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Mi encuentro conmigo

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Por la noche Daniela despertó dos o tres veces, tenía sueños muy extraños, más que pesadillas eran raros. No podía explicarlo, no entendía porque tenía esa sensación de miedo en su ser.

Por la mañana, despertó y notó que la luz entraba por la ventana de enfrente ¿de enfrente? La ventana de su habitación estaba al costado derecho. Se levantó de un brinco y vio cada una de sus cosas, muebles, ropa, zapatos en su lugar, pero en otra habitación. La que ocupaba para ejercitarse. Luego escucho voces y le dio miedo. Le aterraba el pensar que se metieron a robar, no grito. Se acercó a la puerta y escucho con atención.

—¿No vas a desayunar?

—No amor, tengo junta. Pero en la noche te traigo la comida china que tanto te gusta.

—Bueno mi amor, acá te espero con algo de vinito.

—Me voy… dame mi beso.

—¡TE AMOOO!

La voz le parecía similar, era extrañó. Tan pronto escucho música, se decidió a salir. Increíblemente era música que a ella le encantaba, canciones clásicas de Don Omar con las que acostumbraba ejercitarse.

Camino muy lentamente, estaba en su propia casa pero se sentía extraña. La música salía de lo que ella conocía como su recamara. Le temblaban las piernas, el corazón le palpitaba a mil por hora, pero seguía dando pasos. Cuando por fin llegó a la puerta y se asomó un poco, vio a una mujer en su elíptica, con sus leggings rosas. Además se parecía mucho a… ¿pero qué pesadilla es esta? La mujer levantó la vista y vio su reflejo y el alguien más detrás de ella.

—¡HAAAA!

—¡HAAAA!

Las dos cayeron al piso al mismo tiempo, y se taparon la boca para contener otro alarido, se miraron fijamente, llenas de asombro y miedo.

—¿Eres…?

—¿Eres…?

—Es que tu…

—Es que tu…

Hablaban en sincronía, se movían en sincronía, eran idénticas.

—¿cómo te llamas?

—Daniela, y tu…?

—Da… Daniela.

—Eres muy bonita.

—somos… pero, ¿cómo llegaste aquí?

—Aquí vivo, con mi esposo Paco

—¿Estas casada?

—¿Tu no?

—No, ni loca.

Comenzaron una conversación casi interminable, tenían las mismas aficiones, comían lo mismo, vivían en la misma dirección, aunque no sabían cómo era posible tal cosa.

—Mira, llevamos casi seis horas aquí tiradas platicando. ¿Tienes hambre?

—Muy poca.

—Me baño y te preparo algo.

—Yo te ayudo.

La siguió hasta el baño, miraba sus caderas al caminar, era realmente hermosa y después de tanta plática se sentía compenetrada. Por fin alguien entendía sus emociones.

—¿puedo…?

—¿Qué cosa?

—¿te puedo mirar mientras te bañas?

—Claro, no veras nada nuevo. Te lo aseguro.

Los movimientos delicados para quitarse la ropa, esa manía de esperar fuera hasta que el agua caliente comenzaba a caer, todo le gustaba. Luego venía ver sus labios delgados pronunciando cada palabra. Cuando la vio desnuda, supo que las horas en el gimnasio no eran en vano, las piernas tonificadas y esas nalgas que parecían reventarían los leggings, con los chorros de agua recorriendo su cuerpo. El jabón cubriendo su espalda. Cuando se dio cuenta, estaba tocándose excitada.

Sin pensarlo, se acercó, le acarició la cintura. Sintió como se erizaba la piel de ambas. Daniela volteó para tomarle la mano, estaban frente a frente. Sus labios se fundieron en un beso, se acariciaron al unísono.

—Eres bellísima

—Tú también

—me gusta mucho…

—¿Mi olor?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Me gusta tu olor, por cierto. No te quitaste la ropa.

—Cierto.

—Ven vamos a que te seques y a que te pongas algo.

En cuando llegaron a la habitación cayeron una encima de la otra y de nuevo se besaron, esta vez sus lenguas jugaban y se tocaban sin tapujos.

—Que ricas nalgas!

—Gracias, igual me encantan las tuyas.

Recorrieron cada parte de sus cuerpos a besos, sus muslos, los pezones, la espalda y los oídos. Ambas sabían que eso las volvía locas, fueron revolcándose por la cama hasta que formaron un 69.

