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Rubelo

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Llueve. Oigo el repiqueteo de las gotas de agua golpeando la persiana echada. El cuarto está en penumbra; la escasa claridad de esta mañana se vislumbra como una luz detrás de una pantalla casi opaca. Huelo la diferencia. Doblo la cabeza sobre la almohada. Veo el rostro de Rubén. Bah, dice que le gustan mis pies, ¡mis pies! Sí, y bien que anoche se chupó cada uno de mis dedos: se hartó; después pasó a mi coño. Ayer se me ocurrió salir en chanclas a tomar café al bar de la esquina; él estaba allí; se fijó en mis pies. Ah, tengo ganas, sí. Le haré una mamada.

Retiro poco a poco la manta que cubre el cuerpo de Rubén. Primero besuqueo su torso peludo, sus suaves pezoncitos; luego paso a meter la lengua en su ombligo; por último, tras oír su amortiguado resuello, tomo su polla en una mano y me la meto en la boca.

Hum, está blandita todavía, ya la iré haciendo crecer, hum, me gusta sentir como se endurece, poco a poco.

La saco de mi boca unos instantes para lamer bien su frenillo, su prepucio, su glande, y comienzo a cabecear con constancia sobre el hinchado pene. Oigo la voz somnolienta de Rubén, como si estuviera debajo del agua: "Sigue... así, Sonia, oh, me corro, oh, me co-rro, ooh."

Terminamos. Le he dicho a Rubén que debe huir, lejos.

El día anterior tuve una inesperada visita...

Sonó el timbre de la puerta. Fui a abrir. "Buenos días", me dijo uno de los dos hombres que aparecieron en el descansillo, el más mayor, alto, barbudo, gordo y peludo: "Buenos días", dije sonriente; "Verá, su nombre es Sonia Leta, ¿verdad?", preguntó el otro, más bajito y musculoso; "Verdad", dije; "Somos agentes de paisano", dijo el barbudo, "policías, vamos", mostraron sus placas, "estamos buscando a Rubén Nilo, ¿sabe usted donde puede estar?" Un leve escalofrío me recorrió la espalda, pero disimulé cerrando las solapas de la rebeca que llevaba puesta. "No", respondí secamente; "Pero, lo conoce", dijo acusador el musculoso; "Sí, es vecino, sí, hemos hablado en varias ocasiones", dije. Ellos se miraron cómplices, luego me miraron a mí: "Señora... Sonia, ¿nos ocultas algo?"; "No", aseguré con énfasis adelantando la cabeza, "¿quieren pasar y hablamos más cómodos?", invité. Ellos aceptaron.

Me hicieron preguntas y más preguntas, pero, claro, yo desconocía qué clase de historial era el de Rubén. Me despojé de la rebeca al final del interrogatorio: tenía calor; dejando al descubierto mi palabra de honor escotado. Eso a ellos no los dejó indiferentes, ya que mis redondos pechos, sin sujeción alguna, resaltaban sobremanera. "Sonia, ahora queremos saber qué hacía Rubén en tu casa la tarde del dieciséis de septiembre". Esta fue su penúltima pregunta. "Es algo muy personal", respondí; "¿Nos lo puede explicar?". Esta fue la última.

Los tres desnudos en mi cama. Yo, a gatas sobre el colchón, tragaba la polla del gordo barbudo mientras el bajito musculoso me penetraba duro el chocho desde atrás. Todo sucedió de pronto. Me hicieron la pregunta, ¡quería que les explicara qué hacíamos Rubén y yo!, y les hice pasar a mi dormitorio. Me quité toda la ropa frente a ellos y les invité a que hiciesen lo mismo. Después acaricié con dulzura sus masculinos cuerpos; ellos reaccionaron metiéndole mano al mío. Y nos acostamos.

La polla gorda y dura del gordo barbudo se ensanchaba más y más a cada empuje de mis labios; me sobrevenía la asfixia, y el bajito musculoso culeaba cada vez más rápido. Yo respiraba sonoramente por la nariz. Tal dificultad para respirar, reteniendo tanto tiempo el aire en mis pulmones, me provocaba un orgasmo y otro y otro, tan seguidos que los espasmos que sufría hacían que perdiese la horizontalidad de mi espalda y el de atrás me la metiera de arriba hacia abajo aumentando si cabe más mi placer. Oía sus gruñidos de satisfacción, sus roncas frases obscenas en las que se animaban el uno al otro, sus respiraciones cada vez más agitadas. Súbitamente, el semen del gordo barbudo se disparó a mi garganta; yo retiré mi boca y rebañé los grumos blanquecinos de su prepucio, adorando su gran polla. El gordo dijo: "Así, nena, así". El bajito musculoso parecía que también acababa, porque un vaivén me lanzó hacia la barriga del barbudo sin poderme sostener, y su aullido sonó feroz.

