Nuevos relatos publicados: 13

Gusano 12 - Puta de los Mantecos

  • 21
  • 9.251
  • 9,00 (4 Val.)
  • 0

Me la había pasado casi un mes soportando las guarradas de Jeff y prestándome sin remedio a ser usado por aquel asqueroso abusón.  Sabiendo que no tenía escapatoria, me entregaba con resignación a mamarle la polla y a cuanta porquería se le ocurría al manteco hijoputa.

El abusón se complacía ante mi docilidad y se ilusionaba con que cada día yo me prendaba más de él y eso hacía que me hubiese convertido en “su putita complaciente”.  Pero lo que en realidad pasaba es que yo no era tan estúpido como para negarme a obedecerle para que él me apaleara y luego de apaleado, tener que de todas maneras hacer lo que aquel cerdo me mandaba.

Cada noche encerrado en mi habitación lloraba de asco y de desesperación y no tenía más consuelo que recordar a Jordan y todo lo que antes gozaba siendo el gusano de aquel guapísimo chico.  Añoraba estar de nuevo arrastrándome ante él lamiéndole sus hermosos pies, me hacía demasiada falta su protección y toda la autoridad que desplegaba sobre mí.

Terminaba corriéndome un tremendo pajote recordando la forma en como Jordan me usaba y fantaseando con que algún día podría volver a estar lamiéndole sus pies y que él me haría mamarle su poderosa verga.  Pero estaba seguro que mi estúpida rebeldía me había hecho perder por siempre la oportunidad de volver a ser el gusano del rubio macarrita al que tanto adoraba.

Y cuando creía que ya nada peor podía pasarme y que ninguna guarrada y ningún abuso más podría infligirme Jeff, me encontré con que lo peor aún estaba por llegar.  Aquel cerdo parecía estar decidido a arrastrarme cada vez más bajo, hasta terminar de borrarme cualquier rastro de dignidad y de orgullo.

Una tarde en que debí irme con él ante la complacencia de mamá, en vez de llevarme a su mugrienta casa para usarme como hacía de costumbre, me condujo hacia el río llevándome muy bien sujeto por el brazo, para adentrarme con él en un paraje boscoso que sombreaba una especie de piscina natural a donde solían acudir los chicos de más baja condición para bañarse y dar rienda suelta a sus perversiones y a sus vicios.

Al llegar allí nos juntamos con otros dos chicos casi tan mantecos como Jeff.  Los tres empezaron a charlar mientras yo me mantenía al margen de su conversación, sentado en el suelo y un tanto aliviado al creer que al menos aquella tarde, iba librarme de los abusos de aquel cerdo que se había convertido en mi Dueño.

Al cabo de un rato liaron unos porros y se dedicaron a fumar rotándoselos entre ellos y sin ocuparse de mí.  No tardaron en empezar a divagar y a reírse como estúpidos, hasta que uno de aquellos chicos me ofreció del porro del que fumaban y yo no atiné más que a mover mi cabeza negativamente.

—Mi putita no fuma…jajajaja… – le soltó Jeff entre carcajadas –…a la muy marrana no le gustan los porros…lo que le gusta a la marrana es la polla bien lechosa…jajajaja…

Los tres se tiraron al suelo retorciéndose de risa mientras yo me ponía rojo y quería que la tierra me tragara.  ¡No era posible que aquel maldito me pusiera en evidencia frente a aquellos otros mantecos!  ¡Maldito manteco hijoputa, que no le bastaba con joderme sino que lo pregonaba entre los cerdos de su misma clase!

—Tu’s tas delirando cabrón… – dijo el chico que me había ofrecido el porro –…venirnos con el cuento que’ste gomelo remilga’o te chupa la polla…

—Pues pa’ que te lo veas que me chupa la polla y bien chupada… – le respondió Jeff algo mosqueado –…y hace lo que le mando que pa’ eso es mi putita complaciente…

—¿Pues a ver qué le mandás que te obedezca bien complaciente este gomelo remilga’o? – le preguntó el otro muchacho entrando en la conversación.

