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Mi adolescencia: Capítulo 5

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En ese momento tuve mucho pudor, pues me entró una repentina vergüenza por si mis pezones se podían transparentar a través de la camisa. No creía, pues no era una camisa fina que pudiese transparentarse, pero aún así me sentí incomoda. Se notaba claramente que con esos tocamientos sobre mis pechos, Rafa estaba disfrutando con gran intensidad, ¿sería la primera vez en su vida que le hacía esto a una chica? No era tan descabellado pensarlo, más aún viendo con la delicadeza, ternura e inseguridad de cada uno de sus movimientos. Me gustaba pensar eso, ya que era mi primera experiencia tan erótica quería que también fuese la suya.

En un momento dado sí que pareció que solo empecé a interesarle solo de cintura para abajo, pues acarició con sus dos manos mis dos piernas, de arriba abajo, saboreando el momento con placer y gusto. Solo hubo un momento que le tuve que parar, pues puso su mano abierta en mi muslo y antes de que reaccionará ya casi la tenía puesta en mi entrepierna. Salté como una bala de rápida, me incorporé velozmente y le quité la mano de ahí diciendo un tajante: “no”. Él me miró obedientemente y solo susurró: “pero si es solo por encima del pantalón”, volví a repetir con contundencia: “no” para que le quedase ya claro del todo.

Quería que tuviese muy claro cuáles eran los límites de la fantasía y hasta dónde podía llegar. No iba a consentir que se sobrepasase bajo ningún concepto. Al fin y al cabo yo tenía solo 16 años y no estaba preparada para dar ciertos pasos. La frustración se reflejó claramente en la cara de Rafa. Le cambió el rostro totalmente. Y su anterior media sonrisa bobalicona y atolondrada pasó a convertirse en un gesto contrariado y frustrado, casi malhumorado. Por unos tensos segundos se quedo inmóvil sin hacer nada, como cabreado por la censura a la que estaba sometido. Finalmente recobró otra vez el interés y retomó las caricias, pero esta vez centrada solo en mis pechos.

Mientras me acariciaba de nuevo las tetas a través de la camisa no pude evitar pensar de nuevo lo imprevisible que era la vida y como solo unos horas antes había estado yo poniéndome ese chaleco y esa camisa sin esperar que pasase nada, y solo unas horas después ahí estaba Rafa sobando mis pechos. Habían pasado tantas cosas en tan pocas horas que no me daba tiempo a asimilarlas. Decidí simplemente dejarme llevar por el momento y seguir disfrutando de esta excitación continua que no cesaba.

Estaba totalmente sumida en mis pensamientos cuando Rafa me sacó del trance en el que estaba. Había dicho algo pero no le había escuchado dado mi atolondramiento. Dije: “¿qué has dicho?”, él respondió con serenidad y calma: “que si puedo desabrocharte un botón de la camisa, solo uno, te lo juro”. No me hacía ninguna gracia eso. Tenía muy claro quería que se sobrepasasen ciertos límites y menos aún con Rafa, a pesar de que estaba siendo todo un rato un encanto. ¿Hubiese sido diferente si quien me lo hubiese pedido hubiera sido Edu? Es posible, no sé. Sinceramente no me reconocía en aquella chica que estaba tumbada en la cama jugando a la fantasía de hacerse la dormida. Todo lo que estaba pasando esa noche era como ajeno a mí, y a años luz de mi personalidad habitual.

Viendo que seguía sin contestarle, Rafa insistió con la pregunta: “solo uno, venga, solo uno, por favor”. Finalmente titubee y dije un “sí” algo apagado y desapasionado. Por una parte quería pero por otra no. Una especie de lucha interna que me estaba empezando a molestar y a no dejarme disfrutar de la fantasía. Rafa no tardo mucho en cumplir su deseo, pues en menos de un suspiro me desabrochó un botón. Eso le proporcionó como más deseo e ímpetu, pues acto seguido empezó a tocar con más pasión mis pechos a un ritmo mucho más rápido que lo habitual. Susurró: “que pena que solo con un botón no pueda verte el sujetador, tengo tantas ganas de ver cómo es tu sujetador”. No fui tan tonta como para seguirle el juego, por lo que el siguió con ese masaje por mis pechos sin desabrochar nada más.

