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EN OTRA TIERRA: EL TREN

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El tren se desliza suavemente a su entrada en el apeadero. Falta menos de la mitad para mi destino. No viajamos muchos pasajeros. Ni el treinta por ciento del vagón está ocupado. En el apeadero suben un hombre y una mujer, ésta de edad avanzada. El hombre lleva una caja de cartón atada. Mi primera impresión es que viajan juntos. Pero eligen asientos separados. El hombre ocupa uno que está en diagonal con el mío. Yo lo veo a él perfectamente y él me ve a mí.

Sigo con la lectura del periódico en cuanto el tren vuelve a ponerse en marcha.

Sin embargo, siento curiosidad por el nuevo viajero. Tendrá mis años,que ya paso de cincuenta. Puede que él alguno menos. Viste una cazadora vaquera sobre una camisa blanca. Tiene la piel tostada, imagino que de trabajar al aire libre. Se ha afeitado a conciencia y su rostro de facciones redondeadas rebosa salud. Lleva el cabello muy corto y la coronilla ya luce despoblada. Miro sus manos, de uñas duras y dedos grandes. En conjunto es un hombre de cuerpo ancho y muslos gruesos.

Cuando adivino que va a mirar hacia donde me encuentro, vuelvo a mi lectura. Pero la lectura del diario ha dejado de interesarme y lo dejo en el asiento que hay vacío a mi lado.

-¿Me permite?

El recién llegado me habla. Quiere que le preste el diario. Se lo alcanzo.

-Muy amable -me dice con el habla llana de los habitantes de esas tierras a medio camino entre las más altas montañas y las mesetas donde crecen las ciudades populosas.

Me doy a pensar en el viajero al que de vez en cuando observo. Me recuerda a un maestro que tuve en primaria y que apodaban el gorila, que te cogía con una mano y te levantaba en alto. Era un cabronazo inmisericorde que no dudaba en plantarte un tortazo a la mínima. Implantaba un régimen de terror en su aula y disfrutaba con ello.

Me adormilo con la evocación y el suave traqueteo del tren.

-Billetes -pasa el revisor. Sólo se los pide al nuevo viajero y a la señora mayor.

-Está abierta la cafetería? -pregunto.

-Sí, por supuesto.

Me levanto y me dirijo a ella.

Mientras me preparan un café veo que entra en el vagón cafetería el nuevo viajero.

-Le he dejado el periódico en el asiento -me dice amablemente.

-Gracias.

-¿Me pone otro café? -solicita al camarero.

Al poco nos sirven. El nuevo viajero está de pie a mi lado. Siento su carnalidad con la proximidad de su cuerpo.

-¿Viene de la ciudad?

-Voy al balneario. Unos amigos me regalaron para mi cumpleaños una estancia de fin de semana.

-¿No ha estado nunca?

-Mi primera vez.

-Es bonito. Le gustará.

-La verdad, con cambiar un poco de aires ya me conformo.

-¿Y en qué trabaja?

-En la Administración ¿Y usted?

-Hago de todo un poco: albañil, fontanero, jardinero, agricultor, ganadero...De todo un poco. Como reza el dicho:aprendiz de mucho, maestro de nada. Pero voy tirando y así me gano la vida.

-Si le ha dado para sacar a su familia adelante, para bien ha sido.

-Pues sí, lleva razón. Para qué nos vamos a quejar.

Nos terminamos el café. Quiero pagar el mío pero el paisano se empeña en correr con la cuenta.

-Por el periódico -me dice.

Me resigno a que pague él aunque no me hace mucha gracia. No le conozco de nada y no me parece que el solo hecho de prestar el diario sea motivo suficiente para una invitación, porque en el tren cualquier consumición es cara.

Volvemos al vagón que nos corresponde.

-¿Le importa que me siente aquí? -me dice señalando el asiento vacío junto al mío?

-No -digo con más amabilidad que ganas. Empiezo a tener la sospecha de que se me ha pegado el tipo más pesado del contorno.

