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Mi salvadora

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Me llamo Elísabeth y soy una madre soltera de 24 años, con una niña maravillosa de 5. No me gusta hablar del padre de mi hija porque es una parte de mi vida que no quiero recordar, me resulta muy doloroso hacerlo. Lo importante de esa relación es que ya forma parte del pasado y que el resultado de ella (mi hija Susana) a pesar de las dificultades que me ha hecho pasar tener que criarla yo sola, es lo mejor que me ha pasado en la vida y no me arrepiento de nada.

Cuando decidí mandar a la mierda a mi exnovio yo tenía trabajo de dependienta en una tienda de ropa, no el mejor trabajo del mundo pero ya llevaba unos años allí y no me podía quejar del sueldo. Nos fuimos a un apartamento pequeño en un bloque de pisos a las afueras de la ciudad. Solo tenía una habitación pero tenía cama doble así que Susana y yo podíamos dormir juntas en esa cama perfectamente. Todo muy pequeño pero era bonito, con buena luz y el edificio era bastante nuevo.

Las cosas se torcieron cuando en la empresa querían reducir plantilla y me despidieron. Al principio estaba esperanzada porque me llamaban de muchas entrevistas para nuevos puestos de trabajo, pero cuando iba allí había tal cantidad de gente aspirando al mismo puesto, que la probabilidad de conseguirlo era mínima. Y efectivamente los meses iban pasando y no conseguía ningún empleo por malo o mal pagado que fuera. Más o menos un año después de ser despedida tuve que dejar de pagar el alquiler del piso. Tendría que haberme ido a una habitación en un piso compartido y no tener un piso entero, pero sin nómina nadie quería alquilarme nada.

Pronto me empezaron a llegar cosas de abogados y del juzgado y estaba claro que la fecha en la que nos iban a echar del piso se iba acercando. De mi familia no podía esperar ninguna ayuda, y cuando contacté con amigos para contarles mi situación algunos querían ayudarme pero no podían, y otros directamente eran de los que solo están ahí cuando todo va bien pero cuando llegan las cosas importantes, se lavan las manos. Estaba empezando a estar bastante acojonada.

Había una persona en el bloque que me transmitía confianza y serenidad dentro de toda esta situación tan fea. Era una mujer de unos treinta y tantos años o quizá cuarenta que parece que vivía sola, y me caía bien sin apenas conocerla porque parecía la típica joven profesional e independiente, se la veía siempre con el traje de oficina, arreglada y guapa, siempre con su bolsa de laptop y con su móvil, saliendo temprano a trabajar y volviendo tarde. O vestida con ropa de deporte para ir al gimnasio que había cerca del edificio. Parecía trabajar demasiado, pero me encantan esas personas trabajadoras e independientes. Me daba que sería jefa o directiva. Cuando nos cruzábamos en el portal siempre me saludaba con una sonrisa, yo creo que yo le caía bien también. Solo habíamos tenido conversaciones cortas sobre cosas del portal o del barrio, casi por cumplir o por no tener esos silencios en el ascensor, pero se la veía que era maja, y parecía gustarle también mi hija o los niños en general. En una de esas veces que nos cruzamos sacó el tema de mi desahucio, y es que alguien habría visto alguna de las notificaciones que me llegaban, y los vecinos como parece ser que se aburren, pues les había dado por hablar y cotillear de lo mío, y ya muchos lo sabían.

Unas semanas más tarde, ya con la fecha de mi desahucio fijada y ya muy próxima, Isabel, que así se llamaba la mujer, llamó a la puerta de mi apartamento. En principio solo me preguntaba casi inocentemente qué tal me iba todo, aunque ya se imaginaría lo mal que me iba. Se la veía muy inteligente y observadora, y yo tenía claro que ella sabía con exactitud como era mi situación personal, sin haberle yo contado nada. De hecho, el motivo de su visita era (no me lo podía creer, pensaba que se trataba de una broma) para decirme que si no tenía un lugar a donde ir que podíamos quedarnos unos días en su casa hasta que encontrara algo. Sin pensármelo la abracé, fue un poco raro ya que no teníamos confianza, de hecho hasta ese día no sabía ni cual era su nombre, pero quería abrazarla y demostrarle mi agradecimiento y mi cariño.

