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Dudas interraciales

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Se sentía segura, era su fin de semana libre y se dirigía al bar donde trabajaba su amiga, solía ir cada mes y a pesar de tener quince años más que ella a sus años les unía un sentimiento y afecto. Entró en el bar con esa movilidad que la caracterizaba, su estatura resaltaba, sus pasos largos y firmes rematados con un sonoro taconeo; sus generosos pechos boteaban debajo de la blusa y el balanceo de caderas hacía ondear la falda corta. Se sentó en un taburete con un ligero ladeo de cabeza desplazando su rubia melena oxigenada. No tardó en llegar la camarera la cual le dio unos efusivos besos y abrazos.

—Qué bien te veo Celia —exclamo la camarera.

—Ya ves, he venido a verte y me ha costado encontrar este garito, que por cierto, ¿qué tal te va?

—Pues ya ves, es lo que hay, en el otro local las noches eran duras y a mis cincuenta años no se puede encontrar nada mejor, pero y tú, cuéntame Celia.

—Qué quieres que te diga Mary, mi curro de mierda en la oficina de la fábrica. Encima las amigas de siempre están casadas y con hijos. ¿ y qué tal la peña y el ambiente del otro local, cómo estaba cuando te fuiste?

—Lo de siempre, los cuatro buenorros que venían tomar copas y toda la peña, ya los conoces, desde que desviaron la carretera venía menos gente. A la Marta la preñaron y ahora ha tenido que dejar el trabajo, normal siempre terminaba todas las noches con copas de más y subiéndose la falda en cualquier rincón. Tu has sido más lista y mira que te has triunfado con los tíos, te has tirado a todos los pata negra que se te han puesto por delante. A propósito, ¿qué fue de ese tío que te llevo la última vez cuando tenías el coche roto, parecía majo.

—Sí, lo es, pero es un cursi y muy melindroso, un media mierda; follamos dos veces, nada del otro mundo.

Mary puso unos chupitos y siguieron charlando, el local olía a cerrado, la concurrencia no era mucha, los sonidos de las tragaperras rompían la monotonía. En ella se reflejaba el rostro tosco, oscuro y felino de los cuales pendían dos pendientes en forma de diamante en sus orejas. Sonó la musiquilla de forma estridente, le había dado el premio gordo. Lo recogió y el corpulento personaje con andares pesados dejó todas las monedas en la barra pidiendo cambio en billetes para después con una sonrisa que dejaba a la vista dos incisivos que oro que resplandecían decir “tomaros algo nenas” y quedase en la otra punta de la barra del bar.

—Vaya con el negrata —cuchicheo Celia— parece un gorila salido del circo, y encima nos mira con esos ojos de gaviota que solo se distingue el blanco de su cornea.

—¡Qué graciosa eres, je,je,je! Vive en los pisos de arriba, ¿no te gustaría follártelo?

—No sé que decirte, nunca lo he hecho con un negrata, son tan impersonales —respondió Celia.

—En el mes que llevo en este bar lo he visto con unas cinco chicas diferentes. He oído comentarios de que es oportunista y sabe levantarse a las mujeres. La última el sábado pasado, una de apenas veinte años, la chavala vino a tomar café por la mañana y apenas podía sentarse, con el pelo revuelto —dijo Mary—. Vamos a tomarnos otros chupitos, aunque empieza venir gente, tengo algo de faena. Pero tu tranquila.

El local empezó a llenarse, la compañera atendía a los clientes.

—Os lo pasabais bien charlando, por lo que he visto.

—Por dios, que susto me has dado —dijo Celia al ver el personaje del cual hablaban.

—No muerdo, señorita —dijo sonriendo con una sonrisa de incisos de oro, al mismo tiempo que pedía dos chupitos más.

Mary apresurada les puso los chupitos al mismo tiempo que miraba a Celia con cara de circunstancias y complicidad.

