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La bibliotecaria y su secreto (Final)

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Por fin llegó el viernes. Tal y como habíamos quedado, María (que así se llamaba) y yo salimos juntos de la facultad en dirección al aparcamiento. Parecíamos verdaderos amantes que se esconden de las miradas de la gente y guardábamos las apariencias en cierto modo. Al llegar al coche no dudamos en besarnos y poner una sonrisa de oreja a oreja en señal de prueba superada. Ella temía que una relación de ese tipo pudiera perjudicarla en su trabajo, debido principalmente a la temporalidad de su contrato.

Como en toda la semana llovía a mansalva y al llegar a su apartamento nos pusimos de nuevo perdidos de agua hasta las cejas. Eso no evitó que al dejar la puerta cerrada tras de sí, nos abrazáramos apasionadamente y empezáramos a besarnos. No tardamos en llegar al salón donde ella dio un respiro a la lujuria invitándome a sentarme en el sofá. Tomamos varias copas y nos reímos de nuestra aventura. Ella solía decir que estaba loca por haberme dado pie pero yo le rebatía todos los argumentos diciéndole que cada día la veía más alegre y más guapa. En un momento de silencio, María me dijo que en caso de seguir adelante no dudara en parar si me sentía incómodo ya que le había dado más en mi primer encuentro de lo que esperaba. Tal y como me confesó, sus relaciones íntimas con su ex marido fueron algo rígidas y "distantes" y después de aquello no había tenido más contactos con hombres. De repente me encontraba incómodo por sus pensamientos y le repetía una y otra vez que cómo iba a sentirme incómodo con una mujer como ella. Suavicé la situación con un tierno beso en su mejilla y otro muy seguido en los labios. Ella me miró fijamente y levantándose me guió de la mano al dormitorio.

Nos desvestimos de pie, muy despacio, disfrutando de nuestros cuerpos. Mientras me besaba el pecho yo acariciaba su cintura y mordía su cuello. Era muy bajita y rodearla con mis brazos me daba una extraña sensación de protección y posesión. La eché sobre la cama y la rodeé nuevamente con mis brazos. La luz era tenue pero lo suficiente para apreciar unos preciosos senos. Tal y como pude apreciar momentos antes, su volumen era enorme y eso hacía que cayeran hacia abajo sin disimulo pero su forma redondeada daba un placer inmenso al tacto. Eran muy blancas y cálidas, dejando ver pequeños capilares alrededor de sus aureolas. Mordí uno e sus pezones mientras pellizcaba el otro y enseguida reaccionó sonoramente. Mientras su cuerpo se erizaba, ronroneaba de placer. Bajé hacia su ombligo y note que se empezaba a vibrar. Sus latidos eran fuertes al apoyar mi mano en su pecho. Terminé en su frondoso bosque, rizado y oscuro en contraste con la piel suave y blanquecina de su cadera. Le besé la raja, le chupé los labios y posé mi boca en su parte superior. Ella respiraba fuertemente. Al instante noté una protuberancia exagerada en su vulva. Estaba claro que su clítoris era de un tamaño mayor del normal. Se asemejaba al de un garbanzo y el capuchón de piel que lo recubría se puso duro al notar el calor de mi aliento. No dudé en metérmelo en la boca y lamer con mi lengua aquel delicioso manjar. María soltó un gemido de placer sonoro y exagerado y abrió totalmente sus anchos muslos. Su pequeño tamaño me permitía manejarla a mi antojo y posando mis manos en su culo, llevé su coño hasta mi boca sedienta. Le chupé su "garbanzo" fuertemente y se lo lamí con fuerza. Por entonces, sus caderas oscilaban ligeramente de un lado a otro y con respiración entrecortada gritaba: ¡dios… siiiiii….. me voy….. dios……!

Aquello me animó a darle mayor placer y a trabajar con más ligereza con mi lengua. Lo que ocurrió después terminó de sorprenderme. De su vagina salió expulsado un chorro de liquido acuoso que me puso la cara pegajosa. No puedo decir cómo ni porqué pero mi excitación se hizo máxima con aquella respuesta y enterré mi lengua en su cavidad para chupar todo el líquido que pudiera haber derramado. Su sabor especial me erizó todo el cuerpo. Bebía de su esencia y sentía en mi interior todo el placer que le estaba dando a ella. Tras un instante de pausa me cogió la cabeza y me subió a la altura de su cara. Mi erección estaba a mil, de hecho me dolía lo dura que la tenía. Puse sin dudarlo mi pene entre aquellas montañas cálidas y al momento sus manos apretaron las tetas para que no pudiera escaparse. Me moví al principio lentamente, saboreando ese inmenso placer. En cada empujón sus tetas llegaban hasta su rostro y mi polla se perdía en la inmensidad. Me deslicé un poco más arriba y así pude ver salir mi glande de entre aquel par de globos. Golpeaba en su barbilla y María no tardo en abrir su boquita. Cada vez que mi punta salía al exterior, era lamida por una golosa lengua. Estaba a punto de correrme….