Eso solo nos serviría a mi hija y a mí para unos pocos días, pero al menos no era estar en la calle. El día antes del desahucio ya fui llevando mis cosas a casa de Isabel, sabiendo que no iba a ocurrir ningún milagro con mi situación laboral. El piso de Isabel era igual de pequeño que el mío, de hecho estaba en la misma letra, dos pisos encima del mío por lo que eran iguales. Así que llevé solo lo justo y el resto vendí muchas cosas por internet y el resto las tuve que dejar ahí.

El primer día en nuestra “nueva casa” se sentía muy raro, por un lado era un lugar ajeno, pero por otro se sentía como en casa. La cercanía y generosidad de Isabel nos hacían sentir en casa, y además el piso estaba super bien decorado. Estaba claro que ella tenía un muy buen puesto de trabajo, el piso lo tenía en propiedad y la calidad de los muebles y electrodomésticos era alta. Ella tenía muy buen gusto al decorar y vestir. La verdad es que su vida era la que a cualquier chica le gustaría tener al llegar a esa edad. Salvo el no tener pareja, pero eso no parecía importarle. Trabajaba mucho y no parecía querer depender ni económicamente ni emocionalmente de nadie.

Esa noche preparé la cena para las tres, hice mi plato estrella para intentar agradar a Isabel, un pescado en salsa que le encantó, cenamos genial, charlamos para seguir el proceso de conocernos, y a la hora de dormir llegó un dilema en el que no había pensado: al igual que en mi piso, solo había una habitación. Yo dije que mi niña iba a dormir en el sofá del salón y yo en el suelo del salón al lado de ella. Isabel dijo que de ninguna manera, que mi hija y yo deberíamos dormir juntas en la cama grande y ella en el sofá. Cosa que yo de ninguna manera iba a permitir. Al final lo más lógico fue que Isabel y yo, las dos adultas durmiéramos en la cama, y mi hija en el sofá.

Así quedamos y ya en la habitación era un poco incómodo. A pesar del buen rollo durante todo el día, estar en pijama delante de ella y en la misma cama era un poco raro. Pero no podía quejarme. Le di de nuevo las gracias y las buenas noches y me giré de lado para intentar dormir. Entonces fue cuando rompí a llorar. No por sentirme mal, porque teníamos un lugar donde dormir, pero supongo que fue por la tensión acumulada durante todo este tiempo, que cuando al final se arregla todo es cuando estallas. El caso es que Isabel se giró hacia mí y me abrazó por detrás, yo también agarré su mano que quedaba delante de mi pecho, y nos quedamos en plan “cucharita”. Tras ese abrazo y esa acción reconfortante pronto dormí como un bebé.

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Tras unas semanas en esta nueva situación, habíamos establecido ya una rutina. Con Isabel trabajando tanto y yo en paro, yo era como la esposa que cuida de la casa y de la niña en ausencia del “esposo”, o en este caso esposa. Yo mantenía la casa super limpia y ordenada, compraba y cocinaba, incluso al tener más tiempo y para agradar a Isabel estaba mejorando mis habilidades como cocinera probando nuevas recetas que encontraba en internet. Cenábamos casi siempre las tres en casa, pero ella comía en la oficina así que yo le preparaba también el tupper para que se lo llevara al día siguiente. Por supuesto yo también llevaba a Susana al colegio, al médico o hacía mis gestiones.

Nos estábamos haciendo muy amigas las tres, éramos un equipo y nos ayudábamos mutuamente. Luego por la noche en la habitación ya solas nosotras dos, con mi hija ya dormida en el salón, Isabel y yo teníamos otro rollo, hablábamos ya de nuestras cosas importantes. Nos habíamos convertido en confidentes una de la otra y nos contábamos nuestros problemas. Ella era en realidad una persona bastante reservada, pero conmigo se soltaba, con lo cual las cosas que me contaba a mí no se las confiaba a mucha gente. Eran por decirlo así las típicas conversaciones de alcoba. Otras noches simplemente pasábamos el rato viendo series en su tablet. Lo de dormir abrazadas no se limitó a la primera noche para consolarme, sino que era lo habitual, y normalmente no sé porqué, era ella la que quedaba detrás de mi cuerpo abrazándome.

Las tres vivíamos bien así por lo que no se limitó a unos días o semanas sino que prácticamente nos habíamos establecido allí definitivamente. Todo era perfecto, además con el alto nivel adquisitivo de Isabel teníamos todo lo que necesitábamos. Pero no me sentía bien estando ahí viviendo gratis, yo seguía buscando y buscando empleo.

