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Gusano 13 - Los Morrison

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Lo más terrible que solía pasarme era que los mellizos Morrison me alquilaran para usarme.  Y lo peor para mí era que los muy hijoputas estaban demasiado aficionados a mis servicios, así que al menos tres veces por semana le entregaban a Jeff unos buenos billetes para poder disfrutar degradándome hasta donde más podían, hundiéndome cada vez más en un lodazal podrido del cual ya no tenía yo ninguna esperanza de salir.

Los muy cabrones estaban bien guapillos.  Y la verdad es que no era que me torturaran físicamente o me hicieran guarradas más asquerosas que las que se les ocurrían a los otros mantecos.  Lo que de verdad me ponía mal era tener que atender las perversiones de ese par de miserables que se creían unos príncipes solo gracias al dinero mal habido de su papá.

Entre las muchas propiedades de su familia, había una pequeña casa de campo a las afueras del pueblo.  Los mellizos disponían de aquella casita a su antojo, pues al parecer los únicos que la visitaban eran ellos y algunos de sus compinches, igual de vulgares y ostentosos.

La última vez que visité aquella casita en mi papel de puta de Jeff, fue una experiencia demasiado dolorosa y humillante, que me convenció al fin de ir a buscar de nuevo la protección de Jordan, de tal manera de poder librarme para siempre de la condición de puta de los mantecos, que me había impuesto el maldito abusón.  A nada me negaría y no me detendría en mi empeño de ir de nuevo a ser el gusano de Jordan, nada impediría que lograra su perdón para arrastrarme otra vez a sus pies venerándolo con adoración.

Aquella última tarde que llegué en compañía de Jeff para atender a los mellizos Morrison, iba gimoteando y medio apaleado por ese maldito cerdo, que respondía a mis súplicas con tortazos y puñetazos por las costillas.  Tan pronto entramos, los Morrison se nos acercaron y mientras uno le contaba a Jeff los billetes correspondientes a mi alquiler de aquella jornada, el otro mellizo me asentó un bofetón y me ordenó con desprecio:

—¡Arrodíllate puto maricón y bésame el trasero!

Temblando de humillación y rabia, tuve que obedecer la orden de aquel endemoniado manteco.  Y tan pronto como pegué mis labios a su culo, el muy cerdo me soltó un apestoso gas en pleno rostro, haciéndome retroceder sorprendido por el sonido de su ventoso y asqueado por tan repugnante aroma.

Jeff y el otro mellizo se desternillaron de risa al ver aquello, mientras yo intentaba ponerme de pie para evitarme el seguir aspirando aquella peste.  Pero el Morrison no iba a permitirme que me librara tan fácilmente de semejante humillación.  Así que al percatarse de mi intención de levantarme, me asentó tremendo tortazo por la cabeza, me agarró por los pelos y pegó mi rostro a su trasero para soltarme otro apestoso gas al tiempo que me ordenaba con total desprecio:

—¡Que me beses el culo te he dicho, maldita perra…o voy a tener que cagarme en tu asqueroso hocico!

Esa amenaza me trajo a la memoria la vez que Jordan se cagó en mi boca.  Aquel recuerdo y la certeza de que el maldito mellizo era muy capaz de hacerme lo que anunciaba, me aterraron y ya no tuve más remilgos en pegar mis labios a su culo para dedicarme a besárselo con demasiado esmero, mientras Jeff y el otro Morrison parecían que iban a reventar de tanto reírse.

Aquello no duró mucho en realidad.  El maldito cabrón que me gaseaba el rostro, debió excitarse muy pronto por la forma en como me estaba humillando, así que halándome por los pelos sin ninguna compasión, me obligó a reptar sobre mis rodillas hasta que mis labios quedaron ahora pegados al bulto que crecía y palpitaba en su entrepierna.

Creí que la intención de aquel demonio era hacerme que le besara su bulto.  Y para evitarme más castigos y más amenazas, me dediqué a ello con empeño, mientras el otro mellizo y Jeff seguían desternillándose de risa.  Pero el muy hijoputa quería otra cosa y endilgándome tremenda bofetada me espetó:

—¡Serás puta estúpida…! ¡¿A caso te he mandado que me beses la polla, puta imbécil?!

Me quedé paralizado y sollozante.  Nada parecía valerme para librarme de la crueldad de aquel manteco con ínfulas de príncipe.  Tuve entonces que soportar una segunda bofetada más fuerte que la anterior, antes de que el Morrison me explicara lo que quería.

