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Mi adolescencia: Capítulo 1

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El día que cumplí los 20 años pocas cosas habían cambiado en mi entorno familiar. Mi padre tan severo, autoritario y déspota como siempre, mi madre condescendiente a todo y mis hermanos con la indiferencia que tanto les caracterizaba. Pero yo no. Yo no lo soportaba. Mis amigas me decían que era una rebelde, pero no era cierto, pues de serlo hacía ya mucho que hubiera abandonado esta situación.

Esa mañana invernal, que poco tenía de festejo cumpleañero, me pegué una ducha y, también como era habitual, el agua salió fría durante demasiado tiempo, de hecho, todo en mi vida era demasiado frío durante excesivo tiempo.

Después de la (por desgracia) espabilante ducha me conecté desganadamente al MSN. Las conversaciones triviales empezaron a surgir entre todo ese grupo de amigos, conocidos y algún que otro enemig@ acérrimo. Pero como siempre que me conectaba al MSN había algo que me asolaba, un nombre, una persona, un contacto del que hacía ya años no mantenía ninguna conversación pero que ahí seguía entre mis contactos y que probablemente permanecería siempre, aunque nunca más volviésemos a intercambiar palabras ya fuesen cibernéticas o en la vida real.

Y nuevamente, como era habitual, mis recuerdos empezaron a aflorar de nuevo y la presencia de Edu volvió a mí, a pesar de que intenté esquivarla de mis recuerdos una y otra vez. Sin buscarlo ni quererlo mis traicioneros recuerdos me hicieron volver a seis años atrás, cuando todas éramos unas crías atolondradas por los chicos de la pandilla y, sobre todo, por un chico en cuestión: Edu, el perenne Edu.

Bien sabía él, a sus 15 años, que era el gallo triunfante y victorioso de un gallinero repleto de tontas devotas que andábamos detrás de él como si todo lo que tocara fuera oro. Bien es cierto que la belleza física le acompañaba, así como el carisma y el encanto que algunos chicos tienen a esa edad pero que, en el caso de Edu, era potenciado por su prepotencia y seguridad. Y, como no podía ser de otra manera, él se aprovechaba de esa situación tonteando aleatoriamente con todas nosotras y hasta obsequiándonos con algún beso indecoroso en algunas noches excesivamente etílicas.

Nada parecía indicar que la relación con Edu fuese más allá de estos tontos escarceos, pero qué equivocada estaba cuando llegó aquella inolvidable fiesta que tanto iba a cambiar mi vida, tanto para bien como para mal.

A pesar de los seis años transcurridos recuerdo perfectamente todo lo que pasó aquella noche invernal y cómo iba a condicionar mi vida a partir de ese momento. Puede que solo tuviera 14 años, y que en la práctica seguía siendo muy niña e inocente, pero no era eso, en absoluto, lo que pensaba de mi misma, ya que me consideraba madura, adulta y responsable. Al menos mucho más que mis amigas. Que equivocada estaba.

Aquel fin de semana que me quede sola en casa solo se me ocurrió la brillante idea de organizar una fiesta a la que asistiera el mayor número posible de gente. Y sí que fue un éxito, y sí que estuvo repleta de gente pero, como era de esperar, mis ojos de reojo miraron una y otra vez a Edu. Él se movía como pez en el agua en su hábitat tonteando alegremente de flor en flor encandilando a las chicas y riéndose de tonterías con los chicos, vamos, su pueril comportamiento que tanto le caracterizaba.

Pero había una chica con la que no tonteaba, ni se reía, ni tan siquiera miraba (al menos directamente). Esa chica era yo, la única fémina que no le seguía el juego y no caía ante sus evidentes encantos. Mi frialdad, indiferencia, bordería y altivez con él era más que palpable y eso sé que era una espina clavada en su orgullo. Y como me gustaba que sufriera. Como disfrutaba sabiendo que me deseaba y que jamás le permitiría acceder a mí ni tan siquiera para mantener una conversación trivial.

Puede que mi orgullo, a pesar de tener solo 14 años, fuese excesivo pero la irracionalidad de la adolescencia es siempre excesiva e incomprensible, y más aún cuando las hormonas están en su punto más álgido. Este juego de indiferencia mutua con Edu me gustaba mucho, lo disfrutaba y saboreaba, y presentía lo mucho que le disgustaba que yo no parase de hablar con todo el mundo y de disfrutar la fiesta en todo momento ya fuese bebiendo, charlando, cantando, bailando o echando unas risas. Eso sí, a pesar de estar haciendo todas estas actividades, no podía evitar de vez en cuando mirarle de reojo.