Aunque la situación cambió tras lo que pasó cierta noche. Estábamos como siempre en la cama viendo pelis en la tablet, pero como era viernes nos quedamos hasta más tarde y también habíamos tomado vino en la cena. El rollo era diferente en fin de semana. Vimos una peli muy divertida, reimos mucho juntas, bromeamos… lo pasamos genial, le dije que era muy feliz allí y que la quería (era la primera vez que yo le decía eso), ella también me dijo que me quería y que se alegraba de haber empezado esta vida juntas, y entonces no sé muy bien por qué, la besé. Supongo que por el vino, o por lo guapa que es, o por el cariño que le tengo, o porque me sentía bien. A ella le sorprendió el beso pero tardó en apartarse, yo creo que le gustó lo que sintió. Sonrió incómodamente y me dio las buenas noches y se dispuso a dormir.

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Los días siguientes yo no podía estar más arrepentida de ese beso. La situación se había vuelto incómoda entre nosotras, ella en cierto modo me evitaba, y estaba como algo enfadada. Para mi gran sorpresa, empezó a decir que estaba medio saliendo con un chico del trabajo. Y puede que fuera cierto a juzgar por los mensajes que llegaban a su móvil o por lo que le oía hablar por teléfono. Cenaba menos en casa, y era cierto que cenaba con él, porque yo a veces les veía llegar por la ventana y llegaba con él. En una de esas veces pasó lo que tenía que pasar, y es que les vi besándose para despedirse, y la verdad es que me sentó fatal ver eso, me daba una especie de celos, o envidia, o las dos cosas a la vez.

Por supuesto esa nueva situación no impedía que siguiéramos en su casa o que durmiéramos juntas, desde luego no nos iba a dejar en la calle. Además él tenía su propio piso por lo que no había temor a que él en el futuro quisiera vivir con ella y Susana y yo acabáramos en la calle. Por las noches era bastante incómodo porque hablábamos menos, además ella ahora no se cambiaba de ropa delante de mí sino que se llevaba la ropa al cuarto de baño y lo hacía allí. Algunas noches no dormía en casa y cada vez que pasaba eso me moría de celos. La cama se sentía enorme y fría para mí sola, y me imaginaba a Isabel disfrutando y siendo feliz con otra persona.

Acabé conociendo a su chico, Marcos, algunas veces que venía a recogerla a casa. La verdad es que yo no sé por qué simplemente no la esperaba abajo, Isabel le hacía subir, yo creo que para que yo le viera y conociera, aunque ella seguramente había notado mis celos. Ese gesto y muchos otros me hacían pensar que Isabel buscaba de alguna manera reafirmar delante de mí su heterosexualidad. Cosa que yo ya sabía y me daba igual, y yo también soy hetero y nunca había estado con una chica. No necesitaba enseñar a su chico delante de mí todo el rato, pero le encantaba hacerlo. Puede que fuera porque ella es de una familia bastante conservadora, y aunque sé que tenía sentimientos hacia mí prefería reprimirlos y llevar una vida más normal y más tradicional.

Yo aparte de triste y con mal de amores, me preocupaba bastante por mi futuro. En unas semanas todo había pasado de tener una buena vida en esa casa, y de estar cerca de tener una “relación” (o como se llamara a lo que estaba surgiendo entre nosotras) con una chica que era un partidazo, como decimos en España, a verme de nuevo sola y sin un duro ni casa donde vivir. Redoblé mis esfuerzos de búsqueda de empleo, pero ese tema cada vez me parecía que estaba peor, y además todos esos rechazos laborales estaban reduciendo mucho mi autoconfianza, lo cual me hacía hacer peor las entrevistas de trabajo, en fin, un desastre. Susana no se enteraba mucho de lo que pasaba así que por lo menos ella estaba tranquila

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Sin embargo tal y como de golpe unas semanas antes todo se había vuelto peor, en un solo día mi suerte cambió de nuevo para bien, en un maravilloso día que siempre voy a recordar. Era un domingo de invierno pero de esos tan bonitos que hay en Madrid, que a pesar de hacer frío hay un sol esplendoroso y la gente disfruta del domingo en las terrazas tomando algo y descansando. Isabel estaba pasando el finde entero fuera con Marcos, tenían una escapada en coche y habían salido ya el viernes por la tarde para volver el domingo tarde.

