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Memorias inolvidables (Cap 9): Comprometidos hasta la muerte

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Llegó el domingo. Llegó también mi padre. Le estábamos esperando Eduardo y yo. Eduardo se adelantó a saludarlo y mi padre le dio dos besos propios de un padre a un hijo. Me acerqué yo, le di un fuerte abrazo, me besó con dos besos igual de padre a hijo. Me puse feliz. Creo que fue la vez que mi padre me abrazó y me besó con total y absoluta aceptación. Repito que me puse muy feliz. No habíamos cruzado palabras entre nosotros, solo sonrisas y besos.

Apareció el tío Onésimo y mamá Emerenciana, saludaron a mi padre como si fueran sus hermanos, besos y abrazos. Ese día supe de verdad lo que estimaban a mi padre y lo que mi padre los quería. Nos sentamos los seis para conversar, todos esperábamos las nuevas de mi padre. Tampoco se habían cruzado palabras entre ellos, solo mamá Emerenciana había dicho algo muy tímidamente, no sé quien lo podría haber escuchado, yo, al menos, no escuché nada, pero debió ser cosa buena. Lo primero que dijo mi padre fue:

— No podía esperar noticia mejor de esta casa.

— ¿Qué te parece lo que han decidido los chicos?, preguntó tío Onésimo.

— Les ayudaremos en todo, en sus estudios, en su vida, en lo que necesiten y a iniciar una vida digna que ellos elijan, —dijo mi padre para mi mayor sorpresa.

— ¿Qué pensará Angustias?, —preguntó con cierta timidez mamá Emerenciana.

— Angustias que se las pase todas ellas solita, los chicos han de vivir su vida, uno, cinco, veinte o más años, qué se yo, pero es la vida de ellos, estoy seguro que se van a amar hasta la muerte…, ¿qué es mi vida ahora, Emerenciana?, ¿qué es, sino un infierno? Este hijo mío, mi Ismael y esta familia vuestra sois mi familia, los demás están echando a perder lo que con tantos años y sudor yo he construido. Yo sé que Ismael es el único de mi casa que me quiere, yo tenía que estar aquí y darle un aval de conformidad, lo necesita y lo merece.

Eduardo me besó sin ningún recato. Y mi padre, mirándonos, añadió:

— Haceos felices uno al otro…, si es lo único que importa…, ¿de qué sirve todo nuestro trabajo y preocupación por las cosas si no nos hacen felices?, quereos muchos, hijos míos, quereos…, quereos…, —y como si se le apagara la voz quedó mirándonos con una sonrisa recargada de inmenso cariño.

Me levanté, abracé a mi padre, lo llené de besos y descubrí sus lágrimas. No eran de pena, sino de alegría. Salieron los niños, corrieron a abrazar a mi padre y a besarlo y para cada uno tenía alguna cosa en sus bolsillos. Los besaba como si fueran suyos, los amaba, lo amaban. Se puso de pie y se acercó a tío Onésimo, lo abrazó y se salieron a la calle a pasear unos minutos. No tardaron mucho. Mi padre vino transfigurado, con la cara llena de felicidad. llegó José, se lo presentamos a todos como buen amigo nuestro y acomodados en los tres coches nos fuimos todos al restaurante.

Nos habíamos vestido todos muy elegantes. Quitados de los niños y mamá Emerenciana todos íbamos con traje. Eduardo y yo estrenábamos camisa y corbata michi, ambas iguales, las camisas blancas con pequeñas flores muy espaciadas y las corbatas floreadas, el traje de riguroso negro, zapatos negros y calcetines blancos. José vestía traje verde pálido, camisa blanca con lazo colgante de color verde y calcetines blancos. Los papás iban muy formales y la mamá muy guapa. Los niños vistieron de domingo.

La comida en el restaurante fue excelente, extraordinaria y muy dada al caso. Había gente que nos miraba pero no pudieron distinguir de qué se trataba por nuestra discreción. Los niños no molestaron ni echaban gritos. Para ellos, Eduardo y yo no éramos novios, sino sus hermanos mayores, los niños no distinguían bien, quizá el mayor sí, pero es el más callado. Uno de los niños me preguntó:

— ¿José también será nuestro hermano mayor?

