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La historia de Ángel, solo era un muchacho (39)

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El beso se prolongó, y aunque al principio era salvaje lo fue cambiando a tiernas caricias de su lengua sobre la mía, buscándola por abajo y por arriba para lamerla lentamente.

No deseaba entregarme a sus deseos pero notaba que cada momento que pasaba me gustaba más su beso, por otro lado no dejaba de pensar en sus palabras, donde insinuaba que él mismo y sus hermanos tenían sexo con Irina, con su misma hermana, la dulce, hermosa e inocente Irina.

¿Podría haber tenido ocasión de hacerlo también con Álvaro? ¿Le habría subyugado al punto de meterle en su cama? Ya dudaba de todo y no confiaba en nadie.

-Pensaba que eras más joven que ella. -no sabía como distraerle y a cada minuto me iba venciendo el deseo.

-En realidad solamente la gane por tres minutos, somos gemelos y muy unidos en todo.

El muchacho me había soltado la sujeción de click de los tirantes que llevaba como adorno y su mano libre tiraba de mis pantalones para bajarlos.

-Robert pórtate bien, déjame o empiezo a gritar. -dejó sueltos los pantalones que los llevaba ya por las rodillas y colocó la mano en mi boca tapándomela, sin hacer fuerza, era simplemente un aviso de que estaba dispuesto a hacerlo forzándome si era preciso, y su mensaje me llegó sin que utilizara palabras.

-¡Por favor! Por lo menos deja que me quite la ropa, me la vas a romper. -de alguna forma sabía que había cedido a sus deseos, me soltó ayudándome a quitarme los zapatos y el pantalón, entonces me sujetó por el slip subiéndolo y enterrándolo entre mis nalgas, lo sentía apretado en el ano y me hacía daño en los huevos.

Me mantenía de espaldas a él y tenía que sujetarme en la madera de la pared para mantener el equilibrio, de puntillas sobre los dedos de los pies. Me subió la camisa y puso los labios sobre la columna pasándolos de arriba a bajo besándome las vértebras.

Apoyé la cabeza en la pared esperando lo inevitable, dejó de besarme manteniéndome cogido con un brazo por el vientre y con la otra mano se quitaba los pantalones, y cuando quedó desnudo de medio cuerpo se pegó a mi, su pene ya duro se me clavó entre las nalgas.

Lo notaba que era grande, enorme como el de Pablo.

-¡Abrete ya! -hacía presión con sus piernas queriendo colocarse entre las mías, a la vez empujaba mi espalda para que me inclinara y sacara el culo, no creía que un chico tan joven y delgado tuviera tanta fuerza, su cuerpo parecía hecho de acero y le sentía tensarse como un arco a mi espalda, inclinándose para buscar mi ano con la punta de la verga.

Sabía que me haría daño al no estar preparado, y que mi culo se resistiría a que entrara sin tenerlo dilatado y sin lubricación, pero tampoco podía detenerle, rugía deseoso en mi espalda mordiéndola, nervioso al no localizar el hueco donde entrara su verga, como un perro rabioso al encontrar dificultades para montar a su perra.

Para evitar males mayores saqué más el culo, buscando yo también el encuentro para acoplarnos y que mi ano quedara pegado a la cabeza de su pene, se calmó un poco al notar que colaboraba.

Cuando sintió que su verga había localizado la entrada forzó la cadera haciéndome gemir al meter la cabeza de la polla en mi culo.

-¡Ahhhyyyy! despacio…, me duele. -verdaderamente había sido un tenue dolor perfectamente soportable, pero solo había entrado el glande.

-¡Ya, ya entra! -gemía en mi espalda mientras me sujetaba fuertemente de las caderas tirando de mi hacia él y haciendo que su polla fuera invadiéndome sin remedio.

No le había visto ni tocado la verga, pero notaba en mi ano que era grande, entraba sin causarme el dolor que esperaba al tenerla muy lubricada, y debía ser muy larga, no terminaba de meterla, cuando pensaba que había acabado de entrar y que no habría más suspiré aliviado. Entonces me abrazó pasando los brazos por mi abdomen, me elevó en el aire y sin sacarme la verga caminó hasta la cama donde había estado tumbado.