—Pa’ que se lo vean que le puedo mandar a mi putita que les chupe la polla a ustedes y la putita me complace… – respondió Jeff enfáticamente.

Los dos muchachos se torcieron de risa con la respuesta de Jeff.  En cambio a mí la sangre se me heló en las venas.  Como iban las cosas, terminaría siendo la puta de aquellos otros dos mantecos.  ¡Y eso no podía ser!  ¡Era demasiado humillante lo que estaba pasando!  ¡Tenía que hacer algo para librarme de lo que se me venía encima!

Así que con algo de disimulo empecé a levantarme de donde estaba sentado con la intención de largarme de allí.  Pero no había alcanzado a dar el primer paso cuando uno de los muchachos alertó a Jeff sobre mi intención de huir:

—Pero mirá que tu puta se quiere escapar…

Con gran habilidad Jeff me agarró por el tobillo y haló fuertemente haciéndome ir de bruces en la arena.  De inmediato él y los otros dos muchachos se me echaron encima y en menos de tres segundos me desnudaron por completo y empezaron a golpearme hasta casi lograr que me desmayara.

Creí que me matarían pero Jeff intervino en mi favor dejando de apalearme e impidiéndole a los otros dos muchachos que siguieran haciéndolo.  Quedé tendido en la arena, hipando entre sollozos, completamente desnudo y demasiado adolorido como para volver a intentar ninguna huida.

Jeff se puso en pie junto con sus dos amigos y con el tono más autoritario que podía, me ordenó ponerme de rodillas.  Ni siquiera lo intenté.  Sabía muy bien lo que vendría enseguida y no tenía ni la menor intención de prestarme a los juegos de aquellos tres mantecos hijoputas que se disponían a rebajarme hasta donde nunca hubiera podido imaginarme que se podía rebajar a un ser humano.

Pero mi actitud no me bastó para salvarme de la peor ignominia que había vivido hasta ese día.  Uno de aquellos mantecos amigos de Jeff, el mismo que me había ofrecido el porro del que fumaban, se me echó encima acaballándoseme sobre el pecho, bajó el borde de su bóxer liberando una polla negra y morcillona e intentó introducírmela en la boca.

En un último intento por salvarme de semejante humillación, volteé el rostro y apreté los labios negándome a recibir en la boca la verga de aquel manteco.  Pero era claro que el muy hijoputa no se iba a quedar con las ganas de hacerme mamarle.  Así que asentándome un puñetazo por las costillas, me agarró enseguida por los pelos sacudiéndome la cabeza y me ordenó:

—¡Abrí tu hocico gomelo remilga’o, que te voy a dar de comer!

Sin más posibilidades de defenderme, abrí la boca y dejé que aquel manteco me introdujera su verga, que de inmediato empezó a crecer y a ponerse tiesa como un garrote.  El muy hijoputa no se esperó mucho antes de reclinarse sobre mi rostro y casi enseguida empezó a moverse, culeando sobre mi cabeza, follándome literalmente la boca e introduciéndome su estoque hasta lo más profundo de mi garganta.

El manteco me aplastaba la nariz con su vientre y me tenía la boca completamente llena con la erección de su polla.  Al mismo tiempo, me embestía con rapidez y con demasiada fuerza, hundiéndome su glande hasta lo más profundo de mi garganta, rasgándomela y ensanchándomela a más no poder.

Aquello me estaba produciendo una sensación de ahogo insoportable.  Y a pesar de la angustia que me provocaba semejante tormento, tuve la lucidez suficiente para saber que aquello no acabaría hasta que aquel manteco terminara corriéndose en mi boca.

