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Mi adolescencia: Capítulo 4

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Tan desconcertante era mi comportamiento como el de Rafa. Pues él fue tranquilo y en silencio todo el rato, muy seguro de sí mismo como si hiciese esto todos los días, y yo estaba segura de que probablemente era su primera vez. El hecho es que, tanto él como yo, permanecimos en total silencio y medio atolondrados todo el camino hasta llegar a su casa. Solo al llegar a su portal tuve un atisbo de duda, un poco de miedo e inseguridad y a punto estuve de decirle que me iba. ¿Debería haberlo hecho y así obrar con cordura? Pues no lo sé. Solo sé que algo subconsciente me impulsaba a ello y, aunque Rafa no era ni por asomo tan guapo ni atractivo como Edu, sí que tenía algo atrayente que me cautivaba.

Y cautivada como estaba entramos en su portal y en su casa. Nos dirigimos tranquilamente a su habitación y él, en vez de tontear o intentar enrollarse conmigo, me obvió un momento para ver cómo iban las películas que se estaba descargando en el ordenador y dedicó una buena parte del tiempo a echar un vistazo a la música que tenía en su portátil. Debo reconocer que esto me desconcertó e incluso que me gustó, pues no le hubiese permitido jamás que se enrollase conmigo a lo bestia. Finalmente puso algo de música en el portátil (principalmente jazz) y se volvió hacía mí. He de reconocer que el ambiente no podía ser más evocador y bucólico, consiguiendo que me relajase y no me pusiese nerviosa.

Muchas cosas podría haberme imaginado acerca de lo que iba a ocurrir a partir de ese momento, pero desde luego nunca me plantee todo lo que sucedió desde el instante que dejó su ordenador y se dirigió tranquilamente hacía mí. Rafa me miró con mucha seguridad en sí mismo y con total serenidad y firmeza me susurró: “¿Cuál es tu fantasía?” “¿Qué es lo que realmente quieres?”. Esas dos cuestiones en vez de perturbarme o aturdirme produjeron un efecto inverso en mí, pues me relajó y me dejé llevar como una niña caprichosa por la imaginación preguntándome a mí misma ¿cuál es mi fantasía más anhelada? ¿qué es lo que me pide mi instinto desde hace ya mucho tiempo aunque intente engañarme a mi misma?

Sumida en medio de mis propios pensamientos alcancé a susurrar unas palabras. No sé ni cómo se me ocurrió eso ni cómo me atreví a decirlo tan descaradamente. Fue algo totalmente inconsciente pero me salió del alma de forma espontánea y muy natural. Dije sin apenas titubear: “quiero hacerme la dormida y que tú juegues con mi ropa y con las caricias, pero nervioso, con miedo a que me despierte”. Rafa me miró sin inmutarse, como si no le sorprendiese dicha respuesta y me echó una mirada como confirmando que me entendía perfectamente, que sabía exactamente lo que le estaba pidiendo y que sabría dármelo.

No me cabe la menor duda que las dos experiencias de hacerme la dormida con Edu habían calado muy hondo en mi subconsciente y era algo que no conseguía quitarme de la cabeza. Que demostrase tanta sinceridad respecto a este tema tan vergonzante me desconcertó a mi misma pero, muy dentro de mí, sabía que anhelaba volver a repetir esa experiencia aunque fuese con un sustituto, aunque no fuese con Edu. En cierta manera, Rafa también me gustaba mucho y llevaba tres semanas captando mi atención y mi interés de forma alarmante, por lo que supongo que mi subconsciente dijo esa frase intencionadamente. Se abría ante mí una noche memorable que iba a cambiar mucho mi vida desde entonces.

