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Cerezas (Primera parte)

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Para ver las flores he venido, bajo ellas dormiré, sin sentir el tiempo. Matsuo Basho. 

Ellas habían estado increíbles, verdaderamente increíbles. No estaba seguro de qué pasaría ahora; habíamos tomado una decisión, habíamos decidido compartir nuestra intimidad con alguien más, y a pesar de lo placentero y sensual que había resultado, no tenía ni la más mínima idea de cómo resultarían ahora las cosas, no solo para nosotros como pareja, sino para ellas dos como amigas. De cualquier forma ahí estábamos, los tres desnudos, saciados hasta decir basta; ambas dormían plácida y tiernamente a mi lado, mientras yo las observaba silenciosamente, recargado sobre la almohada, y alcanzaba a atisbar un suave rayo de luz solar penetrando por la cortina.

Hacían ya dos meses y medio que nos habíamos mudado ahí. Mi novia Verónica y yo habíamos decidido estudiar en Inglaterra juntos, y para nuestra gran fortuna, ambos habíamos logrado ser aceptados para estudiar un Doctorado en la Universidad de Oxford. Rentábamos un modesto departamento, a unos veinte minutos del campus universitario. Ese día yo había pasado la mayor parte del tiempo en una conferencia sobre física gravitacional y, aunque el tema era apasionante, me encontraba sumamente cansado. Al llegar a casa, dejé a un lado mi mochila, dispuesto a tomar una merecida ducha caliente, cuando repentinamente escuché unas voces que provenían de la cocina.

Había supuesto que Vero se encontraba aún en el campus, tratando de lidiar con su, algo molesto, asesor de doctorado, sin embargo cuando alcancé a asomarme a la cocina, descubrí que me había equivocado. Ahí estaba ella, sentada a la mesa junto con otra chica, esta última con una piel blanca como la nieve, con unos toques de rosa aquí y allá, de cabello corto, negro, hasta la barbilla, y sumamente delgada.

—No sabía que habías llegado ya —le dije a Vero— muy buen día —agregué dirigiéndome a la chica que estaba con ella.

—¡Holap, que lindo que hayas regresado ya! —dijo Vero mientras se levantaba de la mesa a recibirme con un amoroso beso en la boca—. Te presento a Mellisa, es una compañera de trabajo, estamos desarrollando un proyecto juntas, Mell te presento a mi novio Carlos.

Momento en el cual Vero me abrazó amorosamente. Esa era una de las cualidades que adoraba de ella, que estaba orgullosa de que yo fuera su novio, tanto como yo lo estaba de que ella fuera mi novia.

Tras tomar asiento al lado de Vero, la conversación entre nosotros comenzó a fluir espontáneamente, como si de viejos amigos nos tratáramos, con bromas inocentes de vez en vez, y tomando una taza de té tras otra. El ambiente era reconfortante, divertido y sumamente tranquilo. Pude darme cuenta entonces de que Mell poseía un agradable sentido del humor, y que su actitud tan linda solo era equiparable a sus hermosos y grandes ojos azules. Las horas pasaron sin que nos diéramos cuenta cuando, por alguna razón que aún ahora no entiendo muy bien, la conversación comenzó a tomar un inesperado giro; todo por culpa de unas cerezas en almíbar.

—¡Me encantan las cerezas! —Dijo Mell señalando un pequeño frasco de cerezas que se encontraba en la mesilla de la alacena—, ¿puedo tomar una?.

—Claro que sí —respondí yo—, podríamos comer una también nosotros.

Tras tomar una cada uno, Mell no pudo ocultar lo mucho que disfrutaba degustar una cereza en almíbar.

—Mmmm, hace mucho que no comía una.

Aunque aquella expresión parecía más lasciva que de disfrute, Vero solo expresó una disimulada risita.

—Disculpen, pero, ¿me perdí de algo?

Tuve que decir necesariamente, puesto que el ambiente entre nosotros parecía haber tomado un tinte un poco distinto.

—Lo que pasa es que, justo antes de que llegaras, estábamos comentando algo un tanto… íntimo —agregó Vero— ya sabes, cosas entre mujeres.

Lo único que hice fue asentir ligeramente con la cabeza, al tiempo que le daba el último sorbo a mi taza de té. Vero volvió la mirada hacia Mell, a lo cual esta última solo respondió con una sonrisa, y Vero solo asintió. No entendía muy bien lo que pasaba con las cerezas, pero estaba a punto de descubrirlo.

—Mira Carlitos, lo que pasa es que Mell y yo estábamos comentando sobre cómo sería tener sexo utilizando frutas, ya sabes, para ponerle un toque de originalidad al encuentro.

—Suena algo original, novedoso —dije— quizá si se lo comentas a tu novio, dudo mucho que se niegue a probar algo como eso.