Me sentía tremendamente empalado aunque no había entrado totalmente, sin dejar de abrazarme por el abdomen, me coloco en el suelo e hizo que me inclinara hasta quedar con el pecho pegado en la cama, tiró de mis caderas y con dos tremendos golpes termino de meterme la polla y se tumbó sobre mi espalda con su respirar profundo.

¡Ahhh! Que rico culo, mi cuñadito tiene suerte y lo ha dejado bien abierto. -no sentía ningún dolor y me fui acostumbrando a sentir aquella larga culebra moviéndome en mi intestino.

Se levantó poniéndose de pie y sacó unos centímetros la polla para volver a meterla con fuerza, me empezaba a gustar la forma violenta en que el chaval, varios años menor que yo, me daba por el culo, mejor que muchos hombres lo habían hecho. Ahora con el culo bien abierto y relajado todo que podía sentir era placer y empecé a gemir cada vez que me la metía ejerciendo la misma potente fuerza.

-Te gusta puto, gimes como una zorra, no te habían cogido el culo de esta manera, siente mi verga maricón… -y se dejaba caer dándome con todas sus ganas, ya me tenía rendido y entregado a su bravura de macho.

-¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma verga puto! -cada vez que hablaba era cuando sus testículos golpeaban sobre los míos.

-¡Ohhh, Dios mío! que bien me follas. ¡Ummmmm! que rico… -se puso recto sacando la mitad del pene y con la mano me dio dos nalgadas que me hicieron encoger el culo apretándole la verga.

-¡Ummmm! ¡Ayyy! -me quejaba por el repentino dolor y a la vez gemía por el placer en mi ano al apretarle la polla, era incomprensible que un chico tan joven supiera follar tan divino.

-Ya se que te gusta, tu amante no te trata como el puto que eres, ahora prueba una verga de verdad. -y me daba duro, me estaba llevando al límite y tenía mucho aguante, llevaba más de diez minutos sin cesar de follarme y no aparentaba estar cansado, solo que algunas veces se detenía un momento para azotarme y posarse sobre mi marcándome como suyo.

Cuando sentí que la verga se le ponía más rígida eché el culo hacia atrás empotrándomelo todo, y me estremecí al salir el semen de mi polla con fuerza sobre su cama.

-¡Ayyyyy! ¡Dios!, ¡Dios!. Me corro. -llevé una mano a su nalga y la apreté contra mi para que se mantuviera dentro de mi culo y no se saliera. Robert se mantuvo un momento estático, pero nada más de aflojar el culo me bombeaba con fuerza y rapidez, hasta el momento en que se quedó tumbado sobre mi, con toda su verga en mi interior y se vino entre jadeos con la boca en mi oreja.

¡Ohhh! putito rico, te voy a llenar el culo, tómalo todo, toma, tómalo. -sentía como temblaba pegado a mi espalda y eso me llenaba de gozo, no podía dejar de disfrutar cuando un hombre se corría en mi interior y le notaba gozándome.

Al cabo de unos minutos se fue saliendo, escurriéndose la larga verga de mi culo sin que él se moviera, cuando estuvo toda fuera se levantó y me cogió en sus brazos para depositarme tumbado sobre la cama y luego él lo hizo a mi lado.

Nuestro respirar se fue calmando y giré la cabeza para mirarlo, Robert desvió la vista mirando hacía otra parte.

-Me he comportado como un cerdo y un cabrón…, tu no tienes culpa de nada. -sujeté su mano y se la apreté para girarme hacía él y besarle la mejilla.

-No ha estado tan mal, ¿no crees? -intentaba animarle y quitarle importancia, no dejaba de sorprenderme, ahora sentía remordimientos y al final era un chiquillo aunque para follar resultara un hombre.

-Te he forzado y yo no soy así, lo siento.

