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Gusano (06) - La Diversión de los Chicos

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Mi condición de gusano ya no iba a dar marcha atrás.  Por un lado estaba prendado de Jordan.  No solo le temía, era sobre todo que el poder y la autoridad que el chico ejercía sobre mí se me habían vuelto como una droga que yo necesitaba para respirar.

Además estaba el hecho de que me había aficionado tanto a sus pies, que ya no concebía mi existencia sin tener la posibilidad de adorárselos con una devoción que superaba cualquier otra cosa.  Dependía de Jordan, de la seguridad que me brindaba estar bajo su mando, de su autoritarismo y su altivez al tratarme.

Cada vez lo admiraba más y le rendía culto sin siquiera preocuparme de porqué me pasaba eso con aquel chico casi tres años menor que yo, pero que al mismo tiempo se mostraba tan dominante, tan decidido, tan lleno de condiciones para darme órdenes y para hacerse obedecer por mí con servilismo total.

Estaba tan rebajado, y no solo ante Jordan sino además ante todo el grupillo de chicos, que él les había dado poder sobre mí para que me usaran como les diera la gana y para que me castigaran cada vez que les saliera de los cojones.  Solo les había puesto una condición que yo le había agradecido aumentando mi devoción hacia él.

— Lo podéis apalear cuando queráis… – les había dicho Jordan –…pero sólo le podéis dar de bofetones y patearle el culo.  Yo soy el Dueño del gusano y no quiero que lo arruinéis…cualquier otro castigo lo consultáis conmigo y lo decido yo… – les advirtió.

Para mí quedó claro el mensaje y tuve que resignarme a estar bajo el poder de los otros chicos, so pena de que Jordan me apaleara o, peor aún, que me excluyera del grupo y dejara de ser mi Dueño.  Aquello me llevó a ser no solamente el sirviente de todos, sino a convertirme en el principal objeto de diversión para aquellos juveniles sádicos que parecían desarrollar cada día más su creatividad para joderme, para humillarme y para usarme.

Las formas en como se burlaban de mí y me jodían eran muy diversas.  Las que más recuerdo y que más me marcaron fueron las increíbles guarradas a las que me sometían, con el único propósito de torcerse de risa viéndome gimotear por la humillación y el asco.  Y una de las maneras más frecuentes de divertirse a mi costa era haciéndome tragar infinidad de cosas muy sucias.

Aunque yo siempre iba en partes iguales con todos los demás cuando se trataba de comprar algunos refrescos o golosinas, Jordan nunca me permitía comer hasta que todos se saciaban, si es que quedaba alguna cosa para mí.

No me importaba demasiado aquello, pues generalmente mientras ellos se hartaban, yo debía dedicarme a chuparle los pies a Jordan y eso para mí era mucho más apetecible que ningún refresco o ninguna golosina.

Una tarde en el refugio, Jordan reunió el dinero de todos y me ordenó ir por algunas golosinas.  Fui corriendo a traer el mandado y cuando regresé con la bolsa llena, les ofrecí a los chicos que tomaron cada cual lo que quiso mientras yo volvía a mi oficio de lamerle los pies a mi Dueño.  En esas estaba cuando Wil comentó mal conteniendo la risa:

—El gusano estará hambriento…déjalo que venga para darle algo de mi pastel… – le pidió a Jordan.

Jordan me empujó y me ordenó acercarme a Wil.  Abandoné con desgano la tarea de lamerle los pies al chico para ir a ver qué quería de mí aquel pesado.  Wil me ordenó arrodillarme ante él y lo vi llevarse un buen trozo de pastel a la boca para empezar a masticarlo despacio, mientras me dedicaba una mirada de burla y sadismo que me hacía estremecer de miedo y de odio.

—¡Abre bien tu hocico, gusano! – me ordenó Wil con su propia boca llena de pastel.

Y cuando le obedecí, el muy cerdo me escupió bien adentro de mi boca aquel amasijo a medio masticar y bien condimentado y húmedo de su saliva.  Aquello me asqueó demasiado y al tiempo que los chicos se torcían de risa me incliné y boté toda aquella pasta que Wil me había escupido.

