Nuevos relatos publicados: 13

Laura, una pequeña historia

  • 4
  • 7.240
  • 7,57 (7 Val.)
  • 4

Tenía la boca seca hasta el punto de que necesitaba beber desesperadamente. Pero no podía, aún no, cuando solo faltaban unas pocas decenas de pasos. Si se detenía ahora...

Abrió la puerta del bareto. ¿Dónde la habían dicho que era? En la última mesa, recordó. Pudo ver a tres hombres sentados, esperándola.

Tragó saliva y comenzó a andar.

-Joder, que guapa eres. Toma asiento, por favor.

Uno de ellos se levantó para dejarla pasar. No era ninguna cortesía, era para evitar que huyera.

-Mis compañeros no creían que vendrías.

-¿Tenía otra opción?

-Siempre hay opción, siempre. ¿Deseas algo para beber?

Laura negó con la cabeza. Estaba sedienta, pero deseaba terminar con todo esto lo antes posible. Ellos se pidieron unas cervezas con unas aceitunas de acompañamiento.

-Está bien, como quieras. Vamos a poner los puntos sobre las ies. Como te he comentado, tu virginidad vale un buen fajo de billetes. Pero no es suficiente, ni mucho menos suficiente. A partir de aquí se te abren varias opciones. Puedes buscar un buen trabajo, de directiva o de ministra, y pagarnos el resto de la deuda más los intereses, por supuesto. Puedes trabajar para nosotros como prostituta a tiempo parcial o de interna...

El hombre se tomó su tiempo esgrimiendo diferentes alternativas, pero todos en la mesa tenían claro cuál era la única opción que la chica iba a escoger.

-O puedes ser mía. De esta forma la deuda y el chantaje desaparecerían para siempre, pero significa entregarte a mi de forma total y voluntaria.

-¿Y qué me haría?

-Lo que me salga de la polla. La única ventaja con respecto a las demás opciones es que dejaríamos tranquila al resto de tu familia.

Laura sonrió tímidamente.

-Entonces, mía pues. Acompáñame al baño.

El hombre que estaba a su lado se levantó para dejarla pasar.

No había demasiados clientes a esas horas, pero a ninguno de ellos se le escapó como una preciosidad rubia seguía a un hombre hasta el aseo de caballeros y que cerraba la puerta tras de si.

No era un hombre feo. Mayor, sí, más bajito que ella, también, pero no era exactamente feo.

-Desnúdate.

Llevaba un vestido precioso, negro, caro. Se quitó una hombrera y luego otra.

Nunca había estado desnuda o en ropa interior delante de un hombre. Ni de su padre o hermanos.

Cerró los ojos.

-Mantelos abiertos.

Los abrió. Se echó mano a la cremallera, la bajó y el vestido cayó al sucio suelo del retrete. Se quedó en ropa interior negra y bonita.

Miró a la puerta.

-Contra antes termines, antes podrás salir. Pero no voy a impedir que alguien venga a echar una meada solo porque una perra esté haciendo su trabajo.

Se echó mano al broche del sostén y lo abrió, dejando su espectacular par de pechos al aire. Luego las braguitas.

-He dicho todo. Y no te cubras.

Se quitó las sandalias también y se agarró las manos a la espalda.

-Arrodíllate.

Obedeció, sin rechistar.

Deshizo la coleta que llevaba y arrojó la goma junto a su vestido.

-Mejor con el pelo suelto.

La miró desde arriba. Laura no pudo aguantar mucho tiempo su mirada y movió la cabeza. Él, dulcemente, colocó su mano en su mejilla para que volviera a mirarlo.

La escupió en la cara.

Laura sentía que estaba recibiendo la mayor humillación de su vida.

-Abre la boca.

Sabía a cerveza y aceitunas con anchoas. La escupió también en los pechos.

-Has nacido para esto.

Se sacó una polla flácida y se la metió en la boca.

Y se puso a mear.

Laura intentó seguirle el ritmo. Lo intentó de veras. Pero demasiado abundante y apestaba y sabía mal.

Terminó meada completamente.

-¿Te parece bonito como has puesto el suelo?

Le arrojó el vestido. Y Laura se puso a fregar el suelo con él.

Los dos hombres que acompañaban a su amo entraron.

Se corrieron encima de ella, encima de su cara y de su pelo. El último en hacerlo fue su amo.

-Puedes vestirte, pero solo con el vestido.

El bar se había llenado algo más.

Todos ellos vieron como una chica sucia, descalza y meada, con goterones de semen en su cara, salía del aseo de caballeros para sentarse.

-Espera, quieta. Deme un cuenco, por favor. Caballeros, viertan su semen aquí.

Laura observó como uno detrás de otro, los hombres del bar iban sacándose la polla hasta que el cuenco reboso de lefa.

-Cómetelo.

Laura se arrodilló y metió su cara y lengua en él...

(7,57)