— Los hermanos no se sacan de una feria, si llegáis a quererlo él también os querrá y podréis ser amigos y luego igual os hacéis como hermanos, —le dije lo mejor que pude y se conformó.

Llegó el momento del postre y sirvieron un rico helado con frutas. Y luego salió el pastel sin recato, sin secretos, una gran torta con dos muñecos vestidos de novio, casi como íbamos vestidos. Entonces todos los que estaban en el restaurante entendieron de qué se trataba. Nosotros solo éramos diez personas y de ese pastel de dos pisos podían comer más de sesenta. Resultó que el tío Onésimo no quiso una cosa pequeña y le dijo al dueño del restaurante que fuera «de dos pisos» y «con los dos novios». Luego invitas a pastel a todos los del restaurante. Vinieron muchos a felicitarnos y había mucha aceptación, más de la que se podría imaginar.

Me levanté de la mesa y dirigí unas palabras a todos los presentes:

— Voy a ser muy breve. Quiero agradecer a mi padre aquí presente y a los papás y hermanos de Eduardo la acogida tan cariñosa que han dado a nuestra decisión; ante todos vosotros, quiero pedir a Eduardo que forme parte de mi vida y me acepte en la suya.

Me puse rodilla al suelo y le abrí la cajita con los dos anillos y se los mostré. Antes de sacarlos de la cajita, desplegué un papel con lo que había escrito en un momento el día anterior:

Te encontré sin yo buscarte,

buscaste y nos encontramos

con los ojos nos miramos

y en amor mutó el arte.

Cada uno de estos aros

de amor nos hablan y encierran

venciendo murallas que yerran,

que nos quieren separados.

Solo la muerte podría

llevarnos al mas allá,

donde amor habremos siempre

sin murallas que tumbar.

Los tomó, los mostró en alto a todo el mundo, se puso también rodilla en el suelo y sacó los dos anillos, se guardó la cajita en el bolsillo, me dio el suyo y se quedó con el mío. Me ofreció su mano, le puse el anillo; le ofrecí la mía, me colocó el anillo. Nos pusimos de pie y nos dimos un beso de cuento de hadas, sin lengua, solo para expresar ante los demás nuestro compromiso. Aplaudieron, se acercaron nuestros familiares y uno a uno iban dándonos sus besos de felicitación que fueron correspondidos. Vinieron muchas de las personas presentes y nos felicitaron. No miré si se quedaba alguno sin venir, era demasiada mi felicidad.

Nos sentamos para acabar con el postre y se levantó José. En ese momento me percaté que José no nos había felicitado y me pregunté qué estaría tramando. Se acercó José al frente de donde estábamos nosotros y nos soltó un discurso:

«Jamás pensé que llegaría a tener unos amigos que se parecieran a unos hermanos que nunca he tenido. Vinieron por su voluntad a ser mis clientes, trabamos conversación que fue más allá de lo comercial y nos hicimos amigos. Ahora parecemos ser hermanos porque no puedo ser novio de ninguno de ellos dos, porque elegiría a los dos y eso no me lo va a consentir nadie. Sé que hemos juntado nuestros corazones más allá de lo que podría ser normal entre las personas, pero, amigos, hermanos o lo que queráis…, mirad, chicos, os quiero y os tengo envidia, quisiera ser uno de vosotros dos, por eso hoy os traiga un obsequio personal —sacó de su bolsillo una cajita, la abrió y continuó hablando:— son estos piercing para que los luzcáis en vuestro lóbulo, así todos los que estamos aquí recordaremos al veros que sois prisioneros de amor el uno del otro».

Nos indicó que fuéramos a su tienda que allí tenía todos los instrumentos necesarios para poder hacer la perforación del lóbulo y si no nos gustaba que los guardáramos de recuerdo. Decidimos ir, es por eso que tengo mi oreja perforada y el piercing puesto que me sirve para recordar constantemente a Eduardo.

