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Esther y su padre, un incesto inevitable

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Año 1955 - Galicia, en una aldea remota.

Edelmiro, un hombre de 38 años, alto, moreno y bien parecido, había enviudado y trabajaba en sus huertas de sol a sol para no pensar en lo acaecido un año atrás. Pero lo que tiene querer olvidar es que no se hace más que recordar, y no hacía más que recordar a los cuerpos desnudos de su mujer y del cestero, con cinco agujeros de bala, tres él y dos ella que les había descerrajado el cartero, que también yacía muerto con un tiro que se había metido en la sien.

No había que ser un lince para saber que el cartero era el otro amante de su mujer, y eso fuera lo que dedujera la guardia civil.

Ese día Edelmiro estaba poniendo maíz. Era marzo y el sol no llegaba a calentar ni tímidamente, pero él se quitó la camisa y quedó a pecho descubierto enseñando su musculado torso y el vello que había en él. Esther, su hija, una adolescente, morena, rellenita, con media melena, tetas gordas, y con un culo importante, que vestía con una falda negra que le daba por debajo de las rodillas, y que calzaba sandalias de goma sin calcetines, cómo su padre, le dijo:

-Pon la camisa papá que aún vas a coger una pulmonía.

-A ver si es verdad y voy para el otro mundo de una puñetera vez y me olvido de todo.

-No digas tonterías, a mí me haces mucha falta.

Edelmiro cogió una piedra y se la lanzó a un petirrojo que andaba comiendo gusanos que quedaran al aire al remover la tierra. Miró hacia el monte y luego, secándose el sudor de la frente, miró hacia arriba, y dijo:

-¡¿Qué coño te hice yo para joderme así, jefe?!

Esther, se persignó.

-No juegues con esas cosas, papa, que te pude castigar.

-¡¿Más?!

-A Job se lo quitó todo.

Edelmiro, volvió a tirar otra piedra, esta vez a una urraca.

-¡Pero Job era un santo, y yo lo que tengo de santo cabe en una cucharilla de café y no la llena!

-Déjalo, papá, déjalo. Ya se acabó el maíz. ¿Volvemos a casa?

-Habrá que volver y afrontar de nuevo la soledad de una cama vacía.

Recogieron las herramientas una hora antes de que anocheciera. Esther, desató la vaca, que estaba apastando en un herbazal y volvieron a casa. Aún tenían que darle de comer a los cerdos, a los conejos, a las gallinas, ordeñar a la vaca, ducharse, y después, escuchando la radio, cenar al calor de la cocina de piedra.

Acabara de cenar. Esther, le daba vueltas al pequeño mango del molinillo para triturar los granos del café de contrabando. Cantaba en la radio Manolo Escobar la canción Madrecita María del Carmen, le dijo a su padre.

-Tenemos que hablar, papá.

Edelmiro, echando picadura en un papel de fumar, le preguntó:

-¿De qué quieres hablar, hija?

-De sexo.

Le pasó la legua al papel, lo lió, y le dijo:

-De esas cosas mejor que hables con tu abuela.

-Ya quise hablar y cogió la escoba... Es que me asusté al quedarse preñada mi amiga Pili y...

Aquellas palabras cambiaban la cosa. Se levantó, fue a la cocina, encendió el pitillo con una brasa, y le dijo:

-A ver. ¿Qué quieres saber, hija?

Esther, abrió el cajoncito del molinillo, y antes de hacer los cafés, le preguntó:

-¿Le echo cascarilla y lo reparto para más veces?

-No, hoy lo vamos a tomar solo.

Esther, volvió al tema del sexo.

-¿Por qué me estoy excitando solo de saber que vamos a hablar de sexo?

-No lo sé, no soy médico. ¿Qué quieres saber para no quedar preñada?

Hizo los dos cafés en tazas grandes de barro. Al del padre le echó un generoso chorro de aguardiente.

-¿Cómo es el miembro de un hombre?

-Cada hombre la tiene diferente.

-¿Es verdad que echa leche? Es que me dijo Carmiña que esa leche es la que preña a las mujeres.

-Y lo es, pero si no haces nada hasta la noche de bodas no tendrás ese problema.

