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EN OTRA TIERRA: EL BALNEARIO

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Paso la tarde en los baños del balneario. Aguas termales a raudales, circuitos de contrastes de temperatura y un masaje por un tipo de aspecto dominante con su bigotazo a lo turco que me mira como si deseara descuartizarme. Sé que tengo un físico bastante vulgar pero tampoco es como para mirarme de semejante manera, que imagino los habrá tenido peor formados entre sus manos.

Se toca los cojones mientras me mira. Pero no lo hace porque quiera insinuarse (que ojalá), sino porque le importo una mierda. Por eso se comporta delante de mí con desinhibida grosería.

Me aplica contundencia con sus potentes brazos. Como ve que no me quejo, se anima y aumenta la potencia. Es un animal. Y yo un estúpido por no abrir la boca y protestar.

-¿Por qué se ha dejado la ropa interior? -me inquiere con pose de interrogador de un vil servicio de inteligencia -le dije que desnudo.

Me baja los calzoncillos. Me pone las manazas en los glúteos. Me los exprime como si fuesen trapos lavados a los que hay que desprender de todo asomo de humedad.

-Mucha tensión. Mucha tensión -repite como una letanía.

Me pregunto si esto no es un castigo por mis pecaminosos deseos de que otros hombres me tienten las posaderas con intenciones lúbricas.

Después de media hora en las manos del bigotudo mi curiosidad (que no la tenía) de saber qué se siente en un potro de tortura ha quedado satisfecha con creces.

-Necesitará más sesiones. Y esas tendrán que ir en serio.

Escucho sus palabras con sobrecogimiento.

-Está muy tenso y tenemos que lograr relajar la musculatura.

Creo que optaré por continuar igual de tenso. Aunque no se lo comunico. Me da miedo que se enfade y decida que yo no me muevo de su camilla de masajes sin acabar todo lo relajado que, en su opinión, debo estar.

Es cierto que el balneario ha sido remozado desde sus cimientos y ha quedado bastante bonito. Tienes las comodidades del presente y a la vez han conservado cierta atmósfera de principios del siglo veinte que es cuando este lugar vivió su verdadero esplendor. Detalles como las lámparas, el mobiliario, la decoración de techos y paredes con cenefas modernistas, ayudan a crear esa ilusión de encontrarte en otra época. Hasta el masajista bigotudo tiene pinta de que ha sido elegido por sus facciones antiguas, como de foto de esos tiempos pretéritos.

Finalmente me relajo en una tumbona mientras por unos altavoces suena una música de inspiración zen. De inmediato acude a mi pensamiento mi encuentro con el paisano en el tren. ¿Cómo ha dicho que lo llaman? Ah,sí:Chorrín. El señor Chorrín. Suena ridículo. Y no sé si suena también ridículo que me haya metido en la boca la chorra del señor Chorrín. ¡Pero qué bien me ha sabido! Tal vez este sea el camino que deba tomar desde ahora, buscar a todos los Chorrines del mundo y esperar a que se dignen meterme la polla en la boca...

Creo que será mejor que deje de relajarme; empiezo a pensar estupideces.

Son las ocho y ya estoy cenando. No hay mucha gente, y los huéspedes son mayormente jubilados y alguna pareja con niños. La comida es decente aunque cocinada sin demasiada gracia. Supongo que por aquello de guardar normas dietéticas saludables. Pero bueno, se trata de un regalo.

Seguro que ha sido idea de Roberto, un encanto de amigo. Es mi amor imposible. Imposible porque a él le gusta mucho el multisexo que yo le llamo, es decir, que en la cama haya tres o más. Y cuantos más, mejor.

Le pido al camarero café a los postres.

-No servimos café en el comedor. Pero sí en el salón de juegos -me dice- Allí cuenta usted con servicio de cafetería.

No pongo objeción. Y al salón de juegos me encamino.

En el pequeño hall que separa el comedor del salón de juegos han colocado una estatua de Perseo con la cabeza de la Medusa. El héroe no lleva más atuendo que un cinto con la vaina de la espada. Y además, el artista no considera que Perseo fuera un bello muchacho y lo ha transformado en un hombre maduro, musculoso y pletórico de energía. Tampoco se ha limitado a esculpir un suave sexo, nada de eso: el héroe está debidamente “armado” en sus atributos. Y su rostro no es de triunfo sino de fiera sed de venganza que no se ha saciado con el descabezamiento del monstruo.