-El balneario le gustará. El hotel es de hace más de cien años, pero por dentro lo han dejao como nuevo. Parece que estás en los tiempos de maricastaña pero con todo de ahora. Y yo trabajé en el arreglo. De peón.

Asiento con lo que me queda de sonrisa amable,es decir, un espejismo postizo.

-¿Y no se ha traído a la mujer? -me interroga.

-No estoy casado.

-Pues a la pareja o a la amiga.

-No tengo pareja ni tengo amiga.

-¿No le gusta? ¿O se ha cansado?

-Verá, no es un tema del que quiera hablar.

El paisano junta sus grandes manos y juguetea con sus dedos.

-Le advierto que a mí nada me asusta ¿eh? Soy de pueblo pero me entero de todo. No sé si me explico.

-Mire, no es mi intención hacerle de menos. Sólo quiero que comprenda que no tengo por qué hablarle de mi vida privada.

-No, si lo comprendo. Pero tampoco lo pretendo ¿eh? Y perdone si le he molestado. Venga, hagamos las paces.

El paisano me ofrece su mano para que la estreche. En un acto de buena voluntad acepto su gesto. Pero al estrechársela siento cómo presiona la mía con fuerza y me transmite un calor grato. Por un instante le miro a los ojos. El me mantiene la mirada. No sé cómo interpretar este momento.

El paisano se levanta, coge la caja de cartón que traía consigo y la abre. Dentro hay unos dulces en forma de empanadillas. Me ofrece uno.

-Pruébelas.

Lo hago. Están verdaderamente buenas. Contienen una pasta a base de almendras y quizás miel y manteca.

-Las hace una tía mía. Todos los meses la vengo a visitar y me llevo una caja a casa.

Saboreo el dulce mientras veo el paisaje cada vez más abrupto por la ventanilla.

-Las mujeres son una complicación -dice el paisano- Y la mía yo creo que es la más complicada de todas. Nunca sé qué es lo que quiere. ¿Sabe a lo que me refiero?

Tengo la boca llena y niego con la cabeza.

-¡A qué va a ser! A lo que a todos nos gusta ¿no?

Me dedica un gesto obsceno con las caderas

-¿O a usted no le gusta? -insiste- No me diga que no le gusta porque no me lo creo.

-Supongo que a unos les gustará más que a otros.

-Pues a mí me gusta a rabiar. Y yo lo necesito.

El paisano mira para atrás por si alguien nos escucha y añade bajando el tono de voz.

-Yo tengo que descargarme casi a diario. Es así y no lo puedo remediar. O con mi mujer... o yo solo. Pensaba que con los años se me pasarían las ganas, pero nada de eso.  Hasta he pensao en ir al médico. Pero...

-Le da vergüenza.

-Pues sí. ¿A usted no le daría?

-No me ha dado.

Tras decir lo que acabo de decir, me arrepiento. He dado una pista que no deseaba.

-¿Ha ido a un médico?¿También usted tiene que descargar con quien sea?

Tengo dudas sobre si debería de hablar con este desconocido o callarme. El paisano me mira con impaciencia.

-He ido al médico pero por todo lo contrario que usted. A mí las ganas se me han esfumado.

Pone rostro de incredulidad.

-¿Y en qué lo nota?

-¿En qué se notan esas cosas?Pues que cuando hay oportunidad no me... no me sale.

Me encuentro incómodo con un tema tan íntimo.

-Es decir, que a usted se le pone una mujer delante bien abierta y con todas las ganas de todo y ¿nada  de nada?

-Para empezar... aunque a mí se me pusieran todas las mujeres del mundo como usted ha descrito, jamás sentiría la menor atracción. Y eso ni ahora ni cuando tenía catorce añitos y andaba todo el día empalmado.

-¿Y entonces qué le gusta?

-Me gustan las cosas claras y el chocolate espeso ¿Me explico?

He empezado a hablar con agresividad. Me doy cuenta. Me digo que mejor me calme. Además estoy convencido de que el paisano va a dejar de darme la murga después de lo que le acabo de “confesar”.

