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Mi adolescencia: Capítulo 2

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Mucho habíamos madurado en esos 10 meses. Yo, a mis 15 años, me creía ya toda una mujer madura y él, a sus 16, también había cambiado mucho en todos los aspectos. Y nuevamente una fiesta, como no en mi piso, iba a detonar todo lo que se había ido acumulando en esos 10 meses de silencios, renuncios e indiferencias.

Lo curioso es que, a pesar de volver llevar a cabo una fiesta en mi piso de nuevo un fin de semana que me quedé sola en casa, no me plantee nada que pudiera surgir con Edu. Yo ya me sentía realizada con el juego de indiferencia y con saber la pasión que escondía en su interior por mí. ¿Qué era algo estúpido y absurdo nuestro comportamiento mutuo? Pues sí, pero el orgullo suele nublar por lo general todo raciocinio aunque las hormonas adolescentes estén ebullición sin cesar.

Poco podría especificar de lo acontecido en aquella segunda fiesta que se caracterizó por muchas risas, bailes, canciones y una considerable dosis de alcohol. Y, como era habitual y previsible, Edu y yo no intercambiamos ninguna mirada ni palabra, tan solo hubo un leve comentario: en determinado momento pasó a mi lado y me medio susurró al oído: “bonito jersey” y siguió su camino sin darme tiempo a responderle.

El jersey que llevaba era un sencillo jersey de rombos que no era ni más bonito ni más feo que cualquiera de mis otros jerseys de aquel Invierno. ¿Por qué hizo ese comentario? No lo sé, pero supongo que sería para despertar en mí un cierto interés hacía él como si eso fuese necesario. Fuese como fuese, me llenaba de dicha el comprobar cómo no pudo contener sus impulsos de espetarme esa frase solo por el mero hecho de llamar mi atención. Eso hizo que estuviese más, incluso todavía más,  borde, indiferente y fría con él durante el resto de la fiesta.

De todos modos, no podía evitar sentir cierta curiosidad por saber el efecto que estaba causando en él. Por lo que, aprovechando la excusa de que había bebido mucho, me fui a acostar a la cama con la ¿esperanza tal vez? de que se volviera a repetir lo acaecido 10 meses antes. Por lo que tumbé vestida encima de la cama y me armé de paciencia esperando. Durante los siguientes minutos pude comprobar como se desvanecían mis expectativas pues no apareció. Incluso hasta me plantee volver a la fiesta. Hice bien en no hacerlo.

El murmullo de la fiesta estaba en su máximo apogeo cuando oí girar el pomo de la puerta de mi habitación. Enseguida cerré los ojos y me hice la dormida y la borracha. Tenía los ojos totalmente cerrados, por lo que durante bastantes segundos no supe qué pasó. Fue una espera desesperante. No me atrevía a entreabrir mis ojos para comprobar que pasaba, pues así me delataría por lo que seguí haciéndome la dormida. Finalmente, vencida por la ansiedad y la curiosidad hice un gesto de moverme como dando a entender que tenía pesadillas. Fue suficiente. Al moverme pude ya entreabrir lo suficiente los ojos para comprobar que se trataba de Edu. En mi interior se produjo una satisfacción, lástima que no pudiera manifestarla con una sonrisa.

Nunca sabré qué me atraía tanto de esa situación: ¿qué él nuevamente hubiese mordido el anzuelo y sumisamente hubiera vuelto otra vez a mi habitación? Es posible que sí, pero no podría determinarlo con certeza. Estaba confusa entonces y sigo confusa ahora tantos años después. Solo sé que a mis 15 años era todo un torrente de emociones con las que disfrutaba sin cesar: miedo, inseguridad, excitación, nerviosismo, orgullo, curiosidad, etcétera. Pocas veces volvieron mis hormonas adolescentes a un nivel tan alto de ebullición como aquella noche invernal.

Lo que si marcó una diferencia de aquella noche con lo acontecido 10 meses antes es lo mucho que Edu se pensó el acercarse a mi cama. 10 meses antes apenas necesitó unos minutos para tomar la decisión de acercarse y sentarse a mi lado. Ahora los minutos pasaban unos tras otros y yo me exasperaba viendo como permanecía impasible solo contemplándome desde la distancia. ¿Tenía miedo? ¿Inseguridad? Fuese lo que fuese, necesitó muchos minutos para atreverse a dar el gran paso.

