Galicia, años 60, cuando ser maricón o lesbiana te llevaba a la cárcel.
Aniceto era un guardia civil, recto, robusto, bigotudo, viudo, moreno, de ojos azules. Con su metro setenta y ocho era el hombre más alto del pueblo y el más honrado, pero era bruto, muy bruto, tan bruto era que de una hostia había dejado tuerto al Venancio, su vecino, por haberle llamado tres cuernos.
Tenía una hija, Olga, gamberra cómo ella sola, que cuando se le murió la madre aún se hizo más rebelde.
Aquella tarde -de uniforme y con el tricornio encima de la mesa-, Aniceto, sentado en una silla, tenía a su hija Olga sobre sus rodillas. Con su mano derecha, que era más grande que una nalga de su hija, le estaba azotando en el culo.
-¡Me cago en todo lo que se menea! ¡Te voy a quitar las ganas de apedrear a la gente! ¡Fuera de mi vista que no te quiero ver delante!
Olga, cuando su padre le calentaba el culo no le rechistaba. Se callaba, pero luego salía de casa y se las pagaba el primero o la primera que dijese algo que no le gustase, y ese día fue el cartero, al decirle un piropo más viejo que el hambre:
-¡Tienes un culo y un cuerpo que le levanta la polla a un muerto!
Olga agarró una piedra del camino y le dio una pedrada en la cabeza que casi lo deja en el sitio. El resultado fue que a sus quince años la internaron en un reformatorio, y su padre no movió una paja para que esto no ocurriera.
Seis años más tarde, cuando salió del reformatorio, en vez de salir reformada salió hecha una cabrona de miedo, tan cabrona era que se dejaba querer para joder a la callada.
Aniceto ni cuenta se diera que su hija ya no tenía edad para ponerla sobre sus rodillas, levantarle la falda y azotarle el culo, pero allí estaba, calentándola.
-¡Me cago en todo lo que se menea! ¡Seis años en el reformatorio y en vez de enderezarte vuelves más torcida de lo que fuiste! ¡¿Por qué besaste a la hija del Pelado?! ¿No sabes que te pueden encerrar, y allí violar y hacer de ti un cristo?
Olga, estaba en su salsa.
-No la besé, me besaba. Nos vieron después de comerle el coño, y ya estuve en la cárcel. ¿O qué te crees que es un reformatorio? ¿Un hotel de lujo?
Aniceto se quedó de piedra con la respuesta de su hija.
-Eres una perdida.
-No, soy una guarra.
-¡Plas, plas, plas!
Olga, en vez de quejarse, le dijo:
-Bájame las bragas y sigue dándome, me excita que me calientes el culo.
Aniceto, levantó la mano para volverle a dar, pero la bajó para ayudar a que su hija se pusiese en pie. Le preguntó:
-¡¿Te calentaban el culo en el reformatorio?!
Olga ya lo tenía donde quería.
-En el reformatorio me hacían lo que le hacen a las mujeres en el infierno… Aprenderles a comer coños, a comer pollas… A ser guarras.
Olga, tenía ahora 21 años y era preciosa. Tenía el cabello muy largo, tan largo que le llegaba a la cintura, los ojos azules y un cuerpazo, con buenas tetas, y culazo redondo… Era casi tan alta como él, Aniceto, le miró para las tetas y vio sus pezones de punta marcados en la camiseta blanca, lo que le decía que no llevaba sujetador. Se levantó de la silla. Olga, le preguntó:
-¿A dónde vas, Aniceto?
-A buscar la escopeta. ¡Tú a mí no me vuelves a avergonzar!
Olga, salió de la casa cómo alma a la que persigue el diablo. Aniceto, le dijo:
-¡Corre, corre que ya volverás!
Al caer la noche, Olga, desde fuera de la casa, miró por la ventana y vio a su padre sentado en una silla delante de una jarra de cristal mediada de vino blanco que había encima de la mesa. Tenía la escopeta al lado. Coño, tuvo. Entró en casa, y al llegar a la cocina, le dijo a su padre:
-Haz lo que tengas que hacer, Aniceto.