Hacer eso fue mala idea.  Al recuperarse un poco de su ataque de risa, Wil se dio cuenta de lo que yo había hecho y se me quedó viendo con verdadera furia.  Sin pensárselo ni por un instante levantó su mano y me asestó tremendo bofetón.  En seguida, sin que me hubiese podido recuperar del primer golpe, me obsequió otro igual y me ordenó:

—¡Inclínate y trágate lo que te obsequié, gusano desagradecido!

Los ojos se me llenaron de lágrimas más por la humillación que por el golpe.  Giré un poco mi cabeza y me volví a mirar a Jordan buscando algo de clemencia en él.  Pero fue inútil.

—¡Obedece, gusano hijoputa o Wil te va a moler a patadas el hocico! – me gritó Jordan.

No tuve más remedio que obedecer lo que me mandaban y debí lamer del suelo aquel amasijo de pastel escupido por Wil y que ahora también estaba condimentado con mi propia saliva y con algo del polvo que solía acumularse en el piso del refugio.

Aquello fue como si a los chicos se les hubiese ocurrido de repente que podían obligarme a tragar cualquier cosa.  Aún estaba terminando de lamer aquella asquerosa pasta escupida por Wil y por mí, cuando Andy también escupió algo de su pastel en el suelo y me ordenó ir a lamerlo.  Y no había terminado de obedecerle a Andy cuando tuve que ir a divertir de la misma forma a Philip.

Y para rematar, Jordan también hizo lo propio y le agregó algo más.  Mosqueado seguramente al ver mi comportamiento ante Wil, mi Dueño escupió también una porción de su pastel al suelo y cuando yo ya me disponía para lamer, me apartó de una patada, carraspeó aclarándose la garganta y disparó sobre aquello un lapo espeso y verdoso que vino a coronar la asquerosa pasta.

—¡Ahora trágatelo, gusano hijoputa!

Ni siquiera pensé en implorarle algo de clemencia.  Con toda docilidad y llorando de humillación, me incliné y empecé a sorber y a lamer aquel asqueroso obsequio de Jordan, hasta dejar el suelo muy limpio, al tiempo que las carcajadas de los chicos parecían estallidos de fuegos pirotécnicos.

Desde ese momento los muy cabrones se dedicaron a escupir en el suelo ya no solo trozos de pastel a medio masticar, sino sobre todo saliva y lapos que yo debía ir a lamer puesto en cuatro patas mientras ellos se ponían morados de risa y competían por cuál iba a soltar el lapo más espeso y asqueroso.

Y cuando eso empezó a dejar de serles divertido o cuando ya no tenían nada más que escupir, Jordan tomó un pedazo de pastel y me lo lanzó a la cara ordenándome que lo amasara sobre el suelo haciendo una pequeña bola.  Entre tanto les propuso a los chicos jugar el juego de “el bobito” y les explicó de qué se trataba.

—Mejor lo hacemos todos descalzos… – propuso Philip –…para que el gusano nos tenga lamer nuestros pies…

Jordan y los otros chicos acogieron entre risas la propuesta del nene y tuve que ir yo mismo a descalzar a uno por uno, empezando por Philip y siguiendo con Wil y Andy.  Mi Dueño ya estaba descalzo, pues desde hacía un buen rato yo había estado chupándole sus bonitos y olorosos pies.

Cuando ya todo estuvo a punto para el perverso juego que Jordan había propuesto, él mismo me explicó las reglas.  Yo sería el bobito y andaría a cuatro patas persiguiendo aquella bola de pastel y polvo que había amasado previamente, tratando de recogerla con mis labios para comérmela, mientras los chicos iban pateándola y pasándosela entre ellos.

—¡Ni se te ocurra hacer trampa metiendo tus manos, gusano! – me advirtió Jordan – ¡Si haces trampa te muelo a patadas!

—Si Jordan… – me atreví a decirle –…como tú digas Jordan…

Entonces el chico puso uno de sus pies sobre aquella extraña bola, cubriéndola a penas para no ir a aplastarla y, siguiendo las reglas del juego, yo debí lamerle ese mismo pie, tratando de convencerlo de dejarme comérmela.

