Doña Angustias Fernández Cuenca es mi madre porque me parió, porque después de eso nunca fue mi madre, sino la Matriarca. Se llama matriarca a la mujer que por su experiencia o sabiduría es respetada por un grupo familiar o una comunidad en los cuales goza de autoridad. En este caso es la familia. Ella se considera la matriarca y ejerce como si lo fuera porque los hombres de mi familia valen menos que la mierda. La matriarca de mi familia no tiene gran experiencia, pero un genio y un carácter fuertes, arrogantes, soberbios e imponentes, tanto como figura. Porque su figura es imponente. Tampoco es una persona que tiene especial sabiduría, pero tiene dinero, porque su esposo, es decir, mi padre le da dinero a porrillo, se lo ha dado siempre para que viva en medio de las comodidades, pero en realidad es una tacaña y por pocos dineros tiene empleadas entre gente que sabe menos aún que ella, pero que son su corte, lameculos, falsas, solo obedecen a quien les paga y ella se impuso ante mi padre para ser la que pagaba al personal.
La matriarca de mi familia no sabe cocinar, ni coser, ni planchar, ni lavar un pañuelo ni doblar unos calcetines. Todo se lo hacen sus empleadas. Nunca le hacen las cosas a su gusto, lo cual es falso porque no tiene ni el más mínimo gusto, pero siempre les encuentra algo que no está bien, todo es para subyugarlas, dominarlas y tenerlas doblegadas a sus pies. Quiso tener un mayordomo, porque se creía cosa grande y el pobre hombre solo pudo aguantar cinco días. Se fue sin cobrar.
La matriarca de mi familia pensaba venir de una gran familia próxima a la nobleza o algo así. Cuando contaba cosas de su casa era lo más grande y más bonito. No tiene vergüenza de mentir sobre la grandeza de su casa y sus antepasados que provienen todos de la miseria, del vulgo. Lo único bueno que hubo en esa familia fue mi abuelo Andrés Fernández Gafarral. Hombre trabajador, habilidoso, que levantó su casa, su familia con puro esfuerzo. Hizo todo aquello que luego heredó mi madre. El pobre hombre murió relativamente joven, como a los cincuenta o cincuentaiuno. De joven, como su familia era pobre, se había casado con Angustias Cuenca López, una lavandera empleada en una casa rica. Mi abuelo Andrés no había ido a la escuela más que hasta los 9 años porque era necesario que trabajara para poder comer, pero su inteligencia, su capacidad de ahorrar y su tenacidad hicieron que pudiera casarse con un patrimonio personal con el que podía sustentar una familia. Mi abuela era mujer humilde y en todo secundó a su buen esposo. Esta mujer rezaba rosarios de memoria incluso cuando le ayudaba en la huerta a su esposo. Le fue fiel, y hay que reconocer que mi abuelo murió porque toda su vida era una máquina trabajando y las máquinas se rompen. Mi abuelo se rompió sin arreglo, pero dejó una hija casada con otro hombre similar a él, trabajador y esforzado, mi padre. Dejó también una mujer viuda que no pudo levantar los ánimos a la muerte de su esposo y a los 8 meses le siguió en la sepultura al lado de su querido esposo.
Como mi padre aún no había heredado, aunque se había podido ahorrar unos dineros con los que compró casa y algún campo, la mayor parte de su riqueza en ese momento eran los naranjales y las casas de mi abuelo materno. «La rica era su mujer», decía mi padre entonces. Y la matrona se creyó eso que decía mi padre y dominó el cotarro familiar, erigiéndose en la mandamás. Solo tuvo un tropiezo muy serio para seguir siendo la matrona por excelencia, su último hijo, es decir, yo. Yo fui la corona de espinas de la matriarca. Yo quería a las empleadas de mi madre más que ella e hice lo posible e imposible para ganármelas a mi causa. Ella no era para mí una madre. No me quería, yo fui causa de su enfermedad, la que tuvo toda su vida y que pretendía ocultar pero ahí estaba. Una enfermedad rara que le producía obesidad y una bilis de malhumor y peor genio. Las empleadas se preguntaban, a veces estando yo delante, «¿cómo puede salir un chico tan dulce de una madre tan agria?». Recurrían por entero a mi padre, hombre dulce y amable, tan dulce y amable como que se acostaba con ellas a cambio de unas monedas. Y quien pagaba los trastos rotos era mi hermana Angustias.
