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Laura, una profesora doblegada por sus alumnos (2)

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La profesora entró al baño y se metió a la bañera. Abrió la llave de la ducha, recibiendo el agua fría, cosa que la relajó. El semen impregnado en su rostro se deslizó, junto con el agua, y después de recorrer su cuerpo fue a parar a la rejilla de desagüe. Estaba acostumbrada a llevar una vida al extremo, pero esto estaba llegando muy lejos. Se acababa de acostar con dos de sus alumnos. En realidad, la obligaron, pero a esos dos degenerados les traía sin cuidado si ella realmente los deseaba o no. ¿Cómo había empezado todo? Se preguntaba mientras oía a los chicos, en la habitación, conversar entre ellos.

Culpar al sexópata de Mauro, quien hace unos minutos la había humillado, diciéndole palabras ultrajantes al oído, mientras la poseía, sería injusto. Mucho menos justo sería atribuir lo sucedido a Carlos, un chico que a sus dieciocho años parecía de catorce, tanto física como mentalmente. Él sólo se vio enfrentado a una situación en la que cualquier hombre sacaría provecho. Por supuesto que eran unos malditos, pero no, no eran ellos el problema, sino la propia Laura, que no podía evitar tener relaciones tóxicas.

Frotó su sexo con vehemencia, mientras oía la voz inmadura de Carlos, que le decía algo a su cómplice. No alcanzaba a escuchar las palabras, pero seguramente estarían hablando de ella. ¿Será que Mauro le estaba contando cómo la había chantajeado? Se preguntaba Laura, aunque se inclinaba más a creer que el gordo ese se estaría inventando una mentira, en donde ella caía rendida ante él, tal vez debido a su irresistible pija. Nada más lejos de la realidad. Lo de Mauro fue una casualidad, una funesta casualidad.

Mientras el agua salía cada vez más caliente, sintió rabia al recordar cómo habían sucedido las cosas. Primero conoció a Sergio. Era un hombre bajito, y pelado, un tipo que no valía gran cosa, pero que se había ganado un lugar en la cama de Laura, mediante su constante insistencia. Es que Laura era así, no podía decir que no a nada, y era una mujer sumamente sexual, por lo que siempre terminaba encamándose con tipos que en realidad no quería. Hasta el momento no había tenido mayores problemas. Prefería acostarse con tipos casados, para luego poder sacárselos de encima con facilidad, y esto casi siempre le resultaba.

Nunca pudo llegar a la raíz de su obsesión por complacer a los hombres. Un psicólogo le había explicado que probablemente todo había comenzado con la muerte de su padre, pero no tuvo tiempo de ahondar en el tema, porque debió abandonar terapia abruptamente. El propio terapeuta se le había insinuado, y ella, cuando no, se lo cogió de todas las maneras que conocía.

Laura sale de su ensimismamiento un rato y se da cuenta de que ya no escucha a los adolescentes conversar en su cuarto. Se fueron por fin, piensa, mientras se frota el rostro, ahí donde Mauro había acabado. Siente desprecio de sí misma porque no pudo evitar disfrutar, por momentos, mientras su alumno la violaba. Siempre era lo mismo, se dejaba llevar por la calentura de los demás, y cuando todo terminaba se sentía muy pequeña. Ni siquiera ahora que la habían obligado pudo evitar mojarse. Aunque por suerte no había acabado.

Con Sergio era lo mismo. Lo único que le gustaba de él, era la enorme atracción que sentía por ella. Lo que iba a ser un polvo pasajero, se convirtió en semanas de sexo desenfrenado. Al final, él ya se sentía con la libertad de disponer de su cuerpo a su antojo, sabía que Laura no le decía que no a nada. La hacía vestirse con disfraces eróticos: colegiala, policía, conejita, gatúbela, y otros tantos. Y un día, un maldito día le puso una venda en los ojos.

Lo raro era que el propio Sergio no había insistido tanto cuando ella decidió cortarlo. Tampoco tenía muchas opciones, si su mujer leía algunos de los mensajes que le enviaba, le arruinaría el matrimonio y destruiría a su familia. Pero aquella noche, con la venda en los ojos, no había estado solo con Sergio. Él había invitado a alguien, creyendo que Laura no se negaría, al fin y al cabo, era tan fácil… Pero ella, cuando sintió el par de manos de más que la toqueteaban, se había negado, le había dicho que por favor le quite las vendas, que no quería estar con desconocidos. Pero los hombres no la oyeron, e hicieron con ella lo que quisieron.