-¿Y ya no tiene ganas?-vuelve a la carga poniendo en evidencia lo equivocado de mi cálculo.

-¿Con una mujer? En la vida.

-Vale, le he comprendido. Quiero decir que si ya no tiene ganas... con lo que fuera que antes le entrasen las ganas.

Este maldito pueblerino no me va a dejar en paz. Y yo no tengo la más mínima intención de…

-No, ya no tengo ganas.

-¿Y qué le dijo el médico?

-Tonterías.

-¡Hombre,algo le diría que no fuese una tontería!

El paisano me tiene desconcertado con su interés. Recuerdo esa película de Hitchcock, “Extraños en un tren”.¿Acabará este hombre por proponerme que mate a su mujer? Me sonrío con mi asociación.

-Cuénteme, me interesa. Quién sabe si no tenga que ir yo también.

-Me hizo unos análisis,también una ecografía de los riñones y la vejiga, me hizo orinar en una especie de vasija para ver la fuerza del chorro... “Todo está bien”me dijo. “Pero le noto con ánimo decaído. Creo que por la edad y por los síntomas que me cuenta,usted necesita un cambio”¿Qué clase de cambio?,quise saber.

-¿Y qué le dijo?

Vuelvo a mirar hacia la ventana y veo que atravesamos un paisaje de robles frondosos.

-Mientras fui joven, mi deseo de sexo era fácil de satisfacer. Aunque no me gustase en exceso el hombre con el que me estaba metiendo en la cama no tenía demasiada importancia, mis hormonas hacían el trabajo. Y eso ha sido posible con los veinte, los treinta e incluso parte de los cuarenta. Pero poco a poco mi manera de actuar tuvo problemas. Ya no me excitaba con la misma facilidad, mis hormonas estaban allí pero arrastraban una fatiga lógica con el paso de los años y..

-¿Y qué?

-Ya no estaban dispuestas a sobreexcitarse porque sí. Mis hormonas, mi cuerpo, mi subconsciente... ¡todo! Ya nada en mí estaba dispuesto a gastar ni un átomo más de energía si no era con algo que realmente me llegase a lo más profundo del deseo.

Examino el rostro del paisano. Parece hechizado con lo que le cuento. Tiene los labios ligeramente abiertos. Son sensuales. Ni me había dado cuenta hasta ahora.

-El médico me ha recomendado -sigo- que examine mis gustos y empiece a buscar lo que realmente me satisface, porque sólo de esa manera prolongaré mi vida de placer. O de lo contrario...

-¿Y qué ha hecho usted?

-De momento venirme a pasar un fin de semana al balneario de su pueblo. Porque por ahora no se me ocurre nada más.

Un fuerte traqueteo nos sacude . La vía se ha desdoblado y el nuevo tramo prosigue hacia la embocadura de un valle distinto.

-¿Le ha ayudado mi historia? -pregunto al paisano.

Se pasa la mano por la barbilla mientras medita qué contestar.

-No es mi caso -dice- Lo mío puede que sea que me pongo con ganas con mucha facilidad.

-Pues que le dure muchos años.

-Lo que pasa... Lo que pasa es que la santurrona de mi mujer no me da todo lo yo quiero.

Parece amargado con la evocación que ha tenido, sea la que sea.

-Y mira que yo me desvivo porque cuando follamos se quede a gusto. Pero es que acabamos y a mí se me quedan ganas de empezar otra vez. O si no en el momento,cuando me despierto. Y más de un día he tenido que levantarme y encerrarme en el váter como un crío y hacerme una paja. ¡Y usted no sabe lo mal que me sienta hacerme una paja cuando no tendría necesidad! ¡Que para algo me casé, joder! Y ahí me tiene, recién levantao, con el rabo tieso, mojao pero bien mojao, que a mí me sale mucho, y sacudiéndomela como cuando no tenía ni barba, y dejando que la lefa se vaya por el retrete, que es como si una parte de mí se fuera por ahí, y me jode porque si  suelto algo mío de tan adentro es para que otro lo recoja ¿no? En el coño o en el culo, en la boca o  donde sea. ¡Pero que acabe desperdiciao por el retrete...!