Aniceto, levantó la cabeza, y le dijo:
-Haría, haría, pero me quedé sin cartuchos. Mejor hablemos. ¿Desde cuándo te excitas al calentarte el culo?
-Desde hace años.
A Aniceto se le encendió la luz de alarma.
-¡Hace años estabas en casa!
-¿Y quién me calentaba el culo?
-Debí darme cuenta… Los choques de tus tetas en mi espalda… Las miradas a mi entrepierna… Debí oler que ya te hicieras mujer -Olga, se puso el tricornio y, encarándolo, se sentó sobre las rodillas de su padre-. ¡¿Qué haces, Olga?!
-Sentarme. ¿Tienes alguna pregunta guarra que hacer, Aniceto?
Aniceto, se la quitó de encima. Tenía que mostrar su rectitud.
-¡Te voy a meter una bofetada que vas a ver las estrellas!
Olga, sabía latín.
-Tócame y grito diciendo que me quieres violar.
-¡Serás cabrona!
Olga, se volvió a sentar sobre las rodillas de su padre y le rodeó el cuello con los brazos.
-Vamos a llevarnos bien, vamos a llevarnos bien, Aniceto… Aniceto, desde luego, tienes un nombre feo de cojones. A ver. ¿No tienes alguna pregunta guarra que hacerme?
-No, no tengo preguntas que hacerte.
-¿Ni acerca del calzoncillo que te desapareció?
Se estaban mirando a los ojos con sus bocas a pocos centímetros una de la otra.
-No puede ser… Tan guarra no creo que seas.
Olga le acarició el cabello.
-Créeme, soy más guarra de lo que te puedas imaginar, Aniceto.
Aniceto le hizo saber que no estaba el horno para bollos.
-¡No me vuelvas a tocar!
Olga se puso en plan coqueta.
-Uy, uy que lo dejo calvo.
-¡Calva te voy dejar yo a ti de un guantazo!
Olga, sonriendo, le dijo:
-¡No te puedes arriesgar!
-Eres cómo una serpiente.
Olga, lo miró con su mirada más traviesa, y le respondió:
-¿Después de follar me vas a mandar de nuevo al reformatorio?
-¡No vamos a follar! Y no digas eso, yo no te metí allí, tú te lo buscaste.
Olga, se puso sería.
-¿Hablaste con alguien para evitarlo?
-¿Por eso me quieres seducir? ¿Para vengarte?
-Te estoy seduciendo porque llevo casi quince días sin probar una polla y no quiero que me salgan telas de araña en el coño.
-¡Qué cabrona!
Allí quien tomara el mando era Olga.
-¿No me ibas a hacer una pregunta?
-Miedo me da preguntar.
Olga, le pellizcó un moflete y le puso morritos.
-Tan grandote y tan miedoso.
-¿Qué haces con mi calzoncillo en la intimidad? ¿Te lo pones?
Olga lo besó en la mejilla.
-Lo huelo.
Aniceto miró para su hija cómo si fuera un bicho raro.
-¡¿Te excita oler calzoncillos?!
-Y bragas.
-¿Te excita el olor a meo?
-El olor a meo, las raspitas… Todo eso me moja el coño.
-¡Qué cerda!
-Cómo también me moja el coño cambiar tu cama.
-¿Y eso a qué se debe?
Se sentó sobre su polla, que ya estaba dura. Se movió de atrás hacia adelante, y le dijo:
-A que al pajearte te limpias la leche a las sábanas blancas y en ese lugar quedan de color amarillo. A veces lamiendo tu leche seca me toco y me corro.
Aniceto, no se escandalizó. Dejó que su hija siguiera frotando el coño con su polla. En sus interrogatorios a sospechosos de delitos sexuales oyera de todo, mas nada tan excitante cómo lo que le había dicho su hija… Pero tenía que ejercer de padre.
-¡La madre que te parió! ¡¡Estás enferma!! ¡¿Desde cuándo haces esas cosas?!
Olga, tenía carita de ángel, pero llevaba una diablesa dentro.
