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La historia de Ángel, solo era un muchacho (17)

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Aquel día el inspector Gutiérrez no estaba del mejor humor, era viernes y le esperaba un largo y movidito fin de semana para intentar resolver sus problemas familiares, y ahora se le complicaba con un trabajo más, añadido a sus quebraderos de cabeza.

Aun resonaba en sus oídos la exigente y aguda voz de su jefa.

-Quiero que te ocupes personalmente del caso y lo lleves con la mayor discreción que puedas, estamos tratando de personas influyentes y muy importantes, utiliza los medios que necesites y como sea resuélvelo.

-Conforme jefe, lo que tu mandes. -Gutierrez arrugó los labios, enviando un fingido beso al teléfono, ¿qué se había creído esa señora?, sabía perfectamente con quien estaba tratando, ¿o veinte años en el cuerpo no servían para nada?

Colgó el teléfono y marcó el de su ayudante pidiéndole que pasara a su despacho. Entró sin llamar con un fajo de papeles en la mano, elevó la vista para fijarla en la mujer alta y delgada que terminaba de entrar. Lara se conservaba joven, y aún seguía siendo aquella bonita compañera con la que compartió el trabajo de patrullar la calle.

-Se breve y ve a lo importante. -la mujer puso sobre las mesa los papeles que llevaba.

-Aquí tienes el informe, he dejado un par de agentes y tenemos los teléfonos intervenidos, seguramente llamarán pidiendo un rescate.

-Creo que vamos a ir allí y me cuentas de palabra tus impresiones, el informe lo leeré más tarde o a la noche si es que puedo.

Salieron al patio de la comisaría donde les esperaba un coche sin distintivos que lo distinguiera, solamente una pequeña lamparita azul adherida en el techo indicaba que se trataba de un coche de policía.

La sub inspectora Alvarado se colocó al volante y esperó a salir del patio para comenzar a hablar.

-El típico caso de secuestro, seguro que pronto tendrán una llamada reclamando un rescate, que en este caso no será pequeño.

-Encontraron al chófer maniatado en su vehículo, en las canteras de arena del río. El sujeto dice no recordar a los atacantes, que le golpearon la cabeza cuando recogía al chico en la academia de baile donde acude los jueves.

-Resulta sospechoso que un hombre tan grande como él, que sabe de artes marciales, fue boxeador, pudiera ser dominado como él asegura, portaba su arma en la guantera del coche, y otro detalle que no encaja es que no se la robaran.

-¿Piensas que miente?

-No aseguro nada, pero creo que no está diciendo toda la verdad, no voy más allá por ahora.

-¿Qué has podido averiguar sobre él?

-Hace tiempo que estuvo en prisión, cuando dejó el boxeo y por asuntos de drogas, pequeñas cosas, hasta que lo rescató su actual jefe y avaló que se le pudiera entregar un arma de fuego, ¿argumento que lo pueda justificar?, muy endeble, la simple seguridad para él.

Habían llegado ante el muro de más de dos metros de altura y a la puerta de hierro que daba acceso al recinto, Gutiérrez observó las cámaras de seguridad instaladas estratégicamente en lo alto de la verja y al guarda de seguridad que les abría la puerta.

-Esto parece más seguro que las cámaras del banco central.

-Han vuelto a contratar el servicio de guardias, lo habían sustituido por la vigilancia remota, pero ahora han vuelto a lo que tenían antes.

-No vive mal esta gente. -comentó la policía antes de que un hombre uniformado de mayordomo los guiara a una habitación biblioteca, dos hombres mayores los esperaban de pie y uno de ellos, el de más altura, se adelantó a saludarles.

-¿Inspector?… -se detuvo expectante, el señor aquel quería escuchar su voz, seguro que sabía el nombre de quien le visitaba

-Gutiérrez, y mi ayudante la sub inspectora Alvarado.

-¿Tienen alguna noticias? -el hombre no aparentaba estar nervioso ni intranquilo y el policía le miro guardando silencio un instante.

-Mire señor Martínez, las noticias le llegarán antes a usted y al parecer aún no se han puesto en contacto diciendo lo que quieren, tienen a dos policías vigilando sus teléfonos y habrá que esperar unas horas más a que se pongan en contacto.

-Mi amigo, don Manuel Artázcoz Villalba, pensaba en ofrecer una recompensa a quien pueda aportar alguna pista que nos lleve a Ángel.

