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Las elecciones

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El día de las elecciones me levanté de mi cama a las diez y media de la mañana. La claridad del día entraba filtrada por los estores. Me saqué el camisón por la cabeza, me calcé las pantuflas y abrí la puerta de mi habitación. Como suelo dormir sin ropa interior, vi reflejada mi desnudez en el espejo rectangular que tengo en el pasillo. En fin, a mis treinta y seis años aún continuaba siendo una mujer bella, aunque ya se me acentuaban un poco los michelines en mi cintura. Mi cara fina, como de muñeca Barbie, mi media melena rubia natural... Las areolas que coronaban mis tetas, de color café, eran muy redondas. Mis tetas, ¡ay mis tetas!, los años las habían vuelto más blandas y moldeables; grávidas, formaban un gracioso pliegue que caía sobre mis costillas superiores. Tomé una con mis manos, la alcé y besé su pezón; luego, continué de zapatear hasta llegar a la cocina, preparé la cafetera italiana y la puse a calentar sobre la vitro.

Antes de que subiera el café con su familiar ronquido, fui al saloncito a buscar algo con lo que cubrirme: lo que llevara anoche: un top de color negro y un calzón de deportes blanco. Después, me serví el humeante café, con poca leche y mucho azúcar, y me senté en el sofá, frente al televisor; lo encendí. La mayoría de las cadenas informaban sobre el transcurso de las votaciones en distintos puntos geográficos, hasta que di con una que daba una película muy vintage; ahí la dejé.

Mmmm, que bueno el café. Para estar más cómoda, subí una de mis piernas sobre la otra, cruzando mis muslos... Mis muslos, tan blanquecinos antes de los baños de sol veraniegos; mis muslos, tan suaves al tacto y a la vez tan cálidos. Me los acaricié, luego incliné mi torso y besé el que tuve más cerca.

De pronto, sonó una notificación en mi móvil. Lo tenía sobre la mesa de centro acristalada, junto al sofá. Lo así con una mano y hurgué en su pantalla con mi dedo pulgar:

"Vas a votar?". Eusebio.

Mi jefe.

"No. Ya sabes que no me interesa la política. Me parecen todos lo mismo. Y tú?". Yo.

"Quiero votar". Él.

"Pues ve. Qué te lo impide?". Yo.

"Quiero votar en tu urna". Él.

Ay, mi jefe...

"Mi urna... Qué dices?". Yo.

"Sí. Meter mi papeleta en tu urna". Él

"Eusebio. Votar no es obligatorio aquí". Yo.

"Ruth. Votaré voluntariamente, pero en tu urna. Debe estar bien calentita, como mi voto". Foto. Él.

La foto era de su polla, por supuesto.

"Vale. Ven. Y tu mujer?". Yo.

"Se lo he dicho. Le he dicho que voy a ir a votar". Emoticonos. Él.

Emoticonos. Yo.

"Tu marido?". Él.

"Lo sabes. Presidente de mesa. Le tocó". Yo.

"Estaré en tu casa en media hora". El.

Eusebio llegó. Entró. Fuimos al dormitorio. Cerramos la puerta. Él se desnudó. Yo me desnudé. Eusebio, ya cincuentón, tenía un cuerpo extraordinario, era muy atlético: se notaba que se cuidaba. Nos quedamos de pie uno frente al otro, mirándonos las caras, oliéndonos diría yo. Él avanzó sus fornidos brazos y los pasó por mi espalda, acariciándome con sus dedos mientras iba bajando, bajando... Llegó a mis nalgas y me las palmeó, haciendo que me temblasen, luego las acarició; luego me atrajo hacia su cuerpo, y me besó. Me besó como besan los adolescentes, sacando la lengua para llevar su puntita hasta mi paladar, para recorrer enteras mis encías; me daba suaves mordisquitos en mi labio superior y lamía las comisuras. Después, inclinó la cabeza y chupó mis tetas en todas direcciones, deteniéndose en lamer mis pezones de vez en cuando. De mi cuello hizo su especial festín, besando, mordiendo y lamiendo a la vez. "Vamos a la cama", le pedí entre suspiros.