El contrapunto a tanto desenfreno fue previsible, y es como de repente empecé a sentirme agotada y bastante bebida (no estaba acostumbrada a beber en esa época y probablemente aquella sería la primera o segunda vez en mi vida que me tomaba más de una copa seguida). Por lo que bastante tocada etílicamente me fui a mi habitación y solo me dio tiempo a descalzarme antes de tirarme vestida encima de la cama.

Francamente no podría asegurar cuánto tiempo había pasado, pues mi cabeza estaba muy atolondrada y bebida, me sentía borracha pero me gustaba, era una borrachera agradable que me hacía sentir relajada y a gusto. Puede que en algunos momentos me llegase a adormilar pero siempre me acababa despertando el ruido de la gente en la fiesta en el salón. Lo que jamás pude llegar a imaginar es lo que ocurriría unos minutos después.

Fue todo tan rápido que no pude ni siquiera llegar a sorprenderme de lo inesperado de la situación, pero allí estaba pasando realmente y es algo mi fértil imaginación jamás podría haberse planteado. Alguien había girado el pomo de la puerta de mi habitación y entrado en ella, incluso en la oscuridad pude identificarlo claramente. Allí estaba de pie el mismísimo Edu, contemplándome, mirándome y casi analizándome con sus ojos. Su mirada delataba cierta inseguridad, miedo y nerviosismo. Ante tal situación no se me ocurrió otra idea que hacerme la dormida. Nunca sabré si fue una decisión acertada o no el hacerme la profundamente dormida, pero sé que fue una experiencia inolvidable.

A pesar de hacerme la dormida, tenía los ojos lo suficientemente semiabiertos para visualizar cada uno de sus movimientos y, no podía negar, que me encantaba verle comportarse tan tímida y desconcertadamente ante mi presencia. Incluso estando yo aparentemente dormida, le cohibía mi presencia y le imponía un respeto tal que no se atrevía a acercarse. Finalmente, armado de valor, se atrevió a cerrar la puerta de la habitación y dar unos pasos hacía mí.

No podría decir, ni tan siquiera aproximadamente, cuántos minutos estuvo observándome de pie al lado de mi cama. A mí se me hizo una eternidad y supongo que también a él. Solo recuerdo la timidez con la que sus ojos me contemplaban de arriba abajo. Finalmente se armó del coraje necesario y se sentó en la cama, justo a mi lado. Ese hubiera sido un momento magnífico para dejar de hacerme la dormida y espetarle enfadada qué hacía en mi habitación. ¿Por qué no lo hice? No supe la respuesta entonces y tampoco la sigo sabiendo ahora.

No dejaba de resultarme curioso, a la par que divertido, como cambiaba en esa situación, es decir, como pasaba de ser el gallito prepotente y triunfante tonteando entre todas las chicas a estar intranquilo, nervioso, con miedo y aterrado por si yo me despertaba. Además, podía percibir su inmadurez en cada acto que realizaba.

Finalmente, de forma totalmente inesperada, llegó el momento que era inevitable. Edu había puesto su mano encima de la mía, solo rozándola, solo sintiéndola, pero fue tal la impresión que me hice incluso más la dormida ante lo desconcertada y expectante que estaba. No se atrevía a mover apenas la mano, solo acariciaba la mía tímidamente, como sopesando si realmente estaba dormida y borracha, verificando si podía seguir a mi lado.

Parece ser que mi convincente actuación haciéndome la dormida debió ser más que suficiente, porque no cesaron las tenues caricias de su mano sobre la mía. Era sorprendente la ternura con que acariciaba y lo poco que pegaba en un chico como él cuya imagen pública manifestaba ser todo menos un chico tierno y sensible.

Nada parecía indicar que pasase de dichas caricias. Que equivocada estaba. Pues cuando menos me lo esperé vi como apartaba el pelo de mi cara. Eso me hizo recordar inmediatamente una de las pocas conversaciones que habíamos mantenido en el pasado. Había sido unas 3 semanas antes y él se limito simplemente a decir que le gustaba mucho mi pelo rubio y que le parecía muy atractiva. Por supuesto no lo hice caso y le obvié por completo. Viendo ahora como me apartaba con delicadeza el pelo de la cara pude cerciorarme de lo verídicas que eran esas palabras de tres semanas atrás y de lo mucho que me anhelaba y deseaba.

No podría describir cómo me sentía. Por una parte, me llenaba de un gran placer comprobar como mi juego de indiferencia durante tanto tiempo estaba dando sus frutos. Si yo hubiese querido me podía haber enrollado a Edu desde el mismo día que nos conocimos, pero eso no era lo que quería mi orgullo. Quería que él realmente me desease, me anhelase y fuese su principal objetivo. La belleza física yo la tenía y sé que desde el primer día que me conoció se sintió muy atraído por mí, pero yo buscaba algo más. Buscaba que el gallito prepotente que encandilaba a todo el mundo se sintiese lo suficientemente perturbado por mí que eclipsase a todas las demás. Y era más que evidente que lo estaba consiguiendo.