—Arriba tengo hierba de la buena, si quieres…

—Ahora entiendo como te aprovechas de las jovencitas —respondió Celia.

—Conque esas tenemos eh… no creo que tú seas tan jovencita —dijo retador.

—No, pero tampoco soy vieja, incluso diría que tu eres más viejo, aunque esa capa de hollín que llevas es…

—Sacas tu lado segregacionista. Y todo eso por qué. Porque he tumbado y he gozado a blanquitas… —dijo vehemente al mismo tiempo que volvía a pedir otros chupitos.

Mary dudo en ponerlos aunque Celia hizo un gesto de aprobación. Celia algo eufórica

—No soy rencoroso y aún sigue en pie lo de fumarnos ese canuto —dijo él.

La bocanada de aire de la calle le dio esa sensación de autonomía a su cuerpo y los tres pisos que subieron esa movilidad que a ella le gustaba tanto, se sentía como una gacela acompañada de un león.

Una vez dentro le entró ese olor penetrante a virilidad masculina. Las paredes estaban adornadas de amuletos africanos y una gran alfombra y un sofá eran todos los muebles del pequeño comedor. Se sentaron y el encendió la hierba. Calada tras calada Celia se sentía más abstraída, distante. Quedó con los ojos fijos en la puerta abierta del pequeño dormitorio observando una cama sin hacer y lo que parecían ser tangas y bragas colgadas.

—¿Qué… qué co… cojon… cojones tienes ahí colgados de esa puta pared —dijo con voz pastosa que le daba la hierba fumada.

—Son trofeos ¿No has probado nunca la potencia de un negro? —dijo el, al mismo tiempo que le subía la falda y la destangaba.

—¡No jodas! —ronroneo ella entre balbuceos.

—¡Ábrete, te voy a comer el potorro!

Se puso en cuclillas ante ella y empezó a darle lametazos al mismo tiempo que jugaba con su clítoris con los dedos. Después le levantó las piernas hacía arriba y cogiendo sus tobillos la movía en vaivén pasando su lengua combinando de forma constante coño y culo, dándole chupetones en los muslos. Celia jadeaba, gemía, le cogía la cabeza y en uno de esos momentos él levanto la cabeza y sonriendo con cara de vicio y dejando ver sus incisivos de oro dijo:

—No te habían comido nunca potorro de esta manera, eh, —exclamo, al tiempo que le metía un dedo índice en el ano.

—¡jo hijoputa, cabrón! —exclamo ella con los ojos desorbitados.

—Gozas como una puta.

Se levantó, se quitó su camiseta de estampados florales dejando un pecho negro a la vista y después se quitó los pantalones bajo los cuales no usaba slip, por lo que quedo justo enfrente de la mirada de Celia una verga negra tensionada y rígida de considerables dimensiones donde salía el glande descapullado con un tronco venoso y unos testículos colgantes que bamboleaban en cada movimiento. Con una mano afianzó su pene y lo puso a la misma altura de la cabeza de Celia y le atenazó la nuca.

—¡Toma biberón nena, vas a probar chorra negra, ábrela esa boquita! —le decía él al mismo tiempo que le golpeaba la cara con el pene— ¿No te gusta o qué…? —pregunto mientras ponía su glande sobre sus orificios nasales.

Celia olía el olor penetrante a polla y abrió la boca, pero apenas podía abarcarla toda dentro de su boca, sus mejillas parecían globos hinchados, su rostro empezaba a enrojecer. Sin darle respiró empezó a cañonearle la boca. A Celia le dolía la boca, el falo le traspasaba la campanilla de la boca; empezó a respirar fuerte por la nariz hasta el punto que le salía mucosidad; los ojos vidriosos ya empezaron a lagrimear. Celia lo miro al rostro, él tenía la mirada baja, podía ver el blanco de sus ojos que junto con sus pendientes de diamante hacían mayor contraste con su piel negra. Sonrió otra vez con sus incisivos de oro. Sacó su polla. Celia respiraba con dificultad. Aprovecho para quitarle la blusa y el sujetador quedando unos turgentes pechos de los cuales tiró de sus pezones. Celia no conseguía reunir sus pensamientos y él como cazador experimentado sabía que la fiera estaba herida.