-Piensen más en un importante rescate, intentaremos que no se pagué y atrapar a esa gente, los indicios apuntan a que eso es lo que va a suceder.

-Ese no va a ser un problema inspector. -Gutiérrez no era para nada tonto, y sabía que aquel mecenas de la ciudad, Eduardo Martínez de Arceniega, tenía dinero más que de sobra para pagar lo que pudieran pedirle y comprar favores de las autoridades.

-Nos gustaría hablar con el conductor del vehículo, necesitamos hacerle algunas preguntas.

Cuando el hombre estuvo delante de ellos, Gutiérrez lo primero que observó fue como apretaba en sus enormes manos la gorra del uniforme, un apósito le cubría parte de la frente y una ceja, el lugar donde había recibido el golpe que le dejó sin conocimiento según sus declaraciones.

-¿Usted dice en su declaración que fueron dos hombres los que le atacaron por detrás, los vio pero no puede recordar como eran, nada sobre ellos que pueda identificarlos?

-Así es inspector.

-¿Dice que esperaba fuera del coche a que el muchacho saliera de su clase cuando fue atacado?

-Sí, eso fue lo que pasó.

-¿Recibió el golpe, un solo golpe y perdió el conocimiento?

-Lo tiene todo escrito, he firmado una declaración con lo que yo se. -el hombre se mostraba ofendido y hasta molesto. Sus manos no dejaban de manosear la gorra de plato.

-Esta bien, solo quería corroborarlo, por ahora es suficiente.

En el trayecto de vuela a la comisaría Gutiérrez se mostraba pensativo.

-Quiero una vigilancia completa sobre ese hombre y el informe de sus antecedentes policiales. Tienes un buen ojo Lara, no parece trigo limpio.

-Bueno jefe no vamos a creer que será tan fácil, podemos equivocarnos.

-Bien señora sub inspectora, -le habló en plan de guasa- luego lo compruebas en su declaración, ¿cómo sabe que fueron dos los atacantes si le golpearon por detrás y en la frente? Quiero también el informe de los médicos que le atendieron. -permanecieron en silencio el resto del trayecto hasta que entraron en el despacho donde el hombre empezó a hablar de otros casos que tenían pendientes..

-Te he dejado una nota sobre tu mesa cuando he llegado a la mañana, averigua lo que puedas sobre ese cabrón, tengo que pararlo o terminará matando al muchacho. -Alvarado sabía que ese era el problema que mantenía a su jefe preocupado.

-¿No terminan de resolverse los problemas del amigo de Fulvio?, no entiendo que no presente una denuncia para poder apartarlo, sin su denuncia no hay caso, tiene dieciocho años. -el inspector recordó la dulce cara de aquel chico, parecía más joven que su hijo a pesar de ser dos años mayor.

-El muchacho tiene miedo por su madre y sus hermanos, que terminen pagando ellos los excesos de ese mal nacido, seguro que tiene algo para poderle agarrar por los huevos y retorcérselos.

-Lo he mirado por encima, del restaurante no sacaremos nada ilegal, pero vive muy bien para tener solamente esos ingresos, frecuenta el trato con la mafia que blanquea el dinero chino, ¿qué te parece?

-Eres la mejor Lara, voy a estar siempre en deuda contigo. -cuando pidió que la pusieran como su colaboradora no tenía dudas de que su trabajo sería brillante.

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Cuando abrí los ojos estaba en una pequeña habitación, cuadrada y con poca luz que entraba por una pequeña ventana a ras del suelo, detrás del cristal tenía unos gruesos barrotes de hierro. Me toqué la cabeza y noté una hinchazón en mi cráneo que me dolió al tocarla. Intente levantarme de donde estaba tumbado, una especie de camastro de no más de un metro de ancho, pero volví a caer sobre el jergón por los mareos, sentía que todo me daba vueltas.

Esa hinchazón en la cabeza… Al entrar al coche alguien que estaba dentro me había golpeado con fuerza haciéndome desvanecer… Pero si Damián me la había abierto… ¿Cómo era posible que alguien se hubiera podido meter dentro? Sentí un estremecimiento… Aquel sujeto que había sorprendido un par de veces hablándole… ¿Tenía algo que ver Damián? Pablo me aseguró que todo estaba bajo control.

Dejé de pensar y miré a mi alrededor, la habitación era muy pequeña y se olía la humedad aunque el lugar no era un sótano, al lado de la cama donde yacía, sobre el suelo, había un colchón con alguna ropa sobre él, un par de sillas de mimbre y de unos clavos en la pared colgaban algunos trapos que parecían ropa.