La boca de Medusa está abierta. Da la impresión de que antes de cortar su cabeza, el fornido Perseo la ha obligado a que le comiera la polla.

Lanzo un par de suspiros recordando el suceso del tren y entro en el salón de juegos.

Es una estancia amplia con una pequeña barra de bar en un lateral. La atiende un camarero que limpia sin cesar todos los utensilios que hay en un estante. Sus orejas llaman la atención. Me recuerdan a las de un compañero de colegio al que llamábamos Dumbo por el gran tamaño de los pabellones auditivos ¿Cómo le llamarán a él?

Le pido el café. Me dice que de inmediato me lo lleva a una mesa.

Veo que hay toda clase de juegos:naipes, dominó, ajedrez, damas, parchís, trivial.... Al lado, la prensa del día por si alguien quiere echarle un vistazo.Cojo una baraja con intención de hacer un solitario. Me suena el móvil. En la pantalla se ilumina el nombre de Roberto.

-Hola.

-¿Cómo va? ¿Te gusta el lugar? Aquí estoy con Antonio y Paco y queremos saberlo todo.

Le doy explicaciones destacando los aspectos positivos. Quiero que tengan la impresión de que han acertado plenamente con su regalo.

-¿Y el viaje?¿Ha ido bien?

Por un momento me asalta la duda de si debo contar lo que ha sucedido o callármelo.

-Me ha ocurrido algo extraño -digo al fin.

-¿Qué ha pasado?No te habrán robado...

-No, nada de eso.

-¿Entonces?

El camarero me trae el café. Y... ¡veo que en la barra del bar está el paisano del tren!

-¿Entonces? -me insiste Roberto.

-Nada, un pesado que se me ha sentado al lado y no paraba de hablarme de sus problemas con su esposa. Un coñazo.

Hablo sin apartar la vista del paisano que conversa con otro hombre vestido con un peto de faena y marcado trasero. El paisano está acodado contra la barra del bar. Apoya su cuerpo sobre una pierna quedando la otra levemente flexionada. Esta postura revela la fuerza de sus nalgas que hoy mismo he podido tocar, desnudas, en el servicio del vagón del tren. Me siento excitado y un rubor me sube a las mejillas.

-Pero a parte de eso ¿todo bien?¿Estás a gusto o te vamos a buscar?

-Creo que podré soportar un fin de semana.

-Aprovéchalo que nos ha salido bien caro -escucho que dice Paco, siempre preocupado por el dinero.

-Ya has oído -me dice Roberto- que lo aproveches bien.

-Lo intentaré -digo antes de despedirme y cortar la comunicación.

Revuelvo el azúcar en mi café sin dejar de mirar hacia donde está el paisano con el hombre del peto. Le doy un sorbo. Cojo las cartas. Comienzo el solitario. No puedo concentrarme. No hago otra cosa que levantar los ojos para mirarle. Pienso qué hacer. Pienso en sus palabras:yo es que volvería a empezar.

Me levanto de la mesa. Me acerco a la barra. Me ve. Puede que me ignore o me haga un leve saludo de compromiso y nada más.

-¿Qué tal por aquí? -me dice en tono cordial con lo que parece una copa de anís en la mano- ¿Cómo le tratan?

Vuelve a tratarme de usted. Mal asunto.

-Muy bien -contesto procurando no demostrar demasiado interés.

-Y si no es así, me lo dice que yo les pongo en su sitio.

El hombre del peto, de rostro rudo y barba de un par de días, me mira con curiosidad. Me recuerda al padre de un chico de mi barrio no muy popular porque tenía algún retraso que no se apreciaba hasta que no se le trataba. El hombre era transportista y a mí me asustaba su cara de expresión fiera. Pero me hice varios pajotes fantaseando que me raptaba y se me llevaba en su camión por esas carreteras del mudo para abusar de mí y obligarme a masturbarle a todas horas.

Le digo al camarero que me cobre el café y lo que están consumiendo el paisano y su acompañante.