—¡Maldita puta estúpida…! – me espetó – ¡Sácame la polla que me la vas a mamar! – remató asentándome otra bofetada.

Llorando ya con descaro y con las manos temblándome por el miedo y la humillación, bajé con cuidado el cierre de sus vaqueros y con mucha precaución metí mis dedos entre la bragueta para correr un poco el borde de su bóxer e intentar liberar su polla que ya la tenía bien tiesa.

Pero era imposible liberar semejante tranca sin forzarle al menos uno poco.  El Morrison tenía una verga de buen tamaño, gorda y larga, idéntica a la de su hermano.  Y bien erecta y apresada entre su bóxer y sus vaqueros ajustados, resultaba una locura liberarla sin causarle ninguna incomodidad al endemoniado manteco.

Así que la siguiente bofetada no se hizo esperar para estrellarse en mi rostro, con tal fuerza que caí de costillas en el suelo a los pies del otro mellizo y de Jeff.  Enojado por mi torpeza a la hora de sacarle su verga, el Morrison que se disponía para hacerme mamar, optó por liberar su tranca él mismo al tiempo que me insultaba con su vulgaridad habitual.

—¡Maldita puta estúpida…! – me espetó asentándome una patada por el culo – ¡Que ni para sacarme la verga sirves!

Ya con su verga al aire, bien tiesa y goteando precum, el Morrison me obsequió una nueva patada por el culo ordenándome que me pusiera de rodillas a sus pies.  Lo hice con verdadera habilidad, tratando de evitarme un nuevo castigo y tan pronto como tuve aquella potente tranca frente a mis ojos, abrí los labios y me alcancé a tragar casi la mitad, con la intención de dedicarme a mamarle con empeño para lograr que el maldito demonio se corriera rápido y me dejara en paz.

Pero me había equivocado nuevamente.  La intención del Morrison era putearme todo lo más posible.  Así que endilgándome una nueva bofetada, me apartó de su verga impidiéndome que se la mamara.

—¡Estás hambrienta… ¿eh perra?! – me dijo con sorna – ¿Es que en tu casa no tienen ya que comer, puta mal educada?

Enseguida me agarró de nuevo por los pelos, me asentó otra bofetada y haló hasta que mi rostro quedó pegado a su polla erecta.  Me solté a llorar y con voz entrecortada me puse a suplicarle que me dejara mamársela de una vez por todas.

El muy cabrón estalló en carcajadas ante mis súplicas.  Me afirmó más fuertemente por los pelos y se dedicó por unos instantes a refregar mi rostro sobre su potente verga.  Luego, adoptando un gesto adusto y tono pedagógico, me dijo:

—¡Bueno perra…ya que estás tan hambrienta, te voy a tener compasión y voy a darte de comer…pero te lo tienes que ganar ¿eh perra?!

Me quedé perplejo sin saber a qué se refería el Morrison.  A lo único que atiné fue a levantar la mirada y con los ojos llenos de llanto volví a implorarle que me dejara mamarle la verga.  Su respuesta fue otra explosión de risa y al cabo de unos instantes de carcajearse, volvió a obsequiarme una buena bofetada y me ordenó:

—¡Tienes que adorarme la verga que es la que te va a dar de comer, puta estúpida! – me explicó un instante antes de abofetearme de nuevo – ¡Bésame la verga, puta estúpida! – me ordenó.

Jeff y el otro mellizo estallaron en carcajadas.  No dudé ni un instante en obedecerle al Morrison y con los ojos anegados en llanto y el rostro pringado de su precum, me dediqué a besarle la verga como si en ello me fuera la vida.  Y aún más, al tiempo que le besuqueaba, le imploraba entre gemidos y sollozos que me dejara mamársela de una vez.

Los dos mellizos y Jeff se burlaron de mí por unos minutos, mientras que yo, con mis labios pegados a la verga del Morrison se la besuqueaba con devoción y entre sollozos le imploraba que me dejara mamársela.

—¡Pa’ que vean no más lo que le gusta la verga a mi putita! – apostillaba Jeff entre carcajadas.

—Jajajaja… – reía uno de los Morrison – ¡Se estará muriendo de hambre la perra asquerosa y por eso tiene tanto empeño en mamar!