Laura escuchó la puerta del baño abrirse, y dio un respingo. Después de todo, sus alumnos no se habían ido. ¡Pero si ya los había complacido en todo! ¿Tan insaciables eran?

La cortina se abrió, y se encontró con el enorme cuerpo regordete de Mauro. Carlos estaba sentado al borde del bidet, mirando, estupefacto, el sinuoso cuerpo mojado. Parecía un niño maravillado al abrir el paquete de su juguete nuevo, pero este niño estaba totalmente desnudo, con su verga todavía húmeda por los fluidos de la profesora.

– Ya les dije que si no me dejan en paz, no me van a tener nunca más. Tienen que entender que cuando una mujer les dice que no, es no.

– ¿Escuchaste Carlitos? La profe dice que nos vayamos. – Dijo Mauro, con tono burlón ¬– ¿Qué decís, le hacemos caso?

– Sería una pena tener a una mujer así, totalmente desnuda, y no hacer nada. – Contestó Carlos.

– Cierto compañero, además, no creo que se niegue.

– Pero si ya me estoy negando ¿O no escuchan? ¿Están locos? – dijo, mientras Mauro entraba a la bañera.

– No te preocupes. – le susurró al oído, como para que escuche sólo ella, mientras apoyaba su sexo en las nalgas desnudas, y la abrazaba por detrás, para apoderarse de sus senos. – Esto va a quedar entre nosotros. Como lo de aquella vez.

– Sos un pendejo perverso. – le dijo, con rabia, al tiempo que se rendía.

Aquella vez, le dijo el maldito, refiriéndose a aquella noche cuando Sergio le puso una venda en los ojos. ¿Cómo iba a saber que Sergio estaba acostumbrado a irse con su sobrino de putas? ¿Y cómo iba a saber que su sobrino era alumno suyo?

Aquella vez era el cumpleaños dieciocho de Mauro, y ahora que era todo un hombre había que festejarlo a lo grande. Sergio no podía llevar a su sobrino a un cabaret cualquiera, ya que eso ya lo hacían cuatro o cinco veces al año. Esa noche debía ser especial, y no se le ocurría algo más especial que Laura. Ella era más bella que la mayoría de las prostitutas que conocía, y lo mejor de todo era que se entregaba gratis. Cuando Mauro se encontró con su regalo, no pudo evitar quedar paralizado. Sergio pensó que se debía a que le había gustado mucho aquella mujer, y se sintió orgulloso de sí mismo. No obstante, Mauro había reconocido a su profesora de matemáticas, y se había guardado el secreto. La profesora, sin saber que se trataba de él, se negaba a copular con un desconocido. Pero ni loco se iría sin poseerla. Además, una mujer que se deja vendar los ojos, debería abstenerse de hacer cualquier reclamo. Sólo bastó que los hombres comenzaran a desvestirla para que la profesora dejara de resistirse…

Mauro le quitó el jabón de la mano.

– Queda todo entre nosotros – Le repitió, mientras le enjabonaba la espalda. Era lo mismo que le había dicho por mensaje luego de enviarle las fotos que le había sacado, totalmente desnuda, solo cubierta con la venda en los ojos. Laura había quedado petrificada por el terror, al darse cuenta de que aquel desconocido era su alumno. “quédese tranquila profe, nadie se va a enterar de lo que pasó entre nosotros”.