-Ni hablar -quiere evitarlo Chorrín. Pero el camarero ya me ha cogido el dinero.

-Se lo debía del tren -aclaro.

-Bueno, se lo aceptamos pero se tiene que tomar otra con nosotros.

Digo que sí. No tardan en aparecer sobre la barra tres copas más.Pido que la mía sea de brandy. Detesto los anisados.

-Este es Lupillo -me dice señalando al hombre del peto, a quien me presento ofreciéndole la mano. Me la estrecha. Es una mano de trabajador encallecida como no podía ser de otra manera.

-Es el encargado de mantenimiento del hotel. Así que si se le estropea un grifo,llámele y que se gane el sueldo.

-Le hacía en su casa -digo.

-De eso hablaba con Lupillo. De que la he vuelto a tener con la parienta. Sabe que todos los meses voy a visitar a mi tía.¡Y se enfada! He cogido la puerta y he dicho:ahí te quedas porque este servidor no te aguanta.

-¡Mujeres! -añade el del peto. Su voz suena bronca, acorde con su cara.

-O sea,que de lo que hablamos de mis ganas de más -me dice Chorrín- pues con ellas me he quedao.

-¿Ganas de qué? -quiere saber el encargado del mantenimiento.

-¡De qué va a ser!

-Siempre pensando en lo mismo. No paras ¿eh?

-Uno es como es.

-Pues hazte una paja y quédate tranquilo. ¡Anda que no me atizo yo mis buenos pajotes cuando me da la gana! ¡Y bien ricos que me saben!

Bebo coñac. La conversación ha entrado en materia sexual a una velocidad que me da vértigo. Pero ¿estos hombres no tienen el menor sentido del pudor?¿Cómo pueden hablar de lo que hacen con su sexo con tal desparpajo y máxime con un desconocido delante?

-A mí no me gusta cascármela -explica Chorrín con cara de disgusto. Eso es pa críos. Yo quiero carne conmigo. ¿Usted qué prefiere? -me pregunta.

Debería de pellizcarme para ver si estoy soñando. O examinar detenidamente el entorno y buscar la cámara escondida con la que me están grabando ¡No es posible que estos vayan en serio!

Pero el encargado de mantenimiento me mira esperando una respuesta y no le noto el menor signo de burla o disgusto en la expresión.

-Depende -respondo elusivo.

-Tonterías -descalifica el apisano- Donde haya carne pa meterla que se quite lo demás. Con lo que me gusta a mí entrar en caliente y quedarme ahí, y atizarle unos buenos viajes -añade meneando la cadera adelante y atrás como ya hizo en el tren- Y pararme y vuelta a empezar...¡Eso es la Gloria!

-¡Porque tú lo digas! -discrepa el encargado- ¿Pero tú sabes hacerte una paja? ¿Tú te has parao alguna vez a disfrutar de tu cipote como se merece, tranquilo, acariciándolo, mimándolo, dejando que se llene bien de la especie de moco que le sale, sobándote los huevos como Dios manda, y la entrepierna...y hasta el culo?

Las palabras del encargado me llenan de excitación. Vuelvo a beber de mi coñac y siento el ardiente líquido descender hasta mi estómago.

-Nunca me lo he planteado como usted lo cuenta -me atrevo a opinar.

-Es lo que se debería de enseñar en las escuelas en lugar de tanta tontería. Una cosa útil y que te servirá pa toda la vida.

Chorrín me pone una mano en el hombro y me dice al oído:

-Tenga cuidao con éste que es capaz de venderle una estufa al diablo.

El encargado de mantenimiento se ríe de la exageración y yo no sé qué pensar de la advertencia.

-¡Soplillo -le dice el encargado al camarero- pon otra ronda!

Quiero negarme pero es inútil. El camarero de llamativos pabellones auditivos ya escancia los licores en nuevas copas y retira las vacías.

Me siento extrañamente tranquilo entre estos dos hombres rudos y maduros. Y me siento bien porque es evidente que son el tipo de hombre que me gusta y que casi nunca encuentro, por no decir que nunca. Tal vez por eso mi apetito de sexo haya caído hasta casi extinguirse consumido por la falta de un alimento adecuado, de un estímulo verdadero.

En un ataque de audacia,paso a interrogar a Lupillo.

