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Soy la puta de mi primo

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Nadie sabe lo que pasó entre Javier y yo en la casa de mis tíos. O nadie lo sabía porque ahora yo estoy dispuesta a contar todo. Me llamo Rocío, tengo 25 años. Soy lectora de esta página y me ha sido de gran utilidad para poder desplegar mis fantasías sin tantas vueltas. Noté también, y con agrado, que no soy tan rara como pensaba y que hay infinidad de mujeres que se calientan con sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus primos, cuñados, suegros, nietos…

Durante muchos años me sentí culpable, como quien dice en pecado, pero mi historia me fue llevando por ese camino y yo no hice mucho para modificarlo. En gran parte porque sentía que mi primo hermano era uno de los pocos que siempre se interesaba en mí y me deseaba y en otra porque siempre me calentó su manera de tratarme, de jugar con la perversidad sin que nadie lo notara.

Empezó como un juego. El me pedía que me sentara arriba de su falda y empezaba a apoyarme la pija en el culo, me pedía que lo acariciara a través del pantalón de deporte y que lo masturbara. El mientras me mordía el cuello, me daba besos en la nuca y me pellizcaba los pezones. Su pija crecía instantáneamente, era ancha y siempre estaba caliente, hervía cuando se la tocaba con las manos o le hacía una paja. Después empezó a pedirme que se la chupara y eso para mí fue descubrir un mundo de sensaciones. Definitivamente creo que gracias a él me encanta chupar pijas.

El proceso siempre era el mismo, primero sentía miedo, pero después me iba dejando llevar por sus palabras y gozaba como una perra en la clandestinidad. El morbo de tener familiares cerca también me excitaba a pesar de la culpa. Se me mojaba la entrepierna imaginando sus manos dándome nalgadas, quería sentir su pija hasta el fondo de mi boca con su mano oprimiéndome la nuca para que no pudiera respirar. Sentía golpes eléctricos en la vagina y acababa con facilidad. Me hice adicta también a los orgasmos y a la masturbación imaginando cosas con él, sus olores, sus guarradas, la manera que tenía de calentarme diciéndome barbaridades.

A veces lo hacía en momentos en los que tenía que tragarme toda la leche sin hacer ruidos para no ser descubiertos. Se me llenaban los ojos de lágrimas, pero me esforzaba en que todo su chorro quedara en mi garganta y para dejársela bien limpia como si nada hubiese pasado. Detrás de una cortina, debajo de un escritorio, en la escalera de mi departamento, en su auto. Una vez, con casi toda la familia en la casa, me obligó a que me escondiera debajo del escritorio, le bajara el bóxer y le hiciera una buena mamada mientras el hacía sus trabajos prácticos de la facultad.

Ser primos hermanos hacía que nos viéramos muy a menudo. Y cuando Javier veía la oportunidad me agarraba con fuerza de la cabeza o de los hombros y me obligaba a chupársela hasta descargar toda su esperma tibia y espesa. Me hizo esclava de su pija y me convertí también en adicta a la leche y nada me importaba más que provocar encuentros para comérsela una y otra vez. Como nadie en la familia tenía la más mínima sospecha a ninguno le llamaba la atención que nos encerráramos en un baño o fuéramos juntos a hacer las compras. Mi excitación podía más que mis miedos y mis ganas de que me cogiera aumentaba a medida que pasaban los días sin saber nada de él o recibir ningún mail o ningún mensaje.

Mi debut sexual lógicamente fue con él. Yo tenía mucho miedo pero sabía que en cualquier momento él intentaría desvirgarme. Me daba pánico que alguien advirtiera la situación y también estaba aterrorizada porque estaba segura de que me iba a provocar un dolor insoportable. Usar tampones para mí no era algo muy agradable y siempre tuve la sensación de que una pija iba a ser sinónimo de dolor. Ni que decir la de mi primo que era gruesa y larga y tenía una cabeza que yo estaba segura, no iba a entrar de ningún modo en mi conchita virgen y estrecha. Pero afortunadamente eso sólo paso la tarde en la que me desvirgó.

Salí de la universidad y me fui para la casa de los tíos para hacer tiempo porque tenía que volver al gimnasio y ellos vivían más cerca. Durante el almuerzo Javier me empezó a tocar por debajo de la mesa sin que mi tía se diera cuenta. Yo tuve que morderme los labios para que no se me escapara un gemido. Le pedía por favor que parara, que era una locura, pero por dentro quería seguir gozando con sus dedos. Quería comerle esa pija de la que era adicta.

Después de almorzar le dijimos a la tía que nos íbamos a ver tele y nos pidió que fuéramos al cuarto porque estaba pasando la aspiradora en el living y tenía todo dado vuelta. Se me empapó la bombacha instantáneamente, pero hubiera preferido evitar ese encuentro.

Javier estaba decidido y con otra actitud. Yo estaba esperando que me pidiera una buena mamada, pero me sorprendió: cuando llegamos a su pieza le puso la traba a la puerta, me tiró en su cama y empezó otra vez a tocarme. Fue metiendo de a uno cada uno de sus dedos para ver mi reacción. A mí se me escapaban grititos de placer y él me tapaba la boca. De repente me hundió la lengua y me lamió toda la vagina, nunca lo había hecho y me retorcí en la cama. Se me escapó un gemido más fuerte que afortunadamente pasó inadvertido por el ruido de la aspiradora.