En esos momentos, mientras acariciaba tímidamente mi pelo y mi cara, podía percibir sin rastro de duda cómo me deseaba y cómo en su mente (probablemente desde mucho tiempo atrás) llevaba deseando poder hacerlo. Sus caricias eran torpes, nerviosas y en algunos casos precipitadas como con miedo de que me despertasen. Yo las saboreaba mientras me hacía la dormida. Yo no sé si él llegaría a disfrutar, pues sus miedos, nervios e inseguridades al hacerlo delataban que no estaba disfrutando al 100% por miedo a que le descubriese.

Sus inmaduras, pueriles y torpes manos de repente dejaron de acariciar mi cara. Por un momento no supe que iba a hacer y si se iba a ir ya de la habitación. Fue solo un instante de espera, pues enseguida note como pasaba de forma muy sutil sus dedos por mis labios. A pesar de estar realizando todo esto como un juego para hacerle sufrir he de reconocer que yo también empecé a sentirme extraña. Tenía solo 14 años y nunca había estado antes con un chico, por lo que esos suaves movimientos de sus dedos sobre mis labios produjeron en mí ciertas sensaciones que me desconcertaron.

En la pandilla, quieras o no, todos también nos conocíamos el historial de todos. Y Edu, a pesar de su prepotencia y de sus aparentes maduros 15 años, era también un crío que apenas había tenido escarceos con chicas. Por tanto, el saber que probablemente yo era la primera chica que acariciaba me reconfortaba y agradaba.

Estaba yo disfrutando en ese momento sumida en mis pensamientos cuando me percaté que habían cesado los movimientos alrededor de mis labios. Por un segundo nuevamente pensé que había decidido irse ya de la habitación pero, de nuevo, fue una falsa alarma pues enseguida volvió, pero no a los labios.

De forma mucho más nerviosa que antes empezó a acariciar el cuello de mi jersey (llevaba yo esa noche un jersey de cuello alto). Empezó a jugar con el cuello del jersey, lo subía y bajaba, tocándome con tenues caricias mi propio cuello. No puedo negar que cuando me acarició el cuello sentí un escalofrío, pero es que nunca me plantee que llegase a rozar mi piel. Dichas caricias, a pesar de su evidente torpeza, desprendían mucha ternura.

Era realmente paradójica la situación, pues aunque fuese él el que estaba jugando con mi ropa y acariciándome era yo, en cierto modo, la que llevaba el control pues en mi estado de hacerme la dormida podía permanecer tranquila, impasible y relajada, mientras que él era un torrente de nervios y miedos.

Eso sí, la mítica noche acabaría con una sorpresa que francamente ni por un segundo me plantee. Y es que Edu, probablemente haciendo acopio de mucha valentía, pasó repentinamente su mano de forma lenta y pausada durante breves segundos por mis pechos por encima del jersey. Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar, pues me quede perpleja y conmocionada porque no me lo esperaba. Es muy probable que si ese momento hubiese durado más entonces hubiese sido el motivo definitivo y detonante para dejar la pantomima de hacerme la dormida.

Pero no fue necesario, pues antes de que terminaran mis pensamientos escuché como se iba apresuradamente de la habitación. No sé porqué se fue. Quizás se percató de que me estaba despertando, pobre iluso, si él supiera que hasta ese momento fue una marioneta en mis manos.

Fuese como fuese, esa experiencia de los 14 años fue tan impactante que se grabó a fuego en mi mente y fue algo que jamás pude quitarme de la cabeza. Al menos hasta justo 10 meses después, cuando la historia nos brindó una nueva experiencia aún más decisiva y que sí ya marcaría para siempre la relación (que eufemismo llamarlo relación) entre Edu y yo.

Cualquiera podría pensar que esos 10 meses desde que pasó aquello en mi cuarto cambiarían las cosas y las actitudes entre él y yo. Al contrario, se acentuó más aún la indiferencia mutua y a lo largo de esos 10 meses apenas intercambiamos más que alguna conversación trivial y estúpida, como si aquello nunca hubiese pasado. Salvo por una diferencia, ahora ya sí que yo percibía y detectaba su deseo por mí, y aunque ambos disimulábamos de forma muy convincente era palpable la arrebatadora pasión que nos unía. Si esto era así, ¿por qué no directamente enrollarnos? No, eso era demasiado fácil para mi orgullo. Prefería antes enrollarme con otros chicos, al igual que él empezó rolletes con otras chicas, pero el destino nos tenía preparado otro encuentro emblemático.

(8,90)