-Lo que nos ha contado de su manera de darse placer usted solo ¿lo fue descubriendo con la práctica o...?

El interrogado, que está dando buena cuenta de su copa, me hace una seña con la mano para que no siga con mi pregunta porque ya ha captado mi intención.

-Me enseñaron -dice con su voz bronca- Aunque mucho lo descubrí con la práctica. La práctica lo es todo.

-¿Y quién te enseñó? -quiere saber Chorrín con una curiosidad teñida de cotilleo.

-No sé si debo.

-¡Venga,hombre, que hay confianza! Tú cuentas quién te enseñó y yo te cuento con quién empecé a meterla.

Se me está haciendo la boca agua. Si continúan así voy a tener que disculparme y largarme a mi habitación a masturbarme.

El encargado de mantenimiento nos mira pensándoselo y por fin comienza:

-Era yo aún un zagalillo, once o doce años, no más. Y ocurrió en el huerto de mi abuelo Cosme. ¿Tú te acuerdas de él?

-¡Sí, hombre!¡Menudo toro!

-Pues es que mi abuelo había enviudao cinco años atrás cuando pasó lo que voy a contar. Regábamos el huerto una mañana y cuando llegó la hora de comer, nos quedamos alló a tomar un bocado que él traía en un atao. Después de comer nos echamos una siesta bajo un emparrao que daba una buena sombra. El caso es que me desperté y veo que mi abuelo se la estaba cascando.

-¡No jodas!

-Lo que te cuento. Y tú no sabes el pedazo de polla que manejaba. Sabes que yo no la tengo pequeña.

-Verdad, verdad.

-Pues al lado de la que tenía mi abuelo Cosme, la mía es una salchichilla. Y te juro que no exagero nada.

El paisano se ríe por lo bajo con la manera de narrar de Lupillo. Pero yo me muero de ganas porque siga con su historia. Decido intervenir.

-Supongo que su abuelo se sentiría incómodo al verse descubierto.

-¿Qué?¿Mi abuelo incómodo? ¡Cómo se ve que usted no conoció a mi abuelo Cosme!

-¿Insinúa que siguió... con lo que estaba haciendo pese a ser descubierto?

-¡Seguro que sí! -dice el paisano demostrando que conocía perfectamente al personaje.

-Y tanto que sí. Yo estaba embobao viendo aquella pieza y con la tranquilidad que se la estaba sacudiendo. Y va él y me dice:cierra la boca o se te llenará de moscas;¿qué pasa, es que tú no te la machacas cuando te dan ganas? Pues yo también.

-¡Tóma ya!

-Y yo voy y le pregunto: “¿Cuando sea mayor la tendré así?” Y se lo dije con todo mi sentimiento. “Enséñame lo que tienes” me pidió.

-¿Y se la enseñó? -se me escapa con cierto tono de escándalo.

-¿Y por qué no se la iba a enseñar? ¿Qué hay de malo en que le enseñase la chorra a mi abuelo pa que me dijese si yo tendría una como la suya o la tendría más modesta?

-Natural -apoya el paisano.

Bebo de mi coñac. Definitivamente yo he vivido en otro mundo... por desgracia.

-Pues voy yo y se la enseño -prosigue Lupillo- Me la mira por un lao, por otro... Me la levanta, me la agacha... Y a mí que el pijillo que se me empina.

-¡La hostia!

-Y mi abuelo que tuerce el morro y me suelta: “¿Ya está? ¿No te crece más?” No abuelo, le dije acomplejao. “Pues no la tendrás como la mía,zagal, que yo a tu edad ya te sacaba por lo menos tres capullos de ventaja” Yo,claro, me quedé muy contrariao y veo que él sigue a lo suyo, osea cascándosela. Y como me vio tan chafao, me dice: “Igual si te haces una buena paja cada día le sacas algo más, que de manejarla también da de sí” ¿Pero esto no es pecao?, quise que me aclarase. “¿Pecao? Lo que es pecao es no sacarle provecho a las cosas, que para eso están puestas, digo yo. ¿O tú si tienes un cerezo no te comes las cerezas?” No,abuelo, que eso es de tontos -dije. “Mismamente. Pues ya sabes lo que toca, sácale provecho a tu picha que pa eso la tienes. Y fíjate en mí y verás cómo se hace”

Por más que intento creerme lo que oigo, no acabo de encontrarle sentido, o no sé si es que es demasiado fuerte para mi mentalidad algo pacata en el fondo.