—No tengo novio —agregó Mell— desde hace un año que no salgo con nadie. Es difícil encontrar a alguien que valga la pena, y que comparta mis gustos y aficiones.

Mirando fijamente a ambas chicas, pude notar que algo estaban tramando, puesto que no dejaban de dirigirse miradas y sonrisas la una a la otra. Yo estaba algo nervioso, y fingía que sorbía un poco de té, aunque la taza ya no tenía ni la más diminuta gota de líquido.

—No me terminaste de decir si me lo prestabas o no —continúo Mell— seguro que la pasaríamos bien los tres.

—Tendríamos que preguntarle a él —respondía Vero— a veces tiende a ser un poco tímido.

—Oigan chicas —agregué— les recuerdo que sigo aquí.

Habían comenzado a hablar como si yo no estuviera presente, lo que me hizo sentir algo molesto, sin embargo esa molestia se mezclaba con una sensación de nerviosismo que resulta muy difícil de describir.

Tras unos segundos de silencio sepulcral, Vero se animó a decir:

—¿¡Que si quieres que hagamos un trio!? —Dijo Vero bruscamente— de eso estábamos hablando justo antes de que llegaras. ¡Ya, está bien, ya lo dije!

Toda nuestra conversación había sido en inglés, pero tuve que dirigirme a Vero es español por unos momentos. Su actitud un tanto brusca, arrebatada, y a veces poco sensible era algo que me encantaba, aunque no por ello resultaba a veces ser lo mejor para la situación.

—¿Qué onda contigo Vero? —le dije— tú y tus brusquedades, jajajaja.

—¿¡Qué!? ¡Ya lo dije! No sabía cómo planteártelo o decírtelo sin que te encogieras de hombros como siempre haces. Ella propuso hacer un trio, y a mí me pareció excitante, siempre y cuando seas mi novio y solo mío.

—¡Ay pues claro! —Agregué poniendo los ojos en blanco— ¡a nadie más amo como a ti!.

—Pues bien, ¿qué dices?

Mell se limitaba a observarnos con esos hermosos y expresivos ojos azules, esbozando una diminuta sonrisa en sus labios como si, en su interior, supiera exactamente lo que estábamos diciendo.

—¡Ash![1], siempre me pones en situaciones raras, ¿recuerdas aquella vez que quisiste hacerlo en un parque? ¡Casi nos arrestan por eso!

—¡Ahí va éste a sacar lo del parque!, ¡ya dije que lo siento! Además, aquí nadie te va a arrestar ni nada. ¡Ya di, sí o no!

Voltee una mirada a Mell. No mentiré al decir que era mucho más hermosa que Vero, y tampoco lo hago al decir que esos hermosos ojos azules, sencillamente me ponían de rodillas cuando se posaban sobre mí. Su hermosa piel blanca, su delicado cuerpo esbelto, sus pequeños pechos que sobresalían a través de la tierna playera azul que llevaba puesta…

—¡Esta bien! Acepto.

Coloqué mi mano derecha sobre mi rostro, tapando parcialmente uno de mi ojos y apoyando mi codo sobre la mesa, pensé: “¿Y ahora qué rayos va a pasar?, espero que esta idea no resulte mal, igual que las anteriores mil ideas que ha tenido Vero”.

—He has accepted “Él ha aceptado” —le dijo Vero a Mell— con la condición que te había propuesto, pero ha aceptado.

Mell esbozó una tierna sonrisa, y tras quitarse con la boca los restos de almíbar que aún tenía en sus dedos, se sentó a mi lado

—Se nota que es tímido, eso me agrada.

Comenzó a pasar su mano izquierda por mi cabello, acariciando suavemente mi mejilla derecha. No paraba de verme fijamente, como si yo fuese su novio. Le devolví entonces la mirada. Esos ojos, parecían ser dos pequeñas y delicadas gotas de océano azul, y al verlos, sentía que me ahogaba en esa tierna mirada suya. No pude resistirme más, y me acerqué a besarla. Sus hermosos labios rosas aún tenían el suave y dulce sabor de almíbar de cereza en ellos; ella era, justo como eso, una hermosa y delicada flor de cerezo, con dos gotas de océano azul como ojos.

Al separar nuestros labios, voltee la mirada hacia Vero, ella se acercó a mí y comenzó a besarme también, de forma más linda y apasionante de lo que lo había hecho Mell, utilizando sus labios para recorrer cada centímetro de mi boca; definitivamente Vero me conocía muy bien. Podía sentir las traviesas manos de Mell explorando mis piernas, apretando suavemente mis muslos mientras recorría todo el lado interno, hasta llegar a mis glúteos.

—Tiene unas piernas muy sexys, me encantan.