-¡ vete en mi boca….. vamos …. Dámelo todo….!

Como un loco empecé a masturbarme a mí mismo y sin ser dueño de mí mismo eché toda mi leche en su boca y cara. Fue una experiencia excitante.

Estuvimos un rato tumbados, uno junto al otro disfrutando del momento. Me llegó a preguntar si había disfrutado a lo que respondí que no dudara de ello.

Tuve otra erección entre caricia y caricia y entonces decidí disfrutar de su culo.

La tumbé bocabajo y ella se dejó hacer. Pude comprobar que aquel blando trasero permitía amasarse con facilidad. De hecho era una tentación abrir sus nalgas para introducir toda mi cara en su interior. Le lamí de nuevo aquel inmenso clítoris quitándole todos sus complejos y le chupé su agujerito superior, pequeño y rosado. Ella se dispuso a cuatro patas mostrando su lustroso trasero y entonces no dudé en perforar de nuevo el coño escondido entre una poblada melena de vello púbico. Me agarré al culo y empujé fuerte. Ella volvía a chillar y inclinándome hacia delante le agarré su pequeño "capullo". Le acaricié con brusquedad mientras la follaba hasta el fondo. No tardó en mojarme la mano y respondí con una corrida simultánea. Me dí cuenta que esa nueva experiencia me volvía un animal sexualmente frenético.

Así pasó la noche del viernes y todo el fin de semana. Evidentemente, el lunes posterior estábamos exhaustos y nuestras miradas cómplices que se encontraban en la biblioteca traducían un deseo incontenido. Debíamos vernos el próximo fin de semana y no antes. La espera fue terrible y mis noches húmedas soñaban con violarla en múltiples situaciones y ver como se corría a borbotones. Me obsesioné con su facilidad para llegar al orgasmo y jamás había visto a alguien que pudiera eyacular que fuera de sexo femenino.

Cuando nos encontramos nuevamente a solas, disfrutamos de nuestros cuerpos sin prejuicios de ningún tipo. Así pasaron los meses y una de mis mayores excitaciones era verla correrse cuando se tocaba. Un día, minutos después de habernos follado, intenté besar su secreto y me dijo que esperara, que se estaba orinando. Fue al baño y yo la seguí. Fue la primera vez que la ví orinar. Era una sensación extraña ver a una mujer orinar delante mía. Un caño de pis caía en la taza del water. Aquello se repitió en varias ocasiones hasta que un día le pedí que se tocara justo antes de orinar. Me miró con sonrisa pícara y abriéndose de piernas encima de la taza, empezó a tocarse el coño. Se cogía con dos dedos aquel pequeño pene de miniatura y lo frotaba de un lado a otro. Se corrió de manera escandalosa y acerqué mi cara para ver como expulsaba sus esencias vaginales. Le besé su chorreante raja y al instante empezó a mear. Me bañó toda la cara e incluso el pelo. Un inmenso chorro de líquido amarillo y salado invadió mi rostro y una erección surgió de mi interior. Allí mismo se la metí, de cara a la pared. Luego la cogí en alto y la monté apoyando su espalda en un pequeño armario junto al lavabo. Su pequeña estatura permitía montarla sin dificultad y sus muslos se abrazaron a mi cintura. Eyaculé al instante porque estaba a cien por hora. Fue una experiencia espectacular.

Durante casi un año experimentamos mil y una formas de amarnos y cada una superaba a la siguiente. Luego pasó lo inevitable. La trasladaron a otra ciudad y perdimos el contacto. Nos vimos en otro par de ocasiones e incluso nos escribimos correos con asiduidad pero pronto se enfrió la relación. Lo importante es que yo aprendí a dar placer a una mujer y ella dejó de sentirse mal con su cuerpo. En fin, como siempre digo, cada mujer es un tesoro escondido por descubrir. Un saludo para todos y todas mis lectores que tienen el valor de seguir mis relatos.

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