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Susana, la guarrilla de mi instituto (Parte 3)

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Esta historia transcurre entre los 7 años que pasaron entre la primera y la segunda parte de este relato.

Susana había aprobado la selectividad con buena nota. Esto le permitía estudiar la carrera que escogiera, en este caso era economía. Estaba dispuesta a comerse el mundo. Con su fantástico cuerpo se había convertido en una pervertida, una guarrilla que se vendía por unos euros y así satisfacía su deseo sexual, tan grande para una adolescente de su edad.

Ese día se levantó pronto y después de salir de la ducha, recibió una llamada. Era el director del colegio.

—Hola Susana, hace mucho que no nos vemos. Le dijo este.

—Ah, cuanto tiempo director. ¿Aún se acuerda de mí?

—¿Cómo podría olvidarte? Lo pasamos muy bien el día de la graduación.

—Ha pasado tiempo ya.

—Sí, pero aun así lo recuerdo muy bien, y quisiera que volviéramos a vernos.

—Ahora no tengo nada que hacer.

Pensó que no estaría mal volver a verle. No tenía la polla muy grande, pero le gustó chupársela.

—Si te parece bien podemos quedar hoy a las 6. Mi mujer y mi hija están de viaje y no volverán hasta el lunes.

—Sí, está bien. Quedamos esta tarde a las 6.

—Antes de terminar, quería pedirte un favor. Ven vestida con el uniforme del instituto, me pones mucho vestida así.

—Está bien, sí usted lo quiere director...

—Te mandaré un mensaje con la dirección esta tarde.

—De acuerdo. Hasta esta tarde.

Susana se miró en el espejo después de colgar. Era guapísima y ahora más mayor, le habían crecido más las tetas y las tenía como las de una mujer madura.

Esa tarde recibió un mensaje con la dirección del director. Se vistió con el uniforme del instituto y se puso un abrigo grande de su madre de acogida, para que nadie la viera con el uniforme por la calle. Antes no os he contado que Susana fue abandonada cuando era pequeña por sus padres biológicos y ahora vivía con una familia de acogida.

Así como estaba, solo se peinó un poco y salió a la calle. Vivían en un sexto piso, pero decidió bajar andando.

El hecho de volver a encontrarse con el director la hizo ponerse cachonda.

Llegó a casa del director y llamó al timbre. Tardó en abrirla.

—Hola Susana.

—Hola director. Pensé que no estaba en casa.

—Si, perdona, es que estaba hablando por teléfono. Anda, pasa.

La invitó a sentarse junto a él.

—¿Quieres beber algo?

—Una Coca Cola, si tiene.

—Claro mujer.

Fue a por ella, pero vio que no tenía light. ¿Te importa que sea normal?

—Qué va, no me cuido mucho.

—No creo que lo necesites, jeje.

Charlaron de todo un poco, pero el director no le quitaba ojo de encima. Él solo quería pasar a la acción.

—Anda Susana, quítate el abrigo. Te vas a asar.

Se levantó y se quitó el abrigo dejándolo sobre el sofá.

Como ahora era más alta, la falda del uniforme le llegaba a la parte alta de los muslos y se le veían tersos y jóvenes.

El director estaba muy excitado viéndola así. Se levantó y le quitó la blusa. Empezó a besarla y luego pasó a sobarle las tetas con el sujetador puesto.

—¿Llevas las bragas de aquel día? Le preguntó.

Susana se subió la falda y dejó ver sus bragas. Eran aquellas rosas que llevaba aquel día. Solo que en sus bragas también se notaba que había crecido y ahora eran más pequeñas en comparación con sus muslos.

El director acarició sus muslos y recorrió su pubis. Luego la giró y se quedó contemplando su culo. También se habían quedado pequeñas por detrás, y ahora sus bragas casi parecían un tanga.

Para entonces el director ya estaba empalmado. Susana podía notar el bulto en su pantalón.

Le quitó el sujetador y le besó las tetas y los pezones, mientras ella se quitaba la falda y las bragas, tirándolas también en el sofá.

El director se bajó pantalones y calzoncillos y cogiendo a Susana de los hombros, la puso apoyada en el sofá, con el culo en pompa. Cogió un preservativo de debajo del cojín y se lo puso rápidamente. Agarró su polla y la guio hasta la entrada de su vagina y la penetró de un golpe.

Enseguida empezó a bombear sujetando a Susana de los hombros. No le dijo nada, ni una palabra de amor ni de deseo, nada. Solo se abandonó a penetrarla fuertemente, con un ritmo constante, como una taladradora.

Comenzó a gemir como un loco. El sofá se movía con los envites y se oía el choque de su pelvis contra el culo de ella.

Susana también comenzó a gemir. Estaba empezando a disfrutar.

El director estaba a punto de correrse, cuando sucedió algo que ninguno de los dos esperaba. La puerta se abrió y entró su mujer y su hija, que los pillaron en pleno polvo.

Su mujer tapó los ojos a su hija, mientras Susana llegaba al orgasmo.

—¡Aaaah! ¡Aaaaah! ¡Ugggh! ¡Ugggh! ¡Me corrooo!