—Eso siempre ha sido algo que me ha encantado de él, y eso que aún no lo has visto desnudo.

Los tres nos levantamos de la mesa, y mientras tomaba delicada y suavemente las manos de ambas, como si ambas fueran mis novias, nos dirigimos a la recámara. Teníamos una humilde cama matrimonial, en la que cada noche dormíamos y hacíamos el amor Vero y yo, sin embargo esta noche sería diferente, esta noche compartiríamos esa cama con alguien más, esta noche dejaríamos entrar a alguien más a una parte muy íntima de nuestras vidas, y eso lo hacía verdaderamente especial.

Las caricias se convirtieron en besos, los besos despertaron pasión, la pasión encendió la llama de la vida, y en un abrir y cerrar de ojos nos habíamos despojado de toda prenda que cubriera nuestros delicados y tibios cuerpos, y no éramos más que piel, carne y hueso, ardiendo en el fuego de la pasión y el deseo.

Vero nunca ha sido el tipo de chica más envidiada por los hombres, sin embargo para mí tenía el cuerpo más perfecto que pudiera existir; con un hermosa piel blanca, pequeños pechos, suaves curvas no muy pronunciadas, y un pequeño trasero respingón que sobresalía lindamente tras sus piernas. Su estilo algo rebelde siempre me había cautivado, con su lacio cabello justo hasta los hombros, cambiando de color de vez en vez, a veces rubio, a veces rojo, otras veces verde… o el que había sido mi favorito; azul brillante.

—Me encantan sus músculos —dijo Mell— ¡qué fuerte luce! Pero estos muslos, estos muslos son de lo mejor.

Yo estaba sentado al borde de la cama, mientras Mell, arrodillada frente a mí, pasaba su lengua por todo el interior de mis muslos, acercándose lentamente a mi pene. Vero estaba detrás de ella, besándole la espalda y acariciándole los pequeños pechos blancos que sobresalían de su cuerpo. Poco a poco fue acercando su cuerpo más y más a la espalda de Mell, hasta que pudo restregar sus senos en ella, mientras utilizaba sus manos para masturbarle la entrepierna. Vero se movía de un lado al otro, soltando gemidos de placer, haciendo que sus pechos acariciaran la espalda de aquella linda chica, y utilizando el trasero de Mell para masturbarse el pubis. La excitación estaba al máximo, con mi pene expulsando líquido preseminal sin fin; tenía yo entre mis manos la sexy tanga de la que, segundos antes, había despojado al hermoso cuerpo de Mell. El morbo invadía mi mente, y no hacía más que restregarla en mi rostro una y otra vez, percibiendo el delicioso aroma que los jugos vaginales de ella habían dejado en aquella sexy prenda.

Me recorrí hacía adentro de la cama, para quedar recostado boca arriba apoyado sobre las almohadas. Mell subió junto conmigo, y comenzó a pasar la punta de su lengua sobre mi glande. Vero, por su parte, tomó su lugar junto a mí, utilizando su boca para lamer mis pezones y todo alrededor de mis pectorales. Mi piel blanca comenzaba a tensarse por la lujuria que recorría mi cuerpo. Con mi mano izquierda acariciaba suavemente la cabeza de Mell, haciendo a un lado su cabello para poder ver cómo lamia mi pene, con la otra mano hacia lo propio con Vero.

Mell utilizaba su lengua ahora para recorrer todo lo largo de mi pene, poniendo énfasis en dar suaves lengüetazos a mi glande, yo me limitaba a jadear una y otra vez, pues sentir la lengua de mi amada Vero recorrer mis pezones erectos, como solo ella sabía hacerlo, me hacía creer que llegaría al orgasmo.

—¿Acaso crees que solo tú mereces placer? —Apuntó Vero— Tú estás aquí para complacernos a nosotras.

—Tienes razón Vero, es momento de que nosotras recibamos lo propio.

Sentirme así, usado, sometido, a expensas de dos hermosas y celestiales chicas, rudas y sexys como ellas, no hacía más que excitarme aún más, lo que provocaba que mi pene se endureciera al máximo, llegando al límite de su capacidad; y pude ver como Mell había notado eso.

Ambas chicas dejaron sus faenas respectivas y esta vez tomaron posiciones distintas. Mell se montó encima de mí; por un momento pensé que me haría penetrarla, es más, ¡yo quería penetrarla!, ¡quería estar dentro de ella!, ¡quería sentir esa linda y rosada vagina alrededor de mi pulsante pene!, sin embargo ella solo sonrió y dijo:

—Aún no amor, aún debes darme más placer a mí.

Entonces se montó encima de uno de mis muslos, y comenzó a restregar su vagina en él. Pude sentir sus húmedos y rosados labios vaginales ir y venir adelante y atrás sobre mi muslo izquierdo.