Pasó un largo tiempo y pude sentarme en la cama con los pies en el suelo, aún llevaba los zapatos e iba vestido como estaba cuando me golpearon, me puse de pie y llegue hasta la puerta, intenté abrirla tirando de la manilla pero debía estar atrancada por el otro lado. Entonces comencé a golpearla con los puños.

-¿Hay alguien? Ayúdenme por favor, estoy encerrado y no puedo abrir. -me pareció escuchar un ruido del otro lado y coloqué la oreja sobre la madera. Sí, algo se movía sin hacer mucho ruido.

-Por favor, respóndame. -golpeaba la puerta hasta que sentí las manos doloridas, el ruido que creí escuchar había cesado y caí de rodillas comenzando a llorar, apoyé la frente en el suelo y sentí el frío del pavimento embaldosado.

No sabía el tiempo que había pasado y ya no entraba luz por el ventanuco a ras del suelo, se encendió la bombilla que había en el techo y me levanté esperanzado, pero la puerta no se abrió, estaba muerto de frío, de hambre y de sed, me envolví en una de las mantas que había sobre la cama.

De repente sentí ruido en la puerta y se abrió, al principio no pude verle bien hasta que avanzó al centro de la habitación. Una voz de chico joven salió de aquella figura.

-No intentes escapar, será inútil. -Traía una especie de bandeja y la depositó a mi lado encima de la cama.

-¡Come! -a pesar del hambre y la sed que sentía olvidé un momento la comida.

-¿Quien eres tu? ¿Por qué me tenéis aquí?

-¡Come! -su voz había subido varios decibelios y decidí hacerle caso, en la bandeja había también un vaso de plástico con agua, lo apuré de un solo trago, sobre un papel plateado tenía dos emparedados y cogí uno de ellos llevándomelo a la boca mientras el me miraba vigilante.

Me fijé un poco más en él, era más alto que yo y estaba muy delgado, casi resultaba esquelético, su pelo era moreno, ensortijado, un poco largo hasta taparle las orejas y le llegaba hasta los ojos, llevaba un pantalón increíblemente corto enseñando las piernas huesudas y largas, al moverse renqueaba ladeándose hacia un lado como si estuviera cojo.

-Me llamo Ángel, ¿por favor puedes decirme por qué estoy aquí? -no me respondió y terminé de comer lo que me había traído, no había sido mucho pero sirvió para calmarme el estómago y recogió la bandeja para ir hacia la puerta.

-Espera, espera, necesito ir al aseo y un poco más de agua. -se volvió hacia mí y me miro mientras dudaba.

-Sígueme pero no intentes huir, la casa está cerrada y no podrás escapar. -me llevó hasta una puerta, el olor del lugar era terrible y procuré vaciar la vejiga a toda prisa. El cuartucho no tenía ventanas, ni tampoco el pasillo por donde habíamos pasado, los techos estaban inclinados en algunas partes y supuse que se trataba de un local bajo techo, un desván o algo similar.

Cuando regresé me ofreció el mismo vaso ahora lleno. Lo bebí con ansía, llevaba mucho tiempo sin beber.

-Tienes que volver a la habitación, si él ve que te he dejado salir se enojará. -regresé a la celda donde desperté y cerró la puerta dejándome solo, paseé un tiempo pensando, dándole vueltas a mi situación, si me habían secuestrado para pedir un rescate se habían equivocado, nadie iba a gastar su dinero en mi hasta que, sin darme cuenta, me quedé dormido.

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Cuando el inspector Gutiérrez llegó a su casa realmente la satisfacción se le notaba en la cara, desde que salió del restaurante chino de los padres de Enlai sabía que aquel mal nacido había tenido que ceder a su chantaje, al fin y al cabo de eso se trataba, amenazarle con la información que Lara le había facilitado había sido imprescindible para que prometiera dejar tranquilo a su hijo.

Subió las escasas escaleras pensando en aquellos dos chicos que ahora dependerían de él, en su hijo Fulvio que sin haber cumplido los diecisiete años eran tan alto como él, de cuerpo trabajado por el deporte que le encantaba, varonil y guapo, se parecían en tantas cosas y compartían tantas similitudes, aunque alguna característica perteneciera a su madre a la que ya le costaba recordar.