En ese instante, las dos salieron por la puerta. El director sacó su polla de Susana y se fue detrás de ellas, sin darse cuenta de que iba empalmado y que el semen estaba empezando a llenar el depósito del condón.

Susana le llamó para que volviera. Al terminar de correrse se había dado cuenta de todo.

El director estaba ya en el pasillo, cuando Susana desnuda y de un tirón, volvió a meterlo en casa.

El director se sentó en el sofá sujetando su cabeza y lamentándose de todo. Era triste verle así, desnudo, con la polla ya flácida y el condón lleno de semen.

Susana se sentó a su lado e intentó reconfortarle, pero no fue posible.

Como vio que no podía hacer nada, se vistió y se marchó de allí.

Al día siguiente, la mujer del director le pidió el divorcio y los padres de acogida de Susana la echaron de casa.

Había hablado con asuntos sociales y el escándalo había llegado hasta su asistenta social, con lo que decidieron deshacerse de ella como si fuera un juguete roto.

Tenía algunos ahorros de la paga que le daban sus padres y decidió cambiarse de ciudad e ir a vivir con una amiga del instituto que también vivía allí.

Ahora tendría que buscarse un trabajo para poder pagarse sus estudios. Seguía decidida a entrar en la universidad, aunque fuera una “guarrilla”.

Gracias a su amiga Lourdes encontró trabajo en una hamburguesería. El único problema es que tenía que llevar un uniforme también con falda corta.

El primer día de trabajo se dio cuenta de que el encargado no le quitaba ojo de encima. Le pidió que la acompañara al almacén para traer kétchup, mostaza y reponer los servilleteros. La hizo subirse a un estante y así poder ver su culo, con la excusa de que era para coger unas muestras de regalo y unas nuevas cartas con los nuevos productos.

Susana que entendía perfectamente a los hombres y además disfruta de lo salidos que estaban, estaba encantada de mostrar sus curvas al encargado. Sabía que así seguro ascendería pronto.

Tres días después, decidió ir a trabajar sin bragas. El encargado volvió a pedirle que la acompañara a por más mostaza y kétchup. Cuando se subió a la estantería, no podía creer que estuviera viendo que no llevaba bragas.

Podía ver las curvas de sus nalgas moviéndose de un lado a otro, haciendo que buscaba el kétchup y luego se giró para decirle que no lo encontraba.

El encargado se quedó mudo tragando saliva mientras veía su coño depilado frente a él. ¿Cuánto hacía que no probaba un coño joven? Pues seguro que desde que él era joven también.

Se subió con ella para buscar el kétchup y finalmente lo encontró. Volvieron a sus tareas, pero antes le preguntó si hoy podía quedarse después de cerrar.

Susana asintió. Lo tenía en el bote.

El día pasó rápido y llegó la hora de cerrar. Susana ayudó al encargado a cerrar y se fueron al almacén.

—Bueno, imagino que sabes porque te he traído aquí.

—Claro, conozco a los tíos de sobra. Todos queréis follarme. Desde que me crecieron las tetas ha sido así.

—Esta vez solo quiero que me la chupes. No tengo condones y con una mamada me conformo.

Se bajó los pantalones y el calzoncillo. Su polla estaba morcillona.

Susana la agarró con su mano izquierda y comenzó a subir y bajar por ella. Al poco estaba erecta.

—Quiero pedirle un favor, le dijo esta. Cuando vaya a correrse, avíseme. No le conozco apenas y no sé si tendrá alguna ETS o algo.

—Tranquila, me correré fuera. Pero la próxima vez follaremos, ¿eh? Tengo preparado un ascenso para ti. ¿Quieres ser mi secretaria?

—No llevo ni una semana aquí, dijo metiéndose su polla en la boca, y ¿ya quiere ascenderme?

—Si, si, ah, que gusto, si serás mi secretaria, ya sabes, si, ah, ah, ah, viajes, dietas, y cuando quiera, ah, ah, ah, follaremos.

Susana siguió con la mamada y como sabía que no la iba a avisar cuando se corriera, al notar que su respiración de aceleraba, se la sacó de la boca y siguió meneándosela hasta que se corrió, por cierto casi todo en su falda.

—Perdona, ahora tendrás que lavar la falda. La he puesto perdida. No si se habrá alguna por aquí.

Susana vio cómo buscaba otra falta por el almacén, con la polla perdiendo su erección y goteando aun algo de semen y no pudo evitar reírse.

Al fin encontraron una, que le quedaba un poco grande, pero le sirvió. Después de limpiarse la polla y vestirse, le ofreció llevarla en su coche a su casa.

Ella aceptó. Antes de bajarse del coche, el encargado le dijo que se pensará lo del ascenso, que iba en serio.

Susana se quedó un rato pensando y luego le dijo que sí, pero que preferiría esperar un poco para que el resto de empleados no sospecharan nada.

El encargado aceptó y le dijo que follarían en unos días y que en un mes o mes y medio podría ascenderla.

Susana asintió y le besó en la boca antes de bajarse del coche.

Este se quedó mirando cómo se movía su culo sin bragas bajo la falda, hasta que desapareció en el portal.

Para Lara, mi más fiel lectora.

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