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Seguramente, muchos de ustedes comprenderán mi situación ni bien los ponga en foco y para eso bastan unas pocas líneas: me llamo Agustín, tengo 37 años, soy arquitecto. Trabajaba en la empresa de mi ex suegro, pero hace unos meses que estoy desocupado y me cuesta horrores la manutención de mis hijos. Me divorcié el agosto pasado y salvo ponerme al día en el tema sexual, mi vida no ha cambiado demasiado desde entonces. Tengo dos hijos: Guillermo de 9 y Florencia de 7. Viven con su madre los días de semana y los sábados y domingos conmigo.

Cuando me separé, me alquilé un apartamento pequeño, de dos ambientes, baño y cocina, cerca de la casa de mi ex mujer. Lo que más me costó de todo era perder el contacto cotidiano con los chicos y pensé que viviendo cerca el desarraigo iba a ser más leve. Ellos se enojaron con mi decisión de poner punto final a mi matrimonio, pero pude construir una nueva relación más saludable con ellos y recuperar los años que sentía haber perdido con una mujer que ni siquiera me excitaba. Precisamente por un problema de polleras fui despedido de la empresa del padre de mi ex mujer, pero no me arrepiento porque para mí comenzó una nueva vida.

En diciembre del año pasado, Pamela, mi ex mujer, tuvo que ausentarse del país por cuestiones de trabajo. Me pidió si me podía mudar a su casa durante esos quince días para que me hiciera cargo de los chicos durante su estancia en el exterior. Yo tenía algunos asuntos, pero me gustó la idea. Mi terapeuta me aconsejaba constantemente que intentara tener una separación sin roces con Pamela para que no repercutiera en la relación con mis hijos. El tema de los bienes y los alimentos fue simple: ella se quedaba con la casa y mi ex suegro me descontó directamente del suelo lo que fijamos en la audiencia de conciliación. Cómo vivíamos cerca, los sábados a la mañana nos encontrábamos en la esquina del parque y ella me entregaba a los chicos. Un beso en la mejilla, cero reproches y vida tranquila.

Por el tema del divorcio, los niños habían experimentado notorias bajas en sus rendimientos. Por lo tanto, tuvimos que ponerles profesores particulares. Guillermo iba a un instituto de inglés y Florencia tenía clases particulares con una maestra a domicilio.

El primer día que tocó el timbre, me quedé varios segundos alucinado, sin poder pronunciar una palabra. Medía 1,77, tenía las caderas anchas y la cintura angosta y un par de redondeces que se le salían por la parte superior del escote. “Soy la maestra de Florencia, Pamela me avisó que ibas a quedarte unos días. Me presento: soy Lorena y vengo para ver si puedo hacer estudiar a tu hija”: ciertamente que este ese pedazo de hembra daba ganas de encerrarse en un escritorio.

Tenía un pelo ondulado, castaño rojizo y no debería superar los 23 o 24 años porque su piel no denunciaba ninguna arruga. Su boca era grande y sus dientes blanquísimos contrastaban con sus labios pintados de color púrpura. Todo en ella era sensualidad e seducción y olía a rosas.

La pendeja me había puesto como loco, pero no podía hacer nada sin saber cuál era la relación real con mi ex esposa. Me puso la verga dura cuando se agachó en el escritorio para ver las tareas de mi hija y sus enormes pechos se balancearon con sensualidad hacia adelante. No llevaba sujetador y casi se le escapa un pecho por el costado de la musculosa. Yo estaba en el sillón del living haciendo que leía el diario, pero no podía quitarle los ojos de encima a esa yegua.

De pronto sentí que me llamaba. Le dijo a mi hija que la clase había terminado, la alzó, le dio un beso y la mandó para la habitación. Evidentemente tenía una muy buena relación con mi ex así que tenía que actuar con inteligencia para no quedar como un boludo. Así que no intenté nada.

“Agustín – me dijo con tono serio a pesar de su carita angelical—vamos a tener que intensificar las clases de esta chica. Siento que no entiende y falta muy poco para el examen”: Le dije que no había problemas y combinamos en que vendría el sábado a la mañana y el domingo a la tarde. Yo les había prometido llevarlos a la cancha, pero estaba seguro de que entenderían.