-No tiene importancia Robert, como tu has dicho soy un puto con ganas de verga. -se giró y ahora nos teníamos cara a cara, se apartó el pelo de la frente y se acercó para besarme ligeramente los labios.

-También te he insultado, no se lo que me ha pasado, de verdad, si me conocieras sabrías que no soy de esta manera. -le abracé juntando nuestros cuerpos y le besé repetidamente la cara.

-Ahora no hagas un mundo de esto, ¿sabes?: Me ha gustado, creo que podríamos llegar a ser amigos si estuviéramos cerca, ahora me dejarás que me duche y me vista, seguramente nos estarán echando de menos.

Tenía muchas preguntas en mi mente para hacerle, pero tampoco eran de mi incumbencia aunque sentía una curiosidad malsana por saber como era lo de Irina y sus hermanos. Durante la ducha que nos dimos juntos se portó delicadamente conmigo, acariciándome y besándome la espalda y los hombros.

-De verdad que Álvaro tiene mucha suerte, puede tenerte a ti y a Irina, lo mejor en chica y chico que he visto y probado. -notaba que todo se distendía cuando después de hablar se reía con ganas y picardía.

Cuando al fin bajamos, había pasado más de una hora, la fiesta continuaba y un grupo musical interpretaba las piezas musicales que les solicitaban, en un grupo apartado estaba Oriol con Alberto, sus primos y otros chicos y chicas charlando. Le sonreí a Alberto que me miraba interrogante y nos acercamos a ellos.

-Estás monopolizando a Ángel, nos permitirás que hablemos con nuestro amigo. -le hablaba a Robert con una media sonrisa a la vez que me hacia sitio a su lado.

-¿Puedo hablar contigo un momento? -no esperó mi respuesta y me cogió del abrazo llevándome con él un poco alejados de grupo.

-¿Cómo te encuentras Ángel?

-Bien Alberto, no tienes que preocuparte.

-¿Cómo no voy a hacerlo? Se suponía que Álvaro era tu novio o algo así y ahora está su compromiso casi inopinado.

-Soy tu amigo aunque hayamos tratado poco, te admiro, pero pienso que en este momento no eres sincero conmigo. -quería cambiar de conversación y hablar de otros temas, no adelantaría nada contando mis problemas sentimentales a Alberto, no obstante me gustaba que alguien se preocupara por mi estado, en este caso, emocional, además él era un hombre que me gustaba aunque fuera imposible que hubiera algo serio entre nosotros y nunca lo había pensado.

-No hay problema alguno, sabes que estoy acostumbrado a tratar con hombres. -Alberto me sujetó de una mano en un cálido apretón.

-Ahora no te presentes como un malvado, yo también he estado con hombres, con David, Oriol, Rubén y otros que no conoces, pero nuestro corazón sufre a veces. -tuve que sonreírle por lo dulce y amable de su preocupación por mi estado y no deseaba seguir hablando de mis imaginarios problemas.

-Y lo tuyo con Rubén, ¿como vais? -antes de me respondiera me contesté a mi mismo. -Imagino que todo estará bien. -seguía mirándome con la preocupación palpable en sus ojos.

-Seguimos siendo amigos, nunca ha habido algo serio… -se detuvo un momento antes de continuar. -Y para que no preguntes de mis relaciones con David y Oriol, te diré que todos vamos cambiando. Se van convirtiendo en una pareja real y supe que tenía que apartarme y dejarles para que vivieran su vida, lo cual no quiere decir que a veces no estemos juntos, no durará mucho es obvio.

Continuamos hablando un rato más, a veces me hacía reír, o ponerme rojo cuando se refería a lo a gusto que había estado a mi lado, en clara referencia a cuando me había follado.

Seguíamos hablando cuando Álvaro se acercó a nuestro lado, llegaba envuelto en un aura de felicidad que pocas veces había visto en él. En esta ocasión me sujetó por la cintura mientras agarraba a Alberto de un brazo.

-Los padres van a emprender el viaje de vuelta para no llegar muy tarde, les he dicho que te quedarás y que te llevaré yo, ¿te parece bien?