“No quiero, déjame ir. Esta la tía. Vos estás loco”, le dije. Pero él hizo oídos sordos y me bajó la bombacha hasta dejarla colgada de uno de mis tobillos. Yo tenía el uniforme del colegio y él ya me había desbrochado todos los botones de la camisa. Empezó a sobarme las tetas con las manos, las apretaba hasta llegar a los pezones y me daba pellizcos. Eso me volvió más loca. Mientras con sus dedos jugueteaba con mi vagina acercó su pene a mi boca para que se lo chupara. Me lo metí hasta la garganta, quería que me diera toda su leche y me dejara salir del cuarto. Si nos encontraban el escándalo iba a ser muy grande.

“Quiero que me la chupes hasta que se ponga bien dura”, me advirtió.

“Hoy vas a sentir lo que es tener un buen pedazo de carne entre las piernas”, me decía con tono libidinoso y sacado. Nunca lo había visto tan caliente.

Yo estaba caliente pero asustada. Se sentían algunos ruidos desde la cocina y el living comedor. Yo estaba chorreando, tenía las piernas flojas del tremendo orgasmo que me había hecho tener con su lengua. Su pija estaba más gruesa y más dura. Acomodó su pija en mi entrada y me penetró.

Recuerdo que al principio pedí que la sacara porque dolía. No hizo caso, todo lo contrario, me penetró de golpe, tapó mi boca con la mano para ahogar el grito y se quedó en mi un rato.

“Te gusta la pija putita y te la voy a dar toda”; me dijo mientras yo le pedía por favor que saliera. Dolió mucho, pero empezó a ser placentero cuando comenzó con un mete y saca que me hizo ver las estrellas. Me acuerdo que no paró hasta que yo no me corriera. Recuerdo lo que fue pasar del dolor al placer, de la mezcla de su semen con mis jugos, fue la experiencia más gratificante de la vida.

Me sentía sucia, pero estaba feliz. Coger era mucho más lindo de lo que yo pensaba. Con mi primo tuvimos unos cuantos encuentros más. Cuando parecía que todo empezaba a formar parte del pasado, recibía sus mensajes inconfundibles. “Te voy a partir al medio putita, te voy a llenar la boca de leche, te voy a romper todo es culo cuando tenga una oportunidad”, pero no pasaban de ser mensajes y nunca se concretaban.

Yo me puse de novia y fue bastante difícil lograr con mi novio los niveles de calentura y placer que logré tener con Javier. Ni hablar de los orgasmos que con mi novio me costaban horrores y sólo llegaba a correrme si me frotaba el clítoris, con Javier los tenía apenas me atragantaba con su pija sin necesidad de tocarme.

Esta situación me convirtió en una mujer insatisfecha, vivía caliente. Mi primo seguía mandándome constantemente subidos de tono y era imposible no calentarme. Era mi primo hermano, casi siempre nos veíamos por temas familiares a pesar de haberle puesto un impase a los encuentros sexuales. Pero se fue tornando imposible. Recuerdo en las mesas familiares sentarnos solos, y aprovechábamos que los manteles eran largos y él cada dos por tres me rozaba la concha o me acariciaba. Dejamos de coger un tiempo porque estaba ocupado por el trabajo. Pero de vez en cuando me mandaba mensajes diciendo las ganas de ponerme en cuatro y reventarme la concha y cosas así. Y yo me retorcía de placer.

El último encuentro fue hace unos meses. Cuando llegué a la casa de los tíos en un cumpleaños, Javier estaba todavía en pijama. Y en el momento en el que ellos salieron para hacer unas compras se abalanzó sobre mí y me empezó a toquetear las tetas como a mí me gustaba. Me mordía los pezones. Sacó su pija y empezó a darme golpecitos en las mejillas. Estaba ancha y caliente como siempre. Yo sabía que era una locura y que los tíos podrían llegar en cualquier momento, pero no me importó nada. Me puse en cuatro en el sillón y le pedí que me cogiera.

“Acá el que manda soy yo. Abrite bien las nalgas”, me ordenó. Le hice caso, quedé con la cara apoyada en el sillón y abrí todo lo que pude mis nalgas con ambas manos. Pensé que me iba a penetrar por la vagina, pero apoyó su cabeza en el orificio de mi culo y de un solo golpecito metió la cabeza. Grité de dolor. Le pedí por favor que la sacara. Me respondió con una fuerte palmada que me dejó todo el culo rojo. “Te voy a romper ese culo pase lo que pase”. Traté de apartarlo, le clavé las uñas en sus muslos para que se corriera, pero su reacción fue peor.

Me agarró del pelo y me tiró hasta que quedé prácticamente clavada en su pene. La metió hasta el fondo y empezó a darme besos en la nuca y con la otra mano a estimularme el clítoris. El dolor desapareció, sus embestidas eran cada vez más fuerte. Me agarraba las tetas con fuerza y me atraía hacia el para que su vara caliente me perforara las entrañas. Grité como una perra y acabé en el mismo momento que su chorro de semen me llenó todo el culo. Quería más. Cuando la sacó todavía estaba chorreando leche. Yo sentía que el culo me latía y que hubiera preferido que nunca la sacara de ahí adentro.

Me abalancé sobre su pene todavía erecto y chorreante y le hice una mamada con toda la intención de que tuviera más ganas de cogerme. De que le quedaba claro que seguía siendo su putita y que seguía siendo adicta a su leche. Me la metió hasta la garganta, sabía que eso me volvía loca. Me atraganté con ese pedazo de carne que tanto conocía y extrañaba.

Ahora tampoco me importa que todos sepan que fui la putita de mi primo durante muchos años. Y tengo también la certeza de que voy a estar dispuesto a complacerlo cada vez que me lo pida. Después de todo nada me dio más alegrías que esa hermosa pija.

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