De mi madre tengo que reconocer algo que todo el mundo elogió, no tuvo otro hombre que a mi padre. Ella no se acostaría con nadie, todas sus malaventuras las vertía en hacer sufrir. Bueno, una excepción, seguro que se hubiera acostado con don Felipe, el cura del pueblo, si este se lo pedía, pero bastante tenía el bueno de don Felipe con los niños afeminados que le rodeaban. Esos niños parecían muñecas de feria para las niñas, limpitos, bien peinados, ropita bien planchada y zapatitos negros. Eran la cantera parroquial y mi madre era una de las catequistas y dama de la Caridad parroquial. Si don Felipe le pedía algo, su esposo tenía que esperar turno.
De don Felipe nadie podía decir nada, porque nada sabía nadie. Se murmuraba que se metía a los niños bajo la sotana para que le mamaran la polla. Mi padre me prohibió ser monaguillo, muy a pesar de mi madre. En esto no prevaleció la Matriarca. Mis hermanos habían sido monaguillos con otros curas anteriores, pero con los rumores inciertos de don Felipe, mi padre, como otros padres, no nos dejaban pasar más adelante del quinto banco de la iglesia cuando íbamos a misa. Allí los veíamos a los otros niños, unos diez o doce que parecían de algodón vestidos con falda roja y camisón con puntillas. Mi padre se convirtió de la noche a la mañana en el ateo del pueblo al decir públicamente:
— Mi hijo Ismael no tomará la primera comunión ni este año ni los siguientes, cuando cumpla los 18 que haga lo que quiera.
Desde ese día mi padre dejó de ir a misa y ya no acompañó jamás a mi madre. Ese ejemplo cundió en casa, dejamos todos de ir a misa, excepto la «santa» de mi madre, como decía don Felipe, porque «tenía que soportar a un ogro comunista y ateo en casa y a los secuaces de sus hijos». Mis hermanos Andrés y Santiago regresaron a la Iglesia porque se tenían que casar. Mi hermana Angustias regresó porque fue elegida Camarera Mayor de la Virgen del Carmen y tenía que salir a todos los actos de fiestas con teja y mantilla. Ese día de fiesta la acompañamos todos, mi padre y mis hermanos, pero a la iglesia entró con mi madre solamente. Mis hermanos se reunieron fuera con sus amigotes, otros que no iban a misa y eran «ateos» de nombre porque todos ellos dejaron de ser ateos cuando los eligieron como Mayordomos de la Hermandad de san Juan Evangelista. Mi padre y yo nos fuimos al bar. El se tomó no sé cuantos chatos de vino, porque cada amigote suyo que entraba al bar era invitado y tomaban los dos, yo pedí un whisky doble y mi padre, que pensaba que iba a tomar una gaseosa, se extrañó. El barman no sabía qué hacer y mi padre le dijo que me pusiera lo que yo pidiera que un día es un día y su hijo era un tipo bien bragado. En eso tenía razón mi padre, porque mi polla desde pequeño se manifestaba que iba a ser grande. Así que me sirvió mi whisky doble, tomé un sorbo y ni pestañeé. Los hombres allí presentes decían de mí alabanzas muy cochinas, como «tío cojonudo tu hijo», «este sí es un hijo de puta de buena madera», «vas a agarrar una buena jumera, chaval, pero eso es de ser un tío con huevos», «bien barbián es el muchacho, un whisky y doble», «los chicos de hoy día son de puta madre, míralo, ni pestañea», «me cago en la puta, un whisky a tu edad», y como estas decían muchas más lindezas. El caso es que mi padre era feliz cuando yo me comportaba así y la gente se asombraba. Salí medio mareado del bar, porque sin pedirlo y, por ser mi padre buen cliente, el barman me puso más whisky sin medir. La verdad es que yo tendría ya un rapaz jovenzuelo.