Esther, estaba colorada, y no era por tomar el café caliente.

-¿Si no dejo meter?

-Sí, si no le dejas meter.

-La Morocha tiene doce hijos y dicen que se queda preñada hasta con el olor de los calzoncillos.

A Edelmiro le dio la risa.

-Eso es una tontería, tiene hijos porque se acuesta con su marido y le dan al tema.

-Joden.

Edelmiro, la reprendió.

-¡No seas bruta!

-¿Los hombres le comen el coño a las mujeres?

-¡Ala! ¡¿Qué parte de no seas bruta no entendiste?!

Esther no iba a parar hasta que la sacase de dudas.

-¿Se la comen?

-¡Y vuelve la burra al trigo!

-¿Comen?

-Eso nada tiene que ver con lo de quedarse preñada, pero. ¿Por qué me preguntas eso?

-Porque Amalia le dijo a su marido: "Con el coño tan bonito que tengo no sé porque me comes la cabeza."

Edelmiro, tomó un sorbo de café, y mirando a los ojos a su hija, le preguntó:

-¿Estaban discutiendo o acaramelados?

-Acaramelados.

-Son cosas que se dicen los recién casados.

Lo dicho, no iba a parar de preguntar hasta que la sacase de dudas.

-¿Pero los hombres le comen los coños a las mujeres o no?

Edelmiro seguía rehusando responder a una pregunta tan directa. Le echó una calada al pitillo, y le dijo:

-Déjalo, hija, déjalo.

-Si no dicen que no es que sí. ¿Cómo hacen para comérselo?

Edelmiro quiso ejercer su autoridad.

-¡Hasta aquí hemos llegado! Tus preguntas nada tienen que ver con lo de quedar preñada.

-¿Para qué se lo comen?

-Ya lo sabrás a su tiempo.

Esther, que llevaba puesto un jersey de color rojo que marcaba sus gordas y redondas tetas, se limpió con un dedo una gota de café que le cayera sobre un pezón, y bajando la cabeza de nuevo, le dijo:

-Eso es lo que me fastidia, llegar un día a hacerlo con mi marido y no saber que hacer ni que me va a hacer.

Edelmiro se dejó llevar por la situación.

-A ver, hija, a ver. ¿Te acuerdas cuándo me dijiste que mojaste la cama al sentir un placer inmenso?

Esther, levanto la cabeza, y sonrió.

-Sí, no volví a sentir un gusto tan grande.

-Pues a eso se le llama correrse. El hombre le come la Chirla a mujer para que se corra... Pero vamos a lo importante... Si al acostarse con ella se corre dentro de su almeja la mujer se puede quedar preñada. ¿Cómo te quedaste?

-Mojada, papá, muy mojada.

Edelmiro, echó el último trago de café, y le dijo a su hija:

-Aquí se acaba la lección, Esther. Recoge y vete para cama.

Esther, sin rechistar, recogió la mesa, le dio un beso en la mejilla a su padre, y le dijo:

-Te quiero, papá.

-Y yo a ti, hija. Hasta mañana.

-Hasta mañana, papá.

Ya en su habitación, Esther, se desvistió, se quitó las bragas mojadas y limpio el coño con ellas. El cuerpo se le estremeció, pero cómo no sabía masturbarse, se puso otras bragas y un camisón, se metió en cama y al rato se quedó dormida.

Edelmiro se fue para cama una hora más tarde con una buena borrachera de aguardiente.

Desde aquella noche, Esther, miró a su padre con otros ojos, con los ojos de una adolescente enamorada. Lo veía cómo a un Adonis. Era el más alto, el más guapo, el mejor... Pensaba en sus besos al acostarse, al levantarse y la mayor parte del día.

Edelmiro sabía que su hija sentía algo más que cariño por él. Lo notaba en sus sonrisas, en sus miradas... Una noche, tomando café de nuevo, Esther, Bajó la cabeza, y vergonzosa, le dijo:

-Te quiero, papá.

Edelmiro la veía venir y mirando al techo, quiso desviar la conversación.

-Hay que limpiar las telas de araña o las ocho ojos nos acabaran comiendo cómo si fuéramos moscas.