-Lo que tu decidas será correcto, además que lo estoy pasando realmente bien. -miré a Alberto para que me aprobara y Álvaro nos dejó para irse a otro grupo.

-Parece feliz, contento de su compromiso… -miré a Alberto apenado por lo que decía y que era la verdad.

-¡Oh!, lo siento Ángel.

-Es igual Alberto, no vamos a disimular más, soy consciente de que sobro. -no podíamos continuar hablando ya que el grupo de Oriol se acercaba caminando hacia nosotros.

-¿Puedo llamarte alguna vez? Me gustaría que habláramos y nos contáramos nuestras cosas. -solamente le miré y asentí con la cabeza.

El resto de la tarde intenté distraerme con el baile, siempre acompañado por Robert que había vuelto a sonreír cuando terminé mi charla con Alberto.

Oriol y su grupo se quedarían a dormir en la ciudad y tenían su programa de fiestas para la noche, me hubiera gustado quedarme para no pensar y olvidarme de los problemas, pero Álvaro decidió que debíamos regresar a casa, eras las diez de la noche cuando me despedía entre abrazos y besos de mis amigos mirando a Álvaro que me apremiaba impaciente en la puerta.

Teníamos la suerte de nuestra parte, a pesar del frío reinante había dejado de nevar y el asfalto estaba seco, sin peligro de encontrar hielo en la autopista. Durante la primera hora de viaje no hablamos ni una palabra, me iba haciendo el dormido, con los ojos cerrados escuchando música.

Álvaro exteriorizaba su euforia llevando el compás de la música que sonaba en la radio con los dedos, tamborileándolos sobre el volante, por supuesto no era por haber bebido en exceso y supuse que sería por otro elocuente motivo, por lo bien que lo había pasado al lado de su prometida. Durante todo el día solamente me había hablado, y muy breve, en dos ocasiones.

-¿Lo has pasado bien? -para reforzar su pregunta colocó la mano sobre mi pierna.

-Ha sido divertido y lo mejor de todo el haber podido saludar a los amigos. -le respondí sin abrir los ojos.

-Espero que Robert te haya atendido como le pidió Irina, le he visto constantemente a tu lado.

-Es un buen chico y joven, le falta crecer un poco. -sentía una rabia inmensa y el deseo de ser cruel revelando lo que había averiguado, pero no era tan malo, no, yo no era de esa manera, no iba a destruir las ilusiones de él y de sus padres rebajándome hasta ese extremo.

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Llevaba seis horas trabajando, con solo un corto descanso para tomarse un café y se sentía cansada. Recogió otra vez los vasos y tazas usados que su compañera le dejaba sobre el mostrador y dejó salir de sus labios, pintados de un rojo muy fuerte y brillante, una altanera imprecación.

-¡Joder! -Lucía se llevó el dedo a la boca y mordió la uña que terminaba de romperse.

-¡Seré burra! -no podía andar con contemplaciones consigo misma, y momentáneamente se olvidó de la uña rota para seguir recogiendo los servicios que tenía pendientes, colocándolos en la máquina friegaplatos.

Sin dejar de hacer su trabajo tampoco perdía detalle de lo que proyectaban, en ese momento, en la gran pantalla del televisor colgante de la pared que tenía enfrente de ella. Se abrió la puerta que daba a los cuartos interiores del bar y un corpulento hombre salió encaminándose a la barra donde ella estaba.

-Ponme una henninger. -le pidió con tono autoritario.

Lucía apartó un instante la vista de lo que sucedía en la pantalla, para mirar al sujeto que le dirigió una mueca queriendo ser una sonrisa enmarcada en los gruesos labios, bajo su nariz chata y rota de boxeador retirado.

A la muchacha nunca le había gustado aquel hombre que, desde hacía unos meses, servía como uno más de los mensajeros de su jefe, dueño de ese bar y otros negocios aún más sórdidos e ilegales.

