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La esperada aventura con Conchi

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Recordaba haber pensado en Conchi alguna vez antes. Si que había tenido alguna fantasía antes con ella, algo rápido, nada especial ni recurrente.

Sin embargo creo que lo que paso después creció por puro morbo, o quizás un juego de seducción, un juego mutuo. Un juego largo.

No se cuando pudo haber empezado, nunca se lo pregunte, ni soy consciente siquiera de cuando empecé yo a jugar. Estas cosas surgen de tantas veces que salimos en pandilla. Su marido y yo nos conocíamos desde hacía muchos años y en cuanto empezaron a salir juntos nos la presento a todos, sin embargo pasaron muchos años desde aquello.

Si soy consciente de haberla observado, algunas veces detenidamente durante nuestras tardes de vinos, y si recuerdo especialmente un día de final de primavera donde prefiero empezar a pensar en nuestro juego. La tarde empezaba a oler a estío a hierba agostada y a pesar de estar anocheciendo, se agradecía estar sentados en aquella terraza. Yo había llegado con mi mujer un poco tarde, para no perder esa costumbre tan propia de nosotros dos. Todos nos esperaban sentados en dos mesas circulares de madera, de cara al jardín donde corrían los hijos de las otras parejas del grupo. Cuando me senté, quede situado entre las dos mesas y Conchi sentada enfrente mía. La curvatura de las mesas dejaba prácticamente vacío todo el espacio entre nosotros y cuando baje mi vista encontré sus piernas cruzadas delante de mí. Vestía un vestido muy ligero de color turquesa con unas sandalias en el mismo color, con tres finas tiras con algún adorno blanco. Creo que al menos deje caer los ojos hasta sus pies en un par de ocasiones para subir despacio por su pantorrilla y su pierna hasta donde el vestido me dejaba disfrutar de la adorable vista. Mientras continuábamos la conversación con muchas risas y alborotos, mi mirada cayó una vez mas, disfrutando de las sandalias de tacón, de sus juguetones deditos, del fino tobillo, la suave piel de su rodilla y muslo, y... de su mano, que separo despacio la abertura de su falda para dejarme libre una extraordinaria vista del interior de sus muslos ya ligeramente bronceados y del comienzo de la braguita blanca que vestía.

Un poco turbado fui incapaz de volver a bajar la vista durante toda la tarde, ni siquiera le presté atención durante la cena. Y lo cierto es que pensé en aquel gesto muchas veces en la siguientes semanas, pero fui incapaz de adivinar mas intencionalidad que la simple y fantástica casualidad.

Poco a poco mi juego se fue intensificando durante las siguientes tardes de vinos y cervezas. Mis miradas se multiplicaron, pero no aprecie gestos tan severos como para ajustar mi hipótesis de la casualidad.

Hasta el episodio de la playa, la playa era probablemente el lugar mas tranquilo donde solíamos quedar todos juntos, una playa que me gustaba pasear de un lado a otro, subir las dunas y caminar por la orilla., como siempre, solía anunciar mis caminatas, me agradaba la compañía durante esa hora de relax.

Ella se animó como otras veces, cuando subíamos una de las pequeñas dunas de la playa, dio un pequeño respingo y un gritito de dolor y se agacho, me giré hacia ella y le pregunte que le sucedía

―Me he torcido un poco el pie en la arena.

―Déjame ver tu tobillo, ¿te duele?

Me agaché y senté a su lado para comprobar su tobillo y cuando puse mis manos sobre él, ella cerró sus manos sobre las mías cuando las tenía sobre el final de su empeine, apoyo su cara sobre la mía.

― No es nada. Dame un pequeño masaje y acompáñame hasta el agua.

Bromeé y trate de no darle importancia, no la tenía. Su sanación fue casi milagrosa a los dos minutos del suave masaje por su puente, empeine y tobillo. Creo que la necesidad del paseo al agua y el rápido y terapéutico baño que nos dimos estaba más recomendada por mi calentura que por el dolor de su articulación.

Cuando regresamos a las toallas la mire en dos o tres ocasiones, siempre empezando por sus pies y terminando en su mirada que siempre me esperaba tras el recorrido por sus piernas.

Esa noche durante la cena en el restaurante de tapas del paseo marítimo, nos sentamos enfrente uno del otro. Estaba casi seguro que iba a ocurrir, yo me había rezagado a la hora de sentarme, mi mujer estaba sentada de mi lado de la mesa y su marido cerca de mi mujer. Yo espere para sentarme cuando solo quedaban unos pocos sitios y Conchi se sentó enfrente. Llevaba puestas las sandalias turquesas de tacón del final de primavera, escasos eran ya aquellas molestias vespertinas de su tobillo... je.je.

Durante la cena nuestros pies se juntaron en mas de una ocasión, alguna vez dobló su pie sobre el juego que le daba el alto tacón de la sandalia, para apoyar su pie contra el mío. La piel de mi mocasín era tan delgada, que cuando levantaba mi pie sobre el talón podía notar las tiras de las sandalias por todo el exterior de mi pie. La cena fue absolutamente deliciosa, hoy en día soy incapaz de recordar el menú. Durante la copas no creo que estuviésemos a menos de tres metros uno del otro.

Después de la gloriosa cena de verano no tuve absolutamente ninguna oportunidad para continuar con nuestros juegos, ni siquiera hasta el día de hoy hemos tenido ocasión de volver a disfrutar de los placeres bajo mesa.