Pero Isabel me llamó por teléfono después de comer diciéndome que llegaría algo más pronto, y que si me apetecía tomar un café con ella en una terraza cerca de casa. Cuando bajé ella ya estaba allí, con la maletita que había llevado al viaje. Charlamos de nuestro finde, ella habló del suyo pero nada de Marcos, sino solo del lugar y de las cosas que habían visto. La notaba algo nerviosa y como triste. Yo le hablé de lo poco que hicimos Susana y yo el finde, estar en casa viendo pelis y pasando el rato.

Tras dos cafés y un buen rato allí yo tenía la sensación de que me quería decir algo y no se lanzaba, ya que por algo me había dicho de vernos. Me empezó a contar que la escapada no había ido bien, que su relación no tenía futuro, y que les faltaba feeling. Yo le decía que no se preocupara que todo mejoraría. Pero entonces tomó aire, como si le costara mucho decirlo, y me dijo que en realidad lo que hacía que no funcionara su relación, es que creía que estaba enamorada de mí. Que Marcos era buen tío y muy majete pero que no le atraía, y que había empezado a salir con él por una especie de autoengaño sobre sus sentimientos hacia mí, y que también eso era un engaño hacia Marcos y no quería hacerle eso porque no se lo merecía. Yo tomé su mano para reconfortarla, como amiga, pero nuestras manos unidas se sentían de otra manera, más intima, como de pareja.

Se me quedó mirando y es que efectivamente era mi turno para hablar. Le dije que sentía lo de su relación, porque quiero lo mejor para ella, pero que por otro lado me sentía ilusionada tras saber esto, porque yo quería intentarlo con ella, y le confesé lo que ya era obvio, y es que yo también estaba enamorada de ella. Solo sonreímos y nos relajamos, porque eso dejaba atrás toda la tensión de las últimas semanas, y se veía venir un futuro muy bonito juntas. Después de eso charlamos ya de cosas más banales. Pero al levantarnos para ir a dar un paseo por el parque que había allí cerca, se me fue un poco la olla y la besé allí delante de todo el mundo. Como siempre estábamos tan tímidas e indecisas con lo nuestro, pensé que lo mejor era el tratamiento de choque y ser más directa. A diferencia de nuestro pequeño beso en la cama, ese sí fue un beso de verdad, más largo y profundo. Me encantaron sus labios y su dulzura. Me dio algo de vergüenza delante de toda esa gente, no porque fueramos dos chicas, sino porque cualquiera que lo viera notaría que ese había sido nuestro primer beso.

El paseo por el parque de la mano con ella en esa tarde de domingo fue de lo más bonito y romántico que me ha pasado. Cayó algún otro beso tímido más, y por supuesto charlar y charlar y contarnos nuestras vidas como hacíamos antes de esa fase en la que estuvimos distanciadas.

En casa yo preparé la cena para las tres mientras Isabel en su PC de trabajo preparaba algo ya para la semana de trabajo que ya casi llegaba. Cenamos las tres y pronto ya Susana estaba dormida y fuimos a la habitación. Era la primera vez que nos quedábamos solas tras reconocernos nuestros sentimientos. De nuevo tuve que ser yo la más lanzada y me acerqué a ella, rodeé su cuello con mis brazos y la besé, pero esta vez deteniéndonos en el beso, transmitiéndonos nuestro amor, disfrutando de la suavidad de los labios de la otra. Estuvimos así un largo rato, tanto por lo rico que era, como por la timidez de saber lo que llegaba después. Los besos se fueron haciendo más intensos y nuestras lenguas ya invadían la boca de la otra, y se rozaban entre ellas con suavidad. Yo ya empezaba a notar algo ahí abajo, hasta entonces no sabía si mi atracción hacia Isabel era solo emocional o iba a trascender a lo sexual, pero la humedad de mi sexo me lo dejaba bastante claro. Sus brazos, que rodeaban mi cintura, a veces bajaban y sus manos empezaron a acariciar y magrearme el culo por encima del pijama de algodón.