Estaba claro que aquellas palabras que fingían tranquilizarla, no eran más que una amenaza velada. Y pronto confirmó sus sospechas. Mauro comenzaba a tomarse libertades con su profesora. Le enviaba mensajes picantes, y le reenviaba las fotos que le había sacado la noche de su cumpleaños, destacando la belleza de sus pechos, la suavidad de sus turgentes nalgas, la deliciosa humedad de su sexo, y su increíble habilidad para mascar verga. La profesora se sentía impotente. Lo único que la podía salvar de no ser echada del trabajo, y no ser escrachada ante todo el mundo, era que esa promesa sea verdad. Faltó a clases varios días, diciendo que estaba enferma. Entonces Mauro le volvió a jurar que no dijo, ni diría nada a nadie, y que por favor vuelva a clases. Ella trató de apelar a su supuesta solidaridad, diciéndole por mensaje, que lo que sucedió fue un error, que Sergio no le había dicho que había invitado a alguien tan joven a hacer eso, y que por favor se olvidara de lo ocurrido. Mauro le dijo que estaba bien, que lo comprendía, pero cuando Laura, finalmente volvió a clases, su alumno le envió un mensaje, mientras ella estaba escribiendo un problema en el pizarrón. “Cómo me gustaría volver a chuparte toda” le puso. Laura lo leyó al volver a su escritorio. Trató de guardar compostura. Miró a Mauro, que le sonreía malvadamente. Luego miró a los otros chicos. No parecían estar enterados de nada. Eso la alivió sólo en parte. No cabía duda de que Mauro quería algo a cambio.

Por las noches recibía sus mensajes obscenos. Ella no le contestaba, pero le daba mucho miedo lo que pudiese hacer aquel muchacho si se sintiese despechado, por lo que, sólo por no hacerlo enojar, leía sus mensajes, los cuales, solían llegar después de medianoche.

Pero mauro dejó de conformarse con escribirle. Le insistió a que le responda los mensajes, recordándole que él sería incapaz de reenviar las fotos a todos sus compañeros de la escuela, él jamás haría algo así. La profesora empezó a responderle escuetamente, diciéndole “ok” cuando él recordaba algún momento de aquella noche. Pero a la larga tuvo que hablarle. El precio del silencio de su alumno costaba cada vez más caro. Primero le ordenaba que le diga cómo estaba vestida. Ella esquivaba algunos de esos mensajes, pero ante nuevas amenazas, ya no tan sutiles, Laura comenzó a dar detalles de cómo estaba vestida de noche, incluso cuando estaba con algún hombre en casa. Le hacía preguntas íntimas, quería saber con cuántos hombres se había acostado, cuál era su posición favorita, y ese tipo de cosas. De a poco, Laura se había acostumbrado a ser sometida por su alumno. En el aula, cada vez que oía reírse a algunos de sus alumnos, sentía pavor, creyendo que se habían enterado de lo suyo con Mauro. Pero enseguida se daba cuenta que sólo era su paranoia. Entonces, se sentía obligada a seguirle el juego a Mauro. Debía tenerlo contento para que no hable. Pronto terminarían las clases, y quizá, Mauro, al dejar de verla como una figura de autoridad, dejaría también de obsesionarse con ella.

Hubo una tarde en que quedaron solos en el aula. La mayoría de los alumnos habían aprobado y no había motivos para que vayan a la escuela. Ella trató de mostrarse seria. No quería que el chico le toque el tema en cuestión.

– Gómez, va a tener que venir en diciembre. – le dijo, ya que a Mauro no le había ido bien durante el año.

– Mejor me mandás a hacer un trabajo práctico ¿No, Lau? – Le dijo él, con descaro.

– Si te lo mando a hacer ¿lo vas a hacer bien?

– Obvio profe… – Dijo Mauro, y luego de mirarla arriba abajo, agregó – Qué linda que estás con ese pantaloncito ajustado.

– No me hables así acá, por favor. Y me tenés que entregar el trabajo el lunes. Tomá, acá está. – dijo, entregándole una fotocopia con treinta ejercicios.

– Mejor te lo llevo el sábado a tu casa. – Dijo mauro. La profesora se sorprendió

– ¿Cómo sabés dónde vivo?

Pero Mauro había agarrado sus carpetas y se había ido.

– Nos vemos el sábado a las cuatro.

Tenía que pensar una manera de sacárselo de encima. Si de verdad iba a su casa, seguramente iba a intentar hacer algo con ella. Entonces entró Carlos al salón. Un chico rubio, extremadamente bello, con una personalidad totalmente opuesta a la de Mauro. Le propuso hacer un trabajo práctico en lugar de ir a diciembre. Y también le sugirió que se lo lleve a su casa el sábado, ya que para el lunes ya debería tener las notas.

No era la mejor idea, pero era la única que se le ocurrió en ese momento.

