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Quiero hacer un gato (2/3)

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Descolgué el teléfono de la casa y escuché la voz de Adriana quien con un tono muy amable me preguntaba por mi salud y me invitaba a que tomáramos un café en su casa ‘mañana o el día que tú quieras, amiga’. Le contesté que estaba bien al día siguiente. Siguió una breve charla con intrascendencias y nos despedimos.

Me quedé pensando en el ataque de lujuria que sufrió Saúl y pensé en las diferentes opciones. Descarté decirle que no aceptaba pues me vería ante ella y Eduardo y como una egoísta, además de sentirme desagradecida con su comportamiento y complicidad al aceptar que yo me tirara a su esposo durante varios años.

Tampoco me parecía correcto decirle que aceptaba el trío para que ella sólo mirara o quizá se molestara al ver cómo disfrutaba a su esposo que me vuelve loca cuando me tiene entre sus brazos, como bien sabe Saúl por las innumerables grabaciones de video que lo comprueban. Además, ahora que Saúl estaba enterado, y ganoso, no iba a poder ser un trío… ¡Uf!

En la reunión con Adriana, en su casa, no fue café lo que me ofreció, sino que abrió una botella de champaña con sabor exquisito, acompañado de diversos quesos, carnes frías y algunos canapés de caviar, cangrejo y cosas así. Lo importante no era la alta calidad de los bocadillos ni su excelente presentación, sino que ella misma los elaboró para pasar bien esta charla que tendríamos. Obviamente alabé las viandas que ofrecía e hice preguntas sobre algunas de ellas, después hablamos un poco de las actividades de nuestros respectivos maridos y cómo iba adaptándose Eduardo a su nueva situación de empresario cultural, donde, además de difundir la cultura, iba siendo un referente para apoyar la creatividad de los artistas emergentes. El dinero provenía de la fortuna que heredó Adriana, pero ella le impuso como condición a Eduardo que en el balance anual no debía haber pérdidas. Éste era el cuarto año de ese acuerdo y, efectivamente, no había pérdidas, pero con las pocas ganancias financiaba a varios colegas para que continuaran su labor artística sin sobresaltos. ¡Había sido la mejor inversión que Eduardo había soñado!, lo cual me alegraba sobremanera.

—¿Qué ha pasado con la propuesta que te hice?, ¿Lo platicaste con Saúl? —me espetó a bocajarro Adriana.

¡Casi se me atoró lo que tenía en la boca y tuve que tomar un largo trago de champaña! antes de responderle.

—Sí, lo hice, pero no sé cómo vaya a salir esto…

—¿Le disgustó que hicieras un trío o se molestó cuando lo invitaste?

—Ni lo uno ni lo otro, te cuento después de otro trago más —le dije al momento de extenderle mi copa para que sirviera otro trago y darme fortaleza para contar el episodio. Era notorio que las sirvientas no estaban, pero aun así pregunté—: ¿Nadie nos puede escuchar? —Adriana sonrió antes de contestarme

—No te preocupes, la servidumbre está en sus habitaciones y tienen prohibido entrar si no se les llama, puedes hablar con confianza.

Ante esa aclaración, le platiqué a Adriana cómo se dieron los hechos: desde la indiferencia, pasando por el enojo que tuvo al pensar que yo quería vengarme de algo y su negativa rotunda. En este punto de la conversación, Adriana abrió los ojos como de plato y mostró un mohín de tristeza, el cual no supe interpretar si se debía a mi falta de tacto al tratar el tema con Saúl, o el sentirse desairada por él. Le seguí contando y su rostro se relajó cuando comenté la imagen que Saúl hizo de ella, y se carcajeó con la escena caliente que detallé cuando aceptó que le gustaría hacerte el amor frente a Eduardo para vengarse, y también a cada una de las esposas de mis otras parejas sexuales frente a sus respectivos cónyuges, todo ello sin dejar de penetrarme y una y otra vez soltando más semen que otras veces.

—¡Ja, ja, ja, qué locura! —Exclamó Adriana divertida y con voz que revelaba concupiscencia—. ¿Y tú qué le dijiste?

—Que yo solamente le había propuesto estar nosotros cuatro y él ya pensaba en una orgía multitudinaria, que él debería ver a un psiquiatra.