Esa tarde quisimos quedarnos solos y nos fuimos al motel, a la salida del pueblo. Lo primero fue entrar en la habitación y desnudarse. Nada había cambiado en nuestro cuerpo y sentíamos el mismo deseo uno del otro. Nos besamos intensamente, sin prisa, con serenidad, no faltos de pasión. Me tumbé en la cama de espaldas y obligué a Eduardo a meterse encima de mí:

— Cómeme el culo, mi amor, quiero que sea tu primera clavada en mi interior, te amo, prepárame mientras te como tu preciosa polla.

Jamás he encontrado hasta ese momento tanto deseo y pasión en Eduardo, pero a la vez yo sentía que el mundo se me acababa y que tenía a Eduardo para mí. Mi corazón henchido hacía que me chupara su polla succionando como si quisiera sacarle los jugos seminales a fuerza de aspirar. Eduardo gemía en cada succión que le daba a su polla. Llevábamos ya mucho tiempo y no quería correrme, Eduardo había metido su lengua varias veces y ya había atravesado mi culo con tres dedos:

— Eduardo, ámame y penétrame como nunca lo hemos hecho.

Se dio la vuelta, se enderezó y se puso de rodillas frente a mi culo, cargó mis piernas en sus hombros ajustando mi culo a su polla y comenzó a meter la punta de su cipote y a empujar, respiré profundo para relajarme. Entró la cabeza de su polla. Eduardo esperó, sonreí, respiré profundo de nuevo y le guiñé el ojo. Empujó cuando yo me relajaba y toda su polla llegó a lo más profundo. Se agachó, me besó y le susurré:

— Fóllame, párteme por la mitad y préñame con tu leche.

Eduardo, obediente y lleno de amor, se lanzó con pasión extrema a follarme sacando su pene primero hasta la mitad, pero más tarde lo sacaba del todo y lo volvía a meter de una sola embestida. Yo notaba todo su roce dentro de mí, sentirme lleno, sentirme vacío y necesitado, pensé que estaba necesitado de tener a Eduardo siempre dentro de mí. Le amaba más, si cabía y eso podía ser posible. Golpeaba el fondo y sentía corrientes electrizadas en mi cuerpo cuando rozaba la pared de mi próstata y lo que tenía que ocurrir ocurrió. Nos corrimos los dos al mismo tiempo, Yo sobre mi abdomen y pecho, llegando algún chorro a la cara de Eduardo. Eduardo se corrió dentro de mí y me sentía lleno de mi amor, lleno de mi Eduardo, como si él fuera mi alma manifestándose. Se dejó caer sobre mi pecho y quedó mi semilla entre los dos, mientras me besaba yo intentaba lamer a espacios mi semen de su cara. Luego nos convidamos con un beso con todas las de la ley. Habíamos pasado mucho tiempo ambos desnudos, el uno para el otro y nuestros deseos de amar y ser amado se iban cumpliendo.

Quisimos amarnos entre nosotros varias veces. Conseguí que Eduardo me follara tres veces que yo consideraba que era lo que me podía satisfacer, sin cerrar las puertas de mi deseo de Eduardo. Mi amor me suplicó que lo follara y me fue difícil pero no imposible, porque tuve que preparar ese culo tan rico, bonito, sin arrugas, totalmente fino, pasaba el tiempo y no le veía ni una arista o línea que diese inicio al fruncido, estaba rico de verdad, bonito, sin pelos, bien depilado. Me lo comía como el mejor de los alimentos, cuando metía lengua junto con los dedos. Y después de larga operación, se puso en cuatro, me levantó su culo y me mostró el agujero impaciente. Fui penetrando poco a poco sin intermisión. Eduardo no se quejaba y me parecía raro:

— Amor, ¿te duele?

— No; sigue, tu polla parece seda.

Seguí hasta meter toda mi polla y luego inicié el mete y saca hasta que obtuve la oportunidad de premiar el amor de Eduardo con mi leche. Permanecimos un rato abrazados mirándonos sin decir nada, la cara de Eduardo era un espectáculo de satisfacción y alegría. Se lo dije y me comentó:

— Si te vieras la tuya, sabrías que te siento igual.

Cuando nos tranquilizamos y nos sentimos satisfechos, nos duchamos. En la ducha le di una mamada y quiso emularme. Ambos nos corrimos juntos bajo el agua. Nos vestimos y salimos en busca de José que nos esperaba para dar un paseo. Entendimos que quería ser el novio de los dos y estuvimos dispuestos a complacerle.