Por mi hermana yo hubiera entrado a la iglesia, pero por hacerle la contra a mi madre, preferí irme con mi padre. Que yo recuerde, me rebelé haciendo la contra en cosas más o menos bien vistas desde los 10 años. Me enviaba a un sitio, yo no iba; me decía de hacer los deberes, no los hacía, siempre buscaba hacer las cosas cuando a mí me daba la gana, no cuando me mandaba. Por eso, las relaciones entre mi madre y yo iban empeorando. Cuando sorprendí a mi madre fue tras cumplir los 18 años. Hice una demasiado gorda. Mi padre no estaba en casa, de lo contrario no la hubiera hecho.
Cumplí los 18 años. En casa se hizo una comida como de domingo, pues yo no merecía más. Yo sabía que mi madre con sus otros hijos se había esmerado y había mandado hacer cosas especiales, regalos, desayunos especiales, comidas abundantes e incluso por la noche aún había algunas cosas para seguir celebrando. Yo tuve en mis cumpleaños, desayunos normales como los de cada día. Una comida de domingo, sin más especialidades y ninguna celebración de noche. Tan fue así que mi padre se molestó porque dijo que él a mediodía no podía estar en casa y esperaba celebrar esa noche. Pero mi madre le hizo puto caso. En vistas de eso, mi padre, sacó su billetera que estaba bien gruesa y me dijo:
— Hijo, felicidades, ya eres mayor para hacer lo que quieras.
Y me regaló 300 euros. Mi madre protestó:
— ¿Cincuenta mil pesetas? ¿Te crees que es el Marqués de Carabás?
— Tú nada tienes que ver, ¡cállate! Es hijo como todos los demás.
Esta frase de mi padre me envalentonó para vengarme duramente de mi madre. Estuve pensando qué hacerle, cómo vengarme y qué cosa sería la que más le doliera. Lo pensé bien pensado y al día siguiente, después de comer, descalzo y completamente desnudo, bien depilado y con mi polla dura, me fui a la sala donde estaba mi madre con dos empleadas y mi hermana, y tocándome la polla y masturbándola, le dije:
— Como ya tengo 18 años, soy mayor de edad, hago lo que me pasa por los huevos, si quieres cómete mi leche.
Se quedaron tan espantadas las cuatro que no reaccionaron los pocos minutos que me costó eyacular y entonces añadí:
— Entérate, soy gay y tendré novio y si no lo quieres aquí, me iré.
Mi hermana comenzó a gritar llorando y le dije:
— ¡Cállate! y a ver si buscas ya un hombre que te preñe de verdad.
Regresé a mi habitación a seguir masturbándome antes de la ducha. Estaba tan furioso que no sabría decir cuantas veces me masturbé, creo que debían ser más de cinco porque estuve en mi habitación desde las 3 de la tarde hasta las 9 y no hice otra cosa, hasta que vino mi padre y me encontró desnudo y llorando. Mi padre me miró, vio el desperdicio de semen y me dijo:
— Vístete y baja a cenar. Te espero. Sé qué te pasa con mamá y te has comportado como un cerdo, pero así no vas a seguir todos los días; ahora te bajas y te comportas como persona.
— Perdóname, papá, estoy harto de tu mujer.
— Llevo más tiempo que tú soportándola, me ha ocurrido lo mismo que a ti. Cuando me decía que no quería tener sexo conmigo, me masturbaba en su cara. Ella sabe que tú eres el que más te pareces a mí, pero no me pongas en un brete de verme obligado a tomar represalias.
— ¿Me tengo que disculpar?
— Ya lo has hecho conmigo, no sufras, baja, te sientas, comes y como si no hubiera pasado nada. Pero no está bien que a tu madre le hagas eso, que no se repita.
Abracé a mi padre, me emocioné de cómo me trató y lloré de emoción. Fui llorando al comedor y todos pensaban que mi padre me había puesto un castigo, ya que él entró con la cara muy seria. Mi padre y yo seríamos buenos actores de teatro, igual nos reímos que lloramos al instante. Mi madre ya no fue nunca más para mí la misma. Ahora era la matriarca a destronar.