Con una mezcla de ternura y seguridad en sí mismo Rafa me cogió de la mano y me llevó hasta la cama. La música de jazz seguía sonando y el ambiente era ciertamente romántico. Me dijo casi susurrando: “échate en la cama y hazte la dormida, prometo esmerarme y hacerte sentir bien”. Debo reconocer que en ese momento dudé, fueron unos segundos de indecisión. Por una parte quería, pero por otra no dejaba de ser solo una chica de 16 años que iba a llevar a cabo una fantasía muy peculiar con un chico mayor que ella. Esos segundos de indecisión me pusieron más nerviosa a mí que a Rafa, el cual parecía tranquilo y seguro. Finalmente, no queriendo comerme más la cabeza, me eché vestida encima de la cama y me hice la dormida.No tardo mucho Rafa en empezar con las caricias por mi pelo y mi cara. Eso en cierta forma me molestó. Pues conservaba muy claro en mi memoria lo mucho que tardó en decidirse Edu a acariciarme las dos veces que me hice la dormida y quería que todo con Rafa fuese exactamente igual, que todo transcurriese de la misma manera, a la misma velocidad y ritmo, que pudiese soñar que estaba ocurriendo espontáneamente y no de forma artificial. De todos modos fue solo una falsa alarma, pues Rafa acabó sorprendiéndome y agradándome, ya que todo se acabó desarrollando como yo lo imaginé.

Rafa lo hizo muy bien, incluso genial, pues se metió perfectamente en su papel de chico nervioso, tímido y apocado que me acaricia con miedo a que me despierte. Note sus dedos por mi pelo, peinándome con cariño con sus propios dedos y con mucho tacto. Sus caricias eran algo torpes, pero suaves  y dulces. Me rozaba tanto con la palma de su mano como por el inverso. Hacía contornos de dibujos alrededor de mis ojos, mi nariz y mis labios. Rara vez se mostraba rudo o brusco en sus movimientos o rozamientos. Incluso, se podría decir, que sus caricias seguían el movimiento de la música de jazz de fondo.

No sabría decir si era la música, el ambiente bucólico o las copas de alcohol que habíamos bebido esa noche (probablemente fuese una mezcla de las tres cosas) pero yo empecé a sentirme realmente relajada, dichosa y muy satisfecha de que la fantasía se fuese realizando tal y como la imagine. Había acertado de lleno con Rafa. Mi intuición no me falló en absoluto. Y, aunque fue él el que se lo curró con eso de los susurros durante tres fines de semana, lo consideraba como una victoria mía. Aunque claro, seguro que él estaba disfrutando tanto como yo.La situación desde luego no podía ser más kafkiana (los dos fingiendo que yo estaba dormida) pero ¿acaso no todas las fantasías son inverosímiles, absurdas y kafkianas? Lo cierto es que me daba igual. Y por supuesto a él tampoco le importaba. Era solo un simple e inocente juego que nos satisfacía a ambos y del que disfrutábamos por igual. En determinados momentos Rafa me pareció un poco asustado y temeroso de lo que estaba haciendo, como con miedo de meter la pata, pero eso incluso añadía más morbo a la situación.

Sus caricias se concentraron principalmente en mi pelo, pues aunque me acariciaba la cara siempre volvía a mi pelo, peinándolo con sus dedos y saboreando el momento. Una de los mimos que más me gustó fue cuando dibujó con sus dedos pequeños circulitos por detrás de mis orejas, fueron unos arrumacos repletos de ternura y sensibilidad. ¿Quién iba a decir eso de Rafa? Desde luego los chicos como pueden llegar a sorprender y a diferir tanto su comportamiento ante los demás con lo que luego muestran en la intimidad.

Era inevitable (en parte yo también lo estaba deseando) que sus caricias pasasen tímidamente de mi cara a mi cuello. Eso me estremeció. Sentí un escalofrio porque nunca te esperas que pase a acariciarte el cuello, aunque lo haga con tacto y mimo. De todos modos enseguida volvió al pelo y a enredar con él. Poco a poco, con una lentitud que me exasperaba pero que al mismo tiempo me encantaba, fue jugando tanto con mi cuello como con el cuello de mi camisa. Cogía el cuello de mi camisa y en plan fetichista jugaba con él. ¿Cuánto tiempo llevaría deseando tocar y acariciar el cuello de mi camisa? Seguro que mucho, por no hablar las tres semanas que llevaba anhelándome en su fuero interno.Debo reconocer que me encanta producir ese efecto en los chicos y cómo, en cierta manera, los controlo para que me sirvan a mis propósitos. Nunca me plantee seriamente (ni consciente ni subconscientemente) el llevar a cabo mi fantasía con Edu con otra persona. Para mí eso era impensable. Sin embargo, ahí estaba yo dejando que Rafa me acariciase el cuello de la camisa mientras me hacía la dormida. Yo podía percibir perfectamente su deseo, su anhelo por jugar con mi ropa y sus ganas de seguir desarrollando esta fantasía tan absurda pero muy satisfactoria.

