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Pata de lana. Madura malco y service a domicilio (1)

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En Argentina, ‘el pata de lana’ es el nombre del que entra en la casa sin hacer ruido cuando el hombre no está para atender a la Doña, es decir que los ‘ratones’ se hacen la fiesta cuando el gato no está.

En esos momentos que se nos da por la bohemia y la aventura, vago (perezoso), sin novia, bien parecido, hábil para la seducción, estas dos últimas cualidades me abrían muchas puerta y descorría muchas sábanas ajenas, muy afecto a las relaciones, sobre todo las clandestinas que son las que tienen el sabor de la aventura. Estas cualidades me habían hecho ganar esa fama silenciosa que suelen transmitir las mujeres “mal entretenidas” de oreja en oreja.

Siento una predilección especial por las mujeres de las cuatro décadas, el momento justo que la mujer sabe casi todo y necesita casi todo, sabe cómo, cuándo y con quién. Eran momentos económicos complicados, con poco trabajo y mucho tiempo libre para practicar el deporte que más me gusta: El sexo. Con tiempo libre, de sobra, y guita (dinero) que falta, cuando los tipos la estaban “yugando” “yo le atiendo a la patrona”. Los vocablos y modismos empleados son los propios de la historia, cuya acción se produce en Buenos Aires, Argentina.

Esta es una historia de un momento de la vida de un porteño (de Buenos Aires, ciudad) tan real como el deseo y la pasión por el sexo, con la mujer, cuarentona, sin fines peyorativos, sino como expresión de la edad por excelencia donde está en su mejor momento vital para el amor y proclive a sentir el llamado de la aventura.

Un día cualquiera, mi hermana me pasó la data, de que la señora Dora, cuarentona casada, de esas mujeres que cuando pasan dejan un coro de de deseos esparcidos, andaba caliente conmigo y le pidió que le hiciera “pata” contacto. En esos tiempos sin otra preocupación que “buscar donde ponerla” me había ganado, en buena ley, el mote de “El facha” (el que tiene estilo), porque siempre andaba acicalado y luciendo mis condiciones de bien parecido y mejor presentado.

Esa tarde, falto de ”almeja” y con “ganas de ponerla”, accedí a que mi hermanita que me llevara de acompañante “casual” a visitar a Dora, para ver si podía sacarme “el afrecho” (calentura) y me la podía “mover” (culear).

Llamó por teléfono para comprobar si estaba, ni presentación hacía falta, nos conocíamos de sobra, Sarita, mi hermana dijo a Dora que… íbamos de pasada y entramos para saludarla nada más. Cuando la besó le susurró algo al oído, rieron cómplices.

- Chicos, me voy tengo que hacer, los dejo. –Sarita, nos besó y se alejó.

- ¿Una cerveza?

- ¿Bueno, dale!

Salió a buscar la birra meneando insinuante el culazo que ahora se me hacía imperioso hacerme dueño de esa carne provocativa y tan paradita. El meneo cadencioso lo entendí como “¡Sígueme!”, rápido como el viento y silencioso como la sombra, sigilosamente, fui tras de ella. Estaba destapando la botella, me apoyé contra su trasero, con total naturalidad, como si lo esperara, meneo de las caderas para acomodarse la rigidez de la verga en la raya.

Soltó la botella, apoyó las manos sobre la mesada, para tomar posición de entrega, con la tranquilidad de quien domina la situación, girando la cabeza dijo:

- ¡Tienes… media hora para salirte de mi culo!

Reímos, levanté la falda hasta la cintura, el culo quedo expuesto, la muy perra estaba preparada, no tenía "chabomba" (bombacha), y tan mojadita. Con el jean y el bóxer en los tobillos, saqué el choto, con un par de sacudidas puerteé la argolla (vagina) hasta sentir la cálida humedad acariciando el glande ansioso por acceder en ella.

Separó más de la mesada, arqueó el cuerpo para brindarse al choto que urgía entrarle. La envolvente humedad y solo dos golpes bastaron para unir los sexos a tope. La poronga perdida en la humedad de la conchita peluda y hambrienta de carne en barra la puso en órbita. En las primeras entradas a fondo reculaba cuando me mandaba con todo. Nos dimos como en la guerra (cogimos a full), como si se estuviera acabando el mundo, nos sacamos chispas, en la calentura nos decíamos las palabras más soeces que elevaban el morbo, nos calentaba a morir.

La calentura urgía el desahogo, en poco tiempo llegó al orgasmo, seguido de otros, gritaba cuanto lo disfrutaba, entre sus acabadas sin fin le mandé una lechada de “órdago” sin aviso, se dejó sembrar de semen sin protestar.