No he podido dejar de visualizar al paisano masturbándose. Un sutil ardor me ha comenzado a calentar el bajo vientre.

-Sí que es una pena -digo imaginando un chorro de esperma que se estrella contra la loza blanca de un inodoro.

-Pero yo no soy su mujer -le aclaro rápidamente, no quiero que me malinterprete.

Se hace un tenso silencio entre los dos. Creo que voy a utilizar la excusa de ir al baño para que la tensión se relaje.

-Disculpe, voy al baño.

-Oiga ¿y usted cómo hace... cómo le gusta la cosa sexual?

La pregunta me deja clavado en mi asiento. El paisano aguarda mi respuesta con sus buenas piernas completamente separadas  y los brazos cruzados contra el pecho.

-No... no le comprendo -balbuceo.

-¡Coño!¿Qué le gusta cuando está con quien sea que  le guste?

Me ruborizo. No sé si soltarle un corte monumental o darle explicaciones como si fuera uno de mis confesores de la adolescencia, esos que te preguntaban si te tocabas y te pedían detalles mientras ellos se manipulaban por debajo de la sotana.

-Me da reparo hablar de ello -digo evitando su mirada.

-A mí me gusta -comienza obviando mi incomodidad- coger a la hembra por la espalda y meterle toda la polla, bien metida. Así puedo tocarle las tetas mientras me la trajino y echarle mano al cli... ¡al clítoris, joder!-termina dándose un manotazo en la frente- No sabe usted lo que me costó aprenderme el nombre del cacharro ese.Pero lo que le contaba: que esto de coger a la hembra por detrás me lo enseñó una puta, que era gitana, cuando hice las milicias. Me dijo: si quieres hacer feliz a una mujer, es la mejor postura.

De pronto acerca sus labios a mi oído y me susurra:

-Y que me hagan una buena mamada. Eso me gusta... yo casi diría que lo que más.

Su rodilla derecha roza contra mi pierna izquierda. No aparto mi pierna. No aparta su rodilla. El ardor de mi bajo vientre crece.

-¿A usted le gusta que se la mamen? No me diga que no porque eso es universal. No hay hombre en este mundo al que le disguste que le coman la polla.

-Me estoy orinando. Discúlpeme.

Logro levantarme. Pero no había contado con mi estado de erección. Me siento terriblemente violento.

El paisano me franquea el paso. Lamentablemente no tengo la precaución de pasar dándole la espalda y se da cuenta de que estoy excitado.

-Parece que se está curando -dice señalando mi entrepierna.

No contesto.

Agarrándome a los asientos alcanzo la puerta del baño. Entro en él y cierro. Es un reducido cubículo donde para moverte tienes que pedirte permiso a ti mismo.

Me desabotono la bragueta. Tengo el calzoncillo manchado de secreción. No puedo creer lo que me está ocurriendo. No sé a qué juega ese hombre conmigo. Pero lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo me siento excitado. Lo que no me ocurría en un cuarto oscuro, en una sauna, en los bares que frecuento con mis amigos o frente a una película pornográfica me está ocurriendo en un tren y con un extraño. Y tengo que volver junto a él. Me atrae espantosamente, y digo espantosamente porque también me da terror.

Tomo un trozo de papel higiénico para limpiarme.

Intentan abrir la puerta. El corazón me da un vuelco.

-¿Se encuentra bien? -escucho al paisano que me demanda desde el otro lado de la puerta.

-Bien, gracias -digo algo extenuado. Porque comienzo a sentirme perseguido.

-¿Seguro? Mire que me tiene preocupao.

-No se preocupe, estoy bien.

-Déjeme verlo.

-Pero...

-¿Algún problema? -se escucha la voz de alguien distinto. Creo que es el revisor.