-Mejor que no sepas cuando empecé. Tienes la polla dura cómo una piedra.
Lo besó en los labios. Aniceto se la quitó de encima.
-¡Vaya guarra que estás hecha! ¡¡Chilla si te sale del coño pero a mí no me perviertes!!
Olga, de pie, en frente de él, le preguntó:
-¿Eres de piedra, Aniceto?
-¡Ojalá lo fuera!
-Entonces hablemos. ¿En quién piensas cuándo haces una paja, Aniceto?
A Aniceto, ya le llegara, más que nada porque su hija tenía un polvazo, y el anterior roce de su coño con su polla lo había puesto malo, malo, malito.
-¡Olvídame!
-No te las des de santo que no lo eres.
El cabreo de Aniceto había desaparecido, momentáneamente.
-Nunca dije que lo fuera.
Olga sintiera la polla de su padre en su coño y quería sentirla otra vez, pero dentro.
-Yo siempre pienso en la misma persona.
Aniceto la vio venir.
-No quiero saberlo.
-Pienso en ti.
-¡Te dije que no quería saberlo!
-Pues ya lo sabes.
-¡Ayayay que al final te voy a tener que callar la boca!
Olga, ya iba de sobrada.
-¿Metiéndome la polla en ella? ¡Me encanta mamar pollas!
A Aniceto le dio un arrebato de padre.
-¡Tira para cama, Olga!
Olga, seguía desafiando a Aniceto.
-¿Vienes conmigo?
-¡Tira para cama! O…
La voz de Olga salió de su boca cargada de sensualidad.
-¿O qué? ¿Me vas a dar en culo?
A Aniceto lo traicionó el subconsciente.
-No lo descartes. ¡Ya no sé ni lo que digo!
Olga, se puso mimosita.
-¿Me pongo otra vez sobre tus rodillas?
Aniceto cogió la escopeta.
-¡Tira para cama, hija de un demonio!
-Está descargada.
Cogió la escopeta por los cañones.
-¡Pero tiene culata!
Lo enredó de nuevo.
-Aún no cené, Aniceto.
Aniceto puso la escopeta donde estaba.
-Pues cena. ¡Pero ni se te ocurra decir una palabra más subida de tono! ¡¡Y mucho menos acercarte a mí!!
-¡A qué chillo!
Aniceto se echó las manos a la cabeza.
-¿Cómo llegamos hasta aquí, hija? ¡Qué vergüenza, Dios mío, qué vergüenza!
-Vale, no te tiento más. Se ve que le tienes miedo al infierno.
-¡No me jodas, Olga! El único infierno al que le tengo miedo es al de la enfermedad. A ver si te cabe en esa cabecita que un padre y una hija no pueden tener relaciones carnales.
-¿Y masturbarnos juntos?
Aniceto ya estaba desesperando.
-¡¡Nooo, carallo, nooo!!
Olga, sacó el pollo frío del horno, se sentó a la mesa delante de su padre y comenzó a comerlo con las manos. La boca y las manos se le comenzaron a llenar de grasa. Las moscas acudían a su cara cómo si estuviese comiendo miel. Las apartaba a manotazos. Para limpiar la mano derecha, antes de echarse un vaso de vino, se chupó el dedo gordo y después los otros cuatro de menor a mayor mientras miraba a su padre a los ojos. Se echó el vaso de vino y se lo bebió, Aniceto, al ver tanta provocación, no pudo evitar la pregunta.
-¿Qué te hicieron en el reformatorio para acabar siendo… Siendo cómo eres?
Olga, le llamaba al pan, pan, y al vino, vino.
-¿Siendo tan puta?
-Sí.
-¿Seguro que quieres saberlo?
-Sí, y quiero saber los nombres de quienes te pervirtieron. ¡Me los voy a cargar a todos!
-Anota, Aniceto, anota: El juez que me metió dentro, tu teniente, el cura… ¿Sigo?
Aniceto se negaba a creerla.
-¡Mientes!
