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Gusano 08 - La Cucaracha y el Gusano

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Haber tenido que mamarle la verga a Jordan y a su primo me causó una terrible confusión.  Por un lado me sentía tan sucio y asqueado que quería que la tierra me tragara.  A ratos sentía que no quería volver a ver a ese chico nunca ¡NUNCA!  De otra parte sentía mucho miedo de tener que volver a mamarle y, peor aún, de que los otros chicos se enteraran de lo que había tenido que hacer.

Y lo más doloroso para mí era la certeza de que no iba a poder estar sin que Jordan me puteara, me castigara, me usara.  No sabía cómo diablos fue que ocurrió, pero había desarrollado una gran dependencia hacia él.  Necesitaba estar a su lado, me moría si no lo veía, si no estaba arrastrándome a sus pies.  Ese sentimiento tan fuerte surgía dentro de mí sin que yo pudiera controlarlo y dominaba mi existencia y mi pensamiento.

Ya no era sólo que temiera sus palizas.  Tampoco era que necesitara que me defendiera de Jeff.  Ni siquiera era porque me muriera de adoración por sus pies.  Era algo mucho más fuerte, como si no pudiera vivir sino estaba bajo su autoridad.

Admiraba a ese chico.  Le temía, es cierto.  Pero era más fuerte mi admiración por él que el temor que le tenía.  Además sentía que todo lo que hacía por Jordan me daba seguridad y, de alguna forma, le confería sentido a mi vida, haciéndome sentir útil.

Por si fuera poco, mis únicos amigos eran él y los otros chicos con los que nos reuníamos en el refugio, así que ir sin Jordan era perder toda mi vida social, era quedarme más solo que un gusano en una fiesta de gallinas.  Y eso me angustiaba.

Pero a pesar de todo ello, yo no era maricón.  No me atraía para nada el tener que ir por la vida comiendo vergas.  Y casi estaba cien por ciento seguro que de ahí en adelante Jordan iba a seguir obligándome a mamarle.

Eso representaba para mí una tortura mental, pues era tener que decidir entre seguir al lado de ese chico y verme en la obligación de comerle la polla a cada rato, o sustraerme a hacer algo tan humillante como mamar, pero perder al mismo tiempo la oportunidad de estar a su lado, de seguir viéndolo, adorándolo, sirviéndole, lamiéndole sus pies.

¡Qué encrucijada tan absurda!  Y como no podía resolverla, opté de nuevo por hacer lo que un gusano: esconderme.  Pero esta vez no tuve que encerrarme en casa.  Mamá iba de visita por una semana donde una hermana y, para mi fortuna, me llevó con ella.

Aquellos días seguí dándole vueltas en la cabeza a mi situación con Jordan.  Pero no pasó mucho tiempo antes de que sintiera un terrible vacío por no estar a su lado.  Aunque seguía teniéndole mucho miedo a la posibilidad de volver a comerle la polla, me di a pensar que de todas maneras aquello era simplemente una manera más de servirle y que, mientras los otros chicos no se enteraran, yo seguiría chupándosela cuando él me lo ordenara sin que ello me convirtiera en un maricón.

Pensé que tal vez había hecho muy mal en irme de viaje sin anunciárselo a Jordan o, peor aún, sin haberle pedido permiso.  A esas alturas ya me sentía de su propiedad y consideraba que no debía hacer nada que él no me mandara o me permitiera hacer.

Me angustiaba pensar que me hubiese necesitado para hacerle sus mandados, o para chuparle sus pies, o para limpiarle sus zapatillas o simplemente para reírse de mí o sacarse su mal humor dándome de bofetadas.  ¡Qué mal había hecho largándome sin pedirle permiso a Jordan!

Aquella semana de viaje con mamá fue para mí una eternidad y no veía el momento de volver a casa para ir a ponerme a las órdenes de Jordan.  Con lo que no contaba era con que al regresar mi Dueño estaría más que enfadado conmigo.

No acababa de llevar la maleta de viaje a mi habitación cuando ya estaba saliendo corriendo hacia el refugio para buscar a Jordan.  Iba con la ilusión de encontrarlo para dedicarme lamerle sus zapatillas o, aún mejor, a chuparle sus pies.  Volaba como mariposilla en torno a la luz y vaya quemada que me iba a dar.

Pero con lo que me encontré fue con que él, su primo y los otros chicos estaban desternillándose de risa, burlándose de un muchacho regordete que andaba en cuatro patas entre ellos, exhibiendo un enorme trasero enfundado en unos diminutos calzones infantiles estampados con figuritas del ratón Miguelito.