Estaba por celebrar mi cumpleaños porque todo había sido negativo, odio, rencor, envidias, venganzas. Un desastre para comenzar el cumpleaños en donde me hago mayor. Tenía que remediarlo.
Aprovechando que soy guapo, había decidido hacer alguna conquista. A pesar de todo ya me daba igual que fuera un chico que una chica, yo quería follar con alguien de mi elección. Me cansé hace tiempo de mis hermanos, eran unos verdaderos hipócritas y pude deshacerme de ellos cuando les dije abiertamente que soy gay y me dan lo mismo las consecuencias que se pudieran derivar de esto, pero si por culpa de ellos yo lo iba a pasar mal caerían conmigo. Con esto ya se cortó todo y de alguna manera recuperé mi libertad en otro aspecto de mi vida, ya no me iban a conquistar, sino que sería el conquistador.
Volví a afeitarme lindo, quedarme sin un solo pelo, limpio del todo, que se note bien la carne, que destaque mi pene, mis bolas, mi pecho, mis tetillas, todo lo que tengo y soy y pelos fuera. Me miré al espejo todo afeitadito y me veía más hermoso que nunca a mis 18 años recién cumplidos.
De nuevo mi hermana tenía su quinto novio que, ahora sí, estaba buenísimo, muy guapo, cerca de 1.95 metros, muy fuerte, ojos claros, piel oscura y una preciosa melena morena y hasta ese momento no conocía más partes de él. A pesar de la diferencia de edad, él tenía 24 años, es decir 6 más que yo, cada vez que nos encontrábamos nos cruzábamos una mirada de simpatía. Con el dinero que me dio mi padre y con lo que yo percibía de él para la semana y algo más que podría conseguir, decidí que sería bueno ir a un gimnasio. Ya sé que yo no estaba mal de cuerpo, que la naturaleza me beneficiaba, pero nunca está de más colaborar con la misma naturaleza. Así que me puse, sentado en el suelo del pasillo fuera de mi habitación, con el móvil en la mano para ver si encontraba un gimnasio que no estuviera demasiado lejos de casa, ni fuese excesivamente caro. Salieron de la habitación de mi hermana ella y su novio para irse a la calle. Ella le dijo que esperase y prepararía un café para matar el gusanillo del hambre, entonces su novio me habló y me dijo:
— Hola, Soy Antolín, me ha parecido ver que buscas gimnasios.
— Hola, yo soy Ismael y sí, busco algo interesante, —le dije.
Entonces me dio una tarjeta y me dijo:
— Este no es caro y es bueno, ve de mi parte.
Cuando ellos salieron a la calle, me esperé un momento y, calculando que estarían lejos, salí en busca del gimnasio. Me gustó, los precios eran asequibles para mis ingresos y me inscribí. Al día siguiente ya estaba yo con mis ejercicios, después de recibir una instrucciones de uso. Así pasó una semana y cada vez estaba más contento.
Cierto día me lo encuentro y charlamos un rato, ahí me dijo:
— Ya me han hablado del chico que yo había enviado, de ti, y parecen contento de ti por tu modo respetuoso de preguntar y hablar.
Un poco me sonrojé y fue entonces cuando me preguntó mi horario de gimnasio y se lo dije. Así discurrió otra semana en la que recibí ayuda suya para hacer ciertos ejercicios y yo le ayudaba a él. Nos convertimos en amigos de gym.
A la semana siguiente, al salir me dijo que tenía libre y me invitaba a una cerveza y esto se convirtió en el comienzo de nuestra amistad que ya iba más allá del gym, porque nos poníamos de acuerdo en la hora de entrada y en la de salida, dábamos una vuelta, hablábamos o tomábamos alguna copa, pero de ahí no pasaba la cosa, aunque yo ya me estaba fijando en él y, aunque él siempre se duchaba en cabina y yo también, sí había notado durante los ejercicios que tenía buen pecho con tetillas sobresalientes, dado que usaba camiseta de tirantes siempre y su pantaloneta reducida me daba a entender que su paquete era considerablemente bueno.