Y Ciertamente se siguió desarrollando, pues en un imprevisto giro de sus movimientos soltó el cuello de mi camisa con el que tanto estaba jugando y empezó a recorrer mi chaleco de arriba abajo. Acarició mi chaleco suavemente. En ningún momento pasó sus manos por encima de mis pechos, solo pasaba tímidamente los dedos por el chaleco como disfrutando del tacto y como saboreando ese momento fetichista. Yo le notaba muy nervioso, muy intranquilo y sobre todo muy desconcertado ante la situación que estábamos viviendo. Puede que fuese mayor que yo, pero yo a mis 16 años demostraba más madurez y control que él a sus 18.

Mientras proseguía acariciando mi chaleco y el cuello de mi camisa su otra mano no paraba de peinarme con los dedos. No sé que le motivaba más, si rozar mi cuerpo a través de la ropa o el contacto directo con mi pelo. Pues con ambas cosas parecía disfrutar de lo lindo. Fue en ese estado de atolondramiento por las caricias cuando susurró de manera casi inaudible: “que chaleco negro tan bonito, te queda genial con esta camisa a rayas”. Y yo respondí, de forma espontánea e improvisada: “¿A qué nunca has hecho esto antes con ninguna chica” y él respondió con mucha sarna: “oh, sí, muchas veces…” pero unos segundo después matizo: “pero ninguna tan preciosa y espectacular como tú”. Eso sí que desconcertó, no me lo esperaba y me agradó. Casi me sentí como una niña pequeña con sus regalos de reyes. Fue una sensación extraña pero ahí sí que estuvo muy acertado.Él debió notar que había atinado con esa frase tan natural pues noté en su mirada como más seguridad y confianza. Incluso sus movimientos, antes torpes y tímidos, cobraron cierta habilidad y tacto. Empezó a jugar con los botones de mi chaleco, uno por uno, repasó cada uno de ellos varías veces, recorriéndolos en hilera uno tras otro. Finalmente, sin el menor atisbo de duda ni de miedo, se atrevió a desabrochar el primer botón del chaleco. Y antes de que yo pudiera reaccionar ante esa acción, él introdujo su mano por el chaleco y la posicionó justo encima de uno mis pechos. Abrió la mano y acarició el pecho suavemente por encima de la camisa. Fue solo un instante. Un momento de poquísimos segundos. Porque no me dio tiempo a demostrar mi desagrado ante tal acción, ya que antes de que yo reaccionará ya la había retirado, como si me hubiese leído la mente.

No debió intimidarle en exceso mi posible enfado, pues con total tranquilidad y seguridad empezó a desabrochar uno por uno cada botón del chaleco. Cierto que saboreó el momento, pues con cada botón se tiraba jugando unos segundos antes de desabrocharlo. En ese preciso momento pensé en qué paradójico era todo eso, pues ¿quién me iba a decir a mí que ese chaleco que yo me había abrochado unas horas antes iba a estar siendo desabrochado por un chico unas horas después? Y menos aún que dicho chico fuese Rafa. Y es que la vida está llena de sorpresas que te asombran por lo inauditas que parecen al pensarlas.