—La tienes rasurada.

—así le gusta a mi esposo, así con poquito vello se te ve divina y sabe mmm deliciosa.

Llevaban ya un par de orgasmos, no parecían cansarse de chuparse mutuamente, tanto que ni siquiera advirtieron la presencia de su esposo. Estaba en el umbral de la puerta con una bolsa de comida en la mano y la boca abierta, lleno de incredulidad.

¿Cuál de las dos era su esposa? Nunca le hablo de una hermana gemela. Y además Dios santo sabía que era imposible que existiera otra mujer como ella, rebasaba la perfección 97 de pechos 57 centímetros de cintura y un 127 de caderas que lo volvían loco.

—Mmm mmm ¿amor?

Salieron del aquel idilio de amor y voltearon al mismo tiempo.

—Traje la cena, me puedes explicar… no sé cuál de las dos.

—Ella es Daniela.

—Si si mi esposa.

—No, tu esposa soy yo…

—Pero…?

—Invítalo, hace semanas que no…

—¿Quieres unirte Paco o seguirás cargando la comida?

—Vamos a hacer lo que quieras.

En lugar de irse encima de ellas, fue hasta el guardarropa y sacó un par de conjuntos de lencería.

—Ponte esto y tu esto.

Medias y cacheteros de encaje con ligueros. Un juego negro y otro blanco.

—¿Y ahora?

—Ahora empínense!

Obedecieron y se juntaron al borde de la cama para luego levantar su culo al aire, se turnaba para hundir su cara entre sus nalgas para chuparles cada parte y sentir en su lengua el sabor de ambas. Luego uso sus dedos, frotaba sus clítoris tan rápido que se le dormían los brazos.

—Haaa! Que rico!

—Que delicioso haaa!

En cuanto ellas tuvieron otro orgasmo y le mojaron las manos, el se acostó y les tomó la nuca para que así, con el culo arriba, ambas le mamaran la verga. Esa boquita dulce multiplicada por dos lengüeteaba su verga y jugaba con sus bolas mientras Paco el disfrutaba de aquella paradisíaca imagen.

Después se recostó y jalo a Daniela hasta él y la sentó justo en su cara, mientras la otra Daniela lo cabalgaba, su lengua seguía moviéndose con toda la habilidad posible, ese elixir lo volvía loco. Luego, ellas cambiaron y él estaba feliz. Sintió como un orgasmo le recorría la boca, lo absorbió sin dudar. Estaba listo y volvió a empinarlas al borde de la cama. Solo hizo de lado los cacheteros y comenzó a meter su verga en una y otra.

—haaa!

—haaaa!

—Rico

—Que rica verga tiene tu marido!

—Que ricos culotes, eso si es delicioso.

Las nalgadas de ambas rebotaban contra él y disfrutaba intensamente, estaba a nada de terminar. Pego un brinco y quedo frente a ellas; les levantó la cara y las juntó, mejilla con mejilla y se vació sobre sus hermosas caras, ellas seguían besándose y recibiendo el semen en sus rostros. Para Paco era lo más grande que le había podido pasar en su vida. Seguía restregando su verga contra ellas aunque ya no salía nada.

—¿Te gusto?

—¿Te gusto?

—Que dicen! Me fascino, son bellísimas y están buenísimas

Ellas seguían lamiéndose el rostro, limpiando y tragando cada rastro de semen. Después los tres se quedaron dormidos. Al día siguiente Daniela buscó a Daniela entre sus brazos, pero ya no estaba. ¿Fue un sueño? ¿Tal vez alucino?

Tenía puesta su lencería blanca, y el sabor a semen seguía en su boca. Se levantó y buscó en cada habitación, no encontró ni un rastro de Daniela.

El timbre sonaba sin cesar y después de tomar una bata, salió. Era el vecino Francisco que quería un poco de azúcar. Aunque ella sabía que solo venía a verla e inventaba cualquier pretexto para tocar a su puerta.

—Oiga vecino

—Dígame señorita Daniela.

—¿Y si pasa y le preparo el desayuno?

—¿en serio? Gracias señorita.

—Solo dime Daniela, tú eres Paco.

—Sí, así me dicen.

@MmamaceandoO

(9,00)