Esther, levantó la cabeza, puso sus manos alrededor de la taza de barro, y le pregunto:

-¿Me quieres, papá?

-Claro que sí, hija, te quiero mucho.

-¿Me querrías en tu cama?

Edelmiro, miró para su hija. Era un cuadro de su madre a esa edad. Le dieron ganas de llorar, pero se contuvo.

-No digas tonterías, hija.

Esther, mirando a su padre a los ojos, le dijo con dulzura:

-Estoy enamorada de ti, papá.

Edelmiro se sentía halagado y al mismo tiempo sucio por no querer parar la conversación.

-Lo que estás es confusa, Esther.

-No, no estoy confusa. Quiero tener un hijo tuyo.

Ahora sí que se alarmó. La conversación cogía un camino demasiado peligroso.

-¡¿Estás loca?!

Esther seguía hablando con voz dulce.

-Estoy enamorada, papa. Quiero que estemos juntos para siempre.

-¿Qué voy a hacer contigo? A ver, hija, a ver. Juntos vamos a vivir hasta que encuentres al hombre de tu vida.

-El hombre de mi vida eres tú.

Esther se levantó, fue al lado de su padre y le acarició el cabello.

-Yo soy tu padre, cariño.

Le cogió el lóbulo de una oreja con dos dedos

-Y mi amor.

Le dio un beso en la comisura de los labios. A Edelmiro le llegó el olor a jabón de sales de la Toja. No quería, pero por dejarse ir su miembro se le puso duro.

-Y todo esto viene porque te dije que los hombres le comen el coño a las mujeres para que se corran. ¿A qué sí?

-No, yo te amo desde que me hice mujer. Ya tenía celos de mi madre. ¿Me dejas ver tu miembro?

-Te voy a mandar para la casa de tus abuelos cómo sigas por ese camino.

Esther, era una ingenua, cómo todas las aldeanas adolescentes de los años 50 del siglo pasado, pero de tonta no tenía nada. Le dijo:

-No, no me mandarás. Te hago falta para cuidar a los animales y para trabajar las huertas.

-¿Qué voy a hacer contigo?

-Déjame ver tu miembro y hazme cosas ahí abajo

-¡Oyoyoyoy! Me va a pesar, pero... Vamos a hacer una cosa. Te dejo ver mi polla, pero con una condición.

-¿Cuál?

-Que de día vivas aquí y de noche duermas en casa de tus abuelos.

-¿Y me harás cositas ahí abajo? Ya estoy mojadita.

-No, solo te dejo ver cómo es una polla.

-Vale, acepto.

Edelmiro abrió la bragueta de pantalón y sacó la verga.

-¡¡Es cómo un pepino con cabeza!!

-Ala, ya la viste.

-Deja que la vea más de cerca.

Esther, se agachó, le tocó con un dedo en el meato y se salió lleno de aguadilla.

-Tú también te mojas, papá -le cogió la polla con una mano y la piel de la cabeza se le fue para abajo-. ¿La leche sale por este agujerito? -le tocó el meato otra vez con otro dedo- ¿Sale?

Edelmiro estaba tan cachondo que se echó el alma a la espalda.

-Sí, hija, sale, y cómo me sigas tocando va a salir.

Esther, quiso saber a qué sabía la aguadilla que salía de la polla de su padre. Pasó la lengua por el glande.

-Sabe raro. No sé a qué, pero sabe raro. ¿Sabe así la leche?

Esther ya había puesto perro a su padre.

-¿Quieres saber cómo sabe la leche? Si quieres saberlo, chupa la polla, hija.

No se lo tuvo que decir dos veces. Esther metió el glande en la boca. Edelmiro movió el culo de abajo a arriba y de arriba a abajo, y en nada comenzó a correrse en la boca de su hija. Esther no sabía mamar, pero sí tragar, y se tragó toda la corrida sin que se derramara una sola gota.

Al acabar de tragar, le dijo

-Tampoco sé a qué sabe.

-¿No sabrá a leche de hombre?

-¡A eso sabe!

-¿No te sientes mal después de lo que hicimos?