Cuando me di cuenta de quién era el idiota del que se burlaban los chicos, quedé poco más que boquiabierto por la sorpresa.  El gordo que andaba allí arrastrándose a los pies de aquellos sádicos era nada más que Cuter, el compinche de Jeff, el estúpido, deforme y obeso cretino que secundaba al abusón en todas sus tropelías.

En ese momento el pequeño Philip estaba pateándole a Cuter el enorme trasero, que se le desbordaba grotescamente por los bordes del diminuto calzoncillo y le oscilaba como una gran gelatina con cada golpe, mientras el idiota lamía un espeso y asqueroso lapo que había en el suelo y que era obsequio de Wil.  También me reí con ganas al ver lo ridículo que se veía el pobre gordo en esa situación.

Y como nadie parecía ocuparse de mí y ni siquiera parecía que habían notado mi presencia, fui a tomar mi lugar de siempre, sentándome en el suelo cerca de los pies de Jordan.  Así, mientras los chicos seguían puteando a Cuter, me fui inclinando poco a poco hasta que mi boca dio con las zapatillas de mi Dueño.

Quise entonces empezar a lamérselas.  Pero no acababa de darle el primer lametazo a su zapatilla derecha cuando Jordan me asentó su pie en la cabeza y me empujó con fuerza.  Como no me dijo ni me indicó nada, supuse que tal vez le apetecía que fuera a lamerle primero su zapatilla izquierda.  Así que me arrastré un poco para pegar mi boca a su otro pie.

No terminaba de sacar mi lengua para dedicarme a mi oficio de abrillantar su zapatilla, cuando Jordan me obsequió una patada en el rostro, haciéndome ver estrellas y partiéndome los morros.

―¡Apártate, pedazo de maricón! – me gritó – ¡Que no quiero que me vuelvas a babear mis zapas!

Más que por el dolor del golpe o por el miedo a su furia, me estremecí ante su afirmación de que no quería que volviera a babearle sus zapatillas.  Desde el suelo, en donde quedé echado gracias a la patada que me había dado, levanté mi rostro y con los ojos llenos de lágrimas y con la sangre empezando a fluir de la herida en mis labios, me volví a verlo y le imploré:

―Pe…per…perdóname…Jordan… – sollocé –…e…es…que tus za…zapatillas están…con algo de…de polvo…y…y pues…yo solo que…quería lamértelas para…para limpiártelas…

―¡Que te apartes te he dicho, pedazo de marica hijoputa!

Los chicos estaban tan entretenidos puteando a Cuter que no se dieron cuenta del castigo que me había aplicado Jordan.  Yo por mi parte, resignado a obedecerle, me arrastré hasta un rincón del refugio y con los ojos llenos de lágrimas y limpiándome con la camisa la sangre de mis labios, me dispuse a esperar que mi Dueño tronara los dedos indicándome que fuera a lamerle sus pies.

Y mientras los chicos seguían puteando y burlándose de Cuter y desternillándose de risa por sus graciosos gestos y por las deformidades de su obeso cuerpo, reflexioné y me encontré que bien merecido tenía el castigo que me había obsequiado Jordan, por atreverme a babearle sus zapatillas sin que él me lo ordenara.

―Si… ¡Así! ¡Chúpale…que no se te vaya a ir – alcancé a escuchar que le gritaba uno de los chicos a Cuter.

―¡A ver si así se te quita el hambre, marrano! – le gritaba otro.

Seguí pues esperando con paciencia el momento en que me indicara que fuera a servirle para volver a arrastrarme hacia sus pies.  Pero aquella deseada orden de Jordan no me llegó a mí sino a Cuter y eso me llenó de una extraña ansiedad, de desazón y de una angustia hasta ese momento desconocida para mí.

―¡Venga, cucaracha! – le ordenó Jordan a Cuter – ¡Cómeme muy bien mis pies que estoy algo cansado y tenso! – remató mi Dueño, al tiempo que se volvía a verme a mí dedicándome una mirada del más absoluto desprecio.

El gordo se arrastró sobre sus cuatro patas con tal premura que parecía que le habían dicho que en los pies de Jordan había un tesoro oculto para él.  No pude aguantar más mis emociones y me solté a llorar con todo descaro, sin que eso me valiera ni siquiera para que ninguno de los chicos se fijara en mí.