Así que sin más opción, tuve que comportarme de verdad como una buena puta complaciente y mientras aquel cabrón seguía clavándome, empecé a mover mi lengua con desesperación, lamiéndole la verga para aumentar su placer y que de esa forma eyaculara lo antes posible, evitándome el ir a morir ahogado atorado con la polla de un manteco asqueroso y pervertido.

Mi estrategia funcionó bien, pues no pasaron más de tres minutos desde que empecé a lengüetearle la verga hasta que el manteco se empezó a estremecer y a clavármela más profundo, dio unos cuantos rugidos y enseguida sentí como mi garganta recibía unas buenas descargas de semen espeso y caliente.

Aquel cerdo quedó como en éxtasis luego de llenarme la garganta de semen.  Se desmadejó sobre mí por un instante y luego se dio vuelta tendiéndose en la arena, liberándome de la invasión de su verga y permitiéndome respirar con ganas todo el aire que me había negado mientras me follaba la boca.

Pero no tuve mucho tiempo para recuperarme.  Aquel otro muchacho amigo de Jeff ya lucía su verga bien tiesa y se la meneaba despacio, rodeado de una media docena más de esos mantecos que solían ir a ese paraje para darse un chapuzón.  Y tan pronto como su compañero me liberó, vino también él a echarse sobre mí para clavarme su tranca en mi boca y empezar a follarme con la misma brutalidad que había usado el otro.

Ni que decir tengo que me esforcé lo más que pude en aumentar su placer chupeteándole y lamiéndole la verga hasta lograr que se corriera, para tragarme su semen y poder de nuevo llenar mis pulmones de aire respirando con ansiedad y viendo con angustia cómo el número de espectadores había aumentado hasta llegar a ser más de una docena de mantecos, que exhibían sus pollas bien tiesas y se las meneaban despacio como aguardando también su turno de venir a clavármela en la garganta.

Me aterré de lo que pudiera pasarme si todos aquellos muchachos venían a follarme la boca como lo habían hecho los anteriores.  Así que tan pronto como el segundo de los amigos de Jeff me liberó, respirando con angustia y llorando de indignación y de asco, tuve que impulsarme como con resortes para ponerme de rodillas y ofrecerme en esa posición, evitándome que volvieran a cogerme como lo habían estado haciendo los dos primeros mantecos que materialmente me habían violado la garganta.

Aquello debió parecerles a esa docena larga de mantecos una invitación para venir a follarme la boca, porque los muy hijoputas se me echaron encima y halándome unos de los pelos y otros de las orejas, intentaban meter su respectiva polla entre mis labios, con tal desorden y con tanta premura, que ninguno lograba hacerme mamar más de dos segundos, y en cambio me estaban haciendo sentir que me dejarían calvo y me arrancarían las orejas.

Yo chillaba de dolor e intentaba defenderme como podía, pero el grupo de mantecos era tan numeroso que no bastaban los aleteos de mis brazos y las mordidas que alcanzaba a darle a uno que otro en su polla para librarme de semejante putada.

Me creía ya que estaba perdido sin remedio cuando Jeff vino a poner orden en semejante atrocidad.  Imponiéndose a empujones, gritos, puñetazos y patadas, logró convencer a aquellos mantecos de establecer turnos para hacerme mamar.  Así que los asquerosos hijoputas mal hicieron una fila, empujándose entre ellos e increpándose con vulgaridad, pero todos con su polla tiesa entre sus manos y esperando el momento de venir a follarme la boca.

Si se quiere, puede decirse que tuve suerte, pues aquellos cerdos estaban ya tan calientes, que no tardaban mucho en meterme la verga en la boca para empezar a correrse casi al punto.  Aunque debo anotar también que yo me esforzaba en hacerles la mejor mamada posible, tratando de que aquello terminara pronto.

No podía parar de llorar, puesto ahí de rodillas, intentando mamar de la mejor manera, mientras cada uno de esos mantecos me follaba la boca con brutalidad, me tironeaba de los pelos o me afirmaba por las orejas para poder penetrarme más hondo y terminar eyaculando y obligándome a tragar lefa y más lefa.