Sien embargo la gloria se acercó durante estas navidades.

Nos encontramos a primeros de Diciembre a las puertas del centro comercial que queda muy cercano a las urbanizaciones donde vivimos.

― Hola

― Dos besitos, ¿De compras de Papa Noel?

―Mas o menos, estoy acabando con las compras para fin de año, acaba de dejar el vestido a arreglar y voy a comprarme bolso y zapatos.

―Uhhh.

―Vamos, ven conmigo, me vas a ser de ayuda,.. E... estoy segura de que te va a gustar.

En el centro comercial había un par de zapaterías. La selección fue extraordinaria, acorde al increíble gusto que había demostrado siempre, unas sandalias negras y plata de tacón alto no excesivamente fino, unos zapatos de salón negro y bordados verdes y unos zapatos de aire 80s, perfectamente escotados para su pie y con el talón abierto.

Estos eran un acierto absoluto, con la falda rodillera y aquellas medias negras tupidas y brillantes, Sin duda, un acierto, sin ver siquiera el vestido que había elegido solo una hora antes.

―Estos, no dudes.

―Seguro, no crees que el tacón es un poco alto.

― Stiletto perfecto, juego seguro para una noche de glamour y lujuria, para una seductora como tú.

Estaba casi seguro de poder liberarme lo suficiente de mi mujer durante la fiesta de fin de año para continuar con el juego abandonado durante el verano. ¡

―¡! Adulador, vicioso!!

―JE JE JE

―Te invito a un café, Pero salgamos de aquí, es calor es espantoso con la marea de gente que hay aquí.

La cafetería era la de un pequeño hotel que había a una manzana del centro comercial. Nos sentamos y charlamos durante casi media hora de medio millar de tonterías.

―Espera un segundo.

Conchi se levantó de la mesa y me dejó desordenado entre el pensamiento rápido y mis oscuras fantasías para la venidera fiesta de fin de año.

―Click click click, ring click ring,

El mensaje era tan devastador que mi pecho empezó a hacer un ruido que hasta el camarero percibía.

“Coge mis cosa y sube a la 212 "

La puerta ni siquiera estaba cerrada, la empuje suavemente. Ella estaba sentada a los pies de la cama. Tiré todas las cosas que llevaba en la mano sobre la butaca y me quede callado delante de ella.

Puso sus pies entre mis piernas y me pidió que le pusiese los zapatos nuevos. Cuando me puse de pie, subió sus pies acariciando mis piernas por el interior hasta apoyar la planta sobre mi entrepierna dura y palpitante. Se levantó y se desnudó, no me dejo moverme mientras ella se desnudaba de pie sobre la cama, pero sin quitarse las medias y los zapatos.

Cuando se sentó de nuevo al borde de la cama levanto de nuevo sus pies recién calzados con aquellos hermosos zapatos y recorrió acariciando el interior de mis piernas desde mis pies hasta con una lujuria asombrosa posarlos sobre el bulto del pantalón donde mi polla, durísima ya por la excitación los esperaba ansiosa.

Se adelantó para desnudarme completamente, comenzando a acariciarme la tiesa polla que la apuntaba directamente a la cara. Recostándose de nuevo ligeramente alzo sus piernas para atrapármela de nuevo entre sus zapatos.

― ¿Esto es lo que querías, verdad?

Y comenzó a pajearme apretándola suave entre los dos zapatos. Cuando estaba en pleno orgasmo, a punto de empaparle las piernas, se acercó de nuevo, cogiéndomela la metió solo hasta el glande en su boca y empujó despacio con la punta de la lengua la punta hasta que notó como empezaba a humedecerse y dejar que explotara por fin sobre su cara.

Se separo, y tirándose en la cama, separo sus piernas en el aire y agarrando mi cintura me empujo hacia ella.

―Ahora te toca a ti.

La arrastre hasta que solo la mitad de su culo quedaba apoyado en la cama, arrodillado la vista que me ofrecía era increíble.

Su coño estaba recién afeitado, sus labios se separaban ligeramente en su parte final, podía distinguir claramente como unas pequeñas gotas de babilla colgaban de finos hilos brillantes. Comencé a lamerle sus muslos para ascender despacio hasta la piel suave que separaba su culo y aquel increíble coño. Con varias lamidas largas a cada lado de la entrada, disfrutando de sus pliegues, su cuerpo empezó a moverse, sus manos de bajaron y separando ligeramente con los dedos los labios me mostró su rosado y pequeño botón del placer.

―Vamos, cómelo. Lámelo.

Me entretuve un buen rato lamiéndolo, dejando que mi saliva bajase por la lengua para que su clítoris estuviese siempre empapado y mientras tanto empecé a penetrarla con un dedo.

Llego de golpe y silenciosamente a una pequeña cadena de orgasmos e inmediatamente me decidí a follarla para que continuase con su placer.

Me puse de pie para penetrarla, solo un poco muestras deslizaba mis manos sobre sus piernas Le levante ambas piernas a la vez para ponerlas a un lado de mi cabeza, le besaba los tobillos y le apretaba los pies a un lado y otro de mi cara mientras y la incruste lo mas profundo que pude para allí darle ligeros golpecitos contra la pared final de su empapad ismo coño hasta reventar.

Hoy solo puedo pensar en la fiesta de fin de año.

(8,00)