No sé por qué razón fue, ni pregunté, pero mi hermana me dijo que Antolín necesitaba quedarse a dormir en casa, si yo podría aceptar que metiéramos un colchón en mi habitación para que durmiera allí. Mucho me extrañó que me lo pidiera a mí, no a mis hermanos, luego supe que todos le habían dado negativa. Por el contrario, yo le dije fácilmente que sí y se puso feliz. Yo ya estaba en plan de comportarme de una manera envidiable y no iba a decirle a mi hermana que no, aparte de que la vista de ese chico me gustaba.
La noche que se quedó a dormir en mi casa, en mi cuarto, en mi cama, porque yo soy educado y le cedí mi cama acostándome en el colchón del suelo, esa noche entró, nos saludamos, esperamos que se fuera mi hermana de la puerta, me preguntó si cerraba por dentro y le dije que de acuerdo para que nadie nos molestara, esa noche pude descubrir otras partes de su anatomía que antes nunca había visto.
Yo dormía en pijama, luego en bóxer, ahora hacía unos meses que dormía desnudo. Antes de que él entrara en mi cuarto yo ya me había despojado de mi pantalón y mi camiseta y me había metido a la cama. Desde ese colchón en el suelo oía a mi hermana y a Antolín charlando en el pasillo. Pasados unos diez minutos entró Antolín en el cuarto, yo estaba viendo la televisión, y me preguntó que si no me importaba que durmiera desnudo, que él siempre duerme así, a lo que yo por supuesto acepté, diciéndole que hacía dos meses que yo también dormía desnudo. Me sonrió agradablemente.
Empezó a desnudarse quitándose la camiseta, tenía un torso precioso y fibrado que más o menos yo conocía por el gym, con algo de vello entre el pecho y el ombligo y continuaba perdiéndose en sus pantalones. Su piel es oscura. Mucho vello en las axilas —algo que a mí me ponía muy cachondo a pesar de afeitarme del todo, pero me gustaba el macho—. También tenía unos abdominales increíbles con un ombligo que apetecía absorber. Después se quitó los zapatos y los calcetines y empezó a desabrocharse el pantalón dejando ver la parte superior de su bóxer, para entonces yo ya estaba casi empalmado, pero lo disimulaba con la sábana, se bajó los pantalones enseñándome unas preciosas piernas muy fuertes y bien marcadas con algo de vello, me fijé más en su bóxer y aprecié un bulto más que considerable, tal como había imaginado. Pero, por desgracia para mí, allí paró, se metió en la cama y, una vez dentro, se quitó el bóxer lanzándolo contra el armario. Apagué la tele y nos pusimos a intentar dormir.
¿Que yo podía dormir? No, de ninguna manera, yo no podía dormir pensando que tenía a semejante macho al lado y en mi cama. Lo que quería era verle la polla, eso me quitaba el sueño.
No sabía qué hacer, así que me levanté de mi cama y sin hacer ruido cogí su bóxer, lo empecé a oler, ¡hmm!, y a lamer, ¡hmm, hmm!, olía a hombre y sudor ya que esa misma tarde habíamos estado haciendo gimnasia y empecé a pajearme con ese olor y ese sabor, pero no me podía quitar de la cabeza aquel bulto en su bóxer. Deje de pajearme, me senté en mi cama y empecé a observarle, estaba tumbado boca arriba con la sabana a la altura del ombligo y un poco más abajo se podía ver una zona oscura, y bastante más abultada que el resto, lo cuál aún me puso más cachondo.
Así estuve quizá una hora mirándole hasta que me armé de valor y decidí hacer algo, no podía dejar pasar esta oportunidad. Comprobé que estuviera dormido, me pareció que lo estaba y me arrodillé a los pies de la cama, comencé a tirar de la sábana, desde mi posición podía ver que poco a poco la sabana iba recorriendo su cuerpo, dejando a la vista cada vez más pelo; seguí tirando hacía abajo hasta que por fin conseguí mi premio, ahí estaba su polla flácida que iba apareciendo ante mí. Una vez retirada toda la sábana, me levanté del suelo y le observé desnudo encima de la cama, con una polla descapullada de unos 18 cm., bastante gruesa, que me tentaba a seguir; me arrodillé de nuevo y empecé a acariciar su cuerpo. Su polla se iba poniendo cada vez más dura con mis suaves caricias en su pecho y en sus huevos.