-No miento, Aniceto. El juez tiene un antojo en la polla. El cabrón del cura es un pervertido que me llevó un hábito de monja para follar conmigo. Al juez le gustaba meterme el mango del mazo untado de mantequilla en el culo mientras me follaba…
El rebote que pilló Aniceto con su hija fue total.
-¡Mientes más que hablas!
Olga, besó a su padre en la boca.
-¡Se acabó! Me voy para cama y si te atreves a venir a mi habitación que sepas que cuando menos sales con una pierna rota.
Olga ya le perdiera el miedo.
-Voy a ir, Aniceto. Mi coño se muere por tener tu polla dentro.
Aniceto, sacó su genio.
-¡Pues vente si tienes coño!
-Lo tengo, y en este momento está mojadito.
Aniceto, levantó la manopla, y le dijo:
-¡Que hostia te metía, coño, que hostia te metía!
Aniceto se fue a su habitación a planchar la oreja, pero a la media hora seguía despierto.
Olga, vestida de monja y con la pistola reglamentaria de su padre en la mano, se acercó a la cama. Aniceto encendió la luz y vio a su hija, armada y vestida con el hábito de monja. Se incorporó, y le dijo:
-¡¡Era verdad!! ¡Qué hijo de puta!
A Olga, le importaba una mierda lo que pensara o dijera su padre. Apuntó con la pistola a su entrepierna, y le dijo:
-¡O jugamos o te vuelo las pelotas!
-Bromeas.
Olga, puso cara de pocos amigos.
-¿Me ves cara de bromista?
-Tranquila, hija, tranquila.
-¡Tranquilo murió cagando!
Le acababa de dar a entender que era ella la que tenía la sartén por el mango.
-¿Qué quieres que haga?
-Siéntate en el borde de la cama.
Aniceto, acojonado, hizo lo que le dijo. Olga, se echó sobre su regazo.
-Levántame el hábito, bájame las bragas y azótame.
Aniceto estaba excitado y confuso. Al bajarle las bragas para azotarla vio sus gordas y blancas nalgas y la raja del coño con pelos negros a los lados. Se empalmó.
-No sé…
Olga, quería marcha.
-¡Azótame, coño, azótame o te pego un tiro en un pie!
Al acabar de azotarla, le dijo:
-Mastúrbame, Aniceto.
Aniceto tocó el coño de su hija y la palma de la mano le quedó pringada de un jugo mucoso. Olga, se la cogió y se la lamió. Después la masturbó con dos dedos. Olga se metió un dedo en el culo, lo sacó, lo olió y después se lo puso en las fosas nasales a su padre.
-Huele.
-Estás muy mal, hija.
-¡Huele, coño!
Aniceto olió el dedo y su polla reaccionó latiendo, Olga, le dijo:
-Me gusta que te guste. ¡Azótame, Aniceto, azótame!
-¡Aaaay, aaaay, aaaay, qué gusto!
Olga, dejó el regazo de su padre, levantó el hábito y le puso el culo en la boca.
-¡Cómele el culo a la hermana Olga!
Aniceto ya estaba metido en harina. El hábito que llevaba su hija le ponía, y mucho… Le comió el culo y le magreó las tetas. Tiempo después, Olga, a punto de correrse, le dijo:
-Ponme boca abajo y cómeme el coño. Quiero correrme haciendo el pino.
Dicho y hecho, Aniceto, se puso en pie. Con un empalme brutal, la puso boca abajo y le comió el coño. Olga, con la polla de su padre en la boca, sus piernas rodeando su cuello, y el hábito cubriendo la cofia, se corrió como una bendita.
Cuando la devolvió a la posición normal, estaba mareada, y casi se cae. Aniceto la sujetó, pero ya no era su padre… Estaba cómo loco, le comió la boca, le comió y le magreó las tetas por encima del hábito, y después le levantó el hábito y se agachó para comerle el coño peludo. Con la primera lamida a aquel coño empapado, sintió el contacto de la pistola en su cabeza.
-¡Arriba, cabrón!
Aniceto empezó a preocuparse.
-¿Se te fue la olla, Olga?