Salí de la conchita de Dora, como un plus de erotismo ofrecía ver como entre las piernas se le escurría la imprudente “lechada”. En el bidé descargó mi acabada, se lavó la concha, sentada me regaló una deliciosa mamada para recuperar los restos de tan glorioso polvo. Con la pija delante del rostro, aprovechó para mamarla y poner en forma para otra dosis de “garche” (cogida).

Desnudos entre las sábanas que momentos antes había calentado el marido, le pusimos unos buenos cuernos, enroscados en un furibundo 69, donde el “pata de lana” le estaba haciendo la fiesta a una “malco” (mal cogida). Paleteando la vagina hasta subirla otra vez a la cima de la excitación, dejarse caer por el tobogán de una acabada sorpresiva y descontrolada. Los gemidos llenaron de música y lujuria cada rincón del cuarto, me montó de manera salvaje, a lo bruto, empalada en el choto enhiesto, dándose otro atracón de carne viva, disfrutando de la máquina de coger, sometiéndose a todas las formas del amor carnal.

Acababa sin parar, gemía como loca, procaz y obscena, descontrolada como pocas veces he visto, una boa tragando pija, gemidos y sonidos inteligibles decían cómo y cuánto gozaba. Boca abajo, arrodillada, estilo perrito, la ensarté de una, gozaba más cogiendo así, sometida, volvía a disfrutar de los modos bruscos y salvajes de la penetración, las nalgadas eran un mimo, enrojecerle la carne era el premio a su calentura, todo le parece poco. Se notaba de sobra que venía con hambre atrasada, le di pija para tenga, guarde y reparta (expresión que indica demasía y desmesura), hasta eyacularle, nuevamente dentro de la cachucha.

Me limpié la chota en un borde de la sábana, sé que apreciaba ese souvenir de esperma en el lecho marital, un recuerdo de mi paso por su cama. Me despedí, Dora, se quedó en la catrera (cama), la lechera (vagina) colmada, cerrando los labios para retenerme dentro para seguirme disfrutando.

- La semana próxima mi marido trabaja de noche… Podrías venir para hacerme otro “service”.

- OK.

Al buscar las llaves para ingresar a mi casa noté los billetes que Dora había dejado discretamente en mi bolsillo.

- ¿Cómo te fue hermanito?

- Bien y cumplido el “service”.

- ¡Qué rápido para los mandados!

- ¿Algún otro encargo che? - Pregunté jodiendo.

La guacha (pícara) tenía otro encargo, y ahí mismo me pasó la informeta (información) – Doña Rosario, la panadera me dijo que le gustaría que la visitaras….

Así fue que, cuando el marido salía al reparto del pan, la veterana me hacía pasar a la cuadra (zona de elaboración), entre bolsas de harina y aroma a pan recién horneado, la bombeaba llenando de esperma urgente el agujero que desatendía el panadero. Después de atenderle el “hornito” volvía para casa con una generosa provisión de las mejores medialunas (croisant) y algunos mangos (pesos) en el bolsillo.

Me había hecho ducho en hacer de “pata de lana”, recorrer las “ratoneras sin gato”, las veteranas compensaban por el servicio prestado, buenos regalos, que aproveché para pasar la malaria (temporada mala).

Había ganado fama de buen amante y mejor cogedor, pues además de la potencia juvenil, aportaba toda la creatividad para exacerbar su deseo y hacer realidad sus fantasías, al tal grado de aceptación tanto así que me “prestaban” entre ellas.

Magda, la farmacéutica, se benefició de ese “préstamo”, pues iniciamos la relación en ocasión que fui a su negocio para comprar “velo rosado” (condones de la época).

- ¿Velo rosado, por favor?

- ¿Cuántos?

- ¿Para esta noche?

- ¡Una docena! -Sonriendo, en joda.

- ¿Te contaron? – Dije, siguiéndole el juego.

- Dicen que la fama es puro cuento… -Magda jugaba fuerte, insinuaba y sonreía

- ¡A las pruebas me remito! -sabía con que bueyes aro, por eso fui directo al hueso.

- No sé…, no sé… – Dijo moviendo la cabeza, duda, con la sonrisa de quien espera más.

- ¿Quieres… probarme?

Magda ya no reía, parecía interesada en la oferta, el súbito rubor de sus mejillas confirma. Sin andar con más vueltas, previendo que en cualquier momento podrían venir clientes, se apuró a decir

- Qué tendría que probar?

- A este macho, así no te quedarán dudas.

- Te parece… ¿puedes venir este fin de semana? estamos de guardia, mi marido se fue de pesca con sus amigos… Después de cerrar, ¡te espero!