Finalmente sin aviso ni darme tiempo a sorprenderme ni a responder me dijo: “voy a desabrochar uno más, solo para ver el sujetador” y acto seguido lo desabrochó, pero no un botón sino que fue, con una normalidad y naturalidad asombrosa, desabrochando uno por uno todos los botones de mi camisa. Iba yo a decir algo pero no encontré las palabras y antes de que me salieran habló él: “umm, que sujetador blanco más precioso, que bien te queda, estás buenísima, mucho mejor de lo que nunca imagine”. Con total desparpajo me abrió la camisa de par en par y se quedó mirándome de arriba a abajo con una cara extasiada y entusiasma.

Yo estaba bloqueada, agobiada del todo con ganas de pararle los pies y acabar ya con todo esto. Pero no me salían las palabras y solo una cosa consiguió despertarme de mi estado de confusión, aturdimiento y distracción: ¿qué fue? Pues que durante unos breves segundos Rafa dejó de acariciarme, eso me pareció raro por lo que me incorporarme de la cama. Lo que vi me resultó determinante para reaccionar con virulencia y contundencia. Rafa estaba acariciándose su propia entrepierna por encima del vaquero, tenía una erección descomunal de grande. Fue impactante. Incluso a través del vaquero se podía percibir perfectamente lo inmensa que era la erección y lo excitadísimo que estaba. Cierto que yo a mis 16 años apenas había visto una erección en mi vida (salvo la del pobre Dani que tuvo varias cuando salimos) pero la de Rafa me dejó perpleja.Ante tal espectáculo conseguí por fin cabrearme y decirle en un tono más que alto: “Se acabó, me voy ahora mismo, todo esto ha sido un error, jamás debimos llegar a esto, me voy, adiós”. Hice un gesto de querer levantarme de la cama pero Rafa me lo impidió. Me susurró: “está bien, tienes razón, nos hemos pasado mucho” y acto seguido dijo con total calma y serenidad: “pero dado que he sido yo quien te ha desnudado parcialmente déjame que sea yo quien te vista de nuevo”. Me quedó aturdida y asombrada esa frase. No esperó ni tan siquiera mi respuesta, antes de que me diera cuenta estaba abrochando lentamente mi camisa y, una vez, abrochada del todo me la metió con delicadeza por dentro del pantalón. Acto seguido me abrochó cuidadosamente el chaleco hasta dejarme vestida del todo.Fue un acto ciertamente fetichista, pues saboreó tanto el desnudarme como el vestirme, pero también hubo en sus acciones como una especie de actitud paternalista y de protección. Debo admitir que en el balance global con Rafa prevaleció siempre en todo momento la ternura, el buen gusto, la lentitud y el respeto. Supongo que para él fue inevitable el tener esa erección. La cual por cierto no disminuyó en absoluto incluso ya vestida del todo. No quise permanecer más tiempo allí. Me sentía ahogada y necesitaba salir al exterior para asimilar todo lo ocurrido aquella memorable noche. Por lo que solo dije: “tengo que irme, me voy ya, adiós”, él me comento: “¿te acompaño a casa?”, a lo que rápidamente contesté: “no, no, quiero estar sola, gracias, pero me voy ya”. Salí de la casa de Rafa con tal rapidez que antes de que me diera cuenta ya había recorrido unos 100 metros en dirección a mi casa.