Puse freno a las acciones de mi pasión, y me sorprendí gratamente cuando, al querer taparle de nuevo, escuché una voz que me decía
— ¿Por qué te paras?, ¿no te gusta?
Volví la cabeza y me di cuenta que la voz era de Antolín que había estado despierto durante todo el tiempo en que yo lo acariciaba.
Se levantó de la cama y apoyó su espalda contra la pared, cogió su polla que volvía a estar flácida y empezó a machacársela mientras me miraba lamiéndose sus labios. Inmediatamente recibí el mensaje que me comunicaba; me tiré a su lado y volví a acariciar y lamer su cuerpo, mientras él dejaba su polla y cogía la mía exclamando:
— Vaya, vaya; pero que bien guardado lo tenías, ¡joder!, ¡vaya rabo!
Yo lamía su cuerpo y acariciaba su espalda hasta que mi mano pudo palpar un culo perfecto muy duro, redondo y con algo de vello, luego nos besamos larga y tendidamente.
— ¿Dónde aprendiste a besar así?, sabrosa lengua, —dijo.
No respondí, seguí besándole. Luego se levantó, ya estaba yo sentado sobre la cama y, echando su melena hacia atrás, golpeaba mi cara con su polla húmeda y aún no del todo dura. Se la cogí con una mano y la restregaba por mis labios y la masturbaba para que se la pusiera a tope. Cuando ya podía sentir la dureza de su polla venosa me la metí entera en la boca, lo que no fue fácil, dado que era muy gruesa. Escuchaba como gemía Antolín y me pedía que no parase:
— Por favor, no pares, te doy mi vida, pero no pares, sigue, sigue, ¡aaaaaah!, ¡aaaah!
Se la estuve chupando un largo rato, mientras Antolín me agarraba la cabeza y la movía a su antojo moviendo sus caderas hacía delante y hacía atrás, yo estaba en la gloria. Después de chupársela durante un rato, la sacó de mi boca y me dijo:
— Ahora vas a saber qué es lo que le gusta tanto a tu hermana.
¡Joder!, el puto cabrón me iba a violar. El caso es que iba a ser un regalo deseable y que no había pedido. Mayor iba a ser la sorpresa. Me empujó tirándome y dejándome tumbado sobre la cama; cogió mis piernas y las apoyó en sus hombros, empezó a restregarme la cabeza de su polla por la entrada de mi culo, se lamió los dedos y empezó a restregarlos por mi ano hasta que fue introduciéndolos poco a poco en mi culo; primero metió uno, luego dos y acabó metiéndome tres. Estuvo un rato moviendo sus dedos dentro de mi culo, cuando consideró oportuno los sacó. Entonces le llegó el turno a su polla, la colocó en mi ano y empezó a empujar hacia adentro. Eso para mí fue lo más más, al principio la metía despacito y poco a poco empujaba hasta meterla toda dentro de mí, lo que supe cuando noté sus bolas chocando contra mi culo. Entonces comenzó a hacer movimientos circulares con su cadera, mientras la sacaba y la metía despacito, pero progresivamente lo iba haciendo cada vez más rápido. Estuvimos con esto mucho tiempo hasta que empezó a moverse con más rapidez y fuerza, mientras me masturbaba con una mano y con la otra me daba cachetadas en las nalgas. Ya tenía yo mi polla como nunca la había visto, pero hice para aguantar, no sé cómo pude, mi corrida. A los diez minutos más o menos me sacó su polla de mi culo, se puso más encima de mí, y entre convulsiones y unos grandes gemidos se la machaca encima de mi cara, hasta que soltó un gran chorrón de leche totalmente en mi cara, a este siguieron varios chorretazos de menor intensidad. Era una leche muy caliente que yo cogí con la mano y lamía con fruición.