Ella sabía que realizaba el trabajo en sustitución del que había sido herido gravemente en una reyerta, todavía recuperándose, y que ese trabajo consistía en recoger en los tugurios, casas de prostitución, y lugares de apuestas ilegales de la zona, el tributo por la supuesta protección que se les brindaba. También que era uno de los que distribuían la droga que ahora seguramente llevaría escondida en los falsos bolsillos de su traje.

A la vez que le servía la consumición pedida, la mujer volvió a fijarse en las imágenes de la pantalla.

-Unas tenemos que madrugar, y trabajar hasta deslomarnos por una mísera paga, y otras lucen en unos minutos los trajes que yo no podría pagarme con mi salario de toda la vida.

-Te he pedido una cerveza, no que me cuentes tus problemas. -la mujer dejó el vaso delante del alterado sujeto.

-Y además la suerte les entra por la ventana, mira a su apuesto novio. -la compañera de Lucía llegó en ese momento y miró lo que veía su amiga.

-A ese lo quiero para mi. -las dos mujeres se rieron y el mal encarado sujeto levantó por fin la mirada para fijarse en lo que llamaba tanto la atención de las camareras.

El vaso tembló en su mano, grande como la garra de un gorila, y parte del líquido cayó sobre el mostrador.

-¿Ya estas borracho desde ahora Damián? -se apagaron la ruidosas risas cuando miraron la cara, con los ojos desorbitados, del retirado boxeador.

Las imágenes pasaban rápidas por la pantalla, pero no lo suficiente para evitar que reconociera a las personas que había tenido que transportar, más de una vez, en el coche de su patrón.

Aquel doctorcillo presumido, sobrino de don Manuel Artázcoz Villalba, amigo de su exjefe Eduardo Martínez de Arceniega; el muchacho, pareja del doctor Salvatierra hijo y…, sobre todo, aquel mariconcito, hijo puta y bastardo, que le había arruinado la vida.

-¡Ya te tengo puto! Al fin apareciste y pronto te tendré en mis manos. -murmuró en voz baja con cara iracunda, terminó de beber la cerveza de un trago, dejó un billete de cinco euros sobre el mostrador, y sin despedirse, salió a pasó rápido del bar.

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La vida de Damian, desde los acontecimientos del secuestro del putito, y el final inesperado que tuvo para él, se había vuelto ingrata y peligrosa, con un cúmulo de desgracias, a la deriva y sin rumbo fijo, su vida iba en pendiente para abajo sin freno y sin poderla controlar.

Llego a la fonda donde se hospedaba, el lugar no era muy agradable, una casucha vieja de dos pisos abarrotada de minúsculas habitaciones y el baño colectivo en el pasillo, lleno de suciedad. En su mísera habitación había una simple cama con la mesita de noche, una desvencijada silla y el armario con una puerta suelta de los goznes y caída.

Una orden judicial había bloqueado el acceso a las cuentas donde acumulaba sus ahorros, y se encontró en la calle con cien euros en el bolsillo como único recurso disponible.

Había tenido que aceptar aquel trabajo miserable de recogedor del impuesto por seguridad, y pasar a hacer de “camello” visitando los lugares donde su jefe le mandaba a entregar la droga.

Para su desgracia la había probado y ahora era un enganchado necesitado de su diaria dosis de “caballo”.

El culpable de todos sus males era, para él, el putito que lo encandiló subyugándole, hasta no poder aguantar su deseo de llegar a ser el dueño de aquel cuerpo tan hermoso que le despertaba los deseos hasta volverle loco.

Nunca se cuestionó el tener algo de culpa, y basó su creencia en la culpabilidad de aquel putito delicioso, en que habían pasado otros antes que él y no sucedió lo mismo.

El cuerpo y la cara de aquel muñeco de carne dorada y tierna, le había soliviantado hasta resultarle imposible de soportar no tenerlo, sin pensar en el riesgo que corría y las consecuencias de sus actos.

Se tendió en el desvencijado catre que rechinó al recibir su peso, su mente comenzó a perseguir el sueño de la venganza que deseaba aplicar a aquel muñequito delicioso, lo odiaba y a la vez no dejaba de pensar en el placer que le proporcionaba cuando lo follaba y la verga se le endureció con tales recuerdos.