Pensó también en su amigo, o más que amigo Enlai, de carita de bebe y dos años mayor que él, delicado y que se le podría confundir con una chica, servicial y amable, humilde y siempre pendiente a cualquier señal que hiciera Fulvio para atenderle y servirle.

Entendía que su hijo quiera a aquel muchacho, eran amigos desde que él podía recordar, desde que su madre viviera con ellos atendiéndoles y permitiendo que Fulvio hiciera lo que le diera la gana.

Tiró las llaves en la bandeja de la entrada donde estaban los sobres que habrían recogido del buzón, a pesar de los papeles las llaves tintinearon y se dirigió a la cocina escuchando la música que los chicos escuchaban a volumen demasiado alto. Enlai en pantalones cortos y con una camiseta preparaba la cena, y Fulvio, con el pecho descubierto y en calzoncillos a su lado observaba lo que hacía ayudándole.

-Buenas noches, huele rico. -los muchachos se giraron y le abalanzaron hacía él abrazándole. -el chico sabía hacer unas comidas deliciosas para el disfrute de los tres.

-Papá un día nos matarás de un susto, podías hacer algo de ruido al entrar en casa. -Fulvio le dio un beso en la mejilla y Enlai levantó la vista esperando que el hombre mayor se fijara en él.

-Buenas noches Juan. -al final elevó la vista para mirarle

-No seas tímido Enlai, da un beso a papá. -el chico le ofreció la cara para que Juan le besara. -aunque el inspector Juan Gutiérrez aparentaba ser un hombre rudo, y lo era en su trabajo, en casa resultaba totalmente diferente. Con aquellos dos muchachos se volvía mantequilla, adoraba a su hijo y quería al otro muchacho más de lo que debiera, tenía por los dos sentimientos encontrados y deseos que intentaba reprimir sin conseguirlo.

-Me voy a cambiar y darme una ducha mientras acabáis de preparar la cena. -aunque sabía que esperaban sus noticias prefería comentárselas en la cena, mantenerles en tensión unos minutos más para ver sus caras alteradas por la curiosidad.

Dejó su arma reglamentaria en el armario y se desnudó para meterse en el baño, se miró en el espejo, aún se conservaba bien y no era tan viejo aunque algunos pelos blancos comenzaban a aparecer entre su moreno pelo. De cuerpo estaba bien y se sentía orgulloso, por su trabajo tenía que cuidarse para estar ágil y también porque le gustaba saberse observado, deseado, por mujeres y algunos varones. Sin duda estaba aún apetecible y bien dotado para el sexo al igual que Fulvio, otra característica más que había heredado de él.

Siempre había pensado que su hijo era bisexual como él, y aunque nunca había llevado a una chica a su habitación seguía pensándolo. Enlai y Fulvio habían sido únicamente amigos hasta hacía un año, desde muy joven su hijo se había revelado muy sensual y caliente, había llevado amigos de su edad y mayores que él a casa, y sabía lo que hacían en su habitación, él consentía y prefería que follaran en su casa antes de que buscaran encuentros en la calle siempre más peligrosos, de eso conocía bastante por su trabajo.

Tenía el plato servido en la mesa cuando volvió a la cocina, un bonito mantel con estampado de frutas la adornaba, y no faltaba un pequeño florero con cuatro claveles rojos y blancos. Enlai resultaba una perfecta mujercita para todo y los tenía encantados. Se sentó sin atender las miradas impacientes de los chicos.

-¿No vas a hablar nunca? -no pudo evitar reír y con su risa tranquilizarlos.

-He estado en el restaurante y he hablado con tus padres, no volverá a ponerte la mano encima, puedes estar tranquilo, desde ahora será distinto. -Juan sujetó la mano del chico que temblaba sobre la mesa dejando que le salieran las lágrimas.

-Bien papá, sabía que tu lo arreglarías. -Fulvio se colocó al lado de su amigo y le pasó la mano por la cara para limpiarle las lágrimas.

-¿Qué hiciste para convencerle? -Juan Gutiérrez soltó una carcajada a la vez que apretaba la mano del débil muchacho.

-Tendrás que dar las gracias a Lara, ella ha hecho posible que pueda retorcerle los cojones. Tu madre quieres verte Enlai, saber como te encuentras.

-¿Puede quedarse a vivir con nosotros papá? Nos portaremos bien y seremos buenos chicos. -no había pensado en esa posibilidad que no le desagradaba en absoluto. Estaría bien tenerlos a los dos en casa para que se ayudaran el uno al otro, y por qué no decirlo, le encantaba aquel lindo y encantador muchacho, lo mismo que a Fulvio.