Ahora que ve a Carlos, sentado a unos centímetros de ella, con la verga, que de a poco se empinaba, se daba cuenta de su error. El bello y tímido Carlos no era mejor que Mauro. Cuando vio que su compañero intentaba abusar de ella, no tuvo mejor idea que unirse a la violación. Y ahora, ahí los tenía, acorralándola en la ducha. El agua todavía caía sobre su delicioso cuerpo. Mauro le frotaba la espalda con el jabón, y bajaba lento, hacia el obvio destino.

– Vení Carlitos, vamos a bañar a la profe.

Carlos entró a la bañera. Se puso frente a la profesora.

– Mejor ayúdame a lavarme. – le dijo, señalando su pija con la mirada.

La profesora sintió el resbaladizo jabón, frotarse con insistencia en sus nalgas. Los glúteos quedaron blancos y espumosos, y Mauro estaba maravillado con la imagen.

– Tome profe, bañe al niño. – le dijo, mientras le devolvía el jabón.

Que perversos eran, pensaba la profesora, maldiciéndolos. Y ella, que débil y torpe era. Había creído que podía engañar a Mauro invitando a Carlos a la misma hora. Mauro había llegado unos minutos antes. Se había atrevido a besar y a meter mano a la profesora, pero ella lo apartó y le dijo que nunca volverían a estar juntos. Entonces llegó Carlos. Les corregiría los trabajos prácticos, y los mandaría a casa. Mauro no haría nada estando otro alumno de testigo. O al menos eso pensaba. Evidentemente se había equivocado, porque ahora mauro le hundía un dedo en el culo, el cual, entraba con inusitada facilidad debido al jabón. Carlos estaba frente a ella, con la pija dura chocando con su pelvis. La profesora frotó el jabón, y al mezclarse con el agua que caía de la ducha, enseguida se llenó de espuma. No iba a perder tiempo, ya sabía qué parte quería que le lave el rubiecito con cara de nene. Le agarró la verga, y se la frotó con una mano, mientras que con la otra le enjabonaba las bolas.

Carlos aprovechó para magrear sus tetas. Por un momento, ella pareció no estar presente. Al menos no como persona, sólo como un simple objeto sexual.

– Mirá como le caben los dedos a la profe. – decía Mauro.

– Sí, y no sabés como me pajea la pija la trola. – decía Carlos.

– Me parece que le voy a hacer el culo. se la re banca esta potra. – Dijo Mauro, apuntando su falo al ano ya dilatado.

La profesora no dijo nada. Solo optó por resignarse y esperar a que los chicos se cansen de jugar con ella. Mauro se la metió en el culo. La profesora sintió la dureza abultada adentro suyo. Le dolió, pero no tanto como imaginaba. Mientras, seguía masturbando a Carlos, quien ya mostraba su hermoso rostro desfigurado por la dificultad que tenía de controlar su eyaculación. “Qué pendejito patético”, pensaba la profesora, “No durás más de cinco minutos y querés estar con una mujer como yo”. Sin embargo, no pronunció ninguna de esas palabras mas que en su imaginación. Temía que, si los humillaba, ellos la humillaran el doble.

El pequeño pene de Carlos escupió su leche, y enseguida se deslizó hasta la rejilla, impulsado por el agua. Mauro seguía enculando a la profesora, y cuando estuvo a punto de acabar, arremetió con más violencia, haciendo que las piernas de Laura tiemblen.

Jugaron un rato más con ella, y para su alivio, al fin, se fueron de su departamento, no son llenarse la boca de frases vulgares, y jurando volver.

Laura volvió a ducharse. Salió del baño y tiró abundante desodorante de ambiente en la cocina y en su cuarto. Luego sacó las sábanas de su cama, con violencia, y la guardó en una bolsa, que luego llevaría al lavadero (O quizá la quemaría). Finalmente puso sábanas limpias y perfumadas en su cama. Se tiró sobre ella, y se largó a llorar, como no lo había echo hace mucho tiempo.

….