La gorda cucaracha descalzó a Jordan con amoroso cuidado y enseguida le besó ambos pies, antes de dedicarse a darle lametones y a chuparle sus plantas.

Corroído de los celos y sintiendo que aquel engendro grasoso estaba ocupando mi lugar, sin dejar de llorar me arrastré también hacia mi Dueño y aprovechando que Cuter no podía lamerle sino un pie a la vez, fui a ofrecérmele a Jordan para complementar con mi lengua la tarea de su otro insecto.

―¡¿Es que acaso no aprendes, pedazo de marica?! – me gritó – ¡Te he dicho que te apartes de mí!  ¡Lárgate de una puta vez! – remató señalándome con altivez la salida del refugio.

Ni siquiera me pateó.  Hubiera deseado que al menos me asentara un golpe con su pie descalzo.  Así habría tenido el gusto de sentir la tibieza y el aroma de su planta en mi rostro.

Ahogado en llanto no tuve más remedio que irme de allí, sin entender muy bien lo que estaba pasando y teniéndome por seguro que Jordan me había reemplazado por aquel engendro grasoso y deforme al que llamaba “cucaracha”.

―¡¡Que se largue!! ¡¡Que se largue!! ¡¡Que se largue!! – coreaban los otros chicos, con un grito de burla y odio que me golpeaba mucho más fuerte que un puñetazo en el estómago.

Sin perder mis esperanzas del todo, me quedé en el parque, espiando hacia el refugio y anhelando que en cualquier momento Jordan me llamara para hacerme servirle de alguna manera, así fuera recibiendo sus bofetones y patadas para sacarse su enfado, o haciéndome objeto de las burlas de él y de los otros chicos.

A lo mejor el haberme echado del refugio de esa forma, sólo había sido su forma de castigarme por mis remilgos cuando lo de la mamada y por haberme largado ese viaje sin haberle pedido permiso.  Tal vez solo había sido su forma de darme una lección y de demostrarme a mí y a los chico cuánto poder tenía sobre mí.

Sin embargo todo fue vano.  Al cabo de un buen rato que se me hizo eterno, salieron del refugio y caminaron hacia el parque.  Sin fijarse para nada en mí, se despidieron y Jordan y Steve se fueron a su casa seguidos por Cuter, que ahora ya iba vestido con sus anchos pantalones y su enorme camiseta que le tapaba la panza.  Yo los seguí unos pasos atrás de ellos, con mi cabeza gacha como un perrito faldero.

Hubiera querido pedirle a Jordan que me invitara a su casa para ir a servirle como él me lo ordenara, sin remilgos y sin protesta.  Pero me imaginé que él seguiría enfadado conmigo y seguramente no lograría más que una nueva puteada.  Así que tratando de componerme un poco el rostro me fui a casa y me encerré en mi habitación a llorar con desconsuelo como una quinceañera engañada por su novio, sintiéndome demasiado solo, demasiado desvalido y desprotegido.

¡Maldita suerte la mía!  Por dármelas de digno, por no hacer sin chistar lo que Jordan me ordenaba, por no haberle agradecido que me follara la boca en vez de mostrarme como un estúpido rebelde y por largarme sin pedirle permiso, ahora me veía sin Dueño… ¡Y con la falta que me hacía estar arrastrándome a sus pies…!

Lloré toda la noche.  No pude pegar el ojo mientras intentaba encontrarle una salida a mi situación.  Decidí que lo único que me quedaba era congraciarme con Jordan.  Haría lo que fuera, me arrastraría todo lo que él quisiera…incluso estaba dispuesto a ir a implorarle que me follara la boca nuevamente, con tal de que me dejara seguir siendo su gusano.

Al día siguiente espié por la ventana de mi habitación esperando encontrar la oportunidad de suplicarle humildemente que siguiera usándome.  Como a media tarde lo vi pasar hacia el refugio en compañía de Steve y de la cucaracha.

Dudé en ir a implorarle enfrente de ellos.  Seguramente tendría más oportunidad si lo pillaba solo.  Pero comido por la ansiedad, al fin me decidí por ir al refugio.  Y aunque me costara demasiado, aunque me avergonzara hasta el límite, le imploraría delante de su primo y de la cucaracha.  Finalmente tal vez al verme humillado de semejante forma, Jordan se conmovería y me perdonaría.

Tratando de no molestar, de pasar desapercibido hasta encontrar el momento propicio para ir a suplicarle, entré en el refugio sin hacer ruido y me encontré con que  Jordan estaba despatarrado sobre el sofá, con sus pantalones por los tobillos, con los ojos cerrados y mordiéndose los labios al tiempo que musitaba con su voz ronca:

―¡Joder…como la come….joder…como la mama este gordo…joder…gordo marica…sigue mamando cucaracha…!