Tenía algún contacto en los niveles más bajos de la policía, los dos agentes a los que entregaba, por orden de su jefe, los sobres semanales del soborno para que lo repartieran entre los polis corruptos, dinero y mercancía para tenerles contentos, ellos le proporcionarían los datos que necesitaba, el lugar donde ocultaban al mariconcito.

Metió la mano debajo de la almohada y acarició el frío metal del arma que guardaba. El puto merecía la muerte para pagar su sufrimiento, y su mente retorcida buscaba maneras de materializa su venganza.

Sería mejor cogerle de nuevo y hacerle pagar con su culo, con su cuerpo, el deseo sexual desenfrenado que sentía, luego, quizá venderlo como esclavo en una refinada venganza peor que pegarle un tiro.

El perro vivía ahora como un príncipe, recordó cuando lo recogieron de sus secuestradores, para llevarle a la vida de lujo y placer que llevaría desde aquel momento.

Su evolución hasta que lo convirtieron en el objeto sexual del deseo de aquellos multimillonarios degenerados y sucios a pesar de su dinero. Su patrón podía tenerlo para él, también aquel joven acogido que lo protegía y asesoraba para meterse en su cama cada noche, y luego el desfile de hombres a los que satisfacía mientras él quedaba apartado sin poder tener y gozar lo que anhelaba con todas sus fuerzas.

Su pensamiento le llevaba a imaginarlo, desnudo y entregado, en la cama de la habitación, hasta cierto punto lujosa que tenía para su uso en la ampulosa residencia donde, a pesar de ser un simple chófer, tenía un puesto alto en la escala del servicio.

Se desabotonó la camisa y se agarró con fuerza un pezón retorciérdolo.

-¡Ahhh! putito, volverás a ser mío hasta que me canse de ti, te gustaba como te follaba mi verga, sabía que la gozabas, que necesitabas un auténtico macho para domarte y no los amariconados y finos hombres que te follaban.

Se había bajado el pantalón y por la pernera del slip se sacó la dura verga y los huevos empezando a estrujarlos.

-Me chuparas la polla como tu sabes, con la boquita más linda que he visto en mi vida, y te comerás la leche que te de. -se masturbaba la dura polla elevada y dura, mirando con su único ojo de cíclope el techo desconchado de la habitación, y por él le salía el flujo de su placer como gotas de lágrimas resbalando por su mano grande y ennegrecida.

Dejó de retorcerse el pezón y bajó la mano por la dureza de su abdomen hasta llegar a los huevos para apretarlos contra el duro madero de su rabo sin dejar de pajearse.

Sus movimientos se volvieron convulsos, frenéticos, moviendo el cuerpo mientras la cama crujía, y su mano bajaba y subía la piel del grande y negro cipote hasta que abrió la boca para dejar escapar un grito que acalló con el dorso de la mano.

-¡Ahhh! ¡Ohhhh! mariconcito hermoso, te deseo, sigo queriendo tenerte. -el orgasmo le sacudió largamente y el semen salía virulento de su pene encharcándole el pecho y el duro y marcado vientre.

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Cuando llegamos a la hacienda eran más de las cuatro de la madrugada, las únicas luces encendidas eran las de las calles empedradas, donde vivían los pocos empleados y sus familias que no había marchado al pueblo cercano. Las lámparas del porche delantero estaban encendidas, con una luz que me parecía mortecina y fantasmal alumbrando las sombras de los arboles y plantas del jardín. La luna estaba cubierta por negros nubarrones, anunciadores de una próxima tormenta que devolvería la nieve a los campos.

Nos recibió el calor de la casa y pasamos por la cocina para tomar un vaso de leche antes de subir a descansar. No tardamos en quedarnos dormidos, después de lavarnos la boca yo me había puesto un pijama de pata larga y Álvaro, más perezoso, se había quedado en slip, me abrazó pegándose a mi espalda y me beso tiernamente en el cuello.

-Buenas noches precioso…

Seguirá…

(9,75)