El año llegaba a su fin, y las vacaciones de verano le darían el tiempo suficiente como para analizar seriamente su vida, y decidir qué camino debería tomar. Esto pensaba Laura mientras desayunaba, solitaria, en su pequeña cocina. Pero más allá de eso, estaba convencida de que en su futuro no podrían estar dos adolescentes obsesivos, que la trataban como a una puta. Sin embargo, estaba entre la espada y la pared. Ella cometió una falta grave al acostarse con un alumno, y Mauro tenía pruebas de ello. Y ahora repitió la historia con Carlos. Un escalofrío recorrió su cuerpo, y no se debía solo al recuerdo del trío que había echo la noche anterior. Había algo que le daba mucho temor, y no alcanzaba a precisar de qué se trataba. Terminó de comer la tostada y de tomar el café con leche, sin lograr hacerlo.

El lunes fue a la escuela. Ese sería el último día de clases, ya que todos sus alumnos habían aprobado, incluso Carlos y Mauro, quienes ya habían entregado el trabajo práctico.

No se sorprendió al ver a ambos, mezclados entre el montón de alumnos. Ella ya les había dicho que estaban aprobados, pero los degenerados no perderían oportunidad de ver a la profesora que habían sometido ese mismo fin de semana.

Se sintió paranoica durante los minutos que tardó en decir las notas de los chicos. Miraba a todas partes con temor a ver algún gesto que indicara que toda la comisión sabía lo de la noche del sábado. Sin embargo, todos parecían actuar normalmente., salvo Mauro, que la observaba con una sonrisa cómplice, y Carlos, que parecía sumamente nervioso. Quizá el pequeño Carlos estuviese preocupado pensando que la profesora le iba a bajar la nota por haberse tomado la libertad de abusar de ella hace dos días, era tan inocente el pobre. El otro, en cambio, no era tonto, y sabía que la profesora tenía todas la de perder. Lo que no sabía Laura era cómo se lo sacaría de encima. Era probable que tuviese que acudir a alguno de sus viejos amantes para que lo asuste. No le gustaba la idea, pero no tenía muchas alternativas. Decidió que esperaría unas semanas, a ver si se aburría de ella. Quizá, ahora que dejaban de ser sus alumnos, el morbo que sentían al poseerla, mermaría considerablemente. Quizá estaba siendo muy optimista, pero era eso, o todo terminaría muy mal entre ellos.

Los últimos minutos fueron muy estresantes. Puso toda la voluntad del mundo en dar un corto, pero emotivo discurso a la comisión de treinta alumnos que estaban a punto de terminar la secundaria. Los alumnos fueron saliendo, lentamente, no sin antes saludarla con afecto. Unos cuantos varones se mostraron inusitadamente cariñosos, y alguno hasta se atrevió a decirle que era la profesora más linda que habían tenido. Todas estas palabras fueron dichas con mucho respeto y no incomodaron a la profesora, quien, no pudo evitar pensar, que cualquiera de ellos pudo haber ocupado el lugar de Carlos en la tarde del sábado. Se preguntó cómo hubiesen actuado, y se entristeció al pensar, que más de uno habría aprovechado la oportunidad de poseerla.

Cada vez que notaba que Carlos y Mauro no salían del aula, se sentía mas nerviosa. Enseguida quedaron solo quince alumnos adentro, y luego diez, y después cinco, y esos dos pervertidos aun estaban ahí, acechando a su presa.

Como era de esperar se quedaron hasta el final, cuando sólo estaban ellos y la profesora.

— Chau chicos. — Los saludó con acritud, mientras le daba la espalda y se encaminaba hacia la puerta.

— Chau profe, nos estamos viendo. — Dijo Mauro.

Ella se detuvo. Meditó si era oportuno contestarle. Finalmente se dio vuelta, y volvió sobre sus pasos.

— Miren pendejos degenerados. Lo del sábado nunca pasó. Y nunca va a pasar. Olvídense.

Estaban los tres parados, al lado del escritorio. Carlos estaba callado, y tenía la cabeza gacha, sin embargo, no la engañaba, él era peor que su compañero, porque era un mosquita muerta.

— Bueno profe, no se enoje, si todos la pasamos bien ¿No Carlitos? — Dijo mauro.

El rubio levantó la cabeza y pareció a punto de decir algo, pero ella lo interrumpió.