—Ahhh, Mell, ¡qué exquisito es eso!

—¿Acaso te has olvidado de mí? —agregó Vero— ¡eso no te lo voy a permitir!

Acto seguido ella se subió encima de mi rostro, poniendo sus hermosos labios vaginales sobre mi boca, y dejando que la punta de mi nariz rosara su pulsante y sexy ano, pude entonces alcanzar a ver ese diminuto y sexy lunar que tenía justo en la línea divisoria de las nalgas, aquel pequeño lunar que solo era visible cuando separabas ligeramente las nalgas de Vero, como yo lo había hecho innumerables veces, ese pequeño detalle que solo yo conocía de su cuerpo, y que tanto adoraba. Siempre me había encantado besar ese diminuto puntito café, y restregar mi pene en él justo antes de penetrarla profundamente por su ano, sin embargo este día era diferente, este día no estábamos solos, y yo solo podía lamer su vagina, mientras era flagrantemente usado para darle placer a otro hermoso cuerpo femenino. En vista de eso, me dispuse entonces a utilizar mi lengua para complacerla como solo yo sabía que a ella le gustaba: besando su vagina suavemente, dándole ligeros mordisqueos de vez en vez a su clítoris. Utilicé entonces mis manos para recorrer las hermosas curvas de Vero, mientras ella no dejaba de jadear y de moverse sobre mi boca. Mis manos recorrieron sus senos, estrujándolos y tocando, como podía, sus erectos pezones, pasando por la parte baja de su pecho, su cintura, su depilado pubis, hasta llegar a sus muslos. No podía ver nada que no fueran las hermosas nalgas de Vero, con su pulsante ano abriéndose y cerrándose de placer, (o tal vez esto último lo hacía ella a propósito porque era, exactamente, lo que siempre me encantaba ver) pero por los sonidos que llegaban a mis oídos pude deducir que Mell y Vero estaban tocándose una a la otra. Mell no dejaba de masturbarse en mi muslo, dejándolo húmedo y resbaloso con sus fluidos vaginales, entonces sentí que dejó de moverse, se acercó a mi pene, y utilizando su mano para dirigir mi miembro hacia su sexy agujero, comenzó a penetrarse con él, hasta que logré sentir sus labios vaginales tocar mi hinchados testículos. Su vagina era estrecha, apretada, simplemente de ensueño. Podía sentir sus pliegues rozar mi glande, mientras ella se movía adelante y atrás para darse placer con mi miembro.

Por lo que mis oídos me ayudaron a deducir, Vero y Mell comenzaron a besarse con pasión, mientras yo utilizaba mi lengua como falo para penetrar la chorreante vagina de Vero. Los movimientos de Mell, de Vero y de mi lengua se hicieron cada vez más rápidos, más intensos; los pliegues de la vagina de Mell en mi pene, en mi glande, la vagina y el clítoris de Vero en mi boca, mi novia besando a otra chica con una pasión lésbica que yo había desconocido, todo eso nos llevó a una exaltación y sensualidad sin igual, hasta que ninguno de los tres pudo más, y estallamos al unísono en un orgasmo grupal que llenó la habitación de jadeos y gritos ensordecedores. Mi semen llenó completamente el interior de Mell, dejando una parte de mí, de mi intimidad, en lo más profundo de su delicado cuerpo, mientras ella chorreó líquidos orgásmicos sobre mis testículos, y mi rostro quedó completamente empapado con los dulces, y ya conocidos, fluidos de Vero.

Después de eso, los tres quedamos tirados sobre la cama, observando el “interesante” techo sobre nosotros.

—Eso estuvo genial —dijo Vero— nunca me imaginé que fuera tan sexy. Y tu amor —agregó volteando hacia mí con una tierna mirada y dándome un beso en la boca, haciendo que los fluidos vaginales de ella se mezclaran con nuestra saliva— siempre sabes lo que me encanta.

Así estuvimos un rato, sin decir mucho entre nosotros, pero utilizando nuestras manos para continuar tocando el cuerpo de quien estuviera junto a nosotros. Repentinamente Mell dio un brinco fuera de la cama y se dirigió hacia la cocina.

— ¿Qué tramará ahora esa chica?

—No lo sé Carlitos, pero seguramente es algo genial.

Al regresar, la hermosa chica tenía en sus manos el frasquito de cerezas en almíbar que habíamos dejado en la cocina.

—No hemos terminado —agregó Mell con una lujuriosa sonrisa en su rostro, mientras sacaba un poco de almíbar del frasco, y lamia lascivamente sus dedos— la noche es joven y aún queda mucho por hacer.

Continuará…

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[1] Expresión utilizada en México, y quizá otros países Latinos, para expresar que algo resulta incómodo o chocante.

(9,83)