Lupillo se dispone a darnos pormenores de las instrucciones que le dio su abuelo para llevar al mejor término el placer una masturbación, cuando viene el recepcionista del balneario a buscarle. Hay problemas con la calefacción en un par de habitaciones.

Nos quedamos solos el paisano y yo.

-Este Lupillo es de lo que no hay -dice Chorrín- Es un poco exagerao pero a mí me gusta escucharle.

-Siento que hayas discutido con tu mujer y que te hayas quedado con las ganas. Sé que no es nada bueno quedarse así.

-Me tendré que aguantar -me dice dando un ligero trago a su licor.

Por mi parte, comienzo a hacer dibujos con la yema del dedo índice sobre la fórmica de la barra del bar. Es un tic que tengo y que se me escapa cuando quiero decir algo pero me cuesta.

-Le han dao una buena habitación? -dice el paisano.

-Yo creo que está bien. La cama es amplia y el baño es bastante bonito, con azulejos de estilo antiguo. Y los sanitarios hacen juego. Todo con muy buen gusto.

Tengo que beberme todo el coñac que resta en mi copa para tomar impulso y proponer lo siguiente.

-¿Quieres verla?

El paisano se termina el anís y deja la copa sobre el mostrador.

-Si no es molestia...

No tomamos el ascensor.Subimos por las escaleras. Lo hago a propósito y subo detrás de él. No quiero perder ocasión de mirar ese culo que la naturaleza le ha dado.

En el segundo piso está mi cuarto. Abro la puerta con la llave electrónica.Enciendo la luz. Es una habitación amplia. En el techo hay pintada una escena de carácter mitológico con ninfas y faunos en alegre festividad bucólica y escasos ropajes. Los muebles sin embargo son completamente modernos y de líneas rectas contrastando con la decoración. La cama es individual pero en ella caben perfectamente dos personas.

-¿Y el baño? -pregunta Chorrín.

La señalo una puerta con cristalera opaca y motivos modernistas.

Abre la puerta. Conecta la luz. El baño cuenta con una bañera que imita las de los años veinte, al igual que el resto de la decoración.

Chorrín levanta la tapa del inodoro, se desabrocha la cremallera del pantalón y se saca la chorra. Veo cómo le sale de la punta de su ancho glande descapullado un fuerte chorro de orina que se estrella contra la loza inmaculada.

Me mira mientras orina.

-Tenía ganas -me explica.

Levanto mi mirada de su polla. Encuentro la suya encendida por el alcohol.

-¿Tú no meas? -me dice.

Mi primer impulso es disculparme,sacar a la luz frases como “me cuesta mear si me están mirando” y otra serie de disculpas. Pero no es situación para cortar nada de lo que está ocurriendo con mis civilizadas tonterías.

Me saco el miembro.Lo tengo levemente excitado y, para mi sorpresa, manchado en la punta con algo de preseminal. Las conversaciones del bar tienen la culpa.

-¿Qué es esto? -dice Chorrín poniendo un dedo en la gelatinosa sustancia.

-La culpa la ha tenido tu amigo. Todas esas cosas de su abuelo masturbándose...

-¿Tú también prefieres pajearte a tener carne que tocar?

Se ha puesto a mover alrededor de mi glande el dedo que me ha colocado en la punta. El pito se me va levantando. El corazón me palpita con estrépito.

Mi respuesta consiste en atraparle su suculenta polla. Bajo mi presión aumenta su grosor,las venas se inflaman,el capullo se torna casi violáceo.

-Si es una carne como ésta, la prefiero mil veces a un solitario por muy bien ejecutado que esté.

Comienzo a sobarle suavemente la imparable erección.Me recreo en el trayecto hasta llegar hasta sus huevos y acariciarlos.

Tiene los pantalones descabalgados de la cintura y detenidos a medio muslo. La prominencia de sus nalgas es patente embutidas en el blanco de sus calzoncillos.

Me pone una mano bajo el mentón y me obliga a mirarle a los ojos.