—¡Ja, ja, ja, no puedo creer que se haya desatado todo eso!

—Ni yo tampoco, pero para mí no fue divertido, más bien me asusté pues si se diera una orgía así, él es capaz de hacerlo con todas —“Y yo también con todos juntos”, pensé divertida para mis adentros, sorprendiéndome de qué tan lejos podía llegar a ser mi promiscuidad; sí, he tenido relaciones sexuales con varios, incluso con tres en el mismo día, pero nunca en el mismo momento.

—¡Ja, ja, ja…! Y yo que creía que Eduardo era “el potente”. ¡Ja, ja, ja! —continuó riéndose Adriana por un tiempo más. Lo que ya no le conté fueron mis miedos.

Platicamos de otras cosas más y quedamos en una fecha y lugar tentativos (mi casa y el fin de semana siguiente) para comunicársela a nuestros maridos. ¿Llegaremos a tener cuernos Eduardo y yo? ¿Qué tal si Saúl y Adriana llegaran a entenderse? ¡Ay, no, en qué cosas me ando metiendo! Ya ni modo.

Al parecer, ellos lo aceptaron sin condiciones, es decir, las cosas se darían hasta donde todos estuviéramos cómodos. La fecha llegó…

Quise corresponder con la amabilidad de Adriana y decidí hacer una cena muy especial: lo mejor de las recetas de mi padre y de mi suegra. Compré vinos suficientes, no sólo para el maridaje de la cena sino también para la noche de amor larga que esperaba. Le comenté a Saúl sobre una posición en la que estuviéramos los cuatro disfrutándonos mutuamente, bueno, cada uno con las dos y cada una con los dos, todos simultáneamente. “Quiero que hagamos un gato”, le dije. “¿Qué es eso?”, preguntó de inmediato.

—El símbolo #, las líneas que pintamos para jugar “gato”, “tic-tac-toe”, tres en línea” o como le llames. Las barras seremos nosotros en sentidos contrarios, las mujeres paralelas, chiches hacia abajo y los hombres también paralelos, pero verga para arriba. Nosotras sobre el falo de uno, penetradas, claro, y con las chiches en la boca del otro. ¡Está para el circo!, ¿verdad?

—Más que para circo, ¡mira! —me contestó de inmediato y sacó de la bolsa de la camisa el cuadernito que siempre porta y con el bolígrafo dibujó rápidamente unas siluetas para que me diera cuenta que no sobresaldrían las cabezas, además de que los cuerpos paralelos estarían muy juntos.

—¡Ah, no es "gato"!, pero parece… —dije.

—¡Claro que lo intentaremos, puta! —me contestó Saúl dándome una suave mordida en el seno y metiendo su mano bajo mi falda.

Cuando llegaron nuestros invitados, todo fue cordialidad. Adriana me dio un ramo de flores y colocó dos botellas de champaña en la nevera; Eduardo le dio un par de libros a Saúl, producto de las ediciones que patrocinó ese mes a nóveles escritores, con sendas dedicatorias de éstos; además de que todos colaboramos en llevar las cosas a la hora de la comida. Platicamos un poco. Saúl se interesó en el proyecto cultural de Eduardo, incluso lo felicitó por su trabajo. Bailamos un poco, comenzaron los besos. Me di cuenta que Saúl traía la verga bien parada, no sé si por verme en brazos de Eduardo o por los besos y toqueteos a los que le obligaba Adriana.

Adriana comenzó a quitarle la ropa a Saúl y yo, al ver eso se la empecé a quitar a Eduardo. Una vez que los tuvimos encuerados, y con el pito goteando líquido preseminal, cual si fuese una coreografía ensayada fuimos con nuestros respectivos cónyuges para que nos desnudaran mientras nos movíamos al ritmo de la música. Siguieron las coincidencias coreográficas pues ambas les ofrecimos el pecho a nuestros maridos y después nos agachamos para mamarles la verga mientras les dábamos unos jalones al tronco para exprimirles más presemen. Al sentir el sabor en la boca, fuimos a besar al otro. Ellos sólo sonrieron pues recordaron haberse probado varias veces, uno al otro, en mi pepa. Bailamos un poco más, cuerpo a cuerpo hasta ensartarnos y ser cargadas. ¡Se vinieron de inmediato! Con mi boca, le limpié el falo a Eduardo. Adriana veía y me imitaba, intercambiamos miradas para intercambiar otra vez de pareja.