Aunque claro, no me fui sola todo el trayecto desde su casa a la mía, pues en todo momento me acompañaron mis emociones, mis reflexiones, mis sentimientos y mis recuerdos de todo lo ocurrido en todas esas horas. Una experiencia que me marcaría para siempre. Excusa decir que esa noche ya en mi cama no paré de dar vueltas, una y otra vez, a todo lo que había pasado y como se nos desmadró tanto el asunto. En parte no estaba enfadada, al contrario, me había encantado y fue mucho mejor de todo lo que imaginé en un principio. Una experiencia que se incrustó en mi mente y que jamás me abandonaría pues la combinación de erotismo, nervios e imprevisibilidad fue un cocktail explosivo. Curiosamente, me quedé dormida muy rápido, no creo que me mantuviese despierta ni 5 minutos, pero eran tantas las experiencias y emociones vividas que estaba completamente extasiada.

La siguiente semana sí que se podría decir que fui una auténtica zombie, pues no conseguía atender en clase, ni a las conversaciones de los amigos, ni escuchar música, ni comer a un ritmo normal y mucho menos estudiar. Estaba totalmente desconcentrada, alelada y como si mi mente no dejará de atiborrar pensamientos unos tras otros lo que me impedía llevar una vida normal. Juro que fue como si estuviera drogada o hipnotizada, pues no dejaba de pensar ni por un momento en lo que ocurrió el sábado con Rafa. Me cabreaba un montón el estado de zombie en que me encontraba. Quería despejarme, despojar de mi cabeza de todos esos pensamientos, limpiar mi mente y volver a recobrar la concentración en las cosas cotidianas. Pero no lo conseguí.

Mi atolondramiento, unido a un subidón hormonal que tuve esa misma semana al tener el periodo, me mantuvo como una chica despistada, distraída y atontada todo el santo día. Seguro que tanto mi familia como mis amigas se dieron cuenta, aunque nadie me comentó nada. Este ridículo embobamiento se transformo en una especie de pánico cuando me di cuenta de que la semana se estaba ya casi acabando y que pronto sería sábado y volvería a encontrarme con Rafa. No estaba preparada para el enfrentamiento visual con él. No lo estaba. Estaba aterrada y casi con un ataque de histeria. Me sentí fatal y hasta me plantee no salir ese sábado. ¿Una actitud cobarde y pueril? Pues sí, pero no me sentía lo suficientemente madura y segura de mi misma como para afrontar una mirada de Rafa o una simple conversación.

Me carcomían las dudas acerca de salir o no salir. Por una parte mi orgullo me decía “¿vas a dejar que lo que pasó el fin de semana pasado con este tío te prive de pasar un finde guay con tus amigos y amigas?”, “¿te va a condicionar eso para no seguir con tu vida normal?”. Me acribillé a preguntas a mi misma y finalmente no tuve el suficiente coraje para salir y me quedé en casa argumentando que estaba enferma. En cierta manera era cierto. Estaba enferma de angustias, comeduras de tarro y pánico. Y para todo esto no había ninguna aspirina que me curase. Hice bien, pues solo necesitaba unos días más de reposo para tranquilizarme y volver a ser la de siempre.

Poco a poco mi vida recobró la normalidad y en cierta manera lo de Rafa se fue convirtiendo en un recuerdo algo lejano (aunque realmente no habían pasado ni 10 días). Pero la terapia de no salir aquel finde fue más que suficiente para recobrar el sentido común. Lástima que muy pronto volvería a perderlo y a dejarme llevar por instinto y por mis revolucionadas hormonas adolescentes.

Cuando llegó el siguiente sábado ya salí con total tranquilidad y naturalidad, curada de cualquier agobio con respecto a Rafa. Es más, ni siquiera me dijo nada ni me miró de manera especial. Se comportó como si nunca hubiera pasado lo de dos sábados antes. Eso me gustó. Pues yo quería una absoluta confidencialidad y privacidad con este tema y no deseaba que se enterase nadie y tampoco que Rafa me lo recordase con miradas picaronas o conversaciones de doble sentido. En ese aspecto sí que se portó genial. Incluso me relajé por completo en el botellón y nos divertimos todos muchísimos aquella noche que se caracterizó por mucho baile, cachondeo, risas y muy buen rollo.