-Puede hacerlo si él lo quiere. -el muchacho se puso de pie y se llegó a la silla del inspector, se abrazó a él inclinándose y colocó su mejilla contra la de Juan.

-Si, sí quiero Juan, quiero vivir con vosotros, lo deseo. -el chico se había vuelto loco y le besaba agradecido la cara hasta que sin darse cuenta le besó los labios. Juan sintió que se estremecía pero no apartó al muchacho cuando siguió con los labios sobre los suyos. Sintió como respondía su verga y se hinchaba en los holgados pantalones cortos que se había puesto para estar en casa.

Se sentaron después de la cena en la sala, los tres en la misma butaca de tres asientos enfrente del televisor, las noticias anunciaban el secuestro que había sufrido un muchacho de la alta sociedad sin dar muchos datos, pero Gutiérrez maldijo en voz alta, alterado y enfadado por que se hubiera filtrado la noticia a los medios de comunicación.

Enlai estaba entre padre e hijo y Juan podía ver por el rabillo del ojo como su hijo acariciaba la pierna blanca y desnuda del chico, y como éste llevaba la mano al bulto que se le marcaba en la entrepierna. Cerró los ojos y evitó seguir mirando para no acabar con el pene duro.

Minutos después Fulvio se levantó.

-Papá nos vamos a la cama, mañana tenemos que levantarnos temprano para correr, ¿Vendrás con nosotros? -el sábado a la mañana la tenía libre.

-Sí, si que iré. -los muchachos le dieron un beso y su hijo tiraba de la mano del otro impaciente para irse a la cama. Un rato después Juan apagaba la televisión y se encaminó a su habitación, al avanzar por el pasillo escuchaba las voces ahogadas de los muchachos. Se detuvo un instante ante la puerta, podía escucharle a su hijo hablando bastante alto.

-Chupa, mámala hasta el fondo. ¡Ayy! qué bien lo haces. -se alejó sintiendo como su verga se endurecía haciendo tienda de campaña en sus pantalones.

Aquella noche el inspector Juan Gutiérrez se sobaba la dura verga, pensando que era él a quien el dulce muchacho, de rasgos asiáticos, le chupaba la polla, y como se la metía en su culito estrecho hasta correrse y llenarle de leche, pero fue la sábana de su cama la que recibió su semen, sus gemidos de placer quedaron ahogados por su brazo sobre la boca.

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Más o menos a la misma hora, en un lugar alejado y menos acogedor que la casa del comisario, otro muchacho despertaba al escuchar el sonido del cerrojo que guardaba la puerta de su celda.

Ángel se levantó esperanzado para volver a caer sentado en el camastro, aturdido y temblando de miedo al ver quien era la primera persona que entraba, el malcarado y repulsivo individuo que había visto hablando con Damián en más de una ocasión, y del que desconfió desde un principio, se plantaba delante de él y se le notaba que llegaba algo ebrio por sus torpes movimientos.

-¡Vaya!, ya tenemos a la pequeña princesa despierta. Ponte de pie cuando te hablo. -anduvo unos pasos hasta colocarse a mi lado y a pesar de estar temblando me levanté.

-¿Por qué estoy aquí? Yo le conozco, le vi hablando con el chofer, con Damián. -el hombre me cogió del brazo apretando hasta hacerme daño.

-La putita quiere saber. ¿La has escuchado? Además se nos pone de valiente. -me tiró con brusquedad sobre el camastro quedando tendido sobre él.

-Será mejor que paguen por ti lo que pidamos o lo pasarás muy mal, pero hasta entonces estarás unos días a nuestro cuidado, y no te preocupes que te atenderemos como mereces. Damián te tiene reservados los huevos llenos ya que no se los quisiste vaciar por las buenas. -dejó salir una brutal y soez carcajada y se tiró sobre mi aplastándome con su gran peso.

-Por favor, por favor no me haga nada, les van a pagar por mi, pero no me haga daño. -me cogió la cara con la mano izquierda y con la otra me soltó una fuerte bofetada.

-No voy a hacerte nada que no te guste putito. -sentía su asqueroso aliento con olor a vino rancio antes de que sus labios se apretaran en mi boca. Tiró de mi camisa y saltaron los botones dejándome el pecho al descubierto.