— Os estaba esperando, —fue el recibimiento de José.

— Eso ya lo sé, pero qué quieres decir, —replicó Eduardo.

— Que estoy todo el día nervioso y quería invitaros a ir al sauna, os llevo en mi coche y luego venimos a mi casa, —propuso José.

— Cenamos en casa, —dijo Eduardo.

— No, que mi abuela ha preparado una cena fría para los tres para cuando regresemos.

— Anda, pues, vámonos, —acepté de buen grado.

Sacó el coche y nos encaminamos hacia La Punta. Entramos en el sauna y lo primero fue desvestirnos y tomar la toalla preparada. Había en varios lugares preservativos como en este tipo de saunas y nos fuimos directamente al jacuzzi que es enorme y el agua brota agradable y tibia por todas partes. Al lado está la de agua fría para quien necesite esos contrastes, para los que vamos a calentarnos, no hace falta el agua fría, de momento. Estaba todo tranquilo. Salimos del sauna y nos envolvimos nuestras toalla para irnos a la sauna húmeda.

Nos mirábamos con ganas pero como que faltaba motivación y decisión. Yo me tocaba mi polla, pero muy superficialmente. Así que después de quedar totalmente sudado, necesitaba más calor. Me levanté, me envolví con la talla y les dije:

— Voy a la sauna seca, allí os espero.

— Ya vamos, dijo Eduardo.

Eduardo quería ver si José se animaba a algo al quedar solo, pero tampoco. No hubo manera, según me contaron más tarde cuando nos recordábamos todos los momentos.

Salí y me pasé a la sauna seca. Estaba vacía y me senté en la esquina, en el escalón alto. No me saqué la toalla por si venía algún desagradable que no se viera fácilmente invitado. Por encima de la toalla, me iba aliviando ese pequeño y agradable escozor de la punta del pene. No tardó en llegar Eduardo que se sentó en la otra esquina, a mi nivel y me miraba sonriendo, lo que yo entendí que tendríamos que follarnos entre nosotros, porque aquello parecía muy muerto ese día. Estando yo en estos pensamientos y mirando cómo Eduardo se manejaba su polla por encima de la toalla y pareciéndome tan tentado, que entró José. Se sentó entre los dos al centro del escalón pero en el de abajo. Sonreía como si fuera un extraño y reclamando acción por parte nuestra, doblaba todo su cuerpo para mirar atrás hacia Eduardo y alternaba para mirarme a mí, mientras se masajeaba su polla. Como que ninguno de los tres nos estábamos animando con las ganas que teníamos de que surgiera algo.

Pasó un rato no muy largo y entró un tío envuelto con la toalla, pasó por delante de José y se subió el escalón, abrió su toalla, la tiró al escalón y se sentó. ¡Qué polla! ¡La puta madre que lo parió! Esa sí sabía hacer hijos con polla, además bonita, largo y gruesa, unos 27 cm seguro —y os diré más tarde por qué lo sé—. Se sentó de modo que su brazo tocaba el mío y su rodilla derecha tocaba mi muslo. Se masajeó su polla un par de veces y me abrió la toalla, como quien dice «aquí se viene a lo que se viene y lo demás son jilipolladas». Me tocó la polla, no me dijo nada, me la masajeó un momento, para ponérsela a su gusto al parecer y se agachó, acercó su boca y se puso a mamármela fenomenal y a darme incesante gustazo. No sufrí mucho la tentación y quise acariciar aquella polla enorme y se la masajeaba. Por encima de su espalda podía ver la reacción de Eduardo y José, se miraron un momento y Eduardo se bajó del escalaron superior y se puso a mamarle la polla a José. Este se puso a acariciarle su polla y sus huevos.