En ese momento yo no era realmente consciente de la situación, pero si lo pensaba fríamente era un momento decisivo en mi vida, ya que era la primera vez que un chico me desabrochaba del todo algo de mi ropa y yo lo permitía con total impunidad, incluso con condescendencia. Cierto que era un simple chaleco y que tenía la camisa debajo, pero no dejaba de ser toda una aventura a mis 16 años. Una aventura mucho más osada y atrevida que la que había tenido con Edu en las dos ocasiones anteriores. Lo que ocurrió a continuación sí que me fascinó y agrado: Rafa abrió el chaleco de par en par, para ver bien mi camisa. Se puso de pie. Respiró hondo. Y se mantuvo de pie mirándome en la distancia durante muchísimos minutos.No sé cuántos minutos fueron. Solo sé que fueron muchos (o que a mí me lo parecieron), pero que él demostrase tanta calma en aquel momento y que disfrutase tanto de verme tumbada en la cama simplemente con el chaleco abierto fue un acierto por su parte. Por que a mí me generó ansiedad e incertidumbre. No dije nada. Seguí fielmente en mi papel de hacerme la dormida. Mientras él se regodeaba y disfrutaba visualmente mirándome de pie de arriba abajo, como saboreando la pequeña hazaña que acababa de conseguir. Más cosas habrían de pasar aquella noche, y mucho más importantes y relevantes que lo ocurrido hasta entonces.

Finalmente mientras me observaba absorto de arriba a abajo comentó de forma sincera y natural: “Estás preciosa con esa camisa a rayas, te queda de maravilla con esos pantalones negros”. A todo el mundo le gusta que le halaguen y más si se dice en ese tono un poco meloso y emocional. Debo reconocer que la habilidad y tacto de Rafa para llevar a cabo esta fantasía me tenía totalmente acaramelada y estaba disfrutando más de lo que pensé en un principio.

Tras todos esos interminables minutos de solo observarme de pie tomó la decisión de volver a sentarse en la cama. Me miró fijamente, respiró y empezó a recorrer con solo un dedo de su mano las rayas de mi camisa. Primero solo las de las mangas y luego las de todo mi cuerpo. Debo reconocer que cuando pasaba el dedo por mis pechos me sobrecogía y estremecía, aunque también me pasaba lo mismo cuando pasaba por encima de mi barriguita. Jugaba con ese dedo. Hacía recorridos. Hacía dibujitos al mismo tiempo que recorría y, la mayoría de las veces, finalizaba en el cuello de mi camisa con el que jugueteaba.De pronto, de forma totalmente inesperada, abrió su mano y bajo por mi cuello hasta llegar a mis pechos y, sin darme tiempo a reaccionar, acarició uno de mis pechos con la mano totalmente abierta. Me estremecí. No lo esperaba así de repente y mi primer instinto fue recriminarle. No lo hice. ¿Por qué? No lo sé. Me estaba gustando tanto todo ese rollo fetichista con mi ropa que me pareció una buena compensación que me acariciase las tetas por encima de la camisa. Al ver que no puse resistencia a su manoseo, hizo lo mismo con mi otra teta, y antes de que me diera cuenta tenía sus dos manos completamente abiertas acariciando y manoseando mis tetas por encima de la camisa.

Y, contra todo pronóstico pues era algo que no me había planteado para esa noche, acabó gustándome y excitándome. Eso me desconcertó. Tenía muy claro que no iba a dejar que bajo ningún concepto se sobrepasase con nada y, sin embargo, ahí le estaba dejando que sobara mis pechos porque había conseguido excitarme. Y eso me gustaba. Tenía solo 16 años y era probablemente el momento más sensual y excitante de mi vida hasta ese momento. Mi respiración se aceleró e intenté relajarme disfrutando el momento. Me dejé llevar y saborear esta fantasía que tanto me estaba deleitando.

Como suele pasar, perdí la noción del tiempo y no sé cuántos minutos estuvo acariciando sensual e impulsivamente mis pechos. Solo sé que en esos momentos estaba en la gloria y la fantasía tomaba un tono mucho más subidito de tono y pasional. Lo mismo debió pensar Rafa, pues en ningún momento le note titubear ni dejar de acariciarme. Percibía perfectamente lo mucho que también él estaba disfrutando con este juego y lo estimulante que era para ambos. Era una mezcla de todo: juego sensual, fantasía de hacerme la dormida, curiosidad por todo lo que estaba pasando e incluso un poco de incertidumbre y miedo por lo que podría seguir ocurriendo.La paciencia que demostró Rafa en todo ese periplo fue asombrosa para un chico, pues todas sabemos que las chicas sí que tenemos una paciencia y tacto infinito para los preliminares y las pequeñas cosas, en cambio los chicos todo es a lo bestia y al grano perdiendo todo el encanto. Pero, en cierta manera (quién lo iba a decir de él) Rafa era como una chica que se perdía en los pequeños y estimulantes detalles de recorrer las rayas de mi camisa, jugar con los botones uno por uno, acariciar el cuello y, en definitiva, hacer interminable todas esas maravillosas sensaciones que ambos estábamos viviendo.