Allí me dejaron, sobre las sábanas como una muñeca descoyuntada, pero satisfechísima.

Ahora debía avisar a Rubén.

Conocí a Rubén a finales de verano: una noche...

Salí de la ducha y me puse la batita semitransparente sin sujetador ni bragas. Así me paseaba por mi casa, de la cocina al salón, del salón al dormitorio, con mis quehaceres, cuando sonó el timbre de la puerta. "¿Quién será a estas horas?", me pregunté, después de mirar el reloj analógico colgado de la pared de la cocina, que señalaba las once de la noche; me encaminé hacia la puerta de la entrada y abrí. Ni siquiera me acordaba de lo que llevaba puesto encima, que era poca cosa, y si a eso le sumamos que yo, a mis treinta y seis años, estoy metidita en carnes, con curvas sobresalientes, no es de extrañar que al hombre joven que se me presentó de frente se le extraviase la vista, pues no sabía dónde mirar. "¡Señora!", exclamó; "Mi nombre es Sonia, tutéame, ¿qué quieres?", le pregunté; "Verá, verás, mmm, Sonia, me llamo Rubén, soy el nuevo vecino de abajo, y, no sé, me da la impresión de que tienes problemas de humedades". "Sí, de humedades", pensé, "desde luego, te he visto y se me ha hecho el chocho agua". Vaya con mi vecino nuevo: uno ochenta, moreno, ojos verdes, buena figura... "Bueno, entra, echaremos un vistazo a la instalación", solté. Enseguida entramos en mi casa; entramos en la cocina. Él llevaba puesto un calzón corto deportivo, y, una de las veces que se puso en cuclillas para comprobar las conexiones de los tubos, se le salió la punta de la polla. Hum, me gustó; así que hice como que tropezaba con la pata de una mesa y caí de espaldas sobre el suelo, soltándoseme un poco el cinturón de mi batita, quedándoseme una teta bien visible. Él se inclinó sobre mi cuerpo estirado, apoyando sus dos fuertes antebrazos sobre el suelo, "¿Estás bien, Sonia?", me preguntó; "No sé, no sé, quizá..., tócame en el costado, a ver... no, nada, estoy bien, ahora..., toca mi rodilla, a ver..., no, nada". Por cada tocamiento yo iba notando su hinchazón en la entrepierna: ya no se pudo contener: puso sus labios en mi pezón desnudo y empezó a chuparlo.

Me lo llevé a la cama y me lo tiré.

Primero le chupé bien la polla, despacio pero tragándola entera, repasándola de arriba a abajo con mi lengua, dando fuertes chupetones a su glande rojizo. Después, ahorcajada encima de él, cabalgué; hum, me gustó tanto sentir su hinchazón dentro de mí, y tanto recibir su tibio esperma; me gustó tanto oír mi nombre pronunciado entre resuellos, y su ronco grito de placer. Acabamos y me desplomé en su tórax peludo; él me acarició suavemente la espalda.

Respecto al tema de las inexistentes manchas de humedad en el techo de su casa, que tiempo después me confesó que fue una estratagema, quedamos para hablarlo al día siguiente.

Al día siguiente. Hum...

Rubén, nada más entrar en mi casa, me sujetó mis rollizos senos con las palmas de sus manos, haciendo presión en las areolas. Tan cerca estaban sus labios de los míos que, sacando mi lengua, los lamí. Montada sobre él, aún vestidos, mi falda alzada hasta mi ombligo, su pantalón bajado hasta las rodillas, la telita de mis braguitas apartada, su cipote sacado por la portañuela de su calzón, follamos sobre el parquet barnizado del saloncito.

Dormimos juntos después de que me follara un par de veces más. ¡Qué hombre tan fogoso! Lo que más me gustaba era que pronunciaba mi nombre en mi oído cuando estaba a punto de correrse: "Sonia, ohf, Sonia."