Dado que la idea era humillarme y divertirse a mi costa, era obvio que no iba a convencer a Jordan lamiéndole su pie.  Así que luego de unos instantes me puso una de sus plantas en la cara y me empujó con fuerza obligándome a apartarme y pateó la bola que fue rodando directo hacia los pies de Andy.

Aquella operación fue repetida en todo por el chico, mientras los otros se ponían morados de risa y cada uno instaba a Andy para patear la bola de nuevo.  Y luego de lamer aquellos pies apestosos y ásperos debí ir a chupar los pies de Philip y de allí a los pies de Wil y de vuelta a los pies de Jordan.

En esas nos estuvimos por un buen rato, mientras la asquerosa bola iba poniéndose negra al recoger el polvo del suelo y el sudor de los pies de los chicos.  Mientras tanto yo debí lamer tanto que hasta los pies de Andy se pusieron blancos y ya no parecían tan ásperos ni apestaban tanto como al principio.

Hasta que al final Wil pisó la bola con fuerza aplastándola y embarrándosela sobre su planta.  Y para rematar mi humillación y su diversión, yo debí lamerle su pie para recoger con mi lengua y tragarme aquel asqueroso “juguete” que tanto los había divertido.

Y a instancias de Jordan, aún debí quedarme echado besuqueándole y chupándole los pies a Wil, en agradecimiento por haber sido “tan generoso” de dejarme comer aquella asquerosa bola de pastel, amasada con polvo del suelo, la saliva, los lapos y el sudor de los pies de los chicos.

Esa tarde todo concluyó ahí.  Pero las veces siguientes que repetimos semejante guarrada, los chicos iban encontrándole variantes que a mí me costaban lágrimas y que a ellos los hacían torcerse de la risa.

Como la vez que luego del juego de “el bobito” y de hacerme lamer el suelo del refugio hasta dejarlo casi brilloso, Jordan pareció compadecerse de mí suponiendo que tendría mi lengua reseca como una estopa, después de tanto usarla masajeando los pies de los chicos y limpiando el polvo del piso.

—¿Te apetece un poco de refresco, gusano? – me preguntó Jordan sonriéndome.

—Si Jordan…gracias Jordan… – le respondí en cuatro patas ante él mientras seguía lamiendo el suelo entre sus pies.

Sin más agarró un enorme vaso y sirvió en él un poco de refresco, tan sólo lo suficiente como para uno o dos sorbos muy cortos.  Me lo ofreció con una sonrisa y en el momento en que yo iba a tomarlo para beber, lo retiró y mirándome a los ojos dijo:

—¡Oh…pero es muy poco…y con la sed que tendrás, gusano!  ¡Espera que voy a agregarte algo más!

Y sin más carraspeó y escupió un espeso lapo dentro del vaso, mezclando aquel viscoso líquido de su garganta con las gotas de refresco que estaban destinadas para calmar mi sed.  Por poco me pongo a llorar, no sólo por el asco que me suponía el saber que Jordan me obligaría a tragarme aquello, sino porque de verdad estaba sediento como si llevara días en un desierto.

—Lo siento, gusano… – dijo Jordan como disculpándose –...pero esto sigue siendo poco para la sed que tendrás… – ¡Anda y le ruegas a los chicos que te aumenten un poco tu refresco! – me ordenó finalmente.

No tuve más remedio que hacer lo que me ordenaba y arrastrándome de rodillas me le acerqué a Wil y sin más le ofrecí mi vaso para que hiciera lo mismo que había hecho Jordan.  Pero el muy cabrón se quedó viéndome con una sonrisa y como si no entendiera de qué iba aquella humillación y dirigiéndose a Jordan le preguntó mal conteniendo la risa:

—¿Tú sabes lo que quiere el gusano?

—¡Le tienes que suplicar, gusano estúpido! – respondió Jordan dirigiéndose a mí.