El sábado, llegué cuando comienza a cerrar, pasé y colaboré bajando la cortina metálica. Magda es una cuarentona de buen ver, calentona, destila lujuria por los cuatro costados, está orgullosa de sus tetotas. Estaba ansiosa, esperándome producida con lencería erótica, bien de trola (bien de puta) para tener una fiesta con todos los chiches (variedades). Una cerveza nos quita el calor, exterior e incrementaron el interior, bebiendo de la misma botella incita al piquito, otro trago y el beso de lengua (hasta el fondo) enciende la máquina.

Aún tenía el guardapolvo blanco, dos botones de arriba desabrochados anticipan el menú interior, lencería breve y transparente, todo es rojo, “vestida para matar”, se sentó en el mostrador, cruza y descruza las piernas al estilo de la peli bajos instintos, pero ella tiene tanga, minúscula, se traslucen los vellos púbicos, abultando la prenda y derramando el aroma intenso de la excitación mezclado con la suavidad del perfume de lavanda.

La visión incentiva la reacción automática, el “bicho” tomo vida propia, se eleva dentro de la cárcel del bóxer, empuja la tela del jean. Me retiene entre sus piernas, acaricia el choto por encima, ojos grandes como platos, manos húmedas, respira entrecortado, sofocada, hostigada de lujuria. Me tomó de los hombros y comió la boca sin dejarme respirara, las manos desesperadas por desprender el resto de los botones, algunos arrancados por la prisa de lamer su piel.

La guacha va guiándome al dormitorio, viaja en zapatos rojos de tacón de 15 cm, escueta lencería, que va perdiendo como pétalos de rosa. Rodamos sobre el lecho, entre las sábanas cómplices, comienzo de la refriega amorosa que pintaba para ser antológica.

Es una máquina de chupar pija, ¡qué calidad!, se le nota que lleva tiempo sin una buena garchada, se revela como amante sumisa y entrega lujuriosa.

Retribuía con la misma intensidad, paleteando su cachucha, la puse en órbita, dominada por la excitación, vocifera fuerte, alocada, el cuerpo casi dislocado y la cabeza colgando fuera del lecho, apretándose los pechos, grandes, algo más de 105, todo carne natural y bien turgentes. La forma de gozar incita a seguir dándole “pala” en la cueva, variando intensidad y ritmo, buscando y descubriendo los sitios preferidos, el dedo busca el hoyo cercano para meterse dentro.

Los dos primeros orgasmos fueron robados, la vieja quería aguantarse y puse tal empeño en la “paleteada”, que pude con su concentración, los disfrutó como si fuera el primero.

De ella aprendí que mi lengua producía el efecto devastador dentro del cofre, no sé si habré encontrado el famoso punto G, pero seguramente estuve casi en él por lo explosivo de su orgasmo, estridente y volcánico, entró en erupción en mi cara, perder el sentido de tiempo y espacio, la mirada perdida, el rostro solo es una mueca difusa, babeando, diciendo incoherencias propias de quien atraviesa un trance emocional de proporciones.

Le regalé el tiempo de relax para volver a recuperar el uso de sus facultades, sonríe para dar señales del regreso a la vida. La calentura apremia, se la mandé, un misionero, de frente, con las patitas al hombro, la conchita estrecha, para una mujer que había parido dos veces, ávida por sentir una poronga más gorda que la del marido, se quejaba por el ímpetu salvaje, abriendo a lo bruto, disfruta la fricción del grosor, aprieta los músculos vaginales para sentirlo aún más. Disfruta el choto, actuando como percutor en su cueva, volcado sobre su cuerpo, tomándola de las nalgas me impulso con la vara de carne para agrandársela.

Sé cómo manejar los tiempos, demorarme, darle el “changüí” (beneficio extra) de un par de polvos antes de ir por la eyaculación. Le había hecho descubrir su capacidad de tener más de un orgasmo, descubriendo su capacidad y calidad de multiplicar orgasmos.

Aún la tengo a mitad de camino, cambiar de postura, acostarla boca abajo, la ensarté hasta el mango, serruchándola con vehemencia, tomada de las caderas, ensartada “como bife de croto” (con hambre de carne), un par de nalgadas la excitan. – Vamos guacha, estoy domando a la potra.

Aprende a ser sometida por su jinete, se mueve y sacude, haciendo las cabriolas de una potra rebelde, se libera del corsé de esposa, se hace puta, yegua puta, arisca, que se resiste a ser domada. Llevamos el juego al límite, el tropel de espermatozoides salvaje pugna por escapar de su encierro. En el instante previo de acabarle, pregunté:

- ¿Me pongo el forro (condón)?