-Es el señor que está sentado conmigo. Se ha venido al baño y no sé si se encuentra bien.

Abro la puerta con celeridad. No quiero que se cree ningún revuelo.

-Estoy bien -manifiesto frente al paisano y el revisor (porque estaba en lo cierto sobre la otra voz).

El revisor se aleja tras insistir lo mínimo que le exige el protocolo sobre la salud de un viajero.

-Perdone que me haya preocupao pero... no sé, pensé que se había mareado.

El paisano mira hacia el vagón por ver si alguien observa y, presionándome con su fornido cuerpo me empuja hacia el interior del minúsculo aseo. Los dos en el interior y de pie es imposible, por lo que acabo sentado sobre la taza y él alzado. Veo que cierra la puerta y echa el pestillo.

El ritmo y movimiento del tren nos acompaña. Nos miramos. Me siento extremadamente violento.

El paisano me pone una mano en la cabeza. Me acaricia. Vuelve a tener la boca levemente entreabierta y los labios se ven húmedos y viciosos.

Su mano de tacto áspero se desliza con cuidado por mi rostro y llega a mi boca, roza mis labios con sus dedos. Es,para mí, un momento difícil, decisivo. Es el momento del no... o el sí.

Beso sus dedos, los lamo. Son grandes, recios, rudos. Mete un par de ellos en mi boca. Los chupo. Le miro mientras los chupo. Sostiene mi mirada.

Me toma las manos. Las pone sobre su bragueta. Siento debajo que su polla está dura.

Desabotono su pantalón. Los boxer blancos que viste pegados a la piel dibujan perfectamente el contorno de su verga, que es de proporciones acordes con su físico: ancha, gruesa... vigorosa.

No mentía. No para de manarle secreción. En cuanto queda el glande al aire una gota se despega de la punta como si fuera una araña descolgándose por su largo hilo de seda.

Le bajo los boxer y descubro sus cojones. Están sueltos y caen pesados. Ya tiene alguna cana en el vello que le rodea el sexo.

Le tomo la polla con mis manos y la llevo hasta mis labios. Huelo esa mezcla de olor a sudor y esperma que emana de ella y de sus hermosos compañeros. Beso la punta. Mis labios se impregnan de flujo.

Alguien trata de abrir la puerta. El cierre lo impide.

La interrupción nos ha dejado a los dos en suspenso.

El paisano me acaricia la cabeza como una señal para que me tranquilice y siga con lo que había empezado.

Lentamente me voy tragando el macizo rabo. Lo degluto sin la menor prisa. Dejo que me llegue hasta la mismísima glotis.

El paisano emite un leve gemido de placer.

Le tomo los huevos, se los estiro mientras me zampo la verga.

Degluto y degluto con todas mis ganas ¡Por lo más sagrado, qué ganas tenía de un rabo así!¡Qué bueno me sabe, qué placer sentirlo entero en la boca!

No cierro los ojos. Quiero ver el efecto que le produce mi boca a este hombre. Y veo que le gusta. Y es mucho lo que le gusta. Parece que llevase tiempo esperando que otro hombre le de un placer que al parecer su santurrona esposa le niega.

Vuelvo a ingerirla cuanto puedo. Mi nariz se aplasta contra el vello que encuadra su verga.

Le abro la camisa. Asoma su vientre ligeramente prominente y su pecho de pectorales marcados por su trabajo físico. Le tomo los pezones entre los dedos, los oprimo y gime. Me clava la verga contra lo más profundo de mi garganta. Me la deja ahí, como si deseara castigarme por oprimirle los pezones.

Recula y me la saca de la boca. Le vibra en el aire.

Respiro profundo. Se me cae la baba. Estaba a punto de ahogarme.

-Te gusta comer polla -me dice serio tuteándome.

-Sí, me gusta -contesto también serio.

-Enséñame la tuya, venga.

Me bajo como puedo los pantalones. Me asoma el pijo empalmado por los calzoncillos.

-No decías que no se te ponía con nada.

