En ese tiempo vivía yo solo en las afueras de la ciudad.
Una casa finca cerca al lago que estaba al otro lado de la carretera. Por esa vía transitaban todo tipo de vehículos todo el día, pero en las mañanas muy temprano solo pasaban los adictos al ejercicio, pasaban trotando, caminando o montando bicicleta.
El área es un remanso de paz y tranquilidad, en la casa solo se escuchan los sonidos de los perros, los gatos, los pajaritos y el susurro del viento que entre las ramas de los arboles pasa. Las puertas de las viviendas se dejaban sin llave y los amigos delo ajeno no se acercaban todavía.
Una mañana, muy temprano todavía soñaba, y las sabanas todavía arropaban parte de mi cuerpo, el trinar de los pájaros solo los escuchaba en mis sueños. La cobija era lo único que había entre mi piel y el cálido aire de la madrugada.
Profundo en el sueño, La habitación todavía en penumbras, el sol no había asomado su brillante luz. Soñaba que la cobija se deslizaba y quedaba desnudo, mi piel libre y mostrándose a las 4 paredes del cuarto. Una erección mañanera apuntaba probablemente hacia el abanico que suavemente soplaba sobre mí.
El sueño se sentía muy real, sentía como el colchón se hundía un poco hacia los pies de la cama, y un roce que subía por mis piernas hasta llegar a mi erección, sentí como una calidad humedad envolvía mi pene y luego una sólida y suave lengua me lo acariciaba al mismo tiempo que sentía una sensación de vacío, creada por el abrazo de unos labios bajo el glande de mí ya entumecido miembro.
Mi sueño se sentía tan real que no deseaba despertarme, (conocen esa sensación de un sueño delicioso y no querer salir de él, así me sentí forzando el dormir), los labios húmedos y fuerte apretaban el tallo, subían y bajaban sobre la corona del glande y bajaban casi hasta la raíz del miembro. Que rico se sentía, el palpitar de mis testículos me advertían de una eminente erupción, parecía una eternidad, de repente los labios desaparecieron, se esfumaron, No que paso, forcé el estado de somnolencia y sentí como un peso se sentaba sobre el viril bastón se sentía envuelto por una gruta hirviendo y mojada, me estaban violando sin yo saberlo, pero que rico se sentía, el cuerpo de este ente humano que todavía no podía ver subía y bajaba sobre mis caderas, pasaban los minutos y la velocidad se aceleraba, mi cadera dentro de su adormilada actividad subía al mismo ritmo y en unos minutos mi erupción fue eminente.
Abrí los ojos y la vi, era Paola, ambos nos teníamos ganas hace rato, ella había salido a montar bicicleta y en el camino, sabiendo que mi puerta estaba abierta, se tomó la libertad de entrar a la finca, a la casa y a mi alcoba para así sudada como estaba, seguir montando, solo que a mí y así ambos terminar en un delicioso orgasmo. Cuantas veces me hice el dormido no lo recuerdo pero ambos lo disfrutamos.