Entre tanto, el Morrison al que yo le besuqueaba la verga, se torcía de risa por los comentarios de los otros dos e iba endilgándome tortazo tras tortazo y ordenándome que siguiera con la humillante labor a la que me estaba sometiendo.

—¡Eso puta…sigue…sigue adorándome la verga, puta estúpida! – me ordenaba entre carcajadas y sin parar de darme tortazos – ¡Sigue suplicándome, puta estúpida…a ver si me decido a darte de mamar, que estarás hambrienta y tengo los huevos bien llenos de leche!

Mis gimoteos iban en aumento con cada burla y con cada tortazo, pero ni se me cruzaba por la mente dejar de besarle la verga al Morrison.  Y no paraba tampoco de implorarle entre sollozos que me dejara mamársela.  Sabía muy bien que de no prestarme a sus burlas y a sus humillaciones, me harían algo mucho peor, pues ese par de hijoputas mellizos parecían tener talento para joderme.

Al cabo de un rato, cuando ya seguramente la calentura le ganó, el maldito demonio me dejó al fin empezar a mamársela.  Me hundió su verga en la boca y afirmándome con demasiada fuerza por los pelos, me endilgó un tremendo tortazo y me ordenó:

—¡A ver si después de tanto suplicarme, eres capaz de hacerme una buena mamada, puta asquerosa!

Ni que decir tengo que me apliqué a mamarle la verga al Morrison con todo el empeño de que era capaz en esas circunstancias.  Anhelaba como nada provocarle el máximo de placer al maldito demonio, de tal forma que se corriera lo antes posible para que terminara ese horrible suplicio al que me estaba sometiendo.

Pero todo mi esfuerzo no pareció satisfacer completamente al mellizo.  Así que el muy hijoputa hizo algo que me llevó a la desesperación y me obligó a aplicarme hasta más allá de mis posibilidades en la tarea de darle el máximo de placer para poder concluir lo antes posible con mi sufrimiento.

Lo que hizo el maldito demonio fue endilgarme un bofetón tan fuerte que casi me parte la mandíbula, me afirmó con brutalidad por los pelos y me hundió su verga en la boca hasta que su glande penetró pleno en mi garganta.  Enseguida me agarró la nariz con sus dedos taponándome cualquier posibilidad de respirar y me amenazó con reventarme a patadas si no me esforzaba más en aumentar su placer.

—¡A ver si eres capaz de sacarme la leche antes de ahogarte, puta asquerosa!

Los ojos parecía que iban a saltárseme de las órbitas y empezó a invadirme una sensación de asfixia insoportable.  Sabiendo de sobra que nada me libraría de esa tortura hasta que el mellizo no terminara eyaculando en mi garganta, me apliqué a mover la lengua con verdadera desesperación, acariciándole la verga y chupeteándosela hasta donde me lo permitía mi estado de angustia.

Debieron pasar algo así como unos tres minutos hasta que sentí que la verga del Morrison vibraba entre mi garganta, al tiempo que empezaba a largar semen a borbotones, haciéndome tragar una buena cantidad mientras que el resto de la espesa y caliente lefa me llenaba la boca y se me salía por la comisura de los labios.

En esas el maldito cabrón, preso del enorme placer que debía estar sintiendo, me aflojó la nariz permitiéndome que tomara un poco de aire, pero respiré con tanto apresuramiento, que a punto estuve de ahogarme con el semen que inundaba mi garganta y en un acto reflejo de mis pulmones quise toser, pero la verga del mellizo alojada en mi gaznate no me dejó hacerlo y lo único que logré fue que su lefa saliera como si fuera un raudal de mocos por mis cornetes nasales.

Aquello parecía haber terminado allí.  El Morrison liberó mis pelos y me asentó una bofetada más ordenándome que me apartara y liberando mi garganta de la presión de su potente tranca que aún morcillona salió de entre mis labios goteando semen.

Yo estaba llorando con todo descaro y seguía tosiendo, tratando de sacar de mis vías respiratorias toda la espesa y caliente lefa que amenazaba con ahogarme.  Pero antes de que pudiera recuperarme del todo, oí como el otro de los Morrison le ordenaba a Jeff:

—¡Anda a darle un buen morreo a tu asquerosa puta, que se está muriendo de pena y necesitará que la consueles un poco!