Puesto en cuatro patas ante Jordan, casi desnudo y luciendo únicamente sus graciosos calzones de muñecos, estaba Cuter.  Sus mofletes se le inflaban más de lo habitual mientras movía su cabeza en cortos círculos y mantenía en boca toda la erecta polla de mi Dueño, haciéndole una verdadera mamada de campeonato.

El muy cerdo le estaba comiendo el rabo como una puta golosa y eso parecía estar llevando a Jordan al paraíso, pues no dejaba de mover su cadera y de asentarle la mano a la cucaracha por su cabeza, obligándolo a tragarse toda su erección al tiempo que le gritaba barbaridades.

―¡Joder…que buena puta eres…sigue mamando cucaracha…así…así cucaracha…que me corro…joder…uffffff!

Jordan se desmadejó sobre el sofá, seguramente soltando su lefada entre la boca de Cuter, que seguía en cuatro patas a sus pies, mamándole la verga con toda devoción.  La puta cucaracha parecía estar en éxtasis con sus mofletes bien inflados y sus labios amorrados a la tranca del chico, pasando a grandes tragos el semen con que le habría premiado su trabajo de mamón.

¡Qué paradoja! – Pensé para mis adentros – ¡Precisamente eso que resulta tan humillante y vergonzoso para mí, para Cuter parece ser el colmo de las delicias!  ¡Tal vez si yo aprendiera a mamarle la verga a Jordan como lo había hecho la cucaracha, recuperaría mi puesto de gusano!  ¡Maldita suerte la mía que no era maricón como se veía que lo era Cuter!

En ese momento mis reflexiones se vieron interrumpidas cuando Jordan le asentó un tremendo bofetón a Cuter obligándolo a abandonar su verga semierecta y llena de baba y semen.

―¡Anda cucaracha maricona! – ordenó Jordan con su habitual altivez – ¡Atiéndele la polla a Steve que si no el muy cerdo se va a manchar los pantalones!

Cuter no se esperó ninguna explicación más.  No protestó como yo lo había hecho el otro día, ni suplicó que no lo obligaran a mamarle a Steve.  Por el contrario, arrastrando enseguida su gordo cuerpo en cuatro patas, fue rápido a ocuparse del primo de Jordan, que ya lo esperaba con su rabo bien tieso y descapullado, listo para que la cucaracha se lo atendiera con una buena mamada.

―¡Venga puta!  ¡A mamar que tengo los huevos llenos! – lo incentivó el chico cuando Cuter llegó a ponerse en cuatro patas entre sus piernas.

De inmediato Steve empezó a jadear cuando Cuter le comió todo su rabo.  Jordan seguía como ausente y parecía que no se había percatado de mi presencia.  Viendo yo a su primo en plena faena follándole los labios a Cuter, consideré que era el momento más adecuado para ir a implorarle a Jordan por su perdón.

Tomando valor de donde no tenía, me puse de rodillas y me fui arrastrando hacia él, temblando de miedo pero determinado a no salir de allí hasta no lograr su perdón, pasara lo que pasara y sin importar lo que tuviera que hacer.  Iba decidido a no salir del refugio sino convertido nuevamente en el gusano de Jordan.

Al fin pareció que se fijaba en mí cuando me tenía a menos de dos palmos de él.  Su verga brillaba a la luz con los rastro de la baba de Cuter y del semen de su corrida.  Me sonrió con malignidad y como si adivinara mi pensamiento, me señaló su palo semierecto y baboso me ordenó:

―¡Límpiame la verga, puto maricón!

No lo dudé ni por un instante.  Tragándome mi asco junto con lo poco que me quedaba de dignidad y encajando como una puñalada en el estómago el que me llamara “puto maricón”, me incliné sobre su vientre y con toda timidez empecé a repasarle mi lengua por su verga, lamiendo de a poco la baba de Cuter mezclada con los restos de semen de la generosa corrida de Jordan.

―¡¿No que no eres maricón, pedazo de puta?! – me dijo Jordan con una mezcla de sorna y altivez.

―Pe…perdóname…perdóname Jordan…te…te lo su…suplico…

Y no acababa de implorarle cuando su mano se estrelló con furia contra mi rostro, apartándome de su verga por la violencia del golpe y arrancándome una queja sorda.