-¡¿Mal?! Estoy caliente, caliente, caliente... Tengo la almejita que se me abre y se me cierra, y las bragas, las bragas las tengo encharcaditas.

-Necesitas correrte, hija.

-Creo que sí, que eso es lo que necesito.

Edelmiro se levantó y besó con lengua a su hija. Ester no sabía besar pero le correspondió a su torpe manera... Después se quitó el jersey. Sus tetas quedaron al aire. Eran grandes, redondas, con areolas marrones y pezones grandes, gordos y duros. Se las magreó, chupó y lamió. Esther no paraba de gemir, parecía que se iba a correr solo con trabajarle las tetas. Edelmiro, minutos más tarde, le quitó la falda y después las bragas encharcadas, tal y como le dijera. Al lamerle el coño, se estremeció. Bastaron una decena de lametadas, para que todo el cuerpo de Esther comenzase a temblar, y se corrió, se corrió como unas de esas chicas de manga o de anime... Su coño parecía una cascada echando jugos, y cómo la lengua de su padre no daba abasto para tragar lamiendo cómo un perro, cantidad de jugos le bajaron por el interior de los muslos.

Al acabar de correrse, besó a su padre, y le dijo:

-Te quiero, te quiero, te quiero, amor mío.

-Y yo a ti hija, pero por lo que acabamos de hacer moriremos en pecado.

-Donde hay amor no hay pecado, padre.

Lo cogió de la mano.

-¿A dónde quieres ir?

-A mi habitación.

-¿Para qué?

-Para que me enseñes a correrme tocándome -lo besó sin lengua-. Oí decir...

Imaginó lo que oyera decir.

-¿Quieres que te aprenda a masturbarte?

-¿Eso es lo que llaman hacer la pera?

-Te enseño a tocarte y se acabó. Mañana no volveremos a hablar de esto.

Esther, puso morritos.

Lo volvió a besar, esta vez con lengua.

-Pero es que yo te amo, papá.

-Lo tomas o lo dejas.

-Lo tomo, amor mío, lo tomo.

Ya en la habitación, le dijo Esther a su padre:

-Desnúdate, papá. Quiero ver a un hombre desnudo.

Edelmiro, se desnudó, se echó al lado de su hija, que estaba boca arriba sobre la cama, y le dijo.

-Cierra los ojos y piensa en un chico que te guste.

-Ya.

Le cogió la mano, le apartó dos dedos y se los metió en la boca, los sacó y se los puso encima del capuchón del clítoris.

-Acaricia el clítoris de abajo a arriba, hacia los lados y alrededor e imagina que ese chico te está besando.

-Bésame, papá.

Edelmiro besó a su hija con lengua unos minutos.

-Ahora imagina que te está magreando y comiendo las tetas.

-Cómeme las tetas y magrealas, papá.

Edelmiro disfrutó de las maravillosas tetas de su hija, el doble de tiempo del que disfrutó de su boca.

-Ahora mete los dedos dentro de tu coñito, y fóllalo.

Metió los dedos y se folló el coño mientras su padre la besaba, y le comía las tetas. Pasado un tiempo le dijo:

-Creo que me voy a correr, papá.

Imagina que ese chico te mete la polla en el coño.

-Métemela, papá.

-Es el chico el que te la tiene que meter...

-Tú eres en quien estoy pensando.

Edelmiro, que tenía un empalme brutal, se echó encima de su hija y se la metió. Entró muy, muy apretada, pero Esther estaba tan cachonda y tan mojada, que no sintió dolor. Disfrutó de cada centímetro de polla que entró en su coño.

Ni cinco minutos tardó en correrse.

-¡¡¡Me corro, papa!!!

Edelmiro, sintiendo como su hija temblaba debajo de él... Sintiendo cómo el estrecho coño apretaba su polla y la bañaba de jugos y cómo gemía de placer, no pudo evitar comenzar a correrse. Quiso quitar la polla, pero Esther apretó las nalgas de su padre contra ella... Con la polla enterrada hasta el fondo, Edelmiro, comiéndola a besos, llenó de leche el coño de su hija.

Esa noche, no quedó preñada, esa noche.

Quique.

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