Me vi en la obligación de hacer lo que Jordan me ordenaba y con un hilo de voz, tratando de parecer lo más humilde posible ante aquel pesado hijoputa que era Wil, le supliqué que aumentara un poco mi refresco.  Pero el muy cabrón aún no se mostró tan dispuesto a acoger mi petición y me obligó a humillarme más.

—No sé… – dijo el hijoputa de Wil –…es que tú nunca quieres comer lo que yo te doy y además te pones como enojado…

—¡Suplícale, gusano estúpido! – me ordenó Jordan a los gritos al ver que yo me quedaba en silencio y con la cabeza gacha.

—Po…por favor…Wil…te lo suplico…po…por favor…

—¡Está bien…voy a hacerlo! – sentenció el hijoputa –.  Y como seré bueno contigo me tienes que agradecer…

Me ordenó que le acercara mi vaso y escupió en él un espeso lapo.  Enseguida movió sus pies con impaciencia y me ordenó que le agradeciera “tanta generosidad”.  Sin más remedio me incliné hasta el suelo y se los besé musitando algunas palabras de agradecimiento que hacían que él mismo y los otros chicos se torcieran de risa.

Igual operación hube de repetir con Philip y Andy y cuando ya creía que debía ir a tragarme aquella asquerosa mezcla de refresco, salivazos y lapos, Jordan me ordenó que fuera a mostrarle mi vaso para ver hasta dónde había rendido mi refresco.

—¡Aún es muy poco! – sentenció mi Dueño.

Me quedé de piedra al oír aquello.  No podía creerme que a aquel nauseabundo y viscoso líquido se le pudiera agregar nada más.  Pero Jordan ya tenía en mente algo mucho más perverso que simplemente escupir para aumentar mi refresco.

Así que enseguida me hizo poner de rodillas a dos pasos de donde estaba sentado y me ordenó que sostuviera mi vaso a la altura de mi cara.  Los otros chicos aguardaban expectantes por lo que vendría y cuchicheaban oyendo a Jordan y viendo la docilidad con la que yo le obedecía todas sus indicaciones.

Se puso en pie y viéndome a los ojos con una sonrisa burlona, empezó a correr el cierre de sus vaqueros.  Yo aún no adivinaba lo que se proponía y no tuve más remedio que quedarme ahí, sosteniendo mi vaso mientras Jordan liberaba su polla.

Lo primero que se me pasó por la cabeza es que el chico quería presumir de cuán grande tenía la polla, pues aún sin acabar de entrar en la adolescencia, ya lucía un tamaño más que apreciable aunque ni de lejos la tenía tiesa.

Con todo cuidado la apuntó hacia mi vaso y soltó un chorro de meo que me alcanzó a salpicarme la cara antes de empezar a mezclarse con todo el contenido del recipiente, ayudando a que todo aquello se combinara y haciendo espuma sobre las gotas de refresco y los generosos y espesos salivazos y lapos.

Mi vaso era de esos de más de medio litro y alcanzó a contener casi toda la meada de Jordan, derramándose tan solo unas gotas sobre el suelo.  Los chicos se torcían de risa por enésima vez mientras el chico se sacudía la polla y la guardaba de nuevo entre sus vaqueros, al tiempo que yo, ya sabiendo lo que me esperaba, lloraba con desconsuelo y en el colmo de la humillación y el asco.

—¡Ahora sí está bueno tu refresco, gusano! – se burló Jordan - ¡Trágatelo sin derramar ni una gota que tendrás mucha sed!

Hipando entre sollozos, tuve que apurar aquel asqueroso “refresco”.  Tragué lo más rápido que pude, sintiendo cómo por mi garganta resbalaba el viscoso y tibio líquido.  E increíblemente, gracias a las amenazas de Jordan, que prometía molerme a patadas, logré tragar hasta la última gota y pude evitar las acuciantes ganas de vomitar.

Ese tipo de episodios parecían ser el sumun de la diversión de los chicos y para mí constituían verdaderos infiernos de humillación.  Sin embargo, la autoridad que ejercía Jordan y toda la admiración que yo le profesaba, alcanzaban para que me sometiera a sus cabronadas y les sirviera como el más rendido y dócil de los esclavos, tanto a él como a los otros chicos.

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