-Sor Olga.
-Lo dicho, se te fue la olla.
-Quita el calzoncillo y échate boca arriba sobre la cama.
Se echó sobre la cama. La polla apuntaba al techo. Olga le largó dos cachetes en los huevos.
-Plas, plas.
-¡Me haces daño, Olga!
-¡Sor Olga, capullo!
-Me hace daño, sor Olga
-Tú llevas haciéndome daño a mí muchos años, cabrón.
-Yo…
No lo dejó hablar.
-¡Tú te callas!
Aniceto hizo amago de levantarse.
-¡Si te mueves te dejo tieso, cabrón! Empieza a menear la polla.
Tenía que hacer lo que le decía.
-Eres una enferma, hija, te voy a tener que llevar a un médico.
Le dio dos hostias en la cara.
-¡Sor Olga, lame culos!
Aniceto, se rebotó.
-Te estás jugando una hostia cómo un mundo.
Olga, se puso hecha una fiera.
-¡Y tú que te vuele los huevos, maricón!
Le apuntó a las pelotas. Aniceto ya no las tenía todas con él. Parecía un angelito, cuando le dijo:
-La violencia solo engendra violencia, hermana Olga.
Olga, estaba gozando.
-¡Así me gusta, cerdo! Métete un dedo en el culo, maricón!
Aniceto no estaba por la labor.
-Es que…
-¡Sí, lo sé, te vas a correr, a todos los maricones le pasa lo mismo!
Aniceto debía ser medio maricón, ya que poco después de follarse el culo con un dedo, de su meato comenzó a salir leche en cantidad que bajó por la polla abajo y le pringó los cojones y el culo. Olga, le lamió toda la leche, incluida la que cayera en la sábana. Le chupó la polla hasta ponerla otra vez dura, subió encima de su padre, y besándolo, levantó el hábito y metió la polla muy despacito en su coño.
-¡Te voy a dejar los ojos en blanco, perro!
Faustino ya estaba desatado.
-De eso nada. ¡La voy a matar a polvos, hermana Olga!
Olga, tiró la pistola al piso, y lo desafió.
-¡A qué no tienes cojones, sopla pollas!
Faustino, era un follador nato… En la casa de putas le llamaban Chichi El Amoroso. Le llamaban así porque era el único que las hacía correr, y para hacer correr a una puta hay que ser bueno follando, muy, muy bueno, jodidamente bueno.
Apuntó al punto G y lo machacó de menos a más hasta que el coño se comenzó a inundar de jugos. Olga, exclamó:
-¡Me voy a correr, cabrón!
Aniceto, sin parar de follarla, le dijo:
-Córrase, hermana, córrase.
Olga al comenzar a correrse, se derrumbó sobre su padre, lo besó, y se abandonó al placer… No se corrió una vez, se corrió tres veces, y no se corrió más porque Aniceto dejó de follarla al ver que su hija perdiera el conocimiento.
Aprovechó para metérsela en el culo… Quitó la polla del coño, se la acercó al ojete, y despacito, se la clavó toda.
Poco después despertaba Olga y sentía cómo la polla entraba y salía de su culo. Sonriendo, le dijo:
-Maricón.
-¿Quiere que la quite, hermana Olga?
A Olga le estaba encantando.
-No, pero déjame hacer, cochino.
Olga, frotó el clítoris con la pelvis de su padre, y lo folló a su aire… Unos cinco minutos más tarde, le decía:
-¡Lléname el culo de leche, cabronazo!
-Pídamelo por favor, sor Olga.
-¡Por favor, sopla pollas!
-¡Esa boca!
-Esta boca es para besarte y para decirte… ¡¡¡Córrete conmigo!!!
Olga, temblando y sacudiéndose, y sin dejar de besar a su padre, se volvió a correr, y Aniceto le llenó el culo de leche.
Aniceto, no se cargó al teniente, ni al cura, ni al juez, ni a la secretaria del juez… No se cargó a nadie, si lo hacía acabaría en la cárcel, y en la cárcel no podría follar con su hija.
Quique.