Estaba tan plenamente metida en mi papel de hacerme la dormida que ni me sorprendió cuando noté finalmente que se sentó a mi lado. Empecé a escuchar su respiración nerviosa y a percibir el miedo a la situación. De repente, como si nunca hubieran pasado esos 10 meses, volvió a apartarme el pelo de la cara con la misma ternura y sensibilidad que demostró la otra vez. Yo me sentía como si fuese la continuación de aquella otra noche, como si solo hubiesen pasado unos minutos y de nuevo estuviese disfrutando con las caricias sobre mi pelo. No dejaba de sorprenderme el enorme tacto, cuidado y cariño que desprendían sus caricias, ya fuesen sobre mi pelo, mis labios o el resto de mi cara. Era adorable esa mezcla de torpeza y afecto, muy lejos del comportamiento habitual de Edu ante todo el mundo.

Como suele pasar en este estado de atolondramiento en el que estaba no pude nunca saber cuánto tiempo trascurrió con esas caricias, pues a mí se me hicieron eternas cada una de ellas. El gran estremecimiento llegó cuando noté que sus manos pasaron sutilmente de mi cara a mi cuello. Apenas me rozaba. Apenas me tocaba. Pero el pasar tímido de sus dedos sobre mi cuello me produjo una gran agitación y vibración interna. Por un lado quería que siguiera rozándome el cuello con sus dedos, pero por otro lado no lo deseaba pues era tal la perturbación que acabaría delatándome y revelar que estaba despierta. Afortunadamente fui fuerte y aguanté. Hice bien, muy bien.

Edu jugaba con las caricias de forma ilusionada con mi cuello, casi de manera infantil e inocente. En un momento dado noté como empezó a jugar con el cuello de mi camisa. El cuello de mi camisa apenas sobresalía de mi jersey y el fue sacándolo poco a poco, jugando con él, tocándolo como si fuese algo fetichista hasta conseguir sacar casi por completo el cuello de mi camisa por fuera del jersey. Yo disfrutaba en todo momento, ya fuese por comprobar como le gustaba jugar con mi ropa o simplemente por la evidente timidez de sus actos.

Lo verdaderamente importante es que, este juego tonto y pueril con el cuello de mi camisa, parece que le infundó valor porque seguidamente siguió jugando con mi ropa. Al principio tímidamente solo recorría con sus dedos mis brazos, desde el hombro hasta mis manos, repitió este recorrido varias veces, y todas ellas de forma sutil, retraída y delicada. De repente, paró su mano junto a la mía. Empezó a acariciarla con una dulzura impensable en Edu, al menos en el Edu que todos conocíamos. A mi me encantaron y fascinaron esas caricias.

Puede que esas caricias sobre mi mano me cautivasen pero desde luego lo que me sobrecogió fue como, de manera imprevista, remangó un poco mi jersey y desabrocho lentamente el botón del puño de mi camisa. Fue solo un instante, un segundo. Al cabo de dicho instante pareció arrepentirse de su acción y me lo volvió a abrochar para, acto seguido, volver a desabrochármelo. Podía percibir perfectamente su miedo, inseguridad y lo muy cohibido que estaba.

El que yo me siguiera mostrando impasible ante tales acciones y siguiera en mi papel convincente de hacerme la dormida debió proporcionarle más valor, pues breves segundos después repitió la misma acción con el otro botón de la otra manga de la camisa. Yo lo noté más confiado, decidido y, aunque seguía notando su miedo y nerviosismo, empezó a adquirir más seguridad en todo lo que fue haciendo a partir de ese decisivo momento.

Dudo mucho que minutos antes se hubiera atrevido a dar más pasos, pero su recién adquirida seguridad en sí mismo y en el control de la situación le aportó más ganas de seguir jugando y de seguir experimentando excitantes sensaciones con estos pueriles juegos. Y, ¿por qué negarlo? yo también estaba un poco ansiosa y expectante ante lo que podía pasar y es que la imprevisibilidad de la situación la hacía más excitante, aunque podía asegurar que también me sentía algo nerviosa e intranquila.