Me acosté. Se acostó junto a mi. Se puso de costado y extendió una mano hasta mi coño, mientras me daba sonoros besos en el mentón, en los ojos. Introdujo unos dedos en mi rajita. Sus masajes me produjeron oleadas de calor que me iban subiendo más y más, electrizando mis brazos, nublando mi cerebro. "Fóllame, Eusebio, fóllame", supliqué. Él, inmediatamente, subió encima de mí y me penetró con su dura polla. "Mmmm, Eusebio,", gemí. El torso de Eusebio era peludo; eso me gustaba, y, entretanto él estaba arriba arremetiendo, metiendo y sacando, yo me entretenía en jugar con sus vellos entre mis labios, dándoles besitos. "Ahh, ahh, Eusebio, más, más", pedía yo; "Ruth, ohg, ¡Ruth! ", rugía él. "Eusebio, ah-amor, córrete, córrete, va-ah-mos, l-ohs dos". Sentí su explosión de gozo en mi entrepierna: su abundante eyaculación la vertió en el interior de mis muslos, ya que ninguno tomamos precauciones durante el fragor amoroso. "¡Oh, Eusebio, qué bien me he quedado!"; "Y, yo, Ruth, en fin, esto de ejercer tu derecho al voto tiene su lado bueno". Los dos reímos.

"Ruth, vente, te invito a tomar algo, total, tu marido no volverá hasta después del escrutinio, y mi mujer, como cree que he ido a votar, aprovechará para ir al bingo, asco de ludopatía..."; "Vale, Eusebio, me visto"; él ya se había vestido. Me puse un vestido corto estampado de tiras, una rebeca por encima y unas zapatillas de lona sin calcetines. Me retoqué un poco el peinado, no fuese a parecer que acababa de estar follando...

Entramos a un bar y nos aproximamos a la barra. El sitio era lujoso, con mesas muy pulidas y acristaladas, paredes espejadas, camareros con pajarita y mandil francés. Nos acomodamos en unos taburetes altos con respaldos. Pedimos dos Martinis. "Ruth, ¿cómo le va a Carlos?", me preguntó Eusebio, Carlos es mi marido ; "Bien, se apaña con la venta de antigüedades por Internet", respondí; "Nunca debió abandonarnos, le iba bien en nuestra empresa..."; "Sabes que sospechaba de lo nuestro"; "¿Y qué?, una cosa es el dinero y otra los sentimientos"; "Le prometí que no te vería nunca más y ahora..."; "Hoy es día de elecciones, te elegí". Nos reímos. "Bendita urna", dijo, y me besó en el cuello; "Hola, hola, hola, ¿a quién tenemos aquí?, buenos días, Eusebio... y compañía", nos saludó un tipo trajeado, muy afeitado y bajito; "Hombre, hola, os presento, Ruth, este es Ramón, un buen cliente"; "Hola, Ruth", soltó el tipo alargando su mano, que yo sacudí; "Hola, Ramón", dije; "Veo que no pierdes el tiempo, ¡eh, Eusebio!", dijo el tal Ramón; "No es lo que parece"; "Claro, claro, bueno, ¿habéis ido a votar?", preguntó; "Sí es lo que parece", dije yo, "y él sí ha votado, en mi urna"; "Vaya, vaya"; "Ruth, por favor"; "Eusebio".

Eusebio se levantó y llevó a su cliente del brazo hacia la calle. Allí los vi gesticular a los dos, dándose explicaciones al parecer; a los pocos minutos, Eusebio volvió, solo.

"¿Qué pasa?"; "Nada, Ruth, pero le he tenido que decir que eras mi señorita de compañía, una puta vamos, para que no pensase en que soy infiel a mi esposa ni nada por el estilo, ya sabes que ella es la capitalista, le he tenido que dar tu teléfono, le has gustado en cantidad"; "Vale, Eusebio, has hecho bien".