-Eso me pasaba.

-¿Quieres más? -me dice paseándomela por los labios.

No respondo. Me limito a tragarme otra vez su verga. Y pongo mis manos en sus posaderas. Y las bajo por sus muslos. Es un hombre auténtico,uno de esos tíos que me he hartado de ver arreglando zanjas en las calles, o descargando camiones, o jugando al futbol con sus hijos en el parque y que si alzaban la vista, de inmediato volvía la cabeza para que no me descubrieran recreándome con sus cuerpos de machos maduros.

-¿Quieres tragarte mi leche? -me pregunta pasto del placer- ¿Quieres tragártela?

Sólo se me ocurre hundir mis dedos en sus nalgas y atraerlas hacia mí. Su empuje me  clava la nuca contra la pared de chapa acrílica. Y siento en la boca el sabor del semen descargándose, y la presión de su cuerpo contra mi cara. Se tiene que morder los puños para no soltar algún berrido propio de un orgasmo deseado.

Poco a poco me la saca. De la punta aún le cuelga algún grumo seminal que se desprende y va a parar a mi polla tiesa y expectante.

Baja su mano derecha a ella. Sólo me aprieta un poco el glande humedecido con restos de su propio semen. Me mira a los ojos. Le sostengo la mirada. Con su otra mano me tapa la boca. Me la menea despacio, insufríblemente despacio. Me invade un placer como de tiempos de adolescencia.

-Deja que salga -me dice.

Se me escapa un chorro de lefa que se estrella contra mi camisa. Y quedo temblando y con la mente nublada.

¿Qué me ha hecho este tío?¿Qué me ha pasado?

Le escucho que me habla al poco:

-Me has mentido.

Toma con un dedo parte de la lefa que ha manchado mi camisa y me lo mete en la boca donde lo lamo con ganas.

- A ti no te ocurre nada.

-Contigo así parece.

La locomotora emite un pitido mientras toma una curva. El paisano mira su reloj.

-Falta poco para llegar -dice.

Se adecenta la ropa y sale del minúsculo baño donde yo me quedo para tratar de limpiar la mancha de mi camisa. Sólo se me ocurre darle con un poco de agua y ponerme la chaqueta en cuanto regrese al asiento.

Y así lo hago.

El paisano sigue sentado en la butaca junto a la mía. Está serio.   

Veo que los pocos pasajeros que ocupan el vagón comienzan a coger sus prendas de abrigo y sus maletas. Debemos de estar a punto de alcanzar nuestro destino.

-¿Ves? A esto me refería -dice el paisano que ya ha abandonado todo tratamiento de usted.

-¿Perdón?

-Que yo seguiría -me dice con rostro preocupado- Que quiero más ¿A ti qué te parece?

Acabo de correrme, pero sus palabras me la empinan otra vez.

-Que tu mujer es muy afortunada pero una necia si no sabe apreciar lo que tiene en casa. Por cierto, me llamo Justo.

Le tiendo la mano.

-Yo soy Chorrín, de los Chorrines. Es como me cocnocen -explica al ver mi expresión de perplejidad.

-¿Quieres llevarte unas empanadillas para el balneario? -dice abriendo la caja que contienen los dulces.

-Me encantaría, pero no tengo donde llevarlos.

El paisano toma una hoja del diario y envuelve en ella dos de los dulces. Mete el envoltorio en el bolsillo de mi chaqueta.

No me opongo a la operación.

El tren frena. Hemos llegado.

Chorrín coge la caja de cartón con los dulces y tras dedicarme una mirada que no sé cómo interpretar, se apea del tren.

Yo me quedo sentado y exhausto. Correría tras él para ofrecerme a comenzar otra vez. Pero recupero la sensatez.

El revisor, que comprueba que no se haya quedado ningún viajero dormido ni equipajes olvidados, me invita amablemente a que abandone el tren.

Lo hago.

Cuando piso el andén, ya no queda ni rastro de ningún viajero.

 

(9,50)