Sí; estas cosas ocurrieron a finales de verano: ya se acerca el invierno.

No hace mucho me he enterado que Rubén Nilo, mi Rubén, es alguien famoso; o, si se quiere, famosillo. Una especie de cantante de ese género que llaman rap, o hip-hop, o qué sé yo. Lo dijeron en la tele. Es conocido por el nombre Rubelo, ¡vaya nombrecito! Al parecer, sus textos son ofensivos para el orden establecido; lo estuvieron investigando. Y lo hubiesen detenido si no hubiese huido del país, quizá si yo no lo hubiese avisado con tiempo; aunque creo que él algo se olía. Dicen los informativos que está fuera del país, en otro país, uno en el que las ofensas que dicen que él vertió en los textos de sus canciones son tema baladí. Me alegro por él.

Albricias; ayer me llegó a través de una red social que suelo usar un mensaje de Rubén: me pide que me reúna con él; me dice que... que no puede olvidarme.

Vuelo a reunirme con él.

Rubén me ha recibido en la terminal del aeropuerto con los brazos abiertos. Me ha colmado de besos, aunque fue el primero el que más me ha gustado: un beso mordido: sus labios se han apretado tanto a los míos que nuestras lenguas enseguida han tomado contacto y se han entrelazado durante..., no sé..., perdida la noción del tiempo. Rubelo, ay, Rubelo.

Me ha invitado a desayunar en un café cercano al apartamento donde se aloja en un edificio altísimo. Luego hemos subido. Me ha parecido muy confortable su nidito: temperatura ideal, estanterías llenas de cedes y aparatos reproductores de música, paredes y suelo enmoquetados. Usa un sofá cama para dormir, ya que las dimensiones del apartamento son tan exiguas que no tiene dormitorio. Rubén me ha ofrecido una silla para sentarme y se ha quedado de pie frente a mí, mirándome. Voy vestida de sport: zapatillas deportivas, pantalones vaqueros, jersey ancho, no sé en qué se fija tanto. Ahora se agacha y arrodilla entre mis rodillas. Espera. Alarga las manos para soltar la hebilla de mis pantalones; lo hace; tira de las perneras hacia él; estoy en bragas; mete sus dedos entre el elástico de las bragas y mi cintura, quiere dejar mi coño al aire; lo hace. Yo estoy excitadísima; agarro con mis manos su cabeza por detrás de la nuca y la empujo hacia mi calentura. Los vellos de mi pubis, ralos, parecen apartarse para que pasen sus labios: luego siento la humedad de su lengua en mi interior. He dado un fuerte gemido cuando la punta de su lengua, explorando, ha rozado mi clítoris. Creo que esa ha sido la señal que ha esperado Rubén, porque ahora sus lametones masajean mi pipita cada vez con más tino, hum, hum. "Ay, Rubén", suspiro "Ay, Rubén..., no pa-ah-ah, no pares, me gu-uh-ah, me gusta ta-ah, tanto" Yo tiro hacia mí de su cabeza, la quiero meter en mi coño. El orgasmo me viene. Tengo espasmos que recorren mi cuerpo: mi cabeza me parece que va a estallar, mis tetas están llenas de electricidad, mis piernas tiemblan. "¡Aaahh!", grito. Rubén afloja la presión, sorbe mi jugo almibarado: levanta la vista y me dice: "Sonia, te quiero."

Después de comer algo de lo que había en su nevera, un par de pizzas y dos cervezas, hemos abierto el sofá cama y, desnudos, nos hemos acostado. He debido quedarme dormida al instante, con mi cabeza recostada en su pecho, pero sospecho que Rubén no, porque cuando me he incorporado, él seguía dormido, he visto un folio A-4 escrito a bolígrafo entre sus dedos. Lo he cogido. Lo estoy leyendo:

"Esta tarde te quedarás

en mi casa dormida.

Soñolienta te cubrirás;

tú eres la que se cuida.

Peligros hay en cada esquina;

gente perversa e insana,

que dice no ser mezquina

y usa tarifa plana.

La sábana rosa,

tan suave de flor,

cálida se ha puesto,

funde en piel hermosa:

pliegues de candor.

Late el corazón limpio y honesto.

By Rubelo"

"Vaya", estoy pensando, "un poeta es mi Rubelo."

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