A la vista de eso, me entraron deseos de comerme la polla que estaba acariciando, y le di un suave empujón para que se repantigara sobre el respaldo y me dejara la polla libre. Deliciosa, seda en la boca, suave, todo el pubis afeitadísimo. Me la ponía toda en la boca pero de vez en cuando tenía que sacarla para poder respirar. Se inclinó hacia mí y comenzó a besarme el cuello primero y el comienzo de la espalda después, levantó su pierna derecha y la puso sobre la mía y me iba besando la espalda hasta llegar a mi coxis. Por el rabillo de mis ojos veía cómo José también había apartado a Eduardo para comerle la polla.

Mi compañero se enderezó y me dejó que me colocara más cómodo, igualmente José estaba muy inclinado sobre la polla de Eduardo y este comenzó, ajustándose por la espalda de José a comerle su polla. Me resultaba gracioso una especie de 69 en el que los dos estaban boca abajo, lo que mostraba que José era más bajito que Eduardo. Mi compañero me tomó de los hombros y me acercó a su boca para que nuestras lenguas jugaran en un beso en el que nuestras manos jugaban con nuestros cuerpos y mantenían nuestras pollas enhiestas. Volví a la polla de mi compañero porque buscaba que me atravesara. Se resistía a dármela porque quería mamarme la mía con la misma intención, pero no lo consentí. Esta lucha y mis dedos entrando saliendo de mi culo, hicieron que me inclinara sobre la pared lateral y le mostrara mi apetecible agujero. Entonces Eduardo comenzó a follar a José que se había puesto en cuatro ofreciéndole el culo a Eduardo gatunamente levantado.

Yo, desde mi posición, miraba cómo Eduardo iniciaba la penetración y José tan bien dispuesto, mirando igualmente a Eduardo para que no se le escapara. Vi como la polla de Eduardo comenzó a penetrar y la cara de José daba una muecas de dolor. Mi compañero le echó a Eduardo un tubo para que se lubricaran y con lo que tenía en su mano me lubricó a mí que ya tenía mi culo preparado para él. José se lo comenzó a pasar bien en cuanto la polla de Eduardo entró. Ya no hacía falta que Eduardo se moviera porque lo hizo el mismo José metiendo y sacando la polla de su ano. Se les veía una cara de felicidad a ambos, mientras mi compañero aún estaba lubricándose porque al parecer no quería hacerme daño, aunque no habíamos cruzado ni media palabra. Los únicos sonidos que se escuchaban eran los que producían nuestros movimientos.

Por fin comenzó a intentar follarme. Yo estaba con la cabeza un poco levantada pero toda mi espalda y mi coxis horizontal al escalón. Mi compañero pretendía penetrarme así, poniendo una pierna en el escalón de abajo, pero no alcanzaba, así que me cogió de la cintura y me cargó sobre su pubis y de inmediato entró su polla. Le di glorioso paso con el tiempo que había tenido para dilatarme con esa crema abundante que había depositado en mi mano y lo que habían trabajado mis dedos. Entró, no era necesario que se esperara porque yo ayudaba a la penetración, la metía hasta dentro del todo me levanto más la mitad de mí cogiendo mi muslo hacia su costado y entró del todo. Estaba inclinado sobre mí y su cara a dos palmos de la mía, le sonreía y él parecía sufrir más. Me empujé hacia arriba, doblé las piernas en sus hombros como una mordaze y al empujar él hacia adelante hacía que mi culo se levantara y la penetración se afirmara del todo. Así estuvimos un rato largo. Descansamos solo unos segundos para que mi compañero se acomodara más a su gusto y Eduardo se cambió por José, poniéndose este a follarlo con la misma presión que mi compañero me follaba a mí. Nos estábamos mirando José y yo y él entendía que yo me encontraba muy augusto como si en lugar de follar a Eduardo me lo hiciera así, por eso seguía el mismo ritmo de mi compañero.

Mi compañero quiso imitar a mis amigos y me pidió que le comiera el culo, se salió de mí, me bajé al escalón inferior y a él lo puse apoyando su cuerpo sobre sus hombros para comerme su culo. Grato culo, reluciendo, olía a macho y sudor, un poco reblandecido por el lubricante que se había puesto y que yo me había encargado de extender con mi lengua. José se sentó sobre el escalón y Eduardo se sentó en su polla totalmente estirado. No lo podía ver del todo porque los tenía de espalda, pero por los movimientos que hacía Eduardo supe que lo estaba disfrutando.