— Yo no la pasé bien, y si se consideran verdaderos hombres, déjenme en paz. — la profesora miró a través de la ventana. Todavía había varios alumnos dando vuelta. Intentó controlar su lenguaje corporal, no quería que se den cuenta de que adentro sucedía esa conversación bizarra. Habló con calma, pero sus palabras fueron contundentes. — No quiero volver a verlos nunca más, y si me siguen molestando, esto va a terminar mal.

Se dio vuelta, y los dejó atrás, esperando no volver a caer en sus redes.

….

Pero a pesar de su determinación, sabía que su situación seguía siendo la misma. La decisión de terminar con el acoso estaba en manos de los chicos. Esperaría unos días, y si se atrevían a abordarla otra vez, pediría ayuda. La idea no le gustaba del todo, ya que, si bien tenía en su mente una lista de cuatro o cinco conocidos dispuestos a sacarle de encima a dos pendejos abusadores, todos ellos, querrían algo de ella. Algunos lo disimularían mejor que otros, pero todos aprovecharían el hecho de ser el héroe del momento, para llevársela a la cama. Por otra parte, dar aviso a la policía no era una opción. Indudablemente, ante una denuncia, Mauro daría a conocer las fotos, y la denunciada pasaría a ser ella. no le quedaba claro si había cometido un delito, ya que el chico no era menor de edad, pero al ser su profesora, la cosa cambiaba. Como mínimo la echarían.

Pasaron dos semanas relativamente apacibles. Mauro le envió varios menajes obscenos, a los que ella no contestó, pero más allá de eso, la escena de aquel sábado no se repitió. Y claro que no se repetiría, porque nunca más le abriría la puerta de su casa, nunca más sería tan estúpida. Cuando salía a la calle, la embargaba cierto temor. Temía encontrarse con Mauro en alguna esquina, pero el chico no era tan tonto. Nunca intentaría nada hacerle nada en público.

Por su parte, Carlos no daba señales de vida. Aquel día había abusado de ella a su antojo, pero probablemente se vio llevado por la adrenalina del momento, y, sobre todo, por la personalidad avasallante de Mauro. Ahora habría de recordar lo sucedido con cierta culpa.

De a poco, fue bajando la guardia, y la teoría de que los adolescentes se habían aburrido de ella, tomaba mas fuerza.

Llegó el viernes en que se realizaba la entrega de diploma de los chicos de su escuela, incluidos los de su comisión, claro está. Era un momento difícil, porque se encontraría con ellos otra vez. Su primera reacción fue no ir, porque no quería que, al estar cerca de ellos, el morbo de los chicos resurja mas fuerte que nunca. Sin embargo, su ausencia podría generar el mismo sentimiento. Luego pensó en sus otros alumnos. Merecían que los despida de nuevo en ese acto tan importante, además, sabía que varios la habían escogido para que le entregue el diploma. Pero luego recordó, que seguramente Mauro (y tal vez Carlos) también la escogieron para dicho acto. Estuvo largo rato dando vuelta al asunto, hasta que decidió no ir. Le dio pena, pero era la mejor decisión.

Para no aburrirse ni deprimirse, decidió aceptar una invitación de un tipo que hace meses la venía invitando a tomar unos tragos. No lo conocía personalmente, pero en sus fotos podía notar que se trataba de un hombre bello: ojos verdes, barba oscura y frondosa, tez blanca, cuerpo esbelto. Le envió un mensaje y acordaron en que la pasara a buscar a las dos de la mañana. El hombre había insistido en que primero cenen en algún restorán de Recoleta, pero ella le dijo que sólo quería salir un rato a despejar la mente. Si el tipo era inteligente, se daría cuenta de que ella estaba casi entregada, sólo dependería de que no haga ni diga ninguna idiotez, y la tendría en su cama dentro de unas horas.