Era inevitable que con el subidón de adrenalina que tendría Edu en ese momento siguiese tentado de seguir jugando con la ropa. Durante breves segundos casi me convenció de que no iba a seguir indagando y jugando, pero todas las dudas se desvanecieron cuando note como empezó a acariciar mi jersey. Sí, ese jersey que unas horas antes había piropeado y el causante de que me atreviese de nuevo a repetir la misma actuación de borracha adormilada acaecida 10 meses antes.

La delicadeza de sus manos alcanzaron su máximo exponente mientras jugaba con mi jersey. A través de dichas manos manifestaba mucha sensibilidad ya fuese acariciando el jersey por todas partes. Haciendo círculos con sus dedos o simplemente recorriéndolo de un extremo a otro, por las mangas, por mi pecho o por mi estomago. Yo sentía verdaderos escalofríos por el roce de esas caricias y empecé a ponerme muy nerviosa.

Dicho nerviosismo iba a aumentar considerablemente, pues sin darme tiempo a asimilar todas esas sensaciones y experiencias, Edu forzó más la situación y, de forma espontánea y natural, empezó a levantarme un poco el jersey. Lo hizo con mucho tacto, con cuidado, casi diría que con mimo. No fue un acto de atracción sexual, sino simplemente el acto de querer seguir a su instinto juguetón. Mi intranquilidad alcanzó cotas muy altas cuando empezó a acariciarme por encima de la camisa.


Todas las dúctiles y suaves caricias que había realizado por encima del jersey las realizaba ahora por encima de la camisa. Yo las notaba más intensamente. Sin casi poder respirar por todo lo que estaba pasando, Edu se precipitó más en sus acciones, pues metió la mano por debajo del jersey hasta llegar a mis pechos. En ese momento se me sobrecogió el alma y quedé paralizada. Me gustaba lo que estaba pasando pero no quería que me tocase las tetas, aunque fuese solo por encima de la camisa.

En ese momento sentí mucha vergüenza de cómo toda esta historia se estaba desmadrando en exceso. Sentí pudor y me avergoncé del absurdo juego de hacerme la dormida. Me planteé el fingir que me despertaba pero era tal la vergüenza que estaba pasando que me quedé petrificada. El hecho, es que en esos momentos, todos mis aires de madurez y seriedad se disiparon, me sentí como una niña de mi edad. Fue la primera vez en mucho tiempo que asumí que realmente era una chica de solo 15 años y no la mujer adulta que fingía ser.

Excusa decir que era la primera vez en mi vida que un chico me tocaba las tetas, aunque fuese por encima de la camisa, lo que produjo un torrente de sensaciones que se amontonaban y aglutinaban unas tras otras: excitación, nerviosismo, vergüenza, rabia, escalofríos y, sobre todo, una sensación de orgullo herido al comprobar cómo mi “venganza” psicológica contra Edu había dado un imprevisible giro de 180 grados y era él el que ahora disfrutaba de la situación que le había servido en bandeja.

De todos modos, he de decir a su favor, que dichas caricias por encima de mis tetas no fueron bruscas, impulsivas, agresivas ni desagradables. Al contrario, se caracterizaron por ser sutiles, delicadas y muy suaves, casi incluso imperceptibles de lo tenues que eran. ¿Por qué entonces no las disfruté? Pues porque aunque seguía siendo un juego él estaba disfrutando más que yo ¿Por qué no me dejé llevar por la situación dado que él me gustaba tanto y así disfrutar de lo que hacía? Pues porque mi orgullo era más fuerte que mi posible deseo sexual.

Desde cierto punto de vista que hasta ese momento hubiese estado ensimismado jugando con los rombos de mi jersey o con mi camisa me complacía y disfrutaba. Ahora bien, desde el mismo momento que colocó sus manos sobre mis pechos y empezó a acariciarlos (aunque fuese de forma agradable y delicada) todo cambió. Él se debió sentir también un poco desbordado y perturbado por la situación porque pocos segundos después retiró sus manos, aunque siguió jugando con mi camisa. Le gustaba pasar sus dedos por los botones, recorrerla de un lado a otro y disfrutar fetichistamente de todo lo que le ofrecía tanto mi camisa como mi jersey.