Algunos hijoputas de esos tenían una verga tan enorme, que cada que me la metían me hacían sentir que me reventarían la garganta.  Otros en cambio, eran tan chicos que casi ni pelos tenían y su polla no alcanzaban a hacerme verdadero daño.

Pero todos sin excepción quisieron hacerme tragar su semen y muchos se complacieron aun obligándome a lamerles la verga para dejárselas muy limpita, mientras me endilgaban tortazo tras tortazo y sus compañeros los apuraban para obtener su respectivo turno y yo lloraba con desconsuelo y desesperanzado de que aquello fuera a terminar antes de que me muriera de dolor, de asco y de humillación.

Si mal no recuerdo, debí mamarle la verga a más de quince mantecos en algo así como tres horas.  El semen me escurría por la barbilla y me empapaba el pecho y mi estado de angustia era tan profundo, que incluso añoraba ya el estar con Jeff en su mugrienta casa, dedicado a mamarle su hedionda verga y presto a entregarme con toda docilidad a cualquiera de sus asquerosas guarradas.

Una vez hube terminado de mamarle al último de aquellos mantecos, los primeros que me habían follado la boca quisieron repetir.  Pero a esas alturas mi estado era tan lamentable y mi aspecto tan asqueroso que ninguno se aventuró de verdad a volver a meterme su verga en la boca y a uno o dos que porfiaban en hacerlo, Jeff los alejó de allí con amenazas e insultos.

Aquella había sido la experiencia más degradante y asquerosa de mis cortos dieciséis años.  Hubiera preferido morirme antes que volver a tener que vivir una tarde como aquella.  Y lo peor para mí fue que el haber sido usado por ese crecido grupo de mantecos viciosos y pervertidos, no fue más que el principio de más desventuras y humillaciones, que terminaron por hacerme sentir que después de aquello yo estaría preparado completamente para aceptar cualquier cosa que quisieran hacerme.

La voz de que Jeff disponía de un gomelo al que usaba como puta, se corrió como un incendio de pólvora entre los mantecos del pueblo.  Todos los amigos y conocidos de aquel cerdo abusón, empezaron a asediarlo pidiéndole que me prestara para que les mamara la verga.

Al principio el muy tuno se veía exultante ante tanta popularidad y accedía de buen grado a la petición de los otros mantecos.  Así que cada tarde yo me veía obligado a ponerme de rodillas ante tres, cuatro y a veces hasta diez de esos sucios y viciosos muchachos, para comerles la polla, recibir tortazos y atrancarme de su semen.

Para aumentar mi humillación, aquellos cerdos abusivos eran en su mayoría chiquillos recién entrados en su adolescencia, calientes como el que más, crueles y vulgares, que parecían disfrutar más mientras más rebajado me veían, mientras con más desconsuelo lloraba yo al tiempo que les mamaba la verga.  Me trataban con verdadera saña y me usaban sin miramientos, ante la complacida mirada de mi Dueño.

Aquellos hijoputas mantecos, excluidos por los de nuestra clase social, marginados y rechazados en todos lados, sentirían un placer especial en joder a un chico como yo, uno de los que esos cerdos llamaban despectivamente “gomelos”.

Tal vez su forma de usarme de manera tan cruel, sería su forma de vengar en mí su resentimiento y su frustración por haber nacido tan pobres como ratas y por no poder acceder a la vida cómoda y feliz que solíamos llevar los chicos de las familias adineradas del pueblo.  Ser un gomelo me costaba muy caro, estando bajo el yugo de uno de aquellos mantecos hijoputas.

Mi desgracia crecía de día en día al tiempo que la popularidad de Jeff aumentaba entre sus sucios congéneres.  Hasta que el muy ladino, percatándose de todo el éxito que tenía entre los otros mantecos, cayó en la cuenta que podía sacarle verdadero provecho a su “putita complaciente”.