Laura estaba caliente. desde que estuvo con esos dos pendejos, no había tenido sexo con nadie más, y eso era demasiado tiempo para alguien como ella. Se bañó, se maquilló apenas, se pintó los labios, y eligió un hermoso vestido negro con lunares blancos, corto, y suelto, pero sus curvas no dejaban de notarse gracias al cinturón que rodeaba su cintura. Se hizo un rodete, y su rostro juvenil, de pómulos grandes y piel de porcelana, resaltaron como nunca. Le encantaba parecer de veintipocos, cuando en realidad rondaba los treinta. Se colocó dos aros en forma de corazón, que solo usaba en ocasiones especiales, y finalmente eligió una tanga recién comprada, que había elegido especialmente para su regreso a la vida sexual. Era diminuta, de algodón, con doble tirante, los cuales estaban decorados con argollitas doradas. La tarde anterior, previendo el inminente suceso, se había depilado, y la piel desnuda de cintura para abajo, aparecía sin un solo bello. Marcelo (Así se llamaba el tipo que la invitó a tomar unos tragos) se volvería loco cuando empezara a jugar con sus dedos por adentro del vestido.

Apenas era la una de la mañana y ya estaba lista. Siempre empezaba a prepararse con antelación, por si sucedía algún imprevisto, pero esta vez se le había pasado la mano. la ansiedad la hizo apresurarse. Deseó haberle dicho a Marcelo que llegue antes. Sentía su sexo extremadamente sensible, el solo frote de la vulva con la tanga, la hacían gozar. Estaba segura de que ya estaba húmeda. ¿Y si le decía a Marcelo que simplemente suba y la posea? No era mala idea. ¿Qué le importaba si luego la consideraba una chica fácil? Decidió hacerlo. Necesitaba sacarse las ganas. Necesitaba una pija dura entre sus piernas. Podría ser la de cualquiera. Marcelo no sabía lo afortunado que era. Fue mientras pensaba esto cuando sonó su celular.

“No fuiste a la entrega de diplomas” decía el mensaje. Para su sorpresa, no era de mauro, sino del tímido Carlos. Laura no contestó. No pensaba hacerlo. Estuvo a punto de bloquearlo cuando le llegó otro mensaje, pero esto vez no era un texto, sino una foto.

Cuando la vio, se dio cuenta de por qué hace unas semanas la había asaltado ese miedo cuyo origen desconocía. Mientras estaba copulando con los pendejos, por mucho tiempo no prestó atención a lo que sucedía a su alrededor. y fue en uno de esos momentos, en donde Carlos había aprovechado para sacarle una foto mientras Mauro la penetraba.

La historia se repetía de nuevo. O al menos se repetiría si no hacía nada al respecto. Se prometió que mañana mismo llamaría a sus contactos para que le saquen de encima a ese nenito de mamá. Lo lamentaba por él, pero debía aprender a no creerse con el derecho de manipular a los demás.

Pero, de todas formas, no era buena idea hacerlo enojar en ese mismo momento. Le envió un mensaje. “¿Por qué me mostrás esa foto?” le preguntó, solo para seguirle el juego. Pero el chico no contestó.

Pasaron cinco minutos y entonces escuchó el timbre.

Pensó que era Marcelo, quien después de todo había llegado antes. Le sorprendió que haya podido entrar al edificio, pero eso no era del todo raro. Siendo un viernes, muchos vecinos estarían entrando y saliendo, y él habría aprovechado para entrar.

Se puso los tacos, y se acercó a la puerta.

— ¿Marcelo? — preguntó. Hubo unos segundos de silencio y Laura reiteró la pregunta.

— Sí. — dijo una voz ronca.

Mas adelante se daría cuenta de que esa voz, desde un principio sonó sospechosa, pero en ese momento, si bien le pareció llamativa, no alcanzó a darse cuenta de que era una vos distorsionada.

Apenas abrió, su visitante empujó la puerta para meterse adentro antes de que ella se de cuenta de su error.

— ¡Pero carlos…! — se sorprendió ella, mientras el chico cerraba la puerta a su espalda y se abalanzaba sobre ella, dándole un apasionado beso en los labios, interrumpiendo sus palabras. — Carlos soltame. — balbuceó, sintiendo su aliento etílico mientras besaba su rostro y su cuello, al tiempo que sus dedos, enloquecidos, apretaban sus turgentes nalgas. — Estás borracho. — alcanzó a decir, mientras el adolescente apoyaba su miembro, totalmente erecto en sus caderas. — ¡Estás loco! — gritó. Carlos era un rubiecito delgado y bajo, con una hermosa cara de nena, que siempre le huía a las peleas. Sin embargo, en ese momento parecía tener una fuerza hercúlea. Era incluso más pequeño que ella, pero la tenía totalmente dominada.

