95 y tenía todos los músculos marcados porque desde un viaje a Brasil se dedicaba a practicar Capoeira. ¡¡Tenía rastas¡¡ y una musculosa diminuta que dejaba ver sus brazos musculosos con las venas marcadas. Usaba unas bermudas sueltas sin cinturón y se veía el bóxer que llevaba puesto de un azul eléctrico.

Yo volvía del gimnasio, estaba con un short blanco y temí que se notara que estaba empapada. Que mis jugos se vieran porque estaba chorreando y re caliente. Me puse nerviosa porque me sentí tremendamente atraída por ese “niño” que tristemente era mi sobrino y difícilmente pudiera cogérmelo.

Pensaba en todas las conchudas del grupo del whatsapp contratándolo para que les paseara el perro y para que les diera una buena sacudida. Son muy zorras.

Sentía la bombacha empapada, llena de a de flujo, los labios de la vagina me latían y el clítoris se me puso duro al igual que los pezones. “Tía, no recordaba que fueras tan joven. Al lado tuyo el tío está hecho mierda jaja”, me dijo y me dio un abrazo que me hizo ver las estrellas.

Tenía unas manos enormes, cualquiera de sus dedos podrían ser casi como una pija mediana. Tenía todos los abdominales marcados y me sentí diminuta entre sus brazos. Hacía siete meses que no sentía contacto con ningún hombre y me voló la cabeza. Le hubiera mordido el cuello, quería refregarme en su pecho, tenía ganas de comerle la pija. Pero me reprimí. Eso sí le di un abrazo cariñoso como si todavía fuera un niño y le apoyé todo lo que pude las tetas para ver cómo reaccionaba.

Me pareció sentir también que tenía un bulto considerable y sin darme cuenta le clavé la mirada en la entrepierna. No estaba erecto pero por las bermudas se podía seguir el recorrido de un pene considerable. Eso me mojó más y más y tuve impulsos de arrodillarme para prenderme a su miembro hasta dejarlo vacío.

No lo conocía bien, tuve miedo de que me rechazara o de que le contara a Carlos. No podía más de la calentura. Estaba cada vez más excitada.

Le dije que me dejara bien sus datos, que armara un currículum y que al día siguiente lo imprimiríamos en casa y además aprovechábamos para reenviarlo por whatsapp, Instagram y todas las redes sociales. El borrego estaba fuertísimo y ese desinterés que demostraba por las mujeres me calentaba más aún. A tal punto que me empeciné en seducirlo, sin que se diera cuenta.

Cuando cerré la puerta me hice una tremenda paja. Apoyada contra la puerta. Estaba tan empapada que pude meter casi tres dedos mientras el culo daba golpes secos en la puerta. Me imaginaba comiéndole la pija a mi sobrino y poseída por ese musculoso que me iba a dar lo que yo necesitaba.

Después de un orgasmo electrizante se me aflojaron las piernas. No podía dejar de sentirlo adentro, tenía su imagen nítida penetrándome con esa tremenda vara. Me fui a dar una ducha, seguía caliente pero ya lo había decidido: me iba a coger a mi sobrino pasara lo que pasara…

Me desperté más caliente que nunca después de ese primer encuentro con mi sobrino. Sabía que, al menos que cometiera alguna locura, era la de mi sobrino la pija más tenía la única pija posible era la de mi sobrino. No sentí ninguna culpa porque todo lo referente a mi marido se me aparecía nebuloso y lejano.

Fue por eso que al día siguiente lo esperé vestida para la guerra. Me puse unas calzas apretadísimas y una musculosa escotada, sin corpiño para que por los costados se pudieran ver bien mis tetas. Me había masturbado en el baño cuando me pegué una ducha y estaba desesperada por una pija que me calmara. Me calenté viendo videos en mi Tablet y siempre con la imagen de mi sobrino penetrándome hasta las entrañas con su pija dura grande gruesa y caliente. Me hice una paja infernal gritando como una loca porque sabía que estaba sola.

A la media hora llegó mi sobrino. Estaba hecho un bombón. Se había puesto una chomba un poco más formal porque le dije que lo ideal para el currículum era sacarse una foto. Que eso inspiraba más confianza. Le comenté también que las rastas podían ser un problema para el círculo de conchetas en las que me movía, la mayoría madres del colegio al que acuden mis hijas.

Cuando fuimos para el escritorio que estaba en el primer piso me encargué de moverle el culo lo más eróticamente que pude. Me había puesto una tanguita diminuta que se traslucía apenas pero que servía para levantármelo bien. Con la capoeira debería cansarse de ver culos rígidos y parados. Cuando llegué al primer piso me agaché para atarme las zapatillas con la intención de que tuviera una vista panorámica de mi culo a ver si lo tentaba.

Me preguntó donde estaba el baño le indiqué y me detuve mirando su cuerpo, tenía las venas marcadas en los brazos y en el cuello y unas manos grandes que me las imaginé agarradas de mis nalgas o sobando mis tetas. Me inquieté porque estaba tardando pero me senté en el escritorio para prender la compu y empezar a armarle un currículum.

A los pocos minutos volvió con mi Tablet en la mano e instintivamente me puse roja de vergüenza. Deseaba que no hubiera visto nada pero algo había visto porque por primera vez pude notar como su pene se había puesto duro y sobresalía por las bermudas. Se me empapó la bombacha y me olvidé del pudor. “Estaba en el videt tía, te la traje para que no se mojara”, y me estiró la mano con la tablet abierta donde la había dejado. Me puse colorada, pero pensaba que por algo la había traído.