En el fondo, a pesar de sus 16 años, era como un niño inocente e ingenuo jugando a descubrir por primera vez el cuerpo de una chica, o a simplemente experimentar el placer de jugar con su ropa. Suponía una especie de compensación después de haberme observado durante tantísimo tiempo-por supuesto, de reojo-en la fiesta. Fueran cuales fueran sus motivaciones no me cabía duda de que aparentaba mucho más inseguridad e inocencia a sus 16 años que yo a mis 15.

Por un momento, en plena fiebre adrenalítica causada por la excitación del momento, temí que se atreviera a desabrocharme un poco la camisa, pues jugaba mucho dibujando con su dedo contornos alrededor de cada botón. Me debió pasar por cada botón por lo menos una docena de veces, pero nunca se hubo el menor indicio de querer desabrochar ninguno. Lo que no pudo controlar, desde luego, llevado supongo por el deseo jugar tanto con mi camisa que empezó a tirar de ella.

Yo llevaba la camisa metida por dentro del vaquero y Edu, al igual que un niño pequeño entreteniéndose con un juguete, empezó a tirar de ella hacía fuera. Yo lo noté todo perfectamente, noté con gran inseguridad y expectación cómo la camisa fue desprendiéndose poco a poco del vaquero. Todo ese proceso fue una eternidad, no sé cuánto tardó, pero a mí se me hizo largísimo. Yo solo notaba como se desprendía un poco más, y un poco más, y me preguntaba cómo se podía tardar tanto en sacarla del todo por fuera del vaquero. Una auténtica eternidad. Esa sensación y recuerdo de irla sacando poco a poco hasta que se desprendió del todo del vaquero es algo que jamás he vuelto a experimentar. Una de esas sensaciones únicas e irrepetibles que solo se producen una vez en la vida.

A pesar de estar completamente vestida con el jersey, camisa y vaqueros en esos momentos me sentía como si estuviese completamente desnuda. Fue la primera vez en mi vida que sentí lo que de verdad era el erotismo y cómo puede llegar a perturbarte con algo tan simple y anodino como desprender la camisa del pantalón. Sentía escalofríos, cosquilleos e inseguridad, no había nada de mi cuerpo al aire, pero yo me sentía desnuda, pudorosa y desprotegida. Afortunadamente esta turbadora e incómoda experiencia no iba a durar mucho más.

Todo fue muy rápido, como un sobresalto, pues Edu estaba cuidadosamente jugando con la camisa que me acababa de desprender del vaquero, cuando de repente sin motivo aparente se levantó de un golpe de la cama. Como si le hubiera dado una descarga eléctrica, como si de repente hubiera tomado conciencia de todo lo que estaba pasado y como si le entrase una gran vergüenza y miedo de cómo se estaba desarrollando todo eso.

Noté su respiración más agitada y acelerada. Y, antes de que me diera cuenta, salió de la habitación como si fuese un niño pequeño al que acababa de asustar un monstruo. Nunca supe el porqué de su reacción, solo supe que tras oír cerrar el pomo de la puerta respiré, me relajé y abrí los ojos tratando de asimilar todo lo que había ocurrido hasta entonces. Segundos después oí el ruido de la puerta de la calle al cerrarse. Estaba por fin sola, pues no se oía ya ni un alma en la fiesta.

Lentamente me incorporé, respiré y me senté en la cama. Estaba aturdida, atolondrada y muy confusa por todo lo ocurrido en esa noche. ¿Qué yo me lo había buscado y que probablemente disfrute tanto como él? Es posible, pero desde luego en ese momento jamás me lo reconocí a mí misma. Solo sé que me levanté, anduve torpe y atontadamente por la casa viendo los residuos que había dejado la fiesta y viendo que no acababa de digerir y asimilar lo acontecido decidí acostarme. Fue una sabía decisión, pues 10 segundos después de ponerme el pijama ya estaba completamente dormida. Y esta vez, de verdad.

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