Soy un hombre maduro y habito en un vecindario de casas sencillas con terrenos grandes. Casado con hijos.
Hace ya más de un año, se mudó a la casa contigua una pareja de chicos jóvenes. Una chica y su esposo que deben andar por los 25 años de edad. Ella realmente bonita y de buen cuerpo, no muy alta. Buenos chicos que con el primer vecino que se relacionaron fui yo. Él, delgado y de mayor estatura que la esposa.
Un día me encontraba solo en mi casa y necesitaba ayuda para mover cierto mueble pesado en una galería. Miré hacia la casa de mis vecinitos y notando que el chico andaba por ahí, le pregunté si me podría ayudar. Muy servicialmente se acercó y entre los dos reubicamos el mueble, por lo que mucho le agradecí. Pasaron los meses y a la señora comenzó a notársele un embarazo. Finalmente nació un hermoso bebé y se los notaba muy felices. Al cabo de unos dos meses, a él lo noté algo pálido y ojeroso. Por lógica, supuse que el niño no les dejaría descansar bien, aunque a ella la vi más bien rozagante.
No habrán pasado más que un par de semanas, cuando mi vecino se acercó y solicitó lo ayudara con algo en su casa. Me di la vuelta e ingresé por el frente del edificio. Era la hora de la siesta y el vecindario estaba quieto, tampoco de mi familia estaba nadie más. El chico me hizo pasar y le pregunté en que podía auxiliarlo.
-Venga por aquí, me dijo y me pareció estaba un tanto nervioso.
En la cuna el bebé dormía plácidamente. Me señaló la puerta de otra habitación y me invitó a pasar.
Cuando asomé y me habitué a la poca luz que había, casi se me detiene el corazón. Era el dormitorio y sobre la cama estaba la joven esposa con la tanga enroscada en sus rodillas. Culo en pompa hacia la puerta y respirando agitadamente.
Solo atiné a preguntar: -Oye… qué es esto? Qué me haces ver? Es tu esposa!!!
-Lo sé, lo sé, ayúdeme…
-Pero, pero… qué quieres que haga, chico??? No hagas líos, no quiero problemas. Yo…
– Por favor… esto será el secreto mejor guardado para todos. Tampoco nosotros queremos problemas y habladurías… pero por favor ayúdeme… vea como estoy… ayúdeme a satisfacerla! Desde hace semanas está como en un estado de excitación permanente. Pide más y más. Solo necesito calmarla y recuperar energías. Confío en usted vecino!!!
No podía creer lo que estaba viviendo, la situación era inesperada y loca. Por un lado no quería problemas y menos de este tipo. Pero por otro ya no podía quitar la vista de ese culo y de la joven vagina. Ya cierta dureza empezaba a dominar mi miembro.
-No sé si puedo, dije.
-Sí que puede, me dijo el chico… tampoco para mi es fácil entregar a mi esposa. Pero me duele que sufra esa necesidad… Hágalo!!! Y salió, cerrando la puerta tras de sí…
Me quedé parado mirando a la chica que suspiraba y movía su cuerpo meneando el culo…
-Cójame… cójame por favor. Murmuró casi en un jadeo.
Que sea lo que los santitos quieran, pensé y allá fui.
Ya mi boca y mi lengua se entusiasmaron ante la oferta de aquella concha que se ofrecía tentadora. La besé como si besara otra boca, para hacer luego deslizar mi lengua a lo largo de la cerrada raja, e ir abriéndola de a poco.
Ella gimió y otra vez pidió: -Cógeme! Seguí jugando con mi lengua a lo largo de la abertura que ya empezaba a humedecerse mucho más. Arriba y abajo mi lengua se extasiaba probando los deliciosos néctares vaginales. Ella se ponía como loca y ondulaba su cuerpo mientras rebufaba ansiosamente. Tras varios minutos de juego, hice enroscar mi legua en su clítoris para masajearlo con ella. Ya su calentura iba en extremo. Aprisioné su rosado botoncito para estirarlo lentamente y chuparlo.
No duró mucho hasta explotar en un furioso orgasmo, derramando más y más jugos en mi boca. Su calma duró apenas segundos hasta que volvió a contonearse. Seguía caliente. Acerqué mi boca a su ojete para descargar sus propios jugos mezclados con mi saliva. Ese ano pequeño y apretado fue a continuación objeto de mis lengüetazos y lamidas. La lengua se le iba de a poquito queriendo introducir y eso la hizo casi bramar de lujuria. Aquel culito era una delicia!
Recién entonces me incorporé para liberar mi miembro endurecido y preso aún. Sosteniéndolo con firmeza entré a frotarlo en la entrada de su concha viscosa. –Cógeme… métemela! Murmuraba mi vecinita. De pronto me detuve y con la misma firmeza dejé mi verga apuntando al centro de su sexo, con la cabeza apenas metida entre sus labios vaginales. Ella entendió el mensaje, se acomodó un poco y luego se lanzó hacia atrás para ensartarse ella misma. Cual un sable en su ajustada vaina, mi poronga penetró las deliciosas carnes. Por poco no acabé ahí mismo, pero me contuve para gozarla lo más que pudiera. El vaivén se hizo frenético. Ella no pedía clemencia y yo la clavaba sin piedad en un entra y sale desaforado. En breve llegó a otro orgasmo mientras yo me aguantaba para no soltarle mi leche.
Se dejó caer sobre la cama y estiró sus piernas. La vista de aquellas gloriosas nalgas me deleitaba en extremo. No le di descanso. Separé esos panes de carne en busca del agujerito apretado y entré a lamerlo intentando penétralo con la lengua, mientras con un dedo hurgaba en su cajeta. Así, la calma que medio le habían traído los dos orgasmos la fue abandonando. Otra vez y yo seguía entusiasmado con su culo y frotándole el clítoris. Arqueó la cintura para levantar la cola y facilitarme la tarea de explorarle el ano. Sin preámbulos le apoyé la verga en el ojete y fui adentro. Apenas un par de movimientos y exploté en un lechazo interminable!
Acomodé mis ropas y salí de la habitación. Sentado en el comedor estaba el joven esposo, arrumbado en la mesa y medio dormido. Se sobresaltó al oír mis pasos. Le extendí la mano, chocamos puños y me dijo: Gracias!
Lo saludé con la mano al alejarme y regresé a casa para tirarme a dormir una placentera siesta!
Gero