Su rostro de hombre maduro y sano, de labios sensuales, me gusta a rabiar.

-¿Esto te gusta?¿Un hijoputa medio borracho como yo?

Desabotono su camisa. Acaricio su torso. Es un hombre auténtico.Me lanzo sobre sus pezones y me los como sin contemplaciones. Se los succiono como si deseara que me diese de mamar.

-¡Cabrón! -me dice derritiéndose de placer.

Me lo comería. Estoy completamente desatado. Me trago su polla. Me como sus huevos.Le bajo los calzoncillos. Estrujo la carne de su culo. Chorrín se deja, no me pone límites, no me dice que me estoy pasando.

Me trago una y otra vez su polla,tengo los labios completamente manchados de su preseminal,me siento completamente entregado, cochinamente entregado.

De repente me separa de su pijo.

-No he subido a tu habitación a que me comas la polla -me dice- Eso ya lo has hecho en el tren.

-¿Qué quieres?

-Follar.

Su polla palpita delante de mis narices.

-No sé si podré darte lo que quieres.

Chorrín sale del baño,se acerca a la cama,se quita la ropa y se queda completamente desnudo. Después se tira en la cama con su polla empalmada y me mira.

Me aproximo a él, me voy desnudando.Veo mi figura en el espejo del tocador. Es una desnudez ambigua. Tuve un cuerpo bonito durante años. Pero el tiempo ha pasado. Y a pesar de que procuro hacer ejercicio, hace tiempo que me ha dejado de gustar mirarme en los espejos porque lo que veo... me recuerda lo efímeros que somos.

-¿Qué ocurre?¿No te gusta follar?

Me coge de una mano y me atrae hacia la cama. Me tumbo a su lado.

-¿O es que no te gusto?¿Te parece que estoy gordo?

Poso mi mano derecha sobre su pecho. Lo acaricio. Siento los latidos de su corazón, tranquilos y profundos pese a la anómala situación. Beso sus pezones.Toco sus brazos fuertes como todo él. No puedo creer que esté en la cama con un hombre tan de verdad.

Tomo su polla. Dejo caer saliva sobre su glande. Lo masajeo sin prisa.

Chorrín se estremece.

-¿Te gusta? -pregunto.

-No pares.

Con la otra mano le agarro los huevos. Son hermosos. Como lo es su polla, como lo es su rostro extasiado por el placer que le provoco.

Me meto sus huevos en la boca. Me saben a sudor y huelen de esa forma tan peculiar que huelen las entrepiernas de los hombres. Beso su entrepierna, paso mi lengua por ella como si fuese la dulce superficie de un pastel.

El paisano me deja hacer. Busco su culo. Lo quiero. Pero no sé si se mostrará reacio. Tal vez sea demasiado para él.

Pero mis temores son infundados. Se sensualidad es de tal magnitud que me permite llegar hasta él con mi lengua. No puedo creer que esté lamiendo tan hermosas posaderas ni tan delicioso y peludo ojete. Me amorro en él. Lo penetro con mi lengua. Entro en él una y otra vez. Me gusta. Me gusta con locura.

De la polla de Chorrín sale tanto preseminal que está manchando el cobertor de la cama de motivos de hojas otoñales.

-¡Joder,qué gusto! -dice.

Amaso la carne de sus muslos cubiertos de un hermoso vello de tonos casi cobrizos. Asalto la anchura de su espalda, me recreo en el sabor de sus axilas, regreso a sus pezones y me sitúo a horcajadas sobre su precioso vientre atrapándole el cipote bajo mi entrepierna. Siento su calor y humedad ahí abajo.

Nos miramos. Paso un dedo sobre sus labios carnosos.

-¡Qué raro! -dice.

-¿Qué es raro?

-Parece que te conozco desde hace mucho.

-Me acordaría -le digo sonriendo con picardía.

Su polla calienta y acaricia mi entrepierna. Busco que la punta me roce el culo. Agradezco la sensación.

-¿Quieres follarme?

Empuja las caderas contra mis carnes. La punta de su cipote, anclada en mi ojete, lo fuerza pero no acaba de penetrar.

-Se debe de estar bien ahí dentro.