―¡Apártate, puto! – me gritó – ¡Que odio a los putos hipócritas!

No tuve el valor de seguir suplicándole.  Me arrastré como pude, aterrado y seguro de que Jordan me había desahuciado para siempre como su gusano.  Ni plegándome a actuar como el más rastrero de los maricones iba a poder obtener su perdón.  ¡Por Dios!  ¡¿Qué me quedaba por hacer?!

Pero yo era demasiado tozudo como para renunciar.  O sería que aún no había encontrado el límite de mi sumisión y de mi adoración por Jordan.  Así que luego de llorar por casi dos días, hice lo que consideré que era mi única posibilidad de obtener el perdón de mi Dueño.

Espié a Cuter hasta que lo pillé solo y me le acerqué para pedirle o, si era necesario suplicarle como ya sabía hacerlo, que me ayudara a encontrar el perdón de Jordan.  En ello sentía que me iba la vida y no estaba dispuesto a renunciar.

―Venga, hombre…cuéntame cómo es que llegaste a estar así con Jordan… – le dije a Cuter tratando de entrar en confianza, al tiempo que nos comíamos un helado que yo había invitado.

―Pues tú sabes chico… – me respondió Cuter –...Jordan es demasiado perfecto…

―Pero tú ibas siempre con Jeff…

―Sí…pero me harté de él…es un cerdo asqueroso y vengativo… – me dijo Cuter –…en cambio Jordan es demasiado hermoso… ¿no te parece que Jordan sea el chico más guapo del pueblo?

Tragué saliva y me atoré con un bocado del helado que estaba comiendo.  Pensaba igual que Cuter, pero me costaba mucho ir pregonándolo por ahí.  Traté entonces de cambiarle el tema.

―Pero es que Jordan te apalea…y Jeff como que sólo nos apaleaba a nosotros, a los del refugio…

―No te creas chico… – me respondió Cuter con un suspiro –…todos los chicos son iguales…y más si son hermosos como Jordan…y si uno es gay…pues ni modo…hay que aguantar…

Aquella franqueza de Cuter me dejó sin réplica.  ¡¿Gay?!  Yo no hubiera podido confesarle que era homosexual con tanto desparpajo, en primer lugar porque de verdad es que no me sentía maricón y en segundo lugar porque de haberlo sido, me habría avergonzado hasta el límite confesarme gay.

Lo único que me quedó fue inventarle que estaba angustiado por el enojo de Jordan, pues me temía que sin su protección Jeff volviera a sus andadas y quisiera obsequiarme a mí todas las palizas que ya no podía dedicarle a los otros chicos.

Aquello era en parte verdad, pues muy seguramente el maldito abusón, al percatarse de que ya no iba con Jordan, no solo volvería a molerme cada día, sino que mucho me temía que quisiera desquitar en mí todos los golpes y las humillaciones que había recibido y tal vez seguiría recibiendo de parte de mi Dueño.

Cuter confirmó mis temores contándome cómo era que Jeff soñaba y comentaba frecuentemente que agarraría a cualquiera de nosotros sin la presencia de Jordan para apalearnos hasta partirnos el lomo.  Pero no estuvo muy convencido de ayudarme a obtener el perdón de mi Dueño.

―Tú ya sabes cómo es Jordan… – dijo –…si me pongo a pedirle nada, se enfurece y me castiga como no te imaginas…

―Te lo suplico… – le imploré –…si Jordan no me perdona, Jeff va a matarme…o yo voy a morirme…

Cuter no me prometió nada.  Pensé que otra vez había pecado de digno.  Que debía haberle confesado a la cucaracha todo lo que sentía por Jordan.  Tal vez el gordo hubiera comprendido mi situación y se hubiese compadecido de mí para tratar de ayudarme a recuperar mi puesto de gusano.

Me fui de nuevo a casa a encerrarme en mi habitación.  Carcomido por la ansiedad, por la tristeza, por la soledad y por la puta desesperanza.  El miedo a no estar bajo la protección y la autoridad de Jordan se me convirtieron en una diarrea que no me abandonaba y que casi me estaba poniendo en los huesos.

Y aún debí esperar como cuatro días antes de que Jordan diera señales de querer perdonarme.  Y cuando la cucaracha me lo comunicó, por poco me da un síncope de la alegría que sentí.

―Dice Jordan que te dará una oportunidad… – me comunicó Cuter –…que vayas esta tarde a su casa y que le lleves de regalo dos braguitas de las de tu hermana…

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