- ¡No,Noooo...! ¡Daaamela, así, necesito mi leche…

- Aguanta yegua, toma toda tu leche…

Aún recuerdo ese momento de gloria y desenfreno, tomada de las ingles y lanzado en ella con alma y vida, dejar escurrir en cada golpe de eyaculación una parte de mí, en cada latido un mensaje esperanzador de volver a sentir como esa vez. El silencio atronaba los sentidos, la respiración entrecortada y los sonidos guturales venidos desde el interior de mi pecho decían que esta venida era algo especial y mágico. Permanecí a pedido de ella hasta más allá del último latido de la pija, disfrutaba cada uno de ellos, gozaba del calor del fluido lácteo derramado dentro de su sexo.

Quedamos mirando al techo, disfrutando del relax, recogía con la mano el semen que comenzaba a escurrirse, jugaba esparciéndolo sobre los pendejos. No me dejó estar tranqui más de un cuarto de hora, que ya estaba pajeándome, poniéndome al palo, me hizo una mamada antes de ponerse “culo p´ riba”, ofreciéndose en bandeja de plata, seguramente las que me entregaron que le habían dicho cuánto me gusta hacerlas por el orto, el de ella estaba firme, sin sombra de vellos, cumplía todos los requisitos para una buena culeada. Sabe que vendrá, espera intranquila y ansiosa.

Cuando me sintió entrar en su vagina se dejó llevar fácil al juego de la cogida intensa, un gemido profundo parecía que el orgasmo llegó antes de tiempo, relajando su aprensión por no saber cuál sería el próximo movimiento del macho a sus espaldas. Estaba “regalada” (entregada), aproveché la volada (oportunidad) y volví a tantearle el “toor” (orto al revés) Un poco de juego en el borde del esfínter humectando en sus propios jugos fueron el prólogo de una ejecución a toda orquesta.

Momento de indecisión, la ensarté de una, sin delicadeza, algunas palmadas en las nalgas la pusieron a mil. Intentó el escape hacia la parte superior de la cama, contenida con mis piernas sobre las suyas, tomada de los cabellos le impiden reptar, la tengo enhebraba por el ano, se nota que lo tiene virgen. Ansiaba y temía esta primera vez, gime, jadea y se queja como respuesta a la profunda penetración, contenida y sostenida hasta que se adecue a la contundente dilatación, aguardé que retomara el ritmo de la respiración antes de comenzar el metisaca, despacio.

Paciente experiencia comencé a “serrucharla” (cogerla), se entrega mansa, sabía que no podía escapar y que las promesas de no hacerla doler y salirme de ella cuando lo pidiera la seducían a la entrega, aunque en su fuero íntimo sabe que todas las promesas prescriben cuando la calentura se impone. Ya no escaba, recula un poco sometiéndose al poder del macho, dos empujones y se la tengo enterrada a tope.

Cuando pudo articular palabra dijo: - ¡Pará, pará, bruto! ¡ANIMAL! ¡La puta madre, me lo estás rompiendo… delll todo!

La “serruchada” fue calmada, el vaivén con armonía, los movimientos se adecuaban al momento y circunstancia, “cola-bora” con el momento de mi goce máximo, la estrechez de ese ano virgen es de antología.

Hubiera deseado poder dilatar más el momento de placer, pero la fricción deliciosa estrechez acorta los tiempos, ella incita: -¡Dame, dame mi leche! ¡Dame mi leche!, ¡Acaba me lo estás rompiendo, me gusta, pero me dueeeleee!

Calentura extrema y suplicante pedido de la hembra aceleran el momento de darle su enema de leche pedida a gritos. Para redondear el gozoso momento que transitaba, la “enema de leche” fue lo suficientemente prolongada para que el fluido caliente sirviera de bálsamo para el irritado recto, tanto ir y venir de la pija en su máxima expresión de romper todo lo que se le ponga en camino.

Permanecí dentro, tarda en aflojar la rigidez, aproveché para darle unas últimas “movidas” más antes de sacarla. Quedó con el ano enrojecido, dolor pero satisfecha, sabiendo que en la próxima hacerle el “marrón” no le dolería tanto.

La hice adicta al sexo anal, ella misma lo requería como final a toda orquesta en cada encuentro. ¡Me salió cogedora la vieja!

Las veteranas me bancaron (sostén económico) hasta superar la circunstancial “malaria” (mal momento). Ahora soy un maduro pero me siguen gustando las mujeres maduras, las que mejor entienden y disfrutan el erotismo y el sexo. En la parte dos de “el pata de lana” 2 contaré otra parte de las andanzas de un valiente cogedor.

Quise escribirlo con el gracejo y los modismos propios de Buenos Aires, aclarando algunos términos para lo que no conocen la jerga de la época.

Si eres una mujer madura, te pregunto, quieres ser mi amiga? Dímelo, en [email protected] estoy esperándote.

Lobo Feroz

 

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