Fue así como dejó de acceder de buen grado a prestarme para que les mamara a esos cerdos y empezó a cobrar por mis servicios.  Incluso llegó a establecer tarifas diferenciales y así el pago dependía de lo que cada manteco que me usaba deseara hacerme.

La tarifa más alta era para lo que Jeff llamaba el servicio completo, que consistía en mamarles hasta lograr que se corrieran en mi boca para tragarme su semen y terminar lamiéndoles la verga hasta dejárselas limpita.  Algunos de los que pedían servicio completo, también se daban el lujo de pagar por algunas extras, como hacerme lamerles los huevos o golpearme dándome de bofetadas y tortazos mientras les mamaba.

Otro servicio del catálogo que se había ideado Jeff consistía en hacerme poner de rodillas para que el manteco de turno se pajeara refregándome su polla en mi cara hasta correrse dejándomela llena de semen.  Algunos “clientes” deseaban mear sobre mí o en mi boca.  A otros les apetecía simplemente apalearme.  Alguno que otro prefería hacerme que le chupara el culo.  Y así, cada servicio tenía su tarifa y cada manteco mostraba sus preferencias a la hora de usarme.

Entre aquel grupo de cerdos había uno que tenía una polla descomunal.  Y a pesar de ser dos años más joven que yo, me llevaba casi un palmo de estatura y su cuerpo era una verdadera masa de músculos.  Era realmente guapo el cabrón y no puedo negar que me atraía mucho.  Pero en el momento de ser usado por él, me entraba un pánico terrible, pues su afición era hundirme su tranca por completo, obligándome a pegar mis labios a su vientre.

Aquello era un suplicio terrible para mí, pues su enorme polla completamente tiesa, se abría paso a través de mi garganta rasgándomela y ensanchándomela hasta tal punto que me veía imposibilitado para respirar.  El maldito manteco me mantenía entre tanto bien agarrado por los pelos con una de sus manazas, al tiempo que con la otra me asentaba bofetada tras bofetada, hasta lograr borrarme cualquier resistencia.

Y cuando lograba clavármela por completo, me seguía manteniendo agarrado por los pelos, sonriendo con satisfacción y comentando lo puto maricón que sería yo, que era capaz de tragarme semejante enormidad de verga, logrando una hazaña que ninguna chica había alcanzado hasta entonces.

Ni que decir tengo que mi mayor descanso era lograr que aquel manteco superdotado se corriera en mi garganta, aunque no me la ponía fácil el maldito cerdo, porque tan pronto sentía que estaba a punto de eyacular, me desclavaba por unos instantes para detener su orgasmo y al momento volvía a penetrarme con la misma brutalidad del principio.

Otro de aquellos mantecos que le pagaban a Jeff para usarme y que recuerdo muy bien, era un chico rubio muy guapillo, con cierto aire a Jordan.  Con este me costaba bien poco plegarme a servirle, pues no tenía que hacer mayor esfuerzo para imaginarme que era a mi verdadero Amo a quien estaba complaciendo en las ocasiones en que le mamaba.

Para completar, al rubiales le encantaba que yo le comiera los pies y aunque le apestaban demasiado, la verdad es que los tenía casi tan hermosos como los Jordan y ello completaba mi fantasía de estar siendo usado por mi original Dueño.

No puedo negar que aquel chico me excitaba, igual que me excitaba el enorme manteco que me clavaba por la garganta con su descomunal verga.  Pero me resistía a admitir que el ser humillado y abusado por aquellos hijos de puta, de una clase social tan inferior y tan proscrita, me fuera a causar ningún placer.

Para un jovencito como yo, nacido en el seno de una de las familias más prestantes y más adineradas del pueblo, era demasiado humillante aquella situación.  Eso sin contar con que no acababa de aceptar que fuera un despreciable maricón y, peor aún, sin comprender ni aceptar que por las trampas del destino hubiese terminado siendo un simple puto, chuleado y explotado por el más despreciable, sucio y cerdo de los mantecos.