El sábado cuando abrí la puerta me quedé helado. Lorena se había puesto un vestido floreado, bien apretado al cuerpo y lo suficientemente cortitos como para que sus piernas lucieran mucho más esbeltas. Tenía unas sandalias blancas, de esas que se atan al tobillo y me sorprendió un tatuaje que tenía en el hombro derecho. Se había atado el pelo con una colita y sus hombros estaban apenas cubiertos con las tiritas del vestido. Tenía anteojos para sol y escuchaba música con Spotify.

Sin darme cuenta mi pija se había puesto dura contemplando ese terrible culo y un par de tetas que sobresalían del vestido con dos puntos a la altura de los pezones. Traté de taparme con el periódico para no pasar un papelón. “Hola Bebé, me parece que a vos también te vendrían unas buenas clases de apoyo”, me dijo con picardía.

Lorena se había levantado levemente los lentes y tenía sus ojos apuntando hacia mi pantalón. Subió la mirada y cuando llegó a mí, me guiñó el ojo y soltó una carcajada después de pasarse la lengua por los labios y mordérselos con actitud desafiante. Mi pija se puso más dura aún.

Lorena advirtió mi presencia en la sala contigua al escritorio. Me quedé ahí esperando a ver si este minón me tiraba de nuevo alguna onda. Jugado por jugado pensé, a la mierda si tiene una buena relación con mi ex esposa, si me quiere coger, a coger y que se acabe el mundo.

Estaba seguro que después de mi erección matutina ella se estaba divirtiendo jugando conmigo. Sus movimientos eran sexys, se acomodaba a cada rato el pelo y sus tetas sobresalían aún más. Tenían una forma hermosa, yo las miraba subir y bajar. De tanto en tanto le explicaba con voz sensual los ejercicios a su hija y se ponía el lápiz en la boca, sugerente. Noté también que me buscaba con la mirada. Yo me hacía el boludo, y seguía leyendo el diario.

Con la excusa de buscar un libro en la biblioteca, se subió a una silla, se puso en puntas de pie y me dejó ver todo su culito bien formado. Cuando estaba por bajarlo, se le fue de las manos y se le cayó. Al caer rompió varios adornos de los estantes. Fue mucho más ruido que nueces, pero me sirvió como excusa para entrar al escritorio a ayudarla.

“Me duele por acá”; me dijo señalándose la entrepierna. Y con una de sus manos, agarró una de las mías y se la apoyó en uno de sus muslos, bien cerca de su pelvis. Pude sentir el calor de su sexo y largó un gemido cuando le rocé la bombacha con uno de mis dedos.

Advertí que esta mocosa estaba muy caliente, pero no podía hacer nada con mi hija allí adelante. Después de esos segundos, los más largos de mi vida, la tomé de las muñecas y la ayudé a incorporarse. Ella se tambaleó y me tomó por el cuello con sus dos brazos.

“Agustín, disculpá, pero estoy un poco mareada”. La senté en una silla y le traje agua. Cuando se sintió recuperada, le pedí un taxi para que la llevara a su casa. Me preguntó si podía venir a la tarde, le dije que encantado pero que mis hijos no iban a estar porque se iban al zoológico con mi hermana.

“¿Y vos te vas a quedar solito?”, me preguntó otra vez con tono de perra antes de subirse al taxi. Le respondí afirmativamente y cuando se fueron los chicos, me tiré en la cama con la intención de hacerme una buena paja.

Había arreglado con mi hermana que se quedara con los chicos hasta el domingo a la tarde. Me los traería a la hora en la que Lorena había combinado con Florencia la clase del día siguiente. Yo estaba muy caliente, así que me preparé un baño y me puse a ver los avisos clasificados para conseguir alguna mujer para esa noche.

Tenía toda la casa de mi ex para mí, pero había decidido dormir en mi departamento para evitar cualquier encuentro con mis ex vecinos. Cuando salí de la ducha, escuché el timbre. Maldije porque pensé que algo les había pasado a mi hermana y a mis hijos, pero afortunadamente estaba equivocado. Era Lorena, con el mismo vestido, pero con el pelo suelto. Yo estaba solo cubierto con una toalla y le pedí que pasara y me esperara mientras me cambiaba.

“¿No querés que te seque?”, me preguntó cachonda. Y deslizó su mano por debajo de la toalla hasta encontrarse con mi pija erguida. “A ver qué tenemos por acá. En Anatomía esto se llama pene: objeto delicioso que las mujeres amamos comernos para ponerlos más duros”, enunció.