Mis manos en cambio se fueron a sus pechos, llevaba mucho tiempo queriendo hacer eso, los tenía grandes a pesar de estar bastante delgada, y eran redondos y suaves. Yo ya estaba en pijama pero ella seguía con la ropa, una blusa blanca con escote y pantalones vaqueros. Me encantaba sobárselos por encima de la tela suave de la blusa, pero pronto empecé a desabotonársela, y al rato ya estaba en el suelo, pero no la quité el sujetador, simplemente seguí abrazándola y sintiendo la suavidad y calor de su piel. La notaba nerviosa así que apagué la luz principal y dejé solo una luz muy tenue, lo justo para no estar a oscuras.

Mientras seguíamos besándonos tomé su mano y la llevé a mi entrepierna, invitándola a tocarme por encima de la ropa. Seguro que notaba mi calor ahí abajo, y a mí me ponía aún más cachonda. Pronto me quité la parte de arriba del pijama y vio mis pechos por primera vez. Tardó un rato pero pronto estaba tocándolos con cuidado. Yo no tardé mucho en quitarle a ella el sujetador y dejarlo junto al montoncito de nuestras ropas que se iban acumulando en el suelo.

Nos tumbamos en la cama a seguir besándonos, pero ya se me cansaba la lengua de tanto besarla. Bajé a sus pechos y empecé a besarlos, y con cuidado llegué a su pezón y me lo metí en la boca, humedeciéndolo con la lengua y tratando de darle el máximo placer a Isabel. Ella ya no me tocaba el sexo por encima de la ropa sino que su mano ya estaba dentro, así que ya debía haber notado lo mojada que estaba. Sus dedos finos y delicados se sentían increíbles deslizándose entre mis labios vaginales y rozando mi clítoris. Estuvimos así un buen rato en el que notaba como el placer se iba acumulando en mi sexo y en mis sentidos. Yo alternaba entre un pecho y otro y mientras tenía la boca en uno tenía la mano en el otro, que era ya fácil de estimular gracias a la saliva que ya había ahí. Yo me terminé de quitar los pantalones del pijama y las braguitas, para facilitar su estimulación manual, y le dije que lo hiciera más rápido y más intenso, estaba llegando al orgasmo. En pocos minutos me corrí como una loca, ahogando mis gemidos en el pecho de Isabel.

Al rato la miré sonriendo, me daba la sensación que ella ya lo daba por acabado y quizá otro día yo le haría correrse a ella. Pero yo quería hacerla disfrutar. Le quité los vaqueros no sin esfuerzo ya que eran bastante ajustados. Tenía unas braguitas de encaje color violeta, que pronto también acabaron en el suelo. Me dediqué a disfrutar de la suavidad de sus muslos con mis manos y mi boca, besé toda su piel, y mi nariz percibía ya el olor de su excitación. Mis besos fueron trazando un camino hacia el interior de sus muslos y finalmente llegaron a su sexo, ahí los besos pasaron a ser pequeños lametones. Nunca había hecho eso pero solo me limité a hacer lo que me gustaba que me hicieran a mí. El olor y el sabor pensaba que me iban a resultar desagradables, pero siendo el olor de Isabel, me encantaba. Pronto vi que lo estaba haciendo bien, cuando tocaba donde debía Isabel se estremecía. Tenía los ojos cerrados y se dejaba hacer. Alterné entre mi lengua y mis dedos en su clítoris, o con la lengua en el clítoris mientras metía un dedo o dos en su sexo, haciendo el movimiento hacia fuera y dentro. No fui muy imaginativa, hacía todo el rato lo mismo, pero viendo que le gustaba me limité a seguir hasta que iba notando como su cuerpo se arqueaba, y pronto vi cómo acababa de provocarle a Isabel su primer orgasmo de manos de una mujer. Seguí chupando y lamiendo con cuidado hasta que ví que sus sensaciones se iban bajando y su respiración se iba recuperando. Fue discreta y silenciosa al correrse pero sé que fue un orgasmo muy intenso.

Me apetecía tumbarme a su lado y abrazarla pero preferí ir primero al baño a lavarme, luego fue ella y pronto estábamos ya tumbadas, con el pijama y preparadas para dormir. Solo nos mirábamos sin decir nada, pero sobraban las palabras. De lo poco que me dijo fue que le hacía feliz, y que quería hacerme también a mi lo más feliz posible. Nos abrazamos y creo que yo me quedé pronto ya dormida en sus brazos.

 

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