Pero lo peor de lo peor de aquella etapa de puta de los mantecos, fue tener que atender a los mellizos Morrison.  Me resultaba demasiado humillante y me rebajaba hasta el límite, el tener que satisfacer los perversos vicios de aquel par de grandísimos hijos de puta dos años más jóvenes que yo.  Pero para mi desgracia, a los Morrison les sobraba el dinero para pagarle a Jeff por mis servicios, para usarme y abusarme como su retorcida y resentida imaginación les iba indicando.

Aquel par de cabrones idénticos en todo, eran los peores mantecos entre los más mantecos.  La gran fortuna de su papá los hacía creerse con el derecho de putear a todo el mundo.  Eran los más vulgares, los más groseros y también los más odiados y excluidos de todo el pueblo y por ello mismo, también eran los más resentidos y frustrados.

Su papá provenía de una familia de peones miserables y rastreros, pero hizo fortuna al involucrarse con unos contrabandistas y en pocos años llegó a ser uno de los hombres más ricos del pueblo.  Pero como el dinero no compra clase, ni estilo, ni educación, siguió comportándose siempre como un peón, solo que con todas las ínfulas que podía permitirle su riqueza.

Sus dos hijos, los mellizos Morrison, se comportaban peor que su papá.  Atropellaban, puteaban, insultaban, amenazaban y apaleaban a todo aquel que podían.  Su comportamiento y, sobre todo, la dudosa procedencia del dinero de su papá, había hecho que todos en el pueblo los rechazaran, a tal punto que cuando quisieron ingresar en el colegio al que asistíamos los niños de las familias más prestantes, les negaron el cupo enfáticamente.

Aquello había hecho que aquel par de cabrones desarrollaran un odio ciego a todos aquellos a los que los mantecos llamaban los gomelos.  Por tal razón, cuando se enteraron que Jeff disponía de mí a su antojo y me alquilaba para satisfacer las perversiones de sus compinches, los muy hijos de puta de los Morrison encontraron la oportunidad perfecta para desahogarse jodiéndome sin ningún recato y sin el menor miramiento.

Cada vez que aquellos dos demonios le pagaban a Jeff para usarme, yo me quería morir.  Le suplicaba al abusón que no me entregara a las perversiones de los Morrison, le prometía completa obediencia y docilidad para cualquier otra forma en como él quisiera usarme y hasta amenazaba con no obedecerle de ir a servirle aquel par de hijos de puta.

Pero Jeff se ponía firme, me apaleaba un poco y cuando no podía convencerme a los golpes, me amenazaba con ir a mi casa en compañía de todos los mantecos del pueblo, a gritarle a mi familia y a todo el que quisiera oírlos que yo me pasaba las tardes mamándoles la polla y tragándome el semen de todos aquellos sucios y pervertidos muchachos al que todo el mundo despreciaba.

Y entonces, ante el pánico que me causaba el que todo el pueblo fuera a enterarse de mis andanzas de maricón, tenía que resignarme a ir donde los Morrison para que el par de hijoputas me usaran, me humillaran, me degradaran y se burlaran y abusaran de mí, seguramente sintiendo que lo que me hacían a mí se lo estaban haciendo a todas las familias más prestantes, que tan excluidos y rechazados los mantenían.

Asqueado completamente de mi situación, sintiéndome terriblemente sucio y humillado, empecé entonces a buscar la manera de volver a ganarme el perdón de Jordan.  Estaba dispuesto a lo que fuera, con tal de zafarme el yugo que me había impuesto Jeff.  Ya no podía caer más bajo.  Recuperar la protección de Jordan me salvaría.

Y no habría nada que yo no estuviera dispuesto a hacer para volver a ser el gusano del rubio macarrita que tanta falta me hacía y al que tanto idolatraba en mis solitarias noches de pajas interminables y abundantes lágrimas.

(9,00)