Jeff intentó protestar.  El maldito cerdo parecía no estar dispuesto a ser parte de la diversión de los Morrison y seguramente no le haría mucha gracia ir a morrearme teniendo yo mi boca llena del semen del mellizo que acababa de eyacular encima de mí.

—Pero mejor espero que mi putita se acabe de comer la leche de tu hermano…que la muy zorra tiene la boca bien llena… – argumentó Jeff no muy convencido.

—¡Qué andes a morrearla ya! – le ordenó maldito mellizo – ¡Que tú no eres más que un manteco bien cerdo y no le andarás haciendo ascos a la lefa de un Morrison!

—Pero mejor espero… – intentó rebatir Jeff.

—¡Que hagas lo que te digo, manteco hijoputa! – le espetó el Morrison – ¡Que tienes que hacer lo que te mando que para eso te pagamos bien por esa asquerosa puta!

—Pe…pero… – intentó aún Jeff defenderse.

Ante la perspectiva de que el abusón viniera a morrearme, evité tragarme ni una gota de semen de la que inundaba mi boca.  Era mi oportunidad de vengarme de aquel maldito cerdo.  Lo haría que se tragara una buena ración de lefa del mellizo que acababa de usarme, que se sintiera tan humillado y tan rebajado como lo estaba yo por su culpa.

Y lo lograría con la cantidad de semen que conservaba sobre  mi lengua y entre mis carrillos.  Los Morrison, cada vez que me usaban, largaban lefa como caballos y aquella era la ocasión más propicia para obligar a Jeff a saborear también aquella leche espesa y caliente con la que me obsequiaban los malditos demonios cada vez que me follaban la boca.

—Mira manteco hijoputa, voy a explicarte: – le gritó el Morrison – ¡Que vayas ya a morrear a tu asquerosa puta, que la voy a usar y no le quiero meter mi polla en su maldito hocico lleno de semen! – y remató con una amenaza – ¡Y como no me obedezcas de dejarle el hocico bien limpio, te olvidas de volver a traer a esta perra para que mi hermano y yo la usemos!

Ante la perspectiva de perder a sus dos mejores clientes, Jeff tuvo que resignarse a obedecer la orden de aquel endemoniado mellizo.  Así que ya no intentó seguir protestando y vino más bien a arrodillarse frente a mí y agarrándome por las orejas, cerró sus ojos y haló de mi cabeza hasta que sus labios quedaron pegados a los míos y empezó a morrearme con muy poco convencimiento.

Por el contrario yo, por primera vez en mi vida, besé al asqueroso cerdo con todas mis ganas.  Ante la timidez con que me estaba metiendo su lengua, aproveché y le introduje la mía hasta el fondo, derramando en el interior de su boca la abundante mezcla de mi baba y del semen que acababa de vomitarme adentro el endemoniado Morrison.

Para mayor infortunio de aquel maldito abusón, el mellizo que acababa de follarme la boca puso su verga morcillona sobre la cabeza de Jeff y se dedicó a refregársela limpiándose en los pelos del cerdo los restos del orgasmo que acababa de gozar.

Aquel morreo debió durar unos buenos cinco minutos, que invertí en hacer que Jeff se tragara la lefa del Morrison mezclada con mi baba, mientras en sus pelos quedaban enredados hilos de semen, precum y saliva al tiempo que el mellizo le refregaba la verga por la cabeza.

Al terminar aquello, Jeff mostraba tal gesto de repugnancia y su cabeza y su rostro estaban tan pringados de semen y baba, que yo hubiera podido carcajearme por su cómico aspecto.  Pero no tuve mucho tiempo para solazarme saboreando mi remedo de venganza, pues el otro Morrison, el que aún no me había usado aquella tarde, me agarró por los pelos arrastrándome hacia su entrepierna para enchufarme en la boca su potente verga, al tiempo que me arriaba tremendo bofetón y me ordenaba que me dedicara a mamársela con esmero.

Y para completar mi desgracia de aquel día, luego de follarme la garganta con brutalidad, el Morrison quiso mearse en mi boca obligándome a tragar por completo su caliente y oloroso líquido y aún me hizo lamer algunas gotas que cayeron al suelo.  Como era de suponerse su hermano lo imitó, así que aquella tarde terminé ahíto de semen y meo y así salí de aquella casa de campo de los malditos mellizos, pero mi jornada aún no terminaba.