-Mira que tetitas ricas escondes, pero no van a ser solo para tus amantes millonarios putito. -su boca se apropió de una de mis tetitas y me la mordió con fuerza haciéndome que gritara.

-¡No, no por favor, me hace daño!

-¿No te gustan mis dientes? ¿Otros te lo hacen mejor y a tu gusto perra? -se montó a horcajadas sobre mi tripa y solo podía mover las piernas detrás de su gordo trasero. Intenté apartarle la cabeza y entonces me sujetó las manos por encima de la mía comenzando a golpearme la cara con la mano libre.

-Yo te domaré putita, Damián no supo hacerlo porque le faltan cojones, pero aquí tienes un macho que te doblegará. -tiró de mis pantalones y los deslizó hasta las rodillas llevándose a la vez el slip y dejando al aire mis partes viriles.

-No, no, por favor, no haga eso. -volvió a golpearme con fuerza y sentí que la sangres brotaba, no sabía si era de los labios o de la nariz pero sentía su sabor metálico en la boca. Yo movía alocado la cabeza y las piernas, asustado y sudando de terror, era lo único que podía hacer, el dolor en las muñecas era tremendo y me las apretaba hasta parecer que las iba a romper, el peso de su cuerpo sobre el mío no me dejaba respirar muy bien.

-Colabora o será peor para ti, no tienes nada que hacer y voy a follarte el culo quieras o no. -me di cuenta de que tenía las de perder y que no me libraría por mucho que me resistiera, dejé de patalear, me quedé quieto aunque respirando angustiado, buscando aire que llevarme a los pulmones, y las lágrimas comenzaron a rodarme por las mejillas que me escocían por los golpes recibidos.

-Así me gusta puto, vas a saber quien es tu amo y te dejaré disfrutar una buena polla de hombre en tu culito. -terminó de sacarme a estirones la ropa y se bajó los pantalones para sacarse la verga.

Me dio la vuelta colocándome boca abajo y se me montó en la espalda, sentía los pelos de su barriga en las nalgas y el respirar dificultoso que tenía, su verga se abrió camino entre mis piernas buscando mi ano, y sin separarme la piernas encontró el agujero que deseaba, sentía como apretaba y me agarroté tensando el cuerpo y recogiendo la ropa en mis manos estrujándola.

Aquello dolía más que la primera vez que me desvirgaron, pero el verdugo no tenía piedad y empujaba con fuerza a golpes bruscos que iban enterrando su verga en mi culo.

Parecía que no iba a terminar nunca de entrar, y me di cuenta de la tremenda longitud de su pene cuando lo sentí muy profundo, y que seguía empujando para meterse a pesar de que por la posición no podría enterrar toda su verga.

-Tienes el culito apretado puta, así me gusta romperlos, y que se resistan a la fuerza de mi polla. -moví un poco el culo para dejarle que acabara de metérmela hasta que los pelos del pubis hicieron tope con mis nalgas.

-Ya te tengo maricón, ya eres mío puto, eres mi hembra. -mi culo parecía lleno y me dolía, el infame patán tenía una tremenda verga, y debajo de ella se aplastaba en mi trasero una enorme bolsa que contenía sus huevos.

Comenzó a darme embestidas cortas y profundas al principio, el cerdo, a su pesar, sabía que si quería disfrutar de mi culo tenía que ablandarlo un poco para dejarle que su verga se deslizara por mi recto jugoso. Le elevé las nalgas en un ofrecimiento mudo pero que el entendió muy bien.

-¿Te va gustando putona? No hay quien se resista a mi polla y todas termináis gozándola. -cerré los ojos con fuerza humillado por sus palabras que eran ciertas, mi culo empezaba a disfrutar de la carne que se le ofrecía, él no pensaba, solo sentía aquella polla que lo llenaba de hermosas y placenteras sensaciones.

Me cogía con brusquedad a veces y luego descansaba tendido sobre mi espalda para volver a cabalgarme de nuevo, y comencé a gemir como una vulgar mujerzuela entregada y sumisa, dominada por el placer supremo de sentir al macho controlando sus sentidos de hembra entregada y servil.

El bastardo pegó un fuerte alarido al clavárseme en el culo y empezar a vaciarse los huevos en mi cuerpo, y yo eyacule entregando a la ropa maloliente la descarga de mi semen. Temblaba aún invadido por las sensaciones de la verga que no terminaba de salir, y lloré de vergüenza por no saber negarme el placer que aquel vicioso me hacía sentir.

Seguirá…

 

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