Tras esto, sin más se inclinó hacia mi polla y la cogió con una mano, metiéndosela en la boca completamente de un coló bocado, la chupaba con plena maestría, lengua, dientes y labios hacían su trabajo a la perfección y a un ritmo pasional que no me dejó aguantar demasiado y me corrí en su boca. Antolín se tragó toda mi leche y me besó en los labios.
Luego nos dormimos los dos abrazados en la cama y a la mañana siguiente ninguno de los dos dijo nada, parecía solo un sueño. Pero a la hora de irse, ya en la puerta, le dijo algo a mi hermana y regresó para decirme:
— Creo que voy a quedarme más veces y follar contigo, que con tu hermana lo hago en las tardes.
— Con ella usas condón, ¿verdad?
— Por supuesto.
— Eres un cabrón, si me prometes que vas en serio con mi hermana, dispones de mí a tu antojo.
— Te lo prometo.
Me besó, salió de mi habitación y le dije a mi padre que comprara una cama, para cuando Antolín viniera tarde acompañando a Angustias y pudiera pernoctar, para no irse por la noche solo a su casa. Mi padre vio mi generosidad y se alegró mucho. Al día siguiente estaba la cama. Llamé a Angustias, se lo mostré y me dio dos besos como nunca lo había hecho, y me dijo:
— Ahora sé de verdad que me quieres.
El caso es que este Antolín un día desapareció y no lo volvimos a ver con gran disgusto para mi hermana y, cómo no, también para mí.
Un día, no mucho tiempo después, leí en un quiosco este titular.
Weyler, el famoso traficante que se hacía pasar por Antolín, asesinado por robar droga a otros capos.
Varios encapuchados irrumpieron a tiros en un local de la Plaza de España y se llevaron a un hombre.
El cuerpo del fallecido se encontró semidesnudo en un descampado a las afueras de la población y es la misma persona secuestrada en la Plaza de España. Se trata de un hombre, nacido en Croydon, al sur de Londres, y radicada en España desde los 17 años, con antecedentes por tráfico de drogas (había ingresado en la cárcel de Botafuegos por este motivo.
Le mostré el periódico a Angustias y a mi padre para que supieran la verdad, a mi madre y hermanos no les quise decir nada para que no se metieran con Angustias. Mi padre me preguntó si quitaba la cama de mi habitación y le dije:
— Mejor déjala, a partir de ahora, el novio que tenga Angustias me lo presentará enseguida, haremos un festejo en casa, dormirá en mi habitación y yo le sonsacaré todo, para que Angustias vaya a lo seguro.
Les pareció bien a los dos y a mí magnífico. Así me hice pasar algunas pollas más por mi culo e iba rechazando novios, aunque algunos de ellos me los hubiera quedado para mí. Tengo que decir que físicamente mi hermana Angustias tenía buen ojo para los novios, pero síquica y socialmente era un total y absoluto despiste.
Ya en este tiempo, Doña Angustias Fernández Cuenca en realidad no contaba en mi vida y muy poco en mi casa. Hasta su hija Angustias la aborrecía. Doña Angustias no mandaba, exigía, imponía, obligaba a hacer su voluntad. Como yo me había rebelado del todo contra ella, toda la culpa de la posterior reacción de mis hermanos recayó sobre mí. Un día mi padre les dijo:
— Que Ismael se rebele contra su madre, lo veo justificado, pero lo vuestro no, porque Ismael aprovecha el tiempo y dentro de poco será médico y vosotros sois un atajo de haraganes; que Angustias se rebele contra su madre, me parece hasta propio de la naturaleza, las dos son mujeres y lo propio de la mujer es querer mandar, pero todas no saben; de ellas dos no sabe ninguna. Así que vosotros a trabajar y dar gracias por la comida que se os pone en la mesa.
Ellos me miraban entre el celo y la ira. Yo no hice caso, seguí con mi vida, lo que quería es acabar mi carrera y marcharme de esa casa, me asfixiaba; la única libertad que había tenido en mi vida era cuando estaba con mi padre y los mayores placeres gracias Angustias y sus novios.