Cabreado como nunca por las humillaciones y las guarradas a las que lo habían sometido los Morrison, Jeff no tuvo otra idea más que la de desquitarse conmigo de todo lo que le hicieron aquel par de mantecos hijoputas.  Así que una vez aquellos demonios se hartaron de usarme y humillarme, el maldito abusón me arrastró con él hasta su desvencijada y sucia casa.

Allí se dedicó a molerme a tortazos hasta que se cansó, culpándome de que los Morrison lo hubiesen humillado tanto y obligado a morrearme teniendo mi boca llena de la leche de uno de aquellos endemoniados mellizos.  Yo no atinaba más que a llorar desconsoladamente, mientras intentaba inútilmente librarme de la paliza que me endilgaba Jeff y le suplicaba con lastimeros gemidos que me tuviera un poco de compasión.

Una vez se hartó de apalearme, se desnudó por completo y me obligó a lamerlo por todo el cuerpo, haciéndome detener especialmente en sus peludos y agrios sobacos y en sus apestosos pies, para rematar teniendo que meterle mi lengua en su sucio culo pringado de mierda de muchos días.

Ya bien caliente cuando me había obligado a repasarle mi lengua por más de diez minutos por su apestoso culo, el hijoputa me ordenó empezar a comerle la polla.  Intenté hacerle un buen trabajo, tratando de que se quedara satisfecho y me dejara ir en paz a mi casa.

Su polla corta y muy gruesa estaba ya bien tiesa, lo que me ayudó a que en poco tiempo, y gracias a la ya amplia experiencia de mis labios y mi lengua, el maldito cerdo empezara a correrse como una bestia llenándome la boca con su espeso semen, que mezclado con la apestosa nata que le cubría el glande, tuve que ir tragándome sin remedio.

Creí que había terminado mi jornada e intenté retirarme, pero el maldito abusón me dio tremendo tortazo por la cabeza al tiempo que me ordenaba que siguiera chupándole la polla.  Y así, con su sucia verga entre mis labios, me obligó a girar sobre mis rodillas hasta que mi culo quedó en pompa a la altura de su cabeza.

Sin ninguna otra opción que obedecerle, seguí chupándole la polla al tiempo que el cerdo empezaba a magrearme el culo por sobre mi pantalón.  Aquello era ya demasiado para mí y me solté a llorar con descaro.  ¡¿Hasta dónde putas iba a llegar aquel manteco hijoputa que me había esclavizado, me había convertido en una puta y ahora me manoseaba como si yo fuera un simple objeto?!

¡Maldita suerte la mía, tener que aguantar que las asquerosas y callosas manos de ese abusón me toquetearan el trasero sin miramientos mientras yo me veía obligado a seguir chupándole la polla!  Y lo peor del cuento era que aquello no terminaba allí, pues el maldito cerdo, habilidosamente desabrochó mi pantalón y haló de él hasta bajármelo a la altura de los muslos y se dedicó entonces a repasarme uno de sus dedos por la raja del culo.

Sin más opción que mantener su polla entre mi boca, me puse sin embargo a gimotear entre sollozos y a balbucear intentando suplicarle que me dejara en paz.  Pero en cambio de tenerme el más mínimo de compasión, el hijoputa se humedeció el dedo entre su boca y se dedicó a hurgar entre mi raja buscándome el ano.

—Ahorita vas a ver putita… – me dijo con su voz ronca –…chupáme bien la polla que se me ponga bien tiesa, porque ahorita sí que vas a ver lo que es un macho que te parta el culo y te monte como si fueras yegua…

Su anuncio me hizo entrar en pánico.  ¡Aquel cerdo asqueroso iba a violarme!  No le faltaban más desgracias a mi miserable vida.  En un instante imaginé lo que sería que aquel manteco hijoputa me partiera el culo y cómo, con toda seguridad, de ahí en adelante iba a terminar siendo enculado por todos los miserables mantecos del pueblo.

Si medir las consecuencias, preso del pánico y tratando de encontrar una salvación frente a lo que se me avecinaba, apreté mis mandíbulas con fuerza, enterrando mis dientes en la semierecta polla de Jeff, sacudí mi cabeza un poco y al instante abrí de nuevo mi boca y de un salto me tiré de la sucia cama del manteco al suelo, acomodé mis pantalones en un santiamén y salí de allí corriendo como si me persiguieran todos los demonios del infierno.

(9,50)