Todo este manantial de emociones y hormonas revolucionadas estallaron en el preciso momento que noté como empezó a tirar poco a poco de mi camisa para desprenderla del pantalón. Fue un shock emocional y trajo instantáneamente a mi memoria  lo acontecido con Edu apenas un año antes. Sentí exactamente lo mismo. Fue asombroso. Fue como si no hubiese pasado un año y todo el aroma de esa emoción volviese bruscamente a mi memoria. Recordé a Edu. Como me desprendió en su día la camisa poco a poco, de forma tan sutil y memorable. Ahora no era Edu, sino Rafa, pero la sensación era la misma y cada centímetro que mi camisa se desprendía del pantalón me excitaba a rabiar. Cuando finalmente había desprendido toda la camisa y estaba ya por fuera, yo ya me sentía extasiada y confundida por todos los recuerdos nostálgicos sobre Edu que acudían a mí.

Rafa, en cierto modo, tenía una expresión en su rostro bastante divertida, pues tenía una media sonrisa atolondrada de satisfacción por haber ido consumiendo poco a poco todos los anhelos hacía mí. Seguramente él tampoco nunca se planteó llegar a tanto por lo que estaba sumido en un estado hipnótico de embriaguez emocional que lo aturdía. Lo mismo que me pasaba a mí. Puede que, indudablemente, aún nos afectasen los efectos del alcohol de las copas que bebimos aquella noche, pero aún así la embriaguez era totalmente emocional, sensual y yo diría que hasta sensorial. Estábamos viviendo una experiencia memorable en todos los sentidos.Aunque todo lo que estaba haciendo Rafa me estaba encantando no pude en cierto momento evitar el entristecerme. Bueno, quizás entristecerme es una palabra muy fuerte y exagerada, más bien me sentí confundida porque empecé a pensar en Edu. No se me quitó de la cabeza. ¿Deseaba que fuera Edu el que suavemente jugara con mi ropa y me acariciará? Es posible. Estaba confusa y un poco mareada por el torrente de emociones y sensaciones que estaba experimentando. Me obligué a quitarme a Edu de la cabeza y a centrarme en ese momento con Rafa. Al fin y al cabo Rafa me estaba ayudando a llevar cabo una fantasía tan especial y secreta que ni yo misma sabía que deseaba. Probablemente solo mi subconsciente lo sabía.

Rafa siguió jugando con mi ropa, acariciando y tocando ya mis pechos por encima de la camisa sin disimulo, casi con pasión y deseo. De vez en cuando seguía jugando con los botones, con el cuello o siguiendo las rayas con sus dedos, pero siempre volvía a mis pechos los cuales acariciaba con toda la mano abierta mientras murmuraba para sí mismo: “umm, estás preciosa con esta camisa, me vuelves loco”. Era casi inaudible lo que decía, como sí solo se hablase a sí mismo para cerciorarse de que todo esto estaba pasando de verdad. Una de sus manos de repente dejó de acariciar mis pechos y bajó lentamente por todo mi cuerpo hasta posicionarse un poco más arriba de mi rodilla.

Esto le motivo a seguir susurrándose y murmurándose a sí mismo toda clase de frases que apenas yo podía entender. De las pocas que escuché con nitidez eran todas muy similares del tipo: “como te queda este pantalón negro, te queda de maravilla, estás de puta madre, como combina tan bien con la camisa y el chaleco, etcétera”. Me empezó a acariciar por toda la pierna, primero una y luego la otra. Aparentemente parecía que se había cansado ya de mis pechos, pero solo tardaba unos segundos a volver a acariciarlos, cada vez con más pasión, anhelo y deseo. Debo reconocer que eso me excitó. Me sentí francamente excitada. Sobre todo cuando, con todo el descaro, empezó a dibujar con su dedo circulitos alrededor de mis pezones.

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