Resultó tan satisfactorio ese fin de semana que salí con ganas el siguiente sábado. Y todo fue igual de genial entre toda la pandilla. Pero, en determinado momento de la noche se torció la cosa, pues Rafa se me acercó en un momento que estaba pidiendo en la barra y me preguntó: “Es cierto eso que has dicho antes en el botellón”. No sabía a qué se refería exactamente y le pregunté: “¿el qué?”. Él respondió tranquilamente: “eso de que tus padres y hermanos nunca van a tu chalet durante el Invierno, que solo van en Verano”. No sabía a dónde quería ir a parar por lo que asentí con un “pues sí”. A lo que él con una media sonrisa picaresca: “pues teniendo en cuenta que me acabo de sacar el carnet y tengo el coche de mi padre pues… ya sabes… saca tus propias conclusiones”. Me pareció ofensivo lo descarado que fue y como me lo soltó. Durante unos segundos me sentí humillada, como si me estuviese tratando como a una puta. Ni le contesté y me fui.

Le obvié y evité el resto de la noche. Le esquivé continuamente y no quise saber ya nada de él. Finalmente vi que se me acercó, yo me mantuve alerta y con las uñas afiladas a punto de estallar por si me volvía a decir algo tan ofensivo. No pudo ser más imprevisible las palabras que salieron de su boca: “perdona si antes te ofendí, lo siento de verás. Lo último que querría en esta vida es ofenderte y hacerte daño. Lo siento muchísimo. Solo lo dije porque el otro día me pareció que tanto tú como yo nos lo pasamos bien y por si querrías repetirlo algún día. Pero siempre de buen rollo y a tu ritmo. Solo quería hacerte feliz y complacerte como el otro día, solo eso. Te juro que no había malicia ni otro sentido en mis palabras de antes”. Sus ojos transmitían sinceridad y arrepentimiento de verdad. Me convenció completamente y hasta sentí haber sido tan brusca y malpensada antes. Solo pude decir: “me lo pensaré, ¿vale?”, a lo que él contesto: “está bien, pero ya sabes, sin mal rollo, si quieres pues genial, y sino pues no pasa nada”.

La honestidad y franqueza de Rafa me gustó. No esperaba eso de él y que demostrase esa sensibilidad me pareció un acierto. De todos modos no tenía pensado volver a repetirlo nunca. Eso fue un desliz de una noche que no se volvería a repetir. O al menos eso pensaba, porque las siguientes semanas ciertos acontecimientos iban a desencadenar muchos cambios en mí. Aunque esta vez no iba a ser a causa de un chico, sino de una chica: Angélica.

Angélica salía desde hace un tiempo en nuestra pandilla. Nunca me cayó bien. Era una tía gorda, fea y desagradable que además su mayor afición era despotricar contra todos y poner a caldo a la gente a sus espaldas. No recuerdo ni una sola vez que no metiera cizaña y malmetiera a alguien. Además, a pesar de ser repulsiva, siempre demostraba una altivez, dignidad y superioridad que la hacía más repelente. Cierto que se notaba que era inteligente y que sabía manipular y condicionar a la gente, pero a mí (ni a muchas de nosotras) nunca nos engañó y solo la presté atención cuando empezó a entablar una falsa amistad íntima con Edu.

Aunque mi fascinación/obsesión por Edu había mermado muchísimo en las últimas semanas por todo lo ocurrido con Rafa, no dejaba de ser alguien que me seguía importando y mucho. Sentí celos. Me sentí fatal. Y aunque la relación de indiferencia con Edu seguía siendo la misma de siempre no podía evitar que me reventara que Angélica se lo estuviese camelando. Si hubiese sido con cualquier otra chica no me hubiese importado tanto, pero con esta impresentable barriobajera era algo inadmisible. Por supuesto que entre ellos jamás pasaría nada sexual ni sentimental, al fin y al cabo era una chica desagradable para cualquiera, pero que se ganara su amistad y confianza era algo que me hacía hervir la sangre.