Volví a mi casa. Llamé a Carlos. Estaba alegre y me contó anécdotas de la jornada de votaciones en su colegio. "Cariño, luego nos vemos, tengo ganas de comerte el coño", me dijo en voz baja, "espérame despierta, y no te duches, ya sabes que me gusta tu olor a hembra". Este Carlos...

Comí algo ligero y me acosté en la cama. Aún olía a Eusebio; cambié las sábanas: me volví a acostar. Cerré los ojos. Me acordé de la polla de Eusebio, tan recta y dura; la de Carlos es más combada, como en forma de plátano... El glande de Eusebio es rojizo; el de Carlos está más amoratado, y tiene un lunar. Me desnudé. Me empecé a tocar: las tetas, después el coño. Tenía ganas de masturbarme. Oh, las pollas... Pero para polla aquella que me comí en La Habana, con toda su leche. Eso fue una mañana:

Estábamos de vacaciones. Carlos quería visitar museos, pero a mi no me apetecía: prefería quedarme en el hotel, acostada, prefería descansar. Así que me quedé sola. A mediodía, alguien abrió la puerta de la habitación. Me sobresalté y me incorporé. En el umbral de la puerta vi a un joven mulato vestido de librea. "¿Qué quieres?", pregunté; "Señora, servicio de habitaciones, vengo a retirar las bandejas del desayuno"; "Entra", ordené. A causa de la precipitación del momento, y de su imprevisión, yo me hallaba en bragas y sin sujetador, y el mulato, que no pudo evitar mirarme, se empalmó. Yo me di cuenta: el tamaño de su paquete aumentaba por segundos, más, y más y más. "Ven", pedí al mulato. Él se acercó a la cama. Yo, de rodillas sobre el colchón, le puse mis brazos en sus hombros, y le besé. Su polla era descomunal, amenazaba con romper la abotonadura de su portañuela. "Ven", le dije. Le quité el cinturón, le bajé los pantalones. "Ven", repetí; "Señora, es usted tan blanca, tan rubia que..."; "Ven", imploré. Hice que se tumbara en la cama, y me metí su enorme y negra polla en mi boca. Mmmm. Casi no me cabía. Mmmm. Abajo. Arriba. Ayudándome con las manos para que no se me fuera. Mmmm. Qué gusto. Chupar esa polla. Mmmm. Y me voy masturbando. Y mis recuerdos acuden a mi cabeza con brillos renovados. Y la ola de calor viene en mi ayuda. Y la polla negra que se hincha, se hincha, que va a explotar. "Ahh, uhh, ahh, mmm". Y su semen expelido sobre mi lengua, tibio, viscoso. Y yo, ¡que me corro!

Después, le di veinte euros.

No sé cuánto tiempo dormí después del orgasmo. Supongo que tres o cuatro horas, porque quien me despertó fue Carlos, que volvía del colegio electoral después del escrutinio de votos, y lo que me despertó fue una leve presión en mi pubis. Claro, Carlos me había avisado: tenía ganas de comerme el coño; y eso hacía. Carlos, hallándome dormida, me había abierto las piernas con suavidad, había metido su rostro barbudo entre mis muslos y me estaba metiendo la lengua en el coño, mientras con uno de sus dedos masajeaba mi clítoris. "Hola, Carlos", murmuré; "Calla, Ruth, que me desconcentras", susurró él levantando su cabeza para mirarme, y continuó su chupeteo. "Mmmm, oy, Carlos, ahh, qué gusto", gemí. El silencio de la habitación sólo era interrumpido por mis continuos jadeos, su respiración forzada y el sonido de sus babas y mis jugos entrechocando. De pronto, mi móvil: una notificación. Perezosamente, levanté con una mano el aparato de la mesita de noche y miré: un mensaje:

"Está abierta tu urna, querida, puedo votar?". Ramón.

"Lo siento. En estos momentos están contando los votos depositados en su interior". Yo.

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