Repetimos el beso, ahora con sabor a semen y se les volvió a parar, Nos volvimos a colgar del cuello de nuestros maridos hasta lograr cada una el orgasmo. Cuando nos dejaron sobre el sofá a y en la alfombra a la otra, tomé a mi marido para obligarlo a hacer un 69. Adriana, de inmediato forzó a Eduardo para que hicieran la misma posición. Todos mamamos con deleite después de haber mezclado nuestros flujos y hubo más orgasmos hasta quedar agotados. Descansamos juntos cada quien con su cónyuge, hasta que ellos fueron a sacar una botella de champaña de la nevera, sirvieron las copas y nos las ofrecieron.

Brindamos de pie y cada una tomó de la verga al hombre de la otra para sentarse en sus piernas. Al poco rato, cuando vaciamos la primera botella de champaña, Adriana propuso que jugáramos a la botella, “Obviamente no será de prendas, sino de preguntas. A quien le toque, preguntará a su cónyuge sobre lo que piense de alguno de los demás”. Nos sentamos en la alfombra, pero antes dijo, déjenme tomar la última gota y limpiar la botella. Se llevó la botella a la boca, sólo salió una gota, y después al vello de su vagina.

Saúl le preguntó a Eduardo que vino deseaba tomar y nos lo sirvió a todos, en tanto que yo acerqué varios de los bocadillos que había preparado. Ahora sí, nos sentamos frente a frente los del mismo sexo y Adriana giró la botella, que al detenerse ¡me apuntó a mí! No me agarró de sorpresa, pues ya sabía que preguntaría a mi marido.

—¿Qué te gusta más de Adriana? —le pregunté a Saúl de inmediato. Él, quien la tenía hacia su derecha, volteó a verla con cara de lujuria, se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, al tiempo que le acariciaba la cintura bajando la mano hacia sus nalgas.

—Que está muy buena, además que es muy culta e inteligente —contestó y le dio un apretón en la nalga. Eduardo sonrió y movió la cara afirmativamente. Saúl le, soltó la nalga a Adriana y la nalgueó como despedida, dio vuelta a la botella que al detenerse apuntó hacia Adriana. Ella sonrió y preguntó a Eduardo.

—¿Qué te gusta más de Tita? —preguntó haciendo la pregunta a Eduardo, quien antes de contestar extendió su mano derecha para darme un jalón suave el pezón y retorcerlo. No pude evitar tomar el pene de Saúl y jalarlo al ritmo de lo que sentía con lo que Eduardo me hacía a mí, mientras contestaba.

—¡Sus tetas!, primero sus tetas, luego su cara y la forma en la que hace el amor… —dijo dándome jalones y apretones, los cuales transmitía yo a la verga de Saúl.

Cuando Eduardo me soltó la chiche para girar la botella, Saúl exclamó con un sarcasmo imperceptible por los demás “A todos nos gusta por lo mismo, ¡chócala!” y se dieron un apretón de manos, pero yo sabía que quería decir “Qué obvio eres”. Me di cuenta que Adriana hizo una sonrisa forzada para aminorar la mueca que transparentaba sus celos y temí que este juego podría tomar un mal camino. La botella volvió a girar y le tocó a Eduardo interpelar a Adriana.

—De lo que te ha hecho Saúl esta noche, ¿qué te ha gustado más? —preguntó para distraerla de los celos que él también percibió.

—Su ternura al besarme la boca, las tetas y la piel, pero quiero sentir su boca hermosa en mi vagina —dijo y, del dicho al hecho se paró frente a mi marido ofreciéndole su vagina tomándolo con verdadero amor de la cabeza con ambas manos obligándolo a chuparle el clítoris. Saúl, tomando una nalga en cada mano le sorbió el clítoris hasta que le sacó gritos de un orgasmo; ella, no satisfecha aún, talló la cara de mi esposo para masturbarse con su nariz y lengua, distribuyéndole sus líquidos sobre la cara. Era evidente que los celosos éramos nosotros, quienes asombrados solamente mirábamos la escena… A pesar de lo que cada uno sintiéramos, el aroma que expelía el rostro de mi marido, quien no hizo nada por limpiarse, Eduardo traía la verga tan parada como Saúl y yo sentí mi vagina inundada. “Éstos sí que son unos golfos” me dijo Eduardo en voz baja antes de ayudar a sentarse a su esposa, yo me limité a sonreír dudando si estábamos haciendo las cosas bien.