Incluso me plantee tontear yo con Edu y que acabásemos saliendo juntos, y de esta manera alejarlo de la retorcida Angélica. ¿Por qué no? La absurda e infantil obsesión que sentía por él desde los 14 años no parecía fruto de un día, pues habían pasado más de 2 años y seguía teniendo algo en mi interior que me atraía hacía él. No era el capricho de una niña de 14 años, sino que seguía latente en mí cierta atracción, aunque nunca se la reconocí ni a él ni a nadie. Puede que mis historias con Rafa hubieran eclipsado en las últimas semanas todo el tema de Edu, y supongo que en mi fuero interno soñaba con volver a experimentar cosas nuevas con él, ya fuese dormida o despierta.

Se desató en mí una especie de lucha interna, pues por una parte quería alejarlo de Angélica y sus desagradables tonteos, pero por otra parte me carcomía el alma que él descubriese que sentía algo y mandase así al traste todos esos juegos de indiferencia mutua que ya duraban dos años. Mientras me debatía en mis pensamientos ocurrió algo que lo aceleró todo vertiginosamente. Fue el sábado antes de mi cumpleaños. Todos nos lo estábamos pasando muy bien ese finde, aunque Angélica seguía tan vulgar y tonta como siempre. En un momento dado intensificó sus tonteos con Edu, hasta el punto de no dejar de agarrarle del brazo, darle golpecitos sin parar y reírle hipócritamente las gracias. Y, antes de que me diera cuenta, le había convencido para que se fueran los dos juntos a dar una vuelta en moto. Eso me crispó más de lo que pensaba.

No sé ni cómo no se volcó la moto con la puta gorda montada en ella, solo sé que se montaron ambos y se fueron con la moto a gran velocidad. Me controlé aproximadamente durante unos 2 minutos en los cuales intenté tranquilizarme y serenarme. No lo conseguí. Pasado ese tiempo me acerqué directamente a Rafa y le dije: “¿has bebido mucho esta noche?”, él me contesto un poco desconcertado por la pregunta: “pues un poco, ¿por qué?”, a lo que repliqué yo con firmeza: “Por qué el chalet de mis padres está a más de 4 kms y no quiero que tengamos ningún mal rollo en la carretera”. Rafa tardo unos segundos en asimilar lo que le acababa de decir y en reaccionar. Finalmente dijo con calma: “tranquila, controlo bien, no va a haber ningún problema”.

Inmediatamente Rafa se fue del botellón. Al cabo de unos 10 minutos recibí una llamada perdida al móvil. Era la señal acordada para acercarme a la puerta del bar donde habíamos quedado. Una parte de mí no se quería ir con Rafa, otra parte tenía muy grato recuerdo de todo lo ocurrido un mes antes y quería repetir, y finalmente la parte decisiva y detonante de mi decisión fue que habían pasado ya 15 minutos desde que Edu se había ido en la moto con Angélica y no habían vuelto. Sabía perfectamente que no estaba pasando nada entre ellos, pues nadie en su sano juicio se enrollaría jamás con una tía así. Aún así me frustraba porque sabía que ella disfrutaría cada segundo con sus tonteos o agarrándose fuerte a la cintura de Edu cuando cogiese velocidad en la moto. Me cabreaba tanto la actitud de ella como lo estúpido que era él de no darse cuenta de eso. Pero claro, era un hombre, y eso era sinónimo de estupidez y pocas luces.

Por lo que me vi, contra todo pronóstico, montando en el coche de Rafa a vivir nuestra segunda aventura y experiencia, empujada principalmente por el rencor que tenía acumulado, aunque también con cierta curiosidad por volver a sentir algunas de las emociones vividas antes. Paramos en mi casa, subí a por las llaves del chalet y les mentí a mis padres diciendo que venía a buscar una cosa de mi habitación. El tener que mentir me aceleró un poco el corazón. No era la primera vez que mentía en mi vida (al fin y al cabo estaba a punto de cumplir 17 años) pero sí la primera vez que iba a hacer algo tan descabellado como irme sola al chalet con un chico.