No me he traído ningún lubricante. No pensaba que ocurriría nada de todo esto. Habrá que usar el viejo método.

Me escupo en los dedos unidos y con la saliva lubrico mi esfinter.

Chorrín vuelve a colocar la punta de su cipote contra mi culo y empuja. El músculo guardián de mis entrañas cede poco a poco. Me gusta cómo me abro y recibo un pijo como el suyo.

Por fin lo tengo todo dentro.

Chorrín me mira. Creo que le gusta lo que ha encontrado.

Me agarra la polla con una mano.

-Se te ha puesto bien dura ¿no decías que ya no tenía remedio?

-Lo que me has metido en el culo me cura de todos mis males.

Me inclino hacia su rostro.

-Fóllame cuanto quieras -le digo- Yo no tengo prisa. Y me gusta tener un buen cipote dentro.

No me conozco a mí mismo hablando como lo hago. Creo que la llaneza del encargado de mantenimiento se me ha pegado.

Me abraza, busca mis labios. Los besa. Sabemos a licor. No se apresura en los besos. Tampoco en la penetración. Creía que tendría una sesión de sexo casi animal. Pero no. Chorrín es una caja de sorpresas. Se lo toma con calma. Y yo, aunque algo descolocado, le dejo que imponga el ritmo que desea.

Sus manos recias bajan por mi desnuda espalda hasta mis nalgas. Las aprieta.Empuja las caderas. La verga me llena hasta lo más hondo. Gimo de placer.

-Me gusta cómo te entregas -me dice.

-Hace tiempo que quería entregarme a un hombre como tú.

Nos miramos a los ojos.

Entonces me toma contra sí, me arrastra consigo y acabo siendo yo el tumbado en la cama. Tengo las piernas anudadas a su cintura y continúo con su polla en mis entrañas. Me la clava despacio, saliendo y entrando con parsimonia. No recuerdo que nadie me haya follado con tan poca urgencia.

-¿Te duele?

-¿Tengo cara de que me duela?

-¿Puedo follarte cuanto quiera y como quiera?

-Me disgustaría que fuera de otra manera.

De la misma manera que ha guardado una tranquilidad desconcertante, repentinamente Chorrín se muestra apremiante y me la sepulta en el culo con voracidad hambrienta.

Se frena con la chorra bien encajada en mi interior. Me tiene abrazado. Suda. Me habla rotando su pelvis.

-Ahí es. Ahí me tienes cogido el gusto.

Se demora, juega con su placer y con el mío. Lo ralentiza, lo suaviza, lo ataca desesperado, lo frena, lo retoma...

De la polla se me escapa la lefa y del pecho un jadeo imparable de placer.

-Has dicho que puedo estar follándote lo que quiera.

-Sí, lo que quieras -contesto cada vez más ido.

Me la saca, me pone de costado, me la clava, se me sube a las espaldas, me toma los brazos y me los junta como si fuese su prisionero.

-¿Te gustaría que te tuviese de esta manera metido en una bodega y sólo pa mí?

¡Joder, me estoy corriendo!

-Sólo pa mí. Y pa follarte a todas horas. Como te follo ahora.

Chorrín me sepulta con su peso y su dejarse caer con toda su anatomía contra mis caderas y mis espaldas. Su polla me llega aún más hondo.

-¡Me voy a correr!¡Toma leche!¡Toma, toma!

Sentir como se descarga es para mí la puntilla y tengo que morder la almohada para amortiguar los gritos que estaría dando si no me encontrase en un hotel donde la gente viene a relajarse y descansar.

No nos separamos después del orgasmo. Lo tengo sobre mi espalda, planchada por su peso y la polla todavía enchufada a mi culo.

Se ha levantado algo de viento y agita los ramajes de los árboles.

Muchas preguntas se me agolpan en la mente porque la habilidad del paisano follando la retaguardia de otro hombre es evidente. Pero no voy a indagar. ¿Qué me importa a mí? Me lo ha hecho pasar de maravilla ¿Qué más quiero?

Los ronquidos de Chorrín me llevan a pensar en lo diferentes que somos los humanos. Unos nos damos mal por cualquier cosa; y otros, ya se ve, hasta se quedan dormidos sobre las espaldas de un desconocido al que se acaban de trincar.

 

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