El juego continuó, y noté que Saúl seguía inmune a los celos que crecientemente sentíamos, en su turno, los otros tres. Particularmente, cuando me acerqué a quitarle de la cara uno de los vellos de la panocha de Adriana y se lo mostré, me lo quitó de la mano y se lo echó a la boca con mucho deleite, me puse verde de coraje, pero me aguanté, después de todo, Adriana era mi invitada… Cuando tocó el turno a que Saúl me preguntara dijo ¿Qué cosa le envidias más a Adriana? tuve la oportunidad para intentar ponerlo celoso. Iba a decir, “Sus nalgas para que estos machos me vieran sólo a mí”, pero cambié de idea y me fui directamente a la verga de Eduardo y antes de ponerme a lamerla dije “Lo que ella tiene en su boca y en sus piernas todas las noches para dormir feliz y despertar alegre”. ¡Craso error! En lugar de celos, Saúl gozó al ver en vivo algo con lo que se masturbaba frecuentemente al ver los videos de Eduardo y yo haciendo el amor y se le paró la verga como si tuviese resorte. Peor aún me sentí cuando escuché la voz de Adriana al decirle “Creo que ésta puede hacerlo más rico sin lastimarme” y se engulló el falo de Saúl.

—¡Qué hermosas putas! —exclamó Saúl dejándose llevar por las caricias de la lengua de Adriana en su glande y las manos que le tironeaban el escroto mientras gozaba la vista de mi comportamiento de puta con Eduardo.

Eduardo, a su vez, estaba en una situación similar y me agarró violentamente de la cabeza y literalmente me folló por la boca sin darse cuenta de las arcadas que me provocaba en cada vaivén que me llegaba hasta la garganta. “¡A las putas hay que darles su yogurt!”, gritaba mi macho sin control, incrementando la lujuria de mi marido al mirar cómo me trataba este sujeto que ahora me resultaba desconocido; ambos eyacularon simultáneamente. Saúl dio un grito de satisfacción, pero nunca violentó a Adriana quien exclamó “Esto no sabe ligerito, esto sí sabe a hombre”, después de terminó de paladear lo que se le había escapado de la boca.

—Para seguir con el símil de la leche, hay una gran diferencia entre un cottage y un gruyer. ¡Me gustan los de sabor fuerte! —externó Adriana y siguió limpiando con la boca el pene de Saúl y sólo suspendió para decir —por cierto, pronto les enviaré un Chhurpi de yak, su sabor es sublime.

El sabiondo de Saúl, después de agradecer la promesa de Adriana, dijo “Independientemente que la leche de yak posee más grasa que la de vaca, y el de búfala aún más que el de yak, es más importante el proceso de fermentación, el cual lo hace de sabor delicioso. ¡Fermentada, hasta la leche de burro sabe riquísima!” Noté que dijo “burro” y no “burra”, porque a Eduardo se le había vuelto a parar la enorme verga con mis caricias y con la vista que daba Adriana engolosinada con la limpieza. “Mañana disfrutaremos eso”, terminó diciendo Saúl. Adriana, quien no había entendido la insinuación de mi esposo y a lo que ambos eran adictos, corrigió “No, necesito al menos una semana para pedirlo y que lo entreguen”.

Total: celos de Eduardo, amargura mía y dolor en la cavidad bucal. Descansamos, Saúl volvió a llenar dos copas. Nos dio una y el llevó la otra junto a Adriana “Cada pareja bébasela como mejor le guste. ¡Salud!”, dijo levantándola y le ofreció un trago a Adriana. Eduardo me hizo que mojara los pezones en ella y tomó varias veces así. Veíamos que ellos ni se molestaban en mirarnos, abrazados compartían el vino con sus besos: uno tomaba un trago y, sin deglutir aún, se lo daba al otro con los labios. ¡Estaban enamorándose allí, frente a sus respectivos consortes!

Continuará… Ni modo, salieron tres partes en lugar de las dos prometidas.

 

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