Al montar del nuevo en el coche empecé a darle vueltas a la situación y a valorar si estaba obrando prudentemente. No me dio tiempo a reflexionar demasiado pues nunca 4 kms se me hicieron tan cortos como aquella noche. Antes de que me diera cuenta estábamos ya en el chalet. Eso me contrarió. Me hubiera gustado que tardásemos más, necesitaba que tardásemos más. Entramos dentro. Hacía un poco de frío, al fin y al cabo era Febrero y ese Invierno fue especialmente crudo. Viendo Rafa que yo me mantenía impávida e impasible sin tomar ninguna decisión, tomó él la iniciativa rompiendo el hielo diciendo: “¿por qué no me lo enseñas? Yo no lo conozco”. Fue justo lo que necesitaba. Rafa me leyó la mente y vio claramente que no estaba preparada y necesitaba más tiempo. Por lo que le enseñé el chalet e incluso entre los dos bromeamos de tonterías en plan distendido y relajado.

Al final Rafa se atrevió a dar el gran paso y me comentó en un tono casi confidencial: “¿te gustaría repetir la fantasía del otro día?”. Yo titubeé. Por una parte quería pero por otra estaba mucho menos preparada que la otra vez. De repente reparé que los nervios y confusión que me estaba provocando Rafa me habían quitado totalmente de la cabeza el dichoso paseito en moto de Edu y Angélica. Eso me alegró y relajó más todavía, por lo que le contesté a Rafa: “bueno, vale, pero en plan light, sin pasarse mucho, ¿vale?”. Él respondió justo lo que quería escuchar: “claro, sin problemas, tú pones los límites y las normas, en plan buen rollo, aquí nunca pasará nada que tú no quieras”. En ese momento me di cuenta que puede que mi interés por Rafa nunca fuese tan fascinante, obsesivo e irracional como por Edu, pero tenía cierto encanto que cada vez me encandilaba más.

Por lo que fuimos a mi habitación del chalet y me tumbé en la cama dispuesta a repetir la misma fantasía de siempre. Dos veces fue con Edu y dos veces con Rafa, con la salvedad de que con Rafa iban a ser mucho más que dos. Yo me relajé tumbada y Rafa comentó: “para que ya la fantasía fuese total deberías tener los ojos vendados mientras yo juego con tu ropa”. Lo dijo en un tono jocoso y divertido, por lo que ambos nos reímos, aunque nunca supe hasta que punto lo dijo en serio. Viendo que me había reído siguió bromeando para relajar el ambiente con frases como “caray, que ganas de que pase este frío para que vengas con menos ropa”. Nos volvimos a reír. De repente las risas cesaron y empezó con sus caricias.

Prácticamente la pauta que siguió fue casi la misma que la otra vez: las caricias lentas y pausadas saboreando el momento, jugando con la ropa, mirándome de forma intensa para cerciorarse de que eso estaba ocurriendo de verdad, etcétera. Eso sí, todo en plan muy light, pues al igual que la vez anterior no le permití que acariciara mi entrepierna (ni tan siquiera el muslo interior), aunque él ni siquiera lo intentó. Parece que le quedó muy claro la otra vez cuáles eran los límites y que nunca había que sobrepasarlos bajo ningún concepto. Por lo que todo se redujo a caricias por encima del jersey (nunca le permití meter la mano por debajo pues solo llevaba el sujetador debajo de dicho jersey). A pesar de estas limitaciones, Rafa parecía complacido y satisfecho. Yo también. Me encantaba lo de hacerme la dormida y que jugase con su mano pausadamente con mi ropa y las partes de mi cuerpo.

(9,00)