Mientras armábamos el currículum sentía que me miraba las tetas, a propósito, me inclinaba hacia la pantalla para que se escaparan por el escote y los costados. Tenía los pechos brillantes porque me había puesto cremas. Sentía su mirada clavada en las tetas y me volvía loca. Tenía un charco en la vagina. Quería una pija grande para calmarla.

—¿Vos creés que yo le puedo interesar a las mujeres? —me preguntó con ternura.

—Por supuesto. Si sos un chico lindo, tenés buen físico y apenas 18 años. Ya debés haber hecho suspirar a muchas picarón. —le dije mientras la mirada se me desviaba hacia su miembro y sus pantorrillas.

—No te creas tía, soy virgen. No tuve mucha suerte. —me confesó.

En ese momento mi vagina era un río caliente que latía pidiendo pija. La sola idea de que iba a ser la responsable de desvirgarlo me puso a mil. Le acaricié las mejillas y con ambas manos bajé lentamente por su cuerpo hasta llegar a la cintura. Si miembro parecía más erecto. Se le había acomodado hacia el costado izquierdo y tenía un tamaño apetecible.

—Yo te voy a enseñar cómo se trata una mujer y vas a tener el éxito asegurado —le dije y con mucha suavidad empecé a desabrocharle la bermuda. El empezó a ponerse un poco nervioso y dubitativo. Pero a esa altura yo ya había liberado su pene del calzoncillo y había rebotado hacia adelante como impulsado por un resorte. Era circuncidado y su cabeza quedo a escasos metros de mis labios. El seguía inquieto pero estaba mucho más excitado.

—Hagamos un trato: yo te enseño todo lo que sé y vos me metés toda esta pija hermosa. A los dos nos conviene. —Y me acerqué el índice hacia sus labios en señal de silencio.

Abrí la boca y traté de metérmela todo lo que pudiera. Apenas llegaba a la mitad de lo grande y gruesa que era. Esta tiesa como una piedra, los huevos estaban duros a punto de explotar, tenía una verga caliente y no aguanto más de cuatro o cinco subidas y bajadas de mi cabeza que eyaculó como si nunca lo hubiere eyaculado en su vida.

Me ahogó con el lechazo, tosí, escupí una parte sobre su cabeza que estaba de un color rojo intenso y lubricada por su esperma. Era deliciosa la leche de este chico, se la limpie con desesperación, quería más esperma para saborear. La concha me latía más fuerte, me dolían los labios de las descargas eléctricas que sentía con su esperma caliente en la garganta. Seguía erecta como al principio a pesar de la explosión. Quería una segunda vuelta. Y debutar.

Lo agarré suavemente de su miembro y me lo llevé para la habitación. Lo empujé de espaldas en la cama y le hice otra mamada hasta que la pija quedó otra vez hinchada, con las venas marcadas y bien erguida. Me saqué toda la ropa y me trepé por su cuerpo hasta que los labios de mi vagina quedaron casi a la altura de su boca.

—Lo primero que tenés que hacer es una buena chupada. Eso nos vuelve locas. Si sos un buen chupador te van a dar todo lo que les pidas —le dije con tono de bebota.

Le pedí que sacara un poco la lengua y la busqué con mi clítoris. Y le rodeé la cabeza con las piernas hasta que quedó casi oculto en mi vagina chorreante y necesitada.

Empecé a frotarme en su cara, me tiré para atrás y me topé con una pija que parecía un poco más gruesa que al principio. Era hermosa y quemaba. Esa pja me prendía fuego. La quería adentro. Por fin iba a poder sentarme en la pija que necesitaba hace tiempo.

——Ahora te voy a hacer debutar —le dije y me acomodé la cabeza entre los pliegos de la vagina. La mezclé con sus jugos y me la introduje hasta el fondo. Grité como una gata caliente. Me volví loca. Este chiquilín de 18 años tenía una pija enorme que me perforaba las entrañas. Sentía que me llenaba toda y estaba bien rígida, la sentía rozar mis paredes interiores y me volvía loca. Me lo cogí despacio. Le puse las manos en las tetas para que me las sobara. Le pedí que me apretara los cachetes del culo, que eso hacía que su pija hiciera más presión en mi cueva tibia y empapada. Mi clítoris se rozaba con su tronco. Empecé a sacudir la cabeza y a gritar que me cogiera más fuerte. Seguí cabalgando hasta que sentí un chorro caliente que me hizo ver las estrellas y acabé como una perra mientras su pene seguía duro y chorreaba leche. Volví a probarla, parecía más rica mezclada con mis jugos. Le pedí que me apretara las tetas y cuando me pellizcó los pezones volví a acabar. Estaba feliz

—Estás más buena de lo que parecías en las fotos—Me dijo después de sacarla y con una mano en mi nuca me invitó a que se la limpiara. Parecía otra persona…

Yo había logrado mi primer objetivo, echarme un polvo después de mucho tiempo y con posibilidades de seguir comiendo de esta pija hermosa, tesoro de la familia.

Nos vestimos a las apuradas y como si nada hubiera pasado nos pusimos a terminar de armar el currículum. Tomamos unos mates y planeamos algunas estrategias para ver si podía conseguir alguna changa. El pendejo me había hecho feliz, al menos por un rato.

—Gracias Tía, que buena cogida me pegaste. Nunca me la voy a olvidar —Me dijo cuando me despedía y me dio tanta ternura que le comí la boca con un beso de lengua.

Creo que también era virgen de boca. “Si no sos un buen besador, nunca vas a ser un gran cogedor”, le aconsejé cuando lo acompañaba hasta la puerta y bruscamente se dio vuelta me dio un beso cargado de ternura y suavidad. La pija se le había parado otra vez. Y yo me volví a chorrear la entrepierna.

—Hablamos en estos días. Gracias a vos corazón. Yo tampoco me lo voy a olvidar.

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