— Vos me volvés loco. — le recriminó él, todavía pegado a ella, estrujando sus nalgas con violencia. — me volvés loco.

La agarró la mano, y tironeó de ella, con fuerza, dañándole la muñeca. La llevó hasta el dormitorio, ante sus súplicas. Era increíble que ese chico, de repente, se convirtiera en alguien tan resuelto.

— Carlos, por favor, estoy esperando a alguien, esto tiene que terminar ya.

La empujó hacía la cama, obligándola caer sentada en el borde del colchón.

— Mirá como estoy vestida, mi novio viene en cinco minutos.

Por primera vez, los ojos enloquecidos del chico, de nublaron de miedo. Pero no desistió. Se sentó al lado de ella. se bajó los pantalones y el bóxer.

— Chupame la verga. — le ordenó. La agarró de la nuca y le indicó el camino a seguir.

— Te tenés que ir enseguida, por favor. — dijo Laura, ya convencida de que sería imposible sacárselo de encima.

— Chupámela y me voy.

Laura se llevó el pequeño miembro a la boca, otra vez. Carlos levantó el vestido y acarició las nalgas de la profesora, mientras ella le succionaba el sexo, intentando hacerlo acabar lo antes posible. Carlos descubrió la encantadora tanga, y jugó con las tiritas mientras le manoseaba el culo.

El chico se vino enseguida. la profesora bebió el semen, mientras veía cómo, de la pija del adolescente, salían las últimas gotas de leche.

Cuando se irguió, se sorprendió al sentir cómo el chico la abrazaba con ternura.

— Sos mi primera mujer. Sos increíble. — le dijo al oído, y la profesora juraría que Carlos estaba llorando.

En ese momento, se preguntó, por primera vez, si en realidad la víctima no era Carlos. después de todo, era casi un niño. Aunque tuviera dieciocho años, no tenía idea de la vida, y le acababa de confesar que fue su primera mujer. Además, si cada vez que la instaba a tener relaciones, ella terminaba accediendo ¿Qué iba a pensar el pobre chico?

Sintió culpa, y ella también lo abrazó. Entonces sintió la mano en sus piernas. Ella las separó un poco, y la mano se animó a enterrarse mas en ella. Carlos sintió la piel tersa de los muslos, y olfateó el aroma dulce de su perfume.

— ¿En serio viene tu novio?

— En media hora. Cómeme la concha y andate.

La profesora abrió las piernas. Carlos levantó el vestido y se arrodilló en el piso duro. Agarró la tanga, de las tiras, y la despojó de ella, deleitándose con la textura de la tela, al tiempo que su vagina quedaba a la vista. Carlos enterró su rostro entre las piernas y saboreó la vulva, percibiendo el gusto a mujer. La profesora recordó que el chico no sabía nada de sexo, y como no quería nuevamente complacerlo sin que ella también disfrute, le indicó al chico con el dedo, en dónde debía concentrar su masaje bucal.

— Acá. En el clítoris. Ahí chupame. y apretame con los labios.

Carlos arremetió contra el clítoris, y por una vez, la profesora sintió éxtasis mientras su ex alumno le chupaba la concha. Cuando se desviaba del camino, ella le acariciaba su tupida cabellera rubia y le susurraba que siga lamiendo donde le había indicado.

Ahora fue ella quien alcanzó el clímax muy pronto. La abstinencia de las últimas semanas a tenían a mal traer, y ahora, su concha reventaba de fluidos en la carita linda de Carlos. Él saboreó los fluidos, como si fueran un delicioso manjar. Se abrazó al regazo de la profesora, y quedó ahí, como un niño en los brazos de la madre. Mientras tanto, ella agarró su celular y le envió un mensaje a Marcelo.

— Ya viene tu novio ¿No? — susurró él, sin la menor ganas de irse.

Laura se apartó de él. se puso de pie, y se quitó el vestido, y luego el corpiño.

— Le dije que no venga. — Se tiró a la cama, boca abajo. Su trasero voluptuoso era hipnótico. — Vení pendejo, termina lo que empezaste.

Carlos jugó con el cuerpo de la profesora toda la noche, y no sería la última vez que lo haría.

Fin.

(9,20)