Dicho esto se arrodilló ahí mismo en el palier y mi pija le quedó a la altura de su nariz. “Huele rica, está recién bañada”, dijo. “Secámela, pero con la boca. Ella se desató el vestido por el cuello y dejó caer su parte delantera.

Sus pechos se liberaron y como estaba haciendo presión con sus dos brazos, no pude resistir la tentación de tratar de acomodar mi pene en la canaleta que se formaba entre teta y teta. “Te voy a secar con la lengua y los pezones”, me avisó.

Y con suma suavidad fue recorriendo todo mi cuerpo con sus pechos y su boca. Sentía reventar. “¿Te gusta? ¿Hace cuánto que no te coges a una pendeja?”. Le respondí que una eternidad y le pedí que me la chupara de una vez por todas.

Ella obedeció. Se quedó jugando un buen rato con mi pija que estaba tiesa y húmeda. Lorena era una experta mamadora, cada tanto le gustaba metérsela hasta la coronilla y la iba sacando lentamente. Estuve tentado en hacerle comer toda mi leche, pero aguanté porque quería cogérmela sin esperar más.

“Ahora vas a tener que dar el oral, a ver si sos un poco menos retraído que tu hija”; me susurró mientras me empujaba hacia el sillón, se subía por el lado del respaldo y me envolvía con sus dos piernas a la altura del cuello. Su sexo era suave y sus jugos chorreaban. Tenía un aroma dulce. Me sentí todopoderoso al ver cómo había puesto a esta pendeja con dos o tres toques de la punta de mi lengua en su clítoris.

Cuando ya me pedía por favor que la penetrara, la tomé de la cintura y la dejé caer al lado mío. Me coloqué detrás de ella y le metí la lengua en sus orejas, algo que la puso todavía más caliente.

“Metémela Agustín, necesito sentir dentro mío esa pija hermosa y dura que tenés. No aguanto más, cogeme por favor”, decía entre gemido y gemido. Apoyé la cabeza de mi pija en su cuevita y empujé suavemente. Lorena gritaba como una loca y me atraía con sus manos en el culo para que la penetrara con más fuerza. “Dámela con fuerza, haceme ver las estrellas hijo de puta”.

Yo bombeaba con fuerza y le apretaba los pechos. Tenía los pezones erectos y si los estrujaba con fuerza, dejaban salir unas gotas de leche. “¿Cómo te dejó ir Pamela con esa pija, ¿qué bien que me cogés lindo? Sentí como acabo sobre tu juguete”. Dicho y hecho, sentí las contracciones de su cuevita caliente en mi pija. Se chorreó toda me la dejó más lubricada todavía. Sus jugos caían hasta mis huevos.

Tuvo una sucesión de orgasmos y mientras acababa me clavaba las uñas en los cachetes del culo. Le dije que quería acabarle en el medio de sus tetas y la idea le encantó. Se arrodilló en el piso, tomó con sus dos manos los redondos pechos y acomodó uno a cada lado de mi miembro. Mientras, con su lengua jugaba en mi glande y succionaba para que yo sintiera la presión en mis testículos.

Me escupió la pija y empezó a masturbarme con sus tetas. Con sus dedos me masajeaba el culo y sólo pude aguantar unos minutos. Le avisé que estaba por acabar y ella abrió la boca, sacó la lengua y me dijo: “Quiero probarla bebé, seguro que es tibia y ácida”.

Descargué varios días de abstinencia en plena cara y le manché todo el pelo. Ella seguía con leves movimientos de su cabeza la dirección de mis chorros y cuando los atrapaba con la lengua se los tragaba poniendo cara de viciosa.

Esa tarde cogimos tres veces más. La última en la cama de mi ex esposa, lo que terminó por condenarme a ser un desocupado más. A eso de las tres de la mañana, Lorena se había puesto en cuatro patas y yo me la estaba cogiendo por atrás. Sentí el ruido de las llaves y efectivamente era mi ex que había regresado un día antes porque no había más pasajes para el lunes.

Me hizo un escándalo, le contó todo a su papá y me mandaron el telegrama de despido. De la indemnización, me descontaron lo de los alimentos y acá estoy. Al menos, todos los sábados a la tarde, Lorena viene a mi casa para ponerme al día con las lecciones de sexo, algo en lo que es verdaderamente una maestra.

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