La cogió en volandas y la llevo sobre la cama, le abrió las piernas en tijeras, podía ver el sonrosado coño depilado y como si dudara de la posición rectificó postura para poner sus piernas sobre sus negros hombros. De una tacada sonora hundió su polla hasta la empuñadura. Celia lanzó un quejido sonoro y prolongado. Él, en posición de espera la miraba a los ojos. Transpiraba, el olor viril era penetrante. Empezó un bombeo de menos a mas, volviéndose muy intenso, cada bombeo sonaba como un latigazo. Frenético y vibrante aguanto su posición hasta jadear como un toro. Ella estertoreaba y balbuceaba palabras inconexas. Celia era morreada, podía ver su cara sudorosa y ese intenso olor de macho. El coño de Celia empezó a emitir sonidos de chapoteo al mismo tiempo ella le agarraba y arañaba la espalda como una posesa, sus gemidos eran guturales resonando en toda la habitación; la cama chirriaba y golpeaba la pared. Emitió una gran respiración de satisfacción orgásmica. Al mismo tiempo él ya daba señales de corrida y sus movimientos se volvieron eléctricos y de su boca salían bufidos constantes. El mete saca era más espaciado pero profundo con una contracción de nalgas como si quisiera atravesarla, en un retroceso del mete saca empezó a soltar lefa y finalizo con cuatro pistoneos duros y profundos para al finar emitir un resoplido que impregno de aliento de macho a Celia.

Celia quedó exhausta y medio adormilada —su pelo alborotado, su coño lleno de semen— perdiendo la noción del tiempo. Tras más de media hora en ese estado pudo oír cómo le decían:

—Has gozado como una puta, ya sabes lo que es tener un buen rabo de verdad entre las piernas.

—No te pases, me siento sucia, quiero irme y lavarme —dijo Celia.

—He visto tu retaguardia y veo que tienes el culo hecho.

—¿A qué te refieres, no te entiendo?

—Tu culo no es Km0 lo tienes profanado, que no es un culo que solo sirva para cagar —dijo él al mismo tiempo que la volteaba.

—¡No, no… por ahí, tiene… tien… tienes demasiada polla!

—Es a modo de despedida —exclamo él.

Celia en posición perrito estaba desconcertada y embotada; por su parte el ya verificaba los conductos abriendo con las manos las nalgas y recogiendo el sobrante de semen del coño le untó el orificio anal para después hacer dedo en su zona anal, inclusive se abasteció de más semen y metió dos dedos. Cuando vio el conducto viable escupió sobre el mismo y abrió de par en par las nalgas para acto seguido sablear a fondo y con rabia. Celia emitió un berrido atronador, no por eso dejo de sablearla una y otra vez al mismo tiempo que bofeteaba las nalgas y exclamaba:

—¡Por puta! ¡Por guarra! ¡Toma!

Celia aguantaba como podía, notó que él empezaba a convulsionar, su cabeza daba en la pared, mordía la almohada. Fue cogida su melena a modo rienda, su espalda se arqueó.

—¡Arre putita! ¡Arre! ¡So puta!

Sin tener tiempo de reaccionar y aguantando las embestidas de pronto paró de encularla para volverla a voltear y meterle el cipote en la boca. Celia percibió una oleada abundante de viscosidad para después ir a vomitar en el baño.

EPILOGO

A la mañana siguiente Mary al servir la consumición al negro le pregunto qué había pasado con su compañera Celia, había desaparecido sin decirle nada, por respuesta obtuvo un “no sé quién es Celia, ya que entran como un nombre y salen como un número”.

Posdata: añadir que el tanga de Celia marca Calvin Klein Underwear color negro lucía colgado de la pared.

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