Mi compañero bajó al escalón y habiendo visto cómo disfrutaban mis amigos, quiso gozarla igual. Me senté y se penetró de un solo golpe sentándose sobre mi polla y estirándose, apoyándose sobre mí y yo colocando mi cabeza sobre su hombro. Comenzó a bailar su culo sobre mi polla a toda velocidad y vi desde arriba y escuchaba su polla golpear sobre su abdomen y sobe mi muslo alternativamente mientras subía y bajaba. Se cansó y yo hacía el ejercicio de empujarlo y veía como su polla iba de un costado al otro como un badajo de una campana al revés. José, para hacerme disfrutar de la visión, dio media vuelta cargando a Eduardo para que los viéramos. Ambas parejas nos veíamos mientras entraba un tío desnudo con la toalla en la mano y se puso al rincón a mirar mientras se sobaba su polla. Mientras descansábamos de nuestros movimientos porque mi compañero se cansaba pronto pero quería seguir, aproveché para volver a mamarle la polla y de vez en cuando animaba lamiendo sus pezones, llenos de sudor y hombría que me seguía poniendo. Por su parte Eduardo se dobló tanto que veía al sujeto que había detrás y abrió la boca. El tío sin más le puso la polla en la boca y Eduardo se la mamaba con fruición.

A continuación entre mi compañero y el último que había entrado, me sentaron medio tumbado y ambos se repartieron mi polla para mamarla, lamerla, chuparla entre los dos y me juré no darles la leche que es lo que pretendían. Pero la gozaban y yo también porque accedieron a que me sostuviera agarrado de sus pollas una en cada mano. Se cansaron José y Eduardo y cesaron en su juego. Eduardo seguía masturbándose y José extendido ya en el suelo debajo del escalón. Eduardo se puse a masturbar sobre José y le echó todo su esperma en el pecho. Lo vio el último que había entrado que también se masturbaba y se acercó igualmente a derramarse encima de José. Luego acudimos mi compañero y yo, así es que estábamos los cuatro masturbándonos sobre José. Eduardo se corrió de nuevo y luego mi compañero, a continuación el otro y después yo, pero seguíamos masturbándonos para que no se bajaran nuestras pollas y poder eyacular de nuevo. Mientras, Eduardo se estaba mamando la polla de José que no tardó en reventar. Me agaché junto a Eduardo y nos comimos los jugos de nuestro amigo. Mi compañero y el otro intruso, metieron sus pollas en la boca de José y se volvieron a correr. José no pudo con las dos corridas casi a la vez y llenó su cara de lefa. Me levanté para darle un beso y compartir su banquete. Los dos intrusos se pusieron debajo de mí para hacerme correr y lo consiguieron repartiéndose la lefa.

El cansancio y el calor seco de la sauna nos dejaron aplatanados con ganas de descanso sin dormirnos y nos levantamos los cinco. Comenzamos a besarnos y me dije; «si esto sigue así, volvemos a comenzar», por tanto me deshice de los besos, salí y me siguieron todos. Directamente me metí en el jacuzzi, dentro de una ducha, rápidamente me quité los restos de semen y entré en el jacuzzi de agua fría; los cuatro me imitaron y se metieron a la ducha rápida y dentro de la poza. Fue entonces cuando los cinco, yo en una de las esquinas curvadas y dos a cada lado, comenzamos una conversación muy agradable. Nos felicitamos por lo bien que lo habíamos pasado. Y los dos compañeros nos dijeron que ellos se quedaban un rato más a ver que caía. Nosotros dijimos que nos íbamos y Eduardo añadió:

— Como somos los tres novios, lo nuestro no acaba nunca.

Aquellos se quedaron extrañados y nosotros tres nos besamos a una dentro aún del agua. Salimos para ir a las duchas cogidos los tres por la cintura. Se nos quedaron mirando, mientras salíamos a las duchas de los vestuarios. Nos tumbamos un rato en las literas para que todo el sudor saliera de nosotros y volvimos a ducharnos y secarnos para irnos a cenar. Hambre había. Después de la cena